• Sin categoría

EL FINAL – Ian Kershaw

9788499422107Hasta la edición española de este libro, en 2013, el lector en castellano disponía de al menos tres obras panorámicas relativas al desmoronamiento del Tercer Reich: Armagedón, de Max Hastings (Crítica, 2005), que narra la fase postrera de la guerra librada desde el este y el oeste contra Alemania, a partir del otoño de 1944; Alemania 1945, de Richard Bessel (Ediciones B, 2009), cuyo énfasis está puesto en la radicalización del régimen nazi, el colapso de la sociedad alemana y las condiciones en que se cimentó su reconstrucción; y Los últimos cien días, de John Toland (Tempus, 2008), suerte de crónica novelada y rigurosamente documentada que recrea el ocaso del orden hitleriano y el término de la guerra en Europa. A esta escueta bibliografía, que el lector puede complementar con una variedad de historias generales -de la Segunda Guerra Mundial o del Tercer Reich- y de monografías en torno al desenlace del conflicto, se suma El final, el más reciente de los libros publicados por Ian Kershaw (editado originalmente en 2011). Se trata de un estudio de índole preferentemente narrativa, estructurado de manera temática y ceñido por un marco cronológico y geográfico similar al de Armagedón, de Hastings, pero en el que la historia militar sólo proporciona el telón de fondo para el problema específico al que Kershaw dedica su atención, a saber: por qué el régimen nazi prolongó su agonía y el de la nación alemana cuando la derrota era a todas luces inevitable. Es ésta una cuestión de crucial interés, afín a una trayectoria profesional abocada a la comprensión del fenómeno nazi y en que la figura de Hitler ocupa un lugar preeminente. 

Kershaw, como sabemos, es autor de la que se considera la mejor biografía del dictador nazi. También lo es de un corpus bibliográfico en que procura dilucidar la anomalía hitleriana, o el dilema de cómo un individuo en más de un sentido marginal como Hitler pudo erigirse en gobernante omnímodo de Alemania, así como el de la naturaleza singular de su poder y el modo en que condicionó el funcionamiento y la trayectoria del Tercer Reich. Estos asuntos, esenciales en la convulsa historia del siglo XX, son el hilo conductor de trabajos como El mito de Hitler (1987), Hitler: un perfil del poder (1991), Hitler, los alemanes y la Solución Final (2008); también tienen una función importante en La dictadura nazi: problemas y perspectivas de interpretación (1985, con varias revisiones posteriores) y, lógicamente, en la biografía en dos volúmenes del personaje (1998 y 2000). Siempre atento al riesgo de simplificar por la vía de exagerar la relevancia heurística de la personalidad y la voluntad del Führer, Kershaw considera empero que el riesgo opuesto representado por la despersonalización del Tercer Reich, escorándose por las estructuras o cualquier forma de fuerzas abstractas como exclusivos determinantes históricos, es igualmente espantable. En lugar de abogar por las intenciones de Hitler (“intencionalismo”) o por las estructuras del régimen (“estructuralismo”) como elemento esencial de la dinámica del Tercer Reich, Kershaw apela a una síntesis de ambas posturas. Desde esta perspectiva, que arranca de la constatación de que no se comprende bien un período tan decisivo en la historia si se menosprecia el papel desempeñado por el personaje o el carácter de su dominación, ejercida en un marco específico de circunstancias socio-históricas, nuestro historiador hace hincapié en el liderazgo carismático de Hitler como una de las claves fundamentales de lo obrado por el régimen nazi. En lo que concierne al problema tratado en El final, que es de la persistencia del régimen aun en la inminencia de su caída, el autor concluye que, sin ser el único factor decisivo, el más relevante de todos fue el del “peso del Führer”: si el Tercer Reich no se avino a capitular mucho antes de mayo de 1945, fue sobre todo por la forma en que se estructuraba un régimen carismático como aquél y por las mentalidades imperantes, subordinadas al principio de liderazgo encarnado por el dictador.

