Autora: Lucía Tello Bando.
Continuación «Es curiosa la vida … ese misterioso arreglo de lógica implacable orientada hacia un objetivo fútil. Lo más que de ella se puede esperar es cierto conocimiento de uno mismo … que llega demasiado tarde… y una cosecha de remordimientos inextinguibles» (Joseph Conrad, El Corazón de los Tinieblas).
Somos insaciables. Los humanos, curiosos por naturaleza e inconformistas por experiencia, tenemos una mentalidad descubridora, perjudicial para nuestra experiencia de vida. Nuestra ansia es conocer todo aquello que somos incapaces de saber. El pensamiento de averiguar qué es lo que hay después de la vida nos abstrae de lo real, lo tangible, todo aquello de lo que tenemos completa certeza.
Tenemos tanto interés en descubrir qué hay más allá que se nos olvida el hecho de que, al menos en el plano sentimental o espiritual, ya conocemos un sentimiento similar. Antes de nacer, mucho antes de saber que íbamos a ser algo en el vasto universo, conocíamos la eternidad infinita. Ese sentimiento de no existir, no sentir, pero estar. Tal vez no estábamos nosotros, sino nuestro espíritu. Tal vez tampoco eso, sino que lo que estaba era nuestra esencia. O simplemente nada, pero la nada acaba siendo algo cuando antes del primer latido de nuestro corazón ha habido miles de millones de otros seres viviendo en el tiempo y espacio. Conformando así un lugar existente en alguna parte. Y todos estos corazones que algún día vivieron se encuentran ahora donde nosotros estábamos cuando ellos existían en la tierra.
Ese lugar puede ser el cielo, el infierno, el limbo, la nada. Pero lo es todo. Es hacia donde todos vamos y de donde todos procedemos. Es aquello que sin saberlo conocemos mejor que nuestra propia vida, la cual no nos preocupa descubrir. ¿Por qué tanto empeño en conocer el lugar inexistente de donde venimos, a dónde vamos al morir? Pues sencillamente porque nos aburre la vida. Buscamos más.
Y así, en una búsqueda interminable, acabaremos muriendo sin respuestas. Solo sabremos qué es la muerte y qué hay más allá cuando lleguemos a ella. Irónico qué a su vez, una vez encontremos la respuesta a lo que nos ha condicionado en vida, no seremos conscientes de ella. Así vuelve a nacer otra búsqueda nueva, la de la verdad siendo nosotros simplemente meros recuerdos que ya se han desvanecido.
Por eso, nuestra vida es la búsqueda infinita y la respuesta finita, la cual llega demasiado tarde.