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BAJO UNA ESTRELLA CRUEL – Heda Margolius Kovály

9788415625261Superviviente de los dos totalitarismos por antonomasia, el nazi y el comunista, Heda Margolius Kovály ostentó el ominoso privilegio de hacer las veces de símbolo viviente del siglo XX, y lo hizo hasta no hace mucho, pues falleció en 2010. Nacida Heda Bloch, en Praga (1919), esta mujer de origen judío conoció muy bien el significado concreto de un concepto tan paradigmático como el de “era de extremos”. Sus padres fueron asesinados en Auschwitz y sus familiares, en general, no corrieron mejor suerte; ella misma sobrevivió al régimen alemán de trabajo esclavo en el campo de concentración de Christianstadt (Krzystkowice, Polonia). Supo del antisemitismo latente en la sociedad checoslovaca de posguerra, y, ya afiliada al partido comunista, fue testigo -y en cierta medida cómplice- del secuestro de Checoslovaquia por su propio partido, una maniobra que convirtió al país en satélite de la Unión Soviética, además de acabar con la vida de su primer marido. ¡Y de qué modo! Rudolf Margolius, el hombre con que había contraído matrimonio en 1939 y padre de su único hijo, Iván, fue una de las víctimas del denominado “caso Slánský”: uno de aquellos abominables procesos amañados o juicios-espectáculo que se verificaron en la Europa oriental a fines de los años cuarenta y primeros años cincuenta, y en cuyo patrón se descubre una burda copia de los procesos de Moscú de 1936-1938 (el período del Gran Terror bolchevique). Expulsada del partido y convertida en una apestada social, tras la ejecución de su marido en 1952, Heda Margolius debió apañárselas para sobrevivir y proteger a su hijo. Años más tarde, ya desencantada de la utopía comunista, vio cómo los tanques del Pacto de Varsovia arrasaban con la Primavera de Praga. No, a Heda no le contaban historias sobre la vida en regímenes totalitarios. 

A raíz de los sucesos de 1968, que confirmaron a Checoslovaquia en su condición de parcela del imperio soviético, Heda Margolius (casada desde 1955 con Pável Kovály, un licenciado en Filosofía que a duras penas sobrevivía en la depauperada Praga) huyó a Occidente y se radicó en los Estados Unidos. En 1973 publicó sus memorias con el título de Bajo una estrella cruel, testimonio de sus años del horror: desde su deportación -y la de su familia- al gueto de Lodz en 1941 hasta su salida de Checoslovaquia en 1968, pasando por la muerte de sus padres en 1944 y su huida en 1945, cuando los alemanes la trasladaban al campo de Bergen-Belsen. Este libro permaneció inédito en castellano hasta 2013, año en que Libros del Asteroide se encargó de publicarlo. En buena hora, cabe decir, porque se trata de una obra de indudable valor testimonial y en torno a un tema de importancia capital –tema imperecedero, como todos los grandes hitos de la historia. El libro se centra preferentemente en los años comunistas de la vida de la autora, con bastante diferencia. Hay que tener en cuenta no solo la mayor extensión temporal de ese período, en relación con los años nazis, sino también la circunstancia de que la misma Heda depositó su fe en la ideología y el partido comunistas y que, al momento de redactar sus memorias, Checoslovaquia y gran parte del mundo eran todavía rehenes del totalitarismo comunista; la Guerra Fría era por entonces una realidad cabal. Así pues, Bajo una estrella cruel es ante todo una historia de desengaño personal, en cuyo trasfondo se despliega el drama de la opresión de un país.

Como tantos de los de su generación, Heda Margolius abrazó el comunismo como aferrándose a la postrer ilusión –últimas de las esperanzas- de una época que, con sus guerras y matanzas multitudinarias, había dado al traste con los idealismos. Escribe ella: «A menudo he pensado que mucha gente se acercó al comunismo no por rechazo al sistema político existente, sino por pura desesperación, al ver la naturaleza humana mostrar su peor cara tras la guerra. Como es imposible que una persona renuncie por completo a su fe en la humanidad, le echa la culpa al orden social en el que vive; condena la condición humana». A la promesa comunista de un orden radicalmente nuevo se añadía el prestigio redivivo de la Unión Soviética, surgida de la guerra como el gran vencedor del monstruo nazi; con la determinación y la disciplina de que hacían gala los comunistas nativos, no parecía sino que ellos eran los dueños del futuro. En cuanto al pasado reciente del estalinismo, la cruenta ordalía a que había sido sometida la sociedad soviética en los años treinta parecía justificada, a la luz del heroico triunfo militar. ¿Podían anticiparse las desastrosas consecuencias de la seducción del mito soviético, de lo que François Furet denominó el “embrujo universal de Octubre”? Al respecto, el escepticismo tenía asideros muy concretos, bastaba con recordar los horrores del régimen soviético; pero, como expresa nuestra autora, «parece que en cuanto uno se decide a creer, la fe se vuelve más preciosa que la verdad, más real que la realidad». Muchos pagaron con sus vidas su ceguera y su credulidad, entre ellos Rudolf Margolius. Los demás, incluyendo su viuda y su hijo, debieron resignarse a las penurias de una sociedad cautiva.

