Etiquetado: Picasso

Picasso, cotidiano y espontáneo

Picasso, cotidiano y espontáneo

Pablo Picasso fue un genio en todos lo sentidos. No le bastó con ser el artista más influyente del siglo XX, sino que entendió perfectamente el poder que tenía su imagen y supo explotarlo. Siempre le interesó la fotografía, incluso experimentó con ella. Pero como todo buen voyeur y egocéntrico que se precie (él era ambas cosas, y elevadas a la máxima potencia), sabía lo importante que era rendir culto a la personalidad de un gran artista. Y eso lo hizo como nadie. Había que adorar al dios Picasso. Y para adorarlo había que tener imágenes suyas.

Picasso junto al célebre fotógrafo Edward Steichen en la sala de esculturas de Notre Dame-de-Vie. 1964. Notre-Dame-de-Vie (Mougins, Francia). ROBERTO OTERO

Hasta el 10 de junio puede verse en el Museo Picasso de Málaga la exposición «Conmigo, yo mismo, yo», que reúne retratos picassianos de 34 fotógrafos, que inmortalizaron a Picasso, entre ellos maestros como Brassaï, Richard Avedon, Robert Doisneau, Henri Cartier-Bresson, Lee Miller, Man Ray, Dora Maar, Cecil Beaton Robert Capa o Inge Morath. Muchos de ellos se centraron en su fiera e intimidadora mirada (la famosa mirada de Picasso, que muy pocos podían aguantar), en el personaje histriónico que había tras el artista… Le gustaba posar, sabía hacerlo.

Álbum familiar

Pero hubo fotógrafos a los que les interesó otra de las muchas caras del poliédrico Pablo Picasso: la más íntima y cercana. Quisieron fotografiar al Picasso más espontáneo, en su cotidianidad, como si esas instantáneas estuviesen destinadas más a un álbum familiar que a un libro o una exposición. Es el caso que nos ocupa. Roberto Otero era un fotógrafo (también escritor, periodista, documentalista cinematográfico) nacido en Argentina en 1931 y fallecido en Palma de Mallorca en 2004, cuya relación con Picasso llegó de la mano del crítico de arte Ricardo Baeza y del escritor José Bergamín, pero muy especialmente porque estuvo casado con Aitana, la hija de Rafael Alberti. Si la relación de Picasso con muchos fotógrafos fue ocasional, con otros estableció una relación más fecunda. Fue el caso de Brassaï, Edward Quinn, David Douglas Duncan y el propio Otero.

Durante los últimos años de la vida de Picasso, fundamentalmente entre 1961 y 1970, Otero tomó cientos de fotografías del artista malagueño. En 2005, un año después de su muerte, el Museo Picasso de Málaga adquirió su fondo fotográfico, compuesto por más de 1.500 imágenes, entre negativos, diapositivas, copias en papel, además de correspondencia personal, cuadernos y documentos.

Su vida en el sur de Francia

Una selección de 64 fotografías de este legado conforman «Picasso visto por Otero», un libro que publica La Fábrica Editorial junto con el Museo Picasso de Málaga (en edición bilingüe español-inglés), y que rescata este importante testimonio fotográfico de los últimos años de vida de Picasso en el sur de Francia. Hay imágenes en su residencia de Notre-Dame-de-Vie (Mougins), en su taller de Vallauris donde hacía sus cerámicas; en La Californie (la casa en Cannes que compartió con su última esposa, Jacqueline), en el castillo de Vauvenargues, donde está enterrado…

La selección de imágenes de este «Álbum Picasso» y los textos que las acompañan corren a cargo del crítico y comisario artístico Alberto Martín. El director del Museo Picasso de Málaga, José Lebrero, firma el prólogo introductorio. Para este último, «poner en valor el fondo fotográfico Roberto Otero mediante la publicación de este volumen, tiene como uno de sus objetivos subrayar la importancia que el archivo fotográfico puede adquirir como herramienta para conocer mejor un medio, su circunstancia y su protagonista».

Explica Alberto Martín que son varias las circunstancias que dotan de excepcionalidad a las fotografías de Otero: la extensión y amplitud del fondo, su acceso casi familiar al entorno de Picasso, su calidad como fotógrafo, el hecho de que se hicieran en una etapa en la que disminuyeron los testimonios gráficos picassianos… Pero, sobre todo, «la proximidad cómplice; el ritmo lento, cotidiano, íntimo… Se acercan a un álbum familiar. La mayor parte de sus imágenes no son posados, dispara con la intención de captar ese gesto espontáneo. Estas imágenes aportan una atmósfera de cotidianidad, espontaneidad y frescura relativamente inéditas».

Natividad Pulido, Madrid: Picasso, cotidiano y espontáneo, ABC, 27 de abril de 2012

Picasso valorado en 30 millones de dólares se subastará en Nueva York

Picasso valorado en 30 millones de dólares se subastará en Nueva York

«Mujer sentada en una butaca», que Pablo Picasso hizo de su musa y amante Dora Maar valorado en 30 millones de dólares (22,6 millones de euros), será una de las piezas centrales de una subasta de arte impresionista y moderno de Sotheby’s en Nueva York, el próximo 2 de mayo. El retrato forma parte de una colección de 17 obras de arte que pertenecieron al financiero y filántropo estadounidense Theodore Forstmann, quien «tenía pasión por los cuadros de fuertes tendencias expresionistas, como las que se aprecian en los poderosos lienzos de Picasso o Soutine«, según Stephane Connery, portavoz de Sotheby’s.

