CATILINA: DESIGUALDAD Y REVOLUCIÓN – Juan José Ferrer Maestro
“Nosotros peleamos por la patria, por la libertad y por la vida, mientras que ellos lo hacen solo por el poder de unos pocos”
Salustio, Catilina, 58.
El sargento Bevilacqua, personaje creado por el escritor Lorenzo Silva, tiene un hobby curioso: pintar miniaturas de soldados de distintas épocas y países. Pero solo pinta soldados derrotados. Imagino que entre las filas de su ejército de perdedores figurará un soldado romano, Lucio Sergio Catilina, vencido una mañana de enero del año 62 a.C. en la batalla de Pistoya, junto a unos seis mil incondicionales. Nadie quedó con vida. “De todo este ejército, ningún ciudadano libre de nacimiento fue hecho prisionero ni en el combate, ni en la huida” (Salustio, Catilina, 61,5). Vencido, ultrajados sus restos y su memoria, convertido desde entonces en imagen imperecedera de traidor y golpista.
Muerto Catilina y ejecutados en Roma sus cómplices en una decisión de dudosa legalidad, acabó una aventura política que tuvo en vilo a la oligarquía romana alrededor de siete terroríficos meses. Quedó su eco para la eternidad enlodado por un manipulador y vanidoso Marco Tulio Cicerón, salvador de la República gracias a su valor, su estrategia y supervisión (son palabras del propio Cicerón), y su nombre ha quedado unido para siempre a la sonoridad y contundencia de la palabra “conjuración”, apuntalada su negra leyenda en los textos de las famosas Catilinarias o a la obra de Salustio.
El objetivo del autor de este ensayo, Juan José Ferrer, catedrático de Historia Antigua, es exponer, en el contexto de una convulsa República, en qué consistió la conjura protagonizada por Catilina, qué propuestas y hechos la alentaron, y las razones de su fracaso. Intentar explicar de manera didáctica qué llevó a Lucio Sergio Catilina a hacer lo que hizo, y cómo llegó a ese trágico final. Y lo consigue con un estilo narrativo ágil y entretenido, acompañado de un exhaustivo tratamiento de las fuentes, y poniendo de manifiesto un gran conocimiento de este, en mi opinión, fascinante período histórico.
No puede valorarse la figura de este hombre de manera descontextualizada, sin comprender hasta qué punto estaban tensionadas las estructuras sociales de Roma en esos años, sin conocer cómo y por qué se había llegado a ese punto crítico. Señala el autor en su Proemio que no existe unanimidad entre los historiadores sobre la bondad de las distintas propuestas reformistas, entre ellas la de Catilina (no fue la suya la única, debemos tener en cuenta otras precedentes, promovidas por los Gracos o Marco Livio Druso), que han sido analizadas a lo largo de la Historia por un amplio espectro ideológico desde intereses sectarios. Y advierte que no cabe una mirada hacia el pasado con un enfoque actual, pues trasladar una visión política moderna y partidista a la república romana dificulta los hechos y hace más difícil su comprensión. Advertencia a tener muy en cuenta, a la luz de la actualidad.
El libro se divide en dos partes. La primera parte es un recorrido histórico por aquellos acontecimientos que explican cómo se había llegado a esa crispación política y social, poniendo de manifiesto los primeros síntomas de una república en descomposición, incidiendo especialmente en la concurrencia de intereses financieros de las “societates publicanorum” y la oligarquía senatorial, y en qué medida esta interacción condicionaba la vida de los romanos.
El escenario de los años 63 y 62 a.C. tampoco se puede entender sin tener en cuenta una serie de sucesos históricos alejados en el tiempo, pero cuyos efectos se hacían sentir en el momento de la famosa conjura: el empobrecimiento y la desigualdad que generó el fracaso de las reformas agrarias de Cayo y Tiberio Graco; la cultura de la codicia que favoreció la expansión por Asia, especialmente las guerras macedónicas; la acumulación de riquezas en pocas manos derivado de las proscripciones de Sila; el descontento de las ciudades itálicas por el asentamiento forzoso de veteranos del ejército silano como castigo por su oposición al dictador (consecuencia esta, a su vez, de la profesionalización de las legiones llevada a cabo por Mario); la politización de la justicia, en manos exclusivas de los optimates, y la utilización de los juicios por extorsión y malversación de fondos públicos para tumbar candidaturas o condicionar elecciones, etc.
El ascenso social entre los que acumulan el poder político y económico está vinculado a unos pocos y privilegiados puestos. La necesidad de riquezas imprescindible para competir en el “cursus honorum” estimula la expansión militar, porque la única manera de alcanzar las más altas magistraturas exige cuantiosos sobornos, regalos y donaciones. Los que las alcanzan, necesitan expoliar las provincias para resarcirse de los gastos electorales. La cada vez mayor extensión de nuevos territorios controlados requiere, para su administración y la imprescindible recaudación tributaria, de la intervención de las cada vez más poderosas sociedades de publicanos, quienes a su vez exigen cantidades ingentes del tesoro para su funcionamiento. Pero las riquezas de la conquista no se reparten, quedan en manos de unos pocos, dándose la paradoja de que los que ganan las guerras, los que luchan y sufren las consecuencias de estos conflictos, nunca se benefician de ellos, lo que aumenta el descontento social. Las guerras civiles o las crisis económicas condicionan la devolución de los préstamos, generando grandes bolsas de desposeídos; la caída del valor de las propiedades agrícolas a la venta en pago de deudas posibilita su acumulación en grandes latifundios, lo que afecta a los precios de los productos, y los campesinos empobrecidos acuden en masa a la ciudad de Roma…. Todo esto genera ese enorme malestar social que algunos denominados “reformistas” intentaron resolver, tratando de conseguir un reparto más equitativo de las riquezas derivadas de la expansión territorial. Es en este escenario tan complejo, desmenuzado en esta primera parte, en el que hay que valorar los hechos enjuiciados.
La segunda parte del libro aborda la figura de Lucio Sergio Catilina. La familia de los Sergios era una gens antigua y de gran prestigio. Aunque no había ningún cónsul entre sus antepasados, tenían reconocida fama de grandes soldados, como corroboró Catilina a lo largo de su vida. Pero alcanzar el consultado se convirtió para él en un objetivo irrenunciable. Su trabajo como pretor en África no fue precisamente ejemplar, a tenor de las referencias históricas que se conservan, algo que supondría un gran peso reputacional en su futuro político. Tampoco le ayudó otro confuso episodio en el que fue acusado de la violación de una vestal, aunque de esta acusación fue exonerado tras el correspondiente juicio: pero sobre estos aspectos poco se escarba en el libro.
Cicerón le atribuyó después de muerto (¡ay de los vencidos!) su participación en la denominada “Primera conjuración”, una historia no concluyente, por no decir carente de la más mínima fundamentación, que se justificaría por el intento de aquel de exonerar a uno de sus clientes, Publio Sila, en un juicio posterior. Es preciso desbrozar todas las acusaciones que sobre Catilina se vertieron tras la desarticulación de la conjuración, para mayor gloria del salvador de la república, como paso previo a la valoración de la misma.
Catilina sufrió todo tipo de maniobras legales e ilegales por parte de la facción más conservadora del Senado, con el objetivo de impedir su acceso al consulado hasta en tres ocasiones, debido a su adscripción política al grupo de los populares. Todas estas vicisitudes pueden explicar, en parte, los acontecimientos que le pusieron en el disparadero de intentar alcanzar por las armas lo que no se le habían permitido por otros medios.
Los últimos capítulos analizan los apoyos que tenía Catilina, desmontando la idea de que solo le secundaban miserables y facinerosos, y se cuestiona la veracidad sobre la propuesta de abolición de las deudas que siempre le atribuyó la facción optimate, esa especie de sambenito que le colgaron sus enemigos para convencer a sus conciudadanos de que sus intenciones de abolir el statu quo estaban inspiradas egoístamente en su situación económica personal, y por último, se aventuran las causas que llevaron al fracaso de la conjuración
La historia de Lucio Sergio Catilina es la historia del principio del fin de la república romana. Una república que no tenía nada de idílica. Finalizo con palabras del autor:
“En algún lugar de este marasmo de intereses surgieron ciudadanos de nombre y estirpe que pretendieron resolver las diferencias sociales. Para ello diseñaron un programa de reformas con el fin de redistribuir de forma más equitativa los beneficios de las conquistas. Si Catilina fue uno de ellos, y si usó la violencia porque le cerraron con malas artes todas las posibilidades de aplicar sus reformas, son preguntas que podemos formularnos, recordando la situación de la República en ese momento para ayudarse en la búsqueda de esas respuestas”.
Se trata de una búsqueda apasionante, y absolutamente recomendable.
Catilina, desigualdad y revolución
Alianza Editorial, 2015
313 páginas