Atribuyen a Rafael un cuadro desconocido, propiedad de un coleccionista privado de Córdoba
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‘La Madonna de Foligno pequeña’ |
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‘La Madonna de Foligno pequeña’ |
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‘La Madonna de Foligno pequeña’ |
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Detalle inferior de La transfiguración, de Rafael |
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Detalle inferior de La transfiguración, de Rafael |
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Fornarina, la célebre amante de Rafael |
La felicidad vende por lo general
peor que la desgracia, salvo si en el relato dichoso entra en juego el
final injusto y abrupto. Rafael disfrutó de una vida plena de alegrías
y de éxito, pero que, ay, resultó demasiado corta. Corta, pero
suficiente para que su arte se considere insuperable aun hoy, casi
cinco siglos después de su muerte. Falleció a los 37 años en Roma, su
ciudad de adopción, por causas un tanto peregrinas que han acabado en
el gran anecdotario de la cultura occidental achacadas a su legendaria
fogosidad. Hasta tal punto abusó de los placeres sexuales junto a su
amante, la Fornarina, que llegó a casa un día tan falto de fuerzas que
precisó atención. Un error de cálculo médico, relatan las crónicas de
la época, acabó por darle la puntilla y, tras varios días consumido por
una devastadora fiebre, se fue el Viernes Santo de aquel año de 1520
(¡el mismo día de su nacimiento en 1483!). Roma se despertó bañada en
lágrimas por la desaparición de su mejor pintor, del intelectual más
refinado y sensual, del campeón de todos los ingenios, del más afinado
notario del incomparable sueño renacentista.
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Junto
a Julio II y su sucesor, León X, el artista contribuyó a construir el
relato de un tiempo para el que su muerte sirvió de punto y aparte, que
se haría final en 1527 con el Saco de Roma. “La entrada de los soldados
luteranos supuso un simbólico cierre al Renacimiento”, explicaba
recientemente Miguel Falomir en la estancia de Constantino, una de las
cuatro habitaciones papales pintadas por Rafael y su taller (en este
caso, sobre todo por su taller). Para demostrarlo, el máximo experto
del Prado en pintura italiana hasta 1700 señalaba, con el museo
vaticano cerrado, las huellas dejadas por los invasores, una suerte de
grafitis del siglo XVI en la logia de Rafael, sublime terraza
particular de León X y lugar habitualmente hurtado a los ojos del
público. La entrada la había franqueado Antonio Paolucci, director de
la institución vaticana, tras sentenciar: “¿Los dos mejores pintores de
la historia? ¡Velázquez y Rafael!”.
“Es una exposición sobre el modo en que funcionaba la mente de Rafael y
cuán precisas eran sus instrucciones para que otros culminasen el
trabajo, de las que conservamos valiosa información en los dibujos y
cartones”, aclara con quirúrgica precisión británica el comisario Tom
Henry. La razón de que Rafael cediera tanto protagonismo a sus
colaboradores halla su explicación, por un lado, en la misma manera en
que funcionaban los talleres de la época (alejada sin duda de la idea
romántica del artista solitario que se pelea de principio a fin con su
obra). Por otro, en la escasa capacidad del genio de Urbino de decir
que no a los encargos.
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‘Bindo Altovitti’ |
Para
el Vaticano, el taller pintó cuatro estancias gigantescas que fueron
aumentando en complejidad técnica y emoción artística, además de la
mencionada logia, una loggetta y una stufetta. Rafael
sabía bien a quién debía lealtad, como se puede comprobar en las
representaciones que de sus patrones (y de sí mismo) fue dejando caer
en los frescos de las estancias. Después de todo, fue Julio II quien
permitió la materialización de su sueño romano. Llegó al Vaticano
recomendado por un pariente lejano, el arquitecto Donato Bramante. La
idea inicial era que participase junto a otros artistas en la
decoración de la biblioteca personal de Julio II. Cuando este vio de lo
que Rafael era capaz, mandó echar a los demás para confiarle todo el
trabajo al recién llegado.
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Cartón para la lapidación de san Esteban |
No
fue aquel el único desprecio a la mesura que contemplaron estas
paredes. Giorgio Vasari, pintor y arquitecto que sin embargo alcanzó la
inmortalidad como el primer historiador del arte, cuenta en el tratado
publicado en 1550 Las
vidas de los más excelentes arquitectos, pintores y escultores
italianos desde Cimbabue a nuestros tiempos (Cátedra) que Chigi se vio
obligado a colocarle a Rafael una cama para que terminase el encargo
que se le había hecho sin dejar de atender sus impulsos sexuales.
