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CARLOS V. UN HOMBRE PARA EUROPA – Manuel Fernández Álvarez

9788467033946Publicada originalmente en inglés por la editorial Thames and Hudson en 1975 y un año más tarde en español, estamos ante la biografía de Carlos V que el propio Fernández Álvarez definió en el prólogo a la edición revisada de 1999 como acaso la mejor biografía que se ha escrito sobre el Emperador”. Afirmación que quedaría obsoleta casi enseguida con la aparición de su magna obra “Carlos V. El césar y el hombre” y, con el correr de los años, por otros textos ajenos. Sin embargo, este breve pero denso libro de algo más de 300 páginas sigue conservando el interés para quienes busquen una semblanza bien documentada del emperador y de la Europa de su época.

Entrando en materia y refiriéndonos a los hechos y personajes relevantes que conforman la vida y gobierno de Carlos V, Fernández Álvarez articula el texto en torno a tres ejes fundamentales: 

  • El conflicto casi permanente que mantuvo con la corona francesa y, sobre todo, con el rey Francisco I, en torno a Italia, Borgoña y Países Bajos, resultando en las cuatro guerras libradas con Francia a intervalos desde 1521 hasta 1544.
  • La lucha contra el luteranismo a la que se creía obligado como cabeza de la Cristiandad, junto al papa, en su afán de mantener la unidad religiosa católica en el Imperio, propósito frustrado finalmente con la Paz de Augsburgo.
  • La guerra contra el Imperio Otomano, consiguiendo junto con su hermano Fernando, Rey de Romanos, la expulsión del ejército de Solimán el Magnífico, apostado en torno a Viena, y la toma de Argel en 1535 como logros principales, aunque fracasó en la posterior conquista de Túnez.

Otro aspecto importante en el que el  autor ahonda es el de la relación de Carlos V con sus reinos peninsulares, relación difícil, mediatizada al principio por la desconfianza inicial de las Cortes al recibir a un rey y a una corte extranjeros y que acabaría derivando en graves conflictos, como la revuelta de las Comunidades en Castilla y la rebelión de las Germanías en Valencia y Mallorca. Tampoco ayudaron las constantes ausencias del rey, embarcado en una casi continua gira europea con motivo de conflictos bélicos, dietas o visitas diplomáticas. Es, por otra parte, en estos constantes viajes por Europa, donde se manifiesta la vocación imperial global de Carlos V, quien, como nos recuerda el autor, hablaba varios idiomas y tenía una corte internacional e itinerante, muy distinto en ello de su hijo Felipe II. Aunque Castilla fue ganando importancia con el tiempo como centro del poder imperial, Carlos V no descuidó nunca el resto de sus territorios, como puso de relieve él mismo en su discurso de abdicación, contabilizando hasta cuarenta sus desplazamientos por Alemania, España, Flandes, Francia, Inglaterra y África. Ello convierte al emperador, según Fernández Álvarez, en un precursor de la unidad europea, aunque su idea de la Universitas Christiana, esto es, el concepto de Imperio basado en la unidad religiosa, fracasase precisamente debido a esta visión medievalista del mismo y, en no poca medida, a la rivalidad personal con Francisco I y la oposición de los príncipes luteranos. No se olvida tampoco de los conflictos con el papado que desembocarían en el Saco de Roma y la detención de Clemente VII, así como la difícil gestación y desarrollo del Concilio de Trento, cuyo final no llegaría a ver Carlos V.

En cuanto a las posesiones americanas, poco es lo que se dice en este libro. Según el autor, lo que suponen para el emperador es, ante todo, recursos económicos. Durante su reinado se van multiplicando los envíos de oro y plata y se promueven la expedición de Magallanes/Elcano y la conquista de México. No es hasta 1542, con la compilación de las Leyes Nuevas, que el emperador, influido por el fraile Bartolomé de las Casas, comienza a preocuparse por la situación de los indios y el sistema de las encomiendas.

También se trata en esta obra la vida personal de Carlos V, con especial referencia a la emperatriz, Isabel de Portugal, su única esposa y con la que tuvo cinco hijos, de los que sería Felipe el heredero de su gran imperio. El autor destaca su excelente labor como regente de los reinos peninsulares durante las numerosas y prolongadas ausencias del rey, así como el de su tía Margarita de Austria en la regencia de los Países Bajos. Con respecto a su madre, Juana la Loca, reina sin poder efectivo, pone especial énfasis en el encuentro que mantiene con ella en Tordesillas en 1517, donde conoce la triste situación de su hermana menor, Catalina; posteriormente dispondrá la continuación de la reclusión de su madre hasta su muerte. De sus hermanos, destaca el papel de Fernando, representante imperial en ausencia de Carlos V y Rey de Romanos, siendo finalmente ratificado como emperador electo en 1558, y su hermana María, reina consorte de Hungría y gobernadora de los Países Bajos desde 1531 hasta 1555, así como eficaz mediadora en el conflicto entre ambos hermanos y sus hijos respectivos, Felipe II y Maximiliano, por la sucesión al Imperio. En cuanto a sus amantes e hijos naturales (habidos siempre antes o después de su matrimonio, se supone que permaneció fiel a la emperatriz durante su vida en común),  destaca Fernández Álvarez a Germana de Foix, viuda de su abuelo Fernando el Católico, con quien tuvo una hija, Isabel, y a Bárbara de Blomberg, quien le daría su hijo natural más conocido,  don Juan de Austria, el cual llegó a visitar a su padre poco antes de su muerte en su retiro de Yuste. Reconocido como hermano legítimo por Felipe II, llegaría a ser Capitán General de la Santa Liga que derrotó a la flota turca en la batalla de Lepanto.

Los últimos capítulos del libro están dedicados al proceso de abdicación de Carlos V y al relato de su retiro en el monasterio de Yuste. Nos ofrece la imagen de un hombre cansado, dedicado a la pesca, a departir con su confesor y a sus grandes pasiones, como fueron la música, la relojería y los libros. Continúa, sin embargo, recibiendo noticias y visitantes del exterior y preocupándose por los brotes de luteranismo en España y los asuntos del Imperio, aconsejando en numerosas ocasiones a su hijo Felipe II. Finalmente, fuertemente aquejado por la gota que venía sufriendo desde muchos años atrás y habiendo contraído las fiebres palúdicas por entonces endémicas en aquella zona, muere Carlos V el 21 de septiembre de 1558.

Como conclusión, y reafirmándome en lo ya dicho, esta pequeña biografía, a pesar de haberse visto superada con el tiempo por otros textos mayores, ofrece una amplia imagen del personaje retratado y de su tiempo, bien documentada y escrita de forma muy amena, que puede resultar suficiente para quien no desee ir más allá o, como es mi caso, aumentar el interés por la figura del emperador y su época.

 

Carlos V. Un hombre para Europa, Manuel Fernández Álvarez. Austral Contemporánea, 352 páginas, 2010.

 

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