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LA TUMBA DE LAS LUCIÉRNAGAS – Akiyuki Nosaka

9788496489868«¿Por qué las luciérnagas mueren tan rápido?».

Por mucho que se obstinen los belicistas, la guerra es, junto con el hambre, la muerte y la peste, uno más de los jinetes de la Apocalipsis que azotan sin piedad a la humanidad. No existe la guerra buena, pues todas son malas; no existen sables plateados a la luz del sol, ni cargas heroicas en un campo de trigo inmaculado. Todo es sangre, dolor y pérdida. Y lo peor de todo ello es que quien más sufre en un conflicto bélico es, curiosamente, la población civil, aquella que está pasando necesidades en la retaguardia para que anónimos soldados aborregados acaben con el enemigo en el frente. Se les llaman «daños colaterales», pero hay que saber que detrás de la sinrazón de algún general o dictador siempre existe, en alguna ciudad o pueblo destruido,  una historia triste que contar. Ahora, en estos momentos en los que escribo esta sencilla reseña, podemos ver esta situación en los miles de refugiados de Oriente Próximo y África que buscan sobrevivir en una Europa que les cierra las puertas y cuenta de forma cicatera cuántos pueden entrar y cuántos se quedan fuera a esperar  la muerte. Se dice que es la mayor crisis migratoria desde la Segunda Guerra Mundial, y es cierto pues entonces fueron muchos los civiles que fueron exterminados en distintas partes del globo. Mi propósito, mi pequeña contribución para ejemplificar el por qué todas las guerras son el fracaso del diálogo, se centra en traerles un pequeño libro de Akiyuki Nosaka titulado La tumba de las luciérnagas (o Hotaru no Haka, 1967), que nos habla de una de aquellas desgracias ocurridas en una época en que el dorado de una bala, y el invisible gas Ziklon casi acaban con toda la humanidad. 

Descubrí esta novela a raíz de haber visionado en 2003 la película homónima de Isao Takahata, la cual narraba la triste historia de un par de hermanos que mueren de inanición y enfermedad en Japón al acabar la Segunda Guerra Mundial. Reconozco que es de los pocos filmes que me han arrancado una lágrima, debido a la sensibilidad y dureza con que está narrada. Pues bien, tiempo después encontré la novela de Nosaka en la biblioteca y sin pensármelo dos veces me la leí en dos tardes. ¡Seguía siendo excelente! Posteriormente, indagando en ella encontré una pequeña nota en la que aseguraba que esta narración era casi una plasmación autobiográfica de los hechos ocurridos al autor cuando era joven. Así pues, paso a narrarles el argumento de esta novela para que de esta manera comprueben lo conmovedora que es. Hemos de situarnos a finales del año 1945. La guerra está a punto de acabar en Europa, pero Japón, a pesar de saber que va a ser derrotada, sigue luchando desesperadamente en cada isla en la que un soldado americano pone su bota. El coste de vidas para el gobierno americano es insostenible y deciden que la única manera de que termine la guerra es aniquilar de un plumazo toda resistencia. Para ello se utilizará en unos meses un arma terrorífica que no se había utilizado hasta ese momento: la bomba atómica. Pero hasta que llegue ese momento el general americano Curtis LeMay de la Fuerza Aérea Estratégica de Estados Unidos (USAF), comienza una serie de bombardeos sobre el Imperio del Sol Naciente con la intención de amedrentar a la población a la vez que destruir las principales infraestructuras del país. En aquellos raids de la muerte los B29s estadounidenses no solo arrojarían miles de toneladas de bombas sobre la gente sino que junto a ellas se adobaría buena cantidad de napalm, bombas incendiarias, líquido inflamable y fosforo. El resultado de todo aquello es que no solo las bombas mataban sino que a los bomberos y voluntarios japoneses les era totalmente imposible acabar con el fuego dejando muchas veces por imposible acercarse a alguna casa o barrio residencial en el que alguna persona se estuviera abrasando viva. Las secuelas de todo ello fue horrible: más de 60 ciudades fueron devastadas;  murieron alrededor de 500,000 civiles, y otros 400,000 sufrieron heridas graves que les dejaron deformidades de por vida. Solo en Tokio murieron en seis horas 100,000 personas y 260,000 edificios fueron incinerados. ¡Increíble!

