Nicolás II y su desastrosa guerra contra Japón

Soldados japoneses cerca de Chemulpo, en Corea, entre agosto y septiembre de 1904.
 Dominio público

Autora: EMPAR REVERT

Fuente: lavanguardia.com 05/09/2020

Nicolás II estaba exultante. Tras un decenio como soberano, su pueblo al fin le demostraba la entrega que tanto había anhelado. Toda Rusia reaccionaba como una sola voz contra el ataque japonés a la base imperial en Port Arthur. Bien, no toda. Algunas figuras de la corte, pocas, presintieron los peligros que una guerra encerraba para una Rusia tan grande como frágil. El ministro Sergei Witte era la principal de ellas.

A principios del siglo XX Rusia era un gigante con pies de barro que suplía la decadencia de sus estructuras con un incesante crecimiento territorial. El zar ostentaba aún el poder absoluto, y en el caso de Nicolás II eso era un problema. Los asuntos de Estado no eran lo suyo. El conde Witte, tan estimado por su padre, el zar Alejandro III, era un ministro capaz, pero no podía evitar menospreciar a Nicolás, que a su vez encontraba molesto al político.Lee también

El imperio de los Romanov no había abordado con firmeza el camino de la modernización. Siguiendo su inercia, la Rusia zarista buscaba su propia justificación a ojos del pueblo a través de guerras victoriosas. Impedida su expansión hacia el oeste y el sur europeos, sus miras desde mediados del siglo XIX se fijaban en Oriente.

La permanencia de estructuras semifeudales también había sido una característica esencial de la sociedad japonesa. La presión de Estados Unidos y Europa para obtener concesiones comerciales llevó a su organización tradicional a una crisis irreversible. Sin embargo, el Japón que emergió de esa crisis estaba decidido a tratar con el hombre blanco de igual a igual.

Tras un serio proceso de revisión, el Imperio nipón retuvo los que consideraba sus máximos valores –patriotismo, lealtad, diligencia– y los combinó con los modelos políticos y la tecnología occidentales. Bajo el reinado de Mutsuhito (el emperador Meiji), el poder pasó a manos de oligarcas plenamente involucrados en esta misión. La sociedad japonesa conoció un rápido proceso de modernización, y a finales del siglo XIX Japón ya estaba en posición de desempeñar un papel de primer orden en Asia oriental.

Retrato de Nicolás II coronado.
Retrato de Nicolás II coronado. Dominio público

El rival imprevisto

La resolución nipona se puso de manifiesto muy pronto, en la guerra chino-japonesa de 1894-95, derivada del choque de intereses entre ambos países sobre Corea. El coreano era un estado ligado a China por vínculos tributarios y juzgado por el gobierno de Tokio como el trampolín natural para su expansión en el continente. 

La rápida victoria nipona sobre China sorprendió y alarmó a las potencias occidentales, en particular a Rusia, que no esperaba competencia en la región. A expensas de Pekín, San Petersburgo se había anexionado decenios antes la isla de Sajalín y una amplia zona al norte del río Amur. Ahora acariciaba la idea de extender su influencia por Manchuria y la estratégica península de Liaotung. En ella, Port Arthur garantizaría a la marina imperial una salida al mar libre de hielos durante todo el año, algo que el puerto de Vladivostok, mucho más al norte, no podía ofrecer.

El tratado que ponía fin a la guerra entre China y Japón arrancaba al Imperio chino la península de Liaotung. Adiós al puerto libre de hielos. Y ya no era solo eso. Como intuía Witte, si Japón se instalaba en Liaotung, no se detendría allí. San Petersburgo recabó el apoyo de sus aliados europeos, Francia y Alemania, para obligar a los japoneses a renunciar a sus demandas sobre la península china. El Imperio nipón tuvo que ceder a las presiones y contentarse básicamente con Taiwán.

Caricatura que ironiza sobre el reparto de China que se hacía entre las grandes potencias.
Caricatura que ironiza sobre el reparto de China entre las grandes potencias. Dominio público

El pueblo japonés lo consideró un trato humillante, y su resentimiento se convirtió en indignación dos años después, cuando el imperio del zar dejó al descubierto sus intenciones. Rusia impuso al gobierno chino un acuerdo por el que obtenía la concesión de Liaotung –con Port Arthur– durante 25 años prorrogables. Japón vio claro que necesitaba aliados y que el enfrentamiento con Rusia era bastante probable.

