EL REINO DE HIERRO – Christopher Clark
“A la vacía trinidad francesa de igualdad, libertad y fraternidad oponemos los alemanes nuestras tres sólidas verdades: artillería, infantería y caballería”. Un libro sólido como el acero Krupp.
Prusia fue la última de las grandes naciones surgidas en el concierto europeo. Solo a partir de la Guerra de Sucesión Española comienza a destacar como un actor de importancia, que desde Federico el Grande se considera fundamental en el concierto europeo. En el juego de poder entre Francia e Inglaterra, Prusia es un aliado vital para operar en los campos de batalla europeos.
Y este libro va a narrarnos, de forma detallada, clara y fluida, la historia de este estado, su carácter y su evolución. Desde su problemático nacimiento, un poder territorial entre tantos otros del Sacro Imperio Romano de la Nación Germánica, hasta su gloria suprema en la galería de los espejos de Versalles y su doble caída en las dos guerras mundiales.
Lógicamente, la cronología del libro es engañosa. Desde 1870 la historia de Prusia se funde con la de Alemania, por lo que el grueso del libro abarca realmente solo hasta esa fecha decisiva, con Prusia cumpliendo su destino histórico (parafraseando a Bismarck).
La historia del reino corre pareja a la de sus reyes, y el autor establece una curiosa alternancia entre reyes “barrocos” y “militares”. Es decir entre figuras ligadas al belicismo, a la expansión militar (destacadamente Federico el Grande y el kaiser Guillermo I) y otros reyes más “barrocos”, civiles, pacíficos, ligados a las obras públicas y la paz interior. No en vano, entre el fin de las Guerras Napoleónicas y la Guerra Austro-Prusiana, se consideraba a Prusia una nación que había abdicado de su papel de potencia europea en favor de un dulce sueño de paz y aislamiento.
No poca importancia da el autor a la evolución del estado prusiano en base a principios de eficacia y burocracia, como una corriente liberal, progresista, muy ligada al poder de la corona, y combatida por los terratenientes del Este (nuestros famosos y caricaturizados junkers, que pueblan novelas y relatos, apropiándose de la esencia de los “prusiano”) ansiosos de mantener sus propias cuotas de independencia.
Prusia necesitó establecer su propio camino al éxito. Y ese camino iba necesariamente ligado a la conservación de la herencia real íntegra (algo que facilitó la casualidad más que la planificación) y a una cuidadosa elección de los aliados a los que apoyar en los grandes conflictos europeos (la neutralidad fue una política fallida durante la guerra de los 30 años). Hasta Federico II, Prusia es solo una pieza más en el tablero de los grandes. Pero a partir de ese momento, se convierte en la alternativa real a Austria para dominar el escenario alemán. Un escenario que Inglaterra necesita para asegurar Hannover, en el que Francia tiene que moverse forzosamente y que Rusia ambiciona desde el Este. Sin embargo, Prusia ha llegado para quedarse. Y en este momento, el XVIII, el autor intenta apartar a Federico el Grande de su leyenda, esa leyenda tan vinculada a una cierta imagen de Prusia que ya hemos comentado. Federico como un gran líder, pero también como un comandante con limitaciones, al que se ha sacralizado por un número limitado de victorias obtenidas en condiciones muy favorables.
Sus inmediatos sucesores tratarán de mantener esa política de “sagrado egoísmo”, pero sin unas dotes diplomáticas a la altura de Napoleón. En Jena, la catastrófica Jena, fallece la posibilidad de una política independiente prusiana, centrada en el norte de Alemania. Y es que hará falta alguien del talento de Bismarck para establecer un edificio diplomático en el que Prusia pueda recoger todos los trozos de Alemania para formar en torno suyo un imperio sólido y prometedor.
Imperio que no bastará la histriónica figura del kaiser Guillermo II para conservar. Merece la pena comentar como en el libro se incluyen incluso caricaturas publicadas en Alemania durante aquella época sobre el kaiser, cuya megalomanía y obsesión por opinar sobre cualquier cosa le privaron del halo de santidad y reverencia que sí obtuvo en vida su aliado el Emperador Francisco José, encerrado en su aislamiento y sus rutinas. Dos tipos de monarquía diferentes, en la que una parecía anunciar el estilo de los políticos populistas del futuro mientras que el otro se refugiaba en la sacralización de un monarca encerrado en su mutismo.
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