Comentario de un texto de Kant 

Escañuela Romana, Ignacio

(ignacioesro@gmail.com) 

Marzo 2025 

Estructura de preguntas de la Prueba de acceso a la universidad en Andalucía. Una propuesta de respuestas completamente personal. 

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 Texto: 

“Mas, ¿cuál puede ser esa ley cuya representación, sin tomar en cuenta el efecto aguardado (…) ya que siempre tiene ante sus ojos el mencionado principio.” Kant, I. (1). Fundamentación para una metafísica de las costumbres (Cap. I, [<Ak. IV, 402> [ A 17 ]) (p. 94) 

Cuestión 1ª: Identificar el tema o problema del texto, así como la idea principal u otras ideas secundarias relacionándolas de manera argumentativa. 

El problema planteado por Kant en este texto (1) es el siguiente: cuál es el contenido de la ley moral, así como sobre qué principios se fundamenta. Asimismo, se pregunta cómo la voluntad puede determinarse sólo por la necesidad de cumplir con la representación de esta ley. Por lo tanto, este filósofo está respondiendo a la cuestión por antonomasia de la ética, ¿qué debo hacer? La respuesta a la pregunta es cumplir con las obligaciones, el deber moral, que te indica tu propia razón práctica. 

En relación con lo anterior, el texto (1) avanza hacia el concepto de buena voluntad (la única, afirma, incondicionalmente buena), en tanto disposición a cumplir con la ley moral. Es decir, la resolución de actuar de acuerdo con los principios del deber. Esta voluntad se expresa como imperativo categórico que, frente al imperativo hipotético que plantea medios para fines, generalmente la felicidad, y que sigue preferencias personales, prescinde de impulsos y sólo tiene como objeto el cumplimiento mismo de la ley moral. En otros términos, como desarrolla en este texto (1), seguir el deber como fin en sí mismo, y no como medio para otros objetivos. Lo que configura a la razón práctica kantiana como ética formal, expresión de la racionalidad.  

A partir de este punto, este pensador expone en el texto (1) la primera formulación del imperativo categórico: haz de tu conducta el modelo (una máxima) para una norma universal, de validez para todo ser racional. Es decir, plantea la ley a partir del principio de no contradicción al pensarla como universal. Las otras dos formulaciones se analizan más adelante, en la respuesta a la pregunta dos. En cambio, si se persiguiesen fines basados en gustos o en una forma personal de entender la felicidad, o impulsos emocionales, entonces lo que es válido para una persona no lo es para otra. La felicidad, por ser subjetiva y cambiante, al variar entre las personas y los momentos y circunstancias, no puede ser, piensa, el fin de la acción ética. 

Es más, añade Kant (1), si la buena voluntad no consistiese en el mismo cumplimiento de la ley moral, del deber como tal, entonces la ética sería sólo una ficción, un “delirio”, escribe. Es decir, una cuestión subjetiva y sometida a opiniones. Por el contrario, concluye en este texto (1), la razón humana en su uso común, el llamado “sentido común”, se plantea cumplir con la universalidad del deber. Los seres humanos, pues, afirma este filósofo, cumplen espontáneamente los preceptos de la ética. 

Cuestión 2ª: Vincular el tema y tesis del texto con la filosofía del autor o autora y mostrar la relevancia del problema en el contexto de su filosofía. 

De entre las múltiples formas posibles de plantear la extensión del problema e ideas del texto hacia la filosofía kantiana en general, se elige aquí partir de las siguientes dicotomías. Primero, de la autonomía en ética frente la heteronomía. Segundo, de la libertad en el uso público de la razón frente a la condicionalidad del uso privado. Finalmente, de la determinación racional a priori de la ley moral, para lograr universalidad y necesidad, frente al carácter empírico de las éticas materiales, propuestas con contenido a posteriori. Cuestiones todas que se plantean en el texto (1) de modo explícito o implícito. 

En primer lugar, la autonomía es el tercer planteamiento del imperativo categórico kantiano. Para este pensador, ser libre equivale a actuar conforme a la ética. Se trata, pues, de evitar la heteronomía que procede de los propuestos tutores que quieren fijar qué piensan los demás (nos dice Kant en su respuesta a qué es la Ilustración (2), p. 19 ss.); pero también en relación con los propios impulsos o preferencias. Éste complementa la primera formulación recogida en el texto (1), y la segunda en virtud de la cual se debe tratar a los demás como fines en sí mismos. Es decir, no utilizar a las personas como medios para mis propios fines. Ni siquiera a mí mismo como instrumento de mi acción. 

