Etiquetado: 10.10. Arte renacentista. Pintura europea

Los secretos de Durero

Los secretos de Durero

Los obsesivos autorretratos y las miradas hipnóticas que Durero
imprimió en sus cuadros componen un misterio a desentrañar para los
organizadores de la mayor exposición de los últimos 40 años sobre
el pintor alemán, que abre sus puertas en Nürenberg. «¿Qué hay detrás
de esos misteriosos signos? ¿Por qué esa necesidad de autorretratarse?»,
se pregunta el responsable del proyecto, Daniel Hess, que concluye que
«hemos descubierto muchas más nuevas preguntas que respuestas, pero
hemos desvelado un Durero mucho más cercano a Leonardo de lo que
suponíamos y, en todo caso, el hecho de volver a ver por primera vez
juntas obras que estaban separadas desde que abandonaron la ciudad natal
de Durero, nos permite una nueva visión en perspectiva de su obra
desconocida hasta ahora», añade.
Imagen de uno de los paneles de la exposición. | Efe.
 Una de las nuevas preguntas surgidas a raíz de los trabajos
preparatorios de esta exposición que recoge el Museo Nacional Alemán de
Nürenberg, es el origen de lo que se ha revelado como una obstinación de Durero en dejar ocultas señales en sus obras.
Durante cuatro años, buena parte de los cuadros más tempranos del
artista han sido escaneados en busca de pistas sobre la evolución de su
técnica y los hallazgos son sorprendentes. Algunos aparecen a simple
vista, como el sol ‘in corde leonis’ que ornamenta  el ‘Retrato de
Johannes Kleberger’, un rico e influyente comerciante alemán afincado en
Lyon que podría haber encargado él mismo la inclusión del símbolo en la
pintura.
Otras, sin embargo, son claramente iniciativa del pintor. En el ‘Autorretrato’
cedido por el Museo del Prado, por ejemplo, se ha descubierto que
Durero aplicó pintura directamente con los dedos para componer la figura
de los guantes, cuidándose de que su huella digital quedase impresa y
perfectamente reconocible en la pintura. «Se desvela en estos detalles
una ofuscación por su individualidad, por su yo, que apenas podemos
intuir, pero que imaginamos como un juego inteligente o un mensaje solo
para iniciados», elucubra Hess.
En total, se han reunido 120 obras de Durero (1471-1528)
que incluyen desde el ‘Autorretrato a los 13 años'(1484), un préstamo
del museo Albertina de Viena, hasta la ‘Adoración de los Reyes’ (1504),
de la galería Uffizi de Florencia. La exposición ofrece además una
ocasión única para comparar de forma directa trabajos de Durero con los
de algunos de sus contemporáneos y la influencia que ejercieron sobre él
otros artistas de la región de Franconia (el sur de Alemania).
Tras recorrer los 1.300 metros de exposición,
resulta evidente la contribución de Durero al desarrollo de un nuevo
concepto del arte, lo que le permitió ser «el primer artista alemán que
ya gozaba en vida de un reconocimiento en toda Europa», señala Hess. El
único cuadro representativo que falta es el ‘Autorretrato con pelliza’
(1500), negado desde Munich por la Colección Nacional de Pinturas por
motivos de conservación y que echarán de menos los 150.000 visitantes a
la muestra que se esperan hasta el 2 de septiembre.
Rosalía Sánchez, Berlín: Los secretos de Durero, EL MUNDO, 27 de mayo de 2012
El retrato alemán en el Museo Thyssen

El retrato alemán en el Museo Thyssen

El Museo Thyssen-Bornemisza sigue celebrando su 20 aniversario con la puesta en marcha de diferentes actividades, entre ellas el ciclo expositivo <miradas cruzadas>, que relaciona obras de distintas épocas y estilos de la colección de la pinacoteca. En este contexto se inscribe «Rostros y manos, pintura germánica antigua y moderna», la segunda entrega de esta serie, que el 22 de mayo de 2012 se inaugura y que podrá verse en la sala mirador de la primera planta hasta el 2 de septiembre.
«Jesús entre los doctores», de Alberto Durero. MUSEO THYSSEN-BORNEMISZA
El retrato es uno de los géneros pictóricos mejor representados en los momentos clave de la historia. Pero puede que sean el Renacimiento y el siglo XX las dos etapas mejor representadas y las que más tienen en común. Todos ellos tienen una manea similar de jugar con las miradas, con las manos o las joyas del retratado. La exposición consta de diez obras fundamentales en la historia del retrato y permanecen a la colección permanente del museo, salvo el retrato de Carl Leo Schmidt (1911), de Oskar Kokoschka, perteneciente a la colección Carmen Thyssen-Bornemisza. De hecho,se ha realizado una exquisita selección de obras de Alberto Durero, Lucas Cranach el Joven, Otto Dix y Max Beckmann, entre otros, pone a dialogar al Renacimiento germánico con el Expresionismo y la Nueva Objetividad surgidos en Alemania tras la Primera Guerra Mundial.
Anónimo alemán. 'Retrato de una dama  con la Orden del Cisne', 1940.
Anónimo alemán. ‘Retrato de una dama
con la Orden del Cisne’, 1940.
Como destacó Dolores Delgado, del área de Pintura Antigua del Museo y comisaria de la exposición, durante su presentación a los medios, los artistas de ambos movimientos se interesaron por el hombre y su imagen, así como por su exaltación a través del arte. “En ambos periodos”, explica, “el interés del hombre por su imagen fue muy especial. Los hombres poderosos (por su economía o situación social) querían ser retratados”. En común tienen el mismo tipo de fondos azules o verdosos, la misma atención a las manos, la inclusión de detalles orientativos de la ocupación del retratado. Así, el hilo conductor de la muestra es la fuerza de los gestos, que se expresa a través de los rostros y las manos, y que refleja cómo maestros antiguos como Alberto Durero («Jesús entre los doctores», 1506, es la estrella de la muestra) o Barthel Beham, que cuelga enfrentado a los retratos de Max y Leo Schmidt firmados por Oskar Kokoschka en 1911 y 1914, influyeron en artistas del Expresionismo y la Nueva Objetividad germana como el propio Kokoschka (del que se exhiben dos retratos sublimes) u Otto Dix. “ A su vez, el retrato de Ruprecht Stüpf realizado por Barthel Beham en 1928, tiene mucho que ver con el de Hugo Erfurth con perro, firmado por Otto Dix en 1926. Son juegos de miradas cruzadas. Es una manera de invitar al visitante” concluye la comisaria ” a recorrer la colección permanente. Son diferentes propuestas de contemplación que iremos mostrando a lo largo de estos meses, hasta octubre, cuando se cumplan las dos décadas de la llegada de la colección”.
La muestra ofrece así un paseo pictórico de primera magnitud en el que se advierten similitudes en los esquemas de representación, así como el interés de los maestros de ambas corrientes por el detalle y su obsesión por retratar la psicología de los retratados a través de los gestos. En definitiva, el retrato se convirtió, para ambos movimientos, en el vehículo perfecto para reflejar la expresividad del hombre, de ahí su enorme relevancia en dos épocas separadas por siglos de diferencia. Curiosamente, como destacó Guillermo Solana, director artístico del Thyssen, el retrato es uno de los géneros pictóricos de mayor calidad y cantidad de la colección permanente del museo y también uno de los preferidos del primer barón Thyssen-Bornemisza y de su hijo y fundador del museo, Hans Heinrich.

