Basilea presta al Reina Sofía y el Prado sus tesoros artísticos
![]() |
El ‘picasso’ que ha prestado Basilea a los museos españoles MARTIN P. BÜHLER (KUNSTMUSEUM BASEL) |
![]() |
Un ‘léger’, parte del prestamo de Basilia. MARTIN P. BÜHLER (KUNSTMUSEUM BASEL) |
Enseñar y aprender Geografía e Historia
![]() |
El ‘picasso’ que ha prestado Basilea a los museos españoles MARTIN P. BÜHLER (KUNSTMUSEUM BASEL) |
![]() |
Un ‘léger’, parte del prestamo de Basilia. MARTIN P. BÜHLER (KUNSTMUSEUM BASEL) |
![]() |
El director del Museo Británico, Neil Macgregor, con esculturas de Pertanón al fondo. |
![]() |
‘El descendimiento‘ (1435), de Rogier van der Weyden. |
![]() |
‘Niza‘ (1927-28), de Raoul Dufy. |
![]() |
‘Mujer acostada que sueña‘ (1929), de Alberto Giacometti. |
![]() |
‘El rey Carlos IV en traje de caza‘ (1799), de Francisco de Goya |
![]() |
‘Retrato de la familia de Juan Carlos I‘ (1994-2014), de Antonio López |
![]() |
Cola de entrada en el Museo Nacional del Prado
esta semana para ver la exposición de Rafael. / ÁLVARO GARCÍA
|
Madrid está ahora llena de esas joyas que cualquiera se puede perder. Se encuentran casi por todas partes. Se anuncian con carteles y banderolas en sus calles principales y se cuelgan de las paredes de los mejores museos de la ciudad. Sí: las obras de Rafael, Murillo y la Gioconda (de regreso de París) en el Museo del Prado; las pinturas desoladoras de Edward Hopper y los mil personajes del Paraiso de Tintoretto en el MuseoThyssen, la orgía de color y formas simples de Ernst Ludwig Kirchner en la Fundación Mapfre; las delirantes acuarelas de William Blake en Caixaforum; la primera retrospectiva de “uno de los artistas clave” del momento, James Coleman, en el Museo de Arte Reina Sofía junto a otro gran artista político, Hans Haacke… Grandes maestros de todos los tiempos y grandes obras conformando una ocasión única. Puede que no haya otra vez. Casi seguro que no habrá otra vez. Lo dicen los directores de las grandes pinacotecas de la ciudad y los comisarios de esas muestras que han dejado al llamado Paseo del Arte madrileño casi sin respiración. Que han convertido la capital en capital del arte, sin complejos.
Magreb dos orillas. Círculo de Bellas Artes. Alcalá, 42. Madrid. Sala Picasso. Hasta el 15 de enero.
La exposición que la National Gallery de Londres dedica a Leonardo Da Vinci, con el mayor número de obras del genio italiano jamás reunidas, es una de las más destacadas muestras del panorama internacional organizadas en 2011, mientras que en España la exhibición que el Museo Thyssen dedicó al manchego Antonio López batió récords de asistencia.
Estas son diez de las exposiciones más destacadas durante este año:
El Museo del Prado ha dado a conocer este lunes su colección de miniaturas, una de las más relevantes que se conservan en España así como la publicación del catálogo razonado de estas piezas que el prado expone por primera vez.
La exposición, constituida por 36 miniaturas y tres pequeños retratos, podrá visitarse desde este martes 11 de octubre hasta el 26 de febrero en la primera sala de la cámara acorazada en la que se exhibe de forma permanente el Tesoro del Delfín. «Se habla de las colecciones ocultas del Museo del Prado. Quizás ésta sea la más oculta de todas», ha dicho Gabriele Finaldi, director adjunto de Conservación del Museo del Prado.
Durante la presentación de esta muestra, el Museo ha dado a conocer la publicación que recoge y analiza en profundidad, también por primera vez, las 164 miniaturas y los 16 pequeños retratos que conforman esta curiosa e importante parte de sus fondos. Este volumen es obra de la exhaustiva investigación realizada desde 1987 por Carmen Espinosa Martín, la principal especialista en miniaturas de España.
Según ha explicado esta experta, esta colección muestra un 50 por ciento de obras de autores españoles y es una de las más relevantes de los museos españoles, que no internacionales, ya que España apenas está presente en otras colecciones extranjeras.
Pintadas al gouache sobre vitela, tablillas de marfil o papel, las miniaturas representan la faceta más íntima de la pintura ya que, en general, pertenecían a la esfera de la vida privada aunque también desempeñaron una función de Estado, pues los monarcas regalaban joyeles con miniaturas a los embajadores y emisarios extranjeros con motivo de su proclamación, matrimonio o por la firma de tratados, convenios y acuerdos.