Promesas incumplidas

Las relaciones diplomáticas ruso-japonesas empeoraron en 1900 a raíz de la guerra de los Bóxers, en que el estallido de una revuelta xenófoba en China desencadenó la intervención de un contingente europeo. A él se unió Japón para impedir que Rusia tomara ventaja de la situación, pero los nipones no pudieron evitarlo. 

Japón ofreció reconocer la hegemonía rusa en Manchuria si el Imperio zarista hacía lo propio con la japonesa sobre Corea

El foco más activo del movimiento xenófobo se encontraba en Manchuria, precisamente donde las fuerzas rusas eran mayores. El Imperio zarista lo aprovechó para ocupar toda la región, a lo que Gran Bretaña y Japón respondieron con una enérgica protesta. Cediendo a las presiones, los rusos decidieron firmar un acuerdo con el gobierno chino que preveía la evacuación de las tropas de Manchuria en varias fases.

La primera fase de evacuación de las tropas rusas de Manchuria se llevó a cabo puntualmente, pero cuando llegó el momento de poner en marcha la segunda fase, en 1903, Nicolás II decidió no solo no cumplirla, sino obtener de China nuevas concesiones en la región. Tokio intentó solucionar la crisis por la vía diplomática. Ofreció a Rusia el reparto de zonas de influencia: Japón reconocía la hegemonía rusa en Manchuria si el Imperio zarista hacía lo propio con la japonesa sobre Corea.

En San Petersburgo, la propuesta contó con el favor de algunos de los miembros de la corte, como Sergei Witte, en ese momento apartado del poder por el zar y que, consciente de las flaquezas del Imperio, siempre había abogado por una expansión por medios distintos de los militares.

Retrato de Sergéi Witte.
Sergei Witte. Dominio público

Nicolás II no accedió a la oferta ni propuso alternativas. Creía que Japón no iría a la guerra. A principios de enero de 1904, Tokio optó por romper las relaciones. Días después, la marina nipona atacaba por sorpresa a las fuerzas rusas destacadas en Port Arthur.

Estalla la lucha

Pese a todo, Nicolás II no se alarmó. Sobre el mapa, Japón era un país mínimo que no hacía tanto que se defendía con katanas. El zar se dejó arrullar por el fervor popular en una empresa que parecía hacer olvidar las incipientes muestras de descontento social. 

Pero las ventajas del Imperio ruso eran solo aparentes. Los efectivos rusos en Manchuria eran inferiores. Los refuerzos podían llegar únicamente por el ferrocarril transiberiano, que no estaba listo para el transporte de grandes cantidades de hombres y suministros. Para asistir a la flota de Port Arthur apenas podría contarse con la de Vladivostok, impedida por los hielos, ni con la del mar Negro, que por convención internacional tenía prohibido atravesar el estrecho del Bósforo, mientras que la del Báltico tendría que rodear África antes de llegar a la zona de conflicto. A pesar de todo esto, en San Petersburgo, como en casi toda Europa, primaba la convicción de que Rusia saldría vencedora.Lee también

Frente al ataque de la flota japonesa dirigida por el almirante Togo, el vicealmirante ruso Makarov, al mando en Port Arthur, apostó por una estrategia ofensiva que arrebatara a los nipones el dominio del mar Amarillo. Sus objetivos se truncaron cuando, al regresar al puerto tras una incursión, su nave topó con una mina. Murieron Makarov y casi toda la tripulación. Los japoneses tuvieron desde ese momento el control absoluto del mar.

Ante el revés, el zar puso al contralmirante Rozhestvenski a la cabeza de la flota del Báltico, que tendría que prepararse para emprender una travesía de varios meses hasta Port Arthur. Rozhestvenski, un mando competente y severo, accedió con una petición. Era consciente de que Port Arthur caería antes de su llegada, y solicitó el refuerzo de la flota –un montón de chatarra– con la compra a Argentina y Chile de siete cruceros de fabricación reciente. Su solicitud se aceptó, pero no se llegaría a cumplir.

