Etiquetado: Zurbarán

Zurbarán, maestro del color y el volumen

Zurbarán, maestro del color y el volumen

San Serapio
San Serapio

Las pinturas con las que Francisco de Zurbarán decoró la Cartuja de Jerez, hoy dispersas por el mundo, están consideradas como la mejor serie de su producción junto con la que realizó para el monasterio extremeño de Guadalupe. Los cuatro lienzos del altar mayor jerezano pertenecen ahora al Museo de Grenoble (Francia), aunque hasta el 13 de septiembre el Thyssen-Bornemisza reúne uno de ellos, La adoración de los Magos, con la pareja formada por San Juan Bautista y San Lorenzo que decoraba la parte inferior de la predela y que custodia el Bellas Artes de Cádiz. Estas tres obras maestras marcan el espíritu que alienta Zurbarán, una nueva mirada, la muestra comisariada por Odile Delenda -autora del catálogo razonado del pintor- y Mar Borobia -jefa del departamento de pintura antigua del Thyssen- que reivindica la modernidad y maestría cromática del artista nacido en Fuente de Cantos (Badajoz) en 1598. El colorido resplandeciente de las vestimentas de los reyes magos en el cuadro de Grenoble o la rica tela carmesí de la dalmática de San Lorenzo, con sus bordados en hilo de oro, adquieren aquí un carácter protagonista ante la mirada seducida del visitante contemporáneo. 
La muestra del Thyssen, que incluye 63 lienzos, de los cuales 47 son obras de Zurbarán (incluidas sus más recientes atribuciones, algunas inéditas en España), dedica también una especial atención al obrador del artista, a esos pintores que colaboraron con él en distintas etapas de su carrera, especialmente a partir de su traslado desde Llerena a Sevilla en 1629, donde trabajó para las órdenes religiosas más importantes. 
«Hemos planteado un recorrido cronológico y temático que, a través de siete salas, se detiene especialmente en los grandes encargos que recibió. Entre ellos destacan los que le abrieron las puertas de Sevilla y le permitieron estar en la cima durante 25 años: su primera serie para los dominicos del convento de San Pablo el Real (hoy desaparecido), que tuvo un éxito inmediato y de donde proceden Santo Domingo en Soriano, cedido por la iglesia de la Magdalena de Sevilla, y el expresivo San Ambrosioque presta el Bellas Artes de Sevilla, y los 22 cuadros sobre la vida de san Pedro Nolasco que conforman su segunda serie, para la Merced Calzada, donde aparecen ya plenamente las características de su pintura», explica Mar Borobia. 
Se refiere la comisaria a la sobriedad y sencillez con que interpretaba los tema religiosos, al dibujo firme, los expresivos contraluces y el admirable tratamiento de los objetos cotidianos, sobre todo de las telas y sus volúmenes, que Zurbarán consigue ya en sus años de juventud. Así lo prueba otra de las obras maestras reunidas: el San Serapio que ha cedido el Wadsworth Atheneum Museum of Art. Sólo se había visto una vez en España y hace ya más de 50 años. Está firmado y fechado en 1628 y en él Zurbarán, con la elegancia que le caracteriza, no muestra el atroz suplicio que sufrió el monje (se le arrancaron los intestinos estando vivo antes de cortarle el cuello) sino que cubre su cuerpo torturado con el hábito blanco concentrando en su rostro a punto de expirar toda la tensión del martirio. «San Serapio pudo ser la obra que los mercedarios sevillanos pidieron a Zurbarán como prueba de su capacidad para acometer el complejo encargo de la Merced Calzada», consideran las comisarias. Al lado de San Serapio, dialogando con los pliegues marfileños de su hábito, luce el Fray Pedro de Oña que pertenece a la colección del Ayuntamiento de Sevilla y restauró en 2010 la Fundación Focus-Abengoa, donde se conserva. Cerca también, otra de las piezas recién incorporadas por Odile Delenda al catálogo del autor: Aparición de la virgen a san Pedro Nolasco, fechado entre 1628 y 1630 y donde cuatro ángeles músicos rodean a María en una escena que Zurbarán creó sin que mediara precedente iconográfico alguno. Este cuadro pertenece a la galería Coatalem de París. 
La capacidad de Zurbarán para plasmar con naturalidad la irrupción de lo divino en la vida cotidiana de un santo, según los postulados de la Contrarreforma, descuella en los conjuntos que realizó entre 1630 y 1640, agrupados en las dos siguientes salas. «Es su década prodigiosa, cuando realiza las series de Jerez y Guadalupe, además de numerosos encargos de devoción privada. Incluimos aquí el San Pedro del Museu de Arte Antiga de Lisboa, ejemplo del único apostolado conocido de Zurbarán, y Hércules desvía el curso del río Alfeo, una de las telas que realizó para el Salón de Reinos del palacio del Buen Retiro, el único conjunto de tema mitológico que produjo». Este lienzo lo aporta el Prado, que también cede El martirio de Santiago, recientemente restaurado. 
Dos pequeños pero asombrosos lienzos que por sí solos justifican la visita a esta muestra, y que en su día pertenecieron al colegio de San Alberto de los carmelitas descalzos de Sevilla, llegan por primera vez a Madrid: San Blas y San Francisco de pie contemplando una calaveraSan Blas, con su suntuosa y escultórica capa pluvial y su extrema verticalidad, pertenece hoy al Museo Nacional de Bucarest; el meditabundo San Francisco, cuyos pies descalzos asoman por debajo del hábito, al Museo de San Luis (Misuri, EEUU). «Ambos óleos son de una modernidad asombrosa, con esos planos de color que caen verticales y escuetos, y expresan muy bien el espíritu de esta muestra, que no pretende ser una antológica exhaustiva de Zurbarán sino una puesta al día de su producción», aprecia Borobia. 