En este sentido, la importancia del lema de la Ilustración propuesto por este filósofo (Kant (2), p. 17), “Sapere Aude” (texto original de Horacio, ver: Quintana Paz (3)), atrévete a saber, se revela en toda su extensión. Esta propuesta o exhortación kantiana llama a tener el coraje para pensar, razonar y opinar por uno mismo, desarrollando la propia vida como una consecuencia de la libertad. Lo que equivale, puede entenderse, en el campo de la ley moral, a cumplir con la propia razón. Ésta conduce al imperativo categórico, así como determina su contenido mediante las tres formulaciones ya mencionadas. En suma, Kant propone realizar lo que llama la buena voluntad. 

Ahora bien, Kant (2) desarrolla, en ese mismo ensayo sobre la Ilustración, la distinción entre los usos privado y público de la razón. Por el uso privado, un funcionario o empleado debe cumplir con las directrices recibidas de su organización jerárquica, de forma que restringe su racionalidad a ser un medio para los fines heterónomamente planteados (pp. 19-21). Su libertad de expresión queda limitada. Así, indica Kant (op. cit.), por ejemplo, el ciudadano debe pagar impuestos sin opinar en contra en la oficina recaudatoria. Por el contrario, el uso público es como ciudadano, como ser racional autónomo en general, e implica la libertad de razonar y de expresarse (Kant, op.cit.). El ciudadano tras pagar los impuestos y salir de la oficina de recaudación, podrá expresarse libremente acerca de lo justo o injusto de tales obligaciones fiscales. En este sentido, es plausible vincular el imperativo categórico a la expresión del uso público de la razón, ya que sólo en una situación de autonomía completa (en la que el único criterio de la acción sea seguir la propia racionalidad sin plantearse ni medios ni fines externos), podrá desarrollarse la voluntad de cumplir con el deber como tal. 

Finalmente, es importante añadir que, en Kant, es a partir de la razón actuando a priori, sin apoyo en experiencia empírica, como llegamos a los fundamentos de la obligación: desde los “conceptos de la razón pura” (Kant (1), Prólogo, A [viii]). Sobre una experiencia empírica se podrían alcanzar, añade, reglas prácticas, pero no el contenido de la ley moral (Kant, op.cit.). ¿Cómo se podrían articular normas éticas de validez universal y atemporal? Más bien proceden éstas de principios racionales como el de no contradicción. Por ejemplo, no se debe mentir, pues si nos planteamos la posibilidad de mentir como ley universal, todos podrían hacerlo y sería imposible cumplirlo, ya que nadie creería a nadie (Kant (1), <Ak. 1V, 403>). En cambio, el imperativo hipotético contiene consejos prácticos para la satisfacción y felicidad, por lo que se basa en enunciados a posteriori, fundados en la experiencia empírica (y en los impulsos instintivos -ver nota 1-). 

Cuestión 3ª: Exponer de manera clara y explicar razonadamente el tratamiento del problema del texto en otra época, comparar el tratamiento del problema presente en el texto con el tratamiento por parte de un autor o de una autora de una época distinta a la del texto. 

Como se ha señalado en las dos preguntas anteriores, en este texto (1) Kant afronta parcialmente los problemas conectados del contenido de la ley moral, y de su conocimiento y cumplimiento por el ser humano. De hecho, ambas cuestiones recorren, como uno de sus ejes vertebrales, la historia de la filosofía, del pensamiento humano en general. Difícil es, en efecto, encontrar a un pensador que no haya intentado responder a dichas preguntas. ¿No es Sócrates quien se plantea la cuestión de la conducta humana, bajo el concepto del fin que persigue la acción (Gourinat (4), p. 128)? Perspectiva que retoma Platón y que intentará desarrollar en muchos de sus Diálogos, bajo el concepto de Bien (Gourinat (4), p. 129 ss.), en lo que es, sin duda, una de las grandes respuestas propuestas en la historia. Aristóteles realizará una serie de objeciones a Platón para construir una propuesta basada en el concepto de felicidad. A su vez, Kant desarrollará una crítica de la posición eudemonista de Aristóteles para defender la construcción de una ética formal. En lo que sigue, la exposición se centra en las diferencias entre Aristóteles y Kant, mencionando también las que mantienen ambos con la teoría platónica.  

