Documental: Romanticismo e Impresionismo
Os dejo un interesante documental , muy didáctico, sobre el romanticismo y el impresionismo. Espero que sea de vuestro interés:
Enseñar y aprender Geografía e Historia
Os dejo un interesante documental , muy didáctico, sobre el romanticismo y el impresionismo. Espero que sea de vuestro interés:
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‘Vista del Guadalquivir’ (1854), con Sevilla al fondo y el ambiente que se vivía en la orilla del río/Museo Carmen Thyssen |
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La cueva del gato, óleo de 1860, Museo de Bellas Artes de Sevilla |
Aunque la efeméride de los dos siglos de su nacimiento casi no ha sido recordada en Sevilla, en la ciudad hay muestras de su obra especialmente en el Museo de Bellas Artes, donde cuelga La Cueva del Gato, de 1860. Asimismo está representado en el Museo del Romanticismo de Madrid, donde pude verse Contrabandistas en la Serranía de Ronda, de 1850. El Prado también tiene un par de obras, pero no están en la colección permanente de la pinacoteca madrileña. «Es un autor quizás menos conocido a nivel popular, suena más su obra que su propio nombre, pero fue muy apreciado en su época», como demuestra que la propia reina Isabel II adquirió una de sus obras. El homenaje de Málaga sirve así para paliar la falta de memoria en su ciudad natal.
En uno de los poemas de «Las flores del mal», Baudelaire habla de Goya: «Goya, una pesadilla de cosas ignoradas,/de fetos que se cuecen en un gran aquelarre,/de viejas ante espejos y muchachas desnudas,/tentando a los demonios al ponerse las medias». Pero también de Delacroix: «Delacroix, rojo lago donde acuden los diablos,/al que un bosque de abetos siempre verdes sombrea,/donde extrañas charangas, bajo lúgubres cielos,/pasan como un suspiro sofocado de Weber». Eugène Delacroix (1798-1863), viajero romántico francés, siempre soñó con España. Siendo muy joven, se encaprichó con los «Caprichos» de Goya. Después viajaría a Algeciras, Cádiz, Sevilla… Resulta paradójico que el «pintor del color», como se le conoce, se sumergiera en el negro de Goya. «Todo Goya palpitaba a mi alrededor», escribió a un amigo. De esa pasión surgieron obras como «Estudio de trajes suliotas y de figuras goyescas».
También admiraba a Velázquez y, en general, todo lo español, que deja una profunda huella en su trabajo. Hoy tiene Delacroix la oportunidad de saldar su deuda con España, de rendir un homenaje póstumo a nuestro país, con esta gran retrospectiva en CaixaForum Madrid, organizada en colaboración con el Louvre. Fruto del acuerdo que mantienen desde 2009 el museo francés y la Obra Social «la Caixa», es la mayor monográfica del maestro francés tras la que conmemoró en el Louvre el centenario de su muerte en 1963: reúne 130 obras de todas sus etapas, lo que permite conocer la evolución pictórica en su carrera. Además, recoge los descubrimientos de las últimas investigaciones en torno al pintor, tras la reedición de sus diarios en 2009. Está siendo éste un otoño artístico impresionante: en tan solo unos días se han inaugurado en España grandes exposiciones de Miró (Barcelona), Giacometti (Málaga), Brancusi-Serra (Bilbao) y ahora Delacroix (Madrid). ¿Quién da más?
Hay muchos Delacroix en Delacroix, como refleja a la perfección esta muestra. El hombre moderno, burgués, liberal conservador, que pintó una de las obras maestras de la Historia del Arte, «La Libertad guiando al pueblo» —uno de los tesoros del Louvre—, fue también un orientalista, como explica el comisario de la exposición, Sébastian Allard, pero «no un colonizador. Fue más allá de su país a buscar su propia esencia. Y esa fue una lección de humanismo». En una sala, presidida por «Las mujeres de Argel en su aposento», se ha logrado reunir todas sus grandes escenas orientalizantes. En 1832 Delacroix participó en una misión diplomática francesa en el norte de África. Fue para él una inspiración inagotable.