La del Thyssen-Bornemisza es la última mirada a Zurbarán tras las recientes antológicas de Ferrara y Bruselas que sellaron el interés europeo por su obra. Una versión de esta muestra podrá verse en octubre en el Museum Kunstpalast de Düsseldorf, que colabora en el proyecto, aunque con diferencias: no dará tanto relieve al obrador del artista pero incluirá otras obras de su catálogo, como por ejemplo la Inmaculada que el Ayuntamiento de Sevilla tiene depositada en la Fundación Focus-Abengoa y cuya restauración ha sufragado el museo alemán a cambio del préstamo temporal. 
Es sorprendente la elevada presencia de obras en manos privadas entre las alrededor de 300 en que Odile Delenda ha fijado el corpus zurbaranesco. «Es cierto que salió de España mucha pintura de Zurbarán por el expolio napoleónico y la Desamortización. Por eso en esta muestra hemos querido recalcar que muchos coleccionistas privados españoles han ido a buscar fuera esas piezas para recuperarlas para el patrimonio». Así ocurre, continúa Borobia, con La familia de la Virgen, una de las joyas de la Colección Abelló, que se exhibió recientemente en el Convento de Santa Clara de Sevilla. Arango, dueño del impresionante retrato de P. Bustos de Lara (que hace pareja al inicio de la sala 4 con el de Gonzalo Bustos de Lara de la colección de Patricia Phelps de Cisneros), Villar Mir, Pedro Masaveu… son otros ejemplos de ese coleccionismo privado español interesado por Zurbarán. 
El encanto y refinamiento que el extremeño logra entre 1628 y 1650, cuando deja su singular legado de las Santas -de las que aquí hay cinco espléndidas muestras, incluida la Santa Águedadel Museo Fabre de Montpellier y la Santa Apolonia que el Louvre presta en contadas ocasiones-, brinda a las comisarias la posibilidad de encadenar varias obras capitales, entre ellas algunas de reciente atribución. Es el caso de La huida a Egipto (1630-1635) del Seattle Art Museum, aparecida en Bélgica hace 30 años pero que Odile Delenda cree que estuvo en Perú en el siglo XVIII. San Francisco en meditación de la National Gallery de Londres y el Retrato de don Juan Bazo de Moreda del Detroit Institute of Arts ilustran con su solemnidad la participación de los grandes museos internacionales en este proyecto. 
Del Metropolitan de Nueva York procede La Virgen niña en éxtasis (1640-1645), una obra de devoción privada que inaugura, según la experta Almudena Ros de Barbero, una serie de imágenes sobre la infancia de María a la que pertenecen otras obras aquí mostradas, como La casa de Nazaret de la colección Villar Mir. O como la delicada Virgen Niña rezando (1660) que, procedente del Hermitage de San Petersburgo, se exhibe en la última sala dedicada al legado de madurez del artista, muy cerca de La Virgen niña dormida, propiedad de la galería Canesso de París. Estas obras finales de Zurbarán, datadas entre 1650 y 1662, muestran una pincelada mucho más suave y formas más dulcificadas que las de sus escultóricas imágenes iniciales. Son también de formato más reducido por tratarse en su mayoría de encargos para la devoción privada de nobles y aristócratas. 
Para el final del recorrido las comisarias reservan la última pintura incorporada al catálogo, Los desposorios místicos de santa Catalina de Alejandría (1660-1662), que reapareció en 2001 en una colección privada suiza. «Es una pintura excepcional y el único cuadro que se le conoce con este motivo. Por suerte, en el inventario que se hizo a la muerte del autor aparecía un lienzo con este tema y estas medidas», contextualiza Borobia. También de reciente atribución son San Francisco rezando en una gruta (c. 1650-1655) del Museo de Arte de San Diego (EEUU) y Cristo crucificado con san Juan, la Magdalena y la Virgen (1655), descubierto por José Milicua en 1998 y que presta la colección Ivor Braka. 
Antes de despedir Zurbarán, una nueva mirada, el visitante puede recrearse en sus naturaleza muertas, género al que dotó de una intensa espiritualidad. El célebre Bodegón con cacharros que cede el Museo Nacional de Arte de Cataluña (MNAC), donde los recipientes tienen todo el protagonismo, Agnus Dei y Carnero con las patas atadas, junto a dos de sus características santas faces, invitan al recogimiento en la sala 5. Allí dialogan con las piezas de su hijo Juan de Zurbarán, fallecido a los 29 años a consecuencia de la epidemia de peste que asoló Sevilla: se reúnen siete de los doce bodegones que pintó y que lo confirman como uno de los mejores representantes del género en la España del siglo XVII. 
Por primera vez, además, el Thyssen dedica toda una sala, la sexta, a los más sobresalientes colaboradores de Zurbarán, como el Maestro de Besançon. En ese homenaje al taller destacan obras como La muerte de san Pedro Nolasco del cordobés Juan Luis Zambrano, que procede de la Catedral de Sevilla y ha sido restaurada por el Thyssen para la muestra; Jacob y el ángel y Santa Teresa guiada por los ángeles, de los hermanos Francisco y Miguel Polanco, obras mayores prestadas por la iglesia del Santo Ángel de Sevilla; o los lienzos San Roque y Santa Lucía de Bernabé de Ayala, uno de los mejores oficiales del obrador de Zurbarán, que cede el Bellas Artes de Sevilla. La inclusión del Ángel músico del pintor de origen flamenco Ignacio de Ríes, hasta ahora inédito, es otra de las sorpresas de esta selección que nunca deja de subrayar, mediante el color albero elegido para las paredes, la importancia que el sur tuvo siempre en la vida y obra del artista, fallecido en Madrid el 27 de agosto de 1664.
Charo Ramos Madrid: Zurbarán, maestro del color y el volumen, Diario de Sevilla, 21 de junio de 2015
http://feeds.feedburner.com/blogspot/aSxe
Zurbarán, maestro del color y el volumen

