Etiquetado: 11.6. Arte barroco. Pintura española

¿Hay tres Velázquez en el MNAC?

¿Hay tres Velázquez en el MNAC?

Están en los museos por méritos propios. Obras de una calidad extraordinaria, pero sin pedigrí. No están documentadas, están bajo la sospecha de atribuciones dudosas o permanecen en el anonimato. Son los cuadros en busca de autor. Enigmas no resueltos de la historiografía del arte que llevan de cabeza a los especialistas y les obligan a pelear en una lucha desigual por la atención del visitante. “El disfrute de una obra de arte es algo que se produce en el cuerpo a cuerpo de la persona con la obra, no debería importar la cuestión de la autoría, pero, claro, no es lo mismo un Velázquez que un anónimo del siglo XVII. Cuando aparece uno de estos nombres parece que todo lo demás se derrumba a su lado. Y la obligación de todo museo es aproximarse lo más posible al conocimiento de sus obras, ir hasta allí donde sea posible”, dice Juan José Lahuerta, jefe de Colecciones del Museo Nacional de Arte de Catalunya (MNAC).
El San Pablo de Velázquez, en el centro, junto al anónimo sevillano San Juan Evangelista en Patmos (a la izquierda) y el retrato de Ramon Llull atribuido a Ribalta (Pedro Madueño - LV)
El San Pablo de Velázquez, en el centro, junto al anónimo sevillano San Juan Evangelista en Patmos (a la izquierda)
y el retrato de Ramon Llull atribuido a Ribalta (Pedro Madueño – LV)
Lahuerta hace estas reflexiones a propósito de dos obras del MNAC que desde hace décadas vienen suscitando fuertes controversias y que en los próximos meses serán sometidas a un exhaustivo análisis científico y posteriormente a la discusión de expertos internacionales. Se trata de San Juan Evangelista en Patmos, etiquetada como anónimo andaluz, y un retrato de Ramon Llull atribuido a Francesc Ribalta. En las salas de Renacimiento y Barroco, ambos cuadros se encuentran flanqueando a San Pablo, el único Velázquez del MNAC, con el que tal vez compartan bastantes más cosas que la mera disposición espacial. La investigación parte con la determinación de resolver el misterio. No hay hipótesis previas. Pero tanto en uno como en otro caso, grandes críticos e historiadores como el italiano Roberto Longhi o el español José Milicua, auténticos pesos pesados, siempre defendieron que podrían ser del joven Velázquez en su etapa de formación sevillana.
El Ramon Llull, de hecho, ingresó en el MNAC en 1922 como un Velázquez. Formaba parte, junto al San Pablo, también del maestro sevillano, del depósito de la Colección Gil, y posteriormente, en 1944, sería adquirido por la Generalitat. La atribución la había hecho el historiador August L. Mayer, el primero en aplicar una metodología moderna al estudio de la historia del arte español. “Y todo el mundo lo reconoce como tal, hasta que aparece una inscripción al dorso de la tela que indica que el cuadro procede de la colección del marqués del Carpio. Se comprueba en el inventario y se ve que allí consta como ‘Retrato de Raimundo Lulio, original de Ribalta’, sin especificar si de Francisco o de Juan, es decir, del padre o del hijo. A partir de ahí Ainaud publica un articulo diciendo que se trata de una obra caravaggista muy interesante que podría ser de Ribalta, el 80 por ciento de la historiografía lo da por bueno y así consta ahora en el MNAC”, apunta Joan Yeguas, conservador del área de Arte del Renacimiento y Barroco.
El documento se impone al ojo, pero en un mundo tan pantanoso como el del arte antiguo, que ofrece escasos amarres seguros y aún menos certezas, la mirada y los conocimientos del experto son capitales. En este caso estamos ante un retrato imaginario de un filósofo, probablemente Ramon Llull, aunque no hay ningún signo que lo identifique. Un hombre de avanzada edad y cabellos alborotados cuyo modelo, insistía Longhi, presenta una gran similitud al que aparece en el Almuerzo de campesinos de Budapest y Tres hombres a la mesa del Hermitage. Aquí el personaje no está comiendo sino que sostiene en las manos un manuscrito “bajo el cual reposan dos libros bellísimos, como sólo Velázquez podía pintar a principios del siglo XVII”, escribe el anticuario e historiador Artur Ramon en el libro Museu Nacional d’Art de Catalunya: un itinerario (Elba, 2015). “Por analogía con los cuadros del pintor que conocemos del mismo periodo, parece una atribución clara”, concluye.
Y, más allá de nuestras fronteras, Guillaume Kientz. conservador del departamento pictórico del Louvre, no se moja a la hora de dar un nombre concreto, pero en el catálogo de la gran exposición Velázquez en el Grand Palais, de la que fue comisario, hace referencia al “Ramon Llull del museo de Barcelona” y dice que habría que resituarlo “en el contexto sevillano”. De hecho, es lo que hace él mismo en el pie de foto que ilustra la página: elimina de un plumazo el nombre de Ribalta y lo identifica como “anónimo sevillano”.
El San Juan Evangelista en Patmos ha tenido más novios antes de caer en el limbo del anonimato. Forma parte de la donación Joan Prats i Tomàs y se incorporó a las colecciones del museo en 1973. Un San Juan Evangelista adolescente, imberbe y de labios carnosos, que fascina y genera rencillas. Todos los historiadores coinciden en situarla en el foco caravaggista de la pintura que se hacía en Sevilla a comienzos del siglo XVII. Pero a la hora de darle un nombre la cosa se complica. Angulo primero y Gaya Nuño y Ainaud después la atribuyeron a Zurbarán. Milicua la consideró cercana al joven Velázquez, al igual que Longhi, para quien podía tratarse de “un original suyo de la adolescencia”. Y Pérez Sánchez, ya en los 90, señaló el pincel de un copista de Alonso Cano.
Los historiadores del arte no son infalibles. En todos los museos del mundo hay un baile ­permanente de atribuciones y desatribuciones, más o menos afortunadas, descubrimientos gloriosos y repentinos descensos a los infiernos de obras fuera de toda sospecha. Ahí está por ejemplo el caso cercano de El coloso, que tras reinar siete décadas como obra indiscutible del maestro aragonés, el propio Museo del Prado descatalogó. O el retrato de Felipe IV de Velázquez, que en 1973 el Metropolitan mandó a reserva por considerarlo de su taller y en el 2010 lo rescataba como obra de su magistral pincel.
Los connaisseurs cuentan hoy con la ayuda de nuevas técnicas científicas y químicas, estudios forenses que despejan incógnitas antes indescifrables. En los próximos meses los cuadros se someterán a un exhaustivo estudio científico: se realizarán pruebas radiográficas y se observará con luz infrarroja si bajo la pintura hay otras capas pictóricas o dibujos que delaten el trazo de su autor. También se tomarán micromuestras de pigmento “para ver si coincide con los que se utilizaban en Sevilla en ese momento, en qué talleres… En el caso de Ramon Lull puede ser determinante porque hay diferencias entre las que se empleaban en Sevilla y las de Valencia, donde trabajaba Ribalta… En el caso de San Juan Evangelista, lo que nadie discute es que pertenece a la escuela de Sevilla. Eso incluye tanto a Velázquez como a Alonso Cano o a Zurbarán. Y lo que nos análisis nunca nos dirán es cuál de ellos lo pintó”, considera Yeguas.
El MNAC confía en que las incógnitas habrán quedado despejadas en la primavera del 2017, cuando se presente la nueva remodelación de las colecciones de Renacimiento y barroco. Pero en su búsqueda de respuestas no estará solo. Una vez concluida la investigación, el museo convocará un seminario internacional, al que invitará a especialistas en Barroco, Velázquez y pintura sevillana de todo el mundo, para entablar una discusión, también científica, pero esta ya perteneciente a los historiadores del arte, para contrastar pareceres y tratar de alcanzar el mayor grado de consenso posible. “Aprender a ver es de todas las artes la de más largo aprendizaje”, sentenció Jules de Goncourt


