Examen de ingreso de Vicente Aleixandre

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La historia de miles de alumnos duerme en forma documental en los archivos de nuestro Instituto, aún de años muy anteriores a su fundación en 1846, pues incorporó los propios del Real Colegio de San Telmo desde el siglo XVIII. Entre ellos sobresalen los expedientes de unos niños que acabarían marcando la historia de la cultura y la ciencia universal. En esta primera ocasión presentamos el examen de ingreso de Vicente Aleixandre, Premio Nobel de Literatura en 1977; un examen que se “sufría” para su aprobación y que, como era habitual en su parte escrita, constaba de un pequeño dictado tomado del Quijote y una operación aritmética. Está fechado en 1 de junio de 1908. Al año siguiente se trasladaría a Madrid donde completaría sus estudios de Bachillerato.

De la vinculación del poeta con la Málaga de su infancia, a la que daría el celebérrimo título de Ciudad del Paraíso, no me resisto a transcribir sus propias y emocionadas palabras que debieran ser de obligado conocimiento de todos los malagueños.

En Málaga viví casi desde que nací. Mi padre era ingeniero de ferrocarriles, y yo nací en Sevilla porque mi padre tenía allí su trabajo. Luego pasó destinado a Málaga, donde estaba la central. Tenía un bonito nombre: Compañía de los Ferrocarriles Andaluces. Por cierto que era un edificio muy grande y algo destartalado, y los malagueños, con esa cosa que tienen gráfica para nombrar y bautizar, a ese caserón enorme de las oficinas le llamaban El Palacio de la Tinta.
Mis padres, mi hermana y yo vivimos en Málaga hasta 1909. Me dio tiempo a despertar a la vida, a aprender a leer, a empezar a ir a la escuela, luego a un colegio… Me acuerdo muy bien del nombre del director del colegio: don Buenaventura Barranco Bosch. Fieros bigotes a lo káiser. Pero encima brillaban unos ojos bondadosos. Parece que mi destino de poeta de una determinada generación, que se distinguiría por la amistad entre sus miembros, quería ya anunciarse. Porque yo allí, desde la enseñanza primaria, fui compañero y amigo del que luego iba a ser compañero en la poesía: Emilio Prados. Creo que a esta se le puede llamar, con justo título, la amistad más antigua de la generación. Emilio vivía en la conocida calle de Larios y yo iba solo –mi familia era muy libre, muy confiada-, le daba una voz y continuábamos hasta la calle de Granada, donde estaba el colegio. Era una Málaga apacible, con un sabor que ahora ha consagrado el pintor malagueño, primo de Picasso, Manolo Blasco, que ha hecho toda su pintura ingenuista a base de los recuerdos de principios de siglo –una pintura muy sugestiva-, y es esa Málaga la que yo he vivido.

 

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