Zurbarán, maestro del color y el volumen

San Serapio
San Serapio

Las pinturas con las que Francisco de Zurbarán decoró la Cartuja de Jerez, hoy dispersas por el mundo, están consideradas como la mejor serie de su producción junto con la que realizó para el monasterio extremeño de Guadalupe. Los cuatro lienzos del altar mayor jerezano pertenecen ahora al Museo de Grenoble (Francia), aunque hasta el 13 de septiembre el Thyssen-Bornemisza reúne uno de ellos, La adoración de los Magos, con la pareja formada por San Juan Bautista y San Lorenzo que decoraba la parte inferior de la predela y que custodia el Bellas Artes de Cádiz. Estas tres obras maestras marcan el espíritu que alienta Zurbarán, una nueva mirada, la muestra comisariada por Odile Delenda -autora del catálogo razonado del pintor- y Mar Borobia -jefa del departamento de pintura antigua del Thyssen- que reivindica la modernidad y maestría cromática del artista nacido en Fuente de Cantos (Badajoz) en 1598. El colorido resplandeciente de las vestimentas de los reyes magos en el cuadro de Grenoble o la rica tela carmesí de la dalmática de San Lorenzo, con sus bordados en hilo de oro, adquieren aquí un carácter protagonista ante la mirada seducida del visitante contemporáneo. 
La muestra del Thyssen, que incluye 63 lienzos, de los cuales 47 son obras de Zurbarán (incluidas sus más recientes atribuciones, algunas inéditas en España), dedica también una especial atención al obrador del artista, a esos pintores que colaboraron con él en distintas etapas de su carrera, especialmente a partir de su traslado desde Llerena a Sevilla en 1629, donde trabajó para las órdenes religiosas más importantes. 
«Hemos planteado un recorrido cronológico y temático que, a través de siete salas, se detiene especialmente en los grandes encargos que recibió. Entre ellos destacan los que le abrieron las puertas de Sevilla y le permitieron estar en la cima durante 25 años: su primera serie para los dominicos del convento de San Pablo el Real (hoy desaparecido), que tuvo un éxito inmediato y de donde proceden Santo Domingo en Soriano, cedido por la iglesia de la Magdalena de Sevilla, y el expresivo San Ambrosioque presta el Bellas Artes de Sevilla, y los 22 cuadros sobre la vida de san Pedro Nolasco que conforman su segunda serie, para la Merced Calzada, donde aparecen ya plenamente las características de su pintura», explica Mar Borobia. 
Se refiere la comisaria a la sobriedad y sencillez con que interpretaba los tema religiosos, al dibujo firme, los expresivos contraluces y el admirable tratamiento de los objetos cotidianos, sobre todo de las telas y sus volúmenes, que Zurbarán consigue ya en sus años de juventud. Así lo prueba otra de las obras maestras reunidas: el San Serapio que ha cedido el Wadsworth Atheneum Museum of Art. Sólo se había visto una vez en España y hace ya más de 50 años. Está firmado y fechado en 1628 y en él Zurbarán, con la elegancia que le caracteriza, no muestra el atroz suplicio que sufrió el monje (se le arrancaron los intestinos estando vivo antes de cortarle el cuello) sino que cubre su cuerpo torturado con el hábito blanco concentrando en su rostro a punto de expirar toda la tensión del martirio. «San Serapio pudo ser la obra que los mercedarios sevillanos pidieron a Zurbarán como prueba de su capacidad para acometer el complejo encargo de la Merced Calzada», consideran las comisarias. Al lado de San Serapio, dialogando con los pliegues marfileños de su hábito, luce el Fray Pedro de Oña que pertenece a la colección del Ayuntamiento de Sevilla y restauró en 2010 la Fundación Focus-Abengoa, donde se conserva. Cerca también, otra de las piezas recién incorporadas por Odile Delenda al catálogo del autor: Aparición de la virgen a san Pedro Nolasco, fechado entre 1628 y 1630 y donde cuatro ángeles músicos rodean a María en una escena que Zurbarán creó sin que mediara precedente iconográfico alguno. Este cuadro pertenece a la galería Coatalem de París. 
La capacidad de Zurbarán para plasmar con naturalidad la irrupción de lo divino en la vida cotidiana de un santo, según los postulados de la Contrarreforma, descuella en los conjuntos que realizó entre 1630 y 1640, agrupados en las dos siguientes salas. «Es su década prodigiosa, cuando realiza las series de Jerez y Guadalupe, además de numerosos encargos de devoción privada. Incluimos aquí el San Pedro del Museu de Arte Antiga de Lisboa, ejemplo del único apostolado conocido de Zurbarán, y Hércules desvía el curso del río Alfeo, una de las telas que realizó para el Salón de Reinos del palacio del Buen Retiro, el único conjunto de tema mitológico que produjo». Este lienzo lo aporta el Prado, que también cede El martirio de Santiago, recientemente restaurado. 
Dos pequeños pero asombrosos lienzos que por sí solos justifican la visita a esta muestra, y que en su día pertenecieron al colegio de San Alberto de los carmelitas descalzos de Sevilla, llegan por primera vez a Madrid: San Blas y San Francisco de pie contemplando una calaveraSan Blas, con su suntuosa y escultórica capa pluvial y su extrema verticalidad, pertenece hoy al Museo Nacional de Bucarest; el meditabundo San Francisco, cuyos pies descalzos asoman por debajo del hábito, al Museo de San Luis (Misuri, EEUU). «Ambos óleos son de una modernidad asombrosa, con esos planos de color que caen verticales y escuetos, y expresan muy bien el espíritu de esta muestra, que no pretende ser una antológica exhaustiva de Zurbarán sino una puesta al día de su producción», aprecia Borobia. 
La del Thyssen-Bornemisza es la última mirada a Zurbarán tras las recientes antológicas de Ferrara y Bruselas que sellaron el interés europeo por su obra. Una versión de esta muestra podrá verse en octubre en el Museum Kunstpalast de Düsseldorf, que colabora en el proyecto, aunque con diferencias: no dará tanto relieve al obrador del artista pero incluirá otras obras de su catálogo, como por ejemplo la Inmaculada que el Ayuntamiento de Sevilla tiene depositada en la Fundación Focus-Abengoa y cuya restauración ha sufragado el museo alemán a cambio del préstamo temporal. 
Es sorprendente la elevada presencia de obras en manos privadas entre las alrededor de 300 en que Odile Delenda ha fijado el corpus zurbaranesco. «Es cierto que salió de España mucha pintura de Zurbarán por el expolio napoleónico y la Desamortización. Por eso en esta muestra hemos querido recalcar que muchos coleccionistas privados españoles han ido a buscar fuera esas piezas para recuperarlas para el patrimonio». Así ocurre, continúa Borobia, con La familia de la Virgen, una de las joyas de la Colección Abelló, que se exhibió recientemente en el Convento de Santa Clara de Sevilla. Arango, dueño del impresionante retrato de P. Bustos de Lara (que hace pareja al inicio de la sala 4 con el de Gonzalo Bustos de Lara de la colección de Patricia Phelps de Cisneros), Villar Mir, Pedro Masaveu… son otros ejemplos de ese coleccionismo privado español interesado por Zurbarán. 
El encanto y refinamiento que el extremeño logra entre 1628 y 1650, cuando deja su singular legado de las Santas -de las que aquí hay cinco espléndidas muestras, incluida la Santa Águedadel Museo Fabre de Montpellier y la Santa Apolonia que el Louvre presta en contadas ocasiones-, brinda a las comisarias la posibilidad de encadenar varias obras capitales, entre ellas algunas de reciente atribución. Es el caso de La huida a Egipto (1630-1635) del Seattle Art Museum, aparecida en Bélgica hace 30 años pero que Odile Delenda cree que estuvo en Perú en el siglo XVIII. San Francisco en meditación de la National Gallery de Londres y el Retrato de don Juan Bazo de Moreda del Detroit Institute of Arts ilustran con su solemnidad la participación de los grandes museos internacionales en este proyecto. 
Del Metropolitan de Nueva York procede La Virgen niña en éxtasis (1640-1645), una obra de devoción privada que inaugura, según la experta Almudena Ros de Barbero, una serie de imágenes sobre la infancia de María a la que pertenecen otras obras aquí mostradas, como La casa de Nazaret de la colección Villar Mir. O como la delicada Virgen Niña rezando (1660) que, procedente del Hermitage de San Petersburgo, se exhibe en la última sala dedicada al legado de madurez del artista, muy cerca de La Virgen niña dormida, propiedad de la galería Canesso de París. Estas obras finales de Zurbarán, datadas entre 1650 y 1662, muestran una pincelada mucho más suave y formas más dulcificadas que las de sus escultóricas imágenes iniciales. Son también de formato más reducido por tratarse en su mayoría de encargos para la devoción privada de nobles y aristócratas. 
Para el final del recorrido las comisarias reservan la última pintura incorporada al catálogo, Los desposorios místicos de santa Catalina de Alejandría (1660-1662), que reapareció en 2001 en una colección privada suiza. «Es una pintura excepcional y el único cuadro que se le conoce con este motivo. Por suerte, en el inventario que se hizo a la muerte del autor aparecía un lienzo con este tema y estas medidas», contextualiza Borobia. También de reciente atribución son San Francisco rezando en una gruta (c. 1650-1655) del Museo de Arte de San Diego (EEUU) y Cristo crucificado con san Juan, la Magdalena y la Virgen (1655), descubierto por José Milicua en 1998 y que presta la colección Ivor Braka. 
Antes de despedir Zurbarán, una nueva mirada, el visitante puede recrearse en sus naturaleza muertas, género al que dotó de una intensa espiritualidad. El célebre Bodegón con cacharros que cede el Museo Nacional de Arte de Cataluña (MNAC), donde los recipientes tienen todo el protagonismo, Agnus Dei y Carnero con las patas atadas, junto a dos de sus características santas faces, invitan al recogimiento en la sala 5. Allí dialogan con las piezas de su hijo Juan de Zurbarán, fallecido a los 29 años a consecuencia de la epidemia de peste que asoló Sevilla: se reúnen siete de los doce bodegones que pintó y que lo confirman como uno de los mejores representantes del género en la España del siglo XVII. 
Por primera vez, además, el Thyssen dedica toda una sala, la sexta, a los más sobresalientes colaboradores de Zurbarán, como el Maestro de Besançon. En ese homenaje al taller destacan obras como La muerte de san Pedro Nolasco del cordobés Juan Luis Zambrano, que procede de la Catedral de Sevilla y ha sido restaurada por el Thyssen para la muestra; Jacob y el ángel y Santa Teresa guiada por los ángeles, de los hermanos Francisco y Miguel Polanco, obras mayores prestadas por la iglesia del Santo Ángel de Sevilla; o los lienzos San Roque y Santa Lucía de Bernabé de Ayala, uno de los mejores oficiales del obrador de Zurbarán, que cede el Bellas Artes de Sevilla. La inclusión del Ángel músico del pintor de origen flamenco Ignacio de Ríes, hasta ahora inédito, es otra de las sorpresas de esta selección que nunca deja de subrayar, mediante el color albero elegido para las paredes, la importancia que el sur tuvo siempre en la vida y obra del artista, fallecido en Madrid el 27 de agosto de 1664.
Charo Ramos Madrid: Zurbarán, maestro del color y el volumen, Diario de Sevilla, 21 de junio de 2015
http://feeds.feedburner.com/blogspot/aSxe
La mirada cautivadora y minuciosa de Zurbarán

La mirada cautivadora y minuciosa de Zurbarán

Murió a manos de los piratas sarracenos, seguramente después de ser torturado, pero no hay rastro de sangre ni vestigios del horror en su hábito blanco, deslumbrante sobre el fondo negro. Tampoco hay tormento en la expresión de su rostro, sino más bien abandono ante la inminencia de la muerte. Es Serapio, el nombre de un santo fallecido en 1240 y el título de un cuadro cuya visión podría ilustrar una definición de obra maestra. Lo pintó en 1628, durante su etapa más tenebrista, Francisco de Zurbarán. Y al contemplarlo, cobra todo su sentido eso del virtuosismo técnico y de la profundidad de la mirada del creador, expresiones que, por repetidas en el mundo del arte y en artículos de prensa, suelen perder su fuerza.
Detalle del óleo 'San Serapio pintado en 1628 por Zurbarán, que forma parte de la exposición del Museo Thyssen-Bornemisza. / JAIME VILLANUEVA (EL PAÍS)
Detalle del óleo ‘San Serapio pintado en 1628 por Zurbarán, que forma parte de la exposición del Museo
Thyssen-Bornemisza. / JAIME VILLANUEVA (EL PAÍS)
Hacía más de 50 años que esta obra maestra de la etapa de juventud de Zurbarán (Fuente de Cantos, 1598-Madrid, 1664) no se veía en España (se exhibió en el Museo del Prado). Pertenece a la colección del Wadsworth Atheneum Museum of Art, de la ciudad estadounidense de Hartford, y ahora forma parte del conjunto de 63 cuadros, la mayoría de gran formato, que componen la exposiciónZurbarán: una nueva mirada, que se abre al público el próximo 9 de junio en el Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid.
San Francisco de pie contemplando una calavera / JAIME VILLANUEVA (EL PAÍS)
San Francisco de pie contemplando una calavera /
JAIME VILLANUEVA (EL PAÍS)
San Serapio es un cuadro icónico de Zurbarán, una pieza excepcional, y muy delicada, que nos ha costado mucho traer”, resaltaba ayer Mara Borobia, comisaria de la muestra, junto a Odile Delenda, autora del catálogo razonado que ha relanzado el interés en el extranjero por este pintor del Siglo de Oro, cuya fama tal vez quedó un tanto oscurecida por el brillo que desprendía su coetáneo, Diego Velázquez.
La última gran exposición dedicada a Zurbarán en España se celebró en 1998 en Sevilla, ciudad en la que fue pintor oficial. La exposición del Thyssen incorpora obras nunca vista en España. Todo ello permite arrojar otra mirada sobre una obra que “llama la atención por la parte escultórica de sus cuadros”, por sus espectaculares formas volumétricas, y por la manera “de contar cada detalle, con tanta precisión: incluso un alfiler tiene su sombrita”, explica la comisaria, mientras señala el reflejo minúsculo de una fruta sobre el borde del plato en uno de los óleos de la exposición, abierta hasta el 13 de septiembre.
Las pinturas de Zurbarán “tienes que verlas desde cerca, mientras que las de Velázquez, hay que apreciarlas “desde lejos, reconstruirlas con el ojo”, sostiene Delenda. “Bueno, en algún caso, como el cuadro de El carnero de Zurbarán, tienes que verlo también de lejos para percibir el polvo y las calvas de la lana del carnero viejo”, interviene la otra comisaria a propósito de otra de las obras más conocidas presentes en la muestra.
Llama también la atención la inclusión de siete bodegones elaborados por un hijo de Zurbarán, Juan. “Hubiera sido un pintor inmenso. No hay más que ver sus bodegones. Colaboró muy joven con su padre y seguro que le ayudó en otras de sus pinturas. Pero murió a los 30 años por culpa de la peste y su carrera se truncó”, apunta Borobia.

La exposición plantea un recorrido cronológico y diferencia en una sala las obras pintadas por el obrador del artista, como era habitual en la época, del resto. La muestra no discute el tópico de Zurbarán, como “el pintor de santos”, aunque, en realidad, lo que hacía este artista excepcional era “transformar lo cotidiano en religioso”, en palabras de su estudiosa Odelie Delenda.

Ferrán Bono, Madrid: La mirada cautivadora y minuciosa de Zurbarán, EL PAÍS, 5 de junio de 2015
http://feeds.feedburner.com/blogspot/aSxe
La mirada cautivadora y minuciosa de Zurbarán

La mirada cautivadora y minuciosa de Zurbarán

Murió a manos de los piratas sarracenos, seguramente después de ser torturado, pero no hay rastro de sangre ni vestigios del horror en su hábito blanco, deslumbrante sobre el fondo negro. Tampoco hay tormento en la expresión de su rostro, sino más bien abandono ante la inminencia de la muerte. Es Serapio, el nombre de un santo fallecido en 1240 y el título de un cuadro cuya visión podría ilustrar una definición de obra maestra. Lo pintó en 1628, durante su etapa más tenebrista, Francisco de Zurbarán. Y al contemplarlo, cobra todo su sentido eso del virtuosismo técnico y de la profundidad de la mirada del creador, expresiones que, por repetidas en el mundo del arte y en artículos de prensa, suelen perder su fuerza.
Detalle del óleo 'San Serapio pintado en 1628 por Zurbarán, que forma parte de la exposición del Museo Thyssen-Bornemisza. / JAIME VILLANUEVA (EL PAÍS)
Detalle del óleo ‘San Serapio pintado en 1628 por Zurbarán, que forma parte de la exposición del Museo
Thyssen-Bornemisza. / JAIME VILLANUEVA (EL PAÍS)
Hacía más de 50 años que esta obra maestra de la etapa de juventud de Zurbarán (Fuente de Cantos, 1598-Madrid, 1664) no se veía en España (se exhibió en el Museo del Prado). Pertenece a la colección del Wadsworth Atheneum Museum of Art, de la ciudad estadounidense de Hartford, y ahora forma parte del conjunto de 63 cuadros, la mayoría de gran formato, que componen la exposiciónZurbarán: una nueva mirada, que se abre al público el próximo 9 de junio en el Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid.
San Francisco de pie contemplando una calavera / JAIME VILLANUEVA (EL PAÍS)
San Francisco de pie contemplando una calavera /
JAIME VILLANUEVA (EL PAÍS)
San Serapio es un cuadro icónico de Zurbarán, una pieza excepcional, y muy delicada, que nos ha costado mucho traer”, resaltaba ayer Mara Borobia, comisaria de la muestra, junto a Odile Delenda, autora del catálogo razonado que ha relanzado el interés en el extranjero por este pintor del Siglo de Oro, cuya fama tal vez quedó un tanto oscurecida por el brillo que desprendía su coetáneo, Diego Velázquez.
La última gran exposición dedicada a Zurbarán en España se celebró en 1998 en Sevilla, ciudad en la que fue pintor oficial. La exposición del Thyssen incorpora obras nunca vista en España. Todo ello permite arrojar otra mirada sobre una obra que “llama la atención por la parte escultórica de sus cuadros”, por sus espectaculares formas volumétricas, y por la manera “de contar cada detalle, con tanta precisión: incluso un alfiler tiene su sombrita”, explica la comisaria, mientras señala el reflejo minúsculo de una fruta sobre el borde del plato en uno de los óleos de la exposición, abierta hasta el 13 de septiembre.
Las pinturas de Zurbarán “tienes que verlas desde cerca, mientras que las de Velázquez, hay que apreciarlas “desde lejos, reconstruirlas con el ojo”, sostiene Delenda. “Bueno, en algún caso, como el cuadro de El carnero de Zurbarán, tienes que verlo también de lejos para percibir el polvo y las calvas de la lana del carnero viejo”, interviene la otra comisaria a propósito de otra de las obras más conocidas presentes en la muestra.
Llama también la atención la inclusión de siete bodegones elaborados por un hijo de Zurbarán, Juan. “Hubiera sido un pintor inmenso. No hay más que ver sus bodegones. Colaboró muy joven con su padre y seguro que le ayudó en otras de sus pinturas. Pero murió a los 30 años por culpa de la peste y su carrera se truncó”, apunta Borobia.

La exposición plantea un recorrido cronológico y diferencia en una sala las obras pintadas por el obrador del artista, como era habitual en la época, del resto. La muestra no discute el tópico de Zurbarán, como “el pintor de santos”, aunque, en realidad, lo que hacía este artista excepcional era “transformar lo cotidiano en religioso”, en palabras de su estudiosa Odelie Delenda.

Ferrán Bono, Madrid: La mirada cautivadora y minuciosa de Zurbarán, EL PAÍS, 5 de junio de 2015
http://feeds.feedburner.com/blogspot/aSxe
El salvador de los ‘zurbarán

El salvador de los ‘zurbarán

Jonathan Ruffer.-Jonathan Ruffer, que frenó la subasta de la serie ‘Los hijos de Jacob’, quiere que estén en un nuevo museo

Algo así solo pasa en los cuentos de hadas. O en las películas de Ingmar Bergman (recordemos El rostro). La llegada de un emisario, un salvador, para rescatar del fracaso en el último momento a los protagonistas de la historia. En este caso, los protagonistas de la historia son 12 cuadros del artista español Francisco de Zurbarán (Fuente de Cantos, Badajoz, 1598-Madrid, 1664), la serie Los hijos de Jacob, pintados en torno a 1640. El peligro que se cernía sobre ellos era una subasta pública para venderlos al mejor postor, y despojar al castillo de Auckland, sede episcopal anglicana de Durham (noreste de Inglaterra), de unas joyas que atesora desde mediados del siglo XVIII. Y el salvador es Jonathan Ruffer, el hombre que ha extendido un cheque de 18 millones a la Iglesia de Inglaterra, dueña de los cuadros, para frenar la operación, con la idea de que Los hijos de Jacob sean el germen de un nuevo museo.

El cheque de Ruffer, entregado inicialmente a un patronato que velará por la aplicación escrupulosa del acuerdo, servirá también para revitalizar la zona, al convertir al castillo de Auckland en una atracción turístico-artística. «El castillo es un edifico de talla mundial, con estilos arquitectónicos que van del año 1100 al 1800. Hasta 1830 los obispos era príncipes-obispos, y Auckland fue sede del enclave más poderoso entre Escocia

Simeón II, de Zurbarán.-

e Inglaterra. Tengo la esperanza de que se convierta en un centro artístico, en el que se exhiban pinturas de la National Gallery, además de los zurbarán», explica el multimillonario en un correo electrónico.

Ruffer, de 59 años, dueño de una firma que se ocupa de inversiones de alto riesgo, conocido en la City de Londres por su gran olfato, se crió en Stokesley, un pueblecito de Yorkshire, y quiere restituir al norte de Inglaterra, empobrecido y olvidado, algo de su pasado esplendor por la vía del resurgir turístico. Una intención que le honra porque, además, es un apasionado de Zurbarán. «Soy coleccionista de arte religioso del siglo XVII. Tengo un ribera, y una copia de Zurbarán hecha por Gainsborough, algo bastante excepcional porque Zurbarán no era conocido en este país en el siglo XVIII», comenta.

El nuevo filántropo valora también la historia que rodea a estos lienzos. Llegados a Inglaterra de manera poco clara (hay quien aventura que fueron robados por piratas del barco que los transportaba a América), fueron adquiridos, en 1756, por el entonces obispo de Durham, Richard Trevor. El titular de la sede anglicana pagó 124 libras por los 12 cuadros (el 13º se perdió y tuvo que ser sustituido por una copia) propiedad de un rico comerciante judío, James Méndez, que se subastaron a su muerte. Trevor era un abanderado de la causa judía, que aplaudió la nueva legislación (Jewish Emancipation Bill) destinada a otorgar una ciudadanía plena a los hebreos. Las revueltas populares obligaron a retirar la ley. Y él optó por colgar los cuadros en la sala principal de su residencia.

«Los cuadros son un poderoso símbolo de unidad», dice Ruffer. «El noreste de Inglaterra está padeciendo una grave crisis económica, y el regalo de los zurbarán -y la apertura del castillo de Auckland- puede servir para elevar la moral». Hay además razones de índole privada en su gesto. Su mujer, la doctora Jane Sequeira, es descendiente de Isaac Henriques Sequeira, «un judío sefardí de Portugal que fue el beneficiario (y la víctima) de la Ley de Emancipación Judía, cuyo retrato, pintado por Gainsborough, se exhibe en el Prado», señala el magnate.

¿Servirá la filantropía de Ruffer para lavar la mala imagen de los especuladores financieros de la City? «No soy quien para decirlo», responde, «pero sería maravilloso que sirviera para animar a personas del mundo financiero a pensar de una forma más imaginativa».

Lola Galán, Madrid: El salvador de los ‘zurbarán’, EL PAÍS, 24 de abril de 2011
Zurbarán, ‘el anglicano’

Zurbarán, ‘el anglicano’

La Iglesia de Inglaterra planea vender 12 obras del pintor español, consideradas un símbolo moral de la institución

Reproducción de Aser VIIII, de Francisco de Zurbarán.-En el silencio de las galerías del castillo de Auckland, sede episcopal de Durham, en el noreste de Inglaterra, se cuece una polémica que viene de antiguo, y dejaría perplejos a algunos de sus protagonistas, si no llevaran muertos más de 300 años. Una polémica que enfrenta a la comunidad anglicana por el futuro de la serie de pinturas Las doce tribus de Israel. Jacob y sus hijos, del español Francisco de Zurbarán (Fuente de Cantos, Badajoz, 1598-Madrid 1664), que decoran una de las salas del castillo desde mediados del siglo XVIII.

Se trata de 12 lienzos (el decimotercero es una copia) que los administradores anglicanos quieren vender en subasta pública, convencidos de que obtendrán unos 18 millones de euros por el lote. La idea de deshacerse de los cuadros, que se remonta a 2001 y que se materializará este verano, ha provocado una oleada de protestas. Anglicanos tan influyentes como el director del Museo Británico, Neil MacGregor, o el ex obispo de Durham, Tom Wright, han hablado públicamente en contra de la venta de unas pinturas que consideran símbolo de las virtudes anglicanas. ¿Zurbarán, el pintor de la Contrarreforma, el retratista de monjes y santos, convertido en paladín de las virtudes de una iglesia reformada? Sí, argumenta el ex obispo Tom Wright, por las razones que llevaron a la compra de la serie. Fue el obispo de Durham, Richard Trevor, el que la adquirió por 124 libras al morir su dueño, un riquísimo comerciante judío llamado James Méndez, en 1756. «Trevor fue un defensor de los derechos civiles de los judíos en Inglaterra, contra los sentimientos fuertemente antisemitas del pueblo», cuenta Wright por correo electrónico. «Colgó las pinturas en el Long Dining Room, en el castillo de Auckland, para dejar constancia ante sus muchos invitados de que los judíos eran una comunidad valiosa y con un lugar importante en la sociedad británica».

Eran tiempos difíciles para los judíos en Inglaterra y los esfuerzos de los legisladores por darles acceso a una ciudadanía plena tropezó con la oposición frontal del pueblo. El gesto del obispo anglicano ha pasado a la historia como un símbolo de tolerancia. Neil MacGregor, antiguo director de la National Gallery de Londres, que exhibió por primera vez la serie de Los hijos de Jacob en 1994 (al año siguiente la muestra llegó al Museo del Prado), defiende el valor moral de estas obras. «No hay pinturas, en mi opinión, que hablen de una manera tan poderosa del compromiso de la Iglesia de Inglaterra con la sociedad», declaró la semana pasada al diario The Times.

Pero no era la sede episcopal de Durham el destino inicial de los cuadros. Zurbarán pintó la serie en torno a 1640 y su destino era América. Muchos estudiosos del artista barroco creen que el barco que transportaba los cuadros fue atacado por piratas ingleses que se hicieron con ellos y los vendieron luego al mejor postor. Enrique Valdivieso, catedrático de Historia del Arte de la Universidad de Sevilla, ciudad en la que se formó Zurbarán, ve plausible la hipótesis puesta en circulación hace décadas por el estudioso César Pemán. Eso explicaría la presencia de estos zurbarán en Inglaterra, «país con el que en el siglo XVIII no había comercio artístico», dice. En la web del castillo de Auckland se informa de que los cuadros «presumiblemente» pasaron por Sudamérica, «antes de llegar a Inglaterra».

Para Valdivieso, no son de lo mejor en la extensa producción del artista. «Están realizados con gran participación del obrador del pintor. Se percibe en ellos el trazo de alguno de sus discípulos. Entonces trabajaban casi en serie. Y del obrador de Zurbarán, que además tenía fábrica y tienda propia, salían centenares de cuadros», explica. Otro experto, Benito Navarrete Prieto, profesor de Historia del Arte de la Universidad de Alcalá de Henares, considera en un extenso artículo incluido en el catálogo de la exposición que se vio en el Prado, en 1995, que son cuadros de la máxima calidad, solo comparables a los que pintara Zurbarán para la Cartuja de Jerez, en 1639, hoy en el Museo de Grenoble.

Las obras de este pintor barroco están de moda. Su Santa Dorotea con un cesto de manzanas y rosas, fechado en 1648, se vendió el año pasado por tres millones de euros, en una subasta en Nueva York. Más de un responsable financiero de la Iglesia de Inglaterra habrá tomado buena nota. Para el ex obispo Wright, lo grave es, precisamente, el peso que parecen tener en la iglesia anglicana los responsables económicos. «Creen que pueden dirigir la política de la iglesia, cuando esta debería ser la tarea de los obispos. Además, cuentan con muchos bienes financieros y, aunque está claro que hasta el último céntimo es importante, lo que puedan conseguir con la venta de esos cuadros es poca cosa en relación con los presupuestos que manejan». Wright se refiere a los llamados Church Commissioners, un organismo integrado por 33 personalidades religiosas y laicas que maneja las propiedades y acciones de la Iglesia de Inglaterra, que ascienden a 4.800 millones de libras (5.684 millones de euros) según datos oficiales.

«El dinero de la venta de los cuadros, una vez invertido, podría sufragar los gastos de hasta 10 parroquias anualmente», explica un portavoz de la institución. Quien alega, además, que los cuadros de Zurbarán, «no forman parte del patrimonio ni de la nación ni de la Iglesia de Inglaterra». Su tarea como administradores, recalca la misma fuente, es cuidar los bienes históricos y, «optimizar los beneficios que de ellos proceden para la iglesia hoy».

Aunque la decisión final está en manos del sínodo de obispos que se reúne este mes en Londres, todo apunta a que la serie bíblica de Zurbarán, tan estimada, saldrá a subasta este verano. Y ahí terminará la aventura anglicana del pintor.

Lola Galán, Madrid: Zurbarán, ‘el anglicano’, EL PAÍS, 6 de febrero de 2011
Altamira se reabrirá al público con restricciones después de ocho años

Altamira se reabrirá al público con restricciones después de ocho años

Altamira permanece cerrada desde 2002. El Patronato de Altamira ha acordado el 8 de junio de 2010 por unanimidad que la cueva prehistórica, que permanece cerrada al público desde septiembre de 2002, pueda ser visitada de nuevo «con todos los requisitos y garantías para mantener este bien excepcional».

140 años de la ‘Capilla Sixtina’ de la pintura rupestre

1868: El aparcero Modesto Cubillas descubre la existencia de una cueva en las cercanías de Santillana del Mar y se lo comunica al naturalista Marcelino Sanz de Sautuola.
1879: Sanz de Sautuola realiza un primer sondeo en la cueva y recupera objetos de sílex, azagayas, agujas, conchas y restos de fauna. En una de sus visitas a la cueva, su hija se queda mirando a un techo y exclama: «¡Papá, bueyes!». Por primera vez, se descubre un testimonio de arte rupestre paleolítico.
1880: Sanz de Sautuola publica el primer trabajo en el que habla de Altamira: «Breves apuntes sobre algunos objetos prehistóricos de la Provincia de Santander». En él afirma que las pinturas de la cueva pertenecen «sin ningún genero de dudas» al período Paleolíico. Sin embargo, los científicos de la época le dan la espalda e, incluso, le acusan de farsante.
1888: El 2 de junio fallece Marcelino Sanz de Sautuola.
1902: Tras el descubrimiento en Francia de otras muestras artísticas del Paleolítico, uno de los investigadores más famosos de la época, el francés Emile Cartailhac, publica el artículo «La grotte d’Altamira, Espagne. Mea culpa d’un sceptique», en el que reconoce públicamente su error al despreciar el hallazgo de Sanz de Sautuola.
1904-1905: Excavaciones de Hermilio Alcalde del Río.
1917: Altamira se abre a las visitas.
1924-1925: Excavaciones de Hugo Obermaier.
1924: Altamira es declarada Monumento Nacional y se convierte en uno de los lugares más visitados de España.
1969: Tras haber acondicionado la cueva para las visitas, se levanta un muro entre la sala de los bisontes y el vestíbulo, que cambia las condiciones en el interior de la gruta.
1970: Se alerta del paulatino deterioro de las pinturas rupestres como consecuencia de la transformación de su microclima.
1977: El 1 de octubre, Altamira se cierra por primera vez al público, después de décadas de visitas continuadas. Hasta esa fecha, habían entrado en Altamira hasta 4.000 personas diarias.
1979: El Ministerio de Cultura asume la gestión de Altamira. – 1980-1981: Excavaciones de Joaquín González Echegaray y Leslie Gordon Freeman, las últimas que se realizan en la cueva.
1982: Altamira se reabre al público, con un cupo limitado de visitantes: de 10 a 40 diarios, según la época del año.
1985: Altamira es declarada Patrimonio de la Humanidad.
2001: El 17 de julio, los Reyes de España inauguran el nuevo Museo de Altamira y la Réplica de la sala de los bisontes. –
2002: En septiembre se suspenden las visitas a Altamira, tras detectarse en su interior microorganismos que estaban deteriorando sus pinturas. El CSIC inicia un estudio sobre su conservación.
2010: 8 de junio, se constituye el nuevo Patronato de Altamira, que decide reabrir la cueva al público, con restricciones.

Así lo han anunciado la ministra de Cultura, Ángeles Gonzálz-Sinde, y el presidente de Cantabria, Miguel Ángel Revilla, tras la reunión del nuevo patronato del Museo de Altamira, que ha aprobado también la constitución de un grupo de trabajo que decida cuántos visitantes puede acoger Altamira. Ese grupo de trabajo, que se reunirá por primera vez el 11 de junio, estará constituido por representantes de todas las instituciones y expertos que componen el Patronato de Altamira y tendrá como objetivo fijar un régimen de visitas para final de año.
Desde 2002 todo aquel que quería contemplar su famoso techo de los bisontes tenía que conformarse con admirar la réplica inaugurada en 2001. Esa réplica reproduce al milímetro, grieta a grieta y trazo a trazo, las pinturas con las que un grupo de cazadores decoró hace 14.000 años la sala principal de la cueva, pero eran muchos los que echaban de menos vivir la emoción de una visita al original. Tanto González Sinde como Revilla han resaltado la «unanimidad» y el «máximo interés» del Patronato de Altamira por que la cueva y sus famosos bisontes sean accesibles al público, pero manteniendo los límites de conservación exigidos para unas pinturas de más de 14.000 años de antigüedad.

El grupo de trabajo, que se encargará de fijar esos parámetros de conservación, estará integrado por los miembros de la Comisión Permanente del Patronato, presidida por directora general de Bellas Artes, María Ángeles Albert, y varios vocales, en representación de todas las instituciones y expertos. Con la colaboración del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), que ha estudiado el estado de conservación de las pinturas durante los últimos ocho años y que se opone a la reapertura de la cueva, establecerá unos límites de visitas que serán revisados periódicamente para garantizar «siempre esa conservación integral de la cueva y su contenido», ha explicado la ministra de Cultura.

«La voluntad del Patronato es que, con todos los controles que sean necesarios, haya una accesibilidad, aunque sea mínima, a la cueva», ha subrayado el presidente de Cantabria. Según ha apuntado González-Sinde, el Patronato ha pedido que el grupo que se creará esta misma semana trabaje con «la mayor celeridad posible» y cuando concluya su informe será necesario instalar unos monitores que medirán las condiciones ambientales necesarias «para que la cueva se preserve y no sea objeto de degradación».

Serán, por tanto, los expertos quienes fijen «los plazos y el calendario ideal», pero la voluntad unánime del Patronato, ha insistido, es que el patrimonio de Altamira, además de ser conservado y estudiado por los científicos, sea accesible. La ministra ha confesado que no conoce la cueva original, aunque ha visitado en varias ocasiones la réplica que fue inaugurada en 2001 y que desde entonces ha recibido a 2,5 millones de visitantes. «La visitaré cuando pueda hacerlo el resto de los ciudadanos», ha añadido González-Sinde, quien cree que el Museo Nacional de Altamira es «un ejemplo de gestión». El presidente de Cantabria espera que el primer visitante de la cueva sea el presidente de EEUU, Barak Obama, al que va invitar personalmente. «Ya tengo redactada la carta. Y en inglés», ha dicho. En la reunión de hoy se ha constituido formalmente el nuevo Patronato de Altamira, en el que se refuerza la presencia de institciones y expertos en Arqueología, Historia del Arte y Museología.

EFE Santillana del Mar (Cantabria): Altamira se reabrirá al público con restricciones después de ocho años, 8 de junio de 2010

Descripción general de privacidad

Este sitio web utiliza cookies para que podamos brindarle la mejor experiencia de usuario posible. La información de las cookies se almacena en su navegador y realiza funciones como reconocerlo cuando regresa a nuestro sitio web y ayudar a nuestro equipo a comprender qué secciones del sitio web le resultan más interesantes y útiles.