MINIATURA NO SIEMPRE MINI
Espinosa ha aclarado que miniatura no hace referencia al tamaño de la obra sino a una específica «técnica pictórica». En este sentido, se han reunido los pequeños retratos más significativos de la colección entre los que figuran nombres de artistas bien conocidos como Francisco de Goya (con su óleo sobre cobre de Juana Galarza de Goicoechea de 1805) pero otros muy desconocidos como Guillermo Ducker, Florentino Decraene, Juan Pérez de Villamayor, Cecilio Corro o Luis de la Cruz y Ríos, cuyo retrato de la Infanta Luisa Carlota de Borbón es «la joya» de esta colección, ha dicho.
El buen pintor de miniaturas ha de poseer destreza y precisión en el manejo del pincel dado que los pigmentos se aplican mediante la superposición de puntos de color en las zonas de la carne. El resto del soporte se prepara como en la pintura al óleo.
Tanto los pequeños retratos como las miniaturas que se exhiben ahora por primera vez en el Prado son técnicamente pinturas, realizadas en diferentes tipos de soportes y con distintos materiales pero con idéntica función. En España, no hubo miniaturas en sentido estricto hasta el siglo XVIII, ha recordado Carmen Espinosa, y la función que desempeñaban las miniaturas en otras cortes de Europa aquí la desempeñaban los pequeños retratos, de ahí la importancia de los tres ejemplares que se muestran en la exposición.
ESPAÑOLES Y EXTRANJEROS
Entre las 36 obras que responden a la definición de miniaturas, se incluyen obras de miniaturistas españoles, mayoritariamente del siglo XIX. Entre ellos el retrato de Pedro de Alcántara Téllez-Girón y Pacheco, IX duque de Osuna de Guillermo Ducker; el retrato del periodista Ramón de Navarrete y Fernández Landa obra de Cecilio Corro; Isabel II, reina de España, de Juan Pérez de Villamayor; o un San Miguel, de Manuel Arbós y Ayerbe. Entre los artistas extranjeros de finales del siglo XVIII y principios del XIX aquí representados se encuentra la Pareja de retratos de mujeres, de Charles Guillaume Alexandre Bourgeois; el retrato de Francisco I, emperador de Austria, de Heinrich Friedrich Füger; o el retrato de Hans Axel von Fersen de Niclas Lafrensen.
UN ABANICO ESPECIAL
A esta presentación se incorpora el homenaje a una de las personas destacadas en la historia del Museo del Prado, tras la reciente adquisición de un Abanico de boda, de Luis Eusebi, cuyo «país» está pintado al gouache sobre piel de cisne; y varillaje de marfil con aplicaciones de madreperla, que se expone por primera vez al público. El italiano Luis Eusebi (1773-1829), destacado pintor de miniaturas, de países de abanicos y, sobre todo, historiador de la pintura, trabajó en los inicios del Real Museo de Pinturas en 1819, con funciones al frente de lo que entonces se denominaba Conserjería del Real Museo. Además de las tareas propias de su cargo redactó los catálogos del Real Museo hasta la fecha de su muerte, y participó activamente en la elaboración de los planes artísticos de la Institución, que hoy muestra, con este abanico, una de sus escasas obras localizadas. El montaje se acompaña, además, de un video en el que se puede apreciar en detalle, mediante imágenes ampliadas, la técnica de ejecución y la gama de colores.
«Follow the money«. Es la regla de oro que Garganta Profunda les regala a los dos periodistas que acaban destapando el Watergate. Seguir el rastro del dinero es lo que hace también la inteligente e inusual exposición abierta en el Palazzo Strozzi de Florencia hasta el 22 de enero. Dinero y belleza. Los banqueros, Botticelli y la hoguera de las vanidades se centra en el brote de inmensa riqueza que caracterizó el siglo de oro de la ciudad, cuando la Edad Media se disolvió en el Renacimiento.
