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15.2. Arte del siglo XX y XXI (1951-…). Escultura

James Coleman, lógicas sin salida

Diapositivas colocadas en el carrusel, proyectores equipados con zooms, bandas sonoras registradas, temporizadores sincronizando imagen y sonido, paredes que se transforman en pantallas… El universo de James Coleman llega al Museo Reina Sofía en la mayor retrospectiva del artista para hablarnos de percepción y representación. Un trabajo que se mueve entre la ambiguedad y la inquietud, la libertad de interpretación y la frustación.

Es un tipo hermético y parco en palabras, celoso de un trabajo que presenta siempre a cuentagotas y al que no vemos exponer con frecuencia. Rehúye del foro social y comercial del arte del mismo modo que lo hace de las facilidades: no hay transcripciones ni traducciones en sus obras, de por sí misteriosas, que requieren concentración. James Coleman (Irlanda, 1941) es un artista complejo; difícil de exponer y difícil de entender. Por ello hay que celebrar una exposición como ésta, la mayor retrospectiva del artista hasta la fecha y, previsiblemente, la única de estas características, que lanza muchas de las pistas necesarias para analizar los temas relativos a la percepción, la memoria y el aprendizaje a los que este artista nos remite, siempre bajo una estructura circular, similar a los carruseles de diapositivas con los que trabaja; a las vueltas que damos a quiénes somos o a cómo nos ven. Circuitos cerrados donde es imposible encontrar una identidad irrefutable. Sobre ello gira su trabajo: la idea de que no hay una verdad única.

Lo vemos ya con el uso de la imagen proyectada, ilusoria de por sí, y su sello distintivo desde que en los 70 empezara a explorar las posibilidades de la diapositiva acompañándola de grabación sonora. Hoy es clave para entender su vigencia en el arte contemporáneo, así como la de la idea de representación y “lo fotográfico”, un interés que comparte con artistas como Chantal Akerman, Michael Snow o Jeff Wall. Como ellos, también Coleman hace que las fronteras entre fotografía, vídeo y cine se desplacen, abriendo nuevas vías narrativas. Además, su interés por lo teatral y el relato, recuperado por el debate artístico en los 60, convierte sus obras en acontecimientos que reclaman la participación directa del espectador. En este teatro sin teatro, es el actor protagonista. La exposición del Reina Sofía está planteada para que así sea. Coleman ha cuidado mucho los espacios, intencionadamente amplios, para cada una de sus instalaciones. Expone dos de ellas, que forman parte de la colección del museo, en la Sala de Protocolo y en la de Bóvedas. Y hasta quince agrupa en dos amplias salas del edificio Sabatini, desde sus primeras películas filmadas entre 1967 y 1970, juegos entre imagen fija y en movimiento, cercanos a los cineastas neorrealistas italianos y la posterior nouvelle vague, hasta la última, la película Retake with Evidence, presentada en 2007 en la Documenta 12 de Kassel, una alegoría sobre lo correcto, lo inadecuado y lo sensato, protagonizada por el actor Harvey Keitel, que dramatiza el heroísmo por emplear la razón para determinar la identidad personal. Entre las sorpresas encontramos muchas de sus notas y guiones, nunca antes mostrados.

Coleman mezcla realidad y ficción indistintamente, llenando sus obras de citas literarias y referencias a la pintura tradicional, la televisión y la fotografía de moda o el folclore irlandés. En ellas nos perdemos y, a la vez, nos reconocemos y, en ese trance, creamos intervalos subjetivos, el espacio que este artista nos reta a conquistar. Pretende con ello cuestionar convenciones lingüísticas y visuales; lo rutinaria que suele ser la mirada. Una de sus obras más celebradas, Photograph (1998-99), reúne gran parte de ese popurrí de alusiones. Un grupo de adolescentes prepara el ensayo de baile para participar en el concurso de danza interescolar que se celebra anualmente a las afueras de Dublín. El vestuario evoca los roles en los que se proyectan estos jóvenes: desde Wonder Woman a Star Treck. La coreografía está llena de todo tipo de clichés, y la lenta y clara voz que acompaña las imágenes también: lee fragmentos de un discurso atemporal, ininteligibles, con el mismo tono que se recitan las lecciones en clase. Coleman se centró en El círculo de tiza, una pieza teatral china del siglo XIII que constituye, a la vez, la base de El círculo de tiza caucasiano, de Bertolt Brecht. Esta obra habla de la justicia, de lo que no siempre es lo acertado o justo. La de Coleman parte de ahí para plantear la subjetividad como un inmenso collage.

Si bien es ilusorio querer recomponer un relato que el artista se afana por descomponer, no queda otra que preguntarse lo que queda dicho más allá de las palabras. Entre líneas, lo que este artista suscita son preguntas. En Lapsus Exposure (1992-93), un grupo de música pop de los 90 se reúne para hacerse una fotografía colectiva para la carátula de un nuevo álbum. El mensaje alude a lo poco inocente que es la construcción de una imagen social, que este artista cuestiona tanto como nuestros recuerdos y hasta qué punto son realmente propios. A ello nos insta también con la pieza Clara and Dario (1975): un espacio psicológico donde la voz en off que narra la historia de amor de los dos protagonistas forma un eco en la voz en off de nuestra memoria. Una experiencia que vivimos en la otra muestra del artista en España anterior a ésta, en 1999 en la Fundación Antoni Tàpies de Barcelona, también de la mano de Manuel Borja-Villel.