Gracias a sus diarios, comenta el comisario, «sabemos que Delacroix se pone en duda constantemente y eso se ve en su pintura. Cree no tener la solución para ella y por eso a veces deja sus creaciones en bocetos». Uno de los mejores, «La muerte de Sardanápalo», está presente en la exposición. Su maestría en el retrato queda patente en obras como «Louis-Auguste Schwiter», retrato que compró Degas. Además, cuelgan los tres únicos autorretratos que salieron enteramente de su mano, lo que da una idea de lo ambicioso del proyecto. Dos de ellos, en los que se retrata con mirada desafiante, abren la exposición.
Entre las obsesiones de Delacroix, la literatura. Ilustra el «Fausto» de Goethe. Éste, tras ver las litografías, reconoció: «Delacroix ha superado mi propia visión». Lee y recrea obras de Dante, Milton, Cervantes, Walter Scott y, sobre todo, Lord Byron, que fue para él una figura tutelar. Gracias a él, el pintor tomó partido a favor de la independencia de Grecia en su lucha contra el imperio otomano. Otra de las joyas de la exposición es la obra «Grecia expirando sobre las ruinas de Missolonghi», préstamo del Museo de Bellas Artes de Burdeos y su particular homenaje a Lord Byron, que murió en aquella ciudad griega. La imagen central del cuadro —una mujer que acepta su sacrificio, pero se mantiene en pie— semeja una estatua griega, pero, al mismo tiempo, es una Piedad renacentista. No faltan sus paisajes, sus pinturas de animales (leones, tigres…), desnudos femeninos y masculinos —una sala confronta, en monumentales cuadros, a Medea furiosa con un conmovedor San Sebastián—. Pintó grandes decorados (se exhiben sus estudios para el techo de la galería de Apolo del Louvre) y también fue un pintor religioso (sus crucifixiones se centran en «La soledad de Cristo»).
«Me tratis como solamente se trata a los grandes muertos». Con esta solemne frase que le dijo Delacroix a Baudelaire, impresa en la pared, se cierra este apasionante viaje al fascinante universo de Eugène Delacroix.
Natividad Pulido, Madrid: Delacroix, el último romántico, ABC, 19 de octubre de 2011
Recogida en una sala que recrea un elegante gabinete, la exposición muestra una selección de pinturas que directamente transportan al visitante al siglo XIX ruso. Por una pared roja trepan hasta el techo óleos, dibujos y perfectas siluetas negras. Dos lámparas de araña o la mullida moqueta acompañan a los retratos de duquesas, princesas y zares. Minúscula (algunas obras caben directamente en la mano), «pero deliciosa», dice Asunción Cardona, directora del museo, ante los cuadros expuestos, en los que sorprenden las técnicas de lápiz y acuarela para los retratos. Verdaderas joyas que muestran las fisionomías de las caras o los rincones de las hermosas casas de aquella época.
Evgeny Bogatrev perseguía desde hace tiempo colaborar con el Museo del Romanticismo de Madrid («soy un verdadero entusiasta de este centro, no dejo de recomendar a todo el mundo en Rusia que deberían visitarlo. Sí, el Prado, el Thyssen… pues a mí me impactó este lugar») y, aprovechando el año Dual España-Rusia planteó la colaboración con piezas del Pushkin. «Cuando nos trajeron su catálogo de retratos en miniatura nos sorprendió mucho comprobar las semejanzas con las miniaturas españolas, que curiosamente tienen más que ver que con las de Rusia o Inglaterra», apunta la directora del centro madrileño, que abrió sus puertas hace dos años después de un lavado de cara en el que se borró su antiguo nombre, museo Romántico, y que ha sacado brillo a una colección en las que se recrea perfectamente el ambiente de un movimiento cultural que marcó el siglo XIX.
Articulada en dos espacios, Escenarios y Protagonistas, la exposición muestra el panorama de la Rusia de 1810 a 1850. El interior de las casas, los rostros de su aristocracia, sus paisajes… el romanticismo ruso se emparenta de extraña manera con el español. La directora del museo español apunta que «Pushkin, como Larra, murió de un tiro» (el ruso en un duelo, el español se suicidó). En la pared, los versos de un poema del escritor ruso que inspira: «Pero en las horas tristes, en silencio, / pronuncia con angustia el nombre mío; / di: ¿Hay en el mundo quien de mí se acuerde? ¿Hay corazón en el que yo esté vivo?».
