STALINGRADO – Jochen Hellbeck

La batalla de Stalingrado suscita a menudo alusiones o caracterizaciones hiperbólicas, y la verdad es que casi no hay modo de sustraerse a ellas: difícilmente se puede exagerar la importancia militar e histórica pero también simbólica del acontecimiento. Stalingrado fue escenario de una lucha brutal, prolongada y de vastas proporciones, en que los contendientes sufrieron cuantiosísimas pérdidas, tanto humanas como materiales. El triunfo soviético volatilizó el aura de imbatibilidad de la Wehrmacht y representó un punto de inflexión en el transcurso de la Segunda Guerra Mundial, hasta entonces favorable al Tercer Reich. Stalingrado fue la piedra angular del prestigio militar del Ejército Rojo, que tanto incidiría en el amplio ascendiente de la Unión Soviética en los asuntos internacionales, ya iniciada la posguerra. Por una vez, tamaña repercusión presta legitimidad aun a las frases más rotundas y altisonantes. Sin embargo, no reflejan ellas -no de la mejor manera- el estremecedor drama humano que constituyó aquella colisión de las potencias totalitarias por antonomasia, ni lo hacen por lo general los muchos estudios abocados a la misma: premunida de objetivos, metodologías y enfoques específicos, la historiografía militar prioriza unos énfasis que hacen del aspecto testimonial apenas un aditamento, si acaso un valor agregado, mas no la faceta principal del discurso. Es cierto que el elogiado libro de Antony Beevor sobre Stalingrado recoge una serie de testimonios ilustrativos, aproximándonos a lo que cabe denominar -a inspiración de John Keegan- el “rostro humano de la batalla”, pero, aunque enriquecedor, sigue siendo este proceder un componente subalterno (además de parcial, en la medida que privilegia la perspectiva alemana, a cuyas fuentes tenía Beevor un mejor acceso). No es el caso de Jochen Hellbeck, historiador alemán que optó por poner lo tocante a la experiencia subjetiva de la guerra en el primer plano, concentrándose en las impresiones, los pensamientos y las actitudes de quienes se vieron involucrados en la batalla de Stalingrado, especialmente del lado vencedor. Para esto, Hellbeck sacó provecho ante todo de uno de aquellos tesoros que realizan el sueño de muchos historiadores: material de archivo, abundante, inédito y súbitamente revelado al mundo. Se trata de las transcripciones de 215 entrevistas a miembros del personal militar y sanitario del Ejército Rojo, participantes en lo que primero fue defensa y luego asedio de Stalingrado por parte soviética. (Cabe precisar que la batalla tuvo lugar entre fines de agosto de 1942 y el 2 de febrero del año siguiente.) 

Las entrevistas, que incluyeron una porción de civiles -como algunos de los ingenieros de la gran planta siderúrgica Octubre Rojo- fueron realizadas mientras se desarrollaba la refriega o poco después de su finalización, y estuvieron a cargo de un equipo de historiadores y estenógrafas de la llamada Comisión de Historia de la Gran Guerra Patriótica, dirigida en aquel entonces por el historiador judeo-ruso Isaak Mints (catedrático de la Universidad Estatal de Moscú). Imbuido de propósitos testimoniales a la vez que propagandísticos, el magno proyecto editorial de Mints terminó en su casi totalidad sepultado en oscuros fondos archivísticos de la URSS, y solo recientemente salieron a la luz sus miles de páginas mecanografiadas, fruto de una iniciativa conjunta germano-rusa. Examinadas por un grupo de investigadores encabezados por Hellbeck, las “transcripciones de Stalingrado” (el nombre que les aplica nuestro autor) documentan la percepción de uno de los capítulos decisivos de la SGM por sus participantes directos. El libro resultante de la labor, publicado originalmente en Alemania en 2012, ofrece una cuidada selección de las entrevistas, complementada por algunos escritos adicionales (destaca entre ellos un artículo de Vasili Grossman publicado en noviembre de 1942 en Estrella Roja, periódico del ejército soviético) y un volumen menor de testimonios de soldados alemanes. Hellbeck no se limita a reproducir estas fuentes primarias sino que las comenta y las enmarca en su correspondiente contextualización histórica, abarcando tanto los antecedentes y consecuencias de la batalla como los de la comisión que recabó en su día el material. En conjunto, Stalingrado: la ciudad que derrotó al Tercer Reich nos depara una visión panorámica del episodio al calor de la experiencia concreta, dominada por ende por la inmediatez de la percepción subjetiva: por descontado, una visión de suyo sugestiva e impactante. Fuera de esto, las entrevistas tienen el mérito de cubrir una variedad de sectores de la sociedad soviética, con lo que el libro transmite en apreciable medida la perspectiva desde la que asumió su beligerancia la URSS.