En la doctrina platónica, si se logra dar una definición de Bien en general, podrá contestarse cualquier problema práctico y específico retrotrayéndonos al concepto genérico. Ahora bien, Aristóteles realiza la siguiente crítica de esa respuesta platónica. Si fuese posible definir un bien que lo sea absolutamente, en sí mismo, ese bien constituiría el fin último de toda posible actividad. Un bien de esa naturaleza sería lo que Platón denominaba la Idea de Bien o bien en sí mismo (Gourinat (4), p. 129 ss.). Pero no es posible, afirma Aristóteles (5), dar una definición de este concepto general, ya que algunos bienes lo son por sí mismos y otros lo son para otras cosas (1094a, 1096b), lo que es bueno en unas circunstancias no lo es en otras, lo que cada uno de los hombres juzga como bien va variando en su vida y con respecto a los demás. En consecuencia, para Aristóteles no hay una definición unívoca del bien (Gourinat (4), p. 130). En el dominio de la acción práctica no hay, así pues, bien en sí mismo, afirma Aristóteles, sino sólo bienes diferenciados y particulares (Gourinat, op. cit.). Por lo tanto, el bien en sí mismo no es “nada más que la idea” (Aristóteles (5), 1096 b 18-20), sin contenido efectivo (Gourinat (4)), “una especie vacía” (Aristóteles (5), 1096 b 19-20). Hay que considerar aquí que Kant estaría probablemente de acuerdo con esta crítica de Aristóteles a la teoría del bien socrático-platónica, ya que está en contra de valorar una acción por una finalidad o resultado: “El valor moral de la acción no reside, pues, en el efecto que se aguarda de ella” (Kant (1), <Ak. IV, 401>, p. 92).  

Por consiguiente, el filósofo de Estagira analiza qué fin de la conducta humana es tan universal, para todos los seres humanos, que se justifica hacerlo el objetivo de la acción ética. Ya que, si quiere definirse un bien que pueda ser obtenido a partir de los límites de la acción humana, es preferible referirse a la experiencia común y al acuerdo de los hombres. Pero todos ellos consideran inequívocamente a la felicidad como fin supremo de toda actividad, que además se elige “siempre por ella misma” (Aristóteles (5), 1097b). Finalidad de toda actividad individual y política (Gourinat (4), p. 131). A esta doctrina se la conoce en la historia de la filosofía como “eudemonismo”.  

Además, Aristóteles va a concretar en una serie de principios también generales el modo como se logra esa felicidad. Ante todo, afirma Aristóteles (5), en una sociedad buena, bien organizada, pues el fin del individuo y el de la ciudad (la sociedad política) son el mismo (1094b, 5-10). De modo que la política tiene como objetivo “dotar a los ciudadanos de cierto carácter y hacerlos buenos” (1099b, 30-35). Ahora bien, lo justo es premiar el mérito (1130b, 25-30): que los mejores se vean recompensados. Esta postura define, pues, la justicia como meritocracia. Pero ¿qué es el mérito? La virtud social, lo que produce un beneficio para el bienestar del colectivo: “No se honra, en efecto, al que no proporciona ningún bien a la comunidad” (1163b, 5-10).  

Además, a Aristóteles se le ha llamado el filósofo de la moderación o término medio, por su defensa de que se logra la felicidad atendiendo racionalmente a las necesidades y huyendo de excesos y defectos (ver Aristóteles (5), 1107a). De modo que somos felices comiendo, y no si comemos poco o en demasía. 