Ahora, coincidiendo con el 183º aniversario de la muerte del artista, esos ocho pequeños y a menudo turbulentos grabados constituyen el plato fuerte de una exposición que, bajo el título de Románticos, ha abierto la Tate Britain en Londres. Reúne más de 170 piezas de artistas como William Turner, John Constable, Henry Fuseli, Samuel Palmer, John Martin, John Linnell, Henry Wallis, Edwind Landseer o William Etty.
Poeta, pintor, impresor, William Blake (1757-1827) fue un artista inclasificable a pesar de su etiqueta de romántico que no fue bien apreciado en su época, quizá por una tendencia a lo excéntrico que iba más allá de su obra y empapaba su vida. «Quizá porque lo era, como se deduce por ejemplo de la costumbre que tenían él y su esposa de sentarse desnudos en el jardín a leer a Milton», aclara el responsable de arte de The Guardian, Mark Brown.
Seis de los grabados corresponden a El libro de Urizen, una de las mayores obras de Blake, y los otros dos se inspiran en el poema mitológico El libro de Thel y en su revolucionario trabajo de prosa El matrimonio del cielo y el infierno.
Los grabados representan al Blake más oscuro, con figuras humanas ardiendo en vida, un hombre lavándose el pelo en sangre al tiempo que sus cuartos traseros parecen derretirse. «Son extraños. Son impenetrables incluso para los expertos», admite en The Guardian la comisaria de la exposición, Philippa Simpson. «Es complicado y seguramente es mejor no entrar mucho en detalles», añade. De entre los ocho grabados, la comisaria se queda con el que quizá sea el más pacífico, esa boda de cielo e infierno representada por un anciano pensativo rodeado por cuatro mujeres y la leyenda manuscrita: «¿Quién liberará a los prisioneros?». «Es increíble que algo tan pequeño sea tan conmovedor», reflexiona Simpson. «Demuestra que ser monumental no tiene que ver con el tamaño de la obra, sino con la intensidad de la imagen y los temas que aborda».
La muestra de la Tate Britain pemite también ver obras del fondo de la galería que rara vez son expuestas, como la obra de Edwin Landseer Una escena en Abbotsford, la casa del novelista sir Walter Scott, en la que se ve a su perro lobo muriendo mientras en el fondo se percibe al perro que le sustituirá. O la descripción que Henry Wallis hace del suicidio del poeta Thomas Chatterton.
«Roma Moderna-Campo Vaccino» era uno de los Turner más importantes que han salido al mercado últimamente, lo que explica el enorme interés que suscitó su venta en todo el mundo y el hecho de que el precio finalmente ofrecido superara ampliamente la estimación más alta de la casa de subastas. Turner lo pintó en 1838, cuando había alcanzado su plena madurez como artista. Esa obra monumental es como un compendio de todos los estudios previos que hizo el pintor británico durante sus dos visitas a Roma. En la misma subasta se pagaron casi 3 millones de euros por un estudio de la cabeza y los hombros de un hombre con barba, de Jan Lievens.
Asimismo, encontraron comprador tres obras de la famosa dinastía de pintores conocida como los Brueghel, así como una «Virgen con niño», de Bernard van Orley. El valor total de la subasta superó los 64 millones de euros, muy por encima de lo estimado inicialmente.
Turner nació en una familia de clase trabajadora y luchó sin descanso desde los diez años para ver cumplida su ambición de convertirse en un gran artista: «Yo soy el gran león del día», problamó en una ocasión. Durante su trayectoria entró en feroz competencia con los artistas que él consideraba como rivales dignos de su propia fama, ya fueran del pasado o de su época. Los trabajos de investigación realizados en las últimas décadas, fundamentalmente por el equipo de expertos de la Tate Britain, la pinacoteca que alberga el mayor número de sus obras y las de mayor calidad, han puesto de relieve que, si bien Turner no se sintió directamente influido por aquellos maestros antiguos, sí que tomó en consideración su obra para sobresalir sobre ella, buscando con energía su lugar prominente en la historia del arte.