Soldados rasos, marineros, enfermeras, médicos, comisarios políticos, oficiales de diversa graduación, funcionarios civiles, los mentados ingenieros: toda una gama de individuos implicados en la batalla tiene parte también en el multitudinario coro de voces captado por la comisión. Desde combatientes de ínfima categoría -encarnaciones del “soldado anónimo”- hasta verdaderas celebridades como el general Vasili Chuikov, principal responsable de la defensa de Stalingrado, o el francotirador Vasili Zaitsev: todos ellos vierten sus impresiones ante los entrevistadores, configurando una suerte de mosaico narrativo-testimonial que registra la atmósfera afectiva y moral -asimismo la ideológica- del momento. Sus relatos nos hablan del denuedo y el heroísmo frecuentemente desplegados por los guerreros de la emblemática ciudad al borde del Volga, pero también nos hacen partícipes de sus miedos, sus penurias y sus tribulaciones. No siempre se trata de historias virtuosas, no todos son relatos de proezas ejemplares. Habida cuenta del atroz contexto, las inhibiciones morales cultivadas por la civilización tendían a esfumarse, y no olvidemos que aquella era una tesitura en que la deshumanización del enemigo y la incitación al odio vengativo eran prácticas institucionalizadas. De cuando en cuando despuntan en las entrevistas los extremos de fiereza y crueldad que alcanzaban los hombres en la lucha sin cuartel que fue la conflagración germano-soviética (proclamada por ambos bandos como una “guerra de aniquilación”). Se dice a veces que el ser humano es capaz de adaptarse a todo tipo de contingencias. El que algunos de los testimonios informen de la posibilidad de acostumbrarse hasta cierto punto a la acción de la artillería antagónica, o que el ensañamiento en la matanza se tornara rutinario, son cosas que provocan estupor; semejantes calamidades no son sino un pálido atisbo de lo que con frecuencia nos induce a abominar de la guerra.

Las transcripciones dan cuenta en grado fehaciente de la relevancia que tuvo el factor anímico e ideológico, crucial en el esfuerzo bélico de la URSS. No es casualidad que uno de los problemas cardinales en la investigación de Hellbeck sea el de la motivación de los soldados soviéticos, clave a su vez en la cuestión de cómo pudo la URSS sobrevivir a lo que sin duda fue su mayor desafío existencial en tiempos de Stalin. ¿Se sostiene la imagen del Ejército Rojo como una simple masa de combatientes expuestos a una sistemática coacción, embrutecidos y empujados al sacrificio por el terror bolchevique? Los alemanes tenían un conocimiento sesgado de la URSS, su percepción de la sociedad soviética estaba notoriamente deformada por los prejuicios, creían por lo tanto que el gigante rojo se desmoronaría a poco de sufrir la embestida de la temible maquinaria militar del Reich. Aparte de minusvalorar las recursos materiales del enemigo, erraron el tiro a la hora de sopesar sus reservas espirituales, así como la habilidad del régimen estalinista para sobreponerse a una crisis mayúscula. Las entrevistas revelan que la coacción no era el factor primordial en la motivación del combatiente soviético. Tampoco fungían como principal acicate la camaradería o la lealtad al interior de las unidades militares primarias (la compañía, el pelotón o la escuadra) ni las solidaridades de la “patria pequeña” (elemento relacionado con el encuadramiento de los soldados según su región de origen, un uso habitual en el ejército alemán). La tasa de bajas en el Ejército Rojo era tan alta y fulminante que las unidades no alcanzaban a fraguar vínculos personales ni a propiciar un sentimiento de camaradería, máxime en las campañas iniciales. Por otro lado, la política gubernamental apuntaba a desalentar los particularismos identitarios, corrientes en el imperio multinacional que era la URSS, fomentando en cambio la identificación con la gran patria soviética.

Según Hellbeck, el eje de la cohesión y la combatividad en el Ejército Rojo era la ideología. En concreto, el patriotismo, el odio al invasor y el afán de venganza promovidos por todos los medios oficiales fueron vitales en su papel de fuerza motriz, lo cual pone de relieve el cometido del partido comunista. La actividad del mismo, intensa y protagónica como sólo puede ocurrir en un régimen totalitario, estuvo derechamente encaminada a movilizar la sociedad soviética instilándole un sentido de cohesión y de responsabilidad compartida en la defensa del país, sometido a una agresión que amenazaba su existencia entera. El que la mayoría de la población asimilara la idea del choque con el Tercer Reich como una Gran Guerra Patriótica, comprometiéndose -especialmente los rusos- en lo que aparecía como una genuina guerra del pueblo, habla a las claras del éxito de la labor propagandística del régimen, además de respaldar la penetración del partido en las fuerzas armadas soviéticas. Aunque el control del ejército por los comisarios políticos sufriera una relajación durante el conflicto (de hecho, fueron suprimidos en 1943), la presencia del partido fue un factor de primer orden en la pugna por Stalingrado. En términos generales, la institucionalidad soviética supo proveer al país de un horizonte emotivo e ideológico sobremanera eficaz, a la altura del enorme reto que supuso el asalto alemán.

Las publicaciones corales o recopilatorias de filiación testimonial suelen correr el riesgo de resultar reiterativas y agobiantes, sobre todo si su tema es sombrío: una sucesión ininterrumpida de relatos dominados por el sufrimiento o atestados de pormenores escabrosos puede embotar bien pronto la sensibilidad del lector, incluso la del mejor dispuesto. (Es lo que puede hacer de la lectura de obras como Archipiélago Gulag, El libro negro o Voces de Chernóbil una muy ardua experiencia.) Afortunadamente, el libro de Hellbeck sortea con destreza este riesgo, por lo que se lee de principio a fin con el más vívido interés.

– Jochen Hellbeck, Stalingrado: La ciudad que derrotó al Tercer Reich. Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2018. 635 pp.

También te podría gustar...

Descripción general de privacidad

Este sitio web utiliza cookies para que podamos brindarle la mejor experiencia de usuario posible. La información de las cookies se almacena en su navegador y realiza funciones como reconocerlo cuando regresa a nuestro sitio web y ayudar a nuestro equipo a comprender qué secciones del sitio web le resultan más interesantes y útiles.