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EL JUICIO DE SÓCRATES – I. F. Stone

1 EL JUICIO DE SÓCRATES, por I. F. STONE (1)“Sócrates, creo que te gusta demasiado hablar mal de la gente. Si quieres mi consejo, te diré que tengas cuidado; en la mayoría de las ciudades es más fácil hacer el mal a la gente que el bien, y particularmente en esta”. Menón, 94E

Leí este libro hace más de dos décadas y no me gustó nada. He querido darle ahora una nueva oportunidad, o dármela a mí, por si el paso del tiempo me hubiera hecho cambiar de opinión, o por si con veintitantos años menos no fui capaz de entenderlo como merecía. Pero no: me reafirmo, con más fuerza si cabe, en aquella primera impresión. Concedámosle al menos el mérito de ser capaz de mostrar cómo la observación de los mismos hechos, las mismas fuentes y los mismos personajes históricos, puede dar lugar a afirmaciones y valoraciones absolutamente opuestas.

No es esta una reseña propiamente dicha, sino si acaso un comentario a lo que se afirma en el libro. Mientras lo leía fui tomando notas, y las he redactado y adecentado de manera que sean inteligibles para quien quiera leer esto, sin embargo el texto aún sigue teniendo la apariencia de haber sido escrito “a borbotones”. En cierto modo ha sido así, pero no creo que eso sea, después de todo, un defecto grave. 

Isidor Feinstein Stone tuvo una dilatada carrera como periodista en Estados Unidos. Escribió libros sobre temas tan dispares como Israel o la guerra de Corea. Siendo ya octogenario, se interesó por la filosofía, disciplina que ya le había llamado la atención en su juventud, y en particular por los griegos antiguos. Estudió el suficiente griego como para ser capaz de enfrentarse con la lengua de los antiguos, y se puso a leer los textos clásicos. Y se planteó buscar respuesta a una pregunta muy concreta: ¿cómo pudo ser que en la antigua Atenas, ciudad donde nació la democracia, patria de la libertad de pensamiento, se celebrara un juicio para condenar al filósofo Sócrates? Y de esa preocupación nació este libro, que vio la luz en 1988, hace cerca de treinta años.

La respuesta a esa pregunta aparece ya en las primeras páginas, es decir: el libro no es un proceso indagador en el que el lector acompañe al autor en su investigación, sino que todos los datos, todos los hechos, textos, análisis y deducciones, se muestran como confirmación a posteriori de la conclusión final que se muestra ya en el inicio, y que por ello despide un aroma apriorístico muy sospechoso. Su tesis, de la que parte y con la que cierra el libro, es que Sócrates era antidemócrata y ridiculizaba a las clases pobres casi se diría que por simple gusto. Todo aquello de lo que habla en su libro Stone lo reconduce y lo amolda a ese juicio (y estoy por llamarlo prejuicio más que juicio). Sin querer parecer presuntuoso ni mucho menos, me ha parecido que en la obra el autor emplea mucha brocha gorda en todo lo que dice, tanto en las cuestiones filosóficas como en las históricas. Hay mucha recurrencia a diccionarios, enciclopedias y obras genéricas, y poca a trabajos más concretos y especializados. El libro parece una anacrónica y descontextualizada defensa de los valores norteamericanos: democracia, libertad de expresión, anticomunismo… Incluso aparecen de cuando en cuando comparaciones con el Comité de Actividades Antiamericanas, con la China Comunista, con regímenes totalitarios, con la KGB…

Para empezar, Stone se centra en la afirmación socrático-platónica de que han de gobernar “los que saben”, no la masa ignorante. Y hace la identificación siguiente: gobierno de los que saben = gobierno monárquico. O lo que es lo mismo: Sócrates es monárquico. También es antidemócrata, se burla continuamente del sistema democrático y pone en ridículo a los pobres ciudadanos atenienses preguntándoles cosas absurdas que ni el mismo Kant ha sido capaz de dilucidar; y resulta además que, con frecuencia, es el propio Sócrates quien se pone en ridículo a sí mismo con sus argumentos. Sócrates no solo rechaza la democracia sino que también desprecia a los demócratas. La virtud no puede enseñarse, dice Sócrates; esto es una idea antidemócrata, es como decir que el pueblo llano no es virtuoso y por tanto no ha de gobernar. Es más: Sócrates ensalza los regímenes totalitarios y absolutistas, como los de Esparta y Creta. Sócrates es, en definitiva, un enemigo declarado de la democracia ateniense. Es incluso enemigo de la justicia y de la vida en comunidad: cuando afirma que “nadie hace el mal voluntariamente” está haciendo saltar por los aires cualquier sistema de justicia civil.

En cuestiones filosóficas, cuando Stone trata de la teoría de las ideas de Platón se le nota que no tiene ni idea de lo que está hablando y la presenta como una estupidez. Cuando habla de la búsqueda de definiciones de Sócrates, que es el quid y la razón de ser del método mayéutico, tampoco es capaz de entender nada y convierte ese método en el particular modo que tiene Sócrates de reírse en la cara de los atenienses. Culpa a Sócrates de utilizar una dialéctica negativa (y es cierto), de producir un intercambio de preguntas y respuestas en el que él nunca propone nada y sin embargo destruye sistemáticamente lo que dice su interlocutor. Y aquí se queda Stone, satisfecho pero no habiendo rascado más que la superficie del método socrático. Porque cuando Stone se enfrenta algo más a fondo con alguna cuestión filosófica, la esquiva y dice algo así como: “dejemos que sean los filósofos los que se dediquen a ello”.

Stone protesta enérgicamente y censura a Sócrates, a Platón y a Aristóteles porque aceptan el esclavismo sin más. Carga a Sócrates con los “pecados” de sus discípulos, no solo con los de Platón (la censura a los poetas que aparece en la República por ejemplo) sino también con los de Critias (principal dirigente de los Treinta Tiranos) y Alcibíades (que se pasó a los espartanos y defendió el bando oligárquico, entre otras cosas).

Dice Stone que Sócrates se abstuvo completamente (y por ello le reprende con energía una y otra vez) de intervenir en la política ateniense, de la que se desentiende y a la que desprecia. Y de los dos únicos episodios que recogen las fuentes en los que Sócrates se vio obligado a participar, Stone dice lo siguiente:

  • El juicio de las Arginusas (hechos: los generales atenienses victoriosos de la batalla de las Arginusas del 411 a.C. son juzgados por no haber rescatado a los soldados que se ahogaron en el mar; el juicio es ilegal porque se hace conjuntamente y no de manera individual, y Sócrates es el único que se opone): es la única actuación valerosa de Sócrates en pro de la justicia y del buen gobierno de la ciudad.
  • León de Salamina (hechos: el gobierno tiránico de los Treinta encarga a Sócrates que vaya con los guardias y aprese, de manera injusta y abusiva, a León de Salamina para ejecutarle y requisar sus bienes. Sócrates se desentiende y se va a su casa): Stone acusa a Sócrates de no haber hecho algo más, de no oponerse al arresto, de no intervenir. En fin, le acusa de lo mismo que podría acusar a cualquier otro ciudadano ateniense.

Aún habla Stone de otros dos sucesos famosos en la corta historia de la democracia ateniense, y el papel (o no papel, mejor dicho) que desempeñó Sócrates en ellos:

  • La revuelta de Mitilene (hechos: en los inicios de la guerra del Peloponeso, la Asamblea ateniense decide enviar un barco a Mitilene para masacrar a la población por haberse rebelado contra Atenas. Mitilene ya se había rendido pero el ateniense Cleón quería un castigo ejemplar y convenció de ello a la Asamblea. Al día siguiente de tomar esa decisión, un ateniense llamado Diodoto toma la palabra en la Asamblea y la convence para que cambie de opinión. La Asamblea, voluble, accede y el perdón llega a Mitilene por los pelos). Stone dice, en una valoración absolutamente desconcertante, que el suceso de Mitilene es el triunfo de la democracia, a la que Sócrates desprecia. Se pregunta Stone dónde estaba Sócrates en esos momentos en que sus palabras podrían haber ayudado. “El ejemplo que dio Diodoto hace que se sienta vergüenza por Sócrates”, afirma.
  • El castigo a Melos (hechos: a mitad de la guerra del Peloponeso, la pequeña isla de Melos quiere permanecer neutral pero Atenas la quiere a su lado, bajo amenaza de destruirla. Su único argumento es el uso de la fuerza. Melos persiste en su convicción de neutralidad y Atenas masacra la isla): Stone, de nuevo de manera incomprensible, acusa a Sócrates de no haber aparecido para hacerse oír, lo cual es una prueba inequívoca de su carácter antidemocrático.

Más pruebas de que Sócrates despreciaba la democracia: durante los breves períodos de oligarquía en Atenas (cuatro meses en el 411 a.C. y ocho meses en el 404 a.C.) muchos demócratas abandonaron Atenas. Sócrates no lo hizo, ni intervino contra esos regímenes ni apareció de ninguna manera. Stone le critica por no oponerse al régimen de los Treinta, ni antes al de los Cuatrocientos. Añade que eso le penalizó en el juicio que le condenó a muerte.