Una de aquellas ciudades que quedaron arrasadas fue Kobe, situada en la isla de Honshu, la más grande Japón. En uno de esos bombardeos incendiarios dos hermanos, Seita y Setsuko, pierden a su madre y se ven obligados a vagabundear por los campos para poder sobrevivir al igual que otras personas en aquella destrucción, convirtiéndose los milenarios campos de Japón en auténticas marchas de la muerte. Acaban siendo acogidos por unos familiares, pero cuando se dan cuenta de que abusan de ellos por su condición de refugiados, optan por refugiarse en una cueva. Seita se convierte desde el principio en el ángel de la guardia de su hermana, y la protege de cualquier adversidad que haya, provenga tanto del ser humano como del ambiente en el que se mueven. Lucha con todas sus fuerzas por darle de comer aunque tenga que quitárselo de su propia boca, pero desgraciadamente no puede impedir que éste muera de inanición. Tiempo después él tomara el mismo camino y morirá igualmente recostado en una pared de una estación de ferrocarril frente a la mirada indiferente de algunas personas. En los ojos vidriosos del moribundo solo se llega a poder contemplar el brillo de aquellas luciérnagas que cazaba para su hermano con la intención de alejar sus miedos nocturnos en aquella oscura cueva mortuoria. Como podrán observar la historia es desgarradora, pero entre tanto horror el autor imprime una poesía y una delicadeza que la hace única al lector. Creo que el relato es tan especial debido a que el propio  Akiyuki Nosaka es quien destila de manera brillante pequeñas gotas autobiográficas al relato. Parece ser que el propio autor fue uno de aquellos niños que vivieron aquellos bombardeos inmisericordes e igualmente tuvo que recorrer caminos parecidos a los de los protagonistas de La tumba de las luciérnagas. Perdió a su madre adoptiva y de la misma manera vio como su hermanita murió de hambre en una ciudad devastada por ríos de fuego. Nuevamente comprobamos como la literatura, muchas veces, es hija de su tiempo.

A través de las páginas de esta novela el lector podrá observar cómo fue aquel último año de la guerra, los dolores y sufrimiento de los civiles hostigados por cielos preñados de B29s, y cómo la sociedad japonesa se comportó en aquellos días tan difíciles. Una novela inolvidable, con una prosa exquisita y emotiva que no dejará indiferente al lector, pero que a la vez no admite sensibleros ni pusilánimes debido a que es directa, dura y muchas veces te retuerce las tripas y la conciencia al contemplar la triste odisea de dos hermanitos que lucharon por sobrevivir en un mundo que se había vuelto loco.

Al finalizar esta breve reseña, como breve es la novela, no nos hemos de olvidar tampoco que, en la edición de Acantilado, la editorial ha incluido otra novela, ambas premiadas con el afamado Premio Naoki de Literatura japonesa. Se trata de Las Algas Americanas (1968) en la cual un anfitrión ha de agasajar a un matrimonio jubilado americano que decide pasar una temporada en Japón. Esta novela es distinta a la anterior, pues mientras que la anterior, La tumba de las luciérnagas, trata sobre los desastres de la guerra y el hambre, es decir sobre las consecuencias directas e inmediatas de los conflictos armados, esta segunda es casi una anécdota, un ejemplo de las consecuencias a largo plazo de las guerras. En ella podemos ver a un hombre que debido a un sentimiento de culpabilidad se siente muchas veces como un siervo pululando alrededor de sus invitados americanos.  La entrada del mundo occidental en su vida es el motor de esta narración que traerá de nuevo a la mente del protagonista las antiguas desgracias acaecidas al terminar la Segunda Guerra Mundial.

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