Ahora bien, el debate entre Aristóteles y Kant es central en la cuestión ética, recorriendo toda la historia del pensamiento hasta nuestros días. El filósofo alemán defiende una ética formal: plantear el deber mediante imperativos universales que se afirman a partir de la razón pura práctica. Obligaciones que no tienen nada que ver con resultados. Nadie, dice, puede enseñarle a los demás cómo ser felices, ya que la felicidad es subjetiva y se dice de modos diferentes. Para Kant, la indeterminación del concepto de felicidad resulta de la contradicción entre, por un lado, esta idea, un estado absoluto válido para el presente y futuro; y, por otro, el carácter empírico de nuestros conocimientos en relación con los elementos que la producen. La felicidad es un concepto “impreciso” (Kant (1), <Ak. IV, 418>), y no es posible que “un ser finito (…) pueda hacerse una idea precisa de lo que realmente quiere” (Kant op. cit., pp. 120-121) -ver nota 2-. A lo que Aristóteles respondería, podría interpretarse de esta forma, que plantear una ética que no conduce hacia la felicidad es crear una teoría en el vacío que los hombres no cumplirán. Pues, ¿para qué hacer un deber que me lleva a la infelicidad? Probablemente una de las razones por las que Kant (6) propone como postulados de la razón práctica la libertad, la inmortalidad y la existencia de Dios -ver nota 3-. 

Además, como ya se ha observado previamente, Aristóteles, como su maestro Platón, situaba la plenitud del ser humano en el seno de la sociedad, único lugar donde se puede ser feliz. Defendía que el fin de la sociedad política, del Estado, es garantizar el bien supremo de los hombres, su vida moral e intelectual. Cuestión sociopolítica que no encontramos en la ética formal de Kant. 

En definitiva, la teoría ética, el contenido del deber y el cumplimiento de él, son temas centrales en la historia y han concitado numerosas respuestas. Tres de las principales son la socrático-platónica, la aristotélica y la kantiana. Se ha centrado aquí la respuesta en las propuestas que realizan y las diferencias entre ellas. Sobre todo, entre una ética material del eudemonismo, en Aristóteles, y una formal del deber por sí mismo, en Kant.     

Referencias 

(1) Kant, I. (2012). Fundamentación para una metafísica de las costumbres (trad. R. R. Aramayo). Madrid: Alianza editorial. Publicación original en 1785. 

(2) Kant, I. (2018). Respuesta a la pregunta: ¿Qué es la Ilustración?. En ¿Qué es Ilustración? (trad. A. Maestre y J. Romagosa), Madrid: Editorial Tecnos, pp. 17-25. «Was ist Aufklärung?» publicado en diciembre de 1784 por el periódico Berlinische Monatsschrift.  

(3) Quintana Paz, M. Á. (2018). Sapere aude, o¿ cabe llamarnos aún ilustrados?: lección inaugural curso académico 2018-2019. Pronunciada el 12 de septiembre de 2018. Servicio de Publicaciones de la Universidad Europea Miguel de Cervantes. 

(4) Gourinat, M. (1974). Introducción al Pensamiento Filosófico (trad. S. González Noriega). Madrid: Editorial Istmo. 

(5) Aristóteles (2009). Ética a Nicómaco (ed. bilingüe y traducción por M. Araujo y J. Marías, introducción y notas de Julián Marías). Madrid: Centro de Estudios Políticos y Constitucionales. Escrita aproximadamente en 330 a.C. 

(6) Kant (2011). Crítica de la razón práctica (trad. D. M. Granja Castro). México: Fondo de Cultura Económica. Publicación original 1788. 

Notas al final.

Nota 1. El “hombre común”, que sigue los instintos naturales, logra más la felicidad (Kant (1), <Ak. IV, 396>).

Nota 2. No hay reglas racionales para ser feliz, afirma Kant, no es un imperativo sino un ideal “porque la felicidad no es un ideal de la razón, sino de la imaginación, que descansa en meros fundamentos empíricos” (Kant (1), <Ak. IV, 418>, [A 47], p. 122).

Nota 3. La razón pura práctica exige el deber, pero para fundarlo tiene la “necesidad subjetiva” de “presuponer la posibilidad del mismo [el deber] y, por lo tanto, también las condiciones de su posibilidad, a saber, Dios, la libertad y la inmortalidad” (Kant (6), Libro II, Apartado 2, Sección VIII, <Ak. V, 142>, p.169 ss.).

Comparación teorías éticas Platón, Aristóteles, Kant.

Ignacio Escañuela Romana

15 de noviembre de 2024

LA IDEA DEL BIEN.