La impresionante selección de obras de artistas flamencos e italianos, alternadas con objetos como las primeras letras de cambio, básculas para pesar el oro, candados, cajas fuertes y bolsas de cuero, se abre bajo la estrella -casi una bendición profana- del fiorino, acuñado en 1252: 300 gramos de oro puro, la primera divisa pensada para gestionar grandes transacciones de mercancías. Como la moneda que Tío Gilito conserva bajo un cristal dio comienzo a su enorme fortuna, el fiorino fue el germen del comercio europeo. «Hasta entonces las operaciones se llevaban a cabo con monedas de plata -dice Sebregondi- . Valían muy poco y esto lo complicaba todo. Los florentinos del siglo XIV empiezan a viajar con lana, cuero o piñones, a cobrar y luego a prestar oro o a hacer cambios de divisas. No es casual que el léxico financiero tenga su raíz filológica en el italiano. Banco corresponde al italiano mesa: se refiere a los puestos plegables que los mercantes abrían al llegar a las ferias y donde ponían su mercancía o monedas para prestar. Bancarrota es literalmente el gesto de romper ese pupitre si el mercader-banquero no podía pagar.
«Vosotros sois la tarjeta de visita de la ciudad. Antes de admirar el David de Miguel Ángel o de sacarse el billete para ver a Sandro Botticelli en los Uffizi, los turistas que llegan a Florencia cogen un taxi desde el aeropuerto y dejan la maleta en el hotel. Sois los primeros aborígenes que tratan con ellos». James M. Bradburne, director artístico del Palazzo Strozzi, se dirige a medio centenar de personas. Son taxistas, porteros de hotel y funcionarios que atienden a los turistas en los puntos de información sembrados por la ciudad. Para ellos, la Fundación Strozzi organiza una pequeña presentación y una visita guiada por cada exposición que inaugura. Son ellos quienes la recomendarán a los visitantes que no saben qué hacer en Florencia. Una iniciativa que se se puso en marcha hace cinco años; una idea sencilla, pero muy acertada, en una ciudad que vive de su arquitectura, de sus museos y tan rica de joyas secretas que a veces ni estudiando al dedillo las guías se consigue conocerlas todas. Un consejo a pie de calle puede valer más de cien páginas.
A la cita, el miércoles, acudieron cerca de 50 personas. Pero al menos el doble habían mostrado su interés contestando a la invitación. Para los que no pudieron dejar el trabajo entre semana, el sábado y el domingo la entrada a la exposición será gratis. «Porque ver con tus propios ojos es imprescindible para vender bien un producto», considera Chiara Baruffa, jefa de recepción del Hotel Loggiato dei Serviti.
Aquí llegaron los problemas. ¿Cómo conciliar las ganancias con la salvación del alma? Invirtiéndolas en belleza. Transformando el vil metal en estética y monumento eterno. «El arte permite al dinero convivir con lo sagrado», sella Parks. No por nada, el fiorino llevaba por un lado el lirio, símbolo de la ciudad, y por el otro a San Juan Bautista. Como si fuera también un amuleto contra la codicia…
Cuando Cosimo el Viejo de’ Medici le preguntó al Papa Eugenio IV cómo garantizarse la salvación eterna sin renunciar a su fortuna, el Pontífice le contestó: «Dona 10.000 fiorini al Convento de San Marco». Ese conjunto fue restaurado entre 1436 al 1446 y hoy sigue siendo un inmenso ejemplo de arquitectura renacentista.
Las grandes familias de banqueros -Medici, Sassetti, Bardi, Peruzzi- no solo comisionaban pinturas que colgaban en la pared de su cuarto de dormir. Fundaron iglesias y conventos, construyeron palacios, pagaron estatuas y tablas de altares y frescos en edificios. En el siglo XV, el dinero se hace escultura, arquitectura, pintura porque necesita lavarse la cara, tener una pública utilidad, buscar el Bien común, quitarse de encima el lastre del pecado y salvar el alma y la reputación de su dueño. «No es el dinero desnudo que explica y funda el arte y la belleza del Renacimiento, sino la dimensión ética del donar a Dios donando a la ciudad, invirtiendo el dinero privado, fruto del propio trabajo, en el escenario de las calles y de las plazas», comenta Salvatore Settis, historiador del arte y crítico del diario La Repubblica. «Nada más lejano», sigue, «de las mezquinas relaciones entre arte y dinero que hoy nos propinan políticos sin ideas, dispuestos a desbaratar el Coliseo o los templos griegos de Agrigento, arrojándolos al mercado como si fueran bisuterías inútiles de una abuela extravagante y despilfarradora. Nada más lejano de las maniobras indignas de empresarios que se disfrazan de mecenas para apoderarse de los bienes públicos».