«Autorretrato con la mano levantada», Max Beckmann. MUSEO THYSEEN-BORNEMISZA
«Autorretrato con la mano levantada», Max Beckmann. MUSEO THYSEEN-BORNEMISZA
«Retrato de Ruprecht Stüpf», Barthel Beham. MUSEO THYSEEN-BORNEMISZA
«Retrato de Ruprecht Stüpf», Barthel Beham. MUSEO THYSEEN-BORNEMISZA
«Retrato de una mujer», Lucas Cranach, el Joven. MUSEO THYSEEN-BORNEMISZA
«Retrato de una mujer», Lucas Cranach, el Joven. MUSEO THYSEEN-BORNEMISZA

«Hugo Erfurth con perro», Otto Dix. MUSEO THYSEEN-BORNEMISZA
«Hugo Erfurth con perro», Otto Dix. MUSEO THYSEEN-BORNEMISZA
«Retrato del Dr. Haustein», Christian Schad. MUSEO THYSEEN-BORNEMISZA
«Retrato del Dr. Haustein», Christian Schad. MUSEO THYSEEN-BORNEMISZA
«Retrato de Max Schmidt», Oskar Kokoschka. MUSEO THYSEEN-BORNEMISZA
«Retrato de Max Schmidt», Oskar Kokoschka. MUSEO THYSEEN-BORNEMISZA
«Carl Leo Schmidt», Oskar Kokoschka. MUSEO THYSEEN-BORNEMISZA
«Carl Leo Schmidt», Oskar Kokoschka. MUSEO THYSEEN-BORNEMISZA
 Christoph Amberger 'Retrato de Matthäus Schwarz', 1542. MUSEO THYSEEN-BORNEMISZA
Christoph Amberger:  ‘Retrato de Matthäus Schwarz’, 1542. MUSEO THYSEEN-BORNEMISZA
I. Martín Rodrigo, Madrid: La pintura germánica antigua y moderna se dan la mano en el Museo Thyssen, ABC, 22 de mayo de 2012
Ángeles García, Madrid: El retrato alemán en diez obras maestras, EL PAÍS, 21 de mayo de 2012
El Prado da a luz a un nuevo ‘tiziano’

El Prado da a luz a un nuevo ‘tiziano’

A partir del motivo religioso de 'San Juan Bautista' destacan dos versiones pintadas por Tiziano: la de la derecha se conserva en la Gallerie dell’Accademia en Venecia y la otra, en El Escorial.
A partir del motivo religioso de ‘San Juan Bautista’ destacan dos
versiones pintadas por Tiziano: la de la derecha se conserva en la
Gallerie dell’Accademia en Venecia y la otra, en El Escorial.

La competencia es dura estos días en el taller de restauración del Museo del Prado, pero incluso entre deslumbrantes rafaeles, goyas y van der weydens,
que reciben atenciones en distintos grados en esta suerte de Uvi del
arte antiguo, brilla con discreción, apagado por siglos de olvidos,
guerras y devastadores repintes, una pintura religiosa de Tiziano (1489-1576).
Se trata del último descubrimiento, que se sepa, efectuado por la
sección científica del Prado, un equipo de unos 15 conservadores y una
veintena de restauradores del más alto nivel que no paran de generar
expectación con sus investigaciones: ahora un bruegel inédito y fundamental, ahora una copia de La Gioconda realizada al mismo tiempo que el original.

La imagen del tiziano, que se conserva en el secreto del
taller hasta que no se termine de trabajar en él, resulta familiar; es
una versión del célebre San Juan Bautista, que el pintor
terminó allá por 1542 y que se conserva en la Gallerie dell’Accademia de
Venecia. Pero no la única, porque también está, claro, la que se
atesora en las salas capitulares del Monasterio de San Lorenzo del
Escorial desde su llegada a la colección en 1577 gracias a una donación
de Felipe II, fan declarado del pintor. La joya fue puesta a punto por
Patrimonio Nacional en 1999, junto a La última cena.

El santo que ahora recibe las atenciones de los restauradores de la
pinacoteca madrileña proviene de lo que se conoce como Prado disperso,
un conjunto de 3.100 obras que fueron saliendo con rumbo a los más
diversos puntos de España cuando la colección creció más de la cuenta
tras la anexión en 1872 de los fondos del Museo de la Trinidad. El
cuadro acabó en una iglesia de Almería (como consta en un inventario del
Boletín del Prado). Allí sobrevivió a la clase de calamidades
que le tenía reservado el ingrato siglo XX: del olvido a los cambios del
gusto o la Guerra Civil.

En ese insospechado hogar reparó en él Miguel Falomir, jefe del
departamento de pintura italiana y francesa, que se halla en el proceso
de la redacción de un catálogo razonado sobre Tiziano que promete para
final de año. Es una de sus especialidades, a la que dedicó una
exposición en 2003 que, todos coinciden en el museo, marcó un hito en la
ambición académica del Prado. El conservador pensó que un estudio
detenido podría aportar datos interesantes. Y acertó.


Radiografía obtenida durante la restauración de la del Escorial.

Sobre este descubrimiento se pueden entrever pistas en un boletín del
Centro de Estudios Avanzados de las Artes Visuales de la National
Gallery de Washington, donde Falomir escribió en 2010: “La restauración y
el análisis técnico de casi toda la colección del Prado ha coincidido
con la elaboración del catálogo razonado y ha contribuido poderosamente
a, por ejemplo, cambiar algunas atribuciones y fechas. Además, las
radiografías y las reflectografías infrarrojas, así como el análisis de
pigmentos han proporcionado nueva información que arroja luz sobre el
modo de trabajo de Tiziano y las variadas etapas de su trabajo creativo;
la presencia de los dibujos bajo la pintura, más abundante de lo que se
creía; los cambios constantes introducidos mientras hacía evolucionar
sus composiciones y la reutilización de lienzos en sus últimas décadas.
Este material técnico es particularmente útil para entender cómo
funciona el taller de Tiziano, especialmente en la producción de
réplicas, un tema del que el Prado está bien provisto de ejemplos”.

“Nadie sabía de la existencia”, reconocía ayer desde Venecia Matteo
Ceriana, director de la Gallerie dell’Accademia, que ha visto la versión
y no duda de que salió del genial pincel, informa Tommaso Koch. “Acabó en una iglesia en el ochocientos,
en virtud de una práctica que también era común en Italia. No es
exactamente como la nuestra, ni tampoco como la del Escorial, y aun así
las tres versiones están interconectadas. San Juan Bautista no es un
tema muy complejo. Y un artista como Tiziano, tan grande y que vivió
durante tanto tiempo, tuvo que afrontar varias veces los mismos temas.
Intentaba no repetirse nunca, por lo menos trataba de reinventarse”.

En efecto, afirman los expertos, era práctica común en los grandes
artistas de la época (y si se piensa en Damien Hirst, por ejemplo,
también de esta) volver sobre ciertos temas, a menudo, por los deseos de
los propios compradores, que deseaban la misma experiencia que habían
tenido otros antes que ellos.

Lo que un creador de la talla del pintor veneciano, fuerte
indiscutible del Prado, no podía permitirse era una burda repetición de
los logros pretéritos. Por eso, este San Juan Bautista —que
comparte con las otras dos versiones las imágenes del carnero y el
paisaje (en este caso destaca poderoso en un co0njunto que se halla en un
delicado estado de conservación)— es mucho más que una mera copia
efectuada por un taller, como también atestiguan los estudios que se han
realizado. Esto, lejos de poner en duda la autoría de Tiziano, la
refuerza.

Los detalles de esta importante restauración se guardarán, con todo,
hasta otoño, cuando se presente el proceso en una exposición y con el
aparato científico que hay detrás de él al completo. Luego llegará la
publicación del catálogo razonado, que por definición se trata de un
recuento pormenorizado sobre la colección de un artista y el trabajo de
su taller, que se presenta, y este es un ejemplo de ello, como una
ocasión única para ajustar cuentas sobre el catálogo, nuevas
atribuciones y otros difusos asuntos relativos a la autoría. Un concepto
que, según los últimos avances en las investigaciones, busca trascender
al mero hecho de encontrar una firma para orientarse a terrenos más
resbaladizos, pero mucho más estimulantes, sin duda, como la calidad o
el estilo.

