Escañuela Romana, Ignacio
(ignacioesro@gmail.com)
Marzo 2025
Estructura de preguntas de la Prueba de acceso a la universidad en Andalucía. Una propuesta de respuestas completamente personal.
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Texto:
“Mas, ¿cuál puede ser esa ley cuya representación, sin tomar en cuenta el efecto aguardado (…) ya que siempre tiene ante sus ojos el mencionado principio.” Kant, I. (1). Fundamentación para una metafísica de las costumbres (Cap. I, [<Ak. IV, 402> [ A 17 ]) (p. 94)
Cuestión 1ª: Identificar el tema o problema del texto, así como la idea principal u otras ideas secundarias relacionándolas de manera argumentativa.
El problema planteado por Kant en este texto (1) es el siguiente: cuál es el contenido de la ley moral, así como sobre qué principios se fundamenta. Asimismo, se pregunta cómo la voluntad puede determinarse sólo por la necesidad de cumplir con la representación de esta ley. Por lo tanto, este filósofo está respondiendo a la cuestión por antonomasia de la ética, ¿qué debo hacer? La respuesta a la pregunta es cumplir con las obligaciones, el deber moral, que te indica tu propia razón práctica.
En relación con lo anterior, el texto (1) avanza hacia el concepto de buena voluntad (la única, afirma, incondicionalmente buena), en tanto disposición a cumplir con la ley moral. Es decir, la resolución de actuar de acuerdo con los principios del deber. Esta voluntad se expresa como imperativo categórico que, frente al imperativo hipotético que plantea medios para fines, generalmente la felicidad, y que sigue preferencias personales, prescinde de impulsos y sólo tiene como objeto el cumplimiento mismo de la ley moral. En otros términos, como desarrolla en este texto (1), seguir el deber como fin en sí mismo, y no como medio para otros objetivos. Lo que configura a la razón práctica kantiana como ética formal, expresión de la racionalidad.
A partir de este punto, este pensador expone en el texto (1) la primera formulación del imperativo categórico: haz de tu conducta el modelo (una máxima) para una norma universal, de validez para todo ser racional. Es decir, plantea la ley a partir del principio de no contradicción al pensarla como universal. Las otras dos formulaciones se analizan más adelante, en la respuesta a la pregunta dos. En cambio, si se persiguiesen fines basados en gustos o en una forma personal de entender la felicidad, o impulsos emocionales, entonces lo que es válido para una persona no lo es para otra. La felicidad, por ser subjetiva y cambiante, al variar entre las personas y los momentos y circunstancias, no puede ser, piensa, el fin de la acción ética.
Es más, añade Kant (1), si la buena voluntad no consistiese en el mismo cumplimiento de la ley moral, del deber como tal, entonces la ética sería sólo una ficción, un “delirio”, escribe. Es decir, una cuestión subjetiva y sometida a opiniones. Por el contrario, concluye en este texto (1), la razón humana en su uso común, el llamado “sentido común”, se plantea cumplir con la universalidad del deber. Los seres humanos, pues, afirma este filósofo, cumplen espontáneamente los preceptos de la ética.
Cuestión 2ª: Vincular el tema y tesis del texto con la filosofía del autor o autora y mostrar la relevancia del problema en el contexto de su filosofía.
De entre las múltiples formas posibles de plantear la extensión del problema e ideas del texto hacia la filosofía kantiana en general, se elige aquí partir de las siguientes dicotomías. Primero, de la autonomía en ética frente la heteronomía. Segundo, de la libertad en el uso público de la razón frente a la condicionalidad del uso privado. Finalmente, de la determinación racional a priori de la ley moral, para lograr universalidad y necesidad, frente al carácter empírico de las éticas materiales, propuestas con contenido a posteriori. Cuestiones todas que se plantean en el texto (1) de modo explícito o implícito.
En primer lugar, la autonomía es el tercer planteamiento del imperativo categórico kantiano. Para este pensador, ser libre equivale a actuar conforme a la ética. Se trata, pues, de evitar la heteronomía que procede de los propuestos tutores que quieren fijar qué piensan los demás (nos dice Kant en su respuesta a qué es la Ilustración (2), p. 19 ss.); pero también en relación con los propios impulsos o preferencias. Éste complementa la primera formulación recogida en el texto (1), y la segunda en virtud de la cual se debe tratar a los demás como fines en sí mismos. Es decir, no utilizar a las personas como medios para mis propios fines. Ni siquiera a mí mismo como instrumento de mi acción.
En este sentido, la importancia del lema de la Ilustración propuesto por este filósofo (Kant (2), p. 17), “Sapere Aude” (texto original de Horacio, ver: Quintana Paz (3)), atrévete a saber, se revela en toda su extensión. Esta propuesta o exhortación kantiana llama a tener el coraje para pensar, razonar y opinar por uno mismo, desarrollando la propia vida como una consecuencia de la libertad. Lo que equivale, puede entenderse, en el campo de la ley moral, a cumplir con la propia razón. Ésta conduce al imperativo categórico, así como determina su contenido mediante las tres formulaciones ya mencionadas. En suma, Kant propone realizar lo que llama la buena voluntad.
Ahora bien, Kant (2) desarrolla, en ese mismo ensayo sobre la Ilustración, la distinción entre los usos privado y público de la razón. Por el uso privado, un funcionario o empleado debe cumplir con las directrices recibidas de su organización jerárquica, de forma que restringe su racionalidad a ser un medio para los fines heterónomamente planteados (pp. 19-21). Su libertad de expresión queda limitada. Así, indica Kant (op. cit.), por ejemplo, el ciudadano debe pagar impuestos sin opinar en contra en la oficina recaudatoria. Por el contrario, el uso público es como ciudadano, como ser racional autónomo en general, e implica la libertad de razonar y de expresarse (Kant, op.cit.). El ciudadano tras pagar los impuestos y salir de la oficina de recaudación, podrá expresarse libremente acerca de lo justo o injusto de tales obligaciones fiscales. En este sentido, es plausible vincular el imperativo categórico a la expresión del uso público de la razón, ya que sólo en una situación de autonomía completa (en la que el único criterio de la acción sea seguir la propia racionalidad sin plantearse ni medios ni fines externos), podrá desarrollarse la voluntad de cumplir con el deber como tal.
Finalmente, es importante añadir que, en Kant, es a partir de la razón actuando a priori, sin apoyo en experiencia empírica, como llegamos a los fundamentos de la obligación: desde los “conceptos de la razón pura” (Kant (1), Prólogo, A [viii]). Sobre una experiencia empírica se podrían alcanzar, añade, reglas prácticas, pero no el contenido de la ley moral (Kant, op.cit.). ¿Cómo se podrían articular normas éticas de validez universal y atemporal? Más bien proceden éstas de principios racionales como el de no contradicción. Por ejemplo, no se debe mentir, pues si nos planteamos la posibilidad de mentir como ley universal, todos podrían hacerlo y sería imposible cumplirlo, ya que nadie creería a nadie (Kant (1), <Ak. 1V, 403>). En cambio, el imperativo hipotético contiene consejos prácticos para la satisfacción y felicidad, por lo que se basa en enunciados a posteriori, fundados en la experiencia empírica (y en los impulsos instintivos -ver nota 1-).
Cuestión 3ª: Exponer de manera clara y explicar razonadamente el tratamiento del problema del texto en otra época, comparar el tratamiento del problema presente en el texto con el tratamiento por parte de un autor o de una autora de una época distinta a la del texto.
Como se ha señalado en las dos preguntas anteriores, en este texto (1) Kant afronta parcialmente los problemas conectados del contenido de la ley moral, y de su conocimiento y cumplimiento por el ser humano. De hecho, ambas cuestiones recorren, como uno de sus ejes vertebrales, la historia de la filosofía, del pensamiento humano en general. Difícil es, en efecto, encontrar a un pensador que no haya intentado responder a dichas preguntas. ¿No es Sócrates quien se plantea la cuestión de la conducta humana, bajo el concepto del fin que persigue la acción (Gourinat (4), p. 128)? Perspectiva que retoma Platón y que intentará desarrollar en muchos de sus Diálogos, bajo el concepto de Bien (Gourinat (4), p. 129 ss.), en lo que es, sin duda, una de las grandes respuestas propuestas en la historia. Aristóteles realizará una serie de objeciones a Platón para construir una propuesta basada en el concepto de felicidad. A su vez, Kant desarrollará una crítica de la posición eudemonista de Aristóteles para defender la construcción de una ética formal. En lo que sigue, la exposición se centra en las diferencias entre Aristóteles y Kant, mencionando también las que mantienen ambos con la teoría platónica.
En la doctrina platónica, si se logra dar una definición de Bien en general, podrá contestarse cualquier problema práctico y específico retrotrayéndonos al concepto genérico. Ahora bien, Aristóteles realiza la siguiente crítica de esa respuesta platónica. Si fuese posible definir un bien que lo sea absolutamente, en sí mismo, ese bien constituiría el fin último de toda posible actividad. Un bien de esa naturaleza sería lo que Platón denominaba la Idea de Bien o bien en sí mismo (Gourinat (4), p. 129 ss.). Pero no es posible, afirma Aristóteles (5), dar una definición de este concepto general, ya que algunos bienes lo son por sí mismos y otros lo son para otras cosas (1094a, 1096b), lo que es bueno en unas circunstancias no lo es en otras, lo que cada uno de los hombres juzga como bien va variando en su vida y con respecto a los demás. En consecuencia, para Aristóteles no hay una definición unívoca del bien (Gourinat (4), p. 130). En el dominio de la acción práctica no hay, así pues, bien en sí mismo, afirma Aristóteles, sino sólo bienes diferenciados y particulares (Gourinat, op. cit.). Por lo tanto, el bien en sí mismo no es “nada más que la idea” (Aristóteles (5), 1096 b 18-20), sin contenido efectivo (Gourinat (4)), “una especie vacía” (Aristóteles (5), 1096 b 19-20). Hay que considerar aquí que Kant estaría probablemente de acuerdo con esta crítica de Aristóteles a la teoría del bien socrático-platónica, ya que está en contra de valorar una acción por una finalidad o resultado: “El valor moral de la acción no reside, pues, en el efecto que se aguarda de ella” (Kant (1), <Ak. IV, 401>, p. 92).
Por consiguiente, el filósofo de Estagira analiza qué fin de la conducta humana es tan universal, para todos los seres humanos, que se justifica hacerlo el objetivo de la acción ética. Ya que, si quiere definirse un bien que pueda ser obtenido a partir de los límites de la acción humana, es preferible referirse a la experiencia común y al acuerdo de los hombres. Pero todos ellos consideran inequívocamente a la felicidad como fin supremo de toda actividad, que además se elige “siempre por ella misma” (Aristóteles (5), 1097b). Finalidad de toda actividad individual y política (Gourinat (4), p. 131). A esta doctrina se la conoce en la historia de la filosofía como “eudemonismo”.
Además, Aristóteles va a concretar en una serie de principios también generales el modo como se logra esa felicidad. Ante todo, afirma Aristóteles (5), en una sociedad buena, bien organizada, pues el fin del individuo y el de la ciudad (la sociedad política) son el mismo (1094b, 5-10). De modo que la política tiene como objetivo “dotar a los ciudadanos de cierto carácter y hacerlos buenos” (1099b, 30-35). Ahora bien, lo justo es premiar el mérito (1130b, 25-30): que los mejores se vean recompensados. Esta postura define, pues, la justicia como meritocracia. Pero ¿qué es el mérito? La virtud social, lo que produce un beneficio para el bienestar del colectivo: “No se honra, en efecto, al que no proporciona ningún bien a la comunidad” (1163b, 5-10).
Además, a Aristóteles se le ha llamado el filósofo de la moderación o término medio, por su defensa de que se logra la felicidad atendiendo racionalmente a las necesidades y huyendo de excesos y defectos (ver Aristóteles (5), 1107a). De modo que somos felices comiendo, y no si comemos poco o en demasía.
Ahora bien, el debate entre Aristóteles y Kant es central en la cuestión ética, recorriendo toda la historia del pensamiento hasta nuestros días. El filósofo alemán defiende una ética formal: plantear el deber mediante imperativos universales que se afirman a partir de la razón pura práctica. Obligaciones que no tienen nada que ver con resultados. Nadie, dice, puede enseñarle a los demás cómo ser felices, ya que la felicidad es subjetiva y se dice de modos diferentes. Para Kant, la indeterminación del concepto de felicidad resulta de la contradicción entre, por un lado, esta idea, un estado absoluto válido para el presente y futuro; y, por otro, el carácter empírico de nuestros conocimientos en relación con los elementos que la producen. La felicidad es un concepto “impreciso” (Kant (1), <Ak. IV, 418>), y no es posible que “un ser finito (…) pueda hacerse una idea precisa de lo que realmente quiere” (Kant op. cit., pp. 120-121) -ver nota 2-. A lo que Aristóteles respondería, podría interpretarse de esta forma, que plantear una ética que no conduce hacia la felicidad es crear una teoría en el vacío que los hombres no cumplirán. Pues, ¿para qué hacer un deber que me lleva a la infelicidad? Probablemente una de las razones por las que Kant (6) propone como postulados de la razón práctica la libertad, la inmortalidad y la existencia de Dios -ver nota 3-.
Además, como ya se ha observado previamente, Aristóteles, como su maestro Platón, situaba la plenitud del ser humano en el seno de la sociedad, único lugar donde se puede ser feliz. Defendía que el fin de la sociedad política, del Estado, es garantizar el bien supremo de los hombres, su vida moral e intelectual. Cuestión sociopolítica que no encontramos en la ética formal de Kant.
En definitiva, la teoría ética, el contenido del deber y el cumplimiento de él, son temas centrales en la historia y han concitado numerosas respuestas. Tres de las principales son la socrático-platónica, la aristotélica y la kantiana. Se ha centrado aquí la respuesta en las propuestas que realizan y las diferencias entre ellas. Sobre todo, entre una ética material del eudemonismo, en Aristóteles, y una formal del deber por sí mismo, en Kant.
Referencias
(1) Kant, I. (2012). Fundamentación para una metafísica de las costumbres (trad. R. R. Aramayo). Madrid: Alianza editorial. Publicación original en 1785.
(2) Kant, I. (2018). Respuesta a la pregunta: ¿Qué es la Ilustración?. En ¿Qué es Ilustración? (trad. A. Maestre y J. Romagosa), Madrid: Editorial Tecnos, pp. 17-25. «Was ist Aufklärung?» publicado en diciembre de 1784 por el periódico Berlinische Monatsschrift.
(3) Quintana Paz, M. Á. (2018). Sapere aude, o¿ cabe llamarnos aún ilustrados?: lección inaugural curso académico 2018-2019. Pronunciada el 12 de septiembre de 2018. Servicio de Publicaciones de la Universidad Europea Miguel de Cervantes.
(4) Gourinat, M. (1974). Introducción al Pensamiento Filosófico (trad. S. González Noriega). Madrid: Editorial Istmo.
(5) Aristóteles (2009). Ética a Nicómaco (ed. bilingüe y traducción por M. Araujo y J. Marías, introducción y notas de Julián Marías). Madrid: Centro de Estudios Políticos y Constitucionales. Escrita aproximadamente en 330 a.C.
(6) Kant (2011). Crítica de la razón práctica (trad. D. M. Granja Castro). México: Fondo de Cultura Económica. Publicación original 1788.
Notas al final.
Nota 1. El “hombre común”, que sigue los instintos naturales, logra más la felicidad (Kant (1), <Ak. IV, 396>).
Nota 2. No hay reglas racionales para ser feliz, afirma Kant, no es un imperativo sino un ideal “porque la felicidad no es un ideal de la razón, sino de la imaginación, que descansa en meros fundamentos empíricos” (Kant (1), <Ak. IV, 418>, [A 47], p. 122).
Nota 3. La razón pura práctica exige el deber, pero para fundarlo tiene la “necesidad subjetiva” de “presuponer la posibilidad del mismo [el deber] y, por lo tanto, también las condiciones de su posibilidad, a saber, Dios, la libertad y la inmortalidad” (Kant (6), Libro II, Apartado 2, Sección VIII, <Ak. V, 142>, p.169 ss.).