Teresa Sesé: ¿Hay tres Velázquez en el MNAC?, LA VANGUARDÍA, 20 de marzo de 2016
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Zurbarán, maestro del color y el volumen

Zurbarán, maestro del color y el volumen

San Serapio
San Serapio

Las pinturas con las que Francisco de Zurbarán decoró la Cartuja de Jerez, hoy dispersas por el mundo, están consideradas como la mejor serie de su producción junto con la que realizó para el monasterio extremeño de Guadalupe. Los cuatro lienzos del altar mayor jerezano pertenecen ahora al Museo de Grenoble (Francia), aunque hasta el 13 de septiembre el Thyssen-Bornemisza reúne uno de ellos, La adoración de los Magos, con la pareja formada por San Juan Bautista y San Lorenzo que decoraba la parte inferior de la predela y que custodia el Bellas Artes de Cádiz. Estas tres obras maestras marcan el espíritu que alienta Zurbarán, una nueva mirada, la muestra comisariada por Odile Delenda -autora del catálogo razonado del pintor- y Mar Borobia -jefa del departamento de pintura antigua del Thyssen- que reivindica la modernidad y maestría cromática del artista nacido en Fuente de Cantos (Badajoz) en 1598. El colorido resplandeciente de las vestimentas de los reyes magos en el cuadro de Grenoble o la rica tela carmesí de la dalmática de San Lorenzo, con sus bordados en hilo de oro, adquieren aquí un carácter protagonista ante la mirada seducida del visitante contemporáneo. 
La muestra del Thyssen, que incluye 63 lienzos, de los cuales 47 son obras de Zurbarán (incluidas sus más recientes atribuciones, algunas inéditas en España), dedica también una especial atención al obrador del artista, a esos pintores que colaboraron con él en distintas etapas de su carrera, especialmente a partir de su traslado desde Llerena a Sevilla en 1629, donde trabajó para las órdenes religiosas más importantes. 
«Hemos planteado un recorrido cronológico y temático que, a través de siete salas, se detiene especialmente en los grandes encargos que recibió. Entre ellos destacan los que le abrieron las puertas de Sevilla y le permitieron estar en la cima durante 25 años: su primera serie para los dominicos del convento de San Pablo el Real (hoy desaparecido), que tuvo un éxito inmediato y de donde proceden Santo Domingo en Soriano, cedido por la iglesia de la Magdalena de Sevilla, y el expresivo San Ambrosioque presta el Bellas Artes de Sevilla, y los 22 cuadros sobre la vida de san Pedro Nolasco que conforman su segunda serie, para la Merced Calzada, donde aparecen ya plenamente las características de su pintura», explica Mar Borobia. 
Se refiere la comisaria a la sobriedad y sencillez con que interpretaba los tema religiosos, al dibujo firme, los expresivos contraluces y el admirable tratamiento de los objetos cotidianos, sobre todo de las telas y sus volúmenes, que Zurbarán consigue ya en sus años de juventud. Así lo prueba otra de las obras maestras reunidas: el San Serapio que ha cedido el Wadsworth Atheneum Museum of Art. Sólo se había visto una vez en España y hace ya más de 50 años. Está firmado y fechado en 1628 y en él Zurbarán, con la elegancia que le caracteriza, no muestra el atroz suplicio que sufrió el monje (se le arrancaron los intestinos estando vivo antes de cortarle el cuello) sino que cubre su cuerpo torturado con el hábito blanco concentrando en su rostro a punto de expirar toda la tensión del martirio. «San Serapio pudo ser la obra que los mercedarios sevillanos pidieron a Zurbarán como prueba de su capacidad para acometer el complejo encargo de la Merced Calzada», consideran las comisarias. Al lado de San Serapio, dialogando con los pliegues marfileños de su hábito, luce el Fray Pedro de Oña que pertenece a la colección del Ayuntamiento de Sevilla y restauró en 2010 la Fundación Focus-Abengoa, donde se conserva. Cerca también, otra de las piezas recién incorporadas por Odile Delenda al catálogo del autor: Aparición de la virgen a san Pedro Nolasco, fechado entre 1628 y 1630 y donde cuatro ángeles músicos rodean a María en una escena que Zurbarán creó sin que mediara precedente iconográfico alguno. Este cuadro pertenece a la galería Coatalem de París. 
La capacidad de Zurbarán para plasmar con naturalidad la irrupción de lo divino en la vida cotidiana de un santo, según los postulados de la Contrarreforma, descuella en los conjuntos que realizó entre 1630 y 1640, agrupados en las dos siguientes salas. «Es su década prodigiosa, cuando realiza las series de Jerez y Guadalupe, además de numerosos encargos de devoción privada. Incluimos aquí el San Pedro del Museu de Arte Antiga de Lisboa, ejemplo del único apostolado conocido de Zurbarán, y Hércules desvía el curso del río Alfeo, una de las telas que realizó para el Salón de Reinos del palacio del Buen Retiro, el único conjunto de tema mitológico que produjo». Este lienzo lo aporta el Prado, que también cede El martirio de Santiago, recientemente restaurado. 
Dos pequeños pero asombrosos lienzos que por sí solos justifican la visita a esta muestra, y que en su día pertenecieron al colegio de San Alberto de los carmelitas descalzos de Sevilla, llegan por primera vez a Madrid: San Blas y San Francisco de pie contemplando una calaveraSan Blas, con su suntuosa y escultórica capa pluvial y su extrema verticalidad, pertenece hoy al Museo Nacional de Bucarest; el meditabundo San Francisco, cuyos pies descalzos asoman por debajo del hábito, al Museo de San Luis (Misuri, EEUU). «Ambos óleos son de una modernidad asombrosa, con esos planos de color que caen verticales y escuetos, y expresan muy bien el espíritu de esta muestra, que no pretende ser una antológica exhaustiva de Zurbarán sino una puesta al día de su producción», aprecia Borobia. 