«Mujer sentada en una butaca», de Pablo Picasso. Sotheby'S

«Las pinturas de Picasso de finales de los años treinta comunican con inmediatez las tensiones del camino hacia la Segunda Guerra Mundial, y estas emociones se sienten con mayor intensidad en los retratos de su musa y amante durante el conflicto bélico, Dora Maar, que es inequívocamente la modelo de este cuadro», precisó Connery. «Mujer sentada en una butaca» data del mismo año que la obra del malagueño «Dora Maar con gato», vendida en 2006 por 95,2 millones de dólares (69,9 millones de euros) y que ejemplifica asimismo «la brillantez de su trabajo en la época de la guerra», según Connery.

Otras piezas destacadas

Otras de las pinturas más destacadas de la colección son dos retratos de Soutine (1893-1943), «El botones del Maxim» y «El botones», valorados en 15 y 16 millones de dólares respectivamente (11,3 y 12 millones de euros). «Los retratos de estos modelos anónimos irradian una fuerza emocional única en la historia del arte del siglo XX, y el dinámico uso del pincel y los fuertes colores inscriben a estas obras en el culmen del trabajo de Soutine», señaló Connery.

El surrealismo también tendrá representación en la subasta a través del cuadro «Cabeza humana», de Joan Miró (1893-1983), tasado en hasta 15 millones de dólares (11,3 millones de euros), y en el que el artista español crea «un lenguaje visual único». En la venta figurarán además títulos de Paul Gauguin, Pierre Bonnard o Henri de Toulouse-Lautrec.

EFE, Nueva York: Un Picasso valorado en 30 millones de dólares se subastará en mayo en Nueva York, ABC, 21 de marzo de 201

El Museo Británico adquiere la colección completa de la «Suite Vollard» de Picasso

El Museo Británico adquiere la colección completa de la «Suite Vollard» de Picasso

El Museo Británico ha adquirido una colección completa de 100 grabados de Pablo Ruiz Picasso, la conocida como «Suite Vollard», considerada por los especialistas como una de las obras maestras de este género en el siglo XX, informó hoy la galería.

Un empleado del British Museum muestra este marte el grabado titulado "Retrato de Vollard", uno de los 100 grabado de la llamada Suite Vollard.AFP PHOTO/BEN STANSALL

Los grabados, creados entre 1930 y 1937, serán expuestos en el museo londinense, del 3 de mayo al 3 de septiembre de 2012, después de que un gestor de fondos del centro financiero de Londres hiciera una donación de cerca de un millón de libras (1,16 millones de euros) al British Museum para que pudiera comprar las obras del pintor.

Periodo crítico en la carrera de Picasso

Algunos de los grabados fueron producidos «durante un periodo crítico en la carrera de Picasso», según explicó el comisario de grabados y dibujos de la galería, Stephen Coppel, a los medios. Su estilo estaba evolucionando desde un neoclasicismo depurado hasta la aparición de temas clave en su mitología personal como el fauno o el minotauro.

Otra perspectiva del’Retrato de Vollard’ de la colección Vollard de Picassso. Muestra el grabado este martes un empleado del British Museum. AFP PHOTO/BEN STANSALLEl minotauro, tierno y al mismo tiempo amenazador, hace su primera aparición en esta serie y se convertirá luego, en un tema recurrente que figura en el célebra ‘Guernica’. «Los dibujos de la serie Vollard conducen directamente al Guernica», ha explicado también Stephen Coppel.

Muchos de ellos muestran a la modelo y musa de 17 años del pintor, Marie Therese Walter, quien también era su amante, mientras que en otros se aprecia su estudio, donde el artista creaba nuevas esculturas.El propio Picasso describió sus grabados como «un diario visual» y una manera de poder llevar la cuenta de las ideas que le iban surgiendo.

Según el Museo Británico, las obras «muestran algo del proceso creativo de Picasso» y esa colección en particular se considera «una de las mejores impresiones» del autor.
Esta serie en particular es la única completa del artista en manos de un museo público en el Reino Unido. De este modo, el British Museum entra, como informa France Presse, en el restringido círculo de museos que poseen un juego completo de estos aguafuertes destacados en el recorrido histórico de Picasso uniéndose a la National Gallery de Washington, el Museum of Modern Art de New York y el museo Picasso de París.

Donación de un particular

El comisario dijo que le «impresionó» recibir un correo electrónico el pasado abril del gestor de fondos de la City Hamish Parker, en el que ese inversor le decía que la citada colección de grabados estaría en manos del museo antes de finales de año.
Parker hizo la donación en honor a su padre, ya fallecido, quien era admirador del Museo Británico.

Esa colección de cien grabados se conoce como la «Suite Vollard» puesto que fue encargada por el marchante de arte parisino Ambroise Vollard, quien organizó la primera exposición del artista español en París en 1901. Picasso se comprometió a realizar 100 grabados a cambio de dos cuadros: uno de Cézanne y otro de Renoir.

La colección se compone de 97 estampas divididas en cuatro bloques de temas típicamente «picasisanos», como son «El taller del escultor», «El minotauro», «Rembrant» y la «Batalla del amor», a las que añadieron tres retratos de Vollard realizados en 1937.

El Museo Británico adquiere la colección completa de la «Suite Vollard» de Picasso, RTVE, 29 de noviembre de 2011

Un Museo en el museo

Un Museo en el museo

El Año Dual España-Rusia culmina, en su aspecto cultural, con la gran exposición de fondos del Hermitage de San Petersburgo que se verá en el Museo del Prado. Un acontecimiento que da pie a una revisión de la nueva literatura postsoviética.

