Los católicos y la política en la Europa de finales del XIX

León XIII

Autor: EDUARDO MONTAGUT

Fuente: Nueva Tribuna, 18/07/2020

El catolicismo tuvo un evidente protagonismo en todos los movimientos contrarrevolucionarios, de signo legitimista (el carlismo en España, por ejemplo) o muy conservador en la época revolucionaria. Su gran formulación sería el ultramontanismo con un fuerte carácter integrista frente a los modernos Estados. Roma no aceptaba la nueva situación política generada por el triunfo del liberalismo, el avance del laicismo, ni por la creciente secularización de la sociedad ni, por supuesto, por un cada vez más extendido anticlericalismo.

El ultramontanismo se fomentó con el papa Pío IX. El Vaticano perseguía con esta idea liberar al Papado de la dependencia de los poderes civiles y dar más libertad de acción a la Iglesia, especialmente, cuando se consideró como prisionero en Roma, ya que la recién creada Italia le había despojado de los Estados Pontificios.

Pero cuando León XIII fue elegido papa se introdujeron cambios importantes en la forma en la que los católicos debían afrontar la vida política, superando, al menos, la hostilidad beligerante del pasado. En Alemania se produjo el conflicto del Kulturkampf, provocando un fenómeno que tendría fuertes influencias en el resto de Europa, la creación de un partido político específicamente confesional, el Zentrum católico, y que tuvo un enorme peso como oposición política en Alemania a partir de la década de los años setenta hasta el final de la República de Weimar.

El Zentrum defendía el catolicismo, los católicos y los estados alemanes con fuerte presencia de esta confesión, como Baviera o determinadas zonas del Rhin. Unía esa defensa, junto con la libertad religiosa, con una evidente preocupación social frente al poder prusiano, vertebrador del nuevo Reich. Aunque, por lo otro lado, sería un partido gobernado por la aristocracia y la alta burguesía católicas.

En Francia, la intensa política secularizadora iniciada en la década de los años ochenta, coincidiendo con la estabilización definitiva de una República, la Tercera, nacida con muy poco vigor republicano de las cenizas de Sedán y la Comuna, provocó un evidente enfrentamiento con la Iglesia Católica. Pero el papa León XIII optó por una política conciliadora en los inicios de la siguiente década. En 1892 se publicó la encíclica Au milier des sollicitudes que establecía que la Iglesia no estaba vinculada a ninguna forma de gobierno y que, por lo tanto, aceptar la República no implicaba aceptar la legislación secularizadora de la misma.

En ese momento nacería lo que se ha llamado el “catolicismo institucional”, o “derecha constitucional”, así como sus integrantes los “rallies”. Este grupo de católicos impulsados por la decisión papal deciden influir en la Tercera República en un sentido religioso tanto en lo político como en lo social. La gran figura de este grupo fue el conde Albert Marie de Mun (1841-1914), que había comenzado su carrera política en posturas muy extremas, pero que fue moderando. Interesa destacar cómo al calor de la RerumNovarum (1891), Mun y el catolicismo institucional defendieron las reformas sociales que se plantearon en la época, junto con el socialismo independiente de Aristide Briand.

En el caso español habría que citar a Alejandro Pidal y Mon (1846-1913) y su Unión Católica, fundada en 1881. Pidal pretendía buscar la unidad de los católicos que deseaban participar en el sistema político de la Restauración, aunque unos años antes criticara su establecimiento y su inductor, Antonio Cánovas del Castillo, por demasiado revolucionario. Pero Pidal no era un integrista como los Nocedal, y prefirió optar por una especie de posibilismo para influir siempre a favor de la Iglesia y de la moral católica en todos los debates legislativos que afectaran a ambas, como la confesionalidad del Estado, o contra el matrimonio civil, entre otras cuestiones. En 1883, el papa León XIII le instó a que participara intensamente en la política española, aunque no creando un partido sino apoyando al que considerara más afín. Debemos recordar que la Unión Católica no era un partido sino una asociación que en cada diócesis presidía el obispo correspondiente. Esta entrevista en Roma, junto una anterior con Alfonso XII, le animan a aceptar el puesto de ministro de Fomento, una cartera muy importante, con competencias educativas, en un gobierno del anteriormente denostado Cánovas, integrándose en el Partido Conservador. Posteriormente, tendría otras responsabilidades en el sistema de la Restauración.

A propósito de los soldados de Franco: represión, disciplina, vigilancia y silencio

Autora: Patricia Martínez Fernández

Fuente: Nueva Tribuna 13/07/2020

¿Quién formaba el ejército sublevado? Hasta hace unos años, nadie en el mundo historiográfico y social se preguntaba esto. Se daba por hecho que se trataba de militaristas y contrarrevolucionarios procedentes de partidos de la derecha reaccionaria y causantes de la represión. La misma impresión tenía la ciudadanía, en la que se daba por sentado que el ejército era fascista y se repetía el mantra de “a mi abuelo (o padre) le tocó ir porque vivía aquí”. Se tenía una vaga idea de quiénes eran, pero se desconocía su historia. La investigación previa de Soldados de Franco. Reclutamiento forzoso, experiencia de guerra y desmovilización militar (Siglo XXI, España), de Francisco J. Leira, se centra en responder a esa pregunta, sin sospechar que la respuesta era muy compleja.


Retrocedamos en el tiempo. A partir del 8 de agosto de 1936, se envió a miles de jóvenes al frente para luchar en una guerra civil que no habían provocado y que no entendían ni deseaban, una confrontación armada que rompía esquemas de vida y planes de futuro. La movilización se desarrolló como consecuencia del fracasado golpe de Estado de julio de 1936, que encabezó una parte de la jerarquía militar. La movilización forzosa se inició por la necesidad de incrementar la tropa para combatir en una lucha de duración desconocida cuyo objetivo era controlar a la sociedad en retaguardia. El reclutamiento se extendió desde el 8 de agosto de 1936 hasta el 9 de enero de 1939 e incluyó a todos los varones nacidos entre el año 1907 y el año 1920.

La recluta forzosa y el terror formaron parte de un solo cuerpo que sirvió para nutrir de hombres al ejército, evitando las huidas y teniendo fiscalizada la retaguardia, en clara conexión entre represión y necesidades bélicas

Es destacable la maquinaria represiva que desarrollaron los golpistas, tanto a través de los juicios sumarísimos que se pusieron en marcha tanto por la declaración del estado de guerra como por las milicias civiles formadas al calor del golpe, controlado todo ello siempre por el ejército insurgente. La meta era romper los lazos de solidaridad de una sociedad civil compleja. La recluta forzosa y el terror formaron parte de un solo cuerpo que sirvió para nutrir de hombres al ejército, evitando, en la medida de lo posible, las huidas, y tener fiscalizada la retaguardia, clara conexión entre represión y necesidades bélicas. Todas las familias se vieron relacionadas con los nuevos poderes, por motivos como la movilización forzosa, la muerte, el encausamiento, o el ser testigo o delator. Este fenómeno vino acompañado por una movilización civil que se organizó en torno a milicias, que resultó insuficiente para que triunfase el golpe, pero relevante en términos numéricos, y que ayudó a recrudecer la presión social y la represión. La idea del escenario de violencia es crucial, pues revela que la aparente –solo en la retórica insurgente– recluta masiva y entusiasta fue en realidad un mecanismo de supervivencia de todo tipo de individuos.

El bagaje sociopolítico y cultural llevado a cabo desde finales del siglo XIX y en las primeras décadas del siglo XX no es en absoluto desdeñable. Se había formado una sociedad civil compleja que había traído consigo espacios de socialización donde los individuos se manifestaban y desarrollaban formas críticas de entender la realidad en que vivían, no exclusivamente de corte político, sino también social, íntimo y familiar. El golpe de Estado quebró inmisericordemente esos cimientos. Afectó especialmente a los jóvenes sujetos a movilización ante el encuadramiento militar que estaban desarrollando las fuerzas golpistas, con excepción de las quintas de menor edad. Esto se comprobó con la resistencia activa al golpe (des)organizada por organizaciones políticas del espectro de la izquierda, pero también con la oposición al reclutamiento militar que, a menudo de forma individual, realizaron muchas personas.

La respuesta fue diversa. Es prácticamente imposible cuantificar y encuadrar los comportamientos sociales adoptados por la ciudadanía ante el reclutamiento. Basta asomarse a las páginas de Soldados de Franco (Siglo XXI España) para que quede claro que el perfil de los combatientes del ejército sublevado fue mucho más complejo que el elaborado por las simplificaciones discursivas del pasado y que, tristemente, aún predominan en el presente y nos imposibilitan ser objetivos y aprender de ello como correspondería a una sociedad adulta.

Por lo tanto, ese ejército diverso obligó a los mandos golpistas a establecer una maquinaria de vigilancia y castigo que se fue perfeccionando a medida que avanzaba la contienda.En el frente de guerra se impusieron la integración, la disciplina, la vigilancia y el castigo. A partir de la formación del primer Gobierno franquista se desarrollaron las medidas más eficientes y crueles para el control de los combatientes. Estas manifestaban un doble deseo: asegurar la victoria militar y la implantación, a través de la fuerza, del nuevo régimen. El papel de estas reglas coercitivas fue fundamental para la represión sociopolítica desarrollada en la posguerra. A todo ello contribuyó sobremanera el Servicio de Información, que generó informes de todos los territorios que conquistaban y de los soldados que se integraban en sus filas, un trabajo coordinado por el SIMP, con la ayuda de la Guardia Civil, de los gobernadores provinciales y de todos los civiles y militares que esperasen obtener réditos sociopolíticos del nuevo contexto.

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Abundando en ello, hay que señalar que se hacía partícipe del sistema punitivo a todos los miembros del ejército. Cuando se abría un juicio dentro de un regimiento, testificaban todos los compañeros del batallón. De esta forma, se intentaba que los compañeros se convirtiesen en elementos de disuasión frente a posibles actitudes discordantes mediante el miedo a ser objeto de represalias. En definitiva, el bando sublevado desarrolló un sistema coercitivo y disciplinario que no podría haberse llevado adelante sin la participación, en ocasiones forzada e indeseada, de los miembros que componían su ejército.Así pues, a la sensación de ser vigilados, al miedo, a la supervivencia individual, familiar y colectiva, habría que sumarle la culpabilidad por convertirse en los ejecutores de las órdenes de Franco. No en vano fueron estas las herramientas que empleó el franquismo para asentarse socialmente durante la posguerra.