Iker Seisdedos, Madrid: El Prado da a luz a un nuevo ‘tiziano’, EL PAÍS, 3 de mayo de 2012
Desvelando los misterios de un ‘bruegel’

Desvelando los misterios de un ‘bruegel’

Oculta en el pasillo de la casa de una rama de la familia Medinaceli, esperaba sumida en el olvido ‘El vino de la fiesta de San Martín’ , del enigmático Bruegel el Viejo. Tras su ardua restauración, lo adquirió el Prado por siete millones de euros. Este es el relato del asombroso rescate de una obra maestra perdida y al fin recobrada.

EL ANTES Y EL DESPUÉS. El cuadro llegó al Prado en un estado muy deteriorado (arriba a la izquierda). Tras casi dos años de trabajo, la pieza ha recobrado su esplendor.- JAMES RAJOTTEEl rostro destaca poderosamente entre la turba ruidosa que se agolpa en torno al tonel de vino. Si uno se detiene el tiempo suficiente, acabará por creer que la expresión de los ojos resume todas las debilidades humanas en un par de pinceladas. Hay codicia y burla, pero también ansiedad y terror culpable. Gabriele Finaldi vio además una poderosa evidencia. Fue durante una visita del director adjunto del Museo del Prado a la casa de una de las ramas de la familia Medinaceli. Había sido citado para someter a su consideración el pedigrí de otra pintura, pero al posar su vista en esta, que colgaba anónima de la pared de un pasillo cualquiera, comenzó el relato del descubrimiento más fascinante de la reciente historia del arte español. Aquella expresión, pensó Finaldi, pudo salir de los pinceles de Pieter Bruegel el Viejo (1525-1569), el mejor artista flamenco del siglo XVI y uno de los más enigmáticos. Acertó.

Más de dos años después de aquella epifanía, El vino de la fiesta de San Martín, espectacular sarga de majestuosos tonos mate y arrogante tamaño (148×270,5 centímetros), verá al fin la luz mañana en las salas de la pinacoteca como la obra maestra que siempre fue. Su presentación en sociedad llega tras un arduo proceso de restauración y gracias a la compra con la ayuda del Estado por siete millones de euros. Y marcará el final de un asombroso viaje de casi cuatro siglos y medio, pasados en su mayor parte entre las brumas de la amnesia, al albur de los designios hereditarios y bajo el maltrato de restauraciones inexpertas.

A luchar contra estas ha dedicado casi dos años de su vida Elisa Mora, una de las restauradoras del museo. Cuando el cuadro ingresó en el Prado, en noviembre de 2009, presentaba un «aspecto terrible». «Aparte del barniz de poliéster», recuerda Mora con gesto aprensivo en el taller de restauración del Prado, «le habían aplicado un revestimiento oscuro para tapar los desgastes de ciertas zonas. Además de otra serie de barnices, le colocaron, probablemente en los setenta, un devastador reentelado. El cuadro sufrió encogimientos, y lucía grumos, pliegues y abultamientos».

Situado en la última planta de la ampliación de Rafael Moneo, la luz de esos famosos cielos velazqueños de Madrid penetra por los ventanales del taller y alienta el trabajo de un equipo predominantemente femenino, dedicado en silencio a empresas menos ambiciosas aunque igual de delicadas que la que ha arrebatado el sueño a Mora. Todos destacan en la casa la paciencia y valentía demostradas por la restauradora, que ha tenido que tomar decisiones arriesgadas como despegar la tela que lo cubría toscamente.

Al descorazonador estado en que llegó la pieza había que añadir lo delicado del soporte. La sarga es una tela de lino con ligamento de tafetán, sumamente fina y muy sensible a la humedad y a los traslados. Raramente preferida a la robustez untuosa del óleo, gozó de cierta fama en Flandes a mitad del XVI, como lo demuestran las otras dos sargas de Bruegel el Viejo conservadas en el Museo de Capodimonte, en Nápoles. Sobre ella se pinta directamente, sin preparación, y el efecto del temple sobre la superficie dota al cuadro de una hechizante cualidad mate que transparenta el entramado de la tela y lo convierte en una obra única.

La restauración era crucial para decidir sobre la adquisición del cuadro. Cuando Finaldi lo vio en aquel pasillo oscuro, aconsejó a la familia su traslado al Prado para su rescate, antes de tomar ninguna decisión. Los propietarios pusieron en manos de Sotheby’s la gestión del futuro de la tela. El museo y la casa de subastas acordaron una fórmula que Finaldi definía recientemente como novedosa en su despacho del Casón del Buen Retiro, atestado de libros de pintura antigua y con vistas al pulmón de Madrid. «Estudiaríamos la pieza, la restauraríamos y ejerceríamos la opción de compra si quedábamos satisfechos con el resultado», recuerda. «Había que atender a dos criterios: que, tras los trabajos, el estado de la sarga fuera bueno y que efectivamente resultase ser un bruegel el viejo».

Conviene aclararlo: pese a que el profano quizá vea escasa diferencia entre un bruegel y otro, para un experto se asemejan como el beicon y el helado. Pintor flamenco de azarosa e incierta biografía, Bruegel el Viejo (que acepta también la grafía con hache intercalada) marcó el inicio de una dinastía de artistas que incluía a sus hijos Jan y Pieter el Joven, pero también a nietos y biznietos, que se aprovecharon de su fama, ganada a fuerza de enigmáticos paisajes, composiciones populares y alegorías campesinas en dibujos, pinturas sobre tabla, lienzos o la inusual sarga que nos ocupa. Del pincel primigenio de aquella saga de talento menguante se conservan cuarenta cuadros en todo el mundo y solo uno en España, El triunfo de la muerte, que, cosas del designio artístico, ya nunca volverá a sentirse solo en las salas del Prado. Además de uno de los más bellos, El vino de la fiesta de San Martín es también el más grande de la producción conservada del maestro flamenco; su tamaño dobla al siguiente en la lista.

Su temprano fallecimiento a los 45 años no permitió a Bruegel el Viejo impartir magisterio a sus hijos Pieter y Jan, que contaban cinco años y uno cuando murió, aunque tampoco les impidió seguir los pasos del padre hasta convertirse en una verdadera factoría de producción de escenas bucólicas a menudo inspiradas en ideas del progenitor. De El vino de la fiesta de San Martín, que recoge una tradición del norte de Europa según la cual el 11 de noviembre, día de San Martín, se marca el fin de la vendimia con el reparto a las puertas de la ciudad del primer vino de los toneles entre el pueblo, se conservaban dos vestigios: una copia en lienzo, de trazo burdo y tamaño natural, donación recibida en Bruselas en los ochenta, así como un grabado a cargo del biznieto del maestro, que atribuía erróneamente el original a su abuelo en vez de al bisabuelo.

Taller de restauración del Museo del Prado- JAMES RAJOTTETanto galimatías genealógico disculpa sin duda a los desprevenidos propietarios españoles. Conservaron el cuadro en la familia durante tres siglos, y cuando la casa recibió la visita de Finaldi, estaban convencidos de que poseían un bruegel (aunque en el envés figurara durante una determinada época el nombre de El Bosco), pero no sabían cuál. Así que eso no era suficiente para despertar el interés del Prado. No es solo que piezas de Pieter el Joven aparezcan en el mercado con cierta regularidad, es que el estilo del hijo (bajo cuya firma se escondía en realidad una verdadera factoría) es mucho menos interesante por tembloroso. De hecho, El vino de la fiesta de San Martín fue atribuida en 1980 erróneamente al hijo por Matías Díaz Padrón, antiguo conservador de la pinacoteca, a partir de una fotografía.

Cuando, casi tres décadas después, la sarga llegó al Prado, nadie daba demasiado crédito a aquella atribución. Pero era necesario fundar las nuevas teorías. El museo debía dar una respuesta antes de seis meses a la anterior propietaria, la duquesa de Cardona, si quería hacer efectiva la opción de compra. El vino de la fiesta de San Martín fue sometido a un profundo estudio previo: se tomaron macrofotografías y radiografías tremendamente precisas, reflectografías infrarrojas digitalizadas y muestras de los pigmentos. En el gabinete de documentación técnica, donde estos días se prepara el material de apoyo que acompañará a la exposición del cuadro para dar a los visitantes una idea del complejo proceso, se recopiló la información necesaria para el trabajo del laboratorio de análisis químico. Uno y otro equipo se afanaron en dar la mayor información posible a los restauradores.

