Los geniales recortes de Matisse
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Una visitante de la exposición de Henri Matisse en la Tate Modern observa el cuadro ‘El caracol’. / LEON NEAL (AFP) |
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‘Desnudo azul II’. / HENRI MATISSE |
Enseñar y aprender Geografía e Historia
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Una visitante de la exposición de Henri Matisse en la Tate Modern observa el cuadro ‘El caracol’. / LEON NEAL (AFP) |
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‘Desnudo azul II’. / HENRI MATISSE |
Desde que Sotheby’s anunció que iba a subastar una versión de «El grito» de Edvard Munch, estuvo claro que el récord establecido por «Desnudo, hojas verdes y busto» de Pablo Picasso tenía los días contados. La icónica obra, la única de las cuatro versiones existentes que aún quedaba en manos privadas, destronó anoche a la obra del malagueño sin miramientos.
«El grito» fue la atracción principal de la primera gran subasta de Sotheby’s de la primavera, dedicada plenamente a arte impresionista y moderno; y en la que se pudo pujar por otras creaciones de reconocido prestigio como una versión de «El beso» de Auguste Rodin, «Los enamorados» de Marc Chagall o piezas de Renoir, Manet, Gauguin o Matisse. Otras pinturas que consiguieron elevados precios de venta fueron «Mujer sentada en una butaca» de Picasso, «Primavera necrofílica» de Salvador Dalí y «Cabeza humana» de Joan Miró; adjudicadas por 29, 16 y 14 millones de dólares respectivamente. Aunque eclipsadas por el magnetismo de «El Grito», otras 5 obras de Munch también salieron a subasta durante la sesión de ayer con distinta suerte. La menos afortunada fue «Noche de verano», una pintura al óleo que no encontró postor. La noche se saldó con ventas por un valor total de 330 millones de dólares, más de 250 millones de euros.
María G. Picatoste, Nueva York: «El grito», de Munch, vendido por 91 millones de euros, ABC, 3 de mayo de 2012
La obra del considerado el tercer hombre del cubismo, junto a Pablo Picasso (1881-1973) y Georges Braque (1882-1963), ha sido una de las protagonistas de una puja compuesta por 85 lotes entre los que hay diversos óleos de Fernand Léger (1881-1955) y una majestuosa escultura de Henri Matisse (1869-1954). La escultura de Matisse, «Nu de dos, 4 état», valorada entre 25 y 30 millones de dólares, es una de las grandes esperanzas de los responsables puja de Christie’s. La pieza es un ejemplo de la trayectoria escultórica de Matisse, una de las facetas más desconocidas del artista francés, y una muestra de como «transformó gradualmente, en el curso de veinte años, nuestro lenguaje visual hasta lo abstracto», señaló la casa de subastas.
Otra de las obras destacadas de la puja fue el óleo «L’Air», una pintura de Joan Miró realizada en 1938 y que ha sido expuesta en grandes retrospectivas sobre el artista español en París y Nueva York. La pintura fue adjudicada en la primera gran puja de Christie’s en la temporada de otoño por 9,1 millones de dólares, cuando partía con un precio estimado de entre 12 y 18 millones. Se trata, según explicaron los responsables de Christie’s, de «un paisaje surrealista con cielo azul y una montañas con tonalidades amarillas que evocan la España natal de Miró», y que cuenta con «los colores de la bandera española así como de la región natal del artista, Cataluña».
Algunas estancias están abiertas al público, como el Salón del Trono, donde Pedro I el Cruel se arrodilló emocionado. Otras son de visita restringida, como el maravilloso Peinador de la Reina, que Carlos V mandó construir para su mujer, Isabel de Portugal, con pinturas de artistas italianos y unas vistas maravillosas de la ciudad; la sala de los músicos (ciegos) sobrevuela la impresionante Sala de las Camas, antesala de los baños privados del emperador, que se hallan en restauración. Tanto entusiasmaban a Isabel la Católica que dejó fijada en su testamento una partida económica para su conservación. Estas estancias son mágicas, se respira en ellas una profunda emoción, la misma que sintió Matisse aquel 11 de diciembre de 1910, como contó a su esposa en una carta enviada desde la pensión Villa Carmona. Probablemente, vio ese día los doce leones originales en la fuente para la que fueron creados. Nosotros los vimos en una exposición, donde se muestran tras ser restaurados por primera vez. El mármol ha recuperado su esplendor perdido por la pátina del tiempo. En enero volverán a su lugar habitual.