Zinovi Petrovich Rozhestvenski, a quien el zar puso al frente de la flota del Báltico.
Zinovi Petrovich Rozhestvenski, a quien el zar puso al frente de la flota del Báltico. Dominio público

Mientras tanto, un ejército japonés pasaba de Corea a Manchuria, y poco después un segundo contingente desembarcaba en la península de Liaotung. Port Arthur estaba rodeado. En cuestión de semanas, las fuerzas niponas entraban en el vecino puerto de Dairen, evacuado por los rusos.

Los intentos del general Kuropatkin, comandante de las tropas rusas en Manchuria, de romper el cerco de Port Arthur no tuvieron éxito y, tras una contraofensiva japonesa, los rusos se vieron, además, obligados a retirarse al norte, hacia Mukden.

De Port Arthur a Tsushima

En enero de 1905, tras un asedio de cinco meses, Port Arthur se rendía. Las naves de Rozhestvenski, que habían partido de Rusia a finales del año anterior, se hallaban aún en Madagascar. El desastre causó una honda impresión en el Imperio y atizó a la oposición interna, que pedía reformas sociales y libertades políticas. 

Retirada de las tropas rusas tras la batalla de Mukden, en 1905.
Retirada de las tropas rusas tras la batalla de Mukden, en 1905. Dominio público

Pocas semanas después de la caída de Port Arthur, una multitud reunida ante el palacio de Invierno en demanda de mejoras era dispersada a tiros por la guardia del zar. El episodio, que pasó a la historia como el Domingo Sangriento, se cobró más de cien muertos y dos mil heridos.

Sin embargo, la pérdida de Port Arthur no había decidido la guerra. El grueso del ejército ruso seguía intacto. Las tropas del zar y las del Sol Naciente se enfrentaron en la batalla de Mukden y, esta vez sí, los japoneses infligieron graves daños al ejército ruso, que no tuvo más remedio que replegarse al norte de esa ciudad. Manchuria se había convertido de pronto en un sueño fuera de su alcance.

Quedaba Rozhestvenski, la última esperanza del zar. Al contralmirante, en cambio, no le quedaba ninguna. Con los medios de que disponía, estaba convencido de que navegaba hacia el desastre. Desoídas sus opiniones al respecto, se resignaba a perder la vida en combate, aunque dispuesto a convertirse en un enemigo difícil de batir.

Togo y su tripulación antes de entrar en combate.
Togo y su tripulación antes de entrar en combate. Dominio público

Mediado mayo, dejaba atrás las costas de Indochina. Sus órdenes eran unirse con la flota de Vladivostok, ahora libre de hielos. Se decidió por la ruta menos mala, aun sabiendo que era la más directa hacia la armada japonesa: a través del golfo de Corea. A finales de mes, Togo y Rozhestvenski se enfrentaron en el estrecho de Tsushima. Fue un duelo a la altura de sus aptitudes, pero el contralmirante volvía a estar en lo cierto. La flota del Báltico no estaba en condiciones. Fue casi completamente destruida y su comandante capturado.

La rápida firma de la paz

La derrota en Tsushima y los aires de rebelión interna convencieron al zar de la necesidad de negociar la paz, para lo que rehabilitó al conde Witte. Japón, pese al triunfo, tenía la misma prisa, porque el esfuerzo bélico había dejado exhausto al país. Ambos contendientes aceptaron la oferta de mediación del presidente estadounidense Theodore Roosevelt, y en agosto se inauguró la Conferencia de Portsmouth. 

Japón logró el control de la península de Liaotung y de la parte meridional de Sajalín, el protectorado sobre Corea y la evacuación del ejército ruso de Manchuria. Menos de lo que esperaba. Aun así, el prestigio japonés creció como la espuma en el resto de Asia, que no previó el dominio, tanto o más feroz que el occidental, que la nueva potencia impondría sobre buena parte del continente en los años siguientes.

Para la Rusia autocrática representó un paso más hacia la tumba. El estallido de la Revolución de 1905, aplastada a finales de año, fue el preludio de la que doce años después derrocaría a Nicolás II.

¿Y qué fue de los dos contendientes de Tsushima? En el juicio por la derrota, celebrado en 1906, Rozhestvenski se autoinculpó, pero la sentencia le declaró inocente, tras lo cual decidió retirarse. Murió en 1909, a los 60 años. En cuanto a Togo, convertido en héroe, fue nombrado jefe del Estado Mayor Naval y miembro del Consejo Supremo de Guerra. Recibió el título de conde y se le encargó la educación del príncipe heredero Hirohito. Murió en 1934, a los 86 años.

