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LOS HERMANOS OPPERMANN – Lion Feuchtwanger

9788441435278Con frecuencia asimilados, amorosamente identificados con lo alemán y tan embebidos de orgullo patrio como sus compatriotas, los mal llamados “arios”; distantes en lo emocional, lo social y lo cultural de sus correligionarios los judíos del este; escépticos ante la posibilidad de que la civilizada Alemania incurriese en actos de barbarie como los pogromos, tan propios de la atrasada Rusia; habituados, por otra parte, a los arrebatos de agitación antisemita, que consideraban una fatalidad de ocurrencia cíclica, sí, pero esporádica y fugaz: incluso en la proliferación de señales de lo que estaba por suceder, a comienzos de los años treinta, la mayoría de los judíos alemanes se creían a salvo de la terrible amenaza que se cifraba en el ascenso de los nazis, de cuyo arraigado antisemitismo no cabía dudar (ni siquiera porque su líder, hábil táctico además de ideólogo, hubiese morigerado su verborrea judeófoba). El sionismo solía parecerles una idea estrambótica; ¿qué podía ofrecer la perspectiva de un estado hebreo en el desierto palestino, comparada con la pertenencia a un país como Alemania?; ¿qué más representativo del sentir de la mayor parte de los judeo-alemanes que la frase del archiasimilado Walther Rathenau: “Que sean otros los que se vayan a fundar un reino en Asia; Palestina no nos atrae para nada”? Ni siquiera el fatídico 30 de enero de 1933, cuando Hitler accedió a la Cancillería, les hizo vacilar en su subestimación del peligro; después de todo, los nazis no monopolizaban el gobierno (bien que se tardarían poco en hacerlo), y la común opinión era que los conservadores sabrían domeñarlos y manipularlos sin dificultad. En verdad, no era una bicoca el considerar seriamente una alternativa tan radical como la emigración, esto es, el autoexilio, que supone enajenarse la tierra firme que se ha pisado toda la vida, arrojándose a las simas de lo extraño y a la bruma de la inseguridad. ¡Someterse por cuenta propia a los rigores materiales y espirituales del desarraigo! Se dice fácil, hacerlo es otra cosa. Negarse a la cruda realidad o abandonarse al fatalismo eran opciones más llevaderas; además, lo que hubiere de ocurrir no resultaría peor que los estallidos de judeofobia del pretérito: la historia de los judíos europeos era una genuina escuela de resignación… Judíos o no judíos, pocos como Lion Feuchtwanger, por entonces una de las figuras más prestigiosas de las letras germanas, podían preciarse de haber sondeado y expuesto la profundidad del mal hitleriano, finalizado 1933. Su novela Los hermanos Oppermann, publicada el mismo año, es una prueba cabal de su capacidad de observación y de su compromiso con la verdad. 

Los que dan título a la obra son cuatro hermanos, tres varones y una mujer, judíos perfectamente germanizados y pertenecientes a la alta burguesía berlinesa. Pero es uno de ellos el que asume el protagonismo: se trata de Gustav Oppermann, que en noviembre de 1932 cumple cincuenta años y puede considerarse en la plenitud de la vida. Nominalmente es director general de una boyante empresa, Muebles Oppermann, conocida en toda Alemania, pero su verdadero trabajo –el que acapara su tiempo y el que proporciona sentido a su existencia- es de índole intelectual. Ha publicado estudios referidos a la literatura del siglo XVIII y se halla embarcado en una biografía de Lessing; además, tiene algo de mecenas, pues un poeta y un erudito deben el impulso de sus carreras a su solícita protección. Es un hombre de mundo, y su amor por las letras no le impide apreciar los placeres sensuales, afortunado como ha sido y sigue siendo en su relación con el sexo femenino. Los hermanos de Gustav disfrutan también del éxito. Martin es el responsable efectivo de la empresa familiar, Edgar es un médico de reputación internacional y Klara es la esposa de un avisado hombre de negocios, judío oriental que en previsión de posibles desgracias ha adquirido la ciudadanía estadounidense. Las relaciones sociales de la familia componen un círculo de gentes prósperas, no todas ellas de origen judío. De hecho, la novela, aunque provista de un protagonista bien definido, constituye un cuadro social bastante amplio en que se multiplican –ponderadamente- los personajes, individuos de muy distinta condición y diversa suerte: en esta variedad despliega Feuchtwanger sus artes representativas, condensando un instante histórico de tremendo dramatismo y ominosas consecuencias.