Encarar el referido problema supone indagar en las raíces de la autodestrucción de Alemania, catástrofe que podría haberse evitado si el país hubiese cedido a la evidencia de que nada podía hacer para revertir el curso de los acontecimientos: Alemania estaba en 1944 al límite de sus fuerzas, mientras que la coalición de sus enemigos disponía de recursos casi ilimitados. Kershaw juzga insuficientes las explicaciones que apuntan a factores como la política de los aliados occidentales (su exigencia de una rendición incondicional), el terror nazi (la represión como mecanismo de control de la sociedad alemana) o el consenso a favor del régimen (apoyo mayoritario de la población a las políticas racistas y expansionistas del gobierno). El autor arguye que la exigencia de rendición incondicional acordada por las potencias occidentales en la Conferencia de Casablanca (enero de 1943) no llegó a tener verdadera repercusión en la conducta de las autoridades alemanas -en el caso de Hitler sólo confirmó su rotunda determinación de no claudicar-, proporcionando en cambio unos cuantos pretextos a la propaganda nazi. Por otra parte, es cierto que el terror, selectivo en los años previos, se tornó casi universal en los estertores del régimen, imposibilitando una rebelión desde cualquier sector de la sociedad alemana; empero, no fue la extrema coacción lo que motivó el proceder de los dirigentes del régimen, ni el de la disciplinada burocracia gubernamental ni, sobre todo, el de los mandos militares, cuyos elementos proclives al disenso fueron purgados después del fallido complot orquestado por el coronel Claus von Stauffenberg. En cuanto al consenso, un elemento mucho más real y gravitante que lo estimado por la historiografía inicial del Tercer Reich (y por la primigenia teoría del totalitarismo), es necesario tener en cuenta que la popularidad del régimen había decaído notablemente desde que la guerra se volviera desfavorable a Alemania, y que el repunte del prestigio de Hitler a raíz del atentado del 20 de julio de 1944 fue sólo pasajero.

Así pues, es en otra parte donde hay que buscar una respuesta más acabada al problema. En pos de ella, Kershaw repasa la historia de las postrimerías de la Alemania hitleriana a partir del atentado contra el Führer, considerando tanto las campañas militares en los frentes occidental y oriental como el frente interno, esto es, la realidad sociopolítica del menguante Tercer Reich. La exposición se enfoca ante todo en las estructuras de poder y en las mentalidades, y desemboca finalmente en una recapitulación de los factores que incidieron en el tema planteado, instancia en que el autor hace gala de las dotes interpretativas que justifican su renombre como historiador. Piedra angular del estudio es el concepto del poder carismático, de raigambre weberiana y desde antiguo considerado por Kershaw como decisivo en la caracterización del régimen nazi. El Tercer Reich fue desde sus inicios un régimen extremadamente personalista y como tal basaba la mayor parte de su legitimidad en la autoridad que emanaba del Führer, faltando cualquier forma de entidad colegiada que hiciera de contrapeso. Al contrario de lo sugerido por la idea de un “dictador débil”, postulada con respecto a Hitler por la corriente historiográfica estructuralista, su aura carismática e indiscutido liderazgo era la fuente de la lealtad de la élite dirigente, de los sátrapas provinciales y de los mandos militares; la noción de “trabajar en la dirección del Führer”, que sacralizaba la voluntad del dictador y orientaba el desempeño de sus subordinados, suplía con creces la imposibilidad material de que Hitler manejara todos los niveles de la administración. La fragmentación de las estructuras de gobierno, con sus dirigentes y compartimentos en situación de constante rivalidad (alentada por el mismo Hitler), no hacía más que reforzar la posición única del jefe supremo.