Con las primeras radiografías, que descansan ahora en la mesa de trabajo de Elisa Mora, quedó claro lo que Finaldi sospechaba. «Ya entonces tuvimos la certeza casi total de que estábamos ante un bruegel el viejo, una obra maestra de la que teníamos noticia y que creíamos perdida», aclara en su silencioso despacho del Casón del Buen Retiro Pilar Silva Maroto, jefa del departamento de pintura flamenca hasta 1600.

La radiografía evidenció el estado crítico del cuadro, que había acumulado hasta seiscientos rotos y presentaba zonas enteras en las que la pintura, aplicada sin adherente sobre la sarga, se había literalmente esfumado. Pero también relató con elocuencia a los expertos del Prado que la complejísima composición, con nada menos que 96 personajes y basada en uno de esos temas campesinos que el artista flamenco plasmaba desde un lugar equidistante entre la empatía y la crueldad, estaba pintada a la primera, sin titubeos ni apenas arrepentimientos. Tras una prolongada contemplación, solo se observan dos: uno en la zona del tonel y otro en el caballo blanco sobre el que se recoge la alegoría de san Martín desprendiéndose de un trozo de su capa para dársela a los mendigos. Aunque probablemente el artista realizara numerosos estudios previos, de los que no queda rastro, los trazos del pincel delatan una maestría, según Silva, inconfundible.

Entonces empezó el paciente trabajo de rescate, para el que se pidió ayuda al museo Getty de Los Ángeles; la institución llevó a cabo en los noventa una ejemplar restauración de un mantegna pintado sobre la misma clase de endiablada sarga. También se inició un desfile de expertos en Bruegel llegados de Viena, Bruselas y otros centros de producción de conocimiento acerca de la obra del autor de Cazadores en la nieve o aquella Torre de Babel a la que el escritor e ingeniero español Juan Benet dedicó un inquietante ensayo.

Entre los expertos estaba Manfred Sellink, director del Museo de Brujas y autor junto a Pilar Silva y Elisa Mora de un librito que editará estos días el Prado para dejar constancia de la aventura académica. Sellink ya había reparado en el cuadro al verlo en la casa de sus propietarios hace unos cinco años. Cuando recibió la llamada de Finaldi, no dudó: «Era un bruegel el viejo. Por la libertad, por la endiablada composición, por la tremenda ambición, en suma», recuerda el experto por teléfono.

Pese a tanta certeza, la mejor confirmación estaba por llegar. Finaldi seguía convencido de que, al pertenecer a la producción tardía del artista, el cuadro tenía que estar firmado, tal fue la costumbre del autor en los últimos años de vida. Muchas tardes, Finaldi subía al taller, empuñaba la lupa y se pasaba el rato escrutando al detalle la sarga, que poco a poco iba recuperando su ser, en busca de la prueba definitiva de la autoría. El 6 de septiembre de 2010, mientras desayunaba en un café de las inmediaciones del Prado, recibió una llamada: «¡La encontramos!», exclamó Mora al otro lado del teléfono. En efecto: la rúbrica aguardaba en la esquina inferior izquierda, víctima de un estiramiento de la tela e irreconocible bajo un repinte.

Aún quedaban 23 días para que venciera el plazo en el que la pinacoteca debía dar una respuesta a los dueños. No cuesta imaginar que todos respiraron aliviados, empezando por el director del museo, Miguel Zugaza. Ahí comenzó el proceso necesario para efectuar la compra. El cuadro no podía salir de España, porque la Junta de Calificación, Valoración y Exportación de Bienes del Patrimonio Artístico Español lo declaró en su día bien de interés cultural. De ahí que el precio acordado, siete millones de euros, se sitúe muy por debajo del que habría alcanzado en el mercado libre internacional (se barajan cifras de hasta cien millones). Zugaza considera que el precio está, pese a todo, «acorde» con el mercado español.

El Prado no disponía de tanto dinero, así que solicitó una aportación del Ministerio de Cultura de cuatro millones para completar sus «ahorros». «Cuando la firma se hubo encontrado, recibí una llamada de Miguel», recuerda Ángeles González-Sinde, que acudirá mañana a la presentación del cuadro en uno de sus últimos actos como ministra. «Ya no quedan dudas’, dijo, ‘este cuadro debe formar parte de la colección’. Incluso en una época de grandes estrecheces, no creo que nadie dude de la conveniencia de un gasto así».

Con el trato cerrado, el 22 de septiembre el museo convocó a la prensa para esa misma mañana con cierto aire de enigma. Y el mundo conoció la existencia del que se presentó como «uno de los mayores descubrimientos de la historia del Prado».

Desvelado el misterio, aún quedaban flecos de la historia por hilar, como el mismo año de su producción, que los expertos del Prado sitúan entre 1567 y 1568: en la firma, la anotación que se ha conservado de la fecha en números romanos se detiene, ay, antes de la última cifra. Tampoco se conoce gran cosa sobre los primeros compases de la vida del cuadro. Se sabe que perteneció a la colección Gonzaga y figura en un inventario del duque de Mantua de 1627, poco antes de que, atenazado por las deudas, se viera obligado a vender patrimonio a Carlos I de Inglaterra. Un lote en el que, al parecer, no estaba incluido el cuadro. Silva baraja la hipótesis de que entonces la obra pasara a unos acreedores veroneses, expertos en cobrarse deudas a cambio de piezas artísticas.

La conexión española, y de eso sí hay certeza, hay que buscarla en la fascinante figura de Luis Francisco de la Cerda, noveno duque de Medinaceli. Fue embajador español en Roma y virrey de Nápoles, además de comprador de gran gusto, que enriqueció el acervo artístico de la colección Medinaceli, de la que provienen piezas tan importantes como Las hilanderas, de Velázquez, o el majestuoso lucas jordán que preside la Biblioteca del Casón del Buen Retiro.

El cuadro le acompañó probablemente en 1702 en su vuelta definitiva de Nápoles a España; tan famoso llegó a ser en la ciudad italiana que las crónicas de la época aseguraron que tras su partida, solo quedaron cinco pecados capitales, pues la soberbia y la lujuria marcharon con el duque. Tras su muerte sin descendencia en la cárcel de Pamplona, donde fue confinado por Felipe V, el bruegel pasó a su sobrino, Nicolás Fernández de Córdoba. Y allí, dando tumbos por las ramas de un complejo árbol genealógico, ha permanecido durante tres siglos, como un sujeto paciente que espera su oportunidad mecido por los vaivenes del gusto.

Cuando termine la exposición temporal, el cuadro encontrará su lugar natural en las salas del Prado, como parte de la mejor colección de arte flamenco del mundo. Seguro que los boscos, van eycks o rubens le harán un hueco de buen grado, el mismo que hallará muy probablemente en el corazón de los visitantes asiduos al Prado, esa tribu que necesita acudir a las salas del museo de cuando en cuando en busca de un bálsamo artístico. Y entonces, confía Zugaza, cuando otro sea director del museo, a él le quedará al menos el consuelo de contar a sus nietos «esta asombrosa historia».

Iker Seisdedos: Desvelando los misterios de un ‘bruegel’, EL PAÍS, 11 de diciembre de 2011
El Prado se refuerza con ‘El vino de la fiesta de San Martín’ de Bruegel

El Prado se refuerza con ‘El vino de la fiesta de San Martín’ de Bruegel

La pinacoteca madrileña presenta el próximo lunes la obra del reconocido artista del siglo XVI, que ha sido objeto de un complejo proceso de restauración

La ministra de Cultura en funciones, Ángeles González-Sinde, junto al cuadro.El Museo del Prado presentará el próximo lunes una de las adquisiciones «más excepcionales de la Historia», El vino de la fiesta de San Martín de Pieter Bruegel el Viejo, tras el delicado y complejo proceso de restauración al que ha sido sometida.