El fin de la guerra civil española estuvo plagado de dificultades, al contrario de lo que se le había hecho creer a la sociedad durante la guerra. En abril de 1939 flotaba en el ambiente la sensación de que, con el cese de la violencia, se volvería a la normalidad, pero aquella España previa al golpe del verano de 1936 quedó diluida para siempre con la implantación de una dictadura militar fascistizada y ultracatólica que se impuso durante cuarenta años. En su mayoría, los soldados republicanos fueron enviados al abarrotado sistema carcelario franquista. Por su parte, en el ejército sublevado existía la sensación de que, con el fin de la guerra,llegaría el fin de su vida militar, pero tampoco eso ocurrió. Tras el parte de la victoria no fue desmovilizado ninguno de los reemplazos. Muchos no volvieron a sus casas hasta finales de año, y en ocasiones, debido a la legislación, se les volvió a llamara filas en los años cuarenta por los problemas coloniales del Rif. Así, el fin de la guerra no supuso la desmovilización militar, puesto que todos tuvieron que pasar revista y estar localizables, por si el “Nuevo Estado” los necesitaba, una situación que se extendería hasta mediados de la década de los años cincuenta.

Por lo demás, la desmovilización también presentó dificultades. A esta realidad hay que sumarle la mala planificación económica del Estado franquista, que quiso aplicar una política autárquica que solo reportó más miseria a un país ya arruinado por la guerra. Esto causó que las medidas desarrolladas para mitigar el paro obrero, como el Servicio de Reincorporación al Trabajo y la Delegación Nacional de Excombatientes fuesen un fracaso, hasta tal punto que muchos ya ni acudían a él.

Del mismo modo, existieron consecuencias sociales, pues el pasado quedó sepultado en la memoria de quienes lo vivieron y se aceptaron las normas impuestas por el “Nuevo Estado”. En este sentido, muchos mantuvieron el silencio en la posguerra y no se atrevieron a transmitir sus recuerdos de la Segunda República, el golpe y la guerra a sus hijos ya décadas más tarde. La mayoría de los excombatientes intentó adaptarse y convivir con sus propios demonios, aquellos que entraron en su mente a causa de la experiencia de guerra, una de las más desagradables que puede vivir un hombre.

Esta intrahistoria terrible que subyace tras los legajos que reposaban en diversos archivos merece ser conocida y reconocida, tanto por los que no supieron de ella en las clases de Historia de hace dos o tres décadas como por los estudiantes actuales, así como por toda la sociedad. Las inhumanas vivencias que soportó toda la población, el dejar en suspenso un país durante cuarenta años y la imposición de la ley del silencio no favorecen la integración de nuestro país en un mundo que está cambiando a gran velocidad. Es necesario comprender lo que sucedió en ambos bandos y conversar sobre ello, honrar a las familias que vieron truncadas sus vidas y asimilar que no puede repetirse o el futuro, que ya es presente, nos sorprenderá de nuevo con el paso cambiado y volveremos a quedar fuera.


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Título: Soldados de Franco. Reclutamiento forzoso, experiencia de guerra y desmovilización militar.
Editorial: Siglo XXI España
Lugar: Madrid
Páginas: 347
Premio Miguel Artola a Historia Contemporánea, 2018.

Premio Ciencias Sociales Juana de Vega, 2012.

Mención honorífica en el concurso de ensayo histórico George Watt de la ALBA-VALB, 2012.

Felipe V “se creía rana” y “apenas se aseaba”: cómo el rey español más trastornado pasó a la historia como un gran monarca

Montaje sobre el retrato de Felipe V que Jean Ranc hizo en 1723. El cuadro original se encuentra en el Museo del Prado de Madrid. Montaje: Pepa Ortíz

Autora: Sara Navas

Fuente: El País, 08/06/2020

Felipe V llegó a pasar 15 días postrado en la cama del palacio del Buen Retiro afirmando a gritos que estaba muerto. Tal y como confirma Eduardo Juárez, doctor en Historia Moderna, lo repetía insistentemente con la intención de demostrarse a sí mismo que seguía estando vivo. El monarca fue el primer Borbón que reinó en España y vivía obsesionado con la muerte y la enfermedad: Estuvo 30 años asegurando a todo el que quería escuchar que fallecería de forma inminente («es triste no ser creído, pero no tardaré en morir y se verá que tenía razón», le decía al cardenal Alberoni) y apenas comía porque decía que todo le sentaba mal. El quinto Felipe de la historia española, nacido en Versalles en 1683, era maníaco-depresivo, se negaba a cortarse las uñas de los pies hasta que apenas podía caminar, dormía de día y reunía a la corte de madrugada. Tampoco quería cambiarse de ropa porque tenía miedo a ser envenenado a través de ella, no se dejaba asear y sufría delirios. «Una madrugada Felipe quiso montar uno de los caballos que aparecían dibujados en los tapices del Palacio Real de La Granja de San Ildefonso, pues creía que eran tan reales como él mismo», reconoce a Icon Eduardo Juárez.

«Una madrugada Felipe V quiso montar uno de los caballos que aparecían dibujados en los tapices del Palacio Real de La Granja de San Ildefonso, pues creía que eran tan reales como él mismo», reconoce el doctor en Historia Eduardo Juárez

Creía ser una rana y negaba su condición humana

En otras ocasiones, el Borbón alucinaba creyendo ser una rana y como tal se comportaba en palacio. Croaba y brincaba por las estancias de La Granja negando su condición humana, pues estaba seguro de que carecía de brazos y piernas. Pero estos problemas no eran algo nuevo en la familia: su madre, María Ana Victoria de Baviera, sufrió fuertes depresiones que la llevaban a encerrarse durante días en sus aposentos sin querer ver a nadie y finalmente murió a los 30 años, cuando Felipe tenía solo seis.

Sin embargo, cómo trasciende un personaje al imaginario colectivo no siempre es un reflejo fiel de lo que realmente aconteció. A pesar de las escenas que el rey montaba en palacio de forma recurrente, logró tener muy buena prensa y ha pasado a la historia como un monarca reformador del Estado español y al que se le llamaba de forma benevolente El animoso. «Apenas se habla de que Felipe era demente, como tampoco se destaca que en el Tratado de Utrecht perdió todos los territorios españoles europeos», señala Juárez. La doctora en Historia Marina Alfonso Mola reconoce que se sabe muy poco de Felipe V, «un rey al que se le ha dedicado muy poco tiempo». La historiadora recuerda que fue el primer rey extranjero que tuvo España y eso se nota en el trato que le ha dado la historia. «Un ejemplo es que siempre se dice que la IIustración la comenzó su hijo Carlos III, pero la realidad es que fue él quien la inició», matiza Marina Alfonso.

Un rey incapaz de gobernar solo

Otro agravante que desembocó en sus salidas de tono es que al sucesor de Carlos II no se le educó para ser rey, y menos rey de España. «Siempre fue el segundón de sus hermanos y de pronto se encontró con una responsabilidad que le superaba, no se sentía capaz de estar a la altura y sufría por ello», anota Marina Alfonso. Tenía 17 años cuando, en 1700, cambió Versalles por la corte española solo y sin apenas hablar español. De ahí que el idioma que se hablara en la corte durante su reinado fuera el francés. «En La Granja todos los topónimos del jardín son palabras en francés adaptadas al castellano y tanto la abdicación como el codicilo de su testamento están escritos en ese idioma», apunta Juárez.

El primer Borbón de España fue un joven culto y abierto de mente, pero tenía serias dificultades para adaptarse. Su padre, Luis de Francia (hijo de Luis XIV), y su hermano Luis, murieron cuando él ya se encontraba en España. Estas pérdidas acrecentaron aún más la sensación de soledad y desamparo que tanto le angustiaba. «Felipe V tuvo tutores que le ayudaban a reinar porque las depresiones que padecía le impedían hacerlo. Estuvo rodeado de políticos muy capaces que terminaron gobernando por él. Felipe no quería ser rey de España, lo que quería era quedarse en Francia, por eso mandó construir La Granja, un palacio real al estilo francés donde pensaba retirarse en cuanto pudiera abdicar en su hijo Luis», explica a Icon el historiador.

Llamaba la atención el fervor sexual del rey. El mismo que sentía por la religión y que le llevaba a vivir en constante contradicción, pues cada vez que tenía relaciones sexuales, algo que ocurría a menudo, sentía la necesidad de confesarse inmediatamente para desembarazarse del pecado que acababa de cometer

Su fervor sexual le llevaba a confesarse constantemente

Además de sus manías y delirios, llamaba la atención el fervor sexual del rey. El mismo que sentía por la religión y que le llevaba a vivir en constante contradicción, pues cada vez que tenía relaciones sexuales, algo que ocurría a menudo, sentía la necesidad de confesarse inmediatamente para desembarazarse del pecado que acababa de cometer. «Le aterraba morir en pecado y, como se pasó media vida creyendo que se estaba muriendo, iba a misa a diario para que le absolvieran lo antes posible», afirma Juárez.

Felipe V se casó solo unos meses después de ser coronado rey de España con María Luisa Gabriela de Saboya, de quien terminó enamorándose con la misma obsesión que dominaba su existencia. La vida sexual del matrimonio fue ajetreada y juntos tuvieron cuatro hijos, pero en 1714 ella murió, con 25 años, a causa de la tuberculosis. Al poco tiempo de enviudar, el monarca se casó con Isabel de Farnesio, con quien tuvo siete hijos más. «El rey era muy activo sexualmente, pero muy fiel. No concebía mantener relaciones con otras mujeres que no fueran su esposa cuando se encontraba lejos de casa y se ofendía muchísimo si le ofrecían la posibilidad de hacerlo», explica Marina Alfonso Mola, que también incide en el hecho de que el Animoso fue el último rey español en ir a la guerra y dar ejemplo participando personalmente en una batalla. Precisamente durante los meses que pasaba fuera de palacio concentrado en estrategias militares su salud mental mejoraba y sus obsesiones y delirios -a los que se referían como «vapores»- apenas hacían acto de presencia.

Era ciclotímico: pasaba de no levantarse a una actividad sin freno

Sin embargo, cuando regresaba a la corte volvían sus miedos e inseguridades. Era ciclotímico: pasaba de ser incapaz de levantarse a llevar una actividad sin freno. Como explica Marina Alfonso Mola, el rey era muy responsable pero sentía una inseguridad absoluta que le paralizaba porque pensaba que se equivocaba constantemente en sus decisiones. A Felipe V le pudo una presión para la que nadie le había preparado en Versalles y su sueño no era otro que abdicar en su hijo Luis para poder retirarse a La Granja. «Él habría sido feliz siendo un noble sin ambiciones políticas», reconoce la doctora en Historia. Finalmente, logra apartarse de la corona en 1724, pero Luis I muere de viruela ocho meses después de acceder al trono, a los 17 años, y Felipe no tiene más opción que volver a tomar el mando. Aunque ya es tarde. A partir de entonces el rey nunca recobraría la cordura.