Precisamente la rivalidad y falta de coordinación entre Goebbels, Himmler, Speer y Bormann, los cuatro grandes barones del régimen, es uno de los motivos recurrentes del libro. Con todo y competir entre sí por mayores cuotas de poder, cada uno de ellos contribuyó a la radicalización del régimen en su etapa terminal. En efecto, a partir del frustrado golpe de Stauffenberg se intensificaron la represión interna y la movilización de diversos sectores en pos de objetivos bélicos, con la estructura partidaria desplazando en buena medida a la burocracia estatal. El resultado fue no sólo la definitiva militarización u orientación del país a una guerra total y sin cuartel sino, además, una absorción cada vez mayor de la sociedad alemana por el aparato partidario-gubernamental; más que nunca el Tercer Reich se volvía un régimen totalitario (un concepto, hay que decirlo, que Ian Kershaw se niega a suscribir). Cabe destacar que esta fase de radicalización, en que se verificó una expansión tanto del voluntarismo ideológico como del control social por el partido, acentuó en vez de morigerar el estilo carismático de gobierno: a) la legitimidad y autoridad del partido dependía por completo de la imagen de Hitler; b) enfrentado el régimen a una amenaza mortal, la idea de que la salvación de Alemania residía en el poder de la voluntad –ingrediente esencial de la autoridad carismática- constituyó el principio rector de la élite dirigente (recuérdese la consigna relativa a la fanática determinación de luchar hasta el fin); c) la subordinación de la racionalidad burocrática a semejante voluntarismo -encarnado por el partido- estuvo en la raíz del creciente desperdicio de recursos, tanto humanos como materiales (justo cuando el país se abocaba a la catástrofe el afán por regularlo todo llegó a extremos absurdos, despilfarrándose personal y horas de trabajo en tareas administrativas completamente irrelevantes).

Las ejecuciones de desertores y de civiles alemanes se multiplicaron en los últimos meses del conflicto; el terror nazi sofocó cualquier tendencia a la rebelión que pudiera germinar en la población o entre los soldados. Operaban además un generalizado fatalismo y el miedo a los soviéticos, instilado eficazmente por la propaganda pero también espoleado por la conciencia de las atrocidades perpetradas por las fuerzas alemanas en los territorios del este. A falta de convicción doctrinaria o de devoción personal al Führer, lo que animaba a unas tropas que se hallaban al borde del colapso era el afán de supervivencia. Para muchos alemanes no había alternativa a la de seguir combatiendo. En cuanto a los mandos militares, que los inspirase el compromiso ideológico o el simple desprecio de Hitler importaba menos que el ferviente deseo de impedir la derrota, o el temor a la ocupación bolchevique. En la población, entretanto, comenzaban a manifestarse el victimismo y la disociación que caracterizarían la atmósfera moral en la Alemania de posguerra, tendientes a sepultar la memoria de la aprobación masiva de Hitler y del consenso social prestado al Tercer Reich; pronto surgiría el mito de una “Wehrmacht limpia” (exenta de responsabilidad en los crímenes del nazismo), alimentado por altos oficiales –«el componente más indispensable del moribundo régimen», escribe Kershaw- que se esforzarían en construir una imagen de soldados profesionales y desideologizados, motivados únicamente por el patriotismo y el sentido del deber.

El funcionariado, altamente calificado e imbuido de una profunda lealtad para con el Estado, mantuvo en vida la administración con el trasfondo de una sociedad descoyuntada, y lo hizo hasta que ya no hubo nada que administrar. Definitivamente incapaces de desafiar la conducción de la guerra por un líder desquiciado –con el que, además, estaban vinculadas por un juramento personal-, las cúpulas militares se plegaron al camino de la inmolación. El cuadrunvirato del poder formado por Goebbels, Speer, Bormann y Himmler gestionó el país de tal manera que lo sostuvo en pie de guerra cuando la guerra estaba irremisiblemente perdida. Pero, tal como demuestra el espléndido libro de Kershaw, nada de lo anterior hubiera sido posible sin el “factor Hitler”. Por de pronto, ninguno de los gerifaltes y altos jefes militares del régimen estaba en condiciones de actuar de manera verdaderamente autónoma. El escrutinio de las estructuras de poder y de las mentalidades que obstaculizaron el cese oportuno de la guerra conduce invariablemente a la índole carismática del régimen nazi, la que sobrevivió incluso a la caída del prestigio personal del Führer.

– Ian Kershaw, El final: Alemania 1944-1945. Península, Barcelona, 2013. 666 pp.

Compra el libro

Ayuda a mantener Hislibris comprando EL FINAL de Ian Kershaw en La Casa del Libro.

