Por nosotros. Verónica Almenta Camacho.

Autora: Verónica Almenta Camacho.

«Es curiosa la vida … ese misterioso arreglo de lógica implacable orientada hacia un objetivo fútil. Lo más que de ella se puede esperar es cierto conocimiento de uno mismo … que llega demasiado tarde… y una cosecha de remordimientos inextinguibles». (Joseph Conrad).

Continuación (Verónica Almenta):

Querido David, fue hace mucho que nos conocimos. Aún lo recuerdo como el primer día, yo tan tímida y nerviosa y tu tan tranquilo y atento; desde el primer momento me trataste con cariño y ternura. Fue ese día, rodeada de gente que no conocía, llena de nervios y sin saber que hacer, cuando empecé a beber. Recurrí a la bebida para evadirme de la timidez, fue la primera vez que me emborrachaba en mis 21 años de vida. Cogí la botella y empecé a beber sin control, esperando a que el alcohol hiciera efecto, pero este no llegaba y yo cada vez estaba más nerviosa, cada vez bebía más y más. Hasta que, tras unas horas, la bomba de relojería que yo tragaba incesantemente a la espera de resultados, se accionó. Yo estaba de pie sobre el césped de aquel lugar y entonces empecé a sentir un terrible mareo, solté la botella en la mesa y al instante mis piernas dejaron de sostenerme. Caí al suelo, pero ni siquiera lo sentí, tenía tanto alcohol en vena que ni siquiera había notado el impacto de mi cuerpo contra el césped. Tu te levantaste de inmediato de la silla en la que estabas sentado y viniste a ayudarme, yo apenas lograba moverme o hablar, de hecho esto que te escribo lo recordaba en fugaces escenas a las que tu tuviste que darles un sentido. Me llevaste al baño, y allí me sujetaste el pelo mientras salía de mi cuerpo una mezcla de bilis y alcohol. No te moviste de mi lado, permaneciste junto a mi acariciándome suavemente la espalda mientras la habitación daba mil vueltas ante mis ojos.

Pasó el tiempo y nos fuimos enamorando el uno del otro, intentamos tener una relación en varias ocasiones, pero todas mis dudas y complejos me pudieron más que el amor que sentía por ti. Cada vez que lo intentábamos y salía mal, tú te pasabas unos meses triste y las primeras semanas solías traer los ojos inyectados en sangre de haberte pasado la noche llorando. Yo, en cambio, ahogaba las penas en alcohol, más alcohol y rollos de una noche.

Después de un tiempo, no volvimos a intentarlo, tú ya estabas demasiado dañado y yo, bueno, yo había cambiado mucho. Rehiciste tu vida, te llevó un tiempo, pero la rehiciste. Encontraste a alguien y formaste una familia. Pero yo: yo me quedé estancada donde estaba.

Todas las noches cuando el nivel de alcohol en vena disminuía, lloraba pensando en que si me hubiera esforzado contigo quizás en ese momento nosotros estaríamos juntos, yo no estaría sola en la cama rodeada de botellas vacías de alcohol, habríamos formado una familia y tendríamos unos preciosos hijos.

Comencé mi adicción a la bebida por todo lo que llevaba dentro y acabé destruyéndome con ella porque no me quedaba nada fuera.

No todo el mundo tiene la suerte de conocer al amor de su vida. Yo, por el contrario, lo conocí, lo tuve y lo perdí. Y con él, perdí mi vida, perdí las ganas de vivir y las ganas de luchar.Veinte años después, uno de los camareros de una taberna en la que estaba bebiendo tuvo que llamar a urgencias porque me dio un coma etílico. Los médicos consiguieron estabilizarme y logré recuperarme. Tras eso, me hicieron bastantes pruebas, cuando llegó el resultado de las últimas el médico me llamó para que fuera a su consulta. Me habían diagnosticado un cáncer en el hígado.

Yo quedé en shock por mucho tiempo. Me hicieron más pruebas para determinar la gravedad. Había metastatizado y me encontraba en una fase crítica.

De inmediato empecé con todo tipo de tratamientos para el cáncer, pero este se
seguía extendiendo sin control. Yo pasaba las horas vomitando por la quimioterapia y apenas comía. Caí en fase terminal, los médicos no sabían cuánto me quedaba y yo tampoco quería luchar por seguir viviendo.

Hoy era mi último día de vida. No quería seguir, no tenía ganas de luchar, no me quedaba nada por lo que luchar. Así que he decidido acabar con esto. Me arrepiento de tantas cosas. Es increíble que hasta que no pierdes lo que más quieres en el mundo no te das cuenta de todo lo que significa para ti.
Para mi el mundo ya no guardaba nada, tan solo tristeza y desesperación. Quise
escribirte no con el fin de que te sintieras culpable, sino porque está enferma
necesitaba decirte todo lo que en su día no dijo. Necesitaba contarte todo lo que no te dije y de lo que hoy me arrepiento.

Aún haciendo lo que voy a hacer, estoy contenta de, al menos, haber podido despedirme de quien lo ha significado todo para mí. Espero que algún día puedas perdonarme por haber dejado de luchar por ti, por mí y por nosotros.

Lo siento, Rosalyn.

Al acecho. Fátima Villarán Morales.

Autora: Fátima Villarán Morales.

«Sólo el hombre está solo. Es que se sabe
vivo y mortal. Es que se siente huir
-ese río del tiempo hacia la muerte-.
Es que quiere quedar. Seguir siguiendo,
subir, a contra muerte, hasta lo eterno.
Le da miedo mirar. Cierra los ojos
para dormir el sueño de los vivos» (Blas de Otero)

Continuación (Fátima Villarán Morales):

La muerte al acecho, la desembocadura del río
inquietante, aterradora. Aguas abrasadoras.
Silencioso lamento que anuncia su sentencia.

Lo efímero y lo eterno,
la tristeza y la alegría,
la compañía y la soledad,
la incertidumbre y la certeza.

Todo acaba. Cae el telón.
La catarsis del alma se acerca.
El ser palidece lánguidamente ante su destino,
cruel, impropio, trágico, desgarrador.
Impotente, horrorizado, ahoga su llanto
en unos inocuos intentos de salida de la realidad.

El conato, no es capaz de desatarlo
de sus cadenas.
La huida fracasa, el ser se sume
en un perpetuo mundo onírico,
del que no podrá escapar,
ni siquiera, abriendo los ojos.

Quiere permanecer. Marta Díaz Almenta.

Autora: Marta Díaz Almenta.

Continuación cuarto fragmento. (Blas de Otero, fragmento del poema «La Tierra»)
«Sólo el hombre está solo. Es que se sabe
vivo y mortal. Es que se siente huir
-ese río del tiempo hacia la muerte-.

Es que quiere quedar. Seguir siguiendo,
subir, a contra muerte, hasta lo eterno.
Le da miedo mirar. Cierra los ojos
para dormir el sueño de los vivos».

Es que quiere permanecer. Necesita del
recuerdo, vive por él. Perdurar en la mente
de quien le verá envejecer y morir.

Solo el hombre está solo. El egoísmo se lo lleva.
Sabe que su caudal se agotará y con él
en la mar dará; aunque no lo quiere ver.

Es que culmina sus días en soledad,
menguándose porque cuando no lo logró,
como si de un sueño se tratase,
su vida, su mayor afán, se esfumó.

Marta Díaz Almenta.

Ansia. Lucía Tello Bando.

Autora: Lucía Tello Bando.

Continuación «Es curiosa la vida … ese misterioso arreglo de lógica implacable orientada hacia un objetivo fútil. Lo más que de ella se puede esperar es cierto conocimiento de uno mismo … que llega demasiado tarde… y una cosecha de remordimientos inextinguibles» (Joseph Conrad, El Corazón de los Tinieblas).

Somos insaciables. Los humanos, curiosos por naturaleza e inconformistas por experiencia, tenemos una mentalidad descubridora, perjudicial para nuestra experiencia de vida. Nuestra ansia es conocer todo aquello que somos incapaces de saber. El pensamiento de averiguar qué es lo que hay después de la vida nos abstrae de lo real, lo tangible, todo aquello de lo que tenemos completa certeza.