La del Thyssen-Bornemisza es la última mirada a Zurbarán tras las recientes antológicas de Ferrara y Bruselas que sellaron el interés europeo por su obra. Una versión de esta muestra podrá verse en octubre en el Museum Kunstpalast de Düsseldorf, que colabora en el proyecto, aunque con diferencias: no dará tanto relieve al obrador del artista pero incluirá otras obras de su catálogo, como por ejemplo la Inmaculada que el Ayuntamiento de Sevilla tiene depositada en la Fundación Focus-Abengoa y cuya restauración ha sufragado el museo alemán a cambio del préstamo temporal. 
Es sorprendente la elevada presencia de obras en manos privadas entre las alrededor de 300 en que Odile Delenda ha fijado el corpus zurbaranesco. «Es cierto que salió de España mucha pintura de Zurbarán por el expolio napoleónico y la Desamortización. Por eso en esta muestra hemos querido recalcar que muchos coleccionistas privados españoles han ido a buscar fuera esas piezas para recuperarlas para el patrimonio». Así ocurre, continúa Borobia, con La familia de la Virgen, una de las joyas de la Colección Abelló, que se exhibió recientemente en el Convento de Santa Clara de Sevilla. Arango, dueño del impresionante retrato de P. Bustos de Lara (que hace pareja al inicio de la sala 4 con el de Gonzalo Bustos de Lara de la colección de Patricia Phelps de Cisneros), Villar Mir, Pedro Masaveu… son otros ejemplos de ese coleccionismo privado español interesado por Zurbarán. 
El encanto y refinamiento que el extremeño logra entre 1628 y 1650, cuando deja su singular legado de las Santas -de las que aquí hay cinco espléndidas muestras, incluida la Santa Águedadel Museo Fabre de Montpellier y la Santa Apolonia que el Louvre presta en contadas ocasiones-, brinda a las comisarias la posibilidad de encadenar varias obras capitales, entre ellas algunas de reciente atribución. Es el caso de La huida a Egipto (1630-1635) del Seattle Art Museum, aparecida en Bélgica hace 30 años pero que Odile Delenda cree que estuvo en Perú en el siglo XVIII. San Francisco en meditación de la National Gallery de Londres y el Retrato de don Juan Bazo de Moreda del Detroit Institute of Arts ilustran con su solemnidad la participación de los grandes museos internacionales en este proyecto. 
Del Metropolitan de Nueva York procede La Virgen niña en éxtasis (1640-1645), una obra de devoción privada que inaugura, según la experta Almudena Ros de Barbero, una serie de imágenes sobre la infancia de María a la que pertenecen otras obras aquí mostradas, como La casa de Nazaret de la colección Villar Mir. O como la delicada Virgen Niña rezando (1660) que, procedente del Hermitage de San Petersburgo, se exhibe en la última sala dedicada al legado de madurez del artista, muy cerca de La Virgen niña dormida, propiedad de la galería Canesso de París. Estas obras finales de Zurbarán, datadas entre 1650 y 1662, muestran una pincelada mucho más suave y formas más dulcificadas que las de sus escultóricas imágenes iniciales. Son también de formato más reducido por tratarse en su mayoría de encargos para la devoción privada de nobles y aristócratas. 
Para el final del recorrido las comisarias reservan la última pintura incorporada al catálogo, Los desposorios místicos de santa Catalina de Alejandría (1660-1662), que reapareció en 2001 en una colección privada suiza. «Es una pintura excepcional y el único cuadro que se le conoce con este motivo. Por suerte, en el inventario que se hizo a la muerte del autor aparecía un lienzo con este tema y estas medidas», contextualiza Borobia. También de reciente atribución son San Francisco rezando en una gruta (c. 1650-1655) del Museo de Arte de San Diego (EEUU) y Cristo crucificado con san Juan, la Magdalena y la Virgen (1655), descubierto por José Milicua en 1998 y que presta la colección Ivor Braka. 
Antes de despedir Zurbarán, una nueva mirada, el visitante puede recrearse en sus naturaleza muertas, género al que dotó de una intensa espiritualidad. El célebre Bodegón con cacharros que cede el Museo Nacional de Arte de Cataluña (MNAC), donde los recipientes tienen todo el protagonismo, Agnus Dei y Carnero con las patas atadas, junto a dos de sus características santas faces, invitan al recogimiento en la sala 5. Allí dialogan con las piezas de su hijo Juan de Zurbarán, fallecido a los 29 años a consecuencia de la epidemia de peste que asoló Sevilla: se reúnen siete de los doce bodegones que pintó y que lo confirman como uno de los mejores representantes del género en la España del siglo XVII. 
Por primera vez, además, el Thyssen dedica toda una sala, la sexta, a los más sobresalientes colaboradores de Zurbarán, como el Maestro de Besançon. En ese homenaje al taller destacan obras como La muerte de san Pedro Nolasco del cordobés Juan Luis Zambrano, que procede de la Catedral de Sevilla y ha sido restaurada por el Thyssen para la muestra; Jacob y el ángel y Santa Teresa guiada por los ángeles, de los hermanos Francisco y Miguel Polanco, obras mayores prestadas por la iglesia del Santo Ángel de Sevilla; o los lienzos San Roque y Santa Lucía de Bernabé de Ayala, uno de los mejores oficiales del obrador de Zurbarán, que cede el Bellas Artes de Sevilla. La inclusión del Ángel músico del pintor de origen flamenco Ignacio de Ríes, hasta ahora inédito, es otra de las sorpresas de esta selección que nunca deja de subrayar, mediante el color albero elegido para las paredes, la importancia que el sur tuvo siempre en la vida y obra del artista, fallecido en Madrid el 27 de agosto de 1664.
Charo Ramos Madrid: Zurbarán, maestro del color y el volumen, Diario de Sevilla, 21 de junio de 2015
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Zurbarán, maestro del color y el volumen