Les proponemos diez momentos clave en el recorrido de “Matisse y la Alhambra”.
Nos presentan a Jorge Helft, sobrino del histórico galerista Paul Rosenberg, quien ya expuso a Matisse en 1921. Nos cuenta que su padre era muy amigo suyo. “Solo falta en la muestra la amistad que unía a Matisse con Picasso. Éste lo admiraba, es el único pintor al que reconocía su genio. Salía amargado de su estudio”. Nosotros salimos entusiasmados de la Alhambra, pero continuamos tras los pasos de Matisse por Granada. Ya de noche, nos dirigimos al Sacromonte. En sus cuevas estuvo el pintor francés escuchando flamenco, admirando a los bailaores… Entramos en La Chumbera, donde una jovencísima Patricia Guerrero rinde homenaje a Matisse. Lo hace taconeando con garra, dominando con poderío su bata de cola y aleteando sus manos, que acarician un mantón de manila, como los que pintó Matisse. A lo lejos, la Alhambra luce espléndida.
María del Mar Villafranca, directora del patronato de la Alhambra y el historiador Francisco Jarauta son los comisarios de la exposición. Cuenta Villafranca que la idea surgió de pura casualidad, en 1991, mientras revisaba uno de los libros de visitas en los archivos de los palacios. Allí descubrió la firma del artista en la mitad de una página de las últimas hojas del volumen. «No se sabía que hubiera estado aquí, en la Alhambra, y ahí mismo empezó el trabajo de investigación», explica la responsable de esta institución que el último año tuvo tres millones de visitantes. En una entrevista concedida en 1947, Matisse confesó que la revelación le vino de Oriente.
Jarauta recuerda que el artista hace el viaje en un momento de crisis personal y artística. Busca una renovación formal respecto a lo que estaba haciendo hasta entonces. Acaba de visitar una exposición de arte Oriental en Munich, pero el Salón de Otoño París le ha rechazado dos obras inspiradas en la música y en la danza. El gran rival de Picasso vive un estancamiento creativo y decide cambiar de aires. La exposición arranca, precisamente por obras de ese momento de incertidumbre y renovación. En «La argelina» (1909), los trazos negros y rotundos con los que dibuja los contornos de la mujer y las telas que decoran el fondo, anuncian ya el abandono del Fauvismo y su fascinación por la decoración oriental. Junto a este impresionante óleo se expone el enorme jarrón nazarí de loza con reflejos dorados, el Fortuny -simonetti del siglo XIV, procedente del Museo de la Alhambra y que aparece reproducido en numerosas telas de Matisse.
Pero puede que sea en las odaliscas donde más se pueda percibir la influencia granadina. Pinta la primera en 1921 en un momento en el que lo que le interesa es investigar el desnudo femenino. Estas mujeres semidesnudas envueltas en trasparencias y rodeadas de telas preciosas, tienen tal éxito que llega a pintar más de cien. La mayor parte son peticiones de coleccionistas americanos. Casi siempre utiliza la misma modelo, la bailarina Henriette Darricarrere, una bellísima mujer con la que se le puede ver aquí retratado en numerosas fotografías de la época.
Mantiene Jarauta que la belleza de los sofisticados baños de la Alhambra están presentes en los fondos decorativos sobre los que retrata a sus sensuales odaliscas. En ellas vierte todo un mundo de colores fuertes: rojos, dorados, azulones, que están también en el las pinturas originales del artesonado de las estacias de los sultanes. Son paisajes interiores que hablan también del estado de de ánimo de Matisse. Jarauta añade que la belleza de ltambién la liturgia católica sucumbió a la belleza de la decoración de los palacios, como se puede ver en los vestidos litúrgicos que los altos cargos del clero utilizan en las grandes ceremonias.