EL FINAL – Ian Kershaw

9788499422107Hasta la edición española de este libro, en 2013, el lector en castellano disponía de al menos tres obras panorámicas relativas al desmoronamiento del Tercer Reich: Armagedón, de Max Hastings (Crítica, 2005), que narra la fase postrera de la guerra librada desde el este y el oeste contra Alemania, a partir del otoño de 1944; Alemania 1945, de Richard Bessel (Ediciones B, 2009), cuyo énfasis está puesto en la radicalización del régimen nazi, el colapso de la sociedad alemana y las condiciones en que se cimentó su reconstrucción; y Los últimos cien días, de John Toland (Tempus, 2008), suerte de crónica novelada y rigurosamente documentada que recrea el ocaso del orden hitleriano y el término de la guerra en Europa. A esta escueta bibliografía, que el lector puede complementar con una variedad de historias generales -de la Segunda Guerra Mundial o del Tercer Reich- y de monografías en torno al desenlace del conflicto, se suma El final, el más reciente de los libros publicados por Ian Kershaw (editado originalmente en 2011). Se trata de un estudio de índole preferentemente narrativa, estructurado de manera temática y ceñido por un marco cronológico y geográfico similar al de Armagedón, de Hastings, pero en el que la historia militar sólo proporciona el telón de fondo para el problema específico al que Kershaw dedica su atención, a saber: por qué el régimen nazi prolongó su agonía y el de la nación alemana cuando la derrota era a todas luces inevitable. Es ésta una cuestión de crucial interés, afín a una trayectoria profesional abocada a la comprensión del fenómeno nazi y en que la figura de Hitler ocupa un lugar preeminente. 

Kershaw, como sabemos, es autor de la que se considera la mejor biografía del dictador nazi. También lo es de un corpus bibliográfico en que procura dilucidar la anomalía hitleriana, o el dilema de cómo un individuo en más de un sentido marginal como Hitler pudo erigirse en gobernante omnímodo de Alemania, así como el de la naturaleza singular de su poder y el modo en que condicionó el funcionamiento y la trayectoria del Tercer Reich. Estos asuntos, esenciales en la convulsa historia del siglo XX, son el hilo conductor de trabajos como El mito de Hitler (1987), Hitler: un perfil del poder (1991), Hitler, los alemanes y la Solución Final (2008); también tienen una función importante en La dictadura nazi: problemas y perspectivas de interpretación (1985, con varias revisiones posteriores) y, lógicamente, en la biografía en dos volúmenes del personaje (1998 y 2000). Siempre atento al riesgo de simplificar por la vía de exagerar la relevancia heurística de la personalidad y la voluntad del Führer, Kershaw considera empero que el riesgo opuesto representado por la despersonalización del Tercer Reich, escorándose por las estructuras o cualquier forma de fuerzas abstractas como exclusivos determinantes históricos, es igualmente espantable. En lugar de abogar por las intenciones de Hitler (“intencionalismo”) o por las estructuras del régimen (“estructuralismo”) como elemento esencial de la dinámica del Tercer Reich, Kershaw apela a una síntesis de ambas posturas. Desde esta perspectiva, que arranca de la constatación de que no se comprende bien un período tan decisivo en la historia si se menosprecia el papel desempeñado por el personaje o el carácter de su dominación, ejercida en un marco específico de circunstancias socio-históricas, nuestro historiador hace hincapié en el liderazgo carismático de Hitler como una de las claves fundamentales de lo obrado por el régimen nazi. En lo que concierne al problema tratado en El final, que es de la persistencia del régimen aun en la inminencia de su caída, el autor concluye que, sin ser el único factor decisivo, el más relevante de todos fue el del “peso del Führer”: si el Tercer Reich no se avino a capitular mucho antes de mayo de 1945, fue sobre todo por la forma en que se estructuraba un régimen carismático como aquél y por las mentalidades imperantes, subordinadas al principio de liderazgo encarnado por el dictador.