Felipe V murió a los 60 años entre enajenaciones y desvaríos a los que se sumaba una falta de higiene personal tal que cuando trataron de amortajarle al quitarle la ropa que llevaba puesta se iba también la piel

Le obsesionaba la muerte y no quería bañarse

«El rey está bajo una continua tristeza. Dice que siempre cree que se va a morir, que tiene la cabeza vacía y que se le va a caer. Y no es que tenga miedo de la muerte pues no la teme en absoluto pero le absorbe involuntariamente esta idea y no puede desprenderse de ella. Quisiera estar siempre encerrado y no ver a nadie más que las personas, muy pocas, a que está acostumbrado. A cada momento me manda a buscar al padre Daubenton o a su médico, pues dice que esto le alivia». En la biografía Felipe V, de Marina Alfonso Mola y Carlos Martínez Shaw, se recoge esta carta que envió el marqués de Louville, amigo y confidente de Felipe V, al canciller Torcy.

Las salidas de tono que sufría Felipe V tuvieron lugar, en más de una ocasión, en presencia de diplomáticos que las dejaron reflejadas en la correspondencia que enviaban. «Lo cierto es que es imposible tener una visión real de lo que le ocurría al rey porque tenemos que fiarnos de lo que otros decían», opina Mola. Lo que ha trascendido es que a los 45 años la locura del rey no tenía marcha atrás. Murió a los 60 entre enajenaciones y desvaríos a los que se sumaba una falta de higiene personal tal que cuando trataron de amortajarle al quitarle la ropa que llevaba puesta -y que durante tanto tiempo se negó a quitarse- se iba también la piel. «Tuvieron que momificarle. Es el único rey de España momificado, pero fue imposible hacer otra cosa con él», afirma Eduardo Juárez.

El motivo por el que su locura que no pasó a la historia

Como afirma Juárez lo más sorprendente del caso de Felipe V es que «su locura» no haya trascendido más. Como sí ocurrió, por ejemplo, y con menos motivos, con Juana I de Castilla, popularmente conocida como Juana la Loca. El historiador lo explica así: «Por motivos políticos y dinásticos, en el caso de Juana interesó que se la tomara por loca. Con Felipe, sin embargo, no convenía». Juárez recuerda que cada persona histórica es una caricatura asociada a un momento histórico (véase el caso de Carlos II, el Hechizado). Felipe V estuvo al frente de un proceso reformista borbónico en el que no encajaba un protagonista débil y trastornado, de ahí que para conocer los padecimientos que dominaron su azarosa vida haya que profundizar en la historia.

Ayudas por malas cosechas y epidemias en 1788

Autor: EDUARDO MONTAGUT

Fuente: NUEVATRIBUNA.ES 11/05/20

Las desgracias provocadas por malas cosechas y epidemias solían generar peticiones para que la Corona, titulares de Señoríos o propietarios estableciesen moratorias sobre impuestos, censos, pago de deudas o arriendos, en tiempos del Antiguo Régimen.

En este artículo nos hacemos eco de la Real Cédula sobre el establecimiento de moratorias para los campesinos y labradores de Castilla la Vieja, para el pago de arrendamientos, remisión de los tributos y de los reintegros a los pósitos de granos que se habían prestado, por las malas cosechas del verano, y por la epidemia que se estaba sufriendo. Pero, la Real Orden iba más allá en relación con las ayudas a prestar. Estamos en octubre de 1788, en vísperas de la finalización del reinado de Carlos III, en la época del despotismo ilustrado.

Al parecer, habían llegado al rey y al Consejo de Castilla repetidos recursos de pueblos y vecinos de Castilla la Vieja solicitando moratorias para el pago de los arrendamientos de tierras, rebaja de los mismos, así como de los tributos con destino a la Real Hacienda, cuando no remisión de los mismos y, por fin, también en relación con los reintegros a los pósitos del grano que se les habían prestado. Estas peticiones pretendían conseguir que se aliviasen los daños producidos en las cosechas por tempestades de agua y piedra, acontecidas en los meses de junio y julio, además de por la epidemia de tercianas que se estaba padeciendo. Debemos recordar que las tercianas se referían a las fiebres producidas por la malaria o paludismo.

La primera función de cada Junta sería atender a los vecinos pobres que estuvieran sufriendo la epidemia, tanto en la capital o cabeza de partido como en los pueblos dependientes

Se ordenó que en las cabezas de partido de las provincias de Castilla la Vieja se formasen Juntas compuestas por el corregidor o alcalde mayor, dos miembros del Ayuntamiento y Junta de Propios, el Procurador Síndico Personero del Común, dos miembros del Cabildo eclesiástico y, por fin, dos individuos elegidos por los labradores más otros dos elegidos por los propietarios de tierras.

La primera función de cada Junta sería atender a los vecinos pobres que estuvieran sufriendo la epidemia, tanto en la capital o cabeza de partido como en los pueblos dependientes. Esta ayuda debía salir de los sobrantes de Propios. Estos bienes, como bien sabemos, eran de los Concejos y proporcionaban rentas a los mismos porque solían estar arrendados. Eran prados, montes, dehesas y también terrenos de cultivo. Si no estaban arrendados se denominaban comunes. Los propios fueron fundamentales para el sostenimiento de las haciendas locales durante el Antiguo Régimen. Si se necesitase quina (con propiedades medicinales) debía solicitarse al intendente de la provincia respectiva porque por orden real se había repartido entre estas autoridades.

Las Juntas, además, debían informarse fielmente para socorrer sobre los mismos fondos a los labradores pobres de los respectivos pueblos con algunas cantidades para comprar grano y que fuera repartido equitativa y proporcionalmente con el fin de que pudieran realizar la próxima sementera.

Ya en relación con las moratorias, las Juntas debían tratar sobre la remisión total o parcial de los arriendos de tierras en la presente cosecha en los lugares que hubieran padecido los temporales y se habían destruido las cosechas. Había que tener en cuenta lo que estaba legislado, y debía elevarse una propuesta al Consejo de Castilla, es decir, que no se establecía una remisión total para las provincias castellanas, sino en función de lo que cada Junta de partido propusiese cada lugar. El mismo procedimiento había que aplicar al asunto de los tributos, es decir, al final la decisión se tomaba en Madrid.

Por otro lado, las Juntas debían proponer y solicitar si fuera necesario que los trigos pertenecientes a las tercias reales se suministrasen a los labradores en préstamo o venta al fiado a precios equitativos. Las tercias reales eran la parte que la Iglesia había cedido a la Corona sobre los diezmos, y que terminaron por convertirse en un ingreso habitual de la Hacienda real.

También se suspendieron hasta nueva orden las ejecuciones que estuvieran en curso o se fueran a poner en marcha contra los labradores de las provincias afectadas, y que habían recurrido al rey y al Consejo, para el pago de lo que debían en relación con los arrendamientos de tierras y otras cualesquiera deudas que tuviesen. Se encargaba a las Juntas que estudiaran los plazos que debían concederse para la moratoria.


Hemos consultado como fuente: Archivo Histórico de la Nobleza, Luque, C, 423, D.26.

Lo que la historia nos enseña sobre las consecuencias económicas de grandes epidemias como la peste

Fotograma de La Peste, serie de Alberto Rodríguez

Autora: Marina Estévez Torreblanca

Fuente: eldiario.es 15/03/2020

Hace siglos, los barcos estaban obligados a guardar cuarentenas en los puertos durante las pestes para evitar su propagación a las ciudades costeras. Ahora se prohíben los vuelos desde Italia a España o hacia Estados Unidos desde Europa. El coronavirus es incomparablemente menos letal que la peste negra, que asoló el mundo en varias oleadas sobre todo entre los siglos XIV y XVIII, acabando con la vida de unas 100 millones de personas en Europa, África y Asia (entre el 25 y el 60% de la población europea, según estimaciones).

Los contextos históricos y de desarrollo científico son también muy diferentes, pero, con todas las distancias y sin posibilidad de hacer una comparación directa, ambas son epidemias y podrían compartir ciertos rasgos comunes sociológicos y económicos, que también se encuentran en otras crisis sanitarias de envergadura como la gripe de 1918, explica a eldiario.es la profesora de Historia Económica de la Universitat Autònoma de Barcelona Carmen Sarasúa.

Los efectos de la pandemia de coronavirus aún son imposibles de estimar en su totalidad al estar aún inmersos en esta crisis. Pero se espera que el impacto económico a corto y medio plazo sea muy alto: se interrumpen los sistemas de transporte y abastecimiento y cae la producción de muchos sectores, además de la demanda. Y al caer la demanda, como explicaba Keynes tras la Depresión de 1929, baja el empleo y cae el ingreso de los hogares, lo que aumenta aún más el desempleo (además de la recaudación fiscal, los ingresos con los que cuenta el estado para financiar servicios públicos).

En el caso de la peste negra, esta epidemia supuso cambios importantísimos en la economía y un fortísimo retroceso; el descalabro de población tardó cien años en recuperarse. «Desapareció el comercio, cayeron las ciudades, la gente se fue al campo, murieron reyes, afectó a todos los estratos sociales», expone en una entrevista con Efe Pedro Gargantilla, profesor de Historia de la Medicina de la Universidad Francisco de Vitoria y jefe de Medicina Interna del Hospital de El Escorial (Madrid).

A corto plazo, las consecuencias económicas más relevantes de la también llamada peste bubónica, originada en el desierto del Gobi, se pueden resumir en que los campos quedaron sin trabajar y las cosechas se pudrieron. De ello se derivó una escasez de productos agrícolas, acaparados únicamente por aquellos que podían pagarlos. Los precios subieron, por lo que crecieron las penalidades y el sufrimiento de los menos pudientes.

«Es indudable que esta epidemia produjo efectos económicos que supusieron la recesión más drástica de la Historia. Es relevante destacar que es en esta época, con clara influencia de la epidemia de la peste, cuando se pone fin a la construcción masiva de monasterios, iglesias y catedrales. Por todo ello, se puede decir que es el motivo del cierre del periodo medieval», recalca esta publicación de BBVA.

El hambre, la peste y la guerra que marcaron el siglo XIV acabaron trasformando la sociedad y disparando las desigualdades. Los poderosos aumentaron su poder y su riqueza y el pueblo llano quedó más empobrecido y perdió algunos derechos de las generaciones anteriores, como se explica en este artículo.

Pero cuando se habla de los efectos económicos de la peste negra que asoló Europa a mediados del XIV, a pesar de sus inicios devastadores, los historiadores coinciden en señalar otros efectos económicos y sociales positivos para los supervivientes. Como explica Carmen Sarasúa, «la tierra era abundante, al caer la oferta de trabajo los salarios aumentaron, y se ha visto por ejemplo que las mujeres encontraron muchas más oportunidades laborales en los gremios que hasta entonces las habían vetado, en los jornales agrarios, etc». Unos efectos que también se han observado tras picos de mortalidad como los que se producen en las guerras, aunque no palíen ni compensen la devastación económica y social y la pérdida de vidas iniciales.

Además, las epidemias han servido para introducir mejoras de la salubridad pública que pretenden reducir el riesgo de las aglomeraciones urbanas. En el caso de las oleadas de peste, acabaron por favorecer la recogida de basuras y aguas fecales, la regulación de la presencia de animales vivos y muertos, o la construcción de cementerios fuera de los recintos urbanos y la obligación de encalar iglesias (tras  la promulgación de la Real Cédula Carlos III en 1787).