La exposición incluye una serie de litografías inspirada en las odaliscas que la hija del artista, Margherite , depositó en el Victoria & Albert Museum de Londres. Se muestran frente a una selección de tejidos islámicos de diferentes épocas históricas que fueron atesorados por el pintor y cuyos motivos decorativos se reproducen una y otra vez. El final destá dedicado a los papiers collés, con los que el artista se reinventó cambiando los pinceles por las tijeras.
Jorge Helft, sobrino de Paul Rosemberg, el que fuera su marchante y amigo íntimo de Matisse durante décadas, recordó durante la exposición que Picasso sólo admiró a un artista contemporáneo y que ese fue Matisse. «Cada vez que visitaba su taller salía amargadísimo. Pese a ello, le respetaba y le admiraba. Cuando a Matisse no le iban bien las cosas, Picasso pedía a mi tío que le ayudara. El respeto era mútuo pese a ser dos personalidades fortísimas». ¿Cree que el peso del viaje a Granada fue tan determinante en su obra, como se cuenta en esta exposición?. «Sin dura», responde Helft. «La visita de un universo de belleza como la Alhambra pesó de manera contundente en sus cuadros y le inspiró todo un mundo con el que seguir deslumbrando «.
El mismo día que visitó la Alhambra, Matisse escribió, desde la habitación de la pensión Villa Carmona, donde se alojaba, una carta a su esposa, en la que le cuenta lo que le había fascinado la visita: «La Alhambra es una maravilla. Sentí allí una intensa emoción». Al fin se agitaron de nuevo sus sentidos; volvían a visitarle las musas. Se sabe que durante su estancia en Granada —del 9 al 11 de diciembre— se acercó también hasta las cuevas del Sacromonte para asistir a un tablao flamenco. Un itinerario que recuerda mucho al que siguió este verano Michelle Obama.
Cuentan los comisarios de la exposición —María del Mar Villafranca y Francisco Jarauta— que Matisse llegó a España «en un momento anímico delicado»: acababa de morir su padre de un infarto y sus obras «La Danza» y «La Música» habían recibido un rechazo brutal por parte de crítica y público en el Salón de Otoño de ese año. Fueron acogidas con abucheos, gritos y mofas. Triste y deprimido, llega Matisse a Múnich en octubre de 1910 para visitar una exposición de arte islámico, que le impresiona, con piezas del Louvre, del taller de Gustave Moureau… Dos de ellas se incluyen en la muestra: una miniatura persa del siglo XV y un jarrón nazarí. A aquel iniciático viaje a Múnich se sumaría un mes después el deslumbramiento que le produjo la Alhambra, como cuentan los comisarios: «El arte oriental, en general, y el islámico, en particular, le ofrecieron posibilidades como los sistemas decorativos del monumento nazarí, su arquitectura, la disposición de sus interiores, los azulejos de cerámica vidriada, la luz filtrada de sus estancias y patios a través de las celosías, el color en sus matices y posibilidades…» El arte de Matisse ya nunca sería el mismo.
No tardó mucho en aparecer en su pintura la huella islámica. En diciembre el pintor francés llega a Sevilla. Aún seguía enfermo, con una fuerte crisis nerviosa. Se aloja en el Hotel Cecil. Allí frecuenta a amigos y colegas como Auguste Bréal —se ofrece a ser su guía por la ciudad y le introduce en el flamenco— y Francisco Iturrino. Éste le presta pinceles y pinturas. Ambos compartieron estudio. En Sevilla realiza Matisse tres pinturas, que por vez primera se muestran juntas en esta exposición. Por un lado, dos naturalezas muertas que le había encargado el industrial y coleccionista ruso Serguei Shchukin para su casa: «Bodegón Sevilla I» y «Bodegón Sevilla II». En este último reproduce el tapiz alpujarreño que adquirió en Madrid. Por otro lado, «Joaquina», retrato de una bailaora que Bréal le buscó como modelo. A Matisse siempre le había apasionado la danza, presente en toda su producción. En Andalucía quedó fascinado con los bailaores gitanos. Especialmente, con Dora, una joven de 16 años, de la que escribió: «Es un milagro de agilidad y de ritmo. Me reveló lo que podía ser la danza. Yo la comparaba a la famosa Isadora Duncan, cuyos gestos cortaban la fluidez de la música, mientras que Dora prolongaba el sonido con sus movimientos». Los tres únicos cuadros que Matisse pintó en España se medirán en la exposición con otros tantos de Iturrino.