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Un grupo de personas contempla la ‘La Transfiguración’, de Rafael / Kote Rodrigo (EFE) |
“Una época en la que decía a todo que sí, como arquitecto, arqueólogo
y pintor, y luego ya veía cómo cumplía. Con su propia mano, en el caso
de retratos importantes o de seres queridos, como el de Baltasar
Castiglione, los ojos azules más impresionantes de la historia, y si no,
con la ayuda de su taller, que llegó a contar con 50 empleados”,
aseguró el martes en la Logia de Rafael Miguel Falomir, jefe de
departamento de pintura italiana de la pinacoteca madrileña. Sus
explicaciones eran seguidas por Arnold Nesselrath, responsable de
conservación desde hace 35 años de los Museos Vaticanos, y por la
silenciosa mirada de un guardia suizo cuya presencia marcaba los límites
entre la contemplación artística y los asuntos de estado de Benedicto
XVI.
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Una de las cuatro Estancias pintadas por Rafael en sus últimos años, que se encuentran en el Palacio Apostólico del Vaticano. Kote Rodrigo (EFE) |
La explicación a cómo un joven artista recién llegado a Roma y de
escasa experiencia se convirtió en el favorito de dos papas y en “el
pintor más influyente de todos los tiempos” hay que buscarla a pocos
metros de aquí, en la Signatura, primera de las célebres estancias
pintadas por Rafael. Cuando Julio II se hizo con el poder celestial en
1507, vio claro el modo de marcar diferencias con su antecesor,
Alejandro VI, “un apóstata y un judío sin circuncidar”, que encargó la
decoración de sus dominios a Pinturicchio. Julio II hizo venir a algunos
de los mejores pintores de Italia y les confió el embellecimiento de su
biblioteca, pero al ver el trabajo de Rafael, que llegaba recomendado
por Bramante, pariente lejano, ya no tuvo ojos para otro artista.
La filosofía de la luz
Los historiadores del arte Marco Ciati, director de la Sección de Pintura del Opificio, y Alessandro Cecchi, del Palacio Pitti, declararon al «Corriere della Sera» que existía la sospecha de que el fondo negro era un añadido, porque en todas las Vírgenes pintadas por Rafael en torno al 1505-07 aparece siempre el paisaje.
El descubrimiento se considera de gran trascendencia porque permite reescribir una importante página de la Historia del Arte. Es decir, se demuestra ahora que también en la «Madonna del Gran Duque» Rafael recibe la influencia de Leonardo da Vinci, lo que significa una adhesión a la filosofía de la luz. Se trata, en definitiva, del Rafael que nos es conocido y no, como hacía suponer el fondo negro añadido, travestido de Caravaggio.
Descubierta esa continuidad de la relación con Leonardo, queda por descubrir todavía un misterio: ¿Por qué se cubrió de negro el precioso fondo de estructuras arquitectónicas y paisaje, que todavía existen en la tabla según demuestran las radiografías? ¿Había sufrido la pintura un daño marginal? ¿Y la misma tabla está íntegra o, como parece, pudo ser cortada en la parte baja? Los autores de la investigación piensan ahora en la restauración del óleo sobre tabla, que mide 84 centímetros de alto y 55 de ancho. Cambiar ahora esta imagen popular de Rafael es un problema también histórico, pues de la «Madonna del Gran Duque» se han difundido millones de copias. Marco Ciatti y Alessandro Cecchi señalan que, antes de proceder a la restauración, se realizarán en breve otras investigaciones para verificar el estado de conservación de la pintura. La financiación correrá también a cargo del periódico de Tokio.
Ahora, cuatro de los siete tapices que han sobrevivido a los siglos en el Vaticano, viajarán a Londres para vivir un reencuentro histórico. Por primera vez en la Historia, las telas viajan se exponen (desde ayer) junto a sus originales, los cartones que compuso Rafael y a partir de los cuales se elaboraron en Bruselas los tapices. Juntos, ‘padres e hijos’, serán la gran estrella de la temporada en el Victoria & Albert Museum Londres. Y lo de histórico no es una exageración: ni siquiera el pintor de Urbino pudo ver los tapices junto a sus dibujos. Ni él, ni nadie antes. La muestra, que celebra la visita del papa Benedicto XVI al Reino Unido, le hubiera conmovido.