Zurbarán, maestro del color y el volumen

San Serapio
San Serapio

Las pinturas con las que Francisco de Zurbarán decoró la Cartuja de Jerez, hoy dispersas por el mundo, están consideradas como la mejor serie de su producción junto con la que realizó para el monasterio extremeño de Guadalupe. Los cuatro lienzos del altar mayor jerezano pertenecen ahora al Museo de Grenoble (Francia), aunque hasta el 13 de septiembre el Thyssen-Bornemisza reúne uno de ellos, La adoración de los Magos, con la pareja formada por San Juan Bautista y San Lorenzo que decoraba la parte inferior de la predela y que custodia el Bellas Artes de Cádiz. Estas tres obras maestras marcan el espíritu que alienta Zurbarán, una nueva mirada, la muestra comisariada por Odile Delenda -autora del catálogo razonado del pintor- y Mar Borobia -jefa del departamento de pintura antigua del Thyssen- que reivindica la modernidad y maestría cromática del artista nacido en Fuente de Cantos (Badajoz) en 1598. El colorido resplandeciente de las vestimentas de los reyes magos en el cuadro de Grenoble o la rica tela carmesí de la dalmática de San Lorenzo, con sus bordados en hilo de oro, adquieren aquí un carácter protagonista ante la mirada seducida del visitante contemporáneo. 
La muestra del Thyssen, que incluye 63 lienzos, de los cuales 47 son obras de Zurbarán (incluidas sus más recientes atribuciones, algunas inéditas en España), dedica también una especial atención al obrador del artista, a esos pintores que colaboraron con él en distintas etapas de su carrera, especialmente a partir de su traslado desde Llerena a Sevilla en 1629, donde trabajó para las órdenes religiosas más importantes. 
«Hemos planteado un recorrido cronológico y temático que, a través de siete salas, se detiene especialmente en los grandes encargos que recibió. Entre ellos destacan los que le abrieron las puertas de Sevilla y le permitieron estar en la cima durante 25 años: su primera serie para los dominicos del convento de San Pablo el Real (hoy desaparecido), que tuvo un éxito inmediato y de donde proceden Santo Domingo en Soriano, cedido por la iglesia de la Magdalena de Sevilla, y el expresivo San Ambrosioque presta el Bellas Artes de Sevilla, y los 22 cuadros sobre la vida de san Pedro Nolasco que conforman su segunda serie, para la Merced Calzada, donde aparecen ya plenamente las características de su pintura», explica Mar Borobia. 
Se refiere la comisaria a la sobriedad y sencillez con que interpretaba los tema religiosos, al dibujo firme, los expresivos contraluces y el admirable tratamiento de los objetos cotidianos, sobre todo de las telas y sus volúmenes, que Zurbarán consigue ya en sus años de juventud. Así lo prueba otra de las obras maestras reunidas: el San Serapio que ha cedido el Wadsworth Atheneum Museum of Art. Sólo se había visto una vez en España y hace ya más de 50 años. Está firmado y fechado en 1628 y en él Zurbarán, con la elegancia que le caracteriza, no muestra el atroz suplicio que sufrió el monje (se le arrancaron los intestinos estando vivo antes de cortarle el cuello) sino que cubre su cuerpo torturado con el hábito blanco concentrando en su rostro a punto de expirar toda la tensión del martirio. «San Serapio pudo ser la obra que los mercedarios sevillanos pidieron a Zurbarán como prueba de su capacidad para acometer el complejo encargo de la Merced Calzada», consideran las comisarias. Al lado de San Serapio, dialogando con los pliegues marfileños de su hábito, luce el Fray Pedro de Oña que pertenece a la colección del Ayuntamiento de Sevilla y restauró en 2010 la Fundación Focus-Abengoa, donde se conserva. Cerca también, otra de las piezas recién incorporadas por Odile Delenda al catálogo del autor: Aparición de la virgen a san Pedro Nolasco, fechado entre 1628 y 1630 y donde cuatro ángeles músicos rodean a María en una escena que Zurbarán creó sin que mediara precedente iconográfico alguno. Este cuadro pertenece a la galería Coatalem de París. 
La capacidad de Zurbarán para plasmar con naturalidad la irrupción de lo divino en la vida cotidiana de un santo, según los postulados de la Contrarreforma, descuella en los conjuntos que realizó entre 1630 y 1640, agrupados en las dos siguientes salas. «Es su década prodigiosa, cuando realiza las series de Jerez y Guadalupe, además de numerosos encargos de devoción privada. Incluimos aquí el San Pedro del Museu de Arte Antiga de Lisboa, ejemplo del único apostolado conocido de Zurbarán, y Hércules desvía el curso del río Alfeo, una de las telas que realizó para el Salón de Reinos del palacio del Buen Retiro, el único conjunto de tema mitológico que produjo». Este lienzo lo aporta el Prado, que también cede El martirio de Santiago, recientemente restaurado. 
Dos pequeños pero asombrosos lienzos que por sí solos justifican la visita a esta muestra, y que en su día pertenecieron al colegio de San Alberto de los carmelitas descalzos de Sevilla, llegan por primera vez a Madrid: San Blas y San Francisco de pie contemplando una calaveraSan Blas, con su suntuosa y escultórica capa pluvial y su extrema verticalidad, pertenece hoy al Museo Nacional de Bucarest; el meditabundo San Francisco, cuyos pies descalzos asoman por debajo del hábito, al Museo de San Luis (Misuri, EEUU). «Ambos óleos son de una modernidad asombrosa, con esos planos de color que caen verticales y escuetos, y expresan muy bien el espíritu de esta muestra, que no pretende ser una antológica exhaustiva de Zurbarán sino una puesta al día de su producción», aprecia Borobia. 
La del Thyssen-Bornemisza es la última mirada a Zurbarán tras las recientes antológicas de Ferrara y Bruselas que sellaron el interés europeo por su obra. Una versión de esta muestra podrá verse en octubre en el Museum Kunstpalast de Düsseldorf, que colabora en el proyecto, aunque con diferencias: no dará tanto relieve al obrador del artista pero incluirá otras obras de su catálogo, como por ejemplo la Inmaculada que el Ayuntamiento de Sevilla tiene depositada en la Fundación Focus-Abengoa y cuya restauración ha sufragado el museo alemán a cambio del préstamo temporal. 
Es sorprendente la elevada presencia de obras en manos privadas entre las alrededor de 300 en que Odile Delenda ha fijado el corpus zurbaranesco. «Es cierto que salió de España mucha pintura de Zurbarán por el expolio napoleónico y la Desamortización. Por eso en esta muestra hemos querido recalcar que muchos coleccionistas privados españoles han ido a buscar fuera esas piezas para recuperarlas para el patrimonio». Así ocurre, continúa Borobia, con La familia de la Virgen, una de las joyas de la Colección Abelló, que se exhibió recientemente en el Convento de Santa Clara de Sevilla. Arango, dueño del impresionante retrato de P. Bustos de Lara (que hace pareja al inicio de la sala 4 con el de Gonzalo Bustos de Lara de la colección de Patricia Phelps de Cisneros), Villar Mir, Pedro Masaveu… son otros ejemplos de ese coleccionismo privado español interesado por Zurbarán. 
El encanto y refinamiento que el extremeño logra entre 1628 y 1650, cuando deja su singular legado de las Santas -de las que aquí hay cinco espléndidas muestras, incluida la Santa Águedadel Museo Fabre de Montpellier y la Santa Apolonia que el Louvre presta en contadas ocasiones-, brinda a las comisarias la posibilidad de encadenar varias obras capitales, entre ellas algunas de reciente atribución. Es el caso de La huida a Egipto (1630-1635) del Seattle Art Museum, aparecida en Bélgica hace 30 años pero que Odile Delenda cree que estuvo en Perú en el siglo XVIII. San Francisco en meditación de la National Gallery de Londres y el Retrato de don Juan Bazo de Moreda del Detroit Institute of Arts ilustran con su solemnidad la participación de los grandes museos internacionales en este proyecto. 
Del Metropolitan de Nueva York procede La Virgen niña en éxtasis (1640-1645), una obra de devoción privada que inaugura, según la experta Almudena Ros de Barbero, una serie de imágenes sobre la infancia de María a la que pertenecen otras obras aquí mostradas, como La casa de Nazaret de la colección Villar Mir. O como la delicada Virgen Niña rezando (1660) que, procedente del Hermitage de San Petersburgo, se exhibe en la última sala dedicada al legado de madurez del artista, muy cerca de La Virgen niña dormida, propiedad de la galería Canesso de París. Estas obras finales de Zurbarán, datadas entre 1650 y 1662, muestran una pincelada mucho más suave y formas más dulcificadas que las de sus escultóricas imágenes iniciales. Son también de formato más reducido por tratarse en su mayoría de encargos para la devoción privada de nobles y aristócratas. 
Para el final del recorrido las comisarias reservan la última pintura incorporada al catálogo, Los desposorios místicos de santa Catalina de Alejandría (1660-1662), que reapareció en 2001 en una colección privada suiza. «Es una pintura excepcional y el único cuadro que se le conoce con este motivo. Por suerte, en el inventario que se hizo a la muerte del autor aparecía un lienzo con este tema y estas medidas», contextualiza Borobia. También de reciente atribución son San Francisco rezando en una gruta (c. 1650-1655) del Museo de Arte de San Diego (EEUU) y Cristo crucificado con san Juan, la Magdalena y la Virgen (1655), descubierto por José Milicua en 1998 y que presta la colección Ivor Braka. 
Antes de despedir Zurbarán, una nueva mirada, el visitante puede recrearse en sus naturaleza muertas, género al que dotó de una intensa espiritualidad. El célebre Bodegón con cacharros que cede el Museo Nacional de Arte de Cataluña (MNAC), donde los recipientes tienen todo el protagonismo, Agnus Dei y Carnero con las patas atadas, junto a dos de sus características santas faces, invitan al recogimiento en la sala 5. Allí dialogan con las piezas de su hijo Juan de Zurbarán, fallecido a los 29 años a consecuencia de la epidemia de peste que asoló Sevilla: se reúnen siete de los doce bodegones que pintó y que lo confirman como uno de los mejores representantes del género en la España del siglo XVII. 
Por primera vez, además, el Thyssen dedica toda una sala, la sexta, a los más sobresalientes colaboradores de Zurbarán, como el Maestro de Besançon. En ese homenaje al taller destacan obras como La muerte de san Pedro Nolasco del cordobés Juan Luis Zambrano, que procede de la Catedral de Sevilla y ha sido restaurada por el Thyssen para la muestra; Jacob y el ángel y Santa Teresa guiada por los ángeles, de los hermanos Francisco y Miguel Polanco, obras mayores prestadas por la iglesia del Santo Ángel de Sevilla; o los lienzos San Roque y Santa Lucía de Bernabé de Ayala, uno de los mejores oficiales del obrador de Zurbarán, que cede el Bellas Artes de Sevilla. La inclusión del Ángel músico del pintor de origen flamenco Ignacio de Ríes, hasta ahora inédito, es otra de las sorpresas de esta selección que nunca deja de subrayar, mediante el color albero elegido para las paredes, la importancia que el sur tuvo siempre en la vida y obra del artista, fallecido en Madrid el 27 de agosto de 1664.
Charo Ramos Madrid: Zurbarán, maestro del color y el volumen, Diario de Sevilla, 21 de junio de 2015
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La mirada cautivadora y minuciosa de Zurbarán