Vino, mujeres y tabaco
Por su correspondencia sabemos lo que pensaba Matisse de España: que el Prado es «exquisito», que «los españoles no son tan guapos como se dice —dibujó a uno con forma de barril—, que Sevilla era «maravillosa»… «¡Vivan el vino, las mujeres y el tabaco!», escribió con euforia. Prolongó su estancia en Sevilla un mes más, lo que provocó la ira y los celos de su mujer. Creía que las sevillanas lo habían hechizado. Antes de partir definitivamente de España, visitó Toledo y sus grecos, y Barcelona.
La exposición, organizada por el Patronato de la Alhambra y el Generalife y la Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales, en colaboración con la Fundación «la Caixa», se inaugura el 15 de octubre y estará abierta hasta el 28 de febrero. Dividida en cinco secciones («Lección de Oriente», «El viaje a España: Matisse y la Alhambra», «De Marruecos a Niza», «Odaliscas: paisaje interior» y «Luz y armonía»), reúne en el Museo de Bellas Artes (situado en el Palacio de Carlos V) un centenar de obras: 35 de Matisse, entre óleos, dibujos, litografías y una escultura, se exhiben junto a fotografías históricas, cartas y postales que han cedido los Archivos Matisse de Issy-les-Moulineaux y la Universidad de Yale, así como tejidos y objetos decorativos que el pintor coleccionó con pasión toda su vida. Se han transcrito las tres cartas que Henri Matisse envió a su esposa desde Granada. Se completa la muestra con piezas de arte islámico (cerámica, bronce, celosía, cristal), que tanto amaba el artista. Hay préstamos de museos tan relevantes como Louvre, Metropolitan, MoMA, Pompidou, Victoria & Albert, Ermitage o Pushkin. Los herederos del artista, Claude y Barbara Duthuit, han apoyado el proyecto.
El «virus orientalizante» ya lo tiene Matisse metido en las venas —y en sus pinturas— irremediablemente. Tras su vuelta a Francia, planea viajar a Rusia (le fascinarán los iconos) y Marruecos. Tánger le deslumbra. A esta época pertenecen «La marroquí» o «Rincón del artista», presentes en la exposición. Ya instalado en Niza, Matisse pinta bellísimas odaliscas, en las que se cuelan todos los elementos que absorbió en sus viajes, incluida su fugaz pero intensa visita a la Alhambra, cuyas reminiscencias se intuyen en todos sus trabajos. Una estupenda selección de estas odaliscas compartirá sala con piezas procedentes de la Alhambra. Cierran la muestra los papiers collésque hizo en Vence en sus últimos años.
A veces restaurar un cuadro puede llevar a descubrir misterios soterrados bajo el lienzo de los que solo el propio autor era consciente y que permiten mirar hacia el artista desde una nueva perspectiva. Bajo la superficie del cuadro de Henri Matisse Bañistas en el río (1917), joya de la colección del Art Institute de Chicago, se escondían nueve años de trabajo en los que el pintor francés viajó de un lienzo lleno de color similar a los de su primera etapa a otro con connotaciones cubistas para finalmente terminarlo con una dosis de experimentación que culminaría en la obra que todos conocemos y que desde el próximo domingo corona la muestra Matisse, Radical invention 1913-1917, en el Museo de Arte Moderno (MoMA) de Nueva York.