Tenemos tanto interés en descubrir qué hay más allá que se nos olvida el hecho de que, al menos en el plano sentimental o espiritual, ya conocemos un sentimiento similar. Antes de nacer, mucho antes de saber que íbamos a ser algo en el vasto universo, conocíamos la eternidad infinita. Ese sentimiento de no existir, no sentir, pero estar. Tal vez no estábamos nosotros, sino nuestro espíritu. Tal vez tampoco eso, sino que lo que estaba era nuestra esencia. O simplemente nada, pero la nada acaba siendo algo cuando antes del primer latido de nuestro corazón ha habido miles de millones de otros seres viviendo en el tiempo y espacio. Conformando así un lugar existente en alguna parte. Y todos estos corazones que algún día vivieron se encuentran ahora donde nosotros estábamos cuando ellos existían en la tierra.

Ese lugar puede ser el cielo, el infierno, el limbo, la nada. Pero lo es todo. Es hacia donde todos vamos y de donde todos procedemos. Es aquello que sin saberlo conocemos mejor que nuestra propia vida, la cual no nos preocupa descubrir. ¿Por qué tanto empeño en conocer el lugar inexistente de donde venimos, a dónde vamos al morir? Pues sencillamente porque nos aburre la vida. Buscamos más.

Y así, en una búsqueda interminable, acabaremos muriendo sin respuestas. Solo sabremos qué es la muerte y qué hay más allá cuando lleguemos a ella. Irónico qué a su vez, una vez encontremos la respuesta a lo que nos ha condicionado en vida, no seremos conscientes de ella. Así vuelve a nacer otra búsqueda nueva, la de la verdad siendo nosotros simplemente meros recuerdos que ya se han desvanecido.

Por eso, nuestra vida es la búsqueda infinita y la respuesta finita, la cual llega demasiado tarde.

Intentar contar. Lydia González Escudero.

Lydia González Escudero.

«Es imposible comunicar la sensación de vida de una época determinada de la propia existencia, lo que constituye su verdad, su sentido, su sutil y penetrante esencia. Es imposible. Vivimos como soñamos… solos.” (Joseph Conrad)

Continuación:

Porque a pesar del esfuerzo que ponemos en ello, en intentar contar nuestra vida, en reflejar nuestros sentimientos y emociones, nuestras vivencias y experiencias y nuestros pensamientos más profundos, nadie podrá nunca llegar a comprenderlos como lo hacemos nosotros mismos. Porque al fin y al cabo, son solo palabras lo que está saliendo de nuestra boca. Y eso no es la vida. Para llegar a entenderla realmente, se tiene que vivir. Y solo nosotros mismos vivimos nuestra vida, construyendo nuestra propia historia a base de pequeños detalles. Pero esos pequeños detalles nos diferencian del resto. Solo nosotros somos conscientes de esas sensaciones que en algún momento experimentamos. Exactamente igual que los sueños. Porque cuando nos despertamos a media noche debido a una pesadilla es imposible expresar con palabras la angustia que hemos sentido en ese momento. Y por mucho empeño que pongamos en describirla con todo lujo de adjetivos y de detalles, ninguna persona sentirá lo mismo que nosotros ni la vivirá de igual manera. Estamos solos en esto. Pero no debemos tener miedo a esa soledad. Porque cada decisión que hemos tomado ha ido marcando nuestro propio destino, de nadie más. Cada vida, cada sensación que la compone, es única e inimitable; y eso hace que sea especial.

Una vida que. Pablo Ortega Salas.

Autor: Pablo Ortega Salas.

Segundo fragmento. «Es curiosa la vida … ese misterioso arreglo de lógica implacable orientada hacia un objetivo fútil. Lo más que de ella se puede esperar es cierto conocimiento de uno mismo … que llega demasiado tarde… y una cosecha de remordimientos inextinguibles» (Joseph Conrad)

Continuación:

Una vida que se va, al igual que viene… En instantes, en segundos… Sin saber el porqué, sin percatarnos de la importancia que tienen esos pensamientos, esos recuerdos y esos actos… Nos acabamos dando cuenta tarde y aún así , sin saberlo, seguimos desaprovechando el tiempo y esos segundos que pueden marcar la diferencia. No hay nadie que escape del final.. pues la vida es una dulce mentira y la muerte una amarga verdad.