Sin embargo, hasta el afortunado matrimonio entre poder económico, político y arte «para los ciudadanos» no duró. Aquel sistema, que seis siglos más tarde parece de lo más virtuoso, entró en una profunda crisis con la predicación del monje Girolamo Savonarola (1452-1498). La parábola humana y artística de Sandro Botticelli refleja tal cambio de perspectiva. En las últimas obras del pintor florentino, los colores tenues, las luces hechizadas de los cuentos mitológicos de los años ochenta del siglo XV se rompen en tinieblas: en la exposición se admiran ambientaciones cargadas de dramatismo y tensión. El oro desaparece, como los desnudos. Botticelli, que encantó al mundo con su pincel, compartió la condena del lujo de Savonarola. Botticelli, que fue rico y que murió pobre…
Lucía Magi, Florencia: Todo es dinero… el arte también, EL PAÍS, 23 de septiembre de 2011
La ampliación del museo no se limita a las nuevas salas y al Claustro de los Jerónimos, sino que ha propiciado una reordenación de la colección cuya conclusión está prevista para el año próximo. Una parte de esa reordenación resulta cuando menos intrigante. Me refiero a las obras alojadas en la planta baja.
Entrando en esa planta desde el extenso hall de la ampliación, el visitante encuentra la pintura española de los siglos XII al XVI y pasa de inmediato a obras italianas de los siglos XV y XVI, expuestas en las salas más cercanas a la fachada del museo, mientras que las interiores alojan pintura flamenca y alemana de la misma época. De las salas dedicadas a autores italianos, faltan los venecianos, que se han reunido todos en la planta superior, quizá para mostrarlos en torno a Tiziano, cuya relación con Velázquez tiene evidente sentido. Hasta ahí todo va bien, pero a partir de la Sala de las Musas comienzan los problemas. Esta segunda mitad de la planta baja la ocupa la pintura española del XIX. Sin duda hay obras excelentes, como las de Fortuny, por ejemplo, pero en general el contraste es casi hiriente. Las fantasías del Bosco, los límpidos paisajes de Patinir, la justeza de Fra Angelico o la sencilla fortaleza de Mantegna forman un mundo que de pronto se derrumba ante la poca frescura de algunas obras académicas o la sensualidad rebuscada de otras. Colocadas en un espacio independiente y destacando los cuadros de mayor interés (ahora desdibujados entre los demás), la colección del siglo XIX español adquiriría valor propio. Ahora, en la vecindad de italianos y flamencos posee un aura de correcta decadencia que en nada la favorece.
Hay algo más. Entre las obras del siglo XIX están los cuadros de historia, como La rendición de Bailén (Casado del Alisal), El testamento de Isabel la Católica (Rosales) o Los fusilamientos de Torrijos (Gisbert). Con cuadros como ésos se inauguraron las nuevas salas de la ampliación del museo y fueron al parecer un potente atractivo para el público que visitó aquella muestra. Tal vez por eso se han incluido ahora entre los cuadros expuestos. Sea o no por esa razón, lo cierto es que están ahí y que en una sala contigua se han colocado Los fusilamientos del tres de mayo y La carga de los mamelucos de Goya así como sus pinturas negras, separándolas del resto de su obra alojada en la planta primera.
Si la ubicación de la pintura del XIX resulta, digamos, incómoda, la asociación entre las obras de Goya y los cuadros de historia es del todo inadecuada. La visión de Goya de los sucesos de mayo de 1808 significó una quiebra en la tradición de la pintura histórica: en sus cuadros no hay héroes sino víctimas, y a la figura del rey o el militar victoriosos opone la rebeldía de los sin nombre. Poco tiene que ver esta percepción de la historia, anticipo de la modernidad, con las concepciones académicas que subyacen a los cuadros de historia citados. Menos que ver tienen aún estos temas convencionales de la historia de España con las pinturas negras y su aguda visión de las tensiones del Trienio Liberal que habrían de persistir a lo largo de buena parte de nuestra historia. Tampoco hay razón alguna para separar estas obras de las demás de Goya que en buena medida las anticipan y explican.
Sólo parece haber dos razones para esta peculiar ordenación. Una podría ser el numeroso público que visitó la muestra inaugural de la ampliación del Prado donde se colgaron estos y otros cuadros de historia. La otra, un cierto afán de revivir glorias patrias. Si son ésas las razones, poca consistencia tienen. La primera no se sostiene porque el número de visitas no debe ser criterio de selección de obras de un museo. Carece de sentido que a un centro de estudios se le exija calidad y al museo cantidad, como si de un superventas se tratara. La segunda razón es aún más discutible, porque desprende cierto aroma nacionalista. Las obras de Goya sobre los sucesos del 2 y el 3 de mayo desbordan las fronteras de este país: señalan un umbral de las tensiones europeas del siglo XIX y parte del XX. Integrarlos con los cuadros de historia ya referidos es reducirlas a anécdotas en lo histórico y lo artístico. Esperemos que la sensibilidad del espectador separe lo que esta ordenación ha unido con tan poca fortuna.