Barceló: «La angustia es un pincel más, una herramienta, va con mi obra»
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El artista, junto a una de las cerámicas recientes. JAIME GARCÍA |
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El artista, junto a una de las cerámicas recientes. JAIME GARCÍA |
‘Faena de muleta’ es uno de los célebres lienzos taurinos de Barceló y está concebido como una pintura en tres dimensiones. El artista lo terminó en 1990 y muestra un coso en relieve y preñado de color y dramatismo. Los tasadores de Christie’s lo habían valorado en una horquilla que rondaba los dos millones de euros. Pero la puja lo ha elevado por encima de los cuatro millones y ha disparado la cotización de su autor.
Desde esta noche Barceló es el artista español vivo mejor valorado en las casas de subastas. Un honor que hasta este martes pertenecía al pintor madrileño Antonio López, cuya obra «Madrid desde Torres Blancas» se subastó en 2008 por 2,7 millones de dólares: cerca de 1,7 millones de euros al cambio actual. El cuadro se puede ver en la exposición que el Museo Thyssen dedica desde hace unos días al artista español y le arrebató el récord a otra obra de Barceló, que recupera por ahora el cetro del arte cotemporáneo.
La obra del artista mallorquín superó anoche también a «Esquina positiva» (1992): un conjunto escultórico de Juan Muñoz que se vendió por 3,7 millones de euros. La obra del malogrado artista español consta de varias figuras metálicas y estaba valorada por los tasadores en torno a unos cuatro millones de euros. El mercado la ha dejado por debajo del lienzo de Barceló, pero por encima de lo recaudado hasta ahora en una subasta por cualquier otra obra del artista.
Fuentes de Christie’s explicaron que estaban satisfechos con las cifras de la subasta. No sólo por la cifra alcanzada por los lotes: 88 millones de euros. También por la valoración de algunas de las obras, que generaron un interés insólito en los últimos meses. El «Mao» de Andy Warhol rozó los 11 millones de euros y el «Estudio para un retrato» de Francis Bacon se vendió por la friolera de 20 millones.
«Hemos visto una puja global por obras de una gran calidad», decía Francis Outred, responsable de arte contemporáneo de Christie’s, «ofrecíamos obras de 14 nacionalidades y han atraído compradores de 16 países distintos. Esta diversidad rompe barreras y crea un mercado donde los coleccionistas pujan sin importar su origen».
Por ahora, se desconoce la identidad del comprador de «Faena de muleta». Pero es muy probable que sea un coleccionista privado.
Ambas instituciones, en complicidad y sintonía, suman esfuerzos para mostrar de manera conjunta la obra singular y destacada, la obra temprana e inédita, y la obra reconocida y más reciente de Barceló.
Barceló antes de Barceló
El objetivo principal de Barceló antes de Barceló. 1973-1982 es dar a conocer un conjunto de más de un centenar de obras, muchas inéditas, que revelan algunos de los rasgos más significativos y perdurables en la trayectoria del artista.
La exposición, que se podrá visitar hasta el 26 de septiembre, está organizada en diferentes ámbitos temáticos para poder articular las obras dependiendo de las preocupaciones y necesidades del artista: Bestiari,Vanitas, Poesía experimental, Libros, Retratos y autorretratos y Elementos del paisaje.
Las obras pertenecen a la colección personal de Barceló y a diferentes instituciones públicas y privadas de España y Francia, así como a colecciones particulares. Para Jaume Reus, uno de los comisarios de la muestra, a través de estas obras se traduce que «la vida de Barceló no es lineal, pues da dos pasos hacia adelante y hacia atrás. Por eso es muy difícil recopilar y contar linealmente su obra».
Barceló antes de Barceló. 1973-1982 ha sido producida por tres centros –Les Abattoirs (Toulouse), la Fundació Pilar i Joan Miró a Mallorca (Palma) y Arts Santa Mònica– lo que responde a la significación de las tres ciudades en la trayectoria inicial del artista: Palma y Barcelona, con los respectivos contextos culturales, y Toulouse como ciudad donde realiza su primera exposición individual en el extranjero.
Barceló antes de Barceló. 1973-1982. Arts Santa Mònica. Del 15 de julio al 26 de septiembre de 2010. Comisarios: Maria Hevia y Jaume Reus. |
CaixaForum Barcelona, por su parte, repasa su trayectoria en una gran muestra que comienza hoy, Miquel Barceló. 1983-2009. La solitude organisative, y que permitirá al espectador acercarse a la experiencia creativa de este artista.
«Mi vida se parece a la superficie de mis cuadros». Entender la experiencia creativa de Barceló, misteriosa, diversa y provocadora, es la razón de ser de esta exposición que presenta desde hoy más de 180 piezas, desde las grandes telas creadas a partir de 1983 hasta las más recientes.
Una de sus últimas obras, la escultura monumental Gran elefant dret (2009), invitará al visitante, desde la plaza pública de acceso a CaixaForum Barcelona, a entrar a vivir la obra de Barceló: su relación con la naturaleza y la materia, y el uso que hace de ellas en su trabajo; su evolución en la representación del mundo animal y el humano; y sus viajes, físicos y mentales, desde París hasta Mali.
Miquel Barceló. 1983-2009. La solitude organisative incluye objetos experimentales e incluso privados, colocados junto a obras clave, sobre todo pinturas, así como cerámicas y esculturas, gouaches, acuarelas, carteles, libros y cuadernos de viaje. Todo ello para subrayar el ritmo y la variedad de su trayectoria.
La muestra ha contado con la colaboración directa del artista en la selección de las obras, quien, además, ha prestado algunas telas de su propia colección, lo que permite convertir la exposición en un auténtico acontecimiento. Esta exposición llega a CaixaForum Barcelona después de pasar por CaixaForum Madrid, donde ha tenido un gran éxito de público, con más de 300.000 visitantes.
Miquel Barceló. 1983-2009. La solitude organisative. CaixaForum Barcelona. Del 15 de julio de 2010 al 9 de enero de 2011. Comisaria: Catherine Lampert. |
Las paredes del Palacio de los Papas, el buque monumental que convirtió a Aviñón en capital del cristianismo durante el siglo XIV, también están llenas de agujeros. Pero su autor es algo menos anónimo que esos insectos hambrientos: Pablo Picasso manejó la taladradora en 1970, pocos meses antes de su muerte, con motivo de una gran exposición en la capilla del palacio. Los franceses adoraban al pintor malagueño, pero evocaron el sacrilegio al saber que había perforado las paredes del templo.
Barceló, que sucede a su admiradísimo Picasso 40 años más tarde, ha tenido otra de sus ideas brillantes: aprovechar los mismos agujeros para colgar de manera aleatoria su producción más reciente. Barceló por los clavos de Picasso. El artista se convierte desde hoy en el invitado especial de la ciudad provenzal, que además de abrirle las puertas de la capilla le rendirá homenaje durante todo el verano a través de dos exposiciones más: una retrospectiva de su obra durante la última década en la prestigiosa Colección Lambert propiedad de su marchante en Francia y una esperada muestra de arte medieval balear seleccionada por su amiga y descubridora, Joana Maria Palou. El más internacional de los pintores españoles contemporáneos recibió ayer a Público mientras ultimaba el montaje de su exposición.
Los franceses se indignaron con Picasso cuando expuso en este palacio religioso. ¿Entendería que alguien reaccionara hoy así con su exposición?
Seguro que se oirá algo parecido a aquello. Siempre que uno expone en un sitio religioso surgen este tipo de reacciones, aunque yo no he hecho ningún agujero… porque ya había suficientes. Todas estas polémicas me parecen una estupidez. Muchos de los muros del Palacio son recientes; fueron construidos en el siglo XIX. Diría que existe una especie de histeria por las piedras. Y yo creo que si se cayeran estas paredes no sería ningún drama. Hay que dejar de sacralizar las piedras de una forma tan extrema.
¿Qué le inspira Aviñón: respeto o ganas de ser transgresor?
Yo soy anticlerical por naturaleza, pero creo que esta vez he sido bastante respetuoso. Sí, he cubierto los obispos con máscaras, pero es sólo para que cobren más protagonismo. Nunca pienso en términos de provocación. Lo que quería era dar sentido al espacio, a la memoria de las paredes y a los agujeros. Un cuadro sólo funciona cuando todo lo que ves en él tiene sentido. Con las exposiciones sucede lo mismo: si no se quiere fracasar, hay que cuidar todos los detalles.
Color: amarillo limón y blanco desgastado, al que llama «color pedo de lobo». «Me recuerda a las exquisitas perlas artificiales de Manacor, que son como gotas de esperma congelado», afirma Barceló.
Influencias: Picasso, Miró, Tàpies, Pollock, Dubuffet, Rothko, Fontana y Twombly, así como la pintura africana y la rupestre, las grietas y agujeros de las paredas, la materia carcomida por termitas y la sal mediterránea.LibrosLa muestra de la Colección Lambert recoge un retrato de su biblioteca: Nabokov, Conrad, Gogol, Pessoa, Kafka, Borges, Faulkner, Rimbaud o Stevenson. Escribe cuadernos donde revela que es un excelente escritor. Mantuvo una larga correspondencia con Paul Bowles. Y es íntimo del escritor parisino Patrick Modiano.
Mar: que naciera junto al Mediterráneo no es un dato superfluo en su producción artística, como demuestran una multitud de mares, peces y pulpos acrílicos. En la muestra, combina los azules marinos con el color sin artificios de materias como el yeso y la cerámica.TexturaEl pintor ha convertido el relieve en marca de fábrica. Utiliza papel de periódico, arroz, frutos secos, algas y hasta cenizas volcánicas para dar textura a sus obras.
Tradición: inscribe su trayectoria en la continuidad con sus predecesores, incluyendo a Zurbarán, Velázquez o Goya. Bodegones y vanitas que recuerdan la proximidad de la muerte con una imagen inequívoca: una calavera.
A esta capilla la quieren convertir en Disneylandia y llenarla de trastos, porque a sus responsables les parece que está demasiado vacío. Y yo creo que precisamente es más bonito cuando no contiene nada. La piedra es magnífica. No quería eclipsarla. Por eso he trabajado sólo con yeso y cerámica, para preservar la ilusión de un material único.
¿Utilizar los agujeros significa que se inscribe en la continuidad con Picasso?
Si digo algo así parecerá un exceso de ego, así que no pienso establecer ningún paralelismo. Pero reconozco que este proyecto era especialmente excitante a causa de esta vinculación. Es un enorme honor ocupar las mismas paredes que Picasso. Fue el primer artista que admiré desde muy pequeño y ocupa un lugar preferente en mi panteón personal. Antes de Picasso, sólo tengo recuerdo de que me gustara Walt Disney. Y luego estaba toda la relación con el reino de Mallorca, que también fue siempre un poder periférico y que mantuvo relaciones estrechas con Aviñón: los reyes visitaron a los Papas. A mí siempre me ha gustado todo lo periférico. Lo periférico es mi reivindicación continua.
Representa a Ramon Llull en forma de heces de asno. ¿Elogio o insulto?
Las heces de asno están lejos de ser una ofensa. Cuando conocí a mi mujer le regalé una mierda de asno en forma de corazón y pintada de rojo, acompañada de un poema de Verlaine que empieza diciendo: «Voici mon coeur«. Y se lo tomó bien, porque se acabó casando conmigo. Para mí, la mierda es como el Heimat de los alemanes. En África, uno camina sobre mierdas de cabra y de asno. Y lo mismo sucede en Mallorca, así que seguro que Llull se habría reconocido inmediatamente en este retrato. Lo más divertido fue que ninguna casa de transportes quería traerlo hasta aquí. Por no decir que era mierda, decían que era «orgánico». Yo no lo entendía, porque luego transportan sobrasada, que también lo es.
En las tres exposiciones predominan los autorretratos. ¿Se encuentra usted en todas sus obras?
Es lo que decía Flaubert: «Madame Bovary, c’est moi«. Y en mi caso es bastante cierto. Todo lo que hago soy yo: de los cuadros de albinos africanos pintados con lejía sobre papel negro a uno de mis retratos más figurativos, el de Floquet de Neu.
¿Por qué le apasiona la condición de los albinos, ya sean simios o humanos?
Porque constituyen una metáfora del artista. Son personajes a parte, que se consideran diferentes, pero que al mismo tiempo lo pasan mal y suelenser perseguidos. En África, los albinos lo pasan fatal porque los consideran seres poseídos por el diablo. A las chicas incluso las violan. Habrá pocos artistas que lo pasen tan mal como ellos, pero existe una ambivalencia que me interesaba.
A finales de los ochenta, su primer viaje a África provocó una transformación radical. Dice que incluso cambió físicamente. ¿Le sucede en todos los lugares donde vive y trabaja?
De África volví distinto. Fue como si me hubieran hecho un scanner integral que hubiera provocado un cambio en mi interior. No es algo tan intenso, pero en Aviñón también he cambiado. Hay que recordar que todo esto es un regreso: vine por primera vez en 2006 para montar la obra de teatro Paso doble con Josef Nadj, que fue una pieza que cambió profundamente mi manera de concebir la técnica de la cerámica. Muchas de las cosas que expongo ahora proceden de Paso doble.
¿Por qué arte contemporáneo y público masivo siguen pareciendo términos incompatibles?
Espero que no sea así. ¿Has visto la escultura del elefante haciendo acrobacias que hay en la entrada? Está todo el día rodeada de gente que se acerca. A mi exposición vendrá mucha gente, aunque soy consciente que algunos vendrán por el lugar y no por lo que se expone en él. Seguramente verán un 5% del total y se marcharán, pero no me importa.
Si la regla anterior es cierta, usted debe ser una de las pocas excepciones. En Madrid, su retrospectiva en CaixaForum acaba de cerrar tras el paso de casi 300.000 visitantes.
No sé qué debe convertir mi obra en accesible. Supongo que es sólo porque es figurativa, que siempre ayuda. Todavía espero que alguien me lo explique. En todo caso, tampoco me importa mucho. La accesibilidad no me importa demasiado, aunque cuando uno hace una exposición en general es para ser visto [risas]. Yo ya he hecho muchas exposiciones muy confidenciales, a las que no iba nadie, así que sé de lo que hablo. La primera, la que montó Joana Maria Palou en Mallorca, la vieron menos de cien personas. Los directores de cine funcionan con estos criterios, pero los artistas no. Yo nunca pregunto eso.
¿De cuál de sus obras se siente más orgulloso?
Si me lo hubieras preguntado hace unos meses, no habría sabido qué responderte. Pero hace unos días estuve en Ginebra para ver la cúpula del Palacio de Naciones de la ONU con treinta amigos. Nos encerramos en la sala, nos tumbamos en el suelo y nos pusimos a escuchar músicaafricana. Fue un momento muy emocionante, de una gran intensidad. Me sentí muy contento y orgulloso de haber hecho una obra como esa, a pesar de lo difícil y doloroso que fue todo el proceso.
Hace muchos años que vive entre Francia, Mali y Mallorca. ¿Tuvo que salir de España para poder desarrollar su potencial?
No es eso. Como nací en Mallorca, que es una isla tan pequeña, ya tenía ganas de marcharme desde pequeño. Yo entiendo la vida como una transhumancia. La semana que viene me marcho al Himalaya para cambiar de aires después de todos estos meses de trabajo. Es una especie de necesidad personal. Y forma parte de mi sistema de trabajo.
«Cada día que no puedo pintar queriendo es una tragedia. Y cada vez que pinto, también», dijo al recibir el premio Príncipe de Asturias en 2003. ¿Lo lleva mejor?
Me sigue pasando lo mismo. Después de tantas semanas montando la exposición, me muero de ganas de volver a mi taller. Ha sido duro, difícil, complejo e intenso porque el espacio se lo comía todo. Pero tengo una extraña sensación de haber quedado muy contento.
Por empezar por un testimonio directo, recuerdo que, allá por la primavera de 1980, fui a Palma de Mallorca porque se inauguraba en la capital balear la remodelación del entonces llamado Palau Sollerich, en cuyas nuevas salas de exposiciones se exhibía una muestra colectiva titulada algo así como Arte actual en Baleares, con un impresionante conjunto de obras de los artistas residentes en las islas, muchos de los cuales eran figuras de indiscutible prestigio internacional. No obstante, lo que personalmente más me impresionó fue el descubrimiento de un artista, para mí hasta ese momento desconocido, llamado Miquel Barceló, como así luego lo consigné en la crítica del evento que se publicó en este mismo diario. Nacido en 1957, en ese momento Barceló contaba con tan sólo 23 años, que eran muy pocos, sobre todo, en un momento en que no se había iniciado la insaciable caza de los «valores emergentes». Todo lo joven que se quiera, por aquel entonces, ya Barceló se había hecho un «nombre» en su tierra natal y en Barcelona, pero ni siquiera él mismo, creo, se imaginaba la casi inmediata apoteosis que se iba a organizar sobre su obra, muy en especial cuando el comisario de la VII Documenta de Kassel, el holandés Rudi Fuchs, decidió que sería el único representante español en dicho certamen, que tuvo lugar en 1982; o sea: cuando Barceló aún sólo tenía 25 años. Aunque en ese año era más raro encontrar un crítico de arte español que un artista en el todavía -y quizá por última vez- más prestigioso foro artístico de vanguardia del mundo, no cabe duda de que la suerte de Barceló cambió incluso en España, donde pudo dar el salto a diversos lugares de la Península, incluido Madrid, donde realizó una importante muestra individual en la galería Juana de Aizpuru en 1984. No obstante, si comparamos la atención que simultáneamente despertó Barceló en el extranjero, suscitando el interés de los mejores galeristas del mundo, como el italiano Lucio Amelio, el francés Ivon Lambert, el suizo Bruno Bischofberger o el estadounidense Leo Castelli, o por acreditados directores de museos e instituciones de arte contemporáneo, como Jean-Louis Froment, del CAPC de Burdeos, que rápidamente le montó una exposición en su centro y que luego itineró a Boston y a Madrid, ya se manifestó una diferencia sustancial entre el fervor local y el internacional, que es la misma que hoy nos sigue acorralando por muchos cursillos acelerados de modernización que emprendamos, porque no se cambia la identidad de una sociedad a voluntad y como por ensalmo.
En todo caso, es muy interesante rememorar las apreciaciones que sobre Barceló hizo Fuchs cuando explicó por qué él lo había elegido para participar en la Documenta, ya que las podemos considerar además representativas del resto de quienes, desde fuera, se sintieron entonces atraídos por la obra del jovencísimo mallorquín. «A sólo seis años de la muerte de Franco», declaró Fuchs, «muchos de nosotros no conocíamos demasiado lo que estaban haciendo los artistas jóvenes en España… Sin conocerlo personalmente, me decidí a ver algunas de sus pinturas. Eran muy convincentes en su libertad formal, viveza y velocidad. En lugar de ser semiabstractas, solemnes y pesadas (como era Tàpies), eran primordialmente ligeras, saltando y danzando… También las vi dentro de otro contexto: la revitalización que se estaba desarrollando en la nueva generación de la pintura exploratoria y aventurera. Contemplé a Barceló teniendo en mente a David Salle o Francesco Clemente o René Daniëls o Siegfried Anzinger».
A través de estas palabras de Fuchs está dicho casi todo lo que le puede servir a un historiador del arte contemporáneo para insertar la proyección internacional de Barceló en el contexto de la nueva pintura de la primera mitad de la década de 1980, de la que fue, en efecto, el único conspicuo representante español. ¿Y luego? Evidentemente, Barceló y sus colegas de todo el mundo que entonces jugaron su baza innovadora siguieron, con más o menos fortuna personal, a lo suyo, que era desarrollar su obra, si bien fuera de los focos de esta plataforma llamada «actualidad», que es el alcaloide moderno del mercado artístico global. Si tenemos en cuenta que por esa máquina pasan todos los artistas en nuestra era, se llamen como se llamen y hagan lo que hagan, está claro que su capacidad histórica para acreditarse se fragua precisamente justo después de que dejan de estar de actualidad y no tienen más remedio que ser sólo ellos mismos. Pues bien, 25 años después de que ese jovencísimo artista español llamado Barceló alcanzara la cima de su proyección internacional, no sólo sigue vivo y operativo, sino increíblemente siendo objeto de polémica en su país natal, donde, la verdad sea dicha, nunca despertó un cerrado consenso de aprobación crítica, o, si se quiere, donde siempre, por un motivo o por otro, estuvo a desmano. Quien revise las hemerotecas y otras fuentes españolas de esos años podrá comprobar la veracidad de lo que afirmo.
Sea como sea, no se puede desconocer y, menos, despreciar, lo que ha hecho Barceló durante los últimos 20 años, que son los transcurridos desde que dejó de estar de moda. Quien visite la retrospectiva de CaixaForum Madrid lo podrá apreciar a través de lo único que cabe apreciar: la obra realizada. Planteada temáticamente su retrospección por parte de la comisaria, la británica Catherine Lampert, lo que le permite entremezclar obras de diversos momentos de la evolución de Barceló, no siente el visitante que decaiga jamás la tensión, aunque no se oculten los vaivenes y puntos de circunstanciales incertidumbres. Pero Barceló es, como Picasso, un creador maniaco y torrencial, que constantemente se remonta y se desafía a sí mismo. En realidad, muchos de sus grandes proyectos se han realizado cuando ya estaba fuera de los focos: tales son los casos de su instalación en Santa Eulalia dei Catalani de Palermo (1998); la performance titulada Paso Doble, creada para el Festival de Aviñón en 2006 y, desde entonces, recreada en Madrid, Nueva York, Londres, Venecia, Atenas, etcétera; la formidable cubrición cerámica de la capilla de San Pedro de la catedral de Palma de Mallorca en 2007, y, por último, la no menos grandiosa cúpula de los Derechos Humanos y de la Alianza de las Civilizaciones de la ONU en Ginebra (2008).
No por ser más espectaculares estas obras pueden oscurecer el valor del resto, porque la facundia barroca de Barceló jamás ha enterrado su actividad creativa más íntima, maravillosamente reflejada en sus dibujos, una suerte de diario autobiográfico de todo lo que pasa frente a él, pero, sobre todo, de lo que le pasa por la cabeza. Barceló, por otra parte, es un artista, rara avis hoy, con raíces muy profundas en ese antiguo y fecundo lecho de la cultura mediterránea. En este sentido, enlaza con Tàpies, pero también con Gaudí y Miró y la gran tradición pictórica española que se remonta hasta Ribera. Su versatilidad, su facundia, su capacidad de trabajo y pasión, y, hasta su «astucia» le vinculan con la actitud de Picasso. Por todo ello, a la altura de hoy, cuando cuenta con 53 años y se halla en plena madurez, tras haber superado desafíos de enorme porte a lo largo de las tres últimas décadas, no sólo es disparatado y mezquino tratar de desconocer o minimizar sus logros, y en especial a esa patética manera española de los profetas retrospectivos -indiferentes cuando se alzaba, insolentes cuando se le creía pasado de moda y perplejos cuando, más allá de sus miopes cálculos, se tienen que seguir ocupando de él, cada vez más rabiosos y desconcertados-, sino que, a quienes así se comportan, les queda todavía mucho trecho de sufrimiento, porque estoy convencido de que Barceló, mientras viva, no va a dejar de trabajar y de sorprender.
Quien visite la exposición de Barceló podrá encontrar todos los peros que quiera en relación con las salas, al abigarrado montaje o hasta para la selección de tales o cuales obras -personalmente opino que el trabajo de Lampert arroja un saldo muy positivo-, pero es muy difícil que no se percate de que está frente a un artista muy sólido e importante, y, como tal, cuanto menos, que ha entrado en la historia del arte de nuestro país de una manera insoslayable. Por todo ello, a quienes todavía hoy lo ponen en entredicho cabría abrumarles con mil datos objetivos, pero pienso que no merece la pena hacer el esfuerzo, porque este envidioso desconcierto español es históricamente proverbial, como así lo reflejaba ya el tratadista español Jusepe Martínez, cuando, al relatar su visita a Ribera en Nápoles en 1625, destacó la contestación que le dio el pintor valenciano a su sugerencia de que regresase a España: «Amigo carísimo, de mi voluntad es la instancia grande, pero de parte de la experiencia (…) hallo el impedimento de ser el primer año recibido por gran pintor, el segundo no hacerse caso de mí porque viendo presente la persona se le pierde el respeto, y lo confirma esto el constarme haber visto algunas obras de excelentes maestros de estos reinos de España muy poco estimadas. Y así juzgo que España es madre piadosa de forasteros y crudelísima madrastra de los propios naturales».
Miquel Barceló. CaixaForum Madrid. Paseo del Prado, 36. Hasta el 13 de junio de 2010
Francisco Calvo Serraller: A vueltas con Barceló, EL PAÍS / Babelia, 8 de mayo de 2010