Etiquetado: 11.6. Arte barroco. Pintura española

Un puente para Murillo

Un puente para Murillo

Las puertas abiertas de par en par –a pesar del gélido frío– y una rampa amarilla dejan a las claras que la Casa Murillo ya está en funcionamiento. En el interior de este inmueble, declarado BIC en 1995, que inauguró este miércoles, aún huele…

“Velázquez y Murillo”, Fundación Focus-Abengoa (Sevilla)

“Velázquez y Murillo”, Fundación Focus-Abengoa (Sevilla)

La exposición Velázquez. Murillo. Sevilla, podrá verse en Sevilla desde el pasado 8 de noviembre hasta el próximo 28 de febrero de 2017, en la Fundación Focus-Abengoa con motivo de sus 25 años en el Hospital de los Venerables de Sevilla. Con ella arranca el año de Murillo, ya que en 2017 se conmemora el 400 aniversario del nacimiento del pintor, nacido en 1617, año en el que Velázquez superaba su examen como maestro de pintura.
Diego de Velázquez (1599-1660) y Bartolomé Esteban Murillo (1617-1682) nacidos con dieciocho años de diferencia, son el motivo que ha inspirado dicha exposición. Ambos vivieron en Sevilla a principios del siglo XVII, ciudad que aspiraba a una pujanza económica y cultural de grandes urbes como Roma y Amberes.
No existe ningún documento que afirme la relación de uno con el otro o que se conocieran personalmente. Algunos historiadores siempre han negado que Velázquez tuviera influencias evidentes en la pintura de Murillo. Pese a ello, resulta extraño que nunca se hubiera realizado una exposición con ambos pintores. Y ha tenido que ser un británico de origen napolitano el que se haya decidido a hacerlo.
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Gabriele Finaldi director de la National Gallery de Londres es el comisario y director de la exposición, el cual nos propone una mirada innovadora sobre las relaciones y afinidades entre estos dos gigantes de la pintura barroca. Son 19 las obras que podemos contemplar, de las cuales 9 son de Velázquez con periodos comprendidos entre 1617-1619 y 1656, y las otras 10 de Murillo, de entre 1645-1680, donde ilustran el desarrollo por parte de ambos pintores de un lenguaje naturalista, de diversos modelos iconográficos y de un singular modo de abordar la pintura de género.
La exposición no propone una tesis revisionista que redefina la influencia de Velázquez en Murillo, sino una reflexión sobre elementos comunes en sus producciones artísticas. Según advierte Finaldi: “No reivindico que Murillo salga de Velázquez”. Va más allá, se trata de una serie de afinidades como el virtuosismo técnico, el uso de la luz, dotes narrativas, paleta similar, lenguaje pictórico naturalista.
Desde la Fundación Focus-Abengoa apuntan que la exposición supone la culminación por parte de la fundación de una línea que estaban llevando a cabo en los últimos años, y la cual tenía el Barroco como centro de su actividad, preocupada por la investigación y la divulgación cultural.
La exposición cuenta, con la colaboración de la Fundación Cajasol, ABC y la Fundación Cruzcampo entre otras. Los fondos han sido cedidos por hasta once instituciones, otras pertenecen a la propia Fundación, pero cinco de las piezas son del Museo del Prado, otras del Museo del Louvre, la National Gallery de Londres, The Wellington Collection de Londres, Dulwich Picture Gallery, Kunsthistorishes Museum de Viena, el Museo de Bellas Artes de Orleans, The Frick Collection de Nueva York, el Meadows Museum de Dallas, The Nelson-Atkins Museum de Kansas y el Fondo Cultural Villar Mir.
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Finaldi nos presenta una serie de parejas y tríos de obras donde se podrá observar en su recorrido las nuevas iconografías de devoción, o innovadoras formas de representar la vida cotidiana y la intimidad familiar, desarrolladas por Velázquez y Murillo, que les sirvió para llegar a lo esencial del alma humana y conectar directamente con el espectador. La selección de obras busca naturalmente más bien coincidencias que diferencias, en el lenguaje artístico y en los temas iconográficos.
La exposición ocupa una sola sala y está concebida para que el espectador pueda comparar las diferencias de tratamiento de ambos pintores ante un mismo tema, y establecer con ello un diálogo.