El sino de Margolius es representativo del estado de cosas en el régimen de Klement Gottwald, reproducción a escala menor del estalinismo y sus males. Pocos meses después de consumado el golpe comunista, en 1948, al marido de Heda le fue ofrecido el puesto de jefe de gabinete del Ministerio de Comercio Exterior. Prudente, Margolius rechazó el ofrecimiento, pero el partido le obligó a asumir el cargo. «Como cualquier miembro del partido –escribe Heda-, tal vez pudiera expresar su desacuerdo, renunciar o protestar. Pero yo ya conocía lo suficiente las prácticas del partido como para darme cuenta de que las personas que ocupaban puestos elevados en su jerarquía o en la del gobierno tenían poco margen para discrepar. “Los que no están con nosotros están contra nosotros”, decía el eslogan: o se pertenecía en cuerpo y alma al partido, o uno era considerado un traidor». Tiempo después, a la hora de las purgas, la caída de Rudolf Slánský (secretario general del partido comunista) arrastró la de Margolius y otros altos funcionarios gubernamentales, todos ellos utilizados como chivos expiatorios. El “proceso Slánský” se ciñó a un guión propagandístico de factura soviética; entre otros detalles característicos, la acusación hizo uso y abuso de los tópicos antisemitas (“cosmopolitismo”, “prosionismo”) puestos al día en la URSS desde 1947. Lo que pasó por “confesión” de Rudolf Margolius ilustra a la perfección el axioma de Rubashov, célebre protagonista de El cero y el infinito (A. Koestler): «Es necesario inculcar cada sentencia en las masas a fuerza de repetición y simplificación. Lo que se presenta como verdadero debe brillar como oro y lo falso debe ser tan negro como el alquitrán. Para el consumo de las masas, los procesos políticos deben estar pintarrajeados como cartelones de feria». Está claro que los juicios-espectáculo no eran sino una técnica de pedagogía ideológica orientada al embaucamiento de unas masas políticamente rudimentarias; las rusas lo eran, en mucho mayor medida que las checoslovacas. Lo imperdonable es que buena parte de las mentes cultivadas de Occidente se tragaran el bulo, en 1937 como en 1952. Era como para desesperar de los intelectuales y otros occidentales.

El testimonio de Heda Margolius Kovály depara una mirada a un arquetípico proceso de degradación social por obra del totalitarismo, con su infaltable supresión de los derechos y libertades personales, su cultura del fisgoneo y la delación, su instauración de un reino del miedo. «La mentira y el fingimiento se convirtieron en una forma de vida», dice Heda. A la larga, empero, el sofocamiento de la Primavera de Praga supondría menos la consolidación definitiva del régimen que el aplazamiento de su final: el verdadero rostro de la quimera comunista había sido expuesto. A propósito de 1968, expresa Heda: «Me daba cuenta de que ya se había producido un vuelco: el hechizo con el que los soviéticos habían cautivado a muchos de sus seguidores se había desvanecido definitivamente. Ya no habría más ilusiones ni engaños acerca de la naturaleza del Gran Hermano. El oscuro reinado de la ideología había llegado a su fin y, tal vez, de manera oblicua e impredecible, al fin y al cabo hubiera triunfado la verdad». Como el 1953 germano-oriental y el 1956 húngaro, Praga 1968 fue una demostración más de que el gran mito revolucionario solo podía subsistir por la fuerza de las armas y el sometimiento de los pueblos.

– Heda Margolius Kovály, Bajo una estrella cruel. Una vida en Praga (1941-1968). Libros del Acantilado, Barcelona, 2013. 276 pp.

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