¿Suena confuso? Contemos la historia completa para aclararnos. En 1508, el Papa Julio II reclutó a Miguel Ángel para que pintara los frescos de la Capilla Sixtina (que hasta entonces, estaba decorada con un ‘campo’ de estrellas sobre un cielo azul). En 1512, Miguel Ángel terminó su obra maestra. En 1513, Jullio II (un Rovere genovés) murió. Y su sucesor, León X (un Medici florentino), pensó que algo tendía que hacer para estar a la altura… Así que, en 1515, se dirigió a Rafael Sanzio y le encargó la serie de 10 tapices. ¡Qué maldad, Su Santidad! Miguel Ángel desdeñaba abiertamente a Rafael, que, sin embargo, le robaba clientes, fama y encargos. De hecho, los tapices costaron cinco veces más que los frescos del artista toscano.
En diciembre de 1516, Rafael terminó con los cartones que habrían de servir de base para los tapices. Sus originales viajaron a Bruselas, al taller de Pieter van Aelst, que habría de llevar a la tela los dibujos del artista. Su trabajo fue un lujo: pan de oro, revestimientos de plata… Una condena: con los siglos, algún desaprensivo destrozó algunos de los tapices para quedarse con sus materiales preciosos. En 1519, el taller de Bruselas envió los primeros tapices a Roma. Y en 1520, Rafael muere. Los cartones se quedan en Bruselas sin que nadie los reclame, pasan a las manos de algún chamarilero genovés y terminan en la colección del Rey Carlos I de Inglaterra en 1623. Hasta que llega la hora del reencuentro en Londres. Sobre el papel, sobre la tela, imágenes formidablemente compuestas como ‘El sermón de Pablo’, ‘La curación del leproso’ o ‘La pesca milagrosa’. Juntos, al fin.
El asunto ha adquirido ya aires de acontecimiento. Rafael Sanzio concibió, poco después de que su rival Miguel Ángel culminase los frescos de la Capilla Sixtina, una rica colección de tapices para decorar sus paredes inferiores. Cuatro de aquellas exquisitas piezas, bordadas en lana, seda e hilos de plata dorados, van a ser exhibidas en Londres, y juntas por primera vez fuera del Vaticano, con ocasión de la inminente visita de Estado de Benedicto XVI a Reino Unido. Y en otro espléndido inédito, estarán acompañadas por los diseños originales de Rafael, los cartones que sirvieron de plantilla o de espejo para el trabajo de los mejores tejedores de Europa.
El artista italiano se volcó durante dos años en esa serie de pinturas sobre pasajes de la historia de san Pedro y san Pablo, por encargo de León X. Quizá el ambicioso papa Medici quiso medirse así con su antecesor, Julio II, patrocinador de los frescos que Miguel Ángel había culminado en la Capilla Sixtina tan solo tres años antes. Si, tal como sostienen algunos historiadores, este último pudo sentirse intimidado por el brillo de un Rafael guapo, encantador y más joven, el proyecto de los tapices para cubrir las paredes bajas de la misma capilla confirmaba el valor en alza del rival.
La sede apostólica pagó por la concepción y ejecución de los tapices 16.000 ducados de oro, al menos cinco veces más que lo desembolsado por el resto de la decoración de la capilla.
La empresa requería un ingente esfuerzo en tiempo y recursos humanos. Los cartones de Rafael fueron enviados a Bruselas, el gran centro de los tejedores europeos, y fielmente reproducidos en el taller del maestro Pieter van Aelst. Los artesanos cortaron los bocetos en tiras y los copiaron tejiendo cada uno desde la parte posterior hasta llegar a realizar al menos 10 de los 16 tapices inicialmente encargados (los únicos de los que se tiene constancia) en 1519. Las tiras fueron reunidas de nuevo para recuperar unas pinturas que son consideradas obras de arte en sí mismas, aunque no fueran inicialmente concebidas como tales. Poderlas contemplar junto a su plasmación en tejido es el lujo que brindará el Victoria & Albert en vísperas de la visita oficial del Pontífice, quien tiene previsto aterrizar en suelo británico el 16 de septiembre.
El tapiz ha acabado hoy relegado a la categoría de cenicienta de las artes, pero en su época de pleno apogeo era objeto codiciado por los monarcas europeos como expresión de su poderío. Diversos soberanos se interesaron por los celebrados cartones de Rafael, a partir de los cuales comisionaron copias. En 1623, el príncipe de Gales y futuro Carlos I adquirió siete de las plantillas para su fábrica de tapices en Mortlake. Pagó por ellos sus buenas 300 libras de la época (equivalente a medio millón de libras de hoy).