Varsovia, 1920: la batalla que frenó a Lenin

Lenin motiva a sus tropas para luchar contra el enemigo polaco.
 Dominio público

Autor: CARLOS JORIC

Fuente: lavanguardia.com/historiayvida 2020/08/13

En 1920, la Rusia soviética estaba preparada para exportar la revolución. La marcha victoriosa contra las fuerzas contrarrevolucionarias del Ejército Blanco en la guerra civil y los levantamientos comunistas que se habían producido el año anterior en Alemania y Hungría convencieron al líder bolchevique Vladímir Lenin de que era el momento adecuado para extender su doctrina por toda Europa. 

No era solamente un deber ideológico, sino también una cuestión de supervivencia. Las potencias aliadas habían apoyado militarmente a las tropas antibolcheviques en la guerra civil, por lo que los soviéticos no descartaban recibir un ataque de las fuerzas capitalistas en el futuro. El comunismo necesitaba expandirse para sobrevivir.

El gran objetivo de Lenin era Alemania. La recién creada República de Weimar se desangraba entre huelgas, revueltas, movimientos separatistas y las consecuencias de la presión económica ejercida por los aliados a través del Tratado de Versalles. Parecía el caldo de cultivo perfecto para que triunfara la revolución.Lee también

A pesar de los fracasos anteriores (los espartaquistas en Berlín, los socialistas en Baviera), los líderes bolcheviques confiaban en que se produjeran nuevos levantamientos, en que estallara una segunda “revolución de noviembre” con el apoyo del Ejército Rojo. La instauración de un régimen comunista en Alemania serviría como trampolín para impulsar la revolución en el resto de Europa. Sin embargo, el camino hacia Berlín no estaba despejado. Había surgido un nuevo obstáculo tras la Primera Guerra Mundial: Polonia.

El (re)nacimiento de una nación

Polonia desapareció del mapa en el siglo XVIII. Fue engullida por las tres grandes potencias que la rodeaban: Rusia, Austria y Prusia. La caída de estos tres gigantes tras la Gran Guerra permitió a Polonia recuperar su independencia, aunque no las antiguas fronteras. Estas se internaban en Lituania, Bielorrusia y Ucrania, tres naciones surgidas también después de la guerra.

El jefe del Estado polaco Józef Pilsudski ambicionaba esos antiguos territorios para que sirvieran de contrapeso en una región dominada por el poderoso imperialismo ruso y alemán. Su idea era liderar una formación con los cuatro países siguiendo el modelo de mancomunidad que existió entre los siglos XVI y XVIII. Una federación a la que llamó Miedzymorze (“Entremares”), por extenderse desde el mar Báltico al mar Negro.

El jefe de Estado polaco, Józef Pilsudski
El jefe de Estado polaco Józef Pilsudski Dominio público

Pero Pilsudski no era el único que deseaba esos territorios. Los bolcheviques querían también controlarlos para que sirvieran como cabezas de puente en su expansión hacia el oeste. A finales de 1918, aprovechando la retirada de las tropas alemanas, los rusos se adelantaron e instauraron repúblicas socialistas en esos países con la ayuda de simpatizantes locales. Apenas encontraron resistencia salvo en Ucrania, donde se desató una guerra entre soviéticos, rusos blancos, nacionalistas ucranianos y polacos. 

Pilsudski reaccionó ante estos movimientos lanzando una ofensiva en marzo de 1919 contra la recién creada República Socialista Soviética Lituano-Bielorrusa. El ejército polaco estaba bien preparado. Había sido asesorado por oficiales franceses (entre ellos, un joven Charles de Gaulle), y estaba compuesto en su mayoría por experimentados soldados que habían servido en alguno de los tres ejércitos imperiales y por el Ejército Azul, una división de voluntarios provenientes de Francia. 

Pilsudski, aprovechando que el grueso del Ejército Rojo estaba batallando contra los blancos, ocupó el país en agosto de 1919. Luego, con el apoyo de los nacionalistas locales, expulsó al gobierno socialista.

Dado que el gobierno polaco no deseaba ocupar esos territorios por la fuerza, sino ganarse su favor para formar una federación, decidió entablar negociaciones con los líderes nacionalistas lituanos y bielorrusos. También buscó un alto el fuego con los soviéticos. Lo hizo a pesar de las presiones de Francia y Gran Bretaña, que deseaban que se unieran a las fuerzas contrarrevolucionarias en la guerra civil. 