La mirada cautivadora y minuciosa de Zurbarán

Murió a manos de los piratas sarracenos, seguramente después de ser torturado, pero no hay rastro de sangre ni vestigios del horror en su hábito blanco, deslumbrante sobre el fondo negro. Tampoco hay tormento en la expresión de su rostro, sino más bien abandono ante la inminencia de la muerte. Es Serapio, el nombre de un santo fallecido en 1240 y el título de un cuadro cuya visión podría ilustrar una definición de obra maestra. Lo pintó en 1628, durante su etapa más tenebrista, Francisco de Zurbarán. Y al contemplarlo, cobra todo su sentido eso del virtuosismo técnico y de la profundidad de la mirada del creador, expresiones que, por repetidas en el mundo del arte y en artículos de prensa, suelen perder su fuerza.
Detalle del óleo 'San Serapio pintado en 1628 por Zurbarán, que forma parte de la exposición del Museo Thyssen-Bornemisza. / JAIME VILLANUEVA (EL PAÍS)
Detalle del óleo ‘San Serapio pintado en 1628 por Zurbarán, que forma parte de la exposición del Museo
Thyssen-Bornemisza. / JAIME VILLANUEVA (EL PAÍS)
Hacía más de 50 años que esta obra maestra de la etapa de juventud de Zurbarán (Fuente de Cantos, 1598-Madrid, 1664) no se veía en España (se exhibió en el Museo del Prado). Pertenece a la colección del Wadsworth Atheneum Museum of Art, de la ciudad estadounidense de Hartford, y ahora forma parte del conjunto de 63 cuadros, la mayoría de gran formato, que componen la exposiciónZurbarán: una nueva mirada, que se abre al público el próximo 9 de junio en el Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid.
San Francisco de pie contemplando una calavera / JAIME VILLANUEVA (EL PAÍS)
San Francisco de pie contemplando una calavera /
JAIME VILLANUEVA (EL PAÍS)
San Serapio es un cuadro icónico de Zurbarán, una pieza excepcional, y muy delicada, que nos ha costado mucho traer”, resaltaba ayer Mara Borobia, comisaria de la muestra, junto a Odile Delenda, autora del catálogo razonado que ha relanzado el interés en el extranjero por este pintor del Siglo de Oro, cuya fama tal vez quedó un tanto oscurecida por el brillo que desprendía su coetáneo, Diego Velázquez.
La última gran exposición dedicada a Zurbarán en España se celebró en 1998 en Sevilla, ciudad en la que fue pintor oficial. La exposición del Thyssen incorpora obras nunca vista en España. Todo ello permite arrojar otra mirada sobre una obra que “llama la atención por la parte escultórica de sus cuadros”, por sus espectaculares formas volumétricas, y por la manera “de contar cada detalle, con tanta precisión: incluso un alfiler tiene su sombrita”, explica la comisaria, mientras señala el reflejo minúsculo de una fruta sobre el borde del plato en uno de los óleos de la exposición, abierta hasta el 13 de septiembre.
Las pinturas de Zurbarán “tienes que verlas desde cerca, mientras que las de Velázquez, hay que apreciarlas “desde lejos, reconstruirlas con el ojo”, sostiene Delenda. “Bueno, en algún caso, como el cuadro de El carnero de Zurbarán, tienes que verlo también de lejos para percibir el polvo y las calvas de la lana del carnero viejo”, interviene la otra comisaria a propósito de otra de las obras más conocidas presentes en la muestra.
Llama también la atención la inclusión de siete bodegones elaborados por un hijo de Zurbarán, Juan. “Hubiera sido un pintor inmenso. No hay más que ver sus bodegones. Colaboró muy joven con su padre y seguro que le ayudó en otras de sus pinturas. Pero murió a los 30 años por culpa de la peste y su carrera se truncó”, apunta Borobia.

La exposición plantea un recorrido cronológico y diferencia en una sala las obras pintadas por el obrador del artista, como era habitual en la época, del resto. La muestra no discute el tópico de Zurbarán, como “el pintor de santos”, aunque, en realidad, lo que hacía este artista excepcional era “transformar lo cotidiano en religioso”, en palabras de su estudiosa Odelie Delenda.

Ferrán Bono, Madrid: La mirada cautivadora y minuciosa de Zurbarán, EL PAÍS, 5 de junio de 2015
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La mirada cautivadora y minuciosa de Zurbarán

La mirada cautivadora y minuciosa de Zurbarán

Murió a manos de los piratas sarracenos, seguramente después de ser torturado, pero no hay rastro de sangre ni vestigios del horror en su hábito blanco, deslumbrante sobre el fondo negro. Tampoco hay tormento en la expresión de su rostro, sino más bien abandono ante la inminencia de la muerte. Es Serapio, el nombre de un santo fallecido en 1240 y el título de un cuadro cuya visión podría ilustrar una definición de obra maestra. Lo pintó en 1628, durante su etapa más tenebrista, Francisco de Zurbarán. Y al contemplarlo, cobra todo su sentido eso del virtuosismo técnico y de la profundidad de la mirada del creador, expresiones que, por repetidas en el mundo del arte y en artículos de prensa, suelen perder su fuerza.
Detalle del óleo 'San Serapio pintado en 1628 por Zurbarán, que forma parte de la exposición del Museo Thyssen-Bornemisza. / JAIME VILLANUEVA (EL PAÍS)
Detalle del óleo ‘San Serapio pintado en 1628 por Zurbarán, que forma parte de la exposición del Museo
Thyssen-Bornemisza. / JAIME VILLANUEVA (EL PAÍS)
Hacía más de 50 años que esta obra maestra de la etapa de juventud de Zurbarán (Fuente de Cantos, 1598-Madrid, 1664) no se veía en España (se exhibió en el Museo del Prado). Pertenece a la colección del Wadsworth Atheneum Museum of Art, de la ciudad estadounidense de Hartford, y ahora forma parte del conjunto de 63 cuadros, la mayoría de gran formato, que componen la exposiciónZurbarán: una nueva mirada, que se abre al público el próximo 9 de junio en el Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid.
San Francisco de pie contemplando una calavera / JAIME VILLANUEVA (EL PAÍS)
San Francisco de pie contemplando una calavera /
JAIME VILLANUEVA (EL PAÍS)
San Serapio es un cuadro icónico de Zurbarán, una pieza excepcional, y muy delicada, que nos ha costado mucho traer”, resaltaba ayer Mara Borobia, comisaria de la muestra, junto a Odile Delenda, autora del catálogo razonado que ha relanzado el interés en el extranjero por este pintor del Siglo de Oro, cuya fama tal vez quedó un tanto oscurecida por el brillo que desprendía su coetáneo, Diego Velázquez.
La última gran exposición dedicada a Zurbarán en España se celebró en 1998 en Sevilla, ciudad en la que fue pintor oficial. La exposición del Thyssen incorpora obras nunca vista en España. Todo ello permite arrojar otra mirada sobre una obra que “llama la atención por la parte escultórica de sus cuadros”, por sus espectaculares formas volumétricas, y por la manera “de contar cada detalle, con tanta precisión: incluso un alfiler tiene su sombrita”, explica la comisaria, mientras señala el reflejo minúsculo de una fruta sobre el borde del plato en uno de los óleos de la exposición, abierta hasta el 13 de septiembre.
Las pinturas de Zurbarán “tienes que verlas desde cerca, mientras que las de Velázquez, hay que apreciarlas “desde lejos, reconstruirlas con el ojo”, sostiene Delenda. “Bueno, en algún caso, como el cuadro de El carnero de Zurbarán, tienes que verlo también de lejos para percibir el polvo y las calvas de la lana del carnero viejo”, interviene la otra comisaria a propósito de otra de las obras más conocidas presentes en la muestra.
Llama también la atención la inclusión de siete bodegones elaborados por un hijo de Zurbarán, Juan. “Hubiera sido un pintor inmenso. No hay más que ver sus bodegones. Colaboró muy joven con su padre y seguro que le ayudó en otras de sus pinturas. Pero murió a los 30 años por culpa de la peste y su carrera se truncó”, apunta Borobia.