Encarar el referido problema supone indagar en las raíces de la autodestrucción de Alemania, catástrofe que podría haberse evitado si el país hubiese cedido a la evidencia de que nada podía hacer para revertir el curso de los acontecimientos: Alemania estaba en 1944 al límite de sus fuerzas, mientras que la coalición de sus enemigos disponía de recursos casi ilimitados. Kershaw juzga insuficientes las explicaciones que apuntan a factores como la política de los aliados occidentales (su exigencia de una rendición incondicional), el terror nazi (la represión como mecanismo de control de la sociedad alemana) o el consenso a favor del régimen (apoyo mayoritario de la población a las políticas racistas y expansionistas del gobierno). El autor arguye que la exigencia de rendición incondicional acordada por las potencias occidentales en la Conferencia de Casablanca (enero de 1943) no llegó a tener verdadera repercusión en la conducta de las autoridades alemanas -en el caso de Hitler sólo confirmó su rotunda determinación de no claudicar-, proporcionando en cambio unos cuantos pretextos a la propaganda nazi. Por otra parte, es cierto que el terror, selectivo en los años previos, se tornó casi universal en los estertores del régimen, imposibilitando una rebelión desde cualquier sector de la sociedad alemana; empero, no fue la extrema coacción lo que motivó el proceder de los dirigentes del régimen, ni el de la disciplinada burocracia gubernamental ni, sobre todo, el de los mandos militares, cuyos elementos proclives al disenso fueron purgados después del fallido complot orquestado por el coronel Claus von Stauffenberg. En cuanto al consenso, un elemento mucho más real y gravitante que lo estimado por la historiografía inicial del Tercer Reich (y por la primigenia teoría del totalitarismo), es necesario tener en cuenta que la popularidad del régimen había decaído notablemente desde que la guerra se volviera desfavorable a Alemania, y que el repunte del prestigio de Hitler a raíz del atentado del 20 de julio de 1944 fue sólo pasajero.

Así pues, es en otra parte donde hay que buscar una respuesta más acabada al problema. En pos de ella, Kershaw repasa la historia de las postrimerías de la Alemania hitleriana a partir del atentado contra el Führer, considerando tanto las campañas militares en los frentes occidental y oriental como el frente interno, esto es, la realidad sociopolítica del menguante Tercer Reich. La exposición se enfoca ante todo en las estructuras de poder y en las mentalidades, y desemboca finalmente en una recapitulación de los factores que incidieron en el tema planteado, instancia en que el autor hace gala de las dotes interpretativas que justifican su renombre como historiador. Piedra angular del estudio es el concepto del poder carismático, de raigambre weberiana y desde antiguo considerado por Kershaw como decisivo en la caracterización del régimen nazi. El Tercer Reich fue desde sus inicios un régimen extremadamente personalista y como tal basaba la mayor parte de su legitimidad en la autoridad que emanaba del Führer, faltando cualquier forma de entidad colegiada que hiciera de contrapeso. Al contrario de lo sugerido por la idea de un “dictador débil”, postulada con respecto a Hitler por la corriente historiográfica estructuralista, su aura carismática e indiscutido liderazgo era la fuente de la lealtad de la élite dirigente, de los sátrapas provinciales y de los mandos militares; la noción de “trabajar en la dirección del Führer”, que sacralizaba la voluntad del dictador y orientaba el desempeño de sus subordinados, suplía con creces la imposibilidad material de que Hitler manejara todos los niveles de la administración. La fragmentación de las estructuras de gobierno, con sus dirigentes y compartimentos en situación de constante rivalidad (alentada por el mismo Hitler), no hacía más que reforzar la posición única del jefe supremo.