La bebedora de absenta (1901), de Pablo Picasso, una de las obras de El Hermitage en el Prado.-Hay algo enorme y milagroso en ver surgir un velázquez de un cajón de embalaje. Cuatro o cinco personas en bata blanca asistían al acontecimiento como un equipo de médicos y enfermeras dispuesto a intervenir. A pocos metros se colgaba con las precauciones necesarias Descanso en la huida a Egipto de Nicolas Poussin. El maestro francés ha sido una referencia de composición en todos los iconos de la pintura moderna, desde los bañistas de Cézanne a los saltimbanquis de Picasso. La frialdad habitual de Poussin se ve compensada con algunos detalles tiernos. El asno bebe en un pilón, María y el Niño reciben una bandeja de dátiles del tamaño de meloncillos, José sonríe a la mujer que le ofrece un cuenco de agua. El cuadro de Velázquez representa un almuerzo de mendigos y pícaros donde no falta el lujo de un mantel de hilo que valoriza la escena como si fuera un mantel de altar. Es curioso acoger a un velázquez en el Prado. Es como recibir a un miembro de la familia que ha emigrado al extranjero. Uno de los pícaros, con la cabeza rapada al cero para evitar los piojos, levanta el dedo pulgar y sonríe al espectador. A pesar del ambiente despreocupado del almuerzo toda la escena está impregnada de esa indecible melancolía velazqueña que debió ser la melancolía de toda España en la época de los últimos Austrias.

Cuando yo era joven las obras de arte no viajaban, o viajaban poco, cualquiera que hubiera sido su ajetreada vida anterior. Una vez depositadas en las pinacotecas o en las grandes instituciones culturales las obras de arte parecían alcanzar un descanso definitivo que a veces se trataba de un merecido descanso. Con los riesgos y aventuras que han sufrido algunos cuadros se podrían escribir novelas. Las obras de los grandes maestros nacían en el taller, corrían una suerte diversa según los azares de la historia o de las peripecias de sus propietarios sucesivos y terminaban por disfrutar del sueño de los siglos en la penumbra entonces poco frecuentada de los museos. Museo era sinónimo de panteón. Todo esto ha cambiado mucho. Las obras de arte se mueven. Ahora no nos asombra, pero debería asombrarnos si no hubiéramos perdido nuestra capacidad de asombro, que una selección de piezas del Museo del Hermitage de San Petersburgo se exhiba en el Museo del Prado. Un museo acoge al otro. Es un museo en el museo.

En 1941, San Petersburgo, entonces Leningrado, sufrió el largo asedio de las tropas alemanas, lo mismo que Madrid sufrió un asedio de tres años durante la Guerra Civil. Las colecciones del Hermitage y del Prado fueron parcialmente evacuadas. Los dos museos tienen una épica. El museo que fundó Catalina la Grande envía al Prado una muestra del tesoro imperial, una exhibición de escultura y artes decorativas, y una escogida selección de pintura que va desde los grandes maestros clásicos hasta la modernidad. La exposición ha llegado acompañada por 13 conservadores y funcionarios del museo ruso.

Junto con la selección de pintura, el Museo del Hermitage ha desembarcado en Madrid una cueva de Alí Babá con muestras de la colección de orfebrería. Antiguamente se almacenaba en una dependencia de palacio llamada El Gabinete de las Maravillas. El gusto por la abundancia de oro y joyas es un rasgo de carácter oriental. Buena parte de las piezas exhibidas procede sin embargo de talleres occidentales, incluido el del maestro Fabergé, el famoso fabricante by appointment de los huevos de Pascua del zar. Resulta difícil imaginar que sobre esos tesoros intactos ha pasado la revolución rusa, se ha asaltado el Palacio de Invierno y ha tenido lugar la Segunda Guerra Mundial. Eso dice mucho sobre el genio protector que vela por encima de las mayores convulsiones. Estas joyas brillan ahora como resucitadas de otro mundo, supervivientes y testigos de un Antiguo Régimen casi incomprensible en su esplendor. Cualquiera que sea su rango o su mérito, la orfebrería fatiga pronto la mirada. Uno busca por instinto o por descanso las piezas más sencillas, como esas flores azules, precisamente del taller de Fabergé, que se reconocen como flores familiares de los caminos en los linderos de campos de cereal. Es una sublimación de la naturaleza como hubiera podido describirla un autor místico. Las flores son de esmalte, las espigas son de oro y el vaso de agua, con un efecto óptico que engaña al ojo, está labrado en un fragmento macizo de cristal de roca.

El tesoro arqueológico de los zares forma la colección llamada del Oro Siberiano, el oro de los escitas, un pueblo guerrero, etnológicamente mal definido, del que ya habla Herodoto. Es un arte funerario arcaico, remoto para nosotros, remoto incluso para el mundo eslavo, hallado en las tumbas de sus reyes, desperdigadas por la estepa euroasiática. Algunos broches de formas suaves y bulto casi plano representan motivos violentos y de lucha. Una leona con atributos de cabra y lagarto rompe con las mandíbulas la cerviz de un caballo. La leona es leona y el caballo es caballo. La parte monstruosa de los animales es un recurso decorativo. En la impresión de crueldad y en el motivo mismo de la leona y la víctima se reconoce la influencia de los bajorrelieves de Asiria. Un peine de largas púas representa una escena de batalla. Dos guerreros a pie combaten contra un tercero a caballo sobre el cadáver de otro caballo. Es una instantánea congelada, pero llena de ruido y furia. Su perfil recuerda escenas similares labradas en el mármol de frisos griegos o dibujadas en línea continua en las vasijas negras de Ática. Desde Grecia y Asiria al mundo de los escitas. ¿Cómo se transmiten las formas? Los elegantes brazaletes de sus mujeres han inspirado a Bulgari.