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Empezamos la exposición con dos autorretratos. El primero es de Velázquez, fechado hacia 1623 y procedente del Museo del Prado. A pesar de que se titule Retrato de hombre, como se exhibe en la web de su museo de procedencia, Finaldi reconoce haber tenido la audacia de arriesgarse a certificar que es el propio pintor un año antes de trasladarse a la corte madrileña, y así se inscribe en su cartela correspondiente. El de Murillo, prestado por la Frick Collection de Nueva York presenta al artista como un hombre de porte aristocrático, aparece pintado sobre una losa fingida de piedra y se aprecia una inscripción en la parte baja. Estamos ante un cuadro dentro de un cuadro.
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Seguimos con la Adoración de los Reyes (1619) de Velázquez junto con la Sagrada familia del pajarito (1650) de Murillo, ambos cedidos por el Museo del Prado. Finaldi asegura que demuestra como ambos artistas empleaban un lenguaje naturalista similar, al igual que la paleta de colores, el sentimiento familiar, mucho más emotivo en Murillo.
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Pasamos a un momento importante en la exposición como es el regreso del San Pedro Penitente de Murillo al Hospital de los Venerables. Obra cedida por Justino de Neve, canónigo de la catedral de Sevilla, mecenas y amigo del pintor, como constaba en su testamento y que fue confiscada por el mariscal Soult. La Fundación Focus lo adquirió tras su hallazgo en la isla de Man en 2012 por el propio Gabriele Finaldi. En 2014 se exhibió con motivo de la exposición sobre Justino de Neve en la Fundación, y ha sido restaurada por el Museo del Prado.
Junto a él apreciamos Las lágrimas de San Pedro de Velázquez, y otra pareja de apóstoles como son Santiago apóstol de Murillo y el Santo Tomás de Velázquez.
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El motivo iconográfico de las Inmaculadas constituye el centro de la exposición. Dos de ellas de Velázquez y fechadas una en 1618 perteneciente a la National Gallery de Londres, y la otra de 1617 perteneciente a la propia Fundación Focus-Abengoa, nunca se habían expuesto juntas. Ambas sobre una luna translúcida y de forma hierática con aire escultórico. La otra de Murillo coronada por un grupo de angelitos, con predominio de tonos pasteles y una mayor luminosidad. Murillo llegó a realizar muchísimas versiones de esta iconografía, siendo el pintor de Inmaculadas más célebre.
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Por primera vez en Sevilla se puede ver a las patronas de la ciudad, Santa Justa y Santa Rufina, (1665) de Murillo, siendo préstamos del Meadows Museum de Dallas. En ellas podemos apreciar una belleza idealizada, representadas como damas de la corte del momento. Ambas flanquean a la Santa Rufina (1630) de Velázquez de la Fundación Focus-Abengoa, con un aire más cortesano.
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A continuación el comisario confronta La Infanta Margarita de blanco de Velázquez, representada en una estancia sola con cortinaje de fondo dándole mayor teatralidad, con Santa Ana enseñando a leer a la Virgen de Murillo, presentada como una pequeña princesa de la corte del momento con ese candor característico del pintor. Son como escenas cortesanas.
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Por último llegamos a las escenas de género. Es aquí donde se pueden apreciar mayores similitudes entre ambos artistas, donde Murillo se muestra como discípulo de esa etapa sevillana de Velázquez. Aun así las formas y preparación en Velázquez son muy académicas y un tanto hieráticas, siendo más espontáneas e incluso realistas en Murillo.
Se muestra Dos jóvenes a la mesa (hacia 1622) de los últimos años de Velázquez en Sevilla, donde apreciamos dos hombres de condición humilde junto a un bodegón de utensilios de cocina. Procede de la Wellington Collection de Londres. Según explica Finaldi, era un tipo de pintura al que Velázquez se dedicaba por afán experimentador, no porque tuviera éxito entre su clientela.
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Estos temas puramente sevillanos serán tratados también por Murillo en dos obras, Niño espulgándose (entre 1645-50) procedente del Museo del Louvre, y Tres muchachos (hacia 1670) de la Dulwich Picture Gallery, donde un muchacho negro, seguramente un esclavo, ejemplifica las relaciones sociales y raciales en la Sevilla del momento.
Así conversan en Sevilla Velázquez y Murillo, dos de los principales maestros de la pintura barroca del siglo XVII.