Tras haberse mostrado previamente en el Art Institute de Chicago, esta exposición -compuesta por 110 obras- plantea una nueva forma de mirar hacia uno de los periodos clave en la cronología del artista. «El germen de la exposición está precisamente en el trabajo de restauración de Bañistas en el río. El Art Institute quería mostrar el lienzo en todo su esplendor y me llamaron como asesor. Al eliminar las capas de barniz y de antiguas restauraciones, y a través de rayos X y otras técnicas descubrimos líneas ocultas y colores más cercanos a su primera época que a la fecha en la que finalizó el cuadro. Entonces decidimos analizar otras 25 obras de este periodo y vimos que había similitudes. Así nació esta muestra, centrada en ese periodo tan especial de Matisse que hasta ahora no se había analizado en profundidad». Con su fuerte acento británico, el conservador jefe emérito de pintura y escultura del MoMA, John Elderfield, explica con pasión de erudito el viaje de cinco años junto a su colega Stephanie D’Alessandro, del museo de Chicago, y que ha culminado con esta exposición, ordenada cronológicamente y que arranca con un pequeño cuadro de Cézanne, Tres bañistas, adquirido por Matisse en 1899.
«Le intrigaba Cézanne, aunque nunca lo había entendido del todo. Pero cuando vio este cuadro se enamoró, aunque no podía pagarlo. Se acababa de casar y su mujer, que recibió un anillo de diamantes por la boda, decidió cambiar el anillo por el cuadro. Ese lienzo es la piedra angular para desarrollar una nueva forma de composición y trabajo con el color», asegura Elderfield. Así, en la primera sala se ven diversos trabajos inspirados en esa obra, entre ellos Bañistas con tortuga (1909), que inauguraría un periodo caracterizado por el continuo retorno a lienzos pintados previamente. «Los cambios no ocurren de la noche a la mañana, por eso hemos querido mostrar cómo se va a acercando a ellos», dice Elderfield. La primera entrega de la escultura La espalda I, también está fechada en 1909. Matisse realizaría cuatro versiones diferentes en los siguientes 20 años, utilizando siempre el molde de la anterior para arrancar.
Sus viajes a Marruecos provocarán un giro radical en las composiciones de este artista nacido en 1869 y al que su encuentro con otros paisajes hizo interesarse por las estructuras formales y dejar de lado su interés por el color. En 1913 pinta tres obras diferentes a todo lo hecho anteriormente: La ventana azul, Flores y plato de cerámica y Retrato de Madame Matisse. Retratos como Mujer italiana o el espectacular lienzo Los marroquíes, ambos de 1916, dejan constancia de los atrevimientos de este artista al que también marcó la frustración de no poder participar (por su edad) en la I Guerra Mundial. Lo escribió en 1916: «A veces me enferma pensar en todo lo que no estoy participando ni contribuyendo. Trabajo todo lo que puedo… No puedo decir que no luche, pero no es la lucha real».
Además, hay otros dos cuadros muy destacados en la subasta de pasado mañana en Sotheby’s. Por un lado, un autorretrato de Manet con paleta y pinceles (1878-79). Su precio estimado: 24-36 millones de euros. Según el vicepresidente de Sotheby’s, Charles Moffet, «es el mejor autorretrato de la historia de la pintura». Por otro, el lienzo «Odaliscas jugando a las damas», de Matisse (12-18 millones de euros), que sale por primera vez a subasta.