Consecuencias de otras epidemias

Otra epidemia que hundió la economía fue la gripe de 1918 (mal llamada gripe «española» por ser uno de los primeros países donde se informó de ella, al ser ajeno a la guerra), que causó más muertos que la I Guerra Mundial (unos 50 millones según estimaciones). Entre la enfermedad y la contienda se hundió la actividad económica y hubo cambios en los movimientos migratorios, aunque es difícil discernir qué parte del hundimiento de la economía se puede achacar a cada fenómeno.

Brotes infecciosos más recientes, incluso los temores de algunos relativamente contenidos, han afectado en las últimas décadas al comercio. Por ejemplo, la prohibición de la Unión Europea de exportar carne vacuna británica duró diez años debido a un brote de la enfermedad de las vacas locas en el Reino Unido, pese a que la transmisión a humanos es relativamente limitada.

Además, algunas epidemias prolongadas, como el VIH y la malaria, desalientan la inversión extranjera directa. Un informe del Fondo Monetario Internacional sobre epidemias estima el costo anual esperado de la gripe pandémica en unos 500.000 millones de dólares (0,6% del ingreso mundial), incluidos la pérdida de ingresos y el costo intrínseco del aumento de la mortalidad.

Y aunque el efecto sanitario de un brote es relativamente limitado, sus consecuencias económicas se pueden multiplicar con rapidez. Por ejemplo, Liberia sufrió una reducción del crecimiento del PIB de 8 puntos porcentuales entre 2013 y 2014 durante el brote de ébola en África occidental a pesar de la baja tasa general de mortalidad en el país durante ese período.

Ganadores y perdedores en las epidemias

Los efectos de los brotes y epidemias no se distribuyen de manera equitativa en la economía. Algunos sectores incluso podrían beneficiarse financieramente, mientras que otros sufrirán en forma desmedida. Las farmacéuticas que producen vacunas, antibióticos u otros productos necesarios para la respuesta al brote son posibles beneficiarios. 

Como explica Sarasúa, en todas las coyunturas hay sectores económicos que se benefician. Cuando hay una demanda excepcional de determinados bienes y servicios los sectores que los proporcionan «hacen su agosto» (podría ser el caso de mascarillas o alimentos de primera necesidad estos días en España), mientras que se hunden los que proporcionan bienes y servicios que dejamos de consumir y los que se ven afectados por la interrupción de componentes y materias primas.

Pero la desigualdad también se refleja en la enfermedad y la mortalidad. Ahora mismo, una de las grandes causas de desigualdad en el impacto de una epidemia es el acceso a la asistencia médica. En los países que carecen de sistemas públicos de asistencia médica universal, donde hay que pagar las pruebas de diagnóstico, los tratamientos, y la hospitalización (caso de EEUU), el nivel de renta será determinante.

Literatura como fuente histórica sobre las pandemias

La profesora recuerda tres obras literarias que resultan fuentes históricas de gran valor sobre las epidemias: El Decamerón, de Boccaccio, describe la peste que asoló Florencia en 1348; el Diario del año de la peste, escrito por Daniel Defoe en 1722, que narra la epidemia de peste que sufrió Londres en 1665, que mató a una quinta parte de la población. Y Manzoni, en Los novios, relata la peste de Milán en 1628.

«Las tres nos hablan del miedo, de cómo la sociedad se enfrenta a la muerte masiva e inesperada, algunos buscando culpables y acusando a determinados grupos o individuos, recurriendo a la magia y a la religión…otros tratando de entender las causas científicas de lo que ocurre, buscando soluciones racionales y cívicas que hacen avanzar a la sociedad y palían los efectos económicos adversos que tienen estas crisis», concluye Sarasúa.

¿Eric Hobsbawm era un peligroso comunista?

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Eric Hobsbawm: probablemente el historiador más conocido del mundo. Fotografía: Karen Robinson para el observador

Autor: 

Fuente: The Guardian, 17/01/2019.

(Original en ingles, traducción directa de Google)

Lo calificaron de estalinista, y fue espiado durante décadas por el MI5, pero ¿era el famoso historiador una persona de línea dura y renegada? Sus papeles privados cuentan una historia diferente.

El historiador Eric Hobsbawm , quien nació en 1917, el año de la Revolución Rusa, y murió en 2012 a la edad de 95 años, fue considerado como un estalinista impenitente, un hombre que, a diferencia de otros historiadores marxistas como EP Thompson y Christopher Hill , nunca renunció a su pertenencia al partido comunista, y nunca expresó ningún arrepentimiento por su compromiso con la causa comunista.

En la última parte de su larga vida, probablemente fue el historiador más conocido del mundo, sus libros se tradujeron a más de 50 idiomas y vendieron millones de copias en todo el mundo (alrededor de un millón solo en Brasil, por ejemplo). Sin embargo, cuando la BBC lo invitó al programa de radio Desert Island Discs en 1995, la presentadora Sue Lawley se dirigió a él de manera distante como «Profesor Hobsbawm», dejó sus libros más o menos sin mencionar y centró su atención en su compromiso permanente con el comunismo. que el programa pasó de la conversación cómoda habitual a una interrogación hostil.

Muchas de las críticas de su exitosa historia del siglo XX, The Age of Extremes, una obra traducida a 30 idiomas, lo acusaron de minimizar los males del estalinismo, y los influyentes historiadores franceses anticomunistas Pierre Nora y François Furet fueron tan logró impedir su publicación en Francia que finalmente fue traducido al francés por una oscura editorial con sede en Bélgica.

Los problemas de Hobsbawm con la BBC resurgieron después de su transmisión en 1971 sobre por qué Estados Unidos estaba perdiendo la guerra de Vietnam.
 Los problemas de Hobsbawm con la BBC resurgieron después de su transmisión en 1971 sobre por qué Estados Unidos estaba perdiendo la guerra de Vietnam. Fotografía: Archivo Bettmann

La etiqueta «Stalinista» persiguió a Hobsbawm a lo largo de su vida adulta y afectó su carrera de muchas maneras. Incluso antes de que la guerra fría hubiera comenzado adecuadamente, le impedía conseguir un trabajo en la BBC. En 1945, solicitó un puesto de tiempo completo haciendo transmisiones educativas para ayudar a los militares a adaptarse a la vida civil después de un largo período en las fuerzas. La BBC lo encontró «un candidato más adecuado», pero el MI5 vetó rápidamente el nombramiento. Hobsbawm advirtió que «no es probable que pierda ninguna oportunidad para difundir propaganda y obtener reclutas para el partido comunista».

Para 1947, había logrado obtener un empleo como profesor de historia en el Birkbeck College de Londres, algo así como un refugio para los izquierdistas cuyas carreras académicas habían tenido dificultades debido a sus puntos de vista políticos. Aunque había producido algunos artículos académicos especializados, sus otros planes de publicación se habían visto frustrados por el mismo tipo de sospecha que había bloqueado su carrera en la BBC. En 1955, su libro The Rise of the Wage-Worker fue rechazado por recomendación de dos revisores académicos anónimos que consideraron que carecía de objetividad porque era marxista. El libro permanece inédito hasta el día de hoy.

A pesar de su creciente reputación como historiador económico, Hobsbawm no pudo obtener un ascenso en Birkbeck durante mucho tiempo. Sus solicitudes para cargos académicos en historia económica en Oxford y Cambridge fueron rechazadas por motivos políticos. En 1972, sus problemas con la BBC resurgieron después de su transmisión sobre por qué Estados Unidos estaba perdiendo la guerra de Vietnam, como parte de una serie llamada A Personal View., se metió en problemas debido a su apoyo a la causa vietnamita. Los estadounidenses presionaron a la BBC para comisionar una refutación por parte de un ex oficial de inteligencia británico, quien argumentó de forma poco plausible que Estados Unidos no estaba perdiendo la guerra en absoluto. Por supuesto, la hostilidad al comunismo fue, como lo señaló el propio Hobsbawm, mucho más suave en Gran Bretaña de lo que era, digamos, en los Estados Unidos. Aún así, tuvo un efecto claramente discernible en su carrera.

¿Era Hobsbawm realmente el peligroso comunista, el apologista estalinista, el marxista de línea dura impenitente que tantos han asumido que es? Una lectura cuidadosa de su autobiografía, Interesting Times , publicada en 2002, así como de su otro trabajo publicado, hará mucho para disipar esta visión simplista. Pero es en la vasta masa de documentos privados, incluidos diarios, cartas y reminiscencias personales no publicadas, donde se encuentran las respuestas reales. Pueden complementarse con otras fuentes, incluidos los muchos archivos que el MI5 conservó durante varias décadas. ¿Cuál es la historia que cuenta este material?

Algunos de los prejuicios contra Hobsbawm se basaban claramente en la sensación de que, de alguna manera, no era del todo británico (en contraste con los enemigos reales del país, como los espías de Cambridge, graduados de escuelas públicas y, por lo tanto, por encima de toda sospecha). Nacido en Alejandría, había pasado su infancia en Viena. Esto despertó sospechas en los círculos del establecimiento. También era judío por origen, una marca negra adicional contra su reputación (un informe de la Sección Especial describía a su tío Harry, con quien vivió durante su adolescencia, como “una persona burlona y crítica, con lenguaje severo, mitad De apariencia judía, nariz larga, cabello fino y ojos azules ”).

Una manifestación nacionalsocialista en berlin, 1931.
Una manifestación nacionalsocialista en Berlín, 1931. Fotografía: Imagno / Getty Images

Se pensó, y aún se cree, que Hobsbawm era un refugiado que huyó con su familia de Alemania a Inglaterra en 1933 para escapar de Hitler. De hecho, su padre era británico, y por eso era un ciudadano británico de nacimiento. Su madre, una apasionada traductora anglófila y profesional, insistió en que se hablara inglés en su casa de Viena. Fue conocido por sus compañeros en la escuela como «el niño inglés». Sin embargo, no hay duda sobre su compromiso inicial con la causa comunista. En 1931, cuando fue enviado a vivir a Berlín con un tío y una tía después de la muerte prematura de sus padres (su padre de un ataque cardíaco, su madre de tuberculosis), se encontró con un ambiente político sobrecalentado que presentó a los jóvenes una cruda La elección entre el comunismo y el nazismo. Como un niño inglés de una familia judía liberal,

Pero había otras razones más personales para su elección, razones que ayudan a explicar por qué nunca abandonó los ideales comunistas que adquirió en Berlín. La pobreza refinada en la que creció en Viena y la miserable situación financiera de su tío en Berlín, que perdió su empleo en la Depresión como resultado de las leyes que restringen el número de empleados extranjeros en las empresas alemanas, contrastaron fuertemente con el La relativa prosperidad de sus compañeros en su escuela secundaria. Se sintió avergonzado de su aspecto lamentable y las circunstancias tensas en que vivió. «Solo cambiando esto completamente», confesó a su diario, «y sintiéndome orgulloso de ello, conquisté la vergüenza». La verdadera atracción de los comunistas era que convertían la pobreza en una virtud.