Una de las salas del Museo del Prado, durante la instalación de las obras del Hermitage. A la izquierda, Muchacha vestida de negro (1913), de André Derain. A la derecha, Conversación (1909-1912), de Henri Matisse.- FOTO: SOFÍA MOROEl guardián de toda la exposición es un Perro de Paul Potter con mayor presencia que el retrato oficial de la emperatriz en traje de gran gala. Es un perro de aspecto feroz pero flaco y triste, que ha permanecido demasiado tiempo encadenado. El pintor holandés ha firmado su nombre sobre la caseta del perro como si fuera la puerta de su casa. Me pregunto cuál sería en aquel momento su estado de ánimo. Paul Potter es el autor de un famoso cuadro que representa a un novillo de raza, redondo, bien cebado, que se exhibe en el museo Mauritshuis de La Haya. Entre aquel novillo satisfecho y este perro desgraciado algo debió pasar en la vida del artista.

En la sala de escultura surge un busto de Voltaire por Houdon. Es un Voltaire calvo, escéptico y viejo, con toga de senador romano. La mueca cínica del joven Voltaire de Houdon que está en París se ha transformado en la sonrisa de este viejo desdentado. Trabaja el escultor y trabaja el tiempo. El filósofo librepensador fue unos años el ideólogo por necesidad de la despótica Catalina ilustrada. La emperatriz compró el busto en memoria de aquella relación.

De repente, un San Sebastián de Tiziano. Parece que se abren las puertas, que se nos caen escamas de los ojos. Su presencia se impone en la sala como la presencia del perro. Nada que ver con los sansebastianes torneados. Como en el tenebroso San Sebastián de Ribera se tiene la impresión de contemplar a un verdadero hombre sacrificado, al hijo de aquel Adán expulsado del Paraíso. La organización del museo ha escogido a un Efebo de Caravaggio tocando el laúd como imagen pública de toda la exposición. Mirar cuadros es como sacar cerezas de un cesto. Las cerezas se enredan como los cuadros recuerdan otros cuadros. El adolescente del laúd evoca toda la serie de efebos de Caravaggio dispersada por los museos de medio continente como una incitación al abuso de menores. Hay que pasear la mirada entre este Caravaggio y aquel Tiziano para comprender la distancia entre la sugerencia del placer y la evidencia del dolor.

En la segunda planta, dedicada a la pintura moderna, la mayoría de los cuadros expuestos proceden de aquellos legendarios coleccionistas rusos que emigraron con la revolución. Un gran matisse azul domina la sala. Picasso se halla bien representado con un Bodegón con botella de Pernod de la época cubista, una enorme Mujer desnuda de la época del arte negro, desparramada sobre un diván como una marioneta sin hilos y una triste prostituta a punto de convertirse en un espectro delante de un vaso de absenta. Pero es el gran lienzo de Matisse el que atrae las miradas. A Picasso le hubiera dado un ataque de nervios. Matisse se ha retratado a sí mismo de perfil, prisionero en un pijama de rayas en una especie de estado sonámbulo. Una misteriosa mujer sentada, también de perfil, se funde a medias en el azul de la noche. Todo el cuadro está impregnado de atmósfera onírica. El motivo de la ventana abierta, recurrente en Matisse, se abre sobre las llagas de un jardín sembrado de tulipanes rojos. El arabesco de la barandilla de hierro separa el jardín luminoso de la atmósfera del sueño. Algo hace pensar en la consulta de Edipo a la Esfinge. Seguramente se puede hacer un rosario de interpretaciones pero sólo Matisse sabía lo que soñó aquella noche.

La exposición se cierra con aquello que en la escena final de las películas del cine mudo se llamaba un fundido en negro. La historia empieza con un cézanne inacabado, un remolino de follaje azul que parece inaugurar en la pintura moderna la expresión abstracta del motivo. Y hay un Cuadrado negro de Malévich que parece representar el camino sin salida de la abstracción. Entre aquel cézanne y este malévich sólo pasaron treinta años. Seguramente Malévich llegó a esa intuición temprana en un momento desesperado, pero su Cuadrado negro fue acogido con tal éxito que Malévich lo repitió en varios ejemplares como lo hubiera hecho un buen pintor de oficio. En realidad, por todo lo que anunciaba sobre el largo camino de la pintura abstracta, es un cuadro sobrecogedor.

El Hermitage en el Prado. Paseo del Prado, s/n. Madrid. Del 8 de noviembre al 25 de marzo de 2012. Exposición patrocinada por la Fundación BBVA y Acción Cultural Española. Manuel de Lope (Burgos, 1949) ha publicado recientemente Azul sobre azul (RBA. Barcelona, 2011. 492 páginas. 24 euros).

Manuel de Lope: Un Museo en el museo, EL PAÍS / Babelia, 29 de octubre de 2011

La ‘niña rosa’ de Picasso que vino de Moscú

La ‘niña rosa’ de Picasso que vino de Moscú

Irina Antónova, ayer en el Prado junto a La acróbata de la bola.- GORKA LEJARCEGI
Irina Antónova,  junto a La acróbata de la bola.– GORKA LEJARCEGI
En un mundo que tanto venera los redobles numéricos, Irina Antónova, directora octogenaria del Pushkin de Moscú, debería ocupar portadas. Nacida en 1922, entró a trabajar en el museo en 1945. Diecisiete años después, en 1961, se convirtió en la directora del segundo centro público más importante de Rusia, cargo en el que aún permanece. Es la responsable más longeva y con más experiencia de una gran pinacoteca del mundo.
Pero esta mujer menuda y enérgica, de preciosos ojos verdes y luminosa piel, no aspira a vanos reconocimientos. Prefiere remangarse las mangas de la camisa y «respirar» las calles de Madrid en las escasas horas libres que le quedan después de presentar en el Prado una de las joyas de su museo: La acróbata de la bola. La tela se cuenta entre las más hermosas de Picasso y permanecerá en la pinacoteca española durante tres meses.
Antónova, que se refiere al cuadro como La niña, recuerda que solo ha salido dos veces de Moscú: en 1960, para la exposición que la Tate Gallery dedicó al pintor y, en 1971, cuando el Louvre celebró una gran antológica. A cambio de este préstamo, el Prado cederá para el centenario del Pushkin El príncipe Baltasar Carlos a caballo, de Velázquez. «Entre los muchos cuadros maravillosos que poseemos, La niña es quizá el más amado y querido por el público. Picasso es una figura fundamental en nuestro país porque representa lo más elevado y lo más valiente que aportó el arte del siglo XX al arte universal», afirma.
Picasso terminó La acróbata de la bola en abril de 1905. La pintó al dorso de un lienzo que ya había usado para El retrato de Iturrino. Borró la figura y sobre una superficie de casi metro y medio creó una de las obras cumbre de su etapa rosa en la que una acróbata sobre una bola y un atleta sentado sobre un cubo representan su propia dualidad como artista. La rigidez, la disciplina y el rigor del atleta frente a la ligereza, la gracia y la espontaneidad de la niña del circo. «Un cuadro bipolar», explica Javier Barón, jefe del Departamento de Pintura del siglo XIX del Prado y comisario de esta visita única. Gertrude Stein le compró el cuadro a Picasso en 1907. La escritora judía se lo vendió después al galerista alemán Daniel-Henry Kahnweiler, quien en 1913 encontró un nuevo comprador: el coleccionista ruso Ivan Morozov. Tras la revolución, el lienzo acabó en las colecciones estatales que se distribuyeron entre los dos grandes centros de arte del país: el Hermitage y el Pushkin.
Los museos son un buen refugio para las adversidades históricas y Antónova ha sido testigo de más de medio siglo de vértigo detrás de los sólidos muros de una institución que alberga 700.000 obras de arte. Hija de una pianista y de un trabajador del vidrio, vio caer a Stalin primero y a la URSS después. «La época de Stalin fue un momento duro para la cultura y para el país. Pero también he visto cómo mucho después se perdió un gran país de una manera involuntaria e innecesaria». Dice que el secreto para estar al frente de una gran institución cultural es oído y paciencia. «Oído para escuchar los sonidos del tiempo que nos toca vivir. Estar atenta, pero conservando tu propio punto de vista para no ir de un lado a otro empujada por ese mismo tiempo. Lamentablemente, hoy hay demasiados aficionados a las piruetas».
Es fácil imaginarse a esta mujer al frente de las 700 personas que trabajan en su museo. Habla con el mismo ímpetu tanto de su preocupación por los salarios «bajísimos» de los trabajadores del Pushkin como de los ricos que exponen allí sus colecciones: «Hay todo tipo de coleccionistas, y no muchos son buenos de verdad… Trabajé en tres ocasiones con el barón Thyssen, en Suiza. Él sí amaba el arte». Entre sus ambiciones no está poseer nada («¿Un cuadro en mi casa? Ninguno. Es una cuestión ética. No podría») y sí tomarse el trabajo con más calma. «En los últimos años me confundo con el nombre de algún guarda de seguridad. Es porque cambian todo el rato. Trabajo cada día. Los sábados y domingos también paso algunas horas en el museo. Si estoy de viaje llamo a cada rato. Pero reconozco que hace 10 años decidí liberarme, dejarme ir, volver a casa si quería. Decidí que ya había cumplido».
A sus 89 años, Irina Antónova no está cansada. «El cansancio solo es un estado físico. Y mi cabeza no se fatiga porque no me aburro nunca». Y solo lamenta que la cultura no pase por su mejor momento. «A veces me digo que solo quiero irme al otro mundo después de haber vuelto a ver el brote verde de algo nuevo, algo realmente nuevo. Un Picasso que transforme esta realidad desde el arte, desde la belleza y la emoción humana. Pero la cultura de masas ha devorado todo. Ha bajado nuestro nivel. Aunque pasará. Es solo una mala época. Y sobreviviremos a ella».
Elsa Fernández-Santos, Madrid: La ‘niña rosa’ de Picasso que vino de Moscú, EL PAÍS, 17 de septiembre de 2011
Un enigma cinematográfico tras el ‘Guernica’ de Picasso

Un enigma cinematográfico tras el ‘Guernica’ de Picasso

Una investigación del director de fotografía José Luis Alcaine
fija en ‘Adiós a las armas’, de Frank Borzage, la inspiración de la
composición del cuadro
 

El director de fotografía José Luis Alcaine.- CLAUDIO ÁLVAREZPablo Picasso no pasaba por su mejor momento cuando pintó en mayo de 1937 el Guernica. La
Guerra Civil destruía España y la II Guerra Mundial estaba a las
puertas de asolar Europa. La insistencia del Gobierno de Negrín le
empujó a aceptar el encargo para el Pabellón Español de la Exposición
Internacional de París. «Si tenemos a Picasso en cuerpo y alma, el
impacto será mayor que una batalla ganada en el frente a los fascistas»,
le atribuyen al último presidente de la República. No se equivocó, el
impacto del lienzo de 349,3 por 776,6 centímetros fue enorme. Aún hoy,
cuando se cumplen tres décadas de su llegada a España el 10 de
septiembre de 1981, sigue incrustado en la retina de nuestro tiempo.

Pero el Guernica y su simbología, sobre la que el pintor jamás
quiso pronunciarse, siguen despertando preguntas, elucubraciones e
investigaciones. La última, la del director de fotografía español José
Luis Alcaine, que el próximo 4 de octubre recibirá la Medalla de Oro de
la Academia de Cine precisamente en el Museo Reina Sofía de Madrid,
donde el cuadro se expone desde 1992. 

Alcaine, un maestro de la luz que ha trabajado en películas como La piel que habito, de Pedro Almodóvar, o El sur, de
Víctor Erice, cree que la principal inspiración de Picasso fue,
precisamente, el cine. En concreto, una secuencia de poco más de cinco
minutos de la película Adiós a las armas, de Frank Borzage, drama
antibelicista inspirado en la novela de Ernest Hemingway que se estrenó
en París en 1933 y que, fotograma a fotograma, guarda sorprendente
paralelismo con los personajes principales del cuadro. Ni Los fusilamientos del 3 de mayo de Goya ni La matanza de los Santos Inocentes
de Rubens. Alcaine se lanza a una fuente de inspiración tan popular
como el mismo Hollywood en un gesto que, teniendo en cuenta la capacidad
de amplificación de todo lo que rodea al Guernica, promete abrir un debate en el arte.
En un extenso artículo publicado en la revista especializada Cameraman,
Alcaine revela los detalles de un estudio en el que trabaja desde hace
meses. La secuencia, en blanco y negro, narra el éxodo nocturno de
militares y civiles por una carretera que bombardean unos aviones. «Yo
había visto Adiós a las armas a finales de los años sesenta, en
el cineclub de TV2. Pero fue años después, cuando volví a verla en vídeo
en mi casa y salté ante la secuencia de la carretera: ¡era el Guernica!», explica.
A primera vista, tres son las imágenes que nos llevan al cuadro: la
mano blanca de dedos gruesos moribunda en el barro, los caballos
desbocados y la mujer clamando al cielo.
«Empecé a darle vueltas
entonces, era el año 2006. En 2007 rodé cinco películas y aparqué la
idea. No tenía tiempo para nada. Pero desde entonces solo he trabajado
en La piel que habito. Así, pude encontrar el momento para sacar
la secuencia fotograma a fotograma y estudiarla». A la mano blanca y la
mujer clamando al cielo se sumaba el marco vacío de una puerta, un
carrito lleno de ocas blancas, las patas de los caballos, una madre
agarrada a su hijo como una piedad, un hombre tendido en el barro con el
brazo extendido y las llamas, arrinconadas a la izquierda de un
fotograma de aire infernal.
Ya se había apuntado la influencia de El acorazado Potemkin (1925)
en el cubismo de Picasso, pero no la de una película que en Europa fue
mal recibida porque su protagonista, Gary Cooper, desertaba por amor y
no por honor. En la novela, Hemingway dedica 80 páginas a la huida del
personaje por carretera, y su deserción final no era por los brazos de
una mujer sino por los horrores de la guerra. El escritor detestaba la
película. «La secuencia de la carretera es extraña: tiene mucha
influencia del cine soviético, con encadenados por todas partes. Es una
película de Hollywood con un momento expresionista que nada tiene que
ver con el resto del metraje».
Una visión fragmentada y violenta que acerca a esa especie de collage de personajes que es el Guernica. «Un collage que tiene mucho de montaje cinematográfico, de planos y primeros planos», apunta Alcaine.
En 1937, cuando Picasso pintó el mural, Adiós a las armas aún
estaba en cartel. «El sistema de distribución de entonces hacía que las
películas estuvieran hasta seis años en sala. Evidentemente, Picasso la
había visto, no solo por su amistad con Hemingway -les presentó
Gertrude Stein- sino porque entonces se iba muchísimo al cine, era el
gran entretenimiento y también la manera de documentarse ante la
realidad. Además, la película fue muy polémica en su día por el final
feliz. No se la pudo perder».
Alcaine subraya que la secuencia
ocurre por la noche, como el cuadro, mientras que el bombardeo de
Guernica fue a pleno día. «Pero, además, el cuadro tiene un claro
movimiento de derecha a izquierda, igual que los personajes de la
película, siempre en el eje de derecha a izquierda». Esa carretera
infernal que reproduce la película desprende el mismo infierno y el
mismo movimiento. «Pero cuidado», puntualiza, «es en los personajes
estáticos donde se ve la coincidencia. Es cuando se para la acción
cuando reconocemos a los integrantes del cuadro».
Otro dato
sorprendente es que los animales que aparecen en la secuencia de la
carretera sean caballos y ocas. Ambos, presentes en el mural. Para el
toro, el director de fotografía tiene su propia interpretación: «Esa
figura me hizo saltar una noche de la cama y correr al ordenador, era el
último cabo suelto de mi teoría. ¿A quién mira el toro? Nos mira a nosotros. Me desvelé. Puse a su lado Las Meninas y
vi la misma mirada de Velázquez. El toro, como han apuntado algunos,
jamás podría ser Franco. El toro es un animal noble y el propio Picasso
ya se había representado alguna vez a sí mismo como ese animal. Él se
pone en el mismo plano que Velázquez en Las Meninas, un cuadro,
que como nos ocurre a todos los que estamos obsesionados con las
imágenes, también le obsesionaba». Alcaine se ríe entonces al escuchar
su entusiasmo y resume su descubrimiento con un dicho italiano: «Se non è vero, è ben trovato». Si no es cierto, está bien visto.
 Un enigma cinematográfico tras el 'Guernica' de Picasso
Elsa Fernández-Santos, Madrid: Un enigma cinematográfico tras el ‘Guernica’ de Picasso, EL PAÍS, 9 de septiembre de 2011
Los fotogramas de un misterio, EL PAÍS, 9 de septiembre de 2011
Picasso crea. A través de la cámara de David Douglas Duncan / Viñetas en el frente

