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HOMBRES BUENOS – Arturo Pérez-Reverte

9788420403243Cuando en noviembre del año pasado supe que Arturo Pérez Reverte estaría en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara no tardé demasiado en decidir cuál de todos sus libros quería que me autografiara. A pesar de lo mucho que he disfrutado con la colección de Alatriste y de que considero “Un día de cólera” su mejor novela histórica elegí “El tango de la Guardia Vieja” por muchas pequeñas razones, aunque sólo una me bastaba, una mujer, Mecha Inzunza. En su momento escribí que sin ser una obra maestra y a pesar de su desastroso final —no sé qué manía tiene don Arturo con los finales desastrosos— me parecía una novela deliciosa, madura y muy bien construida. Una de esas historias que los verdaderos escritores cocinan a fuego lento en la cabeza durante años hasta que ellas mismas —las historias— saben que están listas y el escritor sólo tiene que sentarse delante de su máquina y dejarlas nacer. Así nació “Cien años de soledad”. Pero Pérez Reverte quedó a debernos. Como casi siempre. Publicó después una novelita innecesaria “El francotirador paciente” y se dedicó, por encargo de la Real Academia de la Lengua, a trabajar en una adaptación de “El Quijote” para el público menos atrevido a quien le asusta adentrarse en las no siempre sencillas  —pero siempre enriquecedoras— aventuras del ingenioso hidalgo de La Mancha. Y claro… esa intimidad con don Miguel de Cervantes y la casualidad de encontrarse en la biblioteca de la RAE con los 28 tomos originales de la Enciclopedia de D’Alembert y Diderot que cimentaron y expandieron las ideas ilustradas que hundieron el Antiguo Régimen,  dieron como producto la más cervantina de las novelas de Pérez Reverte y —¿por qué no atreverse a decirlo?— para mí, su mejor novela. 

Tenía todos los ingredientes en las manos: una historia de aventuras sobre dos académicos de la RAE que, a finales del siglo XVIII emprenden un viaje a la Francia de Luis XVI en busca de los originales de la enciclopedia que estaba revolucionando el mundo de las ideas; una historia de amistad entre dos hombres buenos que desde pensamientos distintos —un marino ilustrado y un bibliotecario conservador— encuentran en la conversación sana y respetuosa el modo correcto de construir una España diferente; una historia de ideas en la que el autor pone en boca de sus personajes —la mayoría de los diálogos son magistrales— los temas que pueblan su cabeza y a los que nos tiene acostumbrados en sus artículos semanales; una historia de construcción literaria: porque para agilizar la novela a Pérez Reverte se le ocurre intercalar capítulos en los que le cuenta al lector el modo en el que el escritor construye la novela. Y para los que tenemos vocación de escribir, o por lo menos, las ganas de hacerlo; que un escritor te regale sus claves sobre el modo en el que escribe una novela no tiene precio. Las conversaciones con expertos en la época elegida, su búsqueda inagotable de libros y mapas para la construcción del ambiente perfecto, sus viajes y pensamientos para encontrar el detalle preciso y el giro literario más adecuado. Todo está en la novela. Una novela que tuve que obligarme a leer despacio y con pausas para no devorarla en una noche y pudiera durarme, por lo menos, una semana.

Y así, durante toda esa semana, cada vez que abría la novela viajaba a través del tiempo al Madrid y el París de finales del siglo XVIII. Porque pocos autores tienen esa capacidad que tiene don Arturo de armar un escenario ideal, en el que no sobra ni falta nada, para que sus personajes se muevan sobre él con absoluta seguridad. Quizá se le puede criticar que sea demasiado cinematográfico o, en este caso, demasiado teatral, pero eso también forma parte de una novela que tiene como referentes no sólo a Rousseau, a Voltaire o a Choderlos de Laclos, sino también a Moratinos, a Cadalso y, como dije antes, al mismísimo Cervantes. También aprovecha, don Arturo, para poner a los franceses de la época —y a algún historiador actual también— en su lugar mostrándole al mundo sus miserias y por contraparte demostrando que en España tampoco todo era tan malo y oscuro. Vamos que ni los franceses brillaban sin mancha ni los españoles carecían de virtudes. Algo que se agradece sin entrar en patrioterismos de pandereta. Eso sí, eché en falta un erotismo un poco más subido de tono en la escena con el personaje femenino —infaltable en una novela de Pérez Reverte—: madame Dancenis. Una escena que estaría perfectamente justificada como homenaje a otro de los personajes del dieciocho francés: el marqués de Sade. Pero quizá eso ya son perversiones privadas. Y en el capítulo final ya se me andaba desbarrancando otra vez —estuvo cerca, muy cerca de la trituradora de papel— pero cierra con un final digno y elegante; a la altura de su personaje alter-ego: el almirante Pedro Zárate. Sin esa costumbre tan suya de publicar una novela cada dos años; si hubiera dejado que, como la novela del tango, se cociera un poco más a fuego lento, estoy seguro de que su mejor novela hasta la fecha hubiera pasado a la historia como una obra maestra. Pero dicen los que saben que el “hubiera” no existe y nos queda una gran novela como homenaje a todos los personajes anónimos, a todos esos hombres buenos, que han luchado y luchan por una España diferente.

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