Precisamente la rivalidad y falta de coordinación entre Goebbels, Himmler, Speer y Bormann, los cuatro grandes barones del régimen, es uno de los motivos recurrentes del libro. Con todo y competir entre sí por mayores cuotas de poder, cada uno de ellos contribuyó a la radicalización del régimen en su etapa terminal. En efecto, a partir del frustrado golpe de Stauffenberg se intensificaron la represión interna y la movilización de diversos sectores en pos de objetivos bélicos, con la estructura partidaria desplazando en buena medida a la burocracia estatal. El resultado fue no sólo la definitiva militarización u orientación del país a una guerra total y sin cuartel sino, además, una absorción cada vez mayor de la sociedad alemana por el aparato partidario-gubernamental; más que nunca el Tercer Reich se volvía un régimen totalitario (un concepto, hay que decirlo, que Ian Kershaw se niega a suscribir). Cabe destacar que esta fase de radicalización, en que se verificó una expansión tanto del voluntarismo ideológico como del control social por el partido, acentuó en vez de morigerar el estilo carismático de gobierno: a) la legitimidad y autoridad del partido dependía por completo de la imagen de Hitler; b) enfrentado el régimen a una amenaza mortal, la idea de que la salvación de Alemania residía en el poder de la voluntad –ingrediente esencial de la autoridad carismática- constituyó el principio rector de la élite dirigente (recuérdese la consigna relativa a la fanática determinación de luchar hasta el fin); c) la subordinación de la racionalidad burocrática a semejante voluntarismo -encarnado por el partido- estuvo en la raíz del creciente desperdicio de recursos, tanto humanos como materiales (justo cuando el país se abocaba a la catástrofe el afán por regularlo todo llegó a extremos absurdos, despilfarrándose personal y horas de trabajo en tareas administrativas completamente irrelevantes).

Las ejecuciones de desertores y de civiles alemanes se multiplicaron en los últimos meses del conflicto; el terror nazi sofocó cualquier tendencia a la rebelión que pudiera germinar en la población o entre los soldados. Operaban además un generalizado fatalismo y el miedo a los soviéticos, instilado eficazmente por la propaganda pero también espoleado por la conciencia de las atrocidades perpetradas por las fuerzas alemanas en los territorios del este. A falta de convicción doctrinaria o de devoción personal al Führer, lo que animaba a unas tropas que se hallaban al borde del colapso era el afán de supervivencia. Para muchos alemanes no había alternativa a la de seguir combatiendo. En cuanto a los mandos militares, que los inspirase el compromiso ideológico o el simple desprecio de Hitler importaba menos que el ferviente deseo de impedir la derrota, o el temor a la ocupación bolchevique. En la población, entretanto, comenzaban a manifestarse el victimismo y la disociación que caracterizarían la atmósfera moral en la Alemania de posguerra, tendientes a sepultar la memoria de la aprobación masiva de Hitler y del consenso social prestado al Tercer Reich; pronto surgiría el mito de una “Wehrmacht limpia” (exenta de responsabilidad en los crímenes del nazismo), alimentado por altos oficiales –«el componente más indispensable del moribundo régimen», escribe Kershaw- que se esforzarían en construir una imagen de soldados profesionales y desideologizados, motivados únicamente por el patriotismo y el sentido del deber.

El funcionariado, altamente calificado e imbuido de una profunda lealtad para con el Estado, mantuvo en vida la administración con el trasfondo de una sociedad descoyuntada, y lo hizo hasta que ya no hubo nada que administrar. Definitivamente incapaces de desafiar la conducción de la guerra por un líder desquiciado –con el que, además, estaban vinculadas por un juramento personal-, las cúpulas militares se plegaron al camino de la inmolación. El cuadrunvirato del poder formado por Goebbels, Speer, Bormann y Himmler gestionó el país de tal manera que lo sostuvo en pie de guerra cuando la guerra estaba irremisiblemente perdida. Pero, tal como demuestra el espléndido libro de Kershaw, nada de lo anterior hubiera sido posible sin el “factor Hitler”. Por de pronto, ninguno de los gerifaltes y altos jefes militares del régimen estaba en condiciones de actuar de manera verdaderamente autónoma. El escrutinio de las estructuras de poder y de las mentalidades que obstaculizaron el cese oportuno de la guerra conduce invariablemente a la índole carismática del régimen nazi, la que sobrevivió incluso a la caída del prestigio personal del Führer.

– Ian Kershaw, El final: Alemania 1944-1945. Península, Barcelona, 2013. 666 pp.

Compra el libro

Ayuda a mantener Hislibris comprando EL FINAL de Ian Kershaw en La Casa del Libro.

También te podría gustar...

Descripción general de privacidad

Este sitio web utiliza cookies para que podamos brindarle la mejor experiencia de usuario posible. La información de las cookies se almacena en su navegador y realiza funciones como reconocerlo cuando regresa a nuestro sitio web y ayudar a nuestro equipo a comprender qué secciones del sitio web le resultan más interesantes y útiles.