AUTORÍA: Fátima Ortega, “Velázquez y Murillo”, Fundación Focus-Abengoa (Sevilla), El Estudio del Pintor, 22 de noviembre de 2016
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¿Hay tres Velázquez en el MNAC?

¿Hay tres Velázquez en el MNAC?

Están en los museos por méritos propios. Obras de una calidad extraordinaria, pero sin pedigrí. No están documentadas, están bajo la sospecha de atribuciones dudosas o permanecen en el anonimato. Son los cuadros en busca de autor. Enigmas no resueltos de la historiografía del arte que llevan de cabeza a los especialistas y les obligan a pelear en una lucha desigual por la atención del visitante. “El disfrute de una obra de arte es algo que se produce en el cuerpo a cuerpo de la persona con la obra, no debería importar la cuestión de la autoría, pero, claro, no es lo mismo un Velázquez que un anónimo del siglo XVII. Cuando aparece uno de estos nombres parece que todo lo demás se derrumba a su lado. Y la obligación de todo museo es aproximarse lo más posible al conocimiento de sus obras, ir hasta allí donde sea posible”, dice Juan José Lahuerta, jefe de Colecciones del Museo Nacional de Arte de Catalunya (MNAC).
El San Pablo de Velázquez, en el centro, junto al anónimo sevillano San Juan Evangelista en Patmos (a la izquierda) y el retrato de Ramon Llull atribuido a Ribalta (Pedro Madueño - LV)
El San Pablo de Velázquez, en el centro, junto al anónimo sevillano San Juan Evangelista en Patmos (a la izquierda)
y el retrato de Ramon Llull atribuido a Ribalta (Pedro Madueño – LV)
Lahuerta hace estas reflexiones a propósito de dos obras del MNAC que desde hace décadas vienen suscitando fuertes controversias y que en los próximos meses serán sometidas a un exhaustivo análisis científico y posteriormente a la discusión de expertos internacionales. Se trata de San Juan Evangelista en Patmos, etiquetada como anónimo andaluz, y un retrato de Ramon Llull atribuido a Francesc Ribalta. En las salas de Renacimiento y Barroco, ambos cuadros se encuentran flanqueando a San Pablo, el único Velázquez del MNAC, con el que tal vez compartan bastantes más cosas que la mera disposición espacial. La investigación parte con la determinación de resolver el misterio. No hay hipótesis previas. Pero tanto en uno como en otro caso, grandes críticos e historiadores como el italiano Roberto Longhi o el español José Milicua, auténticos pesos pesados, siempre defendieron que podrían ser del joven Velázquez en su etapa de formación sevillana.
El Ramon Llull, de hecho, ingresó en el MNAC en 1922 como un Velázquez. Formaba parte, junto al San Pablo, también del maestro sevillano, del depósito de la Colección Gil, y posteriormente, en 1944, sería adquirido por la Generalitat. La atribución la había hecho el historiador August L. Mayer, el primero en aplicar una metodología moderna al estudio de la historia del arte español. “Y todo el mundo lo reconoce como tal, hasta que aparece una inscripción al dorso de la tela que indica que el cuadro procede de la colección del marqués del Carpio. Se comprueba en el inventario y se ve que allí consta como ‘Retrato de Raimundo Lulio, original de Ribalta’, sin especificar si de Francisco o de Juan, es decir, del padre o del hijo. A partir de ahí Ainaud publica un articulo diciendo que se trata de una obra caravaggista muy interesante que podría ser de Ribalta, el 80 por ciento de la historiografía lo da por bueno y así consta ahora en el MNAC”, apunta Joan Yeguas, conservador del área de Arte del Renacimiento y Barroco.
El documento se impone al ojo, pero en un mundo tan pantanoso como el del arte antiguo, que ofrece escasos amarres seguros y aún menos certezas, la mirada y los conocimientos del experto son capitales. En este caso estamos ante un retrato imaginario de un filósofo, probablemente Ramon Llull, aunque no hay ningún signo que lo identifique. Un hombre de avanzada edad y cabellos alborotados cuyo modelo, insistía Longhi, presenta una gran similitud al que aparece en el Almuerzo de campesinos de Budapest y Tres hombres a la mesa del Hermitage. Aquí el personaje no está comiendo sino que sostiene en las manos un manuscrito “bajo el cual reposan dos libros bellísimos, como sólo Velázquez podía pintar a principios del siglo XVII”, escribe el anticuario e historiador Artur Ramon en el libro Museu Nacional d’Art de Catalunya: un itinerario (Elba, 2015). “Por analogía con los cuadros del pintor que conocemos del mismo periodo, parece una atribución clara”, concluye.
