El juicio de Osiris

Ha bastado que se avizorara su caída para que afloraran contra él las críticas y acusaciones. Y se olvidaran los aspectos positivos de su gestión: el icono popular del egiptólogo ya no es Howard Carter sino Zahi Hawass (y su sombrero). Haber cambiado el paradigma de la egiptología, convertirla en algo egipcio, de los egipcios, es un logro monumental y era de justicia hacerlo. Hawass también ha elevado las cotas de popularidad e interés público de la egiptología (usando a veces medios espurios) a alturas estratosféricas. Creó una red de museos. Luchó por erradicar algunas falsedades y derrotó en arduo combate a los que, como los piramidiotas, querían mistificar el pasado egipcio de Egipto. Deja muchas aventuras pendientes: hallar las tumbas de Cleopatra y Nefertiti, dilucidar los pasadizos de la Gran Pirámide…
Es muy probable que Hawass participara en la corrupción general: el caso de la irregular concesión de la nueva tienda de recuerdos del Museo Egipcio, aireada por el propio Gobierno, así parece indicarlo, al igual que denuncias (aún por probar) de tráfico de antigüedades. Manejaba las antigüedades egipcias como si fueran un patrimonio propio por la dudosa vía de identificarse él con Egipto. Cualquier proyecto, hallazgo, documental y éxito eran suyos. Laminó al viejo Otto Schaden y le arrebató la notoriedad del hallazgo y estudio de la tumba KV63. Hatshepsut, Tutankamón (cuya muerte y parentescos trató de esclarecer) o las mil momias doradas de Bahariya eran peldaños de su ascenso a la fama mundial. Impuso una ley del silencio sobre excavaciones y yacimientos: nadie podía abrir la boca sin permiso expreso del gran rais.
Parece abocado a ser una cabeza de turco del régimen caído. Es un blanco fácil: aunque tuviera buenos contactos internacionales y fuera un próximo untuosamente servil de los Mubarak, su poder real, político, era nulo y eso lo ha hecho especialmente vulnerable: un coloso ramésida con los pies de barro. Los que le reían las gracias desde fuera, excepto tal vez un puñado de sinceros amigos, le van a dar la espalda. Y muchos Gobiernos, museos y coleccionistas, a los que inquietó con sus reclamaciones, se felicitarán de su caída.