La exposición plantea un recorrido cronológico y diferencia en una sala las obras pintadas por el obrador del artista, como era habitual en la época, del resto. La muestra no discute el tópico de Zurbarán, como “el pintor de santos”, aunque, en realidad, lo que hacía este artista excepcional era “transformar lo cotidiano en religioso”, en palabras de su estudiosa Odelie Delenda.

Ferrán Bono, Madrid: La mirada cautivadora y minuciosa de Zurbarán, EL PAÍS, 5 de junio de 2015
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Alonso Cano, Zurbarán y Murillo, de visita en Córdoba

Alonso Cano, Zurbarán y Murillo, de visita en Córdoba

Vista de la ciudad de Sevilla desde el barrio de Triana. ROLDÁN SERRANO
Vista de la ciudad de Sevilla desde el barrio de Triana. ROLDÁN SERRANO
Debía de haber palabras detrás de la composición del cuaddro, ensayos y hasta líneas para conseguirlo, pero a la hora de la verdad, cuando estaba terminado, lo que quedaba era la práctica y no la teoría que la sustentaba: lo que parecía diagonal quedaba sustentado por los colores. La Virgen María, en la luz, que llegaba desde el ángulo superior izquierdo, vestida de rojo y azul. En el otro extremo, y en un plano ligeramente inferior y con un fondo mucho más oscuro, está San Antonio de Padua, con el oscuro hábito franciscano, y el Niño Jesús con que está repetido millones de veces por toda la cristiandad en todas las épocas. La Madre hace ademán de pedirle al Señor y el sentido ascendente o descendente, el contraste de luces, desaparecen en un todo armonioso, de forma que sólo el que esté muy pendiente de los detalles o quiera detenerse en el análisis se dará cuenta.
«Visión de San Antonio de Padua», de Alonso Cano. ROLDÁN SERRANO
«Visión de San Antonio de Padua», de Alonso Cano. ROLDÁN SERRANO
El resto de quienes se acerquen a la exposición sólo tendrán que disfrutar de esta obra, «Visión de San Antonio de Padua» y comprender que sólo autores como Alonso Cano eran capaces de ella. Es una de las piezas más atractivas de la exposición «Los maestros del barroco», que inauguro la Fundación Cajasol en su recién abierto centro cultural (Ronda de los Tejares, 32) y que muestra una parte importante de su fondo antiguo, con nombres ilustres en la pintura de la época. La exposición, que ya ha recorrido varias ciudades andaluzas, da a conocer unos fondos de calidad a la espera de la inauguración del museo que mostrará todas las obras en Sevilla. Se podrá ver hasta el 15 de marzo.
«Las dos Trinidades», de Murillo. ROLDÁN SERRANO
«Las dos Trinidades», de Murillo. ROLDÁN SERRANO
El espectador encontrará en ella un lienzo anónimo del Rey Fernando III, que conquistó Córdoba para Castilla en el año 1236, pero también autores tan ilustres como Francisco de Zurbarán, con la sorprendente obra «San Pedro Nolasco asistido por ángeles». Es una pieza rica en los claroscuros tan característicos del pintor extremeño, que retrata a los ángeles llevando al protagonista en volandas. Si de barroco se trata, no falta Bartolomé Esteban Murillo, uno de los pintores españoles más admirados en todas las épocas, pero muy especialmente por sus contemporáneos y en los siglos posteriores. «Fray Pedro de Urbina»«San José con el Niño» y«Las dos Trinidades» son los títulos de las obras que el autor sevillano tiene en la colección de la Fundación Cajasol. Son cuadros en los que se despliega la ternura y la calidad técnica del artista, especialmente sutil al retratar a la infancia, pero también la riqueza de su gama cromática. El tamaño en algunos de ellos no es un obstáculo para encontrar su calidad y la técnica que provocaron el asombro de sus contemporáneos.
«Cristo atado a la columna», de Valdés Leal, y «San José con el Niño», de Murillo. ROLDÁN SERRANO
«Cristo atado a la columna», de Valdés Leal, y «San José con el Niño», de Murillo. ROLDÁN SERRANO
También está presente Juan de Valdés Leal, autor nacido en Sevilla pero tenido durante mucho tiempo por cordobés, por haber residido durante muchos años en la ciudad, a la que dedicó el retablo del convento del Carmen, una de sus obras maestras. «Jesús atado a la columna», una obra recientemente restaurada.
Luis Miranda: Alonso Cano, Zurbarán y Murillo, de visita en Córdoba, ABC-Sevilla,  9 de febrero de 2015
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Velázquez se lo inventó todo: ‘Las meninas’ nunca posaron para acabar el cuadro

Velázquez se lo inventó todo: ‘Las meninas’ nunca posaron para acabar el cuadro

El Síndrome de la Fatiga de Las Meninas (SFLM) es un mal que padecen los historiadores que han dedicado mucho tiempo y mucha reflexión al estudio de este cuadro enigmático, como reconoce el hispanista Jonathan Brown(Springfield, EEUU, 1939). El agotamiento no es el cuadro, sino las múltiples interpretaciones que se han publicado sobre la obra de Velázquez. “Y parte de la culpa la tiene Michel Foucault, cuyas reflexiones sobre Las meninashicieron que muchos autores se apuntaran a la caza de esa presa”, explicaba en una de sus conferencias celebradas durante la cátedra que ofreció en el Museo Nacional del Prado, en 2012, y que ahora aparecen publicadas en un libro de Abada editores.
En ellas el autor reflexiona sobre pintores como Ribera y El Greco, además del sevillano, y se ocupa del riesgo de las atribuciones y de otras cuestiones que debilitan el crédito de la historiografía. Y a pesar del SFLM, el irónico historiador estadounidense advertía que daría una vuelta más a la interpretación del cuadro más famoso del Prado, “aunque pueda parecer temerario”. Antes de ofrecerla tiró al plato y dio en la diana de los historiadores del arte tradicionales, “todos adolecían del mismo problema”: “Se aferraban a algún detalle o rasgo del cuadro que les abriera la puerta a una interpretación definitiva”. “Un día estaba yo en el coche por Princeton y tenía la radio puesta: estaban entrevistando a un cantante pop”, así arranca el sabio Brown el relato de cómo vio la luz para reinterpretar el enigmático cuadro. El experto viaja al pasado hasta el primer público que contempló la obra para ver que la cruz de Santiago en la pechera del pintor hace imposible datar el cuadro en 1656, ya que fue nombrado el 29 de noviembre de 1659 (murió el 6 de agosto de 1660). “Tal vez por eso Antonio Palomino se inventó la anécdota de que la cruz se añadió, por deseo del rey, ya fallecido Velázquez”.
La sutil pincelada
Los reyes acompañan al presidente de francia, Nicolas Sarkozy, y a su esposa, Carla Bruni, al Museo del Prado. (EFE)
Los reyes acompañan al presidente de francia, Nicolas Sarkozy, y a su esposa, Carla Bruni, al Museo del Prado. (EFE)
Sin embargo, los exámenes técnicos no han detectado la existencia de dos capas de pintura. El tratamiento de la cruz coincide con el del resto del lienzo“y su sutil pincelada”. Así que la fecha de la pintura debe situarse entre el 28 de noviembre de 1959 y el 1 de abril de 1660, cuando Velázquez parte a Irún acompañando al rey. Es decir, cuatro meses de ejecución y la conquista de lo difícil con aparente facilidad. “Cuando quería, Velázquez era capaz de pintar muy deprisa”. Lo más grande de todo es que fue ejecutado sin preparación, como una “improvisación calculada”. De hecho, compara las pinceladas con los movimientos de un maestro de ajedrez. “La seguridad de Velázquez en sí mismo raya con la arrogancia”, señala el maestro como un rasgo esencial de su personalidad.   “Mi hipótesis se basa en la idea de que Las meninas es meramente producto de la imaginación del pintor. Los hechos se convierten en ficción”, dice. Es decir, un retrato familiar, inventado. “Las meninas es la forma que tiene el artista de decir: “Gracias, majestad””. Para Brown se trata de una “interpretación manipulada” de la realidad de la vida en palacio. “Velázquez deseaba crear el mejor cuadro que el rey hubiera visto jamás”.