En el Museo del Prado, donde se expondrán un total de 80 obras procedentes de instituciones y colecciones europeas y estadounidenes, la mitad de ellas de Turner, se incluirán algunas novedades con respecto a las muestras de Londres y París, como Sombra y oscuridad: la tarde del Diluvio; Luz y color (la teoría de Goethe): la mañana siguiente al Diluvio y Paz. Entierro en el mar, tres obras maestras que el pintor británico realizó al final de su carrera. La muestra incluirá también la obra de Claude de Lorraine Puerto con el embarque de la Reina de Saba (1648), con la que el pintor afirmó haber llorado la primera vez que lo contempló porque «jamás sería capaz de pintar nada parecido».
Con voluntad de totalidad, Turner y los Maestros pretende que el visitante pueda percibir el alcance de los vínculos de artista con otros pintores muy destacados como Rembrandt, Rubens o Claudio de Lorena, entre otros, y el modo profundamente original en que asimiló su influencia desde el período inicial de su carrera a sus últimas composiciones.
Madrid. Turner y los maestros. Museo del Prado. Del 22 de junio al 19 de septiembre de 2010. Comisario: Javier Barón.
Que el arte asuma responsabilidades? ¡Qué desatino! ¡Qué anticuado! Y, sin embargo, amigo mío, siempre ha sido así. A veces pareciera que la poética romántica, con su insistencia en la pura expresividad subjetiva y su lema de l’art pour l’art, desentendido de cualquier otro designio que no sea el arte mismo, haya sido cosa de siempre, cuando sucede lo contrario, es el Romanticismo el que, en un vuelo de pájaro sobre la historia universal, aparece como fenómeno reciente, apenas de un par de siglos atrás, por mucho que últimamente su cosmovisión haya tintado la entera conciencia moderna hasta tornarse la imagen natural del mundo del hombre contemporáneo. Por mi parte, opino que el verdadero arte, a lo largo de los diferentes periodos históricos, nunca ha dejado de servir responsablemente al progreso moral del hombre, y a esta regla no es excepción el arte romántico de la subjetividad, que contribuyó, de manera refleja, aun sin proponérselo, al buen suceso de la causa civilizatoria entonces en liza.
Dirán: ¿qué relación con esta causa pueden tener, por ejemplo, Los padecimientos del joven Werther, cuyo suicidio final incitó a una juventud alemana ya bastante inflada de sentimentalismo a quitarse estúpidamente la vida ante el primer contratiempo amoroso (algunos llevaron su mimetismo hasta vestir en el fatídico momento, como el modelo literario, levita azul y chaleco amarillo)? ¿No es esta novela más bien -como la mayoría de las obras maestras de los siglos XIX y XX- un ejemplo de torpe negligencia moral? ¿Qué responsabilidad cabe apreciar en las hermosísimas pero decadentes rememoraciones del narrador de En busca del tiempo perdido o en las mórbidas aventuras de Aschenbach, el héroe de Muerte en Venencia? ¿Qué en las experimentaciones formales y lingüísticas del Ulises de Joyce? Por no mencionar la literatura dadaísta o la surrealista, porque ¿qué otra inspiración hallamos en ellas sino la embriagada autoafirmación del yo y el desprecio nihilista hacia las instituciones sociales de convivencia, cuya ruina anhelan?
Y, sin embargo, sí, en todas estas manifestaciones del arte de la subjetividad romántica, y en otras tantas que podrían citarse, descubrimos un altísimo servicio a la humanidad. Desde la Ilustración, la única elección posible para el hombre civilizado era militar en la bandera de la liberación subjetiva en lucha contra la opresión ideológica y política que habían convertido en norma los Estados absolutos del Antiguo Régimen. Y esas novelas que narran de mil maneras las tribulaciones del individuo en conflicto con una sociedad que lo aliena contribuyeron decisivamente a la educación sentimental del yo moderno y le despertaron al sentimiento de su propia dignidad, resistente al interés general del Estado y al bien común que éste administra, porque, simpatizando con esos personajes cuyos destinos se agitan entre tantas adversidades, los lectores percibimos como injustas las violaciones que sufren en sus vidas y, de paso, también en las nuestras y, aprendiendo a aborrecer esos atropellos, nos nace el apetito de más y más libertad.
Paralelamente, la experimentación formal que practica la vanguardia artística y literaria es también una forma de liberación, en este caso estilística, porque en esos juegos formales se reivindica la originalidad del creador, que rompe con las técnicas, las rutinas y los oficios heredados, aparentemente necesarios y sancionados por una tradición de grandes maestros, pero que los artistas modernos, con sus audaces transgresiones, demuestran que son artificios históricos y susceptibles de cambio.
De manera que, en suma, tanto en el fondo como en la forma, la literatura de la subjetividad, gracias a la genuina persuasión del arte, mucho más eficaz en la reforma de la sentimentalidad que los tratados discursivos, nos enseñó la pasión por la libertad y el amor a nosotros mismos.
Esta lección ya está aprendida. Ese amour de soi que recomendaba Rousseau está sobradamente establecido en nuestros corazones. La misión histórica del arte de la subjetividad está cumplida. La nueva misión es ahora otra y está relacionada con hallar la manera de armonizar, en convivencia pacífica, a millones de subjetividades enamoradas de ellas mismas y poco acostumbradas a no concederse a sí mismas todos sus caprichos.
Bien mirado, es una especie de milagro que el hombre acepte las inhibiciones inmanentes a la civilizada vida en común, que suponen restricciones a la libertad individual. ¿Por qué conducirme como persona civilizada si es más gratificante ser un bárbaro? Han de ponerse en juego todos los resortes que resulten persuasivos para convencer al hombre a que incline su voluntad por la civilización, pese a todos los gravámenes que conlleva. La tarea civilizatoria ahora pendiente es la urbanización de la espontaneidad instintiva del yo como paso previo a la transformación de éste en ciudadano.
Y en este cometido, el arte, que acumula elevadas reservas de poder carismático y transformador del corazón, es un cooperador necesario. Esa promesa de felicidad del arte -de todo arte, incluso del más sórdido-, ese encantamiento que vierte sobre la realidad inhóspita del mundo, contribuye a hacer más soportables las limitaciones impuestas por la sociedad de los hombres a las pulsiones bárbaras del yo. Es impensable una civilización sin una poética, pues sin ella los gravámenes a la libertad se nos harían odiosos.
El problema estriba en que la mayoría del arte que hoy se produce permanece aún enredado en el añejo paradigma de la liberación subjetiva pese a que sus fuentes hace tiempo que quedaron exhaustas, y esta discordancia está retrasando el momento en que el arte asuma su responsabilidad también en el nuevo periodo histórico, el democrático, que, si quiere ser viable, ha de arreglarse una poética propia, no heredada. El desfase se aprecia con particular pregnancia en las artes plásticas, pero también en la literatura. Alguien debería razonar sobre la actualidad de las olvidadas novelas de educación. Quizá yo mismo lo haga en una entrega próxima.
Feroz competencia
Voluntad de totalidad
La muestra incluirá también la obra de Claude de Lorraine Puerto con el embarque de la Reina de Saba (1648), con la que el pintor afirmó haber llorado la primera vez que lo contempló porque «jamás sería capaz de pintar nada parecido».
Con voluntad de totalidad, Turner y los Maestros pretende que el visitante pueda percibir el alcance de los vínculos de artista con otros pintores muy destacados como Rembrandt, Rubens o Claudio de Lorena, entre otros, y el modo profundamente original en que asimiló su influencia desde el período inicial de su carrera a sus últimas composiciones.
Madrid. Turner y los maestros. Museo del Prado. Del 22 de junio al 19 de septiembre de 2010. Comisario: Javier Barón.
Turner se acerca al Prado, hoyesarte.com, 24 de Mayo de 2010
Ángeles García, Madrid: El Prado descubre a Turner, EL PAÍS, 24 de mayo de 2010