Cabe destacar entre los personajes secundarios al adolescente Berthold Oppermann, hijo de Martin, y a Markus Wolfson, veterano empleado de Muebles Oppermann. Berthold es un inteligente y aplicado estudiante, aficionado a la literatura y la historia. En el año de su graduación de la secundaria, sufre el acoso de un profesor recién llegado al instituto, un tal Vogelsang, seguidor incondicional de Hitler y antisemita furibundo. Este sujeto aspira a depurar el establecimiento (el sistema educacional, idealmente) del “eterno elemento disgregador”, los judíos, propósito en que se siente confirmado por la presencia de Berthold, que inopinadamente ha llegado a la tesitura de desafiar al profesor. Por su parte, Wolfson, otro judío, es un vendedor de destreza reconocida por sus jefes, pero soporta la desgracia de tener por vecino a un “camisa parda” al que no le van las sutilezas. La arquitectura novelística es impecable. Feuchtwanger erige un armazón narrativo compuesto de distintas esferas sociales y de circunstancias enteramente disímiles, todas las cuales confluyen en el objetivo de ilustrar una atmósfera social enrarecida y preñada de malos augurios para los judíos, quienes se ven enfrentados a una escalada de calamidades desde el momento en que Hitler se enquista en el poder. Las desgracias padecidas por Berthold y por Markus Wolfson son apenas una muestra de las que hubieron de enfrentar los judíos alemanes, aquel aciago año de 1933 –solo el anticipo de horrores sin parangón.

Conforme expone el autor en su novela, la consolidación de la hegemonía nazi equivale a que la dignidad y el sentido de la decencia desciendan a cotas mínimas. Por miedo o por oportunismo, muchos alemanes rompen con sus compatriotas judíos, colegas, vecinos o amigos a quienes ayer dispensaban los mejores dones del decoro y la civilización. La competencia empresarial se torna más desleal que nunca, pues no pocos entre los industriales y comerciantes esgrimen en su propio provecho las consignas antijudías. Comienza, por demás, la progresiva “arianización” de la economía nacional, que en buenos términos significa despojar a los judíos de sus negocios. La segregación social, laboral y cultural progresará por etapas, de momento todavía pueden los judíos ilusionarse con una remisión de la oleada antisemita. ¿No ha ocurrido así siempre, según exhibe la historia? Con todo, ninguno de ellos, rico o pobre, deja de sentirse abocado a la opción de emigrar, por inalcanzable que fuere. La esposa de Markus Wolfson no deja de espolearlo en la dirección de la huida. Una joven y resuelta prima de Berthold, sionista precoz, hace de Palestina su nuevo hogar. Con el infortunio cerniéndose sobre la familia Oppermann, Gustav, cuya mundanidad corre pareja con su profunda alemanidad (el idioma alemán, por de pronto, acuna cálidamente su alma, siéndole de todo menos un artículo ornamental), decide hacer caso de las advertencias de sus allegados y emigra a Suiza. Aun así, no deja de considerar este paso como una medida provisional. La proximidad con su amada Alemania es una constante tentación a echar marcha atrás, y de esto resultará una fatalidad en que tendrán gran parte la ceguera y la imprudencia del personaje.

En definitiva, la novela de Feuchtwanger se alza como una ardiente denuncia de la incipiente barbarie nazi y como acusación de la complicidad en que incurrieron tantos de los conciudadanos del autor. Obra de equilibrada construcción, envolvente y cautivante por el pulso de su trama y por la importancia intrínseca de su trasfondo histórico, Los hermanos Oppermann mantiene todo el interés del día de su publicación original.

– Lion Feuchtwanger, Los hermanos Oppermann. EDAF, Madrid, 2015. 365 pp.

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