La gran ficción
Preparación del retrato del príncipe Baltasar Carlos de Velázquez, en el museo de Historia del Arte en Viena. (EFE)
Preparación del retrato del príncipe Baltasar Carlos de Velázquez, en el museo de Historia del Arte en Viena. (EFE)
Dicho de otro modo, Las meninas es una transgresión de las reglas. “Es un fruto de la imaginación con el que el pintor quiere poner de manifiesto su virtuosismo y originalidad sin precedentes. Velázquez propone nada menos que una manera de pintar”. Para Brown, Velázquez sumió en las sombras a sus eternos rivales, Tiziano y Rubens. Los respetaba, pero los quería superar. Y no se le ocurrió mejor manera que dejarles al fondo de Las meninas y Las hilanderas, como meras notas a pie de página en su tesis doctoral sobre el arte de la pintura. Además, señala que en el siglo XVII la disputa entre dibujo y color ardía y Las meninas refutó a quienes defendieron hasta el momento la excelencia del dibujo sobre la fuerza de la pintura colorista. Por eso llega a la conclusión de que lo pintó para exhibir los infinitos recursos que poseía como pintor colorista, porque no hay en todo siglo XVII un cuadro comparable: “La superficie del lienzo parece un revoltijo de pinceladas que no están coordinadas entre sí, y después, milagrosamente, una vez que hemos dado esos pasos atrás, todo está en su sitio”. Así que no hay misterios en Las meninas, no hay significados ocultos que descubrir, dice el científico para espantar cabalistas, códigos que descifrar o secretos que revelar. “Las meninas es un ejemplo no superado de maestría pictórica y una demostración de la inquebrantable confianza en uno mismo que se necesita para poner en solfa no sólo la jerarquía social de la corte española sino también los cánones del arte occidental”. 
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Un párroco de Guadix recupera un lienzo atribuido a Murillo

Un párroco de Guadix recupera un lienzo atribuido a Murillo

El Ecce homo atribuído a Murillo que puede verse en Guadix.
El Ecce homo atribuído a Murillo que puede verse en Guadix.
Joaquín Caler, don Joaquín el párroco, como es más conocido en la diócesis de Guadix-Baza (Granada,) se ha convertido en propietario de una pintura atribuida a Bartolomé Esteban Murillo. Se trata de un Ecce homo que compró hace algún tiempo a una familia sevillana interesada en vender el que creían era un viejo cuadro del siglo XIX. Caler, amante del arte, contempló la pieza y la adquirió. Desde el instante en que vio la pintura pensó que “escondía algo más”. “Siempre estuve convencido de que compraba un Murillo”, afirma.
A partir de este viernes esta obra podrá contemplarse durante un año en la catedral de Guadix, tras cuatro siglos pasando de generación en generación en una familia que desconocía su autoría. “Desde luego ellos no sabían lo que vendían”, asegura su propietario. A sus 47 años, Joaquín Caler es el párroco de tres pequeñas localidades granadinas, La Calahorra, Lanteira y Alquife. Lleva más de 20 con esta “pasión por el arte” y cree “un sexto sentido o sensibilidad especial”, aunque es un autodidacto que carece de formación artística.
El cura, un avezado coleccionista,  recuerda como al contemplar el cuadro por primera vez se percató de que bajo “aquella gruesa capa de barniz se escondía algo más”. Pensó que su antigüedad era mayor y su autor un gran maestro de la escuela sevillana.
“La rotundidad en la cabeza fue lo más evidente”, apunta, ya que las manos y el manto “se veían peor”. Como no paraba de rondarle por la cabeza que podría tratarse de un Murillo, el párroco consultó a dos expertos para conocer la autoría de la obra: el doctor en Historia y miembro de la Real Academia de Bellas Artes de Sevilla, Granada y Cádiz, Enrique Pareja López -exdirector del Museo de Bellas Artes de Sevilla-, y el restaurador Manuel Chiappi. Ambos han comparado los trazos y el estilo con otras obras del pintor sevillano, lo han datado en la segunda mitad del siglo XVII y lo han atribuido a Murillo. Han sido necesarios para ello dos meses de minuciosos procesos de restauración utilizando las últimas técnicas de limpieza y tratamiento.
Se trata de una obra realizada sobre un fino lienzo, con el craquelado propio de la época, que mide 72 centímetros de alto por 54,50 de ancho y está enmarcado con una sencilla moldura dorada. La composición muestra a Cristo con la amplia corona de espinas trenzada en la cabeza, el torso desnudo, los brazos cruzados atados por las muñecas y sosteniendo en su mano derecha una caña a modo de cetro real. El rostro pensativo y la mirada baja y perdida.
 Este Ecce homo es, según esta atribución, el único cuadro del autor sevillano que existe en la provincia granadina. “Aunque me pertenezca a mí, debe exponerse al público para que la cultura esté al alcance de todos. Ese es el valor y la riqueza que hay que darle”, añade el párroco que hace apenas unos 15 días confirmó, con expertos, su intuición. Había comprado un Murillo. Al menos, según la atribución.

Valme Cortés, Granada: Un párroco de Guadix recupera un lienzo atribuido a Murillo, EL PAÍS, 19 de diciembre de 2013
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Un párroco de Guadix recupera un lienzo atribuido a Murillo

Un párroco de Guadix recupera un lienzo atribuido a Murillo

El Ecce homo atribuído a Murillo que puede verse en Guadix.
El Ecce homo atribuído a Murillo que puede verse en Guadix.
Joaquín Caler, don Joaquín el párroco, como es más conocido en la diócesis de Guadix-Baza (Granada,) se ha convertido en propietario de una pintura atribuida a Bartolomé Esteban Murillo. Se trata de un Ecce homo que compró hace algún tiempo a una familia sevillana interesada en vender el que creían era un viejo cuadro del siglo XIX. Caler, amante del arte, contempló la pieza y la adquirió. Desde el instante en que vio la pintura pensó que “escondía algo más”. “Siempre estuve convencido de que compraba un Murillo”, afirma.
A partir de este viernes esta obra podrá contemplarse durante un año en la catedral de Guadix, tras cuatro siglos pasando de generación en generación en una familia que desconocía su autoría. “Desde luego ellos no sabían lo que vendían”, asegura su propietario. A sus 47 años, Joaquín Caler es el párroco de tres pequeñas localidades granadinas, La Calahorra, Lanteira y Alquife. Lleva más de 20 con esta “pasión por el arte” y cree “un sexto sentido o sensibilidad especial”, aunque es un autodidacto que carece de formación artística.
El cura, un avezado coleccionista,  recuerda como al contemplar el cuadro por primera vez se percató de que bajo “aquella gruesa capa de barniz se escondía algo más”. Pensó que su antigüedad era mayor y su autor un gran maestro de la escuela sevillana.
“La rotundidad en la cabeza fue lo más evidente”, apunta, ya que las manos y el manto “se veían peor”. Como no paraba de rondarle por la cabeza que podría tratarse de un Murillo, el párroco consultó a dos expertos para conocer la autoría de la obra: el doctor en Historia y miembro de la Real Academia de Bellas Artes de Sevilla, Granada y Cádiz, Enrique Pareja López -exdirector del Museo de Bellas Artes de Sevilla-, y el restaurador Manuel Chiappi. Ambos han comparado los trazos y el estilo con otras obras del pintor sevillano, lo han datado en la segunda mitad del siglo XVII y lo han atribuido a Murillo. Han sido necesarios para ello dos meses de minuciosos procesos de restauración utilizando las últimas técnicas de limpieza y tratamiento.
Se trata de una obra realizada sobre un fino lienzo, con el craquelado propio de la época, que mide 72 centímetros de alto por 54,50 de ancho y está enmarcado con una sencilla moldura dorada. La composición muestra a Cristo con la amplia corona de espinas trenzada en la cabeza, el torso desnudo, los brazos cruzados atados por las muñecas y sosteniendo en su mano derecha una caña a modo de cetro real. El rostro pensativo y la mirada baja y perdida.
 Este Ecce homo es, según esta atribución, el único cuadro del autor sevillano que existe en la provincia granadina. “Aunque me pertenezca a mí, debe exponerse al público para que la cultura esté al alcance de todos. Ese es el valor y la riqueza que hay que darle”, añade el párroco que hace apenas unos 15 días confirmó, con expertos, su intuición. Había comprado un Murillo. Al menos, según la atribución.

