UNA COSTA LEJANA – Nick Brown
Pues eso, que toca “una de romanos”, como cantaría Sabina.
En este particular asunto de las novelas de romanos soy consciente de que hay estilos y lectores de todo tipo. Por lo que voy a empezar reiterando, con permiso de J.M. Serrat, que “cada uno es como es, cada quien es cada cual”.
Una costa lejana es una historia que, sin ser un novelón que nos estremece a cada página, supera ligeramente a la mayoría de las publicaciones de este tipo con las que nos apabulla el mercado editorial en los últimos tiempos. Y esta opinión nace en parte de lo que temía encontrar, pero en este caso no he encontrado: no tiene ni una nota a pie de página. No tiene palabras en latín para definir lo que se puede definir sin latín. No tiene explicaciones sobre “todo lo que usted debería saber sobre Roma y sus legiones, y aunque haya preguntado se lo vamos a volver a contar”. No tiene ni legatus heroicos, ni líderes indígenas que resisten firmemente al invasor, con o sin pócima mágica. Y todo eso, en mi personal manera de ver las cosas, ayuda mucho a una valoración positiva.
La acción de la novela nos sitúa en una época que tampoco es muy habitual, el siglo III d.C. Su protagonista, Casio Córbulo, oficial romano, es un frumentario, un miembro del despreciado (y temido) cuerpo de agentes secretos imperiales, que se ve inmerso —a su pesar— en la investigación del asesinato de un oficial superior.
Acompañan al protagonista su guardaespaldas, Indavara, y su esclavo personal. También hay una chica, cómo no. Tópicos personajes para un tipo de novela (la novela histórica, subgénero “de romanos”) donde queda ya muy poco que no suene a argumento trillado. Y, pese a todo, nos sigue tentando el género. Aún siendo estos unos personajes que, en apariencia, se ajustan perfectamente al tópico, las apariencias, a veces, engañan.
Córbulo e Indavara son personajes de los que meten la pata y salen mal parados, que pueden manifestar en ocasiones actitudes reprobables o más bien poco heroicas, pero precisamente por eso caen bien, resultan cercanos al lector, porque no son como esos protagonistas tocados por la chispa divina de algún dios, que dan repelús de pura perfección. Son personas que reciben tantos palos como los que dan (incluso, a veces, más), a los que los planes se les tuercen, a quienes las chicas no les hacen caso. Hablando de la chica: acaba liándola, porque dárselas de mujer intrépida e independiente en tan remoto siglo, no suele salir bien. No en el siglo III d.C. ni en esta novela. La relación entre oficial y guardaespaldas no es esa idílica relación de compañeros y amigos inseparables, tipo Capitán Trueno y Goliat, porque el pasado esclavo de Indavara marca una frontera invisible entre amo y liberto.
Existe un elenco bastante amplio de secundarios, muy bien trabajados, que aportan matices que enriquecen la historia y contribuyen a un desenlace menos tópico del esperado. Algunos especialmente interesantes.
El argumento está bien hilado, el ritmo de la historia es sostenido, y en cuanto al estilo literario, debo señalar solo un par de cositas que llaman la atención (aunque la primera no sé si se debe achacar al autor o al traductor). Por un lado, el empleo del término “señorita” para referirse a la dómina, algo que resulta un poco rechinante en una lectura que, por lo demás, resulta fluida. Por el otro, el nombre del protagonista, Casio Quintio Córbulo, porque Praenomen, Nomen, y Cognomen se los ha puesto el autor sin ningún sentido.
A través de la acción que se desarrolla en la novela se vislumbra el trasfondo de un Imperio en descomposición. Donde las grandes distancias entre los límites del territorio y los centros de poder dieron lugar a la aparición de pequeños reductos ajenos a toda noción de orden y justicia, donde el nombre de Roma se diluía en manos de personajes sin escrúpulos. Pero….una cosa sí se echa en falta en este libro: la Historia, con mayúsculas. El trasfondo histórico es etéreo, absolutamente difuminado. No se menciona ni el nombre del emperador. No sabemos nada de la situación política del imperio, se habla de los frumentarios, el servicio al que pertenece Córbulo, pero desconocemos qué objetivo pretenden de él. Estando como está bien trazado el argumento, el decorado histórico resulta raquítico, desvaído. Claro que esto tiene la ventaja para el autor de que el centro de interés se focaliza, y deja de importarnos ese trasfondo (y su historicidad) para centrarnos en las peripecias de los protagonistas.
El lector perspicaz sospechará, a medida que avanza la novela, que hay alguna historia previa, algo que ya se ha contado, otro libro, que se intuye con sutileza, pero se intuye. En mi caso, no tenía ni idea al empezar esta novela de que forma parte de una serie, denominada en inglés “Agent of Rome”, que cuenta con nueve libros más protagonizados por Córbulo. De los que, si no me equivoco, solo están editados en castellano este y el titulado El estandarte imperial, también por Pàmies. Pero el hecho de no haber leído la obra anterior no me ha supuesto ningún problema.
Una novela de evasión, de buena factura, que quizá sorprenda gratamente a quien tenga expectativas poco ambiciosas respecto a un género saturado, que probablemente esté muriendo de éxito. Eso sí, tal vez no sea una lectura muy estimulante para quienes opinen que “una de romanos” solo se disfruta si formas parte con el protagonista de una valerosa centuria, escudo con escudo, acuchillando bárbaros a diestro y siniestro en alguna batalla recordada en los libros de Historia, por la gloria de Roma.
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