Pieter Bruegel el Viejo está considerado como el «nuevo Bosco» de la época y es la figura más importante de la pintura flamenca del siglo XVI. Reconocido en vida, tras su temprana muerte en 1569 sus escasas obras fueron buscadas obsesivamente por los coleccionistas. En España sólo se conservaba hasta ahora una obra autógrafa de él, la tabla del Triunfo de la muerte, de 1562, propiedad del Museo del Prado y que formó parte de la colección real (se recoge en el inventario de la Granja en 1774).

Para la responsable de las colecciones de pintura flamenca del museo, Pilar Silva, encontrar este cuadro fue una «gran sorpresa». Explicó que El vino en la fiesta de San Martín es una obra «original» y «rarísima» tanto por su composición como por el escaso número de obras autógrafas del artista que se conservan.

El lienzo llegó al Prado por mediación de Sotheby’s, para que fuera restaurado e investigado y poder confirmar su autoría. Tras las pertinentes ragiografías, análisis de telas y pigmentos, el departamento de investigación del Prado ya podía augurar que el cuadro era de Bruegel. Pero además, el 6 de septiembre de 2010 apareció de manera inesperada la firma del autor, que había permanecido oculta. La identificación de esta obra, según la pinacoteca, es uno de los «descubrimientos de mayor relevancia realizados en muchos años respecto a la obra de esta gran pintor flamenco».

Bruegel nace en una pequeña aldea del Brabante septentrional, cerca de Breda. Su nombre aparece mencionado por primera vez en 1551, cuando es recibido como maestro en el Gremio de Pintores de San Lucas de Amberes. Se supone que Bruegel, hombre formado en el ambiente culto y humanista del círculo de Coecke, estableció amistad con Giulio Clovio y colaboró con él en alguna ocasión. A su regreso a Amberes, estableció una estrecha y fecunda relación con el grabador y, a su vez, prolífico editor de grabados Hieronymus Cock, apasionado por El Bosco como el propio Bruegel, que sigue la estela del artista de Hertogenbosch dibujando varias de sus obras para ser grabadas en el taller de Cock. Murió en 1569, según consta en su epitafio funerario de Nôtre-Dame-de-la-Chapelle de Bruselas.

Estéticamente no se aprecia una evolución notoria a través de los cuadros fechados, por lo que los antiguos tratadistas prefieren catalogar su obra según la temática, siendo el paisaje lo más característico de sus primeros años. Entre 1557 y 1563 le fascinan la técnica y los asuntos caprichosos y diabólicos de El Bosco, que interpreta con personalidad propia, por lo que se le conoció con el apodo de Pierre le Drôle (Pedro el Gracioso). Consagra los años posteriores a asuntos religiosos antes de culminar su vida con la exaltación febril y libre del mundo campesino, a cuyas fiestas acudía disfrazado para mezclarse con los aldeanos.

Europa Press, Madrid: El Prado se refuerza con ‘El vino de la fiesta de San Martín’ de Bruegel, El Día de Córdoba, 9 de diciembre de 2011

La marca de la identidad portuguesa

La marca de la identidad portuguesa

San Pablo (1470), de Nuno Gonçalves, propiedad del monasterio San Vicente de Fora (Lisboa).-A mediados del siglo XV Portugal se abre al mundo y a la pintura. Su arte no domina el espacio, el modelado o la perspectiva, pero cautiva con sus gestos, detalles y color. En Valladolid se exhibe este legado, que por vez primera cruza fronteras

A los portugueses les gusta decir con ironía que el único momento en el que su pintura fue mejor que la española fue la que se hizo entre mediados del siglo XV y mediados del XVI, en plena Era de los Descubrimientos. Así, en 1924, en la Guía de Portugal se afirmaba: «Nuno Gonçalves -su máximo exponente- consigue un sentimiento de lirismo noble y calmado que lo hace nuestro, y una armonía de color que funde los tonos y evita esos duros contrastes de colorido tan vulgares en la escuela española». El pasado año, sin caer en nacionalismos y con más interés en conocer las ramificaciones cosmopolitas de su pintura, el Museo de Arte Antiguo de Lisboa acogió una ambiciosísima exposición: Primitivos portugueses (1450-1550). El siglo de Nuno Gonçalves que hoy se exhibe en el Museo Nacional Colegio San Gregorio de Valladolid. En total 48 de las 160 tablas y retablos de su colección, y de iglesias o casas de misericordia de todo el país, algunas restauradas ex profeso para la muestra.

Un arte singular, bello y lleno de misterios para quienes descubran en la muestra esta faceta del vecino peninsular, porque encontrar obra lusa bajomedieval en pinacotecas extranjeras es casi una quimera. Razón de más para que San Gregorio se plantease como un ahora o nunca la ocasión de exponer Primitivos. El desplome de la economía portuguesa y sus consiguientes elecciones estuvieron a punto de arrastrarla. La persistencia de ambas instituciones, hermanadas en distintos proyectos, tuvo su recompensa y por primera vez este legado pictórico cruza las fronteras de Portugal.

«Esta pintura está muy relacionada con su identidad, por eso Primitivos se quiso celebrar en 2010, coincidiendo con el centenario de la República. Corresponde a la época en la que hicieron los primeros descubrimientos, cuando empezaron su expansión marina… Portugal, un país pequeño y en un rincón perdido de Europa, consiguió convertirse en potencia colonial con una sociedad muy próspera, muy abierta y cosmopolita y, por tanto, muy permeable a las influencias artísticas de flamencos, italianos…», explica María Barroso, directora del Museo San Gregorio y una de los tres comisarios de la muestra.

«Es un arte muy novedoso, supone una ruptura con todo el mundo medieval con una calidad muy poco frecuente. Se llama Primitivos porque es una pintura que quiere ir más lejos de lo que es capaz de dominar. No se domina el espacio, ni las leyes de la perspectiva, ni el modelado… Pero lo compensa con el cultivo de los gestos, los detalles, las miradas, la importancia del color», la describe Barroso, tan entusiasta que ha programado para este verano cine, música y teatro portugués en el museo. Con esta tosquedad termina el artista Vasco Fernandes, el gran Vasco, «un pintor ya muy seguro en el colorido, en el dibujo de las figuras y en la capacidad para componer hábilmente y con dominio del espacio, notándose ya las características fundamentales de la pintura portuguesa del periodo manuelino», dice el comisario portugués Joaquim Oliveira Caetano.

«Primitivos es una operación de desagravio, una revisión de un ciclo pictórico en el que la Historia apenas había navegado liberada de los límites del mito», define el motivo de la muestra Antonio Filipe Pimentel, el director de Arte Antigua. Por fin, mediado el XIV, Portugal se abría a la pintura -ya lo había hecho en la escultura- al tiempo que lo hacía al mundo. Sin embargo, es poco el arte de esos días que hoy se conserva. Apenas una cincuentena de tablas datan de antes de 1500 y se contabilizan solo una treintena de pintores en el siglo XV (una pequeña parte de los que realmente existieron) repartidos en tres grandes grupos regionales: sur (talleres de Évora), centro (los de Lisboa) y norte (en Viseu). José Alberto Seabra Carvalho, el tercer comisario, relaciona este nacimiento pictórico con la cercanía al «riquísimo centro cultural que era Santiago de Compostela y su catedral que derivaban imagineros y pintores hasta los límites impuestos por la ocupación árabe».

