¿Cómo perdió el trono el último emperador de Brasil?

Pedro II, con 49 años, en 1875.  Dominio público

Autor: Javier Martín

Fuente: La Vanguardia. Historia y Vida 02/12/2020

Pedro II es todavía hoy para muchos brasileños un ejemplo político y moral. Cuesta entender cómo pudo dejar ir la corona tan fácilmente

Pedro II reunió cualidades asombrosas: culto, paciente, respetuoso con las leyes, intelectual (le llamaban “O rei filosofo”), pero con dotes para la guerra cuando la veía necesaria para mantener la unidad de Brasil, moderado, casi monógamo, lector extraordinario, modesto… ¿Se podía pedir más a un gobernante?

Para los brasileños, Pedro II ha venido a representar con el tiempo lo más próximo a un ideal político y el envés de su padre, un hombre sexualmente fogoso e irritable al que nunca perdonaron que maltratara a su mujer, la inteligente y culta Leopoldina de Habsburgo. Pedro I lideró la independencia de la nación, liberándola de su estatuto colonial respecto de Portugal. Pero allí no se olvida que perdió la cabeza por una atractiva joven de São Paulo que resultó tan ardiente como él.

Tuvo la inconsciencia de imponer la presencia de la joven de la que estaba enamorado a su esposa, al nombrarla dama de su corte. Leopoldina murió de tristeza y soledad, abandonada, a los 29 años, y ese fue el principio del fin del reinado de Pedro I.

Leopoldina y sus hijos (de izquierda a derecha: Paula Mariana, María de la Gloria, Francisca, Pedro —en los brazos de su madre— y Januaria) poco antes de su muerte (1826).
Leopoldina y sus hijos (de izda. a dcha.: Paula Mariana, María de la Gloria, Francisca, Pedro –en brazos de su madre– y Januaria) poco antes de su muerte, 1826 Dominio público

Al percibir la consternación del pueblo ante lo ocurrido, el monarca quiso combatir su inesperada caída en desgracia alejando a la marquesa y casándose con otra noble europea, Amelia de Beauharnais. Pero ya nada pudo ser como antes. Se vio obligado a abdicar a favor de su hijo Pedro II, quien solo tenía cinco años en 1831, partiendo a Europa. Nunca volverían a verse. Pedro I murió en Lisboa en 1834, a los 35 años. Una vida intensa y corta, como la llama que inspira una hoja de papel.

Un niño solitario

La infancia de Pedro II fue triste, y sobre todo solitaria. Se hizo retraído, y solo en los libros encontraría un refugio a su infelicidad. A los 15 años fue coronado emperador, ante la inestabilidad política que se vivía en Brasil a causa de la larga regencia.

En 1843, dos años después de ser coronado, se casaba, sin conocerla, con Teresa Cristina de Borbón, princesa de las Dos Sicilias. La intención de la camarilla que se valía de su inexperiencia para gobernar era ver si el matrimonio le daba la seguridad necesaria como monarca y lo hacía madurar emocionalmente. Le habían prometido una belleza, y Pedro II se desilusionó tanto al verla que sufrió un leve desvanecimiento: la princesa era baja, cojeaba al andar, carecía de cintura y su rostro tenía un aspecto severo.

El falso retrato de Teresa Cristina que fue enviado a Pedro II para alentar el matrimonio imperial.
El falso retrato de Teresa Cristina que fue enviado a Pedro II para alentar el matrimonio imperial. Dominio público

En un primer momento quiso deshacer el matrimonio, pero la situación pudo reconducirse gracias a la discreción de Teresa Cristina, quien, sin ser una intelectual, encontró temas de conversación que la aproximaron a su marido. Él acabó aceptando a una mujer por la que no se sabe muy bien lo que sintió, pero a la que siempre fue fiel.

