LA LUCHA POR EL PODER: EUROPA 1815-1914 – Richard J. Evans
“Francisco José vivió marcado por la tragedia y por las muertes en su familia”.
Este es el ÚNICO juicio del libro que yo discutiría. El único que toca un lugar común. La única vez en la que no he considerado un libro de más de 900 páginas como un prodigio de erudición, brillantez y capacidad crítica.
Al fin y al cabo, Francisco José no tenía una relación especial con su hermano, la tenía realmente pésima con su hijo, no convivía hacía años con su esposa y era francamente hostil hacia su heredero.
Francisco José y Austria-Hungría resumen la historia del XIX.
Nació en 1830, justo cuando se producía la primera gran oleada revolucionaria que desafiaba los resultados del congreso de Viena. Quizás por eso fue educado bajo la tutela del Príncipe de Metternich. (Luego tendría a su hijo cómo embajador en París, siempre fiel a la tradición y las dinastías).
Logró el trono en 1848, durante la segunda oleada, que enterró ese orden establecido. Metternich se iba. Pero el nuevo emperador se quedaría. Hasta el final.
Francisco José era un hombre con suerte. Consiguió oscilar de una dirección a otra, con una fortuna notable. Nada más ser coronado tuvo que arrodillarse ante el mismo Zar de Rusia para lograr su apoyo en el aplastamiento de la rebelión húngara. Pero no le costó nada olvidarse de eso y traicionarlo durante la guerra de Crimea, donde el coste de la movilización preventiva condicionó el mismo sistema gobierno, obligándole a diversas medidas liberalizadoras. Con esta chapuza diplomática sin precedentes ni necesidad, se encontró solo frente a Saboya y Francia en 1859, donde tuvo la cuestionable ocurrencia de dirigir él mismo sus tropas en la batalla. Consiguió una derrota total, que al menos le convenció de la necesidad de no volver a dirigir ejércitos, poniendo en peligro su prestigio y su trono. Desde entonces prefirió dedicar su pólvora a abatir animales salvajes, siempre menos peligrosos que los zuavos franceses.
Escarmentado en lo militar pero no en lo diplomático, consiguió ir a la guerra y ser derrotado también por Prusia, lo que fue por completo mérito de las nulidades que dirigían su ejército, más preocupados por sus uniformes de gala y sus rimbombantes rangos que por la organización militar. El ejército austriaco era más poderoso y encima combatía a la defensiva, pero aparte de eso, hizo mucho por ponérselo fácil a Moltke el viejo.
De nuevo sobreviviría a la derrota, y con el tiempo, en otra prueba notable de su capacidad de olvidar viejas ofensas en pos de mantener su poder, llegaría a convertirse en un sólido aliado de sus ahora victoriosos enemigos prusianos. (No cabe duda de que morir en 1916, cuando la suerte de las armas alemanas aún prometía la victoria, fue otro golpe de suerte).
En fin, que a pesar de haber nacido 15 años después de la derrota de Waterloo, vivió para celebrar el centenario de dicha acción. Para ver a las mujeres entrar en la universidad, para tener que tolerar un parlamento elegido por un sufragio muy amplio y en el que se practicaría el obstruccionismo más ruidoso, para ceder una autonomía casi total a los húngaros, para asistir a la revolución industrial, a la muerte de la reina Victoria, a la caída del segundo Imperio y a la introducción masiva de la electricidad.
Desde luego, Francisco José fue un hombre con suerte, ya que pudo contemplar todos estos cambios dramáticos y morir en su cama, sin tener que soportar ver la destrucción del conglomerado dinástico que había mantenido unido, más por la suerte que por ninguna habilidad especial (como no fuese, como dijo su destronado tío, la de perder batallas y provincias).
Y Francisco José, que resume en sí mismo el siglo XIX, es un buen resumen del libro. Una narración de cambios profundos, de desarrollo permanente y de avance científico y geográfico.