Y, más allá de nuestras fronteras, Guillaume Kientz. conservador del departamento pictórico del Louvre, no se moja a la hora de dar un nombre concreto, pero en el catálogo de la gran exposición Velázquez en el Grand Palais, de la que fue comisario, hace referencia al “Ramon Llull del museo de Barcelona” y dice que habría que resituarlo “en el contexto sevillano”. De hecho, es lo que hace él mismo en el pie de foto que ilustra la página: elimina de un plumazo el nombre de Ribalta y lo identifica como “anónimo sevillano”.
El San Juan Evangelista en Patmos ha tenido más novios antes de caer en el limbo del anonimato. Forma parte de la donación Joan Prats i Tomàs y se incorporó a las colecciones del museo en 1973. Un San Juan Evangelista adolescente, imberbe y de labios carnosos, que fascina y genera rencillas. Todos los historiadores coinciden en situarla en el foco caravaggista de la pintura que se hacía en Sevilla a comienzos del siglo XVII. Pero a la hora de darle un nombre la cosa se complica. Angulo primero y Gaya Nuño y Ainaud después la atribuyeron a Zurbarán. Milicua la consideró cercana al joven Velázquez, al igual que Longhi, para quien podía tratarse de “un original suyo de la adolescencia”. Y Pérez Sánchez, ya en los 90, señaló el pincel de un copista de Alonso Cano.
Los historiadores del arte no son infalibles. En todos los museos del mundo hay un baile ­permanente de atribuciones y desatribuciones, más o menos afortunadas, descubrimientos gloriosos y repentinos descensos a los infiernos de obras fuera de toda sospecha. Ahí está por ejemplo el caso cercano de El coloso, que tras reinar siete décadas como obra indiscutible del maestro aragonés, el propio Museo del Prado descatalogó. O el retrato de Felipe IV de Velázquez, que en 1973 el Metropolitan mandó a reserva por considerarlo de su taller y en el 2010 lo rescataba como obra de su magistral pincel.
Los connaisseurs cuentan hoy con la ayuda de nuevas técnicas científicas y químicas, estudios forenses que despejan incógnitas antes indescifrables. En los próximos meses los cuadros se someterán a un exhaustivo estudio científico: se realizarán pruebas radiográficas y se observará con luz infrarroja si bajo la pintura hay otras capas pictóricas o dibujos que delaten el trazo de su autor. También se tomarán micromuestras de pigmento “para ver si coincide con los que se utilizaban en Sevilla en ese momento, en qué talleres… En el caso de Ramon Lull puede ser determinante porque hay diferencias entre las que se empleaban en Sevilla y las de Valencia, donde trabajaba Ribalta… En el caso de San Juan Evangelista, lo que nadie discute es que pertenece a la escuela de Sevilla. Eso incluye tanto a Velázquez como a Alonso Cano o a Zurbarán. Y lo que nos análisis nunca nos dirán es cuál de ellos lo pintó”, considera Yeguas.
El MNAC confía en que las incógnitas habrán quedado despejadas en la primavera del 2017, cuando se presente la nueva remodelación de las colecciones de Renacimiento y barroco. Pero en su búsqueda de respuestas no estará solo. Una vez concluida la investigación, el museo convocará un seminario internacional, al que invitará a especialistas en Barroco, Velázquez y pintura sevillana de todo el mundo, para entablar una discusión, también científica, pero esta ya perteneciente a los historiadores del arte, para contrastar pareceres y tratar de alcanzar el mayor grado de consenso posible. “Aprender a ver es de todas las artes la de más largo aprendizaje”, sentenció Jules de Goncourt


Teresa Sesé: ¿Hay tres Velázquez en el MNAC?, LA VANGUARDÍA, 20 de marzo de 2016
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