Ese tesoro de Rafael ha permanecido en Inglaterra como propiedad de la corona, si bien cuelga en las paredes del V&A desde 1865, cuando la reina Victoria lo concedió en préstamo a ese museo tan querido por su marido Alberto.
Los tapices originales que alumbraron fueron trasladados a Roma en 1521, donde a lo largo de los siglos solo han estado colgados en su emplazamiento original durante ceremonias solemnes pontificias oficiadas en la Capilla Sixtina. La última ocasión data de 1983, cuando se exhibieron allí con ocasión del quinto centenario del nacimiento de Rafael. Hoy cuentan con su propia galería en el Vaticano, después de haber sido expuestos en diversas localizaciones del palacio Apostólico, e incluso en la plaza de San Pedro a merced de los caprichos meteorológicos. Casi cinco siglos después, han perdido lo más vibrante de su colorido, pero retienen intacta su fuerza artística.
La pesca milagrosa, La entrega de Cristo a san Pedro, La curación del paralítico y El sacrificio de Listra son las cuatro piezas que viajarán a Londres. El origen y la culminación de la obra, un conjunto que los ojos de Rafael no tuvieron nunca la oportunidad de contemplar.
El soldado muerto no era de Velázquez. El jinete polaco no lo pintó Rembrandt. El coloso parece que tampoco es de Goya. La lista de falsas o dudosas atribuciones llena el mundo del arte. Los museos y el mercado tiemblan cada vez que los expertos se reúnen. ¿Hasta qué punto podemos estar seguros de la veracidad de las cartelas que informan sobre la autoría de una obra? La National Gallery de Londres ha sido una de las primeras instituciones en agarrar el toro por los cuernos y poner bajo la lupa de los investigadores una buena parte de su imponente colección de arte antiguo formada por 2.300 obras. El resultado de la primera fase de la investigación del prestigioso museo británico afecta a 40 pinturas, que se presentan en forma de exposición -Fakes, mistakes and discoveries (falsificaciones, errores y descubrimientos)- el próximo día 30.
En Londres se podrán ver las sorpresas más llamativas a las que se han enfrentado los expertos. Replantean o retiran la firma de obras atribuidas en nuestra memoria a Botticelli, Hans Holbein, Rembrandt, Rafael, Durero o Jan Gossaert. A veces se descubre al auténtico autor; otras, como en el caso de El soldado muerto, de Velázquez, persiste la incógnita. Pero, certezas aparte, lo que resulta realmente apasionante es conocer cómo han trabajado los expertos con cada una de las obras «sospechosas» y en qué pruebas han fundado sus conclusiones.
El engaño premeditado en el mundo del arte antiguo no es la principal causa de las falsas autorías. Miguel Zugaza, director del Museo del Prado de Madrid, asegura que todos los museos del mundo hacen constantemente cambios de atribución de obras en su colección. «Supone un fruto más del avance en el conocimiento sobre sus colecciones. Muchas veces nos olvidamos de que la disciplina de la historia del arte es muy joven y una buena parte de ella es una historia atribucionista».
Los comisarios de la exposición de la National Gallery de Londres, Marjorie E. Wieseman, conservadora de pintura holandesa, y Ashok Roy, director de investigación científica del museo, ponen como ejemplo de puro engaño y falsedad el cuadro Portrait Group (retrato de grupo), adquirido en 1923 con el convencimiento de que se trataba de una obra del siglo XV. Pero ahora han comprobado que la tela contiene pigmentos utilizados por primera vez en el siglo XIX.
Otro ejemplo es el Retrato de Alexander Mornauer, comprado por el museo en 1990, pintado por un artista alemán desconocido y durante mucho tiempo atribuido a Hans Holbein. En este caso, los expertos constataron la aplicación de una capa de pintura azul sobre el fondo original marrón; además, había una modificación en la caída del sombrero del hombre retratado.
Pero hay artistas especialmente maltratados por el engaño. Botticelli es la gran víctima en la National Gallery. La exposición dedica un espacio propio a las dos obras adquiridas en 1874 convencidos de la autoría de Botticelli. Una de ellas era Venus y Marte, de Sandro Botticelli (aproximadamente de 1485), una de las joyas de la colección permanente. La otra era Alegoría, considerada compañera de Venus y Marte y valorada por algunos críticos en aquel momento como una obra de mayor calidad. Pero había sido realizada por un discípulo desaventajado de Botticelli. Los dos cuadros se mostrarán uno al lado del otro. De esta manera, los visitantes podrán apreciar las diferencias entre una obra maestra y una copia de estilo.
Hay también falsas atribuciones hechas sin intención de engañar, producto de los llamados errores humanos. Ese fue el caso de El Hombre con calavera, adquirido por la galería en 1845 como obra de Holbein contra el criterio de algunos expertos. Los análisis dendrocronológicos, que determinan la edad del panel de madera utilizado como soporte, demuestran como la pintura es posterior a 1543, año del fallecimiento de Hans Holbein.
Para Ashok Roy, el contenido de esta exposición no es todavía el repaso definitivo de la colección. «Era el momento adecuado para ofrecer al público una síntesis del trabajo de estudio científico y técnico de la colección de la National Gallery con miras a despertar el interés de los visitantes por los procesos y tipos de investigación que facilitan la comprensión de los cuadros. También nos pareció que disponíamos de estudios suficientes para explicar al público cómo trabajamos. El estudio de la colección se realiza principalmente gracias a fondos públicos: nuestros visitantes tienen derecho a saber cómo se cuidan sus cuadros y cómo se interpretan».
El estudio de las obras no obedece a sospechas sobre su autoría. Se hace de oficio. «Es un proceso continuado a medida que las obras son recatalogadas, llevadas a exposiciones (aquí y en el extranjero) o tratadas en los estudios de conservación. Alrededor de un 60% de la colección de la planta principal de la National Gallery ha sido objeto de estudio técnico. Pero como disponemos de nuevas técnicas, a menudo nos resulta muy informativo volver a mirar los resultados de exámenes realizados con anterioridad».
Las sorpresas pueden ser muchas en un trabajo de esta envergadura. La mayor de todas, para los comisarios, afecta a una pieza legada a la National Gallery en 1924 como obra del pintor boloñés Francesco Francia (La Virgen y el Niño con un ángel). Es una falsificación deliberada. En los años cincuenta, determinaron la falsedad del cuadro. Pero luego fue rehabilitado. Nuevas técnicas de estudio, por fin, han revelado la verdad que escondía el cuadro: es una copia de una pintura del Carnegie Museum de Pittsburgh (Estados Unidos) realizada en el siglo XIX.
En España, de manera más esporádica, ha habido recolocaciones de autorías. La más sonada y polémica afecta a El coloso, de Francisco de Goya, el artista más copiado debido a su enorme éxito en vida. La conservadora del Museo del Prado Manuela Mena fue la encargada de anunciar al mundo la polémica orfandad de ese cuadro. El anuncio sentó mal a muchos expertos: consideraban que se hizo sin suficientes pruebas o, por lo menos, sin que estas fueran incuestionables.
El historiador de arte español Valeriano Bozal ha pedido, sin éxito hasta el momento, un encuentro de expertos internacionales para abrir un debate sobre la autoría de El coloso. Él considera imprescindible llegar a un consenso sobre la atribución. «No se ha hecho así. Se le ha quitado la autoría a Goya con unas pruebas débiles y poco relevantes. Se ha mutilado el patrimonio sin argumentos contundentes».
Miguel Zugaza asegura que «todas las opiniones son bienvenidas y merecen nuestro respeto. El debate es siempre enriquecedor. De hecho, para el estudio de El coloso también hemos realizado algunas consultas con especialistas externos». El director del Prado señala a Goya como el artista con más pinturas cuestionadas: «Según surge el interés dentro y fuera de España por su obra en el siglo XIX aparecen multitud de imitadores y en algunos casos falsificadores de sus temas y de sus obras». Zugaza, más que esperar nuevas sorpresas en el futuro, señala que «la misión principal de la institución es seguir avanzando en el conocimiento de las colecciones».
El Museo del Prado no tiene previsto secundar la iniciativa de la National Gallery sobre el arte y la copia. «Veo esta exposición como un homenaje al estudio crítico de la obra de arte que hacen los museos, un trabajo en el que se sustenta la propia credibilidad y autoridad de estas instituciones. Todos los museos del mundo hacen constantemente cambios de atribución de obras de su colección», subraya Zugaza.
¿La confusión en el arte antiguo la viviremos también en el arte contemporáneo? Ashok Roy lo ve más que probable. Zugaza, en cambio, es optimista. «Afortunadamente, tenemos más información sobre cualquier artista contemporáneo que sobre los maestros antiguos. Imagínese si el Prado en vida de Goya hubiera publicado su catálogo razonado. Nos habríamos ahorrado dar algún que otro disgusto».
Close examination. Fakes, Mistakes and Discoveries. National Gallery. Trafalgar Square. Londres. Del 30 de junio al 12 de septiembre. www.nationalgallery.org.uk.