Ver esta exposición requiere varias horas e, incluso, varias visitas, ya que algunas de sus Primeras películas, 1967-1972 se presentan en diferentes ciclos durante la muestra. También destreza e implicación. Coleman pide mucho al público. A cambio propone interesantes reflexiones sobre las trampas de la percepción y el carácter polifacético de la realidad con las que no tardamos ni cinco minutos en identificarnos.

James Coleman. Museo Reina Sofía. Santa Isabel, 52. Madrid. Hasta el 27 de agosto de 2012

Bea Espejo: James Coleman, lógicas sin salida, EL CULTURAL, 27 de abril de 2012

La escultura reducida a su esencia

El Guggenheim de Bilbao confronta medio centenar de piezas de estos dos grandes maestros

Son dos de los escultores más relevantes del siglo XX. Uno, rumano; el otro, norteamericano. El primero nació en 1876; el segundo, 63 años después, en 1939. Constantin Brancusi y Richard Serra están tan lejos, artísticamente hablando, el uno del otro, que casi llegan a tocarse. Resulta paradójico, pero así queda patente en la gran exposición que dedica a estos creadores el Guggenheim de Bilbao, en colaboración con la Fundación Beyeler de Basilea.

Medio centenar de piezas distribuidas en la segunda planta del museo bilbaíno son suficientes para comprobar cómo en el arte se puede llegar a un mismo fin a través de caminos bien distintos, si no opuestos. A simple vista, uno podría preguntarse qué tienen que ver las torsiones elípticas de acero de Serra, gigantescas, de varias toneladas de peso, con las esculturas en piedra o bronce pulido de Brancusi, tan frágiles y exquisitas que parecen quebrarse con solo mirarlas. Pero si rascamos un poco en ambos trabajos, ni la escultura de Serra es tan dura como la pintan, ni la de Brancusi tan débil como parece. En ambos casos, la idea y la forma se simplifican hasta el extremo: no hay nada accesorio, la escultura se reduce a la esencia.

Una de las tres versiones de «El beso» de Brancusi que hay en la muestra —la más antigua que hizo, de 1907— observa «La materia del tiempo» de Serra desde el balcón superior situado frente a la joya del Guggenheim. Es como si el viejo maestro mirara con orgullo el trabajo del discípulo. Y es que la influencia de la obra de Brancusi es esencial en la carrera del escultor californiano. Éste obtuvo una beca de la Universidad de Yale (1964-65) para estudiar en París. Visitó a diario la reconstrucción del taller de Brancusi, que había muerto siete meses antes, dibujando en su cuaderno, como intentando atrapar en él toda la sabiduría del maestro. Aquella experiencia le marcó profundamente. Lo describió como «un manual de posibilidades». Su taller se exhibe en la explanada de acceso al Pompidou en un edificio diseñado por Renzo Piano. También Piano diseñó la Fundación Beyeler, donde recaló esta muestra. Entonces, la serena arquitectura del italiano dialogó con las esculturas de Brancusi y Serra. En este caso el diálogo a tres bandas se produce con la poderosa y retorcida arquitectura de Gehry.

La exposición de Bilbao reúne un siglo de esculturas. A través de medio centenar de obras, es posible admirar la evolución de cada artista, pues hay trabajos de todos sus periodos. De Brancusi se muestran esculturas que abarcan cuatro décadas: desde sus exquisitas «Musas dormidas» en bronce pulido y cabezas de niños, hasta sus trabajos en mármol. Como «Princesa X», de 1915. Tiene una curiosa historia. Se retiró del Salón de los Independientes porque creían que representaba un falo. En realidad, es una mujer que se mira en un espejo. Brancusi lo demostró aportando el material que utilizó en su ejecución y la obra regresó al Salón. También muy interesantes son sus trabajos en madera, que parecen tótems. Es el caso de «Adán» y «Eva» o «Rey de reyes», que hizo para un marajá. Y, espectacular, la última sala, dedicada a los «Pájaros» de Brancusi. Cinco de ellos, bellísimos, subidos a altos pedestales, parecen echar a volar en una sala de enormes techos y luz natural.

Serra no ha acudido a la inauguración de la muestra en Bilbao, pues se halla en su ciudad natal, donde el MoMA San Francisco dedica una retrospectiva a sus dibujos. Abundan en la exposición de Bilbao trabajos monumentales con planchas de acero de varias toneladas, como «1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8», de 1987, que solo se había expuesto una vez; o «Circuito Bilbao», realizada para la ocasión, aunque es una escultura que hizo en el 72 para el MoMA. También hay una pieza con caucho de 1966-67 —su emblemática serie «Belts» (Cinturones)—, así como trabajos muy recientes: siete obras sobre papel (utiliza barra de óleo negro sobre papel japonés) y cubos en acero autopatinable, realizados este año.

Natividad Pulido, Bilbao: La escultura reducida a su esencia, ABC, 8 de octubre de 2011

Un artista entre la tierra y el cielo

Jan Fabre provoca en Venecia con su interpretación de la Piedad de Miguel Ángel, de rostro cadavérico, y a la vez revisa su trayectoria en una gran exposición en Holanda

Merciful dream (Pietà V), escultura en mármol de Jan Fabre presentada en la 54ª Bienal de Venecia.- ANGELOSJan Fabre (Amberes, 1958) ha decidido provocar el ambiente políticamente correcto y a veces incluso aburrido de la 54ª Bienal de Venecia con su macabra y autobiográfica (o quizás egocéntrica) reinterpretación de la Piedad de Miguel Ángel. «Utilicé el mismo purísimo mármol de Carrara», indica Fabre, que ha prestado al Cristo yacente su rostro y ha sustituido el de la Virgen con una calavera. «Las calaveras son vanitas, simbolizan la celebración de la metamorfosis, el cambio, la evolución. La muerte forma parte del ciclo de la vida», indica el artista. Su fascinación por el más allá le viene desde lejos. Era poco más que adolescente cuando coqueteó con el lado oscuro. «Estuve dos veces en coma y si salí, no del coma, sino del atolladero en que me estaba metiendo, fue gracias al arte: cambió mi vida», asegura tajante.

Pietàs es la tercera presencia consecutiva de Fabre en la Bienal de Venecia. En 2007 presentó una antológica encabezada por la exuberante eyaculación de Fountain of the world (as a young artist), donde el artista reivindica su poder creador rodeado de lápidas. En 2009 sorprendió con la instalación-denuncia del colonialismo belga en Congo, realizada con millones de élitros de diversas especies de escarabajos. Ambas piezas se exhiben ahora en la antológica que le dedica el Museo Kröller-Müller de Otterlo, una localidad a menos de una hora de Ámsterdam. Aunque de lejos parece que un hombre, subido al techo del sobrio edificio de Henry van de Velde, esté midiendo con una regla las nubes algodonosas en el azul impresionista del cielo holandés, se trata de la escultura que abre el recorrido de la exposición de Fabre, Hortus-Corpus. Más que una escultura, The man who measure the clouds es una declaración de intenciones, el símbolo de la voluntad del artista flamenco de equilibrar posible e imposible, combinando hiperrealismo y surrealismo en obras que unen los universos vivos y aquellos inanimados.

Esto es lo que hace Fabre: crear a través de dibujos, esculturas, películas e instalaciones un universo paralelo, poblado de insectos relucientes, cerebros pulsantes y sus múltiples alter ego. Asombra la capacidad de Fabre para doblegar a su voluntad elementos tan rígidos como los clavos o las chinchetas para que vayan moldeando el pliegue de un pantalón o la postura entre natural y forzada del pie del Colgado (The hanged), una de sus piezas más célebres. «Estudié el cuerpo humano en la academia durante mis años de formación, pero aprendí sus secretos luego, a través de la danza y la performance», indica. Desde los dibujos con sangre, lágrimas, orina y esperma de finales de los años setenta hasta sus esculturas más recientes, realizadas ensamblando delgadas secciones de hueso humano, Fabre quiere involucrar el espectador en su exploración del cuerpo en todas sus componentes. «Todo empieza con el dibujo, además el uso de sangre y otros humores para pintar forma parte de la tradición flamenca», asegura el artista. Sin embargo, su nombre es sinónimo de grandes esculturas e instalaciones, en especial aquellas que realiza aprovechando la textura y los asombrosos colores de las alas de los escarabajos, que en sus manos pierden la componente orgánica para convertirse en un material más. Fabre cuenta que los élitros se lo proporcionan los restaurantes del sureste asiático, donde los escarabajos se sirven como aperitivo. ¿Cuántos se necesitan para una instalación como la que le encargó Paola de Bélgica para el palacio real? Millones. Aquella obra, que contiene una clara crítica social y política y evoca las páginas más lamentables de la historia colonial belga, le valió el estigma de traidor a la tierra, todo un logro para un artista que solo habla flamenco. «No existe un nacionalismo positivo», asegura. Sin embargo, la política no le interesa tanto como la búsqueda de la armonía entre el ser humano y la naturaleza, la estética y la ética: «Aquella es la verdadera belleza».

Pietàs. Scuola Grande di santa Maria della Misericordia. Cannareggio. Venecia (Italia). www.janfabre.be. Hasta el 16 de octubre. Hortus / Corpus. Museo Kröller-Müller. Otterlo (Holanda) www.kmm.nl. Hasta el 4 de septiembre.

Roberta Bosco: Un artista entre la tierra y el cielo, EL PAÍS, 13 de agosto de 2011

Más que inéditos

Detalle de la instalación de Jeroen Diepenmaat en Después del silencio.-

Este trío de exposiciones corresponde al desarrollo efectivo de los proyectos seleccionados en la décima edición de Inéditos, certamen convocado por la Obra Social de Caja Madrid y concebido para impulsar el trabajo de jóvenes comisarios, de cuya década de trayectoria se hace asimismo balance, en términos documentales, en una cuarta muestra adicional. Una iniciativa como esta, cuyo objetivo es dar paso a profesionales de última hornada que incorporen una nueva mirada generacional sobre la práctica artística de nuestro tiempo, es sin duda deudora del protagonismo exacerbado que ha ido cobrando la figura del comisario, en las décadas correspondientes al horizonte del cambio de siglo, y a la correspondiente autonomía creciente de su discurso, en detrimento a menudo de la anterior primacía de lo dictado desde la propia obra. Y, en tal sentido, parece de entrada previsible que el resultado de esos «inéditos» -o, en rigor, no tan inéditos, por cuanto, aun estando los tres justo en el arranque de la treintena, tienen ya a sus espaldas un currículo estimable- se ajuste a la postre a las querencias recurrentes, y aun a los vicios, comunes a ese estado de cosas, más que incorporar en efecto, como resultaría deseable, perspectivas de aproximación, en verdad, enteramente nuevas sobre la esfera del arte.

Con todo he de decir que el tono general de las muestras planteadas y resueltas por los tres jóvenes es sólido y eficazmente ejecutado. La más previsible, en su retórica en torno al objeto, resulta Seres inanimados, comisariada por Bárbara Rodríguez Muñoz (Madrid, 1979). Es a la par, para mi gusto, la menos equilibrada en cuanto a la elección de los trabajos, no todos ellos de equivalente solvencia. Con todo, entre otras cosas, destaca en su recorrido un conjunto de gran talla, el que documenta el muy sugerente proyecto entretejido en torno a la importación de dátiles desde Irak por el artista neoyorquino Michael Rakowitz.

Por su parte, en Alrededor es imposible, Lorenzo Sandoval (Madrid, 1980) propone un acercamiento a los comportamientos que creadores actuales establecen a partir del uso de una nueva herramienta tecnológica, la de los sistemas cartográficos desarrollados por Google. De dispar interés en las propuestas concretas, el atractivo de lo articulado responde a la diversidad de opciones y estrategias, desde la performance al diseño de juegos urbanos, que abarca su balance de las opciones que se abren en esa apropiación instrumental. Aun así, lo mejor, sin duda, resulta ser el espacio concebido por la malagueña, residente en Berlín, Regina de Miguel, que es también, paradójicamente, la artista que más se aleja de la exhibición literal de las tipologías acuñadas por Google.

Pero la sorpresa mayor es, con mucho, la impecable Después del silencio de Pedro Portellano (Oviedo, 1979). En ella ha acertado a elegir un tema, el del silencio, en efecto esencial en el curso del último siglo dentro de ese campo de la creación sonora y sus múltiples interrelaciones disciplinares con otros campos, en el que acostumbra a asentar su trabajo este joven comisario asturiano. Como ha sabido articular también su propuesta a través de una ejemplar selección de obras, todas ellas bien pertinentes, que por sí mismas y en el diálogo que entre ellas se establece en la disposición escénica de la muestra, se bastan para alcanzar a hacer transparente, desde los antecedentes germinales (Allais, Cage…) a las sugerentes inflexiones que a partir de ellos deriva, toda la riqueza de claves contenida en el discurso concebido para el proyecto. Memorable, por ejemplo, es el triángulo de complicidades que se establece entre la 4’33» de Cage y las piezas audiovisuales de Paik y de Boer. En fin, todo un logro, propio de un comisario mucho más curtido, de largo, de lo que el eventual calificativo de inédito vendría a sugerir.

Inéditos 2011. La Casa Encendida. Ronda de Valencia, 2. Madrid. Hasta el 11 de septiembre



Fernando Huici March: Más que inéditos, EL PAÍS / Babelia, 30 de julio de 2011

Marilyn escandaliza a Chicago

Una escultura gigante de la actriz con la imagen que la convirtió en icono, sujetando la falda de su vestido, atrae a turistas y provoca el rechazo de residentes y críticos de arte

Turistas fotografían la estatua de ocho metros de altura de Marilyn Monroe en Chicago.- TANNEN MAURY (EFE)La tentación no vive arriba, sino en Chicago. Los turistas que visitan estos días la ciudad situada en la orilla del lago Michigan se han encontrado con una estatua de ocho metros de altura que refleja a Marilyn Monroe en la imagen que la convirtió en icono cinematográfico: sujetando la falda de su vestido blanco, mientras esta vuela libre al viento que emana una rejilla del metro. Mientras los turistas se han apresurado a añadir el monumento a la lista de lugares imprescindibles que visitar en Chicago, las palabras más benévolas que le han dedicado los residentes y críticos de arte locales son que se trata de una horterada y que es machista.

La escultura se exhibe desde el mes pasado en una plaza al aire libre, pero dentro de una propiedad privada de la inmobiliaria Zeller, en la avenida de Michigan. En principio permanecerá allí hasta la próxima primavera. La Marilyn gigante se ha convertido ya en una atracción en sí misma, muy a pesar de los entendidos en arte locales. El principal argumento en su contra es que no tiene nada que ver con Chicago, ya que la película original, de Billy Wilder y rodada en 1954, está ambientada en Nueva York. Otros, y no son pocos, defienden, además, que la propia ciudad nada tiene que ver con Las Vegas.

Cercana a la obra del artista Jeff Koons, pero sin su ironía, la escultura de Marilyn, del artista Seward Johnson, se incluye en la vertiente del pop art norteamericano que gusta de erigir en escala monumental escenas de la vida y el arte. Para muchos, esa estatua de Marilyn es al film original lo que la pirámide del casino Luxor de Las Vegas es al edificio primigenio en Egipto: una copia de mal gusto. «Mal gusto, sí. Y a escala gigante», escribió la columnista Mary Schmich en el diario The Chicago Tribune. «Tan hortera como un espectáculo pornográfico».

Johnson, el escultor, es responsable de sembrar Estados Unidos de obras similares. En San Diego, por ejemplo, hay una estatua suya de ocho metros que retrata la clásica fotografía de Victor Jorgensen en la que un marinero celebra con un beso a su novia la victoria de EE UU sobre Japón, en 1945. Ya en 1980, dos esculturas suyas en Connecticut le granjearon acusaciones de racista y machista. Una era una imagen de bronce de unos niños ojeando una revista erótica. La otra representaba a un joven negro con un gran radiocasete pegado a su oído, una pose que las agrupaciones afroamericanas calificaron de estereotípica e insultante.

«Esa cosa es horripilante», ha escrito sobre la escultura de Marilyn el columnista Richard Roeper en el diario The Chicago Sun-Times. «Aun peor que la escultura en sí misma es el tipo de comportamiento fotográfico que está inspirando. Hombres (y mujeres) le lamen la pierna a Marilyn, se quedan embobados bajo su falda, apuntan a sus bragas gigantes mientras las miran lascivamente y se ríen. No es que la escultura en sí misma sea escandalosa o sexista u obscena, pero provoca en nosotros comportamientos juveniles».

La escultura pesa 17 toneladas, se forjó en acero inoxidable y aluminio en un periodo de dos años, consta de tres partes diferentes y se instaló en tres días. Al estar en propiedad privada, el gobierno local no evaluó su conveniencia artística o su efecto sobre el turismo. Se limitó a conceder el permiso de colocación.

David Alandete, Washington: Marilyn escandaliza a Chicago, EL PAÍS, 8 de agosto de 2011

‘Maman’ se pasea por Suiza

La escultura gigante cuando estuvo expuesta en Bilbao. |Iñaki Andres

La famosa escultura ‘Maman’, la gigantesca araña de bronce tallada por la artista franco-estadounidense Louise Bourgeois (1911-2010) y considerada su obra cumbre, se exhibe desde esta semana al aire libre en una céntrica plaza de Ginebra para deleite de los paseantes.

Con motivo del centenario del nacimiento de Bourgeois -el 25 de diciembre-, la Fundación Beyeler, con sede en Basilea (Alemania), ha traído la obra más célebre de la artista por primera vez a Suiza, donde ha recalado ya en Berna y en Zúrich antes de aterrizar en Ginebra. «Es una manera fantástica de sacar el arte de los museos y hacerlo más accesible a toda la población», manifestó el alcalde de Ginebra, Pierre Maudet, con motivo de la instalación de «Maman» (1999) en la Plaza Nueva de Ginebra, donde estará hasta el próximo día 28.

La monumental araña (927,1 x 891,5 x 1023,6 cm) es una de las piezas claves para comprender la obra de Bourgeois, que nunca ocultó su fascinación por este animal al que identificaba con su madre, tejedora que trabajaba como restauradora de tapices en París. «Mi mejor amiga era mi madre. Ella era reflexiva, inteligente, paciente, apasionada, razonable, delicada, refinada, indispensable, ordenada y útil, como una araña», dijo Bourgeois sobre su obra clave.

Para resaltar el aspecto maternal de ‘Maman’, la artista diseñó la araña portando diez huevos cincelados en mármol y contenidos en un receptáculo de hilo de hierro. Además, Bourgeois veía a este animal como un símbolo supremo de la infinidad de la vida, que se renueva constantemente como una tela de araña que se va tejiendo poco a poco.

Nacida en París en 1911, desde muy pequeña Bourgeois ayudó a sus padres en el negocio de restauración de tapices que regentaban e inició sus estudios artísticos en la capital francesa con artistas de la talla del pintor Fernand Léger, antes de emigrar a Nueva York en 1938 y casarse con el historiador de arte estadounidense Robert Goldwater. Desde la Gran Manzana perteneció a la vanguardia de las artes visuales durante siete décadas, configurando una particular visión creativa que influyó notablemente en artistas jóvenes estadounidenses y en la que se aprecian toques del surrealismo, expresionismo, postminimalismo y el arte abstracto.Sus relaciones personales con artistas de la talla de Francis Bacon y Alberto Giacometti, además de Léger, dejaron definitivamente su impronta en la evocativa, y a veces onírica, obra de Bourgeois.

Los traumas provocados por la prematura pérdida de su madre -a la que se sentía muy unida- y la ‘traición’ de su padre por mantener una relación sentimental con su profesora de inglés también marcaron significativamente su obra. Si a su madre dedicó ‘Maman’, la rabia hacia su progenitor la canalizó a través de la obra «La destrucción del padre» (1974), que representa una escena de canibalismo.

Debido a las emociones provocadas por estas vivencias, abundan en su obra las figuras humanas deformadas, presentes fundamentalmente en esculturas en las que explotaba las posibilidades de materiales maleables como el látex, la resina y la escayola. Las esculturas de la artista, realizadas también en acero, bronce, cristal, madera o piedra, eran en ocasiones de contenido sexual explícito -como la provocativa «Fillette» (1968) con forma fálica-, y también creó numerosos murales hechos con objetos recogidos de la calle Tras la ‘gira’ de ‘Maman’ por diferentes ciudades de Suiza, la Fundación Beyeler ofrecerá del 3 de septiembre al 8 de enero próximo una retrospectiva con las piezas más importantes de la artista en su sede en Basilea, entre las que estará por supuesto la imponente araña.

Efe | Ginebra: ‘Maman’ se pasea por Suiza, EL MUNDO, 5 de agosto de 2011

Arte curativo tras los muros del claustro

'Maagdendale', de Lili Dujourie- DAEM KRISTIENEl Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía presenta en la Abadía de Santo Domingo de Silos la exposición de ‘medicinal’ de la artista belga Lili Dujourie

En la antecámara de la galería de la abadía de Santo Domingo de Silos, en Burgos, cuelgan dos cortinas de terciopelo verde oliva y granate. Casi de manera escenográfica, reciben al visitante como en un cuadro del pintor flamenco Van Dyck. Es la bienvenida de la artista belga Lili Dujourie a su Naturaleza sabia, la exposición que el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía organiza hasta el 25 de septiembre en la abadía.

Al cruzar el umbral de terciopelo llamado Maagdendale (1982), primera de la serie escultórica que Dujourie comenzó en la década de los 80 cuando abandonó la creación en vídeo, la sala alberga las otras dos partes que completan la exposición. Repartidas en tres mesas, pequeñas figuras de arcilla cocida, modelada a mano simulan hojas y follaje, vértebras de animales y fragmentos de maceta. Pequeñas esculturas que responden al título Initialen der stilte (2007). «Naturalezas muertas que recrean la tensión entre lo efímero que representan, y lo duradero de un material que el hombre ha utilizado durante siglos para fabricar sus utensilios», ha dicho Lynne Cooke, comisaria de la exposición y subdirectora del Reina Sofía en representación de la artista (que no ha podido asistir por estar enferma).

La tercera parte de la muestra se exhibe en una mesa alargada, dividida en pequeños compartimentos en los que Dujourie ha colocado sus Ballade (2011). Obras inspiradas en flores medicinales que la artista ha concebido para este espacio en la Abadía de Silos. Como ha recordado la comisaria Cooke, fueron los monjes, los monasterios, quienes se dedicaron al cultivo de estas plantas a partir de la Edad Media. La artista ha interpretado en papel maché aquellas partes de las flores que servían como remedio. «Se ha alejado del concepto más estético, nostálgico y bello de la planta como se entiende en la cultura occidental, para centrarse en el aspecto más espiritual», apostillaba la comisaria. La apariencia de fragilidad se contrapone con la esencia tan valiosa que encierran estas flores, la propiedad curativa.

Dujourie no solo le ha hecho un guiño al trabajo de los monasterios, sino en concreto a la botica del siglo XVII de la abadía que administraba remedios a la congregación benedictina. El Padre Abad, presente en la inauguración, ha recogido el guante y ha hecho las veces de guía en esta farmacia que mantiene en su rebotica los ungüentos que se utilizaban antaño. La sala en la que se atendían las peticiones mantiene la atmósfera de la época. Mientras el monje muestra la botica, el canto gregoriano se cuela entre los estantes de las paredes se pueblan de vasijas de cerámica de Talavera de la Reina a buen recaudo tras altas cristaleras, además de toda clase de libros de farmacia e historia natural.

La obra 'Initialen der stilte', de Lili Dujourie- COLECCIÓN LD. FOTO: DAEM KRISTIEN

Ana Marcos, Burgos: Arte curativo tras los muros del claustro, EL PAÍS, 9 de junio de 2011

Antonio López: «Ha sido doloroso hacerme a mí mismo»

El creador se enfrenta estos días a su pasado durante el montaje de la ambiciosa retrospectiva que le dedica el Thyssen. En esta entrevista habla de su modo de trabajo, de los nuevos derroteros de su obra y de las enseñanzas que extrae del 15-M. Especial en EL PAÍS de la exposición de Antonio López en el Museo Thyssen

Antonio López, con su esposa, la también artista María Moreno, en el jardín de su casa de Madrid. Las dos esculturas formarán parte de la exposición del Thyssen.- ULY MARTÍN

El paso del tiempo, sí, el mismo tiempo que lleva décadas empeñado en detener con sus pinceles, sienta bien a Antonio López. Luce a sus 75 años una mirada tan viva como fresca. Como si envejeciese conservada en el formol de la pasión por la luz y el detalle. También retiene su legendaria minuciosidad. La misma que ayer sacó a pasear por las salas del Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid. Se acercaba por primera vez a supervisar el montaje de la más ambiciosa retrospectiva nunca dedicada a su obra. La muestra está comisariada por su hija María y el conservador jefe del museo, Guillermo Solana. López se movía en un bosque de cajas de madera y obras cuidadosamente apoyadas en las paredes. Esperaban pacientemente su destino vertical. Y al artista, que parecía dialogar con paciencia con cada una de las 130 piezas de la exposición.

Un par de días antes, en su casa de Madrid, esa que inmortalizó para la historia de la pausa Víctor Erice en El sol del membrillo, explicó que está dispuesto a dar un nuevo rumbo a su trabajo para volver a las personas. «Soy más libre que cuando era joven. Me ha costado mucho llegar a algo parecido a la estima por la vida y por mí mismo. El camino ha sido complicado. Hacerme a mí mismo ha sido doloroso».

Un conmovedor relato de las vueltas de ese camino espera a los visitantes a la exposición Antonio López, que el 28 de junio se abre al público en el Museo Thyssen. Será, sin duda, el acontecimiento artístico del verano. La selección hiperrealista del pintor de Tomelloso se centra en sus últimas pinturas, dibujos y esculturas, con incursiones en un pasado por el que desfilan los «amores de toda una vida»: Madrid, Tomelloso, los frutales, los retratos de su entorno familiar y, en especial, un homenaje de gran hondura a la escultura griega. Este tributo toma la forma de cuatro figuras, copias exactas de dos parejas de piezas rescatadas de las fauces del tiempo en el templo de Olimpia.

Pregunta. Esta exposición se anunció como pequeña… ¿Qué ha sucedido entretanto?
Respuesta. El proyecto nació al recibir el Premio Velázquez, que conlleva una exposición en el Reina Sofía. Desde la antológica que el museo me dedicó en 1993, no había mucha más obra terminada. Guillermo Solana [conservador jefe del Thyssen] me propuso hace más de tres años hacer la muestra con obra nueva, pero con saltos en el tiempo. De hecho, hay dos cuadros de 1953, dos trabajos inspirados en Tomelloso. Si no hubiera sido así, la exposición sería muy pequeña… A lo mejor no habría estado mal… Cuando las cosas se programan con tanta antelación, me equivoco siempre. Creí que iba a tener más obra reciente para mostrar.

P. Lo más reciente son sus siete vistas de la Gran Vía…
R. Están inacabadas. Va a ser como si la gente entrara en un estudio con unas cuantas cosas en marcha. Me parece muy interesante para ciertas miradas. Es una oportunidad para conocer mis procesos. Si la exposición fuera solo de obra comenzada, podría tener quinientas cosas. Empezar no me cuesta. Una vez tengo la idea clara, ponerlo en marcha es cuestión de una semana como mucho. Después entras en un laberinto complicadísimo.

P. ¿En qué fase están las cabezas de Delibes y de Ferlosio?
R. Empezada solo está la de Ferlosio. Dibujos, fotografías y las medidas tomadas tengo de Tàpies, Palazuelo, Delibes… Ahí están, a la espera de poder empezarlas junto con otras cosas más. Me está volviendo el interés por la figura humana. No por el mero retrato, sino por la descripción de la vida que hace la gente: afeitarse, lavarse… Esa parte de la historia que la pintura tiene olvidada y solo está viva en el cine, en la literatura, en la fotografía.

Antonio López, con su esposa, la también artista María Moreno, en el jardín de su casa de Madrid. Las dos esculturas formarán parte de la exposición del Thyssen. ULY MARTÍN

P. ¿Qué ha ocurrido para retomar ese interés?
R. Últimamente vivo mejor entre la gente.

P. ¿Este nuevo momento suyo acelerará el final del cuadro de la familia real? Ha pasado tanto tiempo que hay quien piensa ya en el famoso relato de Balzac, La obra maestra desconocida.
R. ¿Cómo puede dudar? Claro que lo acabaré. Lo he tenido que dejar para trabajar en cosas de la exposición. Tuve que elegir entre todo lo demás y el retrato.

P. Da que pensar que no estén los Reyes en el Thyssen, ni siquiera en la parte dedicada a cuadros inacabados.
R. No, claro. El acuerdo que tengo es que entrego el cuadro a Patrimonio en su destino, en el palacio de Aranjuez. Antes no se puede ver.

P. Fije el hilo conductor de la exposición.
R. No hay orden cronológico. Está dividida en dos espacios: en uno predomina un orden estético con obras esenciales que son mis amores y mi sustento. En el otro confluyen paisajes urbanos, frutales, retratos…

P. La muestra se antoja un autorretrato humano y artístico.
R. No podría hacer otra cosa. En la pintura o en los dibujos vas dejando una sustancia que es lo más íntimo de tu ser. Decirlo da apuro, pero no puede ser otra cosa.

P. No se autorretrata usted mucho en su pintura.
R. Hay una pintura, una pareja, que somos Mari [María Moreno, su esposa] y yo. La empecé, pero no me salió. Me harté y me impacienté porque entonces tenía menos paciencia que ahora. Le dije a mi mujer que utilizara la tela. Ella pintó un paisaje de Ávila nevado que tampoco le salió. La tela ha rodado por casa durante muchísimo tiempo. Hace como un año cogí una cuchilla y empecé rascar el paisaje de Mari y ha aparecido el cuadro que yo hice y que está en la exposición.

P. Será emocionante reencontrarse con tanta obra.
R. Es el mayor privilegio, si lo puedes resistir.

P. ¿Qué le inspira lo que ocurre en la calle, la ocupación de las plazas por los indignados, la desaparición de la izquierda?
R. Me inspiran una reflexión que compartirá muchísima gente: si es posible el camino lógico hacia el socialismo y más allá, se ha roto por la torpeza de estos personajes que ha habido. El hombre va a tener que encontrar una solución que no tenga que ver con bonitas palabras como bondad y generosidad y sí con el sentido común. La cosa se va a poner seria. Habría que escuchar a los hombres de ciencia más que a los banqueros. Así debe de ser por el bien de todos. También hay que hacer una llamada a encontrar el placer en las cosas básicas y renunciar a lo innecesario. La sociedad respondería a ese mensaje. En una especie de acto de justicia misterioso. Esta gran equivocación va a afectar también a los poderosos. O nos salvamos todos, o nos vamos todos al traste.

Ángeles García, Madrid: «Ha sido doloroso hacerme a mí mismo», EL PAÍS, 17 de junio de 2011

Las esculturas de Chillida veranean en la Costa Azul

Últimos visitantes en el museo Chillida Leku antes de su cierre.EFE/Javier Etxezarreta


Dos centenares de obras
del genial escultor vasco y maestro del vacío Eduardo Chillida inauguran este domingo, en la Costa Azul francesa, la mayor retrospectiva del artista desde el cierre definitivo del Chillida-Leku, en San Sebastián, hace tres meses. Encaramadas en lo alto de una montaña con vistas al mar, las esculturas y dibujos de Chillida (1924-2002) pasarán el verano en la Fundación Maeght, que apostó por el artista donostiarra cuando era «el más joven» de los que habían expuesto hasta entonces para esa familia de galeristas. El hombre que dedicó su vida a «luchar contra Newton», tal y como explica uno de sus hijos y comisario de la exposición, Ignacio Chillida, encontró en la localidad de Saint Paul de Vence, que ahora vuelve a cobijar sus obras, un lugar de encuentro estival junto a artistas como Miró, Giacometti o Calder.

El evento ha necesitado de un trabajo titánico de preparación, con el traslado de algunas esculturas bajo escolta policial, indica Isabelle, nieta del conocido galerista Aimé Maeght, que destaca la oportunidad de celebrar la exposición «en este momento», después del sonado cierre del museo Chillida-Leku por problemas económicos. La exposición estaba planificada hace dos años
Aunque ya estaba planificada con dos años de antelación, la exposición ha cobrado de forma inesperada un simbolismo especial con el cerrojazo del museo donostiarra, aunque el comisario puntualiza que «lo importante es que la gente se dé cuenta que Chillida es Chillida, con o sin Chillida-Leku«. «Él ya dijo que era una utopía» su idea de museo al aire libre, asegura Ignacio Chillida, que aún cree que se puede llegar a un acuerdo con las instituciones públicas para que asuman parte del coste de la gestión del centro.

Mientras tanto, las obras del Chillida-Leku solo estarán al alcance de visitas privadas, con la excepción de acontecimientos como el que ahora tiene lugar, para el cual han viajado a la costa francesa más de 70 obras desde el museo vasco. Una treintena de esculturas de colecciones privadas y un abultado conjunto que pertenece a los propios Maeght completan la retrospectiva, que recorre el trabajo del artista en materiales que van del papel al hierro, todos ellos con su inconfundible sello. «Lo que es asombroso en su trabajo es que siempre buscaba pasar a través (de la materia), crear una obra con el vacío y con el espacio», resume Isabelle Maeght, quien añade que sus estructuras «siempre tienen una idea de levitación», a pesar de ser a menudo extremadamente fuertes y pesadas.

Se trata de una característica recurrente en la obra de Chillida, que se encuentra tanto en esculturas de papel y madera como de alabastro u hormigón. «Cada material tiene su propia vida«, afirma Maeght, que recuerda que el artista evitaba los materiales que no fuesen nobles. «No hay término medio con Chillida, siempre hay rigor, y para él la importancia de los materiales era capital», agrega. También los ángulos fueron una de sus obsesiones, y aunque decía que los ángulos rectos no le gustaban porque transmitían una sensación de enfado, lo cierto es que se encuentran frecuentemente en las obras de este artista que estudió arquitectura, y que abandonó los estudios a mitad de la carrera porque no sintonizaba con la visión del profesorado.

El peine del viento en San Sebastián, su obra más conocida, ejemplifica otra de sus pasiones, la musicalidad de sus obras una vez acabadas o durante el proceso creativo. El martilleo de los yunques en el caso de los trabajos de forja constituía así una de sus aficiones, recalca la responsable de la fundación francesa, que cuenta cómo Chillida retomó el trabajo con la arcilla tras escuchar por casualidad el ruido que producía su moldeo.

Su extensa obra podría culminar, de solucionarse su financiación, con la realización del proyecto escultórico de Tindaya, en la isla de Fuerteventura, donde el artista planeó horadar esa montaña en un juego de luces, otro de los elementos que sedujeron al vasco. «Se trata de un hombre que quiso ofrecer su obra a la humanidad«, destaca Maeght, en referencia a la idea que tuvo de fundar Chillida-Leku. Una voluntad a la que se ha querido rendir homenaje con la nueva exposición, en el municipio que el escultor nunca abandonó del todo.

EFE – Costa Azul: Las esculturas de Chillida veranean en la Costa Azul, 25 de junio de 2011

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