Decenios después, en 1889, cuando ella murió, fruto del shock que le supuso ver a la familia abocada al exilio, él anotó en su Diario: “No sé cómo escribo. Murió hace media hora la emperatriz, esa santa […]. Nunca imaginé mi aflicción”.

Reinado en auge

A mediados de siglo, el emperador, lejos ya de la adolescencia y con una familia en la que apoyarse, se siente cada vez más seguro de sí mismo, y con ello crece su popularidad. La economía consigue estabilizarse gracias a la consolidación del café en los mercados internacionalesel fin del tráfico de esclavos y la liberación de grandes capitales, listos para invertir en el nuevo mercado industrial que potencia de forma entusiasta el emperador, liberal y demócrata. Además, de acuerdo con su talante intelectual, se preocupó de otorgarle una base cultural con la que pudiera identificarse.

La coronación de Pedro II, con quince años, el 18 de julio de 1841.
La coronación de Pedro II, con quince años, el 18 de julio de 1841. Dominio público

Brasil carece de la rica variedad de culturas indígenas propia de los países hispanos, pues la colonización portuguesa fue menos cuidadosa, mucho más abrasiva. Pedro II comprendió que era preciso no solo afianzar la monarquía creada por su padre, sino proporcionarle una memoria, una tradición cultural propia, a fin de mantener la unidad política. Eso le ganó la imagen de “sabio emperador” que todavía conserva.

Potenció una literatura nacional que incluyera una rehabilitación ética y poética de lo indio (nativismo). Aprendió el tupí (el idioma indígena más hablado en Brasil) y propició la elaboración de diccionarios y gramáticas de ambas lenguas. Si lo africano evocaba la esclavitud y su presencia era incómoda en las artes, lo selvático aparecía como noble y auténtico, libre de reproches morales y, por ello, capaz de soportar la construcción de un pasado mítico. Lo mismo hizo con la pintura y la música: en ambos casos mostró el camino para valorizar lo pintoresco, la presencia del trópico.

De modo que el Romanticismo brasileño, más tardío que el europeo, fue un proyecto oficial, con un objetivo político. Pero lo cierto es que aquel mecenazgo imperial tuvo efectos deslumbrantes a corto plazo y atrajo a artistas y científicos europeos que darían a conocer Brasil al mundo.

Pedro II (c. 1858). En la década de 1850, los libros empezaron a aparecer de manera prominente en sus retratos.
Pedro II hacia 1858. En la década de 1850, los libros empezaron a aparecer de manera recurrente en sus retratos. Dominio público

“La ciencia soy yo”, recuerda la historiadora Lilia Schwarcz que dijo en una de las reuniones del Instituto Histórico y Geográfico Brasileiro, que él mismo había fundado. Y el mismo espíritu latió en la construcción de Petrópolis (“ciudad de Pedro”): unas tierras compradas por su padre en la parte más alta de Río de Janeiro fueron aprovechadas por el emperador para edificar un palacio de verano, inspirándose en Versalles. Y es que el modelo de Pedro II era Luis XIV, con su capacidad de dotar a su reinado de una enorme brillantez cultural y artística.

Asimismo, el emperador facilitó a los campesinos alemanes la posibilidad de que se instalaran cerca de Petrópolis, para conferir a los alrededores un patrón de civilización. Y muchos alemanes viajaron hasta allí, fundando con el tiempo ciudades como Novo Hamburgo, Santa Caterina, Joinville o Gramado.

De la guerra y el amor

Pero a su actividad a favor de la cultura y el progreso debemos contraponer su creciente desinterés por la política nacional. El punto de inflexión de su reinado lo marca la guerra con Paraguay, cuando este país invade el Mato Grosso en 1864 de la mano de Francisco Solano López, quien sale al paso de la alianza que Brasil había establecido con Argentina en contra de su enemigo natural, Paraguay, por la eterna discusión de los límites de cada uno y por otros intereses añadidos de la importante colonia de británicos en la región.