El miércoles le toca el turno a Christie’s. Dado el número de piezas relevantes que saca a la venta, la firma decidió reunirlas en una exposición, bajo el título «Yuxtapuestas: obras maestras a lo largo de los tiempos», que pudo verse del 14 al 17 de este mes en Londres. Hay dos cuadros que destacan muy especialmente. Por un lado, cómo no, Picasso, con una de sus codiciadas pinturas de la época azul, «Retrato de Ángel Fernández de Soto», también conocido como «El bebedor de absenta» (valorado entre 36 y 48 millones de euros). Este cuadro llega precedido por la polémica. Lo compró la Fundación del compositor Andrew Lloyd Webber en 1995 por 29,2 millones de dólares (procedía de la colección Stralem) y lo quiso revender años después, pero se encontró con un escollo. Los herederos del banquero judío Paul Mendelssohn Bartholdy denunciaron que la obra se vendió a la fuerza bajo la presión nazi en 1934 a un marchante berlinés y paralizaron la venta. Tras meses de litigios, ambas partes llegaron a un acuerdo cuyos detalles son confidenciales. Eso sí, los herederos del banquero renunciaron a la propiedad del cuadro. No sabemos a cambio de qué o de cuánto.
Otra obra maestra indiscutible de la subasta del miércoles es «Nenúfares», de Monet. Parte con una estimación similar al picasso. Son muy escasos y a su vez cotizadísimos los cuadros de la serie de nenúfares que el francés pintó tomando como modelo el estanque de su jardín en Giverny. Es la mayor de las nueve obras que sobreviven de las que pintó en 1906. Es de esperar que no falten coleccionistas dispuestos a pujar por estas dos grandes joyas. Pero hay otras muchas obras importantes: «Retrato de Ria Munk III», de Klimt; «Parque del hospital de Saint-Paul», de Van Gogh… Las próximas semanas habrá más obras maestras en Christie’s: el día 30 sale a subasta un retrato que Warhol hizo a Elizabeth Taylor, «Silver Liz» (1963), que no se ha visto en público en dos décadas y cuya estimación es de 7,2-9,6 millones de euros. Y el 6 de julio, en la venta de arte antiguo, destacan cuadros de Rubens y Bellini. Si, como dicen, no faltan compradores para las grandes piezas ni siquiera en época de crisis, muchos millones cambiarán de manos en este animado arranque de verano.
Natividad Pulido, Madrid: El entusiasmo regresa al mercado, ABC, 20 de junio de 2010
Los investigadores, al principio, tasaron el golpe en unos 500 millones de euros. El Ayuntamiento de París, la institución de la que depende el museo, lo rebajó a 100 millones. En cualquier caso, se trata de uno de los más espectaculares robos de obras de arte ocurridos en Francia. Según los policías especializados, los cuadros expoliados no circularán en ningún mercado clandestino del arte: el robo puede ser producto del encargo concreto de un millonario o pertenecer a la categoría del artesecuestro.
Nada funcionó como debía esa noche, excepto la habilidad y la suerte del ladrón: la alarma no saltó y los tres guardias que hacen rondas ni oyeron ni se dieron cuenta de nada. De hecho, el robo no fue descubierto hasta las siete de la mañana. Los policías, con todo, cuentan con una pista: una de las cámaras de seguridad grabó de madrugada a un individuo encapuchado entrando por uno de los ventanales de la parte de atrás del museo, que da al Sena.
Estos ventanales, que casi llegan hasta el suelo y miden cinco metros de alto por dos de ancho, están protegidos por un cristal y una verja negra de hierro, de unos dos metros de alta, sellada con una cadena y un candado. El ventanal en cuestión presentaba ayer el cristal roto y la cadena cortada. El ladrón la forzó con una pinza anticadenas de brazos largos. Acceder a la zona de estos ventanales es muy fácil: ayer varios niños jugaban al patinete a unos metros y una modelo se hacía fotos para una revista de moda en una esquina cercana.
Los policías precintaron el lugar próximo al ventanal que sirvió de entrada al ladrón e inspeccionaron los alrededores en busca de huellas y de pistas. También examinaron los marcos de los cuadros, abandonados por el malhechor, que se limitó a cortar las telas con un cúter y llevárselas. Los cuadros no estaban en la sala pegada a la ventana, así que el ladrón recorrió el museo sin que nadie le viera, ni a la ida ni a la vuelta ya con las telas.
Todavía es pronto para saber si sólo hubo un ladrón (como indica la grabación de la cámara) o si el robo fue producto de una banda. De cualquier manera, según aseguró ayer el adjunto del alcalde de París para Asuntos Culturales, Christophe Girard: «Si se trata de una banda, es una banda muy coordinada». El robo pone de manifiesto las deficientes medidas de seguridad de los museos parisinos. Un empleado del museo reveló ayer al diario Le Parisien que hacía más de dos meses que los vigilantes habían advertido fallos en la alarma. El alcalde de París, Bertrand Delanoë, lo confirmó más tarde.
No es la primera vez que asaltan un museo parisino en los últimos meses. En junio de 2009, otro ladrón entró en el Museo Picasso aprovechándose del andamio construido para llevar a cabo unas reformas en el edificio y, sin romper nada ni dejar huellas, se llevó una carpeta con 33 dibujos del artista que se guardaban en una vitrina sin cerradura y sin alarma. El caso sigue abierto.
Antonio Jiménez Barca, París: El robo (más fácil) del siglo, EL PAÍS, 20 de mayo de 2010
Pongamos que acaba usted de llegar a un garaje de las afueras de París después de pasar la noche vestido de negro y con un pasamotañas en la cabeza (con perdón por la licencia literaria), ‘de visita’ por el Palais de Tokyo de Trocadero. Contra la pared, amontonados como si fueran material de obra, ha dejado cinco lienzos de Picasso, Matisse, Braque, Modigliani y Léger. Pip-pip. Recibe una alarma informativa en el móvil: «Roban obras por valor de 500 millones de euros en París». Vaya exitazo, sí, pero: ¿y qué hacemos ahora con este ‘stock’?
En otras palabras: ¿qué o quién puede estar detrás de un golpe como el de anoche en París? ¿Qué posibiidades de rentabilizar el robo tienen sus autores? Porque no es cuestión de ir a una casa de subastas con ‘La pastoral’ de Henri Matisse como si tal cosa. Señor ladrón, todavía no está todo hecho. «Muchas veces, los ladrones ven la oportunidad material de completar el robo, ven que la seguridad flojea, y se lanzan pensando en que van a dar un gran golpe. En realidad, no saben el lío en el que se meten«, explican a EL MUNDO.es fuentes policiales. «Si fueran obras menos importantes, todavía, pero una pieza de primer nivel que sale en los periódicos ‘se quema’ inmediatamente en el mercado. Nadie se atreve a comprar una obra así».
¿Entonces qué?
Primer escenario: el robo ha sido un encargo de un coleccionista insaciable. La operación, en ese caso, es relativamente sencilla. Habrá que hacer llegar el botín hasta el ‘cliente’ que pagará una comisión y, con su afán fetichista temporalmente satisfecho, meterá los cuadros en alguna salita cerrada hasta el final de los tiempos.
Segundo escenario: el chantaje. En ese caso, el robo no es tanto un robo como un secuestro. Los ladrones contactarán con el propietario legítimo del botín sustraído (sobre todo, si es un particular), y le pedirán un rescate por él. Una variedad muy interesante de este tipo de operaciones se dio en el reciente caso de ‘La virgen de la rueca’ de Leonardo Da Vinci. Allí, el inductor del crimen se ofreció como mediador en el rescate de la obra. La jugada le salió mal.
Tercer escenario: el mercado informal. Que es una variante del primer escenario. En este caso, el inductor del robo tiene los recursos para abrir una subasta secreta y negra-negrísima entre los coleccionistas interesados en tener un ‘matisse’, un ‘picasso’, un ‘modigliani’… El problema es que este mercado informal es más permeable a la infiltración de la policía. Fue lo que ocurrió el año pasado en España, cuando un particular quiso liquidar los diarios de Niceto Alcalá Zamora (robados al término de la Guerra Civil) y se encontró con que su comprador era un guardia civil. O con los mapas de la Biblioteca Nacional, o con los cuadros de Esther Koplowitz…
¿Y ahora qué, señor ladrón?, EL MUNDO, 20 de mayo de 2010