El infierno (1510-1520), de maestro desconocido.-Las relaciones comerciales entre Portugal y Flandes eran muy estrechas y eso animó al intercambio de arte. Hay un hecho al que en la pintura portuguesa se le da una gran importancia -no se sabe si real o no, pero al menos simbólica-, y es que el flamenco Van Eyck estuvo allí a principios del XV. Iba acompañando a unos príncipes, no se sabe qué hizo, pero es muy probable que su presencia allí tuviese cierto influjo. Los pintores lusos sustituyeron los fondos de oro por otros no tan planos, incluso oníricos; empezaron a contar historias en las imágenes, lejos del hieratismo medieval, y a dar una importancia enorme a los pormenores. Se detenían en minucias, como un bolsito de piel y tela estampada con hilos de oro -guiño a los talleres de bordadores, sastres u orfebres- , en el retrato microscópico de una dama junto al rosetón de una ventana gótica o en la vida cotidiana como un caballero limpiándose los dientes.

«Cuando una sociedad cultiva tanto los detalles -gracias al óleo- es que tiene tiempo para las pequeñas cosas y es optimista. Se ve también en su literatura y su cine que los portugueses tienen capacidad de concentrarse en algo concreto, con un sentido del tiempo muy dilatado», subraya la directora del San Gregorio.

La temática también es singular. Recurren a escenas del Antiguo Testamento, más que al Nuevo: la historia de la virgen, la creación del mundo, el paraíso, el infierno o las historias del pueblo judío. Aparecen también animales míticos, inexistentes, y la realidad del momento: mártires de Marruecos, expresión de que durante la expansión colonial evangelizaron, o coloridos tocados de plumas, símbolo del Amazonas conquistado.

Con el paso de los años los artistas se decantaron por la senda italiana y viajaban allí para formarse. A finales del XVI cambiaron los gustos y la madera de las tablas -castaño, más irregular que el pino- fue usada como tal, cuando no destruidas las imágenes durante la Contrarreforma. Y a esta triste merma del patrimonio contribuyó también la alteración de los patronazgos. «Se han perdido la mayoría de los eslabones que permitirían definir esta pintura; esto es, ejemplos anteriores, coetáneos o inmediatamente posteriores en número suficiente para establecer filiaciones, vínculos entre talleres, un conocimiento de los lenguajes próximos…», se lamenta Oliveira Caetano en Un siglo de pintura portuguesa. Artistas, obras, interrogantes. De este desguace general apenas se salvan el núcleo de Nuno Gonçalves, los trípticos de Santa Clara y Aveiro o las tablas de las antiguas colecciones de Reynaldo dos Santos y Espíritu Santo, que al menos al fin salen de Portugal.

Primitivos. El siglo dorado de la pintura portuguesa. 1450-1550. Museo Nacional Colegio San Gregorio. Palacio de Villena. Cadenas de San Gregorio, 1 y 2. Hasta el 2 de octubre. Valladolid. museosangregorio.mcu.es/

Elisa Silió: La marca de la identidad portuguesa, EL PAÍS / Babelia, 30 de julio de 2011

La Madonna que enamoró a Nabokov

La Madonna que enamoró a Nabokov

El restaurador Lorenzo Pérez del Campo presenta el resultado final. | Conchitina Ojos luinescos, los llamó Nabokov. La mirada suave y un poco estrábica, los ojos almendrados y separados, las telas de colores suaves y rodeadas por una niebla. Las madonnas de Bernardino Luini, discípulo de Leonardo da Vinci, inspiraron un cuento de Nabokov, La Veneziana, en el que un personaje lograba entrar dentro de un lienzo. Allí, confundido entre el paisaje y los personajes del óleo, se enamora de las madonnas, sobre todo, de una de Luini: «El niño levanta hacia ella una manzana pálida, y ella la mira bajando sus ojos alargados y suaves… Ojos luinescos… Dios mío, cómo los he besado».

En el Museo de Bellas Artes de Sevilla se puede ver uno de esos cuadros que fascinaron a Nabokov y que representan bien la escuela lombarda del Cuatrocento: Madonna con el Niño, San Roque y San Sebastián. El lienzo, recién restaurado por el Instituto Andaluz de Patrimonio Histórico (IAPH), se incluirá hasta el próximo 17 de julio en el ciclo «Obra Invitada» de la pinacoteca.
'La Virgen con el Niño'.
La obra ahora restaurada pertenece desde 1679 a la Iglesia de Santa María de la Mesa en Utrera, pero se desconoce cómo llegó hasta allí, ya que Luini pintó el cuadro en torno a 1521. En dos siglos, nada se sabe de su historia. Hay quien asegura que la obra llegó al pueblo sevillano porque perteneció a la familia Montes de Oca, linaje muy poderoso en el siglo XVII que mantenía relaciones comerciales con Italia.

El cuadro es un ejemplo muy ilustrativo del arte de Luini, uno de los discípulos de Leonardo da Vinci, cuya huella también se aprecia en la delicadeza de los tejidos, el uso de los colores y la dulzura de las escenas. Sin embargo, en la Madonna representada se adivina la mirada que enamoró al personaje de Nabokov, porque Luini era «el más delicado de los maestros», según el inquietante personaje que al internarse en otra tabla religiosa oye decir algo a la Virgen «en lengua flamenca».

Tradición lombarda

Bernardino Scapi, más conocido como Bernardino Luini nació en Dumenza, cerca de Luini -localidad de la que toma el nombre-, en el norte de Italia en 1480 y falleció en Milán en 1532. Este artista del círculo de Da Vinci simboliza bien la tradición lombarda cuatrocentista con sus habilidosos juegos de luces y sombras y cierto estatismo en las figuras.

La restauración del lienzo salvado de los azotes del tiempo ha sido compleja, ya que la obra llegó en muy malas condiciones. Según Lorenzo Pérez del Campo, técnico del Instituto Andaluz de Patrimonio Histórico, la obra sufría «pérdida de la película pictórica», además del deterioro provocado por los insectos. Faltaban partes que habían sido suprimidas con una sierra y malas intervenciones realizadas en el siglo XIX como limpiezas abrasivas.

Luini tiene obras en los principales museos del mundo como La Virgen con el Niño y San Juanito del Museo del Prado; Virgen con el Niño, San Sebastián y San Roque del Museo de Sarasota, Estados Unidos; Sagrada Familia, Santa Isabel y San Juanito de la Pinacoteca Ambrosiana en Milán, o Virgen con el Niño, San Sinisio y San Martín, que pertenece a una colección privada de Turín. Las mismas madonnas que enamoraron al personaje literario de Nabokov.

Eva Díaz Pérez| Sevilla: La Madonna que enamoró a Nabokov, EL MUNDO, 15 de junio de 2011

James Macdonald: «Los propietarios del Bruegel estaban satisfechos con la oferta del Prado»

James Macdonald: «Los propietarios del Bruegel estaban satisfechos con la oferta del Prado»

Director de ventas privadas de pintura antigua de Sotheby’s, fue el primero que vio «El vino en la fiesta de San Martín» en casa de sus propietarios y lo atribuyó a Bruegel el Viejo

James Macdonald. ABC

James Macdonald, director de ventas privadas de pintura antigua de Sotheby’s, cuenta a ABC todos los detalles de uno de los mayores descubrimientos artísticos de los últimos años.