En estos, sus años de adolescencia, luego de la muerte de sus padres, Hobsbawm estaba involucrado en una búsqueda desesperada de un sentido de familia y pertenencia que solo estaba parcialmente satisfecho por vivir con su tío y su tía. Por un corto tiempo lo encontró en la forma improbable de los Scouts, pero fue el movimiento comunista el que realmente satisfizo todas estas necesidades emocionales profundas. Leyó algunos textos marxistas básicos, se involucró en las actividades de la Liga de Estudiantes de la Escuela Socialista y participó en la última gran manifestación del partido comunista en Berlín, el 25 de enero de 1933. Unos días después, Hitler fue nombrado canciller.. La vida se volvió cada vez más peligrosa para los comunistas y los judíos. Pero fue por razones económicas más que políticas que el tío Sidney de Hobsbawm decidió mudar a su familia a Gran Bretaña, luego del fracaso de otra empresa comercial, esta vez en Barcelona. Tantos de los parientes de Hobsbawm eran hombres de negocios fallidos que no es sorprendente que viera poco futuro en el capitalismo.

El partido comunista alemán había continuado creciendo incluso cuando, hacia fines de 1932, los nazis empezaban a perder apoyo. Aquí había un movimiento que tenía 100 representantes en la legislatura nacional. Cuando Hobsbawm se encontró con el partido comunista de Gran Bretaña, el contraste no podría haber sido mayor. Con no un solo MP en Westminster hasta 1935, y una membresía que lo convirtió en poco más que una secta, no impresionó a Hobsbawm en lo más mínimo. Además, era una organización de clase trabajadora agresiva que no tenía tiempo para intelectuales. Escribiendo sus diarios en casa, en alemán, todos los días, Hobsbawm concluyó que no era para él. Ya había decidido de manera bastante consciente de que, como decía, «soy un intelectual en todos los aspectos». Comenzaba a darse cuenta de que era inusualmente inteligente, pero ya estaba obsesionado por la sensación de que físicamente no era atractivo. Su primo Denis le dijo brutalmente que él era «feo como el pecado, pero tienes una mente». Hobsbawm comenzó a leer vorazmente, semana tras semana, todos los principales textos marxistas. «Ahógate en el leninismo», fue su nota para sí mismo. «Que se convierta en tu segunda naturaleza». Después de leer 12 páginas de Lenin, anotó en su diario: «Sorprende cómo eso me anima y aclara mi mente. Estuve de buen humor total después «. Esta no es la sensación que la mayoría de la gente tiene después de analizar trabajos como «Después de leer 12 páginas de Lenin, anotó en su diario:» Sorprendente cómo eso me anima y aclara mi mente. Estuve de buen humor total después «. Esta no es la sensación que la mayoría de la gente tiene después de analizar trabajos como «Después de leer 12 páginas de Lenin, anotó en su diario:» Sorprendente cómo eso me anima y aclara mi mente. Estuve de buen humor total después «. Esta no es la sensación que la mayoría de la gente tiene después de analizar trabajos comoMaterialismo y crítica empírica . En cuanto a Stalin, Hobsbawm apenas lo menciona.

También fue un realista político. El único movimiento de masas de la izquierda en Gran Bretaña en la década de 1930 fue el Partido Laborista, por lo que Hobsbawm rechazó a los comunistas y se ofreció como voluntario para ayudar al Trabajo en las elecciones locales de 1934 (como hizo en las elecciones generales de 1945). Y estaba lejos de limitar sus intereses, visitando las principales galerías y museos de Londres, y leyendo numerosas obras (en inglés, francés y alemán) de ficción, poesía y drama, además de desarrollar un entusiasmo por el jazz, en un momento en que Fue anatematizado por la política cultural oficial del partido comunista.

¿Una necesidad trágica?  ... La invasión de Hungría por la URSS en 1956 fue respaldada por el partido comunista británico
¿Una necesidad trágica? … La invasión de Hungría por la URSS en 1956 fue respaldada por el partido comunista británico. Fotografía: AP

Esta amplitud de actividades solo aumentó después de graduarse en King’s College, Cambridge, en 1936. Llegó a este punto, encontrando un número creciente de estudiantes comprometidos con el comunismo como resultado del fracaso del Partido Laborista en apoyar a la república en el Guerra civil española, que finalmente se unió al partido comunista, en la forma del Club Socialista de la universidad. Pero rápidamente se aburrió con el dogmatismo político del club. Encontró sus actividades y especialmente su Boletín regular, que se le encargó de editar, «estéril», por lo que lo abandonó por el periódico estudiantil no político El Granta, que se convirtió en su editor también. Aquí tenía posibilidades de escribir sobre cine, una pasión particular, pero también producir perfiles de personajes destacados de Cambridge y políticos visitantes.

Después de la guerra, continuó como miembro del partido e hizo algunos trabajos para apoyar a los partidos hermanos en Europa central, al menos hasta que comenzaron a ser víctimas de un proceso despiadado de estalinización a fines de los años cuarenta. Pero en verdad, Hobsbawm nunca se comportó como se suponía que era un comunista. No era un activista, no vendía literatura del partido comunista en la esquina y escribía regularmente para publicaciones no comunistas («burguesas»), ganando la desaprobación del partido. Se confesó un «forastero en el movimiento». Se centró principalmente en el trabajo del Grupo de Historiadores del Partido Comunista (CPHG), una organización de vida relativamente corta de finales de los años cuarenta y principios de los 50, en gran parte limitada a las «discusiones teóricas». Operarios del MI5, que monitorean conversaciones con errores en la sede del Partido Comunista en Londres,

Con lo que Hobsbawm estaba comprometido era con un ideal de comunismo con una pequeña «C», un ideal que había tomado como adolescente más leyendo los clásicos marxistas que tomando parte activa en la política real del movimiento. También se mantuvo convencido, como lo había estado en la década de 1930, de que los comunistas tendrían que cooperar con otros partidos de izquierda en la lucha por el poder: de ahí su entusiasmo por el Frente Popular francés, que estableció un gobierno socialista y liberal en 1936 con el apoyo del partido comunista.

En los años 50, sin embargo, las posibilidades de colaboración eran mínimas. El partido comunista británico era estalinista y sin apoyo de masas. Con el paso del tiempo, la desilusión de Hobsbawm con ella creció constantemente. ¿Cómo podría él, por ejemplo, apoyar las políticas de Stalin cuando estos involucraron juicios de «cosmopolitas», o en otras palabras, miembros judíos en Checoslovaquia y otros países dominados por los comunistas en Europa del Este? Después de todo, conocía a un buen número de ellos, y era consciente de que eran inocentes de los cargos presentados en su contra.

Poco después de la muerte de Stalin en 1953, el movimiento comunista internacional se vio sumido en una profunda crisis. El 25 de febrero de 1956, en el vigésimo congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética, Nikita Khrushchev denunció a Stalin por el «culto a la personalidad» que había crecido a su alrededor y por los innumerables asesinatos y atrocidades que había cometido. Cuando el contenido del discurso llegó al oeste, la dirección del partido británico intentó ignorarlos. Pero en abril de 1956, el grupo de historiadores, liderado por Hobsbawm, Thompson y Hill, reprendió al partido por su incapacidad para expresar su pesar por su «pasado apoyo sin crítica a todas las políticas y opiniones soviéticas». Un debate apasionado estalló en el periódico World News del partido, con Hobsbawm en particular pidiendo una confrontación abierta con el pasado del partido, Sus errores y sus mentiras. Exigió que debía estar abierto al cambio democrático desde abajo; simplemente imponer una «línea de partido» desde arriba era inaceptable. Se encontró con tácticas dilatorias y ofuscación por parte de los líderes.

La crisis se intensificó en octubre de 1956, cuando un gobierno comunista liberal llegó al poder en Hungría a raíz de manifestaciones populares masivas después de meses de obstaculización del régimen estalinista en Budapest. El 4 de noviembre, Moscú respondió con una invasión militar, suprimiendo el nuevo régimen y matando al menos a 2.500 húngaros que habían tratado de resistir. Estos eventos, declaró Hobsbawm, sorprendieron a los intelectuales del partido y «traspasaron el núcleo de su fe y esperanza». Intentando evitar una confrontación abierta con el liderazgo en Londres, que había respaldado la invasión, reconoció que la invasión era «una necesidad trágica» en vista de la amenaza de un gobierno reaccionario de derechas que tomaba el poder, pero exigió que «la URSS debería retirarse». Sus tropas en cuanto sea posible ”.

Tony Blair, a quien Hobsbawm llamó 'Thatcher en pantalones'.
Tony Blair, a quien Hobsbawm llamó ‘Thatcher en pantalones’. Fotografía: Jane Bown para el observador.

 

Un debate furioso estalló dentro del partido cuando los líderes se negaron a ceder. «Hobsbawm», una conversación telefónica monitoreada por el MI5 registró a un miembro diciendo: «quiere pedir el derrocamiento del liderazgo y una nueva política». Su actitud hacia los líderes del partido fue descrita como «belicosa». Como los principales historiadores, como Thompson, renunciaron a la CPGB en su desesperación, Hobsbawm exigió el derecho a formar una oposición interna del partido. Una figura destacada en la fiesta lo llamó «un personaje peligroso». Él y los otros historiadores, dijo otro, eran «una gran cantidad de desdichas, potencialmente muy peligrosas». Las «libertades» que exigían conducirían a la «anarquía del partido». Hobsbawm respondió atacando la «complacencia monumental» de la CPGB. El partido se negó a ceder. Él y los otros historiadores eran «intelectuales sin espinas y sin espinas».

Hobsbawm los acompañó en muchos aspectos, contribuyendo a su periódico The New Reasoner y uniéndose a ellos en el New Left Club, fuera del partido. George Matthews, editor del periódico del partido, el Daily Worker, declaró que «en su opinión, sería algo bueno» si «provocaran a Hobsbawm a abandonar la fiesta». En todo caso fue un «forastero». Hobsbawm fue convocado al cuartel general de la fiesta y le dijo que «querían que permaneciera en la fiesta y no hiciera cosas que pudieran sacarlo de ella». Hobsbawm «, informó el monitor MI5,» había estado terriblemente molesto, jurando que nunca quiso irse «.

El intercambio fue revelador. Una vez más, el profundo compromiso emocional de Hobsbawm con los ideales del comunismo, simbolizado por él por su membresía continua en el partido, había llegado a primer plano. Si bien la mayoría de los intelectuales en el partido se habían convertido en comunistas como parte de la lucha contra el fascismo en la década de 1930, y así, una vez que se ganó la lucha, no le fue difícil salir, el compromiso de Hobsbawm fue mucho más profundo. Sin embargo, el obstinado estalinismo del partido británico ahora lo dejó afuera en el frío.

Antonio Gramsci, el teórico y político marxista italiano.
Antonio Gramsci, el teórico y político marxista italiano. Fotografía: Laski Diffusion / Getty Images

 

Después de mediados de la década de los 50, gravitó hacia un modelo muy diferente que fue forjado por los partidos «eurocomunistas» orientados hacia la reforma de España e Italia. Por los años 80, siguiendo las ideas de Antonio Gramsci., llegó a creer que el Partido Laborista británico tenía que llegar a una alianza con elementos de las clases medias, ya que la vieja clase trabajadora en la que había apoyado durante tanto tiempo ahora estaba en decadencia; de lo contrario, la democracia en Gran Bretaña estaba condenada. Lejos de ser un estalinista, ahora se había convertido en el profeta del Nuevo Laborismo. Neil Kinnock retomó sus ideas cuando se convirtió en líder del Partido Laborista, y Tony Blair lo puso en acción, aunque más tarde lamentó que Blair no haya desentrañado las políticas neoliberales implementadas por los conservadores en los años 80 («Thatcher en pantalones «Fue su veredicto sobre Blair).

¿Cómo afectó todo esto su práctica como historiador? ¿Hay alguna conexión entre el comunismo de Hobsbawm y la fama mundial y el éxito de sus escritos históricos?

Lo primero y quizás lo más importante a destacar es que su obra histórica nunca fue puramente marxista. Lejos de ser un «intelectual centroeuropeo», como algunos afirman, fue influenciado sobre todo por las ideas intelectuales francesas, en particular las del grupo de historiadores asociados con el periódico Annales. El mentor de Hobsbawm en Cambridge a fines de la década de 1930 y después, la historiadora económica Mounia Postan, le presentó el trabajo de los Anales, invitando a su figura principal Marc Bloch a Cambridge y compartiendo en muchos aspectos su creencia en la historia como una disciplina que abarca todo, tratar analíticamente no solo la política, la economía y la sociedad, sino también las artes y, de hecho, todos los aspectos de la vida en el pasado.

Hobsbawm profundizó su relación con la escuela histórica francesa en la década de 1950, cuando pasó largos períodos en París mezclando con intelectuales de izquierda disidentes. Su libro, The Age of Revolution , publicado en 1962, mostraba claramente la influencia de los Annales, al igual que sus sucesores The Age of Capital y The Age of Empire.. Sin embargo, lo que hizo que sus escritos fueran particularmente atractivos fue su endeudamiento con los modelos de interpretación marxistas, desplegados con claridad y poder, e ilustrados con ejemplos y pruebas extraídas de una amplia gama de fuentes en una variedad de idiomas. Aquí, su lectura profunda de la literatura europea, comenzando en su adolescencia, mostró su influencia en un estilo que combinaba elegancia e ingenio, involucrando al lector de una manera que ninguna exposición marxista convencional podría lograr.

Al mismo tiempo, al igual que otros historiadores marxistas ingleses como Thompson, Hobsbawm fue liberado intelectualmente por su distanciamiento del partido comunista británico en 1956. Después de escribir en la década de 1940 y principios de la década de 1950 sobre el ascenso de la clase trabajadora, se dirigió al estudio. Gente marginal y desviada en la historia, «rebeldes primitivos», milenaristas, luditas, bandidos, movimientos populares aparentemente irracionales que de hecho expresaron un alto grado de racionalidad en su rebelión contra las invasiones del capitalismo en su forma de vida. Por supuesto, los colocó en una teleología básicamente marxista (después de todo, eran rebeldes «primitivos», a diferencia de los rebeldes modernos supuestamente sofisticados de los movimientos obreros marxistas). Aun así, la simpatía con la que los trataba era evidente para todos los que podían leer entre líneas.

Las ideas marxistas dieron a su trabajo una coherencia y estructura que la historia simplemente empírica no pudo lograr; Le ayudaron a desarrollar conceptos que daban sentido al material incipiente de la historia y, al mismo tiempo, porque eran novedosos y controvertidos, proporcionaron temas para los debates y discusiones que todavía están teniendo lugar entre los historiadores en la actualidad. Siglo XVII «,» el nivel de vida en decadencia en la revolución industrial «,» bandidaje social «,» la invención de la tradición «,» el largo siglo XIX «y muchos más. Al mismo tiempo, los conceptos e ideas nunca forzaron la evidencia básica al margen. Cuando el hecho y la interpretación se enfrentaron, Hobsbawm fue casi siempre lo suficientemente escrupuloso como para rendirse al hecho, como, por ejemplo, en su abandono de las teorías marxistas del imperialismo en su libro.La era del imperio . Ni como intelectual comunista ni como historiador practicante fue nunca un mero propagandista.

En cuanto a su confrontación con el pasado comunista en las últimas dos décadas de su vida, tras la caída del Muro de Berlín, no hay indicios de que ocultara o pasara por alto los numerosos crímenes y atrocidades que lo habían desfigurado. Las agudas exigencias de arrepentirse y retractarse con las que fue confrontado con tanta frecuencia merecen ser tratados con desprecio. Más bien, lo que le da a The Age of Extremes gran parte de su fascinación es el espectáculo de un comunista de toda la vida que intenta, a menudo pero no siempre con éxito, llegar a un acuerdo con el fracaso de la causa que había servido durante tanto tiempo como intelectual.

 Eric Hobsbawm: Una vida en la historia de Richard J Evans es una publicación de Little, Brown el 7 de febrero (RRP £ 35). Para solicitar una copia por £ 30, vaya a guardianbookshop.com o llame al 0330 333 6846. P & p del Reino Unido gratis por más de £ 15, solo pedidos en línea. Pedidos telefónicos mín. p & p de £ 1.99.

El derrumbe del Antiguo Régimen

Autor: Enrique Llopis,

Fuente: El País, 22/01/2012

Las secuelas de la Revolución Francesa de 1789 desencadenaron el inicio de la crisis del Antiguo Régimen en España, un periodo caracterizado por las guerras, la debilidad y el derrumbe de muchas de las viejas instituciones, la inestabilidad política y la alteración de la dinámica económica.

Desde un punto de vista macroeconómico, entre 1789 y 1840, año en el que finalizó la primera guerra carlista y se asentó el régimen liberal, se alternaron dos fases expansivas, 1789-1801 y 1815-1840, y una recesiva, entre 1802 y 1814. Este artículo se ocupa esencialmente de la crisis de la década y media inicial del siglo XIX, pero también extiende su mirada al antes y al después.

En cuanto a las fases de crecimiento, resulta aparentemente paradójico que España, de 1789 a 1801 y de 1815 a 1840, obtuviera resultados económicos positivos en momentos de graves contratiempos internos y de cierta desintegración de la economía internacional. La principal clave explicativa radica en que el debilitamiento, primero, y el desplome, después, del Antiguo Régimen facilitaron la incorporación a la labranza de enormes extensiones de tierra.

En la España del XVIII coexistían dos velocidades, dos maneras de crecer

El siglo XIX se abrió con importantes epidemias y malas cosechas

La Guerra de la Independencia abortó la incipiente recuperación

Las colonias americanas prescindieron de la mediación hispana

La ocupación francesa debilitó las instituciones del Antiguo Régimen

La expansión del cultivo de cereal sostuvo el avance entre 1815 y 1850

 

En la España del siglo XVIII coexistieron dos velocidades y dos modos distintos de crecimiento económico. En los territorios interiores y en las regiones septentrionales, el PIB aumentó a una tasa no superior al 0,5%, el crecimiento tuvo un carácter marcadamente rural, la productividad del trabajo en la agricultura permaneció estancada y los progresos en la especialización y en los tráficos mercantiles fueron modestos.

La España interior estaba lejos de aprovechar plenamente su potencial de crecimiento agrario: muchas zonas se hallaban aún poco colonizadas porque los grandes propietarios territoriales rentistas, las oligarquías locales con importantes negocios pecuarios, los dueños de cabañas trashumantes y la Mesta, grupos que acumulaban bastante poder, estaban interesados en frenar las roturaciones en las tierras municipales.

Por el contrario, en el área mediterránea y en la Andalucía atlántica, el PIB creció a una tasa cercana o algo superior al 1% y la expansión productiva se sustentó, al igual que en otras zonas de Europa occidental, en un cierto incremento de la productividad agraria, en el auge de la economía marítima, en el desarrollo de la protoindustria y en la mayor laboriosidad de la mano de obra familiar. En muchos casos, esa intensificación del factor trabajo fue la respuesta a la caída de los salarios reales y/o al descenso de ingresos netos de numerosas explotaciones agrarias, fruto del incremento de las rentas territoriales y de la reducción de su tamaño ocasionada por la mayor presión de la población sobre los recursos agrarios.

Por consiguiente, las «fuerzas económicas del progreso» (mayor comercio y especialización y pequeños avances tecnológicos) solo resultaban claramente hegemónicas en una parte minoritaria de España; de ahí que nuestro país siguiese divergiendo de Europa occidental en el siglo XVIII.

La década de 1790 fue un periodo de fuertes convulsiones, de desequilibrio financiero del Estado y de crisis sectoriales, pero también de aceleración del crecimiento demográfico y agrario. En la España del siglo XVIII, su último decenio fue, tras el de 1720, el de mayor crecimiento de los bautismos (véase el gráfico 1 basado en una muestra de más de 1.200 localidades). Lo más llamativo de este auge radicó en que fue protagonizado fundamentalmente por regiones que habían registrado una expansión modesta o moderada en el siglo XVIII (Andalucía occidental, Aragón y Castilla-La Mancha). En las zonas interiores, este crecimiento demográfico habría sido inalcanzable sin que simultáneamente se registrara una importante expansión agraria.

El impulso agrícola de la última década del siglo XVIII fue fruto de la necesidad, de los mayores incentivos y de las oportunidades abiertas por el nuevo panorama político. Los granos se encarecieron notablemente en todos los mercados y, además, el diferencial de precios del trigo entre la periferia y el interior se incrementó debido en buena medida a la disminución y a la mayor irregularidad de las importaciones resultantes de las perturbaciones que los conflictos bélicos ocasionaron al comercio exterior desde 1793. De modo que el interior se encontró con una coyuntura favorable para incrementar su participación en el abasto de cereales de la periferia. Además, el cambio de escenario político provocado por la Revolución Francesa indujo a los integrantes del frente antirroturador a moderar su oposición a los rompimientos. El notable incremento de la defraudación en el pago del diezmo, aparte de ser un exponente del inicio de la descomposición del Antiguo Régimen, también constituyó un acicate para ampliar las labores.

La década de 1790 presentó una cara, la expansión demográfica y cerealista, pero también una cruz: fuerte incremento de las tensiones inflacionistas y acusado descenso de los salarios reales, agudización de los problemas financieros de la Monarquía, reducción y mayor irregularidad del comercio exterior y dificultades para todas las economías periféricas que mantenían un apreciable grado de dependencia de los intercambios internacionales.

La recesión de la década y media inicial del siglo XIX estuvo integrada, en realidad, por dos crisis distintas: la ocasionada por las malas cosechas y las importantes epidemias (paludismo, tifus y fiebre amarilla) de principios del Ochocientos, y la desencadenada por la Guerra de la Independencia. Los factores exógenos a la economía y a la sociedad españolas desempeñaron un papel preponderante en dichas crisis, pero los endógenos no fueron ajenos a la magnitud de ambas: primero, la creciente desigualdad en el reparto del ingreso en la segunda mitad del Setecientos había acentuado la precariedad de muchas familias; y, segundo, la elevada mortalidad del periodo también obedeció a la incapacidad de los Gobiernos para paliar escaseces y carestías, y al deterioro del funcionamiento de los mercados y de instituciones asistenciales, como los pósitos, que estaban siendo sacrificadas para evitar el colapso financiero de la Monarquía.

En la España interior de la época moderna, la crisis de mortalidad de 1803-1805 fue, tras la de 1596-1602, la que tuvo un mayor alcance territorial e intensidad. El desastre demográfico de 1803-1805 fue fruto de una crisis de subsistencias muy profunda (el promedio anual del precio del trigo se incrementó, con respecto al de la década precedente, más de un 125%), pero también de una importantísima crisis epidémica. Aparte de la mortalidad catastrófica, también aumentó notablemente la ordinaria en la década y media inicial del siglo XIX. En 25 pueblos de la provincia de Guadalajara, el cociente difuntos/bautizados fue de 0,87 en 1785-1799, de 1,14 en 1800-1814 y de 0,72 en 1815-1829 (véase el gráfico 2).

Las áreas periféricas también tuvieron que afrontar unos importantes contratiempos económicos en los albores del siglo XIX. Las guerras navales, las dificultades y la carestía del transporte marítimo y la crisis agraria y demográfica de los territorios no marítimos provocaron un descenso en el nivel de actividad manufacturera y comercial. Desde 1805, las colonias americanas prácticamente prescindieron de la mediación hispana en sus tráficos exteriores.

La Guerra de la Independencia abortó la recuperación que la agricultura española había iniciado después de 1805. Ahora bien, las secuelas de este conflicto fueron mucho más allá del desencadenamiento de una nueva crisis económica. Entre las principales, han de contabilizarse:

1. Tras la ocupación del país por las tropas francesas, muchas de las instituciones fundamentales del Antiguo Régimen se desmoronaron o quedaron muy debilitadas.

2. El vacío de poder en la metrópoli propició el estallido de movimientos independentistas en buena parte de las colonias americanas.

3. La crisis financiera del Estado absolutista se intensificó extraordinariamente.

4. La sobremortalidad y la merma de nacimientos ocasionadas por la guerra ascendieron a no menos de medio millón de personas.

En el terreno más estrictamente económico, deben mencionarse:

a) Numerosas explotaciones agrarias vieron reducidas sus disponibilidades de fuerza de trabajo y de ganado; de ahí que muchas de ellas tratasen de incorporar mayores cantidades del factor tierra para compensar las pérdidas en los otros factores y restablecer un cierto equilibrio productivo.

b) Los saqueos y las destrucciones de cosechas provocaron daños de consideración en no pocas zonas.

c) Las secuelas del conflicto perjudicaron de un modo especialmente intenso al comercio y a la industria.

d) Los ahorros de los propietarios rurales fueron absorbidos por gravámenes extraordinarios, requisas, suministros y préstamos forzosos a los ejércitos, a la guerrilla y a los municipios. Los más pudientes acumularon unos activos de elevado valor nominal sobre unos concejos cuyo nivel de endeudamiento les impedía atender sus obligaciones financieras, salvo que se desprendiesen de parte de sus todavía extensos patrimonios territoriales. De modo que tales acreedores enseguida se percataron de que solo había una alternativa para recuperar sus contribuciones a la financiación del conflicto bélico: la privatización de tierras municipales.

Es indudable que la Guerra de la Independencia tuvo, en el corto plazo, un impacto económico muy negativo, pero también generó otras secuelas que contribuyeron a inducir, en el medio y largo plazo, cambios en la velocidad y en el tipo de crecimiento económico, en la política comercial y en los niveles de desigualdad.

El mayor potencial de crecimiento agrícola de España, al menos a corto y medio plazo, estribaba en las enormes extensiones de tierras que podían roturarse. Durante la Guerra de la Independencia se crearon condiciones favorables para el estallido de una gran oleada de rompimientos, que se moderó en las etapas de restablecimiento del absolutismo, pero que mantuvo un ritmo relativamente intenso hasta mediados del siglo XIX: tras el hundimiento del Antiguo Régimen, ni las viejas autoridades locales, ni las nuevas pudieron refrenar las ansias de numerosísimos productores agrarios de ocupar y roturar tierras comunales; la desamortización silenciosa de tierras municipales facilitó los rompimientos de extensas áreas de pastizales y bosques; y, el incremento de los precios de los granos también constituyó un acicate para extender los cultivos cerealistas.

Una vez concluido el conflicto, la recuperación demográfica fue inmediata e impetuosa, sobre todo en las regiones cerealistas meridionales. El vigor de ese proceso obedeció al fuerte crecimiento del producto agrícola, pero también al relativamente reducido nivel de la mortalidad entre 1815 y 1830. De 1820 a 1850, la población española creció al 0,9% y la europea al 0,81%. Las estimaciones de Álvarez Nogal y Prados de la Escosura apuntan a que, entre 1787 y 1857, el PIB y el PIB por habitante se expandieron a una tasa cercana al 1% y a otra superior al 0,2%, respectivamente. Es indudable, pues, que el conflicto con los franceses también entrañó una ruptura en el ámbito económico: nunca antes la población y el PIB habían crecido tan velozmente en España como lo hicieron entre 1815 y 1850.

El impulso agrícola posterior a 1815 tuvo tres pilares esenciales: la marea roturadora, el rápido crecimiento de la población y la implantación y pervivencia de una política comercial prohibicionista en materia de cereales. Varios factores nos ayudan a entender por qué España adoptó en 1820 tal política comercial y por qué la mantuvo tantos años:

1. La oleada de proteccionismo enérgico en la que estuvieron involucrados numerosos países europeos y Estados Unidos, países que habían impulsado procesos de sustitución de importaciones entre 1793 y 1815.

2. La necesidad de defender una nueva e importante actividad cerealista de la competencia exterior en los mercados litorales una vez concluidas las guerras napoleónicas, nueva actividad que se había desarrollado en periodos de precios absolutos y relativos de los granos muy altos.

3. El régimen liberal, necesitado de ampliar su base social, utilizó el prohibicionismo cerealista para frenar el descenso de las rentas agrarias y de los precios agrícolas, lo que tornó más atractivas las compras de las tierras desamortizadas.

4. Los propietarios y cultivadores de tierras de cereal contaron con el decidido apoyo de los industriales catalanes en la defensa del prohibicionismo.

5. La pérdida de las colonias americanas originó un fuerte deterioro de las cuentas externas y un drástico cambio en el panorama monetario (del intenso crecimiento del stock de oro y plata en el periodo 1770-1796, se pasó a una fase de descenso apreciable del mismo). Los sucesivos Gobiernos tuvieron que emprender una política de reequilibrio de la balanza de pagos y el prohibicionismo constituyó un instrumento esencial de la misma.

La presión que el prohibicionismo ejerció sobre los precios de los cereales resultó clave para la formidable extensión de los cultivos en la primera mitad del siglo XIX, pero otros factores también contribuyeron a la aceleración del crecimiento económico: la notable ampliación del mercado nacional derivada, ante todo, del intenso auge demográfico; el impulso en la urbanización desde la década de 1820; el modesto incremento de la productividad en la agricultura; los avances en la integración de los mercados; el inicio de la industrialización catalana, y el dinamismo de la demanda exterior de productos agrarios mediterráneos y de minerales a medida que tomaba cuerpo la industrialización europea.

El balance económico del periodo 1815-1850 presenta luces y sombras. Por un lado, el crecimiento se aceleró fuertemente con respecto a las fases precedentes y la distribución del ingreso se tornó menos desigual (entre 1788-1807 y 1815-1839, la ratio renta de la tierra/salarios agrícolas descendió un 21% y un 28% en Navarra y Castilla la Vieja, respectivamente). En contrapartida, España, pese a su impulso económico, se alejó de Europa; el prohibicionismo perjudicó a las regiones exportadoras, sobre todo a Valencia, Murcia y a la Andalucía marítima; y, además, el modelo de crecimiento de después de la Guerra de la Independencia tenía una fecha de caducidad cercana: la expansión agraria se debilitó a medida que iba completándose el proceso colonizador y que empeoraban las condiciones de acceso a la tierra; de hecho, a finales de la década de 1850 ya se hallaba prácticamente agotado.

Sin embargo, nuestro país no acabaría en el callejón sin salida al que parecía abocado: merced en buena medida a los ferrocarriles, en los que los capitales, la tecnología y el capital humano foráneos fueron trascendentales, y a la creciente demanda exterior de minerales y de distintos productos agrarios mediterráneos, especialmente de vinos, España pudo ir deslizándose hacia un nuevo modelo de crecimiento económico en el que el cultivo del cereal, actividad en la que España no tenía ninguna ventaja comparativa, dejó poco a poco de tener una hegemonía tan nítida y en el que los cultivos mediterráneos, las actividades urbanas, el comercio exterior y, en general, las relaciones económicas internacionales ganaron protagonismo.

Las lecciones del pasado decimonónico apuntan en la misma dirección que las del siglo XX: los vientos europeos fueron cruciales para derribar el Antiguo Régimen (aunque para ello el país sufriera un conflicto bélico muy costoso en vidas y recursos), primero, y para dar un nuevo impulso al crecimiento económico español, más tarde, desde que comenzó a agotarse el modelo que había tenido uno de sus pilares esenciales en el prohibicionismo cerealista y algodonero. La historia contemporánea evidencia, pues, el grave error que el aislacionismo ha entrañado para nuestro país.

Cómo fue la «crisis de los tulipanes», la primera gran burbuja financiera de la historia mundial.

Derechos de autor de la imagen ALAMY Image caption Los tulipanes llegaron a los Países Bajos en el siglo XVII y causaron furor. Una pintura de Ambrosius Bosschaert del siglo XVII

Fuente: BBC Mundo

En la secuela de la película «Wall Street» que se estrenó en 2010, el personaje del inescrupuloso financista Gordon Gekko -famosamente interpretado por Michael Douglas- advierte sobre los peligros de la especulación financiera, usando como ejemplo «la peor burbuja de todos los tiempos».

«En los años 1600 los holandeses tuvieron fiebre especulativa hasta el punto de que se podía comprar una hermosa casa en el canal de Ámsterdam por el precio de un bulbo», afirma Gekko, apuntando a unos tulipanes.

«Lo llamaron tulipomanía. Luego colapsó», agrega. «La gente fue aniquilada».

El personaje se estaba refiriendo a lo que también se conoció como la «crisis de los tulipanes«, un fenómeno que se produjo en los Países Bajos en la primera mitad del siglo XVII.

Es ampliamente considerada la primera gran burbuja especulativa de todos los tiempos y hoy son varios los expertos que remiten a ese ejemplo para advertir sobre los peligros del bitcoin, la criptomoneda que más ha crecido en todo el mundo.

En noviembre pasado esta moneda virtual alcanzó valores récord, llegando a aumentar su precio en más de 1.200%.

Desde entonces, su valor ha fluctuado. Pero los más escépticos creen que ese repentino aumento de precio en un producto que no tiene valor intrínseco tiene todas las características de una tulipomanía.

Bitcoin
Derechos de autor de la imagenGETTY IMAGES Image caption Muchos trazan paralelos entre lo que pasa con los bitcoins y lo que pasó con los tulipanes en los Países Bajos en el siglo XVII.

¿Mito o realidad?

Aunque muchos usen ese ejemplo histórico lo cierto es que no hay un consenso sobre lo que realmente ocurrió durante la crisis de los tulipanes.

Algunas de las anécdotas más llamativas de la época señalan lo que dijo Gekko: que en las décadas de 1620 y 1630 los bulbos de esta flor llegaron a costar lo mismo que una casa.

En su libro de 1999 «Tulipomanía: La historia de la flor más codiciada del mundo y las pasiones extraordinarias que despertó», el historiador Mike Dash confirma este hecho.

Dash detalla que para 1637 un solo bulbo de una variedad llamada Semper Augustus llegó a costar 10.000 florines.

«Eso era suficiente para alimentar, vestir y alojar a toda una familia holandesa por media vida o para comprar una de las mejores casas en el canal más de moda de Ámsterdam», señala el autor.

En cambio, otra de las anécdotas más coloridas de la crisis -que muchos quedaron en bancarrota y se lanzaron a los canales en desesperación cuando la burbuja de los tulipanes explotó- no parece tener tanto asidero.

Incluso hay quienes disputan el hecho de que se trató de una crisis generada por la especulación financiera.

De moda

El programa sobre economía «More or Less» de la BBC Radio 4, analizó la tulipomanía y llegó a la conclusión de que en realidad «hemos malinterpretado el comercio de los tulipanes».

Pintura de los Países Bajos mostrando la venta de bulbos de tulipán.
Derechos de autor de la imagen ALAMY Image caption La locura de los holandeses por el comercio de tulipanes fue satirizado por algunos artistas de la época.

Según los periodistas Lizzy McNeill y Sachin Croker las investigaciones más recientes sugieren que «no fue una fiebre especulativa sino factores culturales los que hicieron que la gente valorara estas flores».

El programa entrevistó a la profesora de historia europea temprana Anne Goldgar, del King’s College de Londres, quien explicó por qué se pusieron de moda algunos tipos de tulipanes.

«Después de cultivar un tulipán blanco durante nueve años, más o menos, de repente se verá rayado o moteado», explicó Goldgar. «Esto se debe a una enfermedad, pero la gente no sabía eso en ese momento».

«Realmente no sabías lo que iba a pasar con tus tulipanes y la gente amaba el hecho de que constantemente cambiaban».

En el siglo XVII los tulipanes -originalmente cultivados en el Imperio Otomano- eran algo nuevo en los Países Bajos y sus colores cambiantes los convirtieron en un producto codiciado por quienes valoraban lo estético y la moda.

Por otra parte, en un artículo escrito para la BBC, el crítico de arte del diario británico Daily Telegraph Alastair Sooke remarcó que «el creciente interés por los tulipanes coincidió con un período especialmente próspero en la historia de los Países Bajos».

«En el siglo XVII (Holanda) dominaba el comercio mundial y se convirtió en el país más rico de Europa».

«Como resultado, no solo los ciudadanos aristocráticos, sino también los adinerados comerciantes e incluso los artesanos y comerciantes de la clase media de repente descubrieron que tenían dinero extra para gastar en lujos como flores caras».

Tulipanes
Derechos de autor de la imagenPA Image caption La profesora de historia europea temprana Anne Goldgar sostiene que el interés por los tulipanes no tuvo que ver con la especulación financiera.

Estatus

Goldgar mantiene que fue un interés cultural y una cuestión de status social -y no una especulación económica- lo que llevó a algunos a gastar fortunas en tulipanes.

Pero relativiza aquello de los precios alocados que se pagaron durante la tulipomanía.

«Solo encontré 37 personas que gastaron más de 400 florines en flores en esa época», contó, poniendo en contexto los 10.000 florines que llegaron a costar los tulipanes, según recogió Dash.

Además, la experta explicó que quienes pagaron las sumas más grandes eran coleccionistas de arte con mucho dinero para gastar.

«Las personas que compraban pinturas tendían a ser las mismas que compraban tulipanes».

Eso explica por qué uno de los principales mitos sobre esta burbuja financiera no es verdad: según Goldgar, nadie se arrojó a un canal por las pérdidas sufridas cuando se desplomó el precio de los tulipanes.

«De hecho, no pude encontrar a nadie que estuviera en bancarrota debido a la tulipomanía», señaló.

¿Qué pasó?

Lo que sí es cierto es que después de alcanzar niveles récord en 1636, el valor de los tulipanes cayó estrepitosamente en febrero de 1637.

Charles Mackay
Derechos de autor de la imagenGETTY IMAGES Image captionEl sensacionalista historiador escocés del siglo XIX Charles Mackay fue el primero que popularizó el mito sobre la tulipomanía.

Las causas, según esta profesora, fueron los temores de una sobredemanda y lo insostenible de un mercado que había empezado como un hobby entre unos pocos amantes de la horticultura.

No obstante, Goldgar asegura que la explosión de la burbuja no afectó la economía de los Países Bajos, como sostienen otros expertos.

¿Por qué entonces se hizo tan famosa la supuesta fiebre especulativa del tulipán?

El responsable -o uno de ellos- parece haber sido un historiador escocés del siglo XIX llamado Charles Mackay, a quien le encantaban las historias sensacionalistas.

Fue él quien popularizó el relato sobre la tulipomanía.

A Mackay no se lo tomó muy en serio como historiador. Sin embargo, sus coloridas crónicas han perdurado.

Irónicamente, el propio Mackay se vio envuelto en una verdadera manía especulativa: la burbuja ferroviaria británica de la década de 1840, que algunos estudiosos consideran la mayor burbuja tecnológica de la historia y uno de los mayores fracasos financieros.

Sin dudas, la historia de Mackay es una lección para todos: es muy fácil burlarse de las burbujas especulativas del pasado e incluso mofarse de la estupidez de quienes quedaron atrapados en ellas.

Cómo ha cambiado el consumo de energía desde el siglo XVIII.

Imagen: JohnGreyTurner.

Autor:

Fuente: Think Big, Telefónica. 28 de julio de 2013

Desde los comienzos de la Revolución Industrial hasta ahora, las sociedades han cambiado mucho su forma de consumir energía. En el siglo XVIII no existían los combustibles fósiles, pese a que el petróleo se utilizaba desde hacía tiempo con fines médicos y militares, siendo la principal fuente energética la madera. Hoy en día, las renovables conviven al lado de la nuclear y las principales fósiles, mientras que la electricidad ha sido parte esencial en el desarrollo, facilitando el almacenamiento y el transporte.

Una de las agencias estadounidenses para la energía, la US Energy Information, ha publicado recientemente un gráfico en el que se puede ver la evolución del consumo energético desde 1776, fecha fijada por ser el año de la independencia del país. La información se refiere exclusivamente a Estados Unidos, pero no deja de ser un reflejo de los cambios que ha habido a lo largo del tiempo globalmente.

Continuar leyendo «Cómo ha cambiado el consumo de energía desde el siglo XVIII.»

Los costes del nazismo alemán para Grecia (y para España)

Izado de la esvástica en la Acrópolis de Atenas en 1941. / SCHEERER (BUNDESARCHIV)

Autor: Vicenç Navarro.

Fuente: Diario El Püblico, 24/03/2015

Para entender la crisis existente en la Unión Europea, ayuda el conocer la que ocurrió en los años treinta en Europa, y como ambas crisis han afectado la relación de Alemania -el centro del sistema económico europeo- con la periferia, centrándonos en este artículo en Grecia, y con algunas notas también de la relación de Alemania con España en ambos periodos históricos.

En Alemania, la primera crisis, generada en parte por la enorme deuda pública acumulada, resultado de las exigencias de los países vencedores de la I Guerra Mundial de que este país pagara las reparaciones por los daños infligidos a los países enemigos durante el conflicto bélico, determinó la elección de un gobierno Nazi liderado por Hitler. La enorme austeridad de gasto público, con los grandes recortes realizados con el objetivo de pagar la deuda, y las reformas del mercado laboral que contribuyeron al crecimiento del desempleo generado por aquellos recortes, causaron un rechazo de la población hacia los partidos que impusieron tales medidas y llevaron a la primera elección de un gobierno Nazi en Europa. Hay que recordar que el nazismo alcanzó el poder en Alemania por la vía democrática debido a su atractivo electoral (y también a la división de las izquierdas, concretamente entre el Partido Socialdemócrata y el Partido Comunista).

El nazismo sacó a Alemania de la crisis económica mediante la militarización de su economía (keynesianismo militar) y al expolio de los países periféricos, incluyendo Grecia. La ocupación de Grecia (1941-1945) fue de las más brutales que hayan existido en Europa. Aquel periodo se caracterizó por un sinfín de atrocidades. Pueblos y ciudades fueron testigos de aquellas brutalidades. Mousiotitsa (153 hombres, mujeres y niños), Kommeno (317 hombres, mujeres y niños, donde incluso 30 niños de menos de un año fueron asesinados y 38 personas fueron quemadas vivas en su casa), Kondomari (60 asesinados), Kardanos (más de 180), Distomo (214 muertos), y así una larga lista. Más de 460 poblaciones fueron destruidas y más de 130.000 civiles fueron asesinados, además de más de 60.000 judíos que representaban la mayoría de la población judía en Grecia. El sacrificio humano fue enorme. Y la represión estaba encaminada a sostener una enorme explotación y latrocinio. En realidad, el III Reich robó el equivalente en moneda alemana de 475 millones de marcos, que significaría en moneda actual 95.000 millones de euros. Ante esta situación, ¿cómo puede pedírsele a las clases populares, que fueron las que sufrieron en mayor medida la represión, que olviden esta etapa de su vida? (ver Conn Hallinan: “Greece: Memory and Debt”, Znet Magazine, 18.03.15, de donde extraigo la mayoría de datos de este artículo).

Leer artículo completo en El Público,