Se atreve Stone a hacer algo más que picotear lo que le interesa de los diálogos platónicos, y trata de analizar algo más a fondo lo que en ellos se discute. En el Eutifrón (argumento: Sócrates se encuentra con su amigo Eutifrón, quien va a poner una denuncia contra su propio padre porque ha dejado morir a un criado, al cual previamente había apaleado, atado y abandonado a la intemperie), y como si fuera una situación real vivida por Sócrates y no un diálogo creado por la mente de Platón, Stone ataca a Sócrates por no mostrar compasión por el muerto, cosa que sí hace Eutifrón, ni por el dilema moral de Eutifrón, que va a denunciar a su padre, sino que solo se preocupa por absurdas discusiones sobre el concepto de piedad. Es más: según Stone, Sócrates no se preocupa por el muerto porque es un simple criado perteneciente a la clase más baja de la sociedad, los thetes.

También se atreve con la República, diálogo en el que aparecen los puntos más delicados y controvertidos de la teoría política de Platón. Aquí no hay nada que decir, salvo quizá que Sócrates no es más que un instrumento del pensamiento de Platón.

En el último tercio del libro Stone se muestra menos agresivo y más condescendiente, y expone lo que debería haber hecho y dicho Sócrates para salvar la vida en el juicio que le condenó. Hunde al filósofo en la miseria por la forma que tuvo de llevar su defensa frente al tribunal, le acusa de vanidoso y presumido por mencionar lo que el dios Apolo de Delfos dijo de él (que no había hombre más sabio en toda Grecia). Obviamente, para salvarse Sócrates tendría que haber cantado loas a la democracia y a la libertad de palabra. Al hilo de esto, dice Stone que Platón menciona una sola vez, en todos sus escritos, la libertad de palabra (parresia), como si le resultase odioso el concepto. Es decir: Stone se desentiende de la acusación (corromper a la juventud, cuestionar los dioses de la ciudad e introducir dioses nuevos) y se centra en lo que, según él, era el auténtico fondo de la cuestión: que Sócrates estaba sentado ante el tribunal por despreciar la democracia.

Rechaza Stone también la idea de que en Atenas hubiera en aquel tiempo una “caza de brujas”, probablemente porque esta supondría una mancha en su inmaculada imagen de la Atenas democrática. Duda de la existencia del decreto de Diopites, que permitía acusar de impío a quien enseñara cosas nuevas sobre los cuerpos celestes: sencillamente no cree las fuentes que lo mencionan, duda de la autenticidad del decreto y le parece una “incongruencia” la noticia de que Protágoras fuera expulsado de Atenas cuando leyó en público su libro y dudó de los dioses. Las fuentes que recogen la expulsión del sofista son llamadas “tonterías sobre Protágoras en Cicerón, Plutarco y Diógenes Laercio”. Para montar en este caballo de batalla, sin embargo, se apoya en un autor de reputación de principios del siglo XX, John Burnet, quien tampoco creía en la veracidad de la expulsión.

Y tampoco se cree Stone que hubiera un proceso contra Anaxágoras: para Stone el asunto es tan fácil como negar tal cual lo que dice al respecto Diodoro de Sicilia, que menciona dicho proceso, por la espeluznante razón de que Cicerón, que es de la misma época de Diodoro, no lo nombra. Plutarco también se hace eco del juicio a Anaxágoras, y Stone también lo rechaza sin ambages.

En resumen: Stone se desentiende de las miserias de la democracia en general y de la ateniense en particular (por decir algo básico: poco democrático parece un sistema en el que solo puede participar el 10% de la población), la ensalza y enarbola la bandera de la libertad de expresión. Parece que no presta atención (y cuando lo hace recurre a excusas para persistir en sus convicciones) a la realidad histórica, política y social del último tercio del siglo V a.C. en Atenas, y convierte la ciudad en un paraíso democrático sin más mácula que Sócrates. Y el ateniense, cuyas preferencias políticas, que se pueden tratar de inferir de sus disquisiciones filosóficas, eran ciertamente más oligárquicas que democráticas (como las de buena parte de la población ateniense e incluso griega), se convierte en el muñeco de paja de Stone. Sócrates ridiculizaba a sus conciudadanos, despreciaba la democracia, no le interesaba la libertad de expresión, se abstenía de participar en política… ¿Qué más pruebas se necesitan?

En el momento de su publicación, el libro suscitó una dura polémica entre los partidarios de la visión que expone Stone y los que lo acusaron, por decirlo suavemente, de poco riguroso. En nuestro país dicha polémica dio lugar a artículos a favor y en contra, de figuras como Agustín García Calvo, Gabriel Jackson o Fernando Savater.

 

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