Picasso crea. A través de la cámara de David Douglas Duncan / Viñetas en el frente

Fotografía de Sheila Duncan de David Douglas Duncan mirando a través de su cámara que está equipada con una enorme lente con manivela.
Fotografía de Sheila Duncan de David Douglas Duncan, mirando a travñes de su cámara

Cuando una de las comisarias preguntó a David Douglas Duncan por qué
hizo tantas fotos de Picasso y cómo este le permitió hacerlas, él
contestó: «Nos caímos bien. Así de sencillo». Esto explica que pese a
la barrera del lenguaje (Picasso no hablaba inglés y Duncan manejaba un
castellano casi de jerga), el artista le abriera su casa y su estudio,
bailara, se disfrazara o jugara ante su cámara y, sobre todo, le dejara
seguir con sus fotos instantes de reflexión o de tanteo en su trabajo y
la elaboración de ciertas obras. Duncan, por su parte, a lo largo de
varias estancias en Mougins, Vauvenargues y La Californie, supo ver los
estratos del estudio de Picasso, ahondar en su trabajo, calibrar su
humor y dar a su mirada la intensidad del enigma: pese a conocerlo
bien, solía decir, al mirar sus ojos nunca lograba imaginar qué estaba
pensando.

Duncan se presentó en casa de Picasso cuando ya era un profesional
hecho. Con 40 años, había sido fotógrafo en el Pacífico, durante la II
Guerra Mundial y más tarde en Corea. Lejos quedaba la célebre imagen
lograda con su primera cámara: a escondidas, el muchacho fotografió a
alguien que salía de un hotel. Una travesura sin importancia de no ser
porque el tal alguien era John Dillinger. Poco después de su
estancia en Corea, su amigo Robert Capa le recomendó visitar a Picasso.
Lo hizo en 1956, casi de paso, pero fue el comienzo de una gran amistad
que se traduciría en miles de imágenes. La muestra actual (a cuya
inauguración asistió Duncan, un nonagenario vitalista) presenta una
importante selección de estas. La mirada atenta descubre varios niveles
y se interesa de modo especial en las imágenes que hacen pensar en su
proceso de trabajo: las piezas que conservaba (las cabezas en bronce de
María Thérèse Walter y Dora Maar), el desordenado orden del estudio, la
atención a las pruebas de autor, el inicio de procesos de ideación («no
busco, encuentro», recuérdese) o los pasos en la elaboración de Cabeza
de mujer.
Se exponen también muchas obras fotografiadas. A destacar, por su
prestancia, esculturas como Cabeza de guerrero, Cabeza de
mujer
o Mujer embarazada, y por su calidad, los retratos de
Jacqueline: en la mecedora y el sugerente collage sobre
grafito. No hay que olvidar piezas casi experimentales, como el Retrato
de Françoise
con traje estampado, sobre una cerámica
curvada, o Mujer con llave (Madame), realizado con materiales
metálicos casi de desecho. Atractivo muy especial tienen las obras en
láminas de metal recortado y pintado. Son piezas que, además de
recordar los trabajos hechos hacia 1912 con papel y cartón, o alambre y
hojalata (como Guitarra), reúnen lo más difícil: el trazo que
rasga y desvela, y el volumen que crea espacio.
La muestra, coproducida por el Museo Picasso de Málaga con el de
Münster y La Piscine, en Roubaix, tiene rigor y supone un esfuerzo
notable, lo que hace aún más inexplicable las quejas de algunos
patronos contra la actual dirección artística del museo. La otra
exposición, Viñetas en el frente, motivo de esas quejas, si en
algo se diferencia de otras muestras relativas a la Guerra Civil, es
por el detallado análisis iconográfico que relaciona la figura de
Franco con la del Ubú Rey de Jarry, y a otras, rebeldes o
dolientes, con imágenes de Goya o Fougeron, y con trabajos del propio
Picasso incluido el Guernica.
Picasso crea. A través de la cámara
de David Douglas Duncan. Hasta el 25 de septiembre. Museo Picasso
Málaga. San Agustín, 8. Málaga

Juan Bosco Díaz-Urmenete: Picasso crea. A través de la cámara de
David Douglas Duncan / Viñetas en el frente
, EL PAÍS, 20 de
agosto de 2011