La moral socrática (platónica) realizaba un análisis elemental de la conducta humana. La acción humana presenta una gran variedad de formas y de fines. “el de la medicina es la salud; el de la construcción naval, el barco; el de la estrategia, la victoria;…” (Aristóteles, Ética a Nicómaco, Libro 1, 1). Pero esa diversidad puede ser clasificada. Los fines de las diversas actividades resultan estar subordinados unos a los otros (Gourinat, 1973).

Por ello, “Los bienes pueden decirse de dos modos: unos por sí mismos y los otros por éstos» (Aristóteles, Ética a Nicómaco, Libro 1, 6). Es decir, algunas acciones son buenas para alguna otra cosa, mientras otras son bienes en sí mismos. Mantener un ejercicio físico moderado es bueno para la salud. Obrar respetando al otro sería bueno por sí mismo, aunque podría ser planteado como un bien para otros fines más generales. Si fuese posible definir un bien que lo sea absolutamente en sí mismo, ese bien constituiría el fin último de toda posible actividad. Un bien de esa naturaleza sería el bien mismo, lo que Platón denominaba la Idea de Bien o bien en sí mismo (Gourinat, 1973). El platonismo nos proponía la idea de bien como un modelo cuyo conocimiento nos permitiría alcanzar con facilidad los bienes particulares. La ética de Platón, al igual que la socrática, identificaba el bien con el conocimiento, caracterizándose por un marcado intelectualismo.

LA FELICIDAD. ARISTÓTELES.

La crítica a que sometió Aristóteles, y con la que Kant estaba de acuerdo, a la ética fundada en la idea de bien es la siguiente. No hay una definición unívoca del bien (Gourinat, 1973). Algunas cosas son buenas en sí mismas y otras lo son para algo. Hay, pues, al menos, dos posibles definiciones de bien, el bien absoluto y el bien sólo relativo (lo útil). Es posible separar lo bueno en sí de lo útil. Las ciencias definen los bienes particulares, lo útil, sin necesidad de referirse para nada a los bienes en sí mismos últimos. Por ejemplo, no se ve qué utilidad tendría para el zapatero o el albañil conocer el bien en sí mismo. Siendo tan gran número las acciones y las artes y ciencias, muchos serán por consiguiente los fines, como ya se ha mencionado el de la medicina es la salud, el de la construcción naval es el navío, el de la estrategia es la victoria… (Ética a Nicómaco, libro 1, 1).

En el dominio de la acción práctica no hay, así pues, bien en sí mismo, sino sólo bienes diferenciados y particulares, por lo que resulta imposible mostrar si responden a una idea única del bien.

Para Aristóteles, se puede comprender que el bien en sí mismo “nada más que la idea”, en este caso «la especie sería inútil» (Ética a Nicómaco, Libro 1, 6). Luego la idea del bien es una especie vacía, una categoría clasificatoria sin más contenido que ella misma: sin contenido efectivo, sin sentido (Gourinat, 1973). Por lo tanto, no puede ser ni objeto de acción, ni objeto de adquisición. La moral no puede basarse en esa idea sin contenido, un objeto al que no puede llegarse.

En consecuencia, si quiere definirse un bien que pueda ser obtenido a partir de los límites de la acción humana, es preferible referirse a la experiencia común y al acuerdo de los hombres. Todo ellos consideran inequívocamente a la felicidad como fin supremo de toda actividad. La felicidad es universalmente deseada, todos los hombres tratan de ser felices: «la elegimos siempre por ella misma» (Ética a Nicómaco, Libro 1, 7). La felicidad aparece como el bien que, más que cualquier otro, es buscado por sí mismo y respecto del cual todos los otros no son más que medios (“mientras que los honores, el placer, el entendimiento y toda virtud los deseamos ciertamente por sí mismos… pero también los deseamos en vistas de la felicidad, pues creemos que seremos felices por medio de ellos” (Ética a Nicómaco, Libro 1, 7).

Aristóteles sitúa a la felicidad en el lugar que tenía para Platón la idea del bien, fijando con ella el fin supremo de la actividad individual y de la actividad política (Gourinat, 1973). La plenitud del ser humano se halla en el seno de la sociedad, donde el hombre puede ser feliz.

Aristóteles, como Platón, considera que el fin de la sociedad y del Estado es garantizar el bien supremo de los hombres, su vida moral e intelectual; la realización de la vida moral tiene lugar en la sociedad, por lo que el fin de la sociedad, y del Estado por consiguiente, ha de ser garantizarla. De ahí que tanto uno como otro consideren injusto todo Estado que se olvide de este fin supremo y que vele más por sus propios intereses que por los de la sociedad en su conjunto. De ahí también la necesidad de que un Estado sea capaz de establecer leyes justas, es decir, leyes encaminadas a garantizar la consecución de su fin. Las relaciones que se establecen entre los individuos en una sociedad son, pues, relaciones naturales.

DE LA MORAL DE LA FELICIDAD A LA MORAL DEL DEBER.

Existe un problema en el pensamiento aristotélico. Los hombres están de acuerdo en hacer de la búsqueda de la felicidad el contenido de la moralidad, pero es posible que no todos nos pongamos de acuerdo en la interpretación de la felicidad. Cuando intentamos definir felicidad, no nos ponemos de acuerdo. No sólo hay desacuerdo entre un individuo y otro, sino “incluso una misma persona opina cosas distintas si está enfermo, la salud; si es pobre, la riqueza” (Ética a Nicómaco, Libro 1, 4). Los hombres imaginan que podrían ser felices mediante la posesión de los que les falta, llamando felicidad al disfrute del objeto temporal y accidental de su deseo. Todos los hombres desean ser felices, pero no pueden determinar lo que verdaderamente desean y quieren.

Para Kant, la indeterminación del concepto de felicidad resulta de la contradicción entra la idea de felicidad, un estado absoluto válido para el presente y futuro, y el carácter empírico de nuestros conocimientos en relación con los elementos que producen la felicidad. Sólo la experiencia puede dar un contenido concreto a nuestra idea de felicidad. Enseñamos y aprendemos medios para llegar a la felicidad, pero no se puede determinar con precisión en qué medida son verdaderamente capaces de hacernos felices. “nadie es capaz de determinar, por un principio, con plena certeza, qué sea lo que le haría verdaderamente feliz, porque para tal determinación fuera indispensable tener omnisciencia” (Kant, Fundamentación de la Metafísica de las Costumbres, Cap. 2, 4:418).

Las limitaciones de nuestra experiencia y de nuestro conocimiento no nos permiten dar un contenido verdaderamente determinado a nuestra idea de felicidad. No hay reglas para ser feliz, no hay preceptos o normas de la razón que nos lleven hacia ella. Sólo es un ideal, para llegar al cual algunos consejos nos pueden ayudar. Del mismo modo que para hacer una casa me son necesarios ladrillos, o para que el coche funciones preciso de gasolina, debo seguir una serie de consejos para ser feliz (dieta sana, amistad, etc.). Los consejos, la determinación de medios que sólo pueden ser fijados de manera aproximativa y contingente, para lograr un objetivo, son “imperativos hipotéticos”.

“Por eso no es posible con respecto a ella un imperativo que mande en sentido estricto realizar lo que nos haga felices, porque la felicidad no es un ideal de la razón, sino de la imaginación, que descansa en meros fundamentos empíricos, de los cuales en vano se esperará que hayan de determinar una acción por la cual se alcance la totalidad de una serie, en realidad infinita, de consecuencias” (Kant, Fundamentación de la Metafísica de las Costumbres, Cap. 2, 4:418).

Los medios no son ni buenos ni malos, sino que su razón de ser es el logro de unos objetivos: “los preceptos que sirven al médico para curar radicalmente a su paciente, y al envenenador para matarlo de modo seguro, son de igual valor en la medida en que sirven a cada uno para realizar perfectamente su intención”. Dar una instrucción técnica e impartir una formación moral son dos cosas diferentes: las reglas técnicas prescriben medios con respecto a fines que son moralmente indeterminados.

EL DEBER EN KANT

La ética dependen de la libertad y la racionalidad: una razón que no esté afectada por preferencias o gustos, impulsos o deseos. La ética consiste en que yo mismo trazo racionalmente mi deber u obligación. Si me viene de otro o de otra cosa, entonces no es propia y no forma parte de la ética. Lo importante es el motivo o intención, la razón, y no el contenido. No mentir puede ser por ética: porque debo. O puede no ser ética si lo hago porque me conviene, por ejemplo porque quiero pedirle después a la otra persona algo.

Por lo tanto:

Imperativo categórico: el deber por sí mismo.

Imperativo hipotético: “si quiero tal o cual fin, entonces debo….”.