Valme Cortés, Granada: Un párroco de Guadix recupera un lienzo atribuido a Murillo, EL PAÍS, 19 de diciembre de 2013
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‘San Pedro’ reaparece en el Prado

‘San Pedro’ reaparece en el Prado

La fascinante madurez de Murillo. Arriba, el óleo sobre lienzo
‘San Pedro Arrepentido’ (212×155 cm), cuyo hallazgo en una
colección particular inglesa e inclusión en el catálogo científico
de la muestra ‘Murillo y Justino de Neve. El arte de la amistad’
es una noticia de primera magnitud para la Historia del Arte
español. Abajo, un periodista gráfico ante el lienzo ‘El patricio
revelando su sueño al Papa Liberio’.

El Museo del Prado recupera, a partir del lunes, una de las historias más ejemplares de colaboración y mecenazgo que ha dado la Historia del Arte español: la que unió en el siglo XVII al pintor Bartolomé Esteban Murillo con el canónigo de la Catedral de Sevilla Justino de Neve. «El arte de la amistad es una exposición pequeña en número pero exquisita porque cada pieza es una obra maestra», declara a este medio su comisario y director adjunto del Prado, Gabriele Finaldi. 
El catálogo de la muestra, organizada junto con la Fundación Focus-Abengoa y la Dulwich Picture Gallery, a cuyas sedes viajará posteriormente (se inaugura en octubre en el Hospital de los Venerables de Sevilla y podrá verse en Londres de febrero a mayo de 2013), lo integran 17 obras pintadas por Murillo en Sevilla para la colección personal de don Justino o que se hicieron bajo su protección. Sin embargo, estas piezas se encuentran hoy depositadas en los principales museos de París, Londres, Madrid, Edimburgo, Houston y Budapest y sólo una de ellas, El bautismo de Cristo, permanece en Sevilla, concretamente en la Catedral. 
Para Finaldi, que cuando llegó al Prado hace 10 años procedente de Londres ya acariciaba la idea de organizar esta exposición, «Murillo produjo, gracias a su relación con el culto y dinámico Justino de Neve, algunas de sus mejores pinturas en una gran variedad de formatos. Aquí vemos grandes pinturas religiosas -como las que le encargó para la Catedral de Sevilla o para decorar la iglesia de Santa María la Blanca- y cuadros devocionales de su colección particular, retratos y alegorías e incluso la única miniatura que se conoce de Murillo, un óleo sobre cobre ovalado recientemente descubierto». Sin embargo, añade, «la gran sorpresa de la exposición es San Pedro Arrepentido, un óleo sobre tela de 212 x 155 centímetros que De Neve donó a la iglesia del Hospital de los Venerables, institución que él fundó y financió. La obra, procedente de una colección particular, llegó el jueves de Inglaterra y es de una belleza admirable. Es un cuadro grande y ambicioso, en buen estado. Como La Inmaculada que estaba en la iglesia de los Venerables, fue expoliada a principios del XIX por las tropas napoleónicas al mando del mariscal Soult y sacada de Sevilla». 
El rastro de este San Pedro había prácticamente desaparecido hasta que en los años 70 el gran especialista en Murillo Diego Angulo lo reprodujo en una fotografía en blanco y negro que ahora se conserva en el archivo de Alfonso Pérez Sánchez (depositado en la Fundación Focus-Abengoa). «Gracias a esa valiosa información nos pusimos a buscarlo y lo hemos localizado en una colección particular que lo ha cedido para la exposición del Prado, de modo que ha podido incorporarse al catálogo científico», detalla Finaldi, que «confía» en que «pueda verse en Sevilla y Londres pero, de momento, lo seguro es que se puede visitar en el Prado». 

«San Pedro Arrepentido estaba situado, si se entra en la iglesia de los Venerables desde la calle, en el primer altar a la derecha donde, aunque ahora hay otro cuadro, permanecen su retablo y su marco original con la tiara papal y las claves de San Pedro», continúa Finaldi, para quien constituye «una satisfacción especial» que la muestra llegue entre octubre y enero de 2013 a la sede de la Fundación Focus, un edificio «íntimamente vinculado a don Justino». Si finalmente San Pedro Arrepentido se incluye en el catálogo de Sevilla regresaría, aunque temporalmente, a su templo original, al igual queLa Inmaculada Concepción de los Venerables (llamada durante años la Inmaculada de Soult y que se conserva actualmente en el Prado) y Jesús Niño repartiendo pan a los sacerdotes, lienzo que hoy pertenece al Museo de Bellas Artes de Budapest. 

En el catálogo científico de Murillo y Justino de Neve.El arte de la amistad participan, junto a Finaldi, Javier Portús y el profesor de la Universidad de Dublín Peter Cherry (éste, con un ensayo sobre el funcionamiento del cabildo sevillano y el entramado de intereses religiosos, intelectuales y económicos del canónigo, miembro de una familia empresarial sevillana de ascendencia flamenca), así como los expertos sevillanos Teodoro Falcón, Ignacio Cano y Benito Navarrete. Este último celebraba ayer «la recuperación de San Pedro Arrepentido, un acontecimiento de primera magnitud para la Historia del Arte español porque demuestra la garra y oficio del naturalismo riberesco en la madurez de Murillo en los años de 1665″. 
De las 17 obras expuestas, cinco han sido expresamente restauradas para la ocasión y permiten apreciar, según Finaldi, «que el Murillo de madurez trabajaba con mucha seguridad, más suelto. Aquí se puede ver con claridad por qué es uno de los mejores pintores en un siglo de grandes artistas como lo fue el XVII». 
El comisario de la muestra, si tuviera que destacar una obra por su singularidad y belleza, señalaría «un pequeño cuadro sobre obsidiana procedente del Louvre, por la impresión tan poderosa que ha causado desde que lo colgamos en la pared». La obsidiana es una especie de vidrio volcánico de México y encima de esa superficie oscura, con algo de reflejo y algunas vetas, Murillo pinta La oración en el huerto y lo convierte todo en una escena nocturna. «Con una luz divina, donde los rayos son vetas de la misma materia, Murillo lo baña todo de azul e ilumina a Cristo en su momento de agonía», concluye.

Charo Ramos: ‘San Pedro’ reaparece en el Prado, Diario de Sevilla, 23 de junio de 2012
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