EL QUE TENGA VALOR QUE ME SIGA – Eduardo Garrigues
“Una bala de a treinta y dos recogida en el campamento, que dirijo y presento, es de las que reparte el Fuerte de la entrada. El que tenga honor y valor que me siga. Yo voy por delante con el Galveztown para quitarle el miedo”.
Bernardo de Gálvez es una de esas figuras de las que tanto abundan en la historia de España: Gran militar y gobernante, capaz de dar lo mejor de sí mientras está rodeado por las dificultades de otros hombres de menos valía que medran en puestos más elevados. Bien podría aplicársele esa famosa frase de “¡Dios, qué buen vasallo, si tuviese buen señor!” y es, junto a Blas de Lezo, una de las figuras del siglo XVIII español menos conocidas cuando sus hazañas bien merecen más atención.
Nacido en Macharaviaya, un pequeño pueblo de la serranía de Málaga, se formó en la academia militar de Ávila y pronto fue enviado como coronel y gobernador a la provincia de Luisiana, donde el rey Carlos III tenía gran interés en conservar sus posesiones y extenderlas por la zona del Misisipi y el Golfo de México en unas fechas en la que las colonias norte-americanas luchaban por su independencia frente a los ingleses, esperando que Francia y España apoyasen su lucha; sin embargo, aunque por un lado ambas potencias veían bien la derrota de su antiguo enemigo, los españoles sabían que la victoria de los rebeldes podía crear dos graves problemas: primero, un peligroso precedente en el que sus propias colonias pudieran verse reflejadas, y segundo, que las colonias independientes acabasen formando una nueva potencia económica y militar cuya expansión terminase por llevarla a la guerra contra España por sus posesiones americanas en un futuro quizás no muy lejano.
En este delicado conflicto internacional, Bernardo de Gálvez consiguió enviar armas y equipo militar a las colonias americanas y expulsar a los ingleses de la región, infligiéndoles una gran derrota en el asedio de la plaza fortificada de Pensacola, gracias a un asalto por tierra y mar que él mismo encabezó desde su navío, el Galveztown, y desde donde envió la nota con la que comienza esta reseña a los demás capitanes de navíos, quienes se mostraban dubitativos ante la idea de seguir a la lucha al militar macharatungo.
Inició poco después el gobierno de la región y recibió el título de Virrey de Nueva España; su gobierno fue corto pero próspero y estuvo inspirado por los preceptos de la Ilustración francesa, lo que muchas veces la granjeó la animadversión de los ciudadanos más conservadores, hecho con el que la novela juega para darle un sentido más dramático a su repentina muerte.
Los estadounidenses reconocieron su importancia durante la guerra de la Independencia: Una estatua suya puede contemplarse en Washington D.C. y recibió la ciudadanía honorífica -a título póstumo, se entiende- de manos del presidente Obama en el año 2004. Parece que los propios estadounidenses le tienen en más estima que los españoles actuales. Como curiosidad, entre los colones españoles que repoblaron algunas zonas de Luisiana bajo su mandato estaba la familia de uno de sus marinos, Antonio Garrido, familia originaria de mi mismo pueblo y cuyo linaje aun vive después de más de dos siglos en la región bajo el apellido Gary; diversas investigaciones genealógicas han puesto en contacto a ambas ramas de las familias y mi propio municipio (Alhaurín de la Torre) se encuentra hermando con el de Nueva Iberia debido a estos descubrimientos.
Así, siempre está bien que una nueva publicación nos acerca estas figuras desconocidas pero que bien merecen un reconocimiento mayor. Ahora bien, ¿que tal está la novela reseñada? A ello voy ya.
Esta corta novela (300 páginas) se lee rápidamente, estando estructurada en capítulos cortos y escrita en una prosa para nada ampulosa. La ambientación es bastante buena -aunque todo sea dicho, para nada soy un experto en la España del XVIII, pero en general parece bastante trabajada- y resulta curiosa la división de los capítulos entre un narrador omniciente -el propio autor- y los distintos personajes de la novela, principalmente el propio Bernardo de Gálvez, pero también -en menor medida- un pequeño grupo de secundarios que nos ayudan a ver hechos que afectarán a la vida de nuestro protagonista. En general es una novela agradable, pero esa misma prosa ligera -a veces parece que estemos ante una mezcla de novela y crónica- cae ocasionalmente en repeticiones de palabras, nombres y expresiones de unos párrafos a otro, que creo afean un poco la lectura (y eso sin contar que en un momento dado un personaje firma una carta y su apellido está mal escrito). En conjunto no termina de ser particularmente emocionante ni parece tener mucho pulso narrativo, sin llegar realmente a engancharte a la historia que parece simplemente fluir como las aguas del Misisipi. Puedo decir que no estamos ante una novela a la altura del personaje, pero que al menos sirve para conocer mejor a uno de tantos héroes olvidados por la historia de este, nuestro ingrato país.
Título: El que tenga valor que me siga
Autor: Eduardo Garrigues
Editorial: La esfera de los libros (2016)
Páginas: 329