Pilsudski evitó apoyar a los rusos blancos, porque los consideraba aún más peligrosos que los rojos. Esto era debido a que gran parte de sus dirigentes eran reacios a reconocer la independencia de Polonia, así como la del resto de países del oeste que habían pertenecido al imperio zarista. 

Los soviéticos estaban cada vez más decididos a destruir a la “burguesa” Polonia

A mediados de 1919, el gobierno polaco llegó a un armisticio secreto con Lenin. No fue difícil. El líder soviético estaba buscando un respiro para centrar sus fuerzas en la guerra civil, por lo que la propuesta fue muy bienvenida. Sin embargo, el alto el fuego no se materializó en un tratado de paz. La tensión que existía entre los dos países era demasiado grande. Durante la tregua, los polacos continuaron sumando apoyos diplomáticos en Bielorrusia y los países bálticos, y consolidando su posición militar en Ucrania, donde lograron anexionarse los territorios del oeste.

Los soviéticos, envalentonados por los triunfos contra los blancos, estaban cada vez más decididos a destruir a la “burguesa” Polonia, estado que consideraban controlado por la nobleza terrateniente y dirigido por la entente franco-británica. La reanudación de las hostilidades era solo cuestión de tiempo.

Guerra abierta

A principios de 1920, los dos ejércitos estaban mirándose cara a cara. Con el curso de la guerra civil cada vez más favorable a los soviéticos, Lenin y el comisario de Guerra, León Trotski, tomaron la decisión de lanzar una ofensiva contra Polonia. El ataque perseguía dos objetivos. Uno, estratégico: provocar un levantamiento comunista en el país y despejar el camino hacia Alemania. Y otro, simbólico: según Lenin, “destruir el Tratado de Versalles, sobre el que descansa el actual sistema de relaciones internaciones”.

León Trotsky en el campo de batalla
León Trotski pasando revista a miembros del Ejército Rojo.  Dominio público

A pesar de que la decisión estaba tomada, Rusia no quería atacar sin que mediara una provocación. Esta no tardó en llegar. Pilsudski, advertido por su servicio de inteligencia de las intenciones soviéticas, decidió actuar antes de que el Ejército Rojo movilizara todo su potencial. El 25 de abril lanzó una ofensiva contra Kiev, que estaba bajo control bolchevique. Contó con el apoyo del líder nacionalista ucraniano Simon Petliura, con quien había firmado una alianza para instaurar un gobierno amistoso.

La operación, en la que participó también el general y futuro primer ministro polaco Wladyslaw Sikorski, fue un éxito militar, con las tropas polaco-ucranianas ocupando la ciudad en apenas dos semanas. Pero también fue un desastre diplomático. Para la mayor parte de la opinión mundial, la guerra entre rusos y polacos no se había declarado abiertamente. El enfrentamiento del año anterior se consideraba como uno más de los muchos conflictos fronterizos que habían surgido tras el fin de la guerra mundial

El ataque polaco, por lo tanto, fue visto como una invasión de Rusia. Pocos parecieron percatarse de que la ofensiva había sido en territorio ucraniano, no ruso. Esta percepción, que se reflejó en la prensa de la época, pone de manifiesto lo porosas que eran todavía las fronteras surgidas tras la caída del imperio zarista.Lee también

Oficiales zaristas, alejados ideológicamente de los bolcheviques, se unieron al Ejército Rojo para combatir al enemigo foráneo

Otro efecto colateral del ataque polaco fue la movilización del sentimiento patriótico ruso. Para gran parte de Rusia, Kiev era una de las cunas de la cultura rusa, por lo que su invasión se vivió como un ataque contra su país. Como resultado, miles de voluntarios, incluidos antiguos oficiales zaristas muy alejados ideológicamente de los bolcheviques, se unieron al Ejército Rojo para combatir al enemigo foráneo. No tuvieron que esperar mucho.

El 14 de mayo, el carismático Mijaíl Tujachevski, un joven de origen noble que había escalado rápidamente posiciones en la guerra civil, recibió la orden de avanzar con sus tropas hacia al oeste. Apoyado por la poderosa unidad de caballería al mando del comandante Semión Budionny (inmortalizada luego en la novela de Isