Etiquetado: Degas

Un mirón en el prostíbulo

Un mirón en el prostíbulo

'Mujer se peina'.Decía su amigo Paul Valéry que su mirada negra no veía nada rosa. La pintora Berthe Morisot creía que era incapaz de mirar siquiera a una mujer. No sería para tanto: las miró tanto y con tanta certeza que trazó su obra en femenino, con la sutileza de un tutú de seda y la delicadeza del movimiento de bailarina. Estas ultimas fueron el centro de su obra, pero no las únicas.

Edgar Degas consagró su vida a estudiar el cuerpo de la mujer. Desnuda o uniformada, en reposo o en plena danza. Si las segundas salieron del lienzo para comerse el mundo, las primeras quedaron rezagadas, ocultas en su taller. Hasta ahora. El Musée D’Orsay muestra por primera vez la colección de desnudos del artista en la exposición más importante dedicada al artista desde la retrospectiva que el centro le consagró en 1988.

En los salones burgueses y en las alcobas primero, y en los burdeles después, el ‘voyeur’ Degas espió y dibujó los contornos de estas musas mundanas. «Me encanta mirar por las cerraduras de las puertas», reconocía el artista. Pincel excepcional pero también tímido, a juzgar por el testimonio de Berthe Morisot: «Es incapaz de amar a una mujer, de decirle algo, de hacer algo», dijo.

«Durante toda su vida Degas buscó el desnudo, observó sus caras, sus poses, el sistema único de líneas que formula el movimiento de un cuerpo con la precisión más grande», decía Paul Valéry. Aunque el suyo no es un desnudo académico, sino más terrenal, y sus musas no son diosas, sino burguesas y cortesanas, cabareteras y prostitutas.

'Mujer después del baño'.Intimidad

En la sucesión de desnudos expuestos en el museo parisino, Degas juega con los cuerpos, los moldea y los mece en su paleta maestra de tonos pastel. En uno de los lienzos expuestos retrata a una mujer saliendo de la bañera. El gesto, captado en 1886 y en apariencia banal, adquiere a través de su mirada una dimensión especial. En cualquiera de sus perfiles al raso se revela un temperamento, una edad, un estatus social.

Captaba los cuerpos en su intimidad, entrando o saliendo del baño, frente al espejo, en el lecho porque, decía el pintor, «es en lo común donde está lo virtuoso». Retrataba a jóvenes burguesas, pero también a mujeres de la calle y, de hecho, el creador francés se trasladó a un prostíbulo para captar de cerca los movimientos de las prostitutas y cabareteras.

Su mirada capta ese instante decisivo que reivindicaba su compatriota en la cámara Henri Cartier Bresson. Para Xavier Rey, encargado de armar esta exposición y conservador del Museo D’Orsay, Degas «encuentra soluciones estéticas originales» en la línea de los grandes desnudos. «La sensualidad no era lo que apreciaba el público contemporáneo de Degas. El daba una visión naturalista donde las mujeres son imperfectas en sus posiciones desagraciadas». Agraciadas y acertadamente imperfectas.

Raquel Villaécija, París: Un mirón en el prostíbulo, EL MUNDO, 28 de marzo de 2012

El ‘paso a dos’ de Degas en la Royal Academy

El ‘paso a dos’ de Degas en la Royal Academy

Estudio del cuadro Bailarina (1880-1885). Abajo, Bailarinas, de 1899. Ambas expuestas en la Royal Academy.- EFESi usted cree que la principal aportación del pintor
impresionista francés Edgar Degas (1834-1917) al mundo es lo bien que
quedan sus bailarinas en las tapas de las cajas de bombones, debería
darse una vuelta por la Royal Academy de Londres, que desde el 17 de septiembre y
hasta el 11 de diciembre presenta la exposición Degas y el Ballet.
 
Las bailarinas que predominan en la exposición quizás le confirmen su
impresión sobre su funcional uso como envoltorio cursi del chocolate,
pero si presta atención a la estructura de la exposición, a las
explicaciones que le ponen a mano los organizadores y a las 85 pinturas,
esculturas, pasteles, dibujos, grabados y fotografías de Degas que se
exponen, descubrirá a «un pintor moderno, un artista radical que
reflexionó profundamente acerca de los problemas visuales y que estaba
absolutamente al corriente de los desarrollos tecnológicos de su
tiempo», según el historiador Richard Kendall, que ha comisariado la
exposición junto a Jill de Vonyar.
La muestra londinense, que no
viajará a otras capitales porque muchas de las obras solo han sido
prestadas durante un periodo de tres meses porque su exposición en
intervalos más largos podría deteriorarlas, pretende por encima de todo
demostrar la habilidad de Degas para plasmar el movimiento.
Interesadísimo en la nueva expresión artística de su tiempo que
representaba la fotografía, Degas la utilizó sobre todo como materia de
estudio y para elaborar sus pinturas. Con ellas, el pintor francés
lograba plasmar lo que los fotógrafos de su tiempo no conseguían debido a
las limitaciones tecnológicas del momento: el movimiento.
La exposición muestra algunas tarjetas de visita
de bailarinas de la época, muy de moda en la segunda mitad del siglo
XIX. El examen detallado de esas tarjetas permite observar los trucos
del fotógrafo, como los cables utilizados para sujetar en el aire el
brazo de la danzarina, incapaz de mantenerlo en suspensión durante los
largos minutos de pose que exigían las máquinas fotográficas del
momento. Degas superaba con la pintura la realidad fotográfica plasmando
el movimiento no solo de las bailarinas en el escenario o entre
bastidores, sino mientras se dejaban retratar en el estudio del
fotógrafo.
Es el caso, sobre todo, de Bailarina posando para el fotógrafo,
la luminosa obra pintada por Degas en 1875 que se exhibe en Londres por
gentileza del Museo Pushkin, en la que la bailarina posa en el estudio
mientras por los enormes ventanales se cuela al fondo el azul radiante
de una mañana parisiense.
Más allá de admirar la obra de Degas, la
exposición ofrece al visitante muchos otros ángulos. No falta la
anécdota sociológica: hay docenas de bailarinas pero ningún bailarín. La
explicación no encierra lecturas machistas o sexuales, o al menos no
imputables al pintor: en la época de Degas apenas había bailarines
hombres en los escenarios. «Era considerado de muy bajo nivel que un
hombre bailara y los hombres que iban al ballet lo que querían era ver
mujeres en el escenario. Eso no cambió hasta la llegada de Nijinski,
bien entrado ya el siglo XX», explica Charles Saumarez, máximo ejecutivo
de la Royal Academy.
Pero, sobre todo, la exhibición hace
hincapié en la relación de Degas con la tecnología y el estudio del
dinamismo. Como ha recordado Ann Dumas, co-comisaria de la exposición,
el propio artista solía decir: «Me llaman el pintor de las bailarinas.
No comprenden que, para mí, la bailarina es un pretexto para pintar
hermosas telas y representar el movimiento». «La referencia a las
hermosas telas refuerza el cliché de Degas y las cajas de bombones, pero
la representación del movimiento nos acerca al corazón del asunto. Para
Degas, la figura dinámica era el reto más absorbente y en la danza
encontró el tema ideal», explica Dumas.
La exposición se
complementa con montajes y con esculturas de contemporáneos de Degas
estudiosos del movimiento, como Eadweard Muybridge, Etienne-Jules Marey o
Paul Richer.
Una de las piezas centrales de la muestra es la pieza de bronce Pequeña bailarina de 14 años de edad,
de 1880-1881. Una versión inicial de cera con tutú y peluca fue
exhibida en París en medio de un gran escándalo por ser considerada de
mal gusto y hasta comparada con un muñeco de vudú. El valor añadido que
tiene en esta muestra es que la escultura se presenta acompañada de una
larga serie de bocetos y pinturas que demuestran cómo Degas pintó a la
modelo desde todos los ángulos a su alrededor para representar mejor la
idea de movimiento.
Walter Oppenheimer, Londres: El ‘paso a dos’ de Degas en la Royal Academy, EL PAÍS, 15 de septiembre de 2011
Rembrandt y Degas, dos jóvenes artistas frente a frente en el Rijksmuseum de Ámsterdam

Rembrandt y Degas, dos jóvenes artistas frente a frente en el Rijksmuseum de Ámsterdam

Edgar Degas. Copia de 'Rembrandt, joven con gorra de terciopelo'. The Metropolitan Museum of Art
Rembrandt y Degas: uno fue uno de los más grandes maestros del barroco y del grabado y el otro uno de los padres del impresionismo; uno nació en Holanda -y es considerado por muchos el más importante de sus artistas- y el otro en Francia; más de dos siglos separan sus carreras artísticas. Pero, pese a estas diferencias objetivas, la cercanía entre ambos es mucho mayor que lo que parece, y eso es lo que pretende descubrirnos este verano el Rijksmuseum de Ámsterdam.

«Rembrandt y Degas. Dos jóvenes artistas» es la primera exposición que se centra en la influencia que Rembrandt Harmenszoon van Rijn (1606-1669) causó en Edgar Degas (1834-1917) y que pondrá de manifiesto a través de una serie de autorretratos realizados por ambos artistas en su juventud. Serán más de una veintena de obras, alguna de ellas nunca vista en público, que se expondrán frente a frente, cara a cara, en el mayor museo de Holanda desde el 1 de julio al 23 de octubre.
Edgar Degas. 'Autorretrato', 1857-58. Óleo sobre papel sobre lienzo. The Sterling and Francine Clark Art Institute, Williamstown. Photo Michael Agee.
La muestra, que viajará después a The Clark Institute de Massachussetts y al Metropolitan de Nueva York, se encuadra dentro de las exposiciones que anualmente dedica el Rijksmuseum para mostrar cómo los maestros de la Edad de Oro holandesa inspiraron a los artistas posteriores -en 2010 tuvo gran éxito la dedicada a Jan Steen y Miró-. En esta ocasión, se centrará en cómo el joven Degas fue fuertemente influenciado por los autorretratos del joven Rembrandt, cuando ambos rondaban los 23 años y comenzaban a forjar sus brillantes carreras.

Justo con esa edad, en 1857 y durante su estancia en Italia para formarse, Degas hacía una copia de Joven con gorra de terciopelo de Rembrandt y dejaba constancia de su admiración por el pintor holandés. También hizo copias de los grabados La muerte de la Virgen y Tres figuras orientales (Jacob y Lagan) e inclusó se inspiró en la celebérrima Ronda de noche para un retrato de grupo.

Una influencia curiosa

De cualquier manera, el interés de Degas por Rembrandt, que se despertó en ese viaje, resulta «intrigante», según la experta y conservadora del Rijksmuseum Jenny Reynaerts, si se tiene en cuenta que el maestro holandés no seguía el canon académico y que no era objeto de estudio en Italia. Esto llegó incluso a preocupar al padre de Degas.

El francés, como era norma general para la formación de artistas, viajó a Italia en 1856 y permaneció allí (en Napoles, Roma y Florencia) tres años para estudiar la escultura clásica y la pintura de los siglos XIV al XVI, pero sorprendentemente realizó una serie de grabados y autorretratos inspirados en los de Rembrandt.

Este gusto por el maestro holandés, cuya obra tuvo oportunidad de conocer en el Louvre y en colecciones privadas de un amigo de su padre, le vino probablemente influenciado por sus encuentros en Roma con el grabador Joseph Gabriel Tourny y el pintor Gustave Moreau.

Y esta inspiración es palpable en su experimentación y variación de las poses y con el uso de la luz y de la sombra que existe en sus autorretratos de juventud y que se muestran en la exposición.

Para la conservadora del Rijksmuseum, el interés en Rembrandt surgió en Degas como un «acto de rebeldía de un joven artista buscando su madurez» y, aunque tras conocer a Manet y otros pintores modernos con los que descubrió el impresionismo se alejó de los grandes maestros y del anti-academicismo, su interés en el grabado y en Rembrandt se mantuvo a lo largo de su vida. De hecho, Jenny Reynaerts insinúa que las famosas series de desnudos de Degas pueden tener su inspiración en Betsabé en el baño, que Rembrandt pintó en 1654. Pero esa es otra historia.

Una exposición evidencia la influencia de Edgar Degas en la obra de Picasso

Una exposición evidencia la influencia de Edgar Degas en la obra de Picasso

La huella de la influencia del artista impresionista Edgar Degas en la obra de Pablo Picasso se puede ver desde hoy en el Museo Picasso de Barcelona en una exposición que rastrea, a partir de un centenar de obras de ambos, casos concretos que evidencian esa incidencia y «ciertas afinidades» comunes. Una persona contempla las obras "La nana" 1901, de Pablo Picasso y "Joven bailarina" (1879-1881), de Edgar Degas, que se exhiben en el Museo Picasso de Barcelona Organizada conjuntamente con el Sterling & Francine Clark Art Institute de Williamstown (EEUU), la exposición, que estará abierta al público hasta el 16 de enero próximo, se inscribe en la línea de trabajo iniciada por el museo barcelonés dirigida a la creación de nuevos discursos y contextos.

En esta ocasión, el especialista en Degas Richard Kendall y la experta picassiana Elizabeth Cowling presentan en la exposición ejemplos bien documentados de las respuestas directas del malagueño a las creaciones del francés. El trabajo de los comisarios ahonda en los intereses paralelos de los dos artistas por temas que abarcan desde la moderna vida urbana hasta las figuras de la danza, pasando por actividades íntimas como el baño o por la afición común por la fotografía y la escultura. La muestra incluye además, según Kendall, «el primer análisis exhaustivo del compromiso de Picasso con el arte de Degas en los últimos años de su vida, cuando adquirió diversos monotipos de burdeles del pintor francés y reconvirtió algunos de ellos en grabados propios».

Cuando Picasso se instala en el edificio del Bateau-Lavoir de Montmartre en 1904, se hallaba a pocos minutos de distancia del estudio de Degas, pero nunca llegaron a conocerse en persona, a pesar de que tenían amigos comunes. La exposición examina a Degas a través de los ojos de Picasso y el modo en que la respuesta del artista español evoluciona con el paso del tiempo, «de la emulación a la confrontación y de la parodia al homenaje», ha subrayado Kendall. Para Elizabeth Cowling, «ambos compartieron su explotación de la técnica» y desde un punto de vista temático «su obsesión de toda la vida por las mujeres, plasmada en sus retratos de amigas y en sus innumerables representaciones del desnudo femenino».

Sin embargo, en la vida real tuvieron una actitud diferente ante la mujer pues, como recuerda Kendall, «mientras Picasso tuvo muchas novias, amantes, esposas y convirtió el sexo en una temática específica de su arte, Degas no se casó nunca, tuvo muchas amigas íntimas, pero que no fueron parejas, hasta el punto de que se ha especulado sobre su posible homosexualidad». Al respecto, la comisaria apunta que la actitud de Degas ante las mujeres fue más la de un voyeur, algo que encontraremos en la obra del Picasso nonagenario. El recorrido expositivo se inicia con la primera época del joven Picasso, cuando recibía una formación académica muy similar a la de Degas, cuyo arte conoció por primera vez en Barcelona.

Cuando llega a París a principios del siglo XX, el malagueño comienza a responder directamente a la imaginería de la vida moderna de Degas: en cuadros como «El final del número» (1901) rindió homenaje a las escenas de café concierto de Degas. Uno de los enfrentamientos más dramáticos en este período es el que se produce entre la polémica obra maestra de Degas «En un café (La absenta)» y el «Retrato de Sebastià Sunyer Vidal», de la época azul de Picasso. El paralelismo en el interés por la danza queda bien ilustrado con la yuxtaposición de la emblemática escultura de Degas «Joven bailarina de catorce años», considerada «escandalosamente radical» en su día, con el «Desnudo amarillo» de Picasso, que anuncia el cubismo, destaca Cowling.

Picasso heredó y transformó otro de los temas favoritos de Degas, las mujeres bañándose y peinándose, al que volvió en repetidas ocasiones a lo largo de un período de más de cincuenta años. La exposición revela que los dos artistas exploraban este íntimo mundo femenino en todos los medios y formatos, que van desde el más diminuto al más monumental: El escultural cuadro de Picasso «Mujer peinándose» (1906) se presenta al lado de dos óleos de Degas «El peinado», de tonos rojos y rosados, y la inmensa y aparentemente inacabada «Mujer desnuda secándose».

A finales de la década de 1870, Degas creó una serie de monotipos que representan a prostitutas y a sus clientes en los burdeles, de los cuales Picasso adquirió nueve para su propia colección. Hacia el final de su vida, el artista español dialogó con estos monotipos directamente en una serie de aguafuertes humorísticos y patéticos, en los que el propio Degas aparece personificado como un cliente cauteloso e inhibido, pero fascinado. En esos últimos años, Picasso, remarca la comisaria, no esconde una «afinidad psicológica» por Degas, al que identifica a menudo como un calco físico de su padre. La exposición concluye con esta serie y con el retrato de Degas pintado por Picasso en 1968 como homenaje al maestro impresionista.

Jose Oliva, EFE, Barcelona: Una exposición evidencia la influencia de Edgar Degas en la obra de Picasso,
La Vanguardia, 14 de octubre de 2010
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