Sólo el categórico es ética.

Tres formulaciones o criterios del imperativo categórico:

Primera, haz de tu conducta un modelo de comportamiento universal. Que valga para todas las personas. Así, mentir no puede ser obligación ya que todos mentirían y ninguno escucharía. Asesinar no es un debe, pues todos asesinarían y nadie estaría vivo para poder cumplir con la obligación. Sin embargo, si debo no mentir y nadie miente, entonces se cumple sin problemas. Si debo no asesinar y nadie debe, no hay problemas para cumplir y respetar universalmente el derecho a la vida.

Segunda, trata a los demás como fines en sí mismo. Y a ti. Es decir, que un ser racional no sea nunca un instrumento para tu acción. Para tus fines.

Tercera, sé autónomo (libre) en tu conducta. Lo que implica que seas racional y tus fines sean precisamente universales (y los demás lo sean igualmente). Como se ve, las tres formulaciones significarían lo mismo: tres criterios para una idea igual.

Conclusión: la acción ética en Kant es libre, autónoma, consciente, sin objetivos o preferencias, tomada por uno mismo en función de la propia racionalidad.

Referencias.

Gourinat, M., 1973. Introducción al Pensamiento Filosófico. Editorial Istmo.

Aristóteles, Ética a Nicómaco. Ed. bilingüe y traducción por Maria Araujo y Julián Marías. Introd. y notas de Julián Marías. Español / Castellano; Griego. Centro de Estudios Políticos y Constitucionales.

Immanuel Kant, Fundamentación de la Metafísica de las Costumbres. Trad. Manuel García Morente. Edición de Pedro M. Rosario Barbosa.

Teoría de la justicia de Aristóteles.

Ignacio Escañuela Romana.

Siguiendo a Sandel, en su libro sobre la Justicia (¿Hacemos lo que debemos?): Aristóteles mantenía una teoría de la justicia basada en dos ideas principales:

  1. La justicia es teleológica. Es decir una acción, norma o una institución sería justa dependiendo del objetivo o fin que se plantea. 
  2. La justicia es honorífica:  una norma o práctica social será justa si honra a una virtud, si es la recompensa a una acción meritoria (op.cit. p. 212-213).

Por ejemplo, si hacer horas de trabajo social no remunerado es socialmente beneficioso (objetivo: mejora el bienestar de una mayoría), entonces debería reconocerse públicamente esta acción, concediendo algún tipo de honor o reconocimiento. Si una conducta perjudica ese binestar de la mayoría, la sociedad debería sancionarla.

En consecuencia, Aristóteles no piensa en derechos originarios, sino en objetivos sociales y meritocracia. Siguiendo el ejemplo de Sandel, si disponemos de flautas y nos preguntamos a quién dárselas, entonces deberíamos entregarlas gratuitamente a quienes mejor las toquen, ya que lo merecen y, además, su música es socialmente beneficiosa.

¿Cuál es el objetivo de la institución de un instituto de enseñanza secundaria?. Dependiendo de esto, así debería organizarse y reconocerse como virtuosas las conductas. Si el objetivo es promover la excelencia académica, entonces las becas y honores deben ir a quienes mejores calificaciones logren. Si el objetivo es promover un nivel educativo mínimo en la sociedad, de la manera más amplia posible, entonces becas y honores deben ir a quienes viniendo de un nivel de renta más bajo, logran un estándar educativo mínimo. Si el fin es, por contra, conseguir una formación humana en la diversidad y comprensión de valores transversales, deberíamos becar y dar honores a quienes mantengan una mayor implicación en programas y proyectos sociales e, incluso, políticos.

“Al mismo tiempo, debe pensarse que ningún ciudadano se pertenece a sí mismo, sino que todos pertenecen a la ciudad, puesto que cada uno es parte de ella” (Pol 1337 a 27-29).

«¿Qué podemos hacer si se discrepa sobre el telos o propósito de la actividad en cuestión? (Sandel p. 217). Aristóteles creía que los objetivos sociales tendían a ser claros y que, razonando sobre la anturaleza humana, podemos llegar a conclusiones sobre los objetivos universalmente sostenibles.

¿Qué objetivos propondrías como socialmente beneficiosos?.

¿Qué virtudes crees que deberían premiarse socialmente?.