CANCIÓN DE SANGRE Y ORO – Jorge Molist
Con esta nueva novela, regresa Jorge Molist al Medievo. Y esta vez lo hace a un momento, temporal, pero también espacial, más que interesante, pues en ese momento y lugar, el caldero del Mediterráneo, se cuecen nuevas fuerzas políticas y nuevas formas de ejercicio del poder. Con mano ágil y funcional, Molist nos cuenta la vida y obras de Pedro III de Aragón, I de Valencia y II de Barcelona, desde ópticas diversas. Constanza de Hohestaufen, su prometida y luego esposa, nos traslada en primera persona sus propias vivencias personales y la visión de Pedro desde el ámbito personal y familiar. Por el contrario, un tercero nos narra los acontecimientos más destacados del momento histórico y de la acción pública del hijo de Jaime I en lo que va desde su matrimonio con Constanza hasta la recuperación de Sicilia, una vez aceptado, tras vacilaciones quizá impostadas, el guante de Conradino.
Por la novela desfila así un frondoso elenco de personajes históricos (Fernán Sánchez de Castro, Juan de Prócida, Roger de Lauria, los Lancia, los Anjou, el papa Martín IV, Sarroca, etc.). Por ello, la novela se integra en aquella parte de la Literatura histórica que puede calificarse, según mi visión personal, de «Historia novelada». Sin embargo, todo lo anterior se combina con unos pocos personajes salidos de la imaginación del autor y ajenos a la Historia evenemencial ─¡qué poco me gusta este útil galicismo!─, que entretejen sus vidas, aunque no demasiado, con sucesos y personajes históricos. Así, una familia de villanos sufre las sevicias de su señor, el conde de Ampurias, y la superviviente de tales vejaciones, herida y rabiosa, termina en una partida de almogávares de la que deviene en líder guerrero de tintes un tanto actuales ─orientación sexual incluida─. Su relación con el señor de Cocentaina y futuro almirante, el siciliano Roger de Lauria, le permitirá no solo su venganza sobre el malvado y arquetípico conde, sino también su participación en el asalto al reino angevino. A caballo entre ambos, personajes históricos y personajes de ficción, figuran otros en los que se funden ambas naturalezas. Elisabeta de Baviera, madre de Conradino, es uno de ellos. Su desgraciada historia con el perversísimo Carlos de Anjou, se convierte en uno de los focos esenciales del Capítulo II, una de las partes en las que la caracterización de los personajes -príncipe, madre y malvado- presenta mayor confrontación, profundidad e interés.
Así pues, la novela, como narración, entretiene, mantiene el interés en los hechos que cuenta y está trabajada de modo muy funcional y, sin grandes alharacas, eficaz, organizándose bajo los, ahora tan habituales, capítulos breves y ligeros. Cada uno de ellos te lleva casi del ronzal -valga la broma- hasta el siguiente. La estructuración de la novela en seis partes (Constanza de Sicilia, Conradino, Almogávares, Pedro III de Aragón, Las Vísperas y Sicilia) es acertada; cada jalón te permite navegar, descansado y con fluidez, por las historias y la Historia que gobierna el autor. Quizá la obra, siendo como es en lo esencial Historia novelada, se cierra en un momento en el que no se aprecia cesura histórica. El corte es un tanto abrupto y bronco. Pero, claro, bien podría ser que la narración continuara, a futuro, con el llamado Desafío de Burdeos y la Cruzada francesa, con otros personajes incluso que permitan ampliar y diversificar las historias. Eso justificaría, yo creo, la elección del título y lo llevaría más allá del reclamo que representa su evidente similitud con la saga de Georges Martin.
Desde el estricto punto de vista histórico, la narración se hace, en buena medida, deudora de las crónicas de Desclot o del hábil narrador Ramón de Muntaner, pero también de las interpretaciones historiográficas sentadas en los últimos tiempos por Stefano Maria Cingolani. Tiene detalles de gran precisión: la cruz de Alcoraz como emblema personal de Pedro III, por ejemplo; el uso propagandístico de la leyenda bíblica de Faraón y Moisés, o el Dragón del lago; o la no descripción de los almogávares como una suerte de pueblo bárbaro o barbarizado. Por eso mismo es por lo que causa cierta extrañeza la presencia de alguna que otro elemento anacrónico, inadecuado o incorrecto: “alfanjes”, “fuego griego” aragonés o angevino, “cristianos viejos”, mesnadas ciudadanas en la expedición a Collo y Sicilia, la complicidad entre Pedro y su hermanastro, Jaume Sarroca, cuando en realidad aquél, a la muerte del padre, pidió cuentas por su labor como canciller, o la atribución de la condición de valenciano a Blasco II de Alagón. Otras cuestiones ya muy menores tienen escasa relevancia, siquiera formal, en relación con la transcripción de nombres italianos, como, por ejemplo: Aliamo por Alaimo de Lentini, y otros.
En cualquier caso, la obra me ha parecido, en su conjunto estimable e interesante y ha hecho que quedé a la espera de su posible continuación, si bien es cierto, y debo de reconocerlo, que la materia objeto de esta narración, tiene gran vis atractiva para mí y el autor juega en ventaja conmigo por lo que a ese aspecto se refiere.
Jorge Molist. Canción de sangre y oro. Editorial Planeta, 2018, 656 pp.