(Neo)FASCISMO Y SEXUALIDAD
Los movimientos neofascistas (derechas extremas) parten de la idea de familia tradicional como uno de sus ejes programáticos.
Este modelo repite, en el fondo, el de la estructura jerárquica del poder del líder (padre de familia) cuyo objetivo es velar por la seguridad del conjunto, creando claras jerarquías (hombre sobre mujer, fundamentalmente) que apuntalan una visión machista de la sociedad.
Sobre esta estructura mental existen muchas cuestiones de la modernidad que se entienden como peligros, como la igualdad femenina (que amenaza el rol del hombre), el movimiento LGTB (que rompe los roles tradicionales por medio de la ideología de género), la transexualidad e, incluso, los matrimonios mixtos.
Todas estas realidades son percibidas como una lucha (maniquea) entre libertad (de elegir el rol sexual, de la realización personal…) y seguridad, convirtiendo a los diferentes en enemigos que pretenden destruir el orden establecido (feminazis, utilización de la ideología LGTB como una forma de adoctrinamiento de los niños en la escuela…)
Este ámbito de lo sexual se extiende a otros típicos del fascismo como la inmigración (utilizando el miedo a las violaciones realizadas por emigrantes como los bulos extendidos en Alemania sobre los refugiados sirios, la acusación de Trump sobre los mejicanos entendidos como potenciales violadores) y (en determinados casos) con ámbitos religiosos (como la cruzada contra la ideología de género de ciertos sectores de la iglesia española).
Es, en el fondo, una defensa desesperada y demagógica de la ideología machista y de un orden social (de raza o cultura tradicional) que el sexo (tan profundamente intenso en la organización de nuestros comportamientos) se entiende como una amenaza si no se encauza en los canales de control tradicional (matrimonio, procreación).