—¿Cómo fue el hallazgo del cuadro y su atribución a Bruegel el Viejo?
—Vi el cuadro en 2006, junto con un compañero mío, el jefe del Departamento de Pintura Antigua en Londres. Fuimos a hacer una valoración para la familia. Fue un momento muy especial. Enseguida nos dimos cuenta de que estábamos ante un cuadro excepcional. Ambos dijimos: «Estamos antes una obra de Bruegel el Viejo». Pero, claro, siempre hay que investigar para apoyar la idea inicial. Volvimos a Londres, me dirigí a la biblioteca de Sotheby’s y allí encontré información. Como un grabado hecho probablemente en el siglo XVII, que tenía la misma composición del cuadro (al revés, claro, al ser un grabado). Existía una réplica también en un museo de Bruselas. Hallamos un inventario de un cuadro de esta misma descripción en la colección de la familia Gonzaga y en la colección del archiduque Leopoldo de Austria. Toda esa información apoyaba mucho la atribución. Tras hacer nuestra valoración, los propietarios decidieron dar el cuadro a Sotheby’s para venderlo y yo me dirigí directamente al Prado. Lo que estaba muy claro es que era un cuadro de muchísima importancia, que debía estar en una institución de la relevancia del Prado, que además tenía los recursos y los expertos para cuidar del cuadro. Tuve una reunión en 2009 con el director y el director adjunto del museo. Desde el principio se dieron cuenta de su importancia, pero quisieron hacer más investigaciones. Hicieron un estudio muy profundo, dirigido por Gabriele Finaldi y su equipo, y empezaron un proceso de restauración con el permiso de los propietarios. Fueron a ver otras sargas de Bruegel el Viejo a diversas instituciones, como la colección Farnese de Nápoles, para entender este cuadro. Se hizo un estudio sobre la procedencia de la obra, se halló documentación importante acerca de cuándo vino a España… Se llevó a cabo un estudio técnico estupendo antes de comenzar el proceso de restauración. Para mí ha sido un privilegio. No es algo que ocurra muchas veces en la vida.

—¿Cuando los propietarios se ponen en contacto con Sotheby’s, aportan alguna documentación sobre el cuadro?
—Estaba declarado BIC como Bruegel el Joven. Pero no sé desde cuándo. Los propietarios entendían que el cuadro, al ser declarado BIC, es inexportable y no podía salir de España, por lo que no pedimos la licencia de exportación. Hay que ser conscientes de esa restricción que hay aquí. En este caso los propietarios quedaron muy contentos de que esté en el Prado. Es un cuadro que se ha movido de una colección histórica a una colección estatal.

—¿La atribución a Bruegel el Joven y su declaración como BIC se debe al estudio que hizo Matías Díaz Padrón?
—Yo creo que Matías solo lo vio a través de una foto. De ahí que no fuera muy precisa su atribución.

—En España hay pocos, pero muy buenos coleccionistas: Abelló, Arango, Thyssen, Várez Fisa, Koplowitz… ¿No se pensó en algún momento ofrecerle el cuadro a ellos?
—Los propietarios no nos dijeron a quién debíamos ofrecerle el cuadro. Ofrecerlo al Prado fue nuestra primera idea. El cuadro necesitaba la profesionalidad y los recursos técnicos del Prado. Últimamente, este museo es un comprador muy importante. Y, desafortunadamente, no hay tantos coleccionistas de pintura antigua de este nivel en España.

—A todos nos sorprendió el precio final: 7 millones de euros. Los expertos dicen que en el mercado triplicaría esa cifra. ¿Por qué entonces 7 millones?
—El cuadro es precioso, pero su estado de conservación es un poco problemático. El precio refleja varias cosas: el hecho de que proceda de una colección histórica, que no podía salir de España… Es un precio sustancial. Con las condiciones que había, los propietarios estaban satisfechos aceptando la oferta del Prado.

—¿El precio lo fijó el museo, los propietarios, Sotheby’s?
—No puedo decirlo.

—Se habló también de que el precio no fue más elevado porque el museo era el que había hecho todo el estudio técnico de la obra…
—No, no creo que eso haya influido en el precio.

—¿Qué ocurre ahora con la pintura antigua? Salen obras de los grandes maestros hasta debajo de las piedras: supuestas obras de Velázquez, Goya y hasta Miguel Ángel. ¿A qué atribuye este «boom» de la pintura antigua en el mercado?
—Yo creo que el mercado de pintura antigua siempre tiene la capacidad de sorprender. Y España es un país que sigue teniendo cosas por descubrir. No sé si es una casualidad que hayan salido tantas cosas juntas, pero siempre hay descubrimientos y eso es lo que calienta el mercado y lo que capta a los coleccionistas. Para mi trabajo es una parte fundamental ir buscando joyas escondidas y, cuando se tiene suerte de encontrar obras de esta magnitud, es un gran placer.

—En el caso del Bruegel, ¿cómo ocurrió?
—Los propietarios nos invitaron a hacer una valoración.

—¿Es imposible saber algo acerca de la familia?
—Es una familia importante y tiene una colección importante.

—¿Tenían el cuadro en su casa o en depósito en algún lugar?
—Estaba en su casa.

—¿Son de Madrid?
—No.

—¿El mercado del arte antiguo es más estable y seguro que los demás? Parece que el arte contemporáneo sufre más altibajos…
—En un momento en que los tipos de interés son muy bajos hay mucha fluctuación en los mercados financieros y también en el artístico. Lo que hemos visto en los últimos dos o tres años es gente que mira el arte como un vehículo para invertir. Comprar arte parece un bien muy estable. La pintura antigua tiene ventajas: queda muy poco de primerísima calidad y sabemos quiénes son los pintores importantes establecidos. El mundo contemporáneo es más especulativo. Estamos viendo mucho dinero invertido en pintura antigua.

—¿Hay un resurgir de la pintura antigua?
—En España, desafortunadamente no. En el nivel top hay mucha demanda. La parte media es muy selectiva. Es un mercado con dos caras, con dos niveles.

—Decía antes que en España aún hay posibilidades de encontrar joyas en las colecciones. ¿Nos podría desvelar alguna?
—Estoy trabajando en una obra importante, que es un redescubrimiento. Pero aún no puedo dar detalles.

—En el caso del Bruegel ha habido unanimidad en cuanto a su atribución. No es el caso del supuesto Velázquez de Yale, «La educación de la Virgen». ¿Conoce la obra? ¿Qué opina? ¿No hay demasiada rapidez y ligereza a la hora de hacer las atribuciones?
—¡Bienvenida a la pintura antigua! Es un campo complicadísimo. Un pintor como Velázquez es muy complicado, porque no sabemos mucho de su taller. No tenía un taller como Van Dyck o Rubens, que era muy desarrollado. Siempre habrá diferencias de opinión en la interpretación de cuadros de muchísima calidad. El tema de las atribuciones es algo complejo, que lleva tiempo. No he visto la obra de Yale, no puedo dar mi opinión. Cuando estás enfrente de una obra maestra, te habla, te dice algo. Con el Bruegel fue lo que nos pasó. Pero el estudio académico es fundamental.

—¿Qué hace que un coleccionista se decante por una subasta o por una venta directa?
—Pues depende. Hay muchos criterios. Por ejemplo, si tenemos parte de un retablo y la otra se halla en un museo o en manos de un coleccionista privado. En estos casos hay un candidato preferente para comprar la pieza. Fue el caso de un díptico que encontré en una colección de Barcelona. La otra parte estaba en un museo de Tokio, así que la vendí a este museo. Unas veces, una familia puede preferir la venta privada por discreción. Otras veces aparecen obras que no pueden salir de España. El mercado aquí no está muy desarrollado. No es muy acertado poner en subasta en España en estos momentos una obra muy importante. Las piezas de este tipo las vendemos privadamente en España. Yo hago ventas por todo el mundo, bastantes en España. Es una buena manera para fomentar aquí el coleccionismo. Y para los propietarios es una forma de controlar mejor el precio que van a recibir. En las ventas directas hay más control que en las subastas.

El Louvre compra un ‘cranach’ con ayuda de donaciones particulares

El Louvre compra un ‘cranach’ con ayuda de donaciones particulares

las_tres_gracias_CranachEl Museo del Louvre de París ha conseguido movilizar a más de cinco mil donantes particulares a través de internet para conseguir el millón de euros que le faltaba para poder aquirir por cuatro millones Les Trois Grâces (Las Tres Gracias, 1531), una célebre obra maestra de Lucas Cranach el Viejo (Kronach, 1472-Weimar, 1553), a un coleccionista privado. El museo más visitado de Europa –recibe ocho millones de visitantes al año– poseía ya cinco obras del maestro alemán.

Tras la intervención de dos grandes empresas, el Louvre consiguió reunir tres millones de euros, pero el Ministerio de Finanzas no consideró oportuno donar el millón que faltaba. La dirección del museo tuvo una idea original: invitar a sus visitantes y amigos a hacer donaciones a través de internet. A los pocos meses, la petición de ayuda recibió un apoyo masivo. El millón de euros que faltaba ha sido aportado por una avalancha de pequeños donantes.

La media aportada por los donantes ha sido de 150 euros y un 25 por ciento aportó 50 euros. Hay donaciones mucho mayores, de 10.000, 20.000 y 40.000 euros. Además de particulares han participado pequeñas y medianas empresas. También fundaciones francesas y extranjeras. Eso sí, no se trata solo de patriotismo. Los donantes gozarán de una desgravación fiscal equivalente al 66% de la suma entregada.

Pequeñas dimensiones

Las Tres Gracias es un lienzo de pequeñas dimensiones (24 X 37cm) pintado sobre tabla, pero es una obra maestra de Cranach y del Renacimiento alemán. La obra muestra las típicas figuras del maestro, tres mujeres desnudas, extremadamente palidas y delgadas, lo que contrasta con el fondo oscuro. Sin decoración ni paisaje, el canon de belleza de Cranach no se parece al de Rubens, que cien años después apostará por la desmesura y la abundancia.

La obra es bastante enigmática, pues se desconoce por qué la única prenda de ropa presente en ella es un sombrero plano y rojo con el que está tocada la Gracia del centro, la misma que posee no uno sino dos collares. La mujer situada a la derecha se coge el pie por el tobillo en una postura extraña. Y la tercera figura, la Gracia de la izquierda, se sitúa de espaldas mirando al espectador en un escorzo también extraño.

Las Tres Gracias se expondrá en el Louvre a partir del 2 de marzo de 2011. Junto al cuadro habrá una larga relación con los nombres de todos los donantes.

En España

Cranach, que tomó por apellido el nombre de su ciudad natal en Franconia, Kronach, se formó como pintor en el taller familiar. Hacia 1490 viajó por el sur de Alemania, estableciéndose luego en Viena donde está documentada su presencia entre 1500 y 1504. Allí frecuentó los círculos humanistas que habían surgido en torno a la universidad. De esta etapa son los retratos de Johannes Cuspinian y de su esposa, en Winterthur, y El descanso en la huida a Egipto, en la Gemäldegalerie de Berlín. En 1505 se encuentra en Wittenberg donde fue requerido por el elector Federico III como pintor de corte. En 1508 realizó un viaje, en misión diplomática, a la corte del emperador Maximiliano en los Países Bajos percibiéndose en su producción, tras su regreso, una mayor «suavidad» en el modelado de sus personajes. En esos años se han fechado Venus y Cupido del Ermitage y La Virgen y el Niño con un racimo de uvas, del Museo Thyssen-Bornemisza.

Cranach pasó en Wittenberg los años siguientes hasta su traslado a Augsburgo y luego a Innsbruck acompañando en su exilio al elector Juan Federico de Sajonia. En 1552 se trasladó junto con el elector a Weimar donde falleció en 1553. Pintor vinculado a las ideas reformistas, cultivó, junto con el retrato, la pintura religiosa y grabado. Son especialmente notables las series de grabados ejecutadas entre 1505 y 1509. A partir de 1520, el artista se dedicó con más intensidad a la ilustración, realizando imágenes para los libros de los reformadores y escenas bíblicas. Dirigió un taller importante que tuvo una gran actividad y en el que colaboraron sus dos hijos. Entre sus obras más destacadas se encuentran el Tríptico con los tres electores, en la Kunsthalle de Hamburgo, La Edad de Oro de la Alte Pinakothek de Múnich, sus retratos de los electores y de otros miembros de la corte, y sus personalísimas representaciones de Judith, Salomé, Venus y ninfas.

La presencia de los Cranach (el Viejo y sus hijos) era relativamente escasa en los museos de España hasta la apertura del Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid, que posee un fondo siete grandes obras. Otros museos españoles con sus obras son el Museo del Prado, MNAC de Barcelona, Museo Lázaro Galdiano y Bellas Artes de Sevilla.

Enzo Agrigento: El Louvre compra un ‘cranach’ con ayuda de donaciones particulares,
hoyesarte.com, 18 de Diciembre de 2010

Adán y Eva vuelven al paraíso

Adán y Eva vuelven al paraíso

A la izquierda, Adán, antes, durante y después de la restauración. A la derecha, Eva en el mismo proceso.-

De vuelta en el paraíso del Prado, Adán y Eva lucían ayer casi se diría que libres de pecados originales. Han sido dos años de restauración de las tablas en las que Alberto Durero (1471-1528), genio del Renacimiento alemán, intentó atrapar el canon de belleza ideal: desde su altura de nueve cabezas (en lugar de las ocho habituales), los pespuntes de color plateado y nacarado y esa anatomía apenas sugerida.

Tras las delicadas intervenciones, las obras han recuperado la espectacular belleza con las que deslumbraron en su emplazamiento original en el Ayuntamiento de Núremberg y desde 1827, en el Prado. Allí vuelven ahora, durante cuatro meses: Adán y Eva presidirá la galería central del museo. Después, volverán a acompañar a las restantes obras de Durero propiedad de la pinacoteca, entre ellas, el bellísimo autorretrato del pintor.

Entretanto, gracias a un peculiar montaje, se puede contemplar la historia del delicado y complejo proceso de lifting que se ha realizado sobre las pinturas y las tablas que las soportan.

Gabriele Finaldi, director adjunto del museo, explicó ayer que la necesidad urgente de restaurar la obra se planteó en 2004. Expertos internacionales reunidos en el museo estudiaron a fondo los muchísimos daños producidos por reparaciones muy agresivas y decidieron que los trabajos se harían en el propio taller del museo, uno de los más prestigiosos del mundo, en colaboración con el Metropolitan de Nueva York y la Fundación Getty. Las tablas subieron al taller en 2008.

Estaban en pésimo estado, pero la que soporta a Adán había sido agujereada con saña de forma que soporte y pintura presentaban daños aparentemente irreparables.

De restaurarlas se han ocupado dos especialistas de un género del que no se cuentan más de una decena en todo el mundo: José de la Fuente, del Museo del Prado, y George Bisaca, del Metropolitan de Nueva York. Ayer, en el auditorio del museo se proyectaron imágenes del antes, el durante y el después del trabajo. Así se pudieron apreciar, en primeros planos, los efectos de las destructivas restauraciones realizada sobre las pinturas. Los responsables también de la recuperación de las tablas de El descendimiento de la cruz, de Roger van der Weyden, aseguraron que nunca se habían enfrentado a un trabajo tan complicado como el que representaban las piezas del artista alemán.

De la pura restauración de la pintura de las tablas se ha ocupado Mayte Dávila, trabajadora del museo desde hace 35 años. Dávila detalló los desastres que, desde el siglo XVIII, han sufridos estas obras. «Las sucesivas capas de barnices y repintes han sido monstruosos», explica.

Regalo de Cristina de Suecia a Felipe IV en 1654, un año después llegaron a Madrid. Se colgaron en las llamadas Bóvedas de Tiziano, las estancias de verano del Alcázar de Toledo, donde se expusieron junto a piezas maestras de Rubens, Tintoretto o Ribera. En el Alcázar, sufrieron su primer gran deterioro a consecuencia del incendio de 1734.

Siempre al borde del peligro, Carlos III ordenó su destrucción junto a otros muchos cuadros que él consideraba indecentes. Se salvaron entonces, pero el paso del tiempo y los malos cuidados hicieron sonar las alarmas.

Mayte Dávila contemplaba ayer con admiración el trabajo que ha capitaneado: «Ver ahora los tonos ámbar de Eva o los plateados de Adán proporciona auténtica felicidad».

Ángeles García, Madrid: Adán y Eva vuelven al paraíso, EL PAÍS, 25 de noviembre de 2010
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