Mato Grosso era territorio paraguayo sobre el papel, pero estaba ocupado por brasileños cuando el mariscal Solano López decidió recuperarlo. Fue una guerra costosísima para ambas partes: en el caso de Brasil, en vidas humanas y pérdidas económicas, pues el conflicto duró algo más de cinco años, mientras que Paraguay quedó tan diezmado en personas y bienes que para algunos historiadores fue el comienzo de su bancarrota nacional.

La muerte del mariscal Solano puso fin al conflicto, y, aunque la victoria fue para Brasil, se dice que la preocupación ocasionó el envejecimiento precoz del emperador: su larga barba blanca y el aspecto cansado y pesaroso proceden de esa época y de una guerra que se le hizo inacabable. Pero solo tenía 45 años…

Pedro II con uniforme de almirante a los 44 años, los años de guerra le envejecieron de forma prematura.
Pedro II con uniforme de almirante a los 44 años, los años de guerra le envejecieron de forma prematura. Dominio público

Pedro II aprovechó la triste noticia de la muerte de su hija Leopoldina en Viena a causa del tifus para emprender su primer viaje a Europa, dejando como regente a su hija primogénita, Isabel. El emperador escribe en su Diario todo lo que ve, pero echa de menos a una mujer que con el tiempo se ha convertido en su confidente y amiga, la condesa de Barral, aya de sus hijas desde 1854.

No hay duda de que fue el gran amor del monarca. “Nunca conocí una inteligencia como la suya”, escribiría él al morir la condesa. No está claro que llegaran a tener relaciones carnales, pero la correspondencia entre ambos da fe de una relación singularmente íntima y confidencial que despertó los celos de Teresa Cristina.

Camino al exilio

Al primer viaje, que duró diez meses, le seguirían dos más. El segundo, a Estados Unidos, duró un año y medio, y el tercero, en 1887, a Italia, otros quince meses. El contacto con otras culturas le iba alejando de la dureza de la política practicada en Brasil, pero también su figura iba disolviéndose entre las nuevas generaciones. El emperador se había convertido en motivo de muchas caricaturas en los periódicos: no se comprendía su modestia, el hecho de que viajara con un séquito reducido y sin visitas oficiales, que vistiera como un burgués corriente, con un sencillo frac.

Pedro II (sentado, a la derecha) visitando la necrópolis de Giza a finales de 1871.
Pedro II (sentado, a la derecha) visitando la necrópolis de Giza a finales de 1871. Dominio público

Hay que decir que él no confiaba en el reinado de su hija Isabel. Creía que solo un hombre podía ser capaz de llevar las difíciles riendas de la Corona brasileña, y sus hijos habían muerto tempranamente. De modo que se le planteó una duda que acabó por engullirle: ¿por qué seguir, si tampoco tendría continuación la dinastía de los Braganza? Y, sin embargo, fue Isabel quien, en sus períodos de regencia, aprobó la llamada “ley del vientre libre”, por la cual los nacidos de mujeres esclavas podían permanecer con la madre, y quien, más adelante, en 1888, sancionó la ley que abolía definitivamente la esclavitud.Lee también

Pedro II no luchó por la herencia de su hija. Llevaba casi cincuenta años al frente del imperio de Brasil, y la intriga de quienes más perjudicados se sentían por la pérdida del trabajo esclavo condujo a la declaración de la república el 15 de noviembre de 1889. Era una declaración que apenas contaba con apoyos. Pedro podía haberse impuesto, pero no lo hizo.

A los pocos días, la familia imperial partía para Europa. En el poco tiempo de vida que le quedaba comprendería claramente su error. Demasiado tarde. En el exilio soñará con que sus antiguos súbditos le reclamen. Nunca sucedió. Pedro moría en París el 5 de diciembre de 1891.

Autor: José Moraga Campos

Mi nombre es José Moraga Campos y soy asesor del Ámbito Cívico-social en el CEP de Córdoba.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *