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HIROSHIMA – John Hersey

9788483468548A principios de agosto de 1945 sólo Hiroshima y Kyoto, entre las ciudades importantes del Japón, se habían librado de sufrir el ataque de los B-29, los bombarderos de largo alcance con que los estadounidenses procuraban poner de rodillas a su terco enemigo. Por lo mismo, los habitantes de ambas ciudades solían atisbar nerviosamente los cielos, a la espera de lo que suponían era su fatídico destino: la aparición de oleadas incontenibles de aquellos enormes aparatos que estaban llevando la devastación al país (sin hacer mella, empero, en la determinación de las autoridades de proseguir una guerra irremediablemente perdida). A falta del temido avistamiento, la sirena anunciaría sin duda la llegada del instante fatal. Sin embargo, éste se produjo de un modo abrupto, totalmente inesperado, con la alarma de bombardeo y los cielos en estado silente. En vez de las decenas o centenas esperadas y el rugido multiplicado de sus motores, un solitario B-29 consumó el ataque a Hiroshima, y en lugar de una serie de estallidos, lo que varios de los supervivientes testimoniaron como indicio primero de la calamidad fue un resplandor silencioso, seguido de una onda expansiva que los aventaba por los aires, a ellos y a un huracán de objetos destrozados que los herían por doquier. Todo era en realidad tan extraño, empezando por el mutismo de la sirena, que no podían estar seguros los supervivientes de la naturaleza de lo acontecido. Debía por fuerza tratarse de un bombardeo perpetrado por los estadounidenses, pero ¿de qué tipo? ¿Qué insólito artificio de invención humana era capaz de desatar tamaña fuerza destructiva? Claro está que el pasmo inicial sería rápidamente superado por el sufrimiento, en grados muy diversos, pero no por momentáneo dejaba de ser real. También el mundo se vería afectado por el estupor, conforme se difundía la noticia de que los estadounidenses habían inventado un arma que asolaba ciudades enteras. Lo que ponía fin a la más terrible guerra que hubiese padecido la humanidad aparecía a la vez como la inauguración de una nueva era, la Era Nuclear. ¿Vaticinaba Hiroshima –y Nagasaki, cabe añadir- una época de inéditos horrores? 

Como fuere, la hecatombe de Hiroshima adolecía a ojos del público de cierta vaguedad, meses después de ocurrido, hasta que la prestigiosa revista The New Yorker publicó en su edición del 31 de agosto de 1946 un extenso reportaje sobre las consecuencias del bombardeo de la ciudad; como nunca antes había sucedido y no ha vuelto a suceder desde entonces, el artículo abarcaba la casi totalidad de la edición. Su autor era el periodista John Hersey (1914-1993), hijo de misioneros protestantes nacido y criado primeramente en China, quien durante el pasado conflicto se había desempeñado como corresponsal de guerra en diversos escenarios, tanto europeos como asiáticos. El número de la revista se vendió en poquísimas horas, tanta era la avidez del público estadounidense por dimensionar un ataque nuclear y conferir un perfil concreto a sus secuelas. El reportaje, un documento testimonial que recoge la mirada de seis supervivientes de la catástrofe, fue prontamente publicado en forma de libro, constituyéndose en un superventas reeditado con frecuencia y traducido a multitud de idiomas. Hersey le añadió en 1985 un nuevo capítulo, fruto de una segunda investigación en terreno. Concebido a la manera de un largo epílogo, dicho capítulo resume la vida posterior de los seis protagonistas, seis trayectorias vitales radicalmente alteradas a partir del 6 de agosto de 1945. A setenta años de la calamidad, este clásico del periodismo vuelve a las librerías del mundo hispanoparlante, ahora bajo el sello Debate.

Estos son los “seis de Hiroshima” inmortalizados por Hersey: Toshiko Sasaki, contable de profesión y empleada administrativa de una fábrica de estaño (en 1954 ingresó a un convento de monjas francesas, convirtiéndose tres años después en la hermana Dominique Sasaki); Masazaku Fujii, médico que, según costumbre japonesa, era propietario y regente de un diminuto hospital privado (hombre dado a los placeres sibaríticos, salvó ileso del bombardeo y en la posguerra se hizo fama de playboy y amante del béisbol); Hatsuyo Nakamura, viuda de un sastre que sostenía a duras penas a su familia merced a su máquina de coser (imbuida del más acendrado pudor japonés, procuró no hacer de sus sufrimientos un mal público, manteniéndose alejada de la agitación antinuclear); Wilhelm Kleinsorge, sacerdote jesuita alemán, el que años más tarde adquirió la nacionalidad japonesa y un nuevo nombre: padre Makoto Takakura (su salud se resintió notoriamente a raíz del bombardeo, lo que no le impidió consagrar su vida al auxilio de los demás); Terufumi Sasaki, joven doctor en 1945, trató siempre de alejar de sí el recuerdo del funesto día; finalmente, el pastor metodista Kiyoshi Tanimoto, que en las décadas siguientes hizo carrera del activismo pacifista y antinuclear (la causa del federalismo mundial lo llevó varias veces de gira por los Estados Unidos). Obviamente, todos ellos estaban lejos del punto sobre el que la bomba llamada “Little Boy” hizo explosión: para su fortuna, Hiroshima, aunque en 1945 no superaba los trescientos mil habitantes, era una ciudad que se emplazaba sobre una amplia superficie geográfica dividida por ríos. Los japoneses se referían a ellos –y a todos los supervivientes de Hiroshima y Nagasaki- con el término “hibakusha”, que significa “personas afectadas por una explosión”. El apelativo de “supervivientes”, explica el autor, implicaba concentrarse demasiado en el hecho de estar con vida, lo que podía sugerir una ofensa a los sagrados muertos.

En un estilo llano y directo, desprovisto de florituras, Hersey exhibe el drama supremo de una ciudad arrasada y unas gentes expuestas a todo tipo de padecimientos, algunos de los cuales –bien lo sabemos- exigirían nuevos e ingentes esfuerzos a la medicina. El todo resulta estremecedor, y para conseguir este efecto el autor no ha tenido necesidad de recargar las tintas, bastándole con reproducir casi con frialdad lo visto y experimentado por los seis supervivientes en un lapso cercano a un año (en la versión original). Es Hiroshima al desnudo, ni más ni menos: un sinónimo del horror. El reportaje se beneficia además de su estructura narrativa, la que entrelaza a lo largo de cuatro capítulos el punto de vista de los testigos escogidos; según explicó en una entrevista posterior, Hersey tuvo como modelo para este formato la novela El puente de San Luis Rey, de Thorton Wilder (publicada por vez primera en 1927). Por supuesto, no está en la índole de este breve libro el proporcionar una recapitulación histórica del lanzamiento de la bomba ni un escrutinio de los méritos o deméritos de la política subyacente. Crónica de uno de los episodios más espantosos de un siglo cuajado de atrocidades, Hiroshima de John Hersey es ante todo una advertencia mayúscula de la Historia.

– John Hersey, Hiroshima. Debate, Barcelona, 2015. 192 pp.

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