«La acróbata de la bola», de Picasso, obra invitada en el Prado el próximo otoño

«La acróbata de la bola», de Picasso, obra invitada en el Prado el próximo otoño

«La acróbata de la bola», de Pablo Picasso. The State Pushkin Museum of Fine Arts, Moscow
«La acróbata de la bola», de Picasso, será «La obra invitada» en el Museo del Prado del 17 septiembre al 18 de diciembre, según ha informado la pinacoteca en un comunicado. Procedente del Museo Pushkin, esta pintura es una de las máximas expresiones del genio de Picasso durante su periodo rosa.
En
esta etapa el artista indagó sobre los aspectos constitutivos de la
forma, la línea y el volumen, en una búsqueda esencial. La oposición
entre la gracia y ligereza de la acróbata y el peso y la rotundidad del
atleta, situados ambos sobre sólidos geométricos ante un paisaje
depurado, se muestra con perfecto equilibrio, en una gama restringida de color.
A través de las simbólicas figuras del circo, que en esa época visitaba a menudo en París, Picasso realizó una reflexión sobre la propia vida del artista, vinculada con una investigación pura sobre los problemas fundamentales de la pintura.
La obra, adquirida por la norteamericana Gertrude Stein,
pasó luego a la Galería de Kahnweiler, que la vendió en 1913 al
coleccionista ruso I. A. Morosov. Tras la Revolución, pasó a formar
parte de las colecciones estatales, y solo en contadas ocasiones ha sido prestada por el Museo Pushkin de Moscú, en el que se conserva.
Picasso en París: devorar o ser devorado

Picasso en París: devorar o ser devorado

Picasso: Autorretrato con paleta, 1906.Existe un problema con Picasso: la leyenda. La figura del pintor malagueño está inmersa en una densa niebla que hace imposible una lectura de su valía como artista. Picasso es el mito del arte moderno y el mito dificulta mirar y reconocer la obra. La suya está oculta por capas y capas de aspectos extra-artísticos que acaban por hacerla invisible. Se diría, incluso, que la mayoría de los esfuerzos teóricos para reinterpretar a Picasso son desbordados por la leyenda.

La presente exposición, Devorar París: Picasso, 1900-1907, tiene el mérito -o, al menos, las buenas intenciones- de intentar pensar al artista en un entorno, que es el contexto artístico y cultural europeo del cambio de siglo. Estamos acostumbrados a percibir a Picasso como una personalidad aislada, por lo que observarlo dentro de una trama, parece una saludable perspectiva. Más aún cuando el periodo escogido es el momento en que el pintor está ensayando diferentes alternativas prevanguardistas que van a derivar en las Señoritas de Aviñón y sus especulaciones sobre el espacio y la representación. En otras palabras, reflexionar sobre la relación de Picasso con el contexto artístico de principios de siglo significa preguntarse qué hay de original en el pintor, qué debe a otros, qué le aporta París o qué ha aprendido en Barcelona. Se trata de estudiar el proceso de construcción de Picasso en tanto que artista.

La exposición, coproducida por el Van Gogh Museum de Ámsterman y el Museo Picasso de Barcelona, fue previamente presentada en la capital holandesa y llega ahora a España con algunas ausencias significativas que acaso desvirtúan la intención de su comisaria, Marilyn McCully. Porque intuimos que su propósito no era sólo trazar el itinerario de Picasso en París, sino examinar la obra del malagueño con la de Van Gogh, Gauguin, Puvis de Chavannes, Toulouse-Lautrec, Rodin, Steinlen, amén de algunos pintores catalanes y españoles que formaban parte de su entorno.

Todos estos artistas representan de alguna manera sus referentes o sus modelos. La cuestión clave es saber cómo Picasso se situaba ante ellos. En este punto, la comisaria se esfuerza por explicar que nuestro artista nunca fue un imitador y que toda su carrera se desarrolló bajo el signo de la experimentación. Por si no bastara, el recorrido de la muestra se cierra con un capítulo titulado El gran salto, que a manera de conclusión, nos presenta a Picasso como el demiurgo del arte contemporáneo que abre nuevos caminos hasta entonces inéditos.

La lectura que se propone no es nueva; al contrario, contribuye a cristalizar la leyenda de la que estamos bastante fatigados. Y, sin embargo, hay preguntas y planteamientos importantes que quedan fuera de la muestra. Cuestiones que ni el montaje, ni el catálogo consiguen dilucidar: París como capital cultural del siglo XX, el deslumbramiento que ejerce en los jóvenes artistas de la periferia, cómo y por qué muchos de estos genios en ciernes que intentaron “devorar París” fueron devorados por la metrópolis, como sucedió con el amigo de Picasso, Carles Casagemas. Aunque éste no fue el caso de Picasso. Al contrario, fue allí donde nuestro artista consiguió afirmarse y descubrirse a sí mismo como creador, lo cual nos conduce a nuevos interrogantes, de tipo psicológico o biográfico… En fin, las preguntas que suscita la exposición son muchas, pero ni éstas -ni sus respuestas- se encuentran allí.

No es que no se exhiban obras significativas: entre otras muchas, se muestra el Autorretrato con paleta (1906) de Picasso, que el recorrido de la exposición confronta, en una relación simbólica (¿diálogo de genios?), con el Autorretrato como pintor (1888) de Vincent van Gogh. Pero, personalmente, me han atraído aquellos aspectos que se presentan como más anecdóticos y que en la exposición aparecen como de relleno: las fotografías del París de principios del siglo XX, las del Bateau-Lavoir, el inmueble localizado en Montmartre donde Picasso, al igual que otros artistas, tuvo su estudio… Y, muy especialmente, un plano de París de 1900 que explica cómo en un radio no superior a 500 metros cuadrados, se concentraba el centro del mundo. Allí, en Montmartre, se aglutinaron los talleres de los artistas, los marchantes y los cabarets. A falta de una explicación mejor, estas fotografías y el plano de París nos resultan especialmente sugerentes.

Devorar París. Picasso 1900-1907. Comisaria: M. McCully. Museo Picasso. Montcada, 15-23. Barcelona. Hasta el 16 de octubre


Jaume Vidal Oliveras: Picasso en París: devorar o ser devorado, EL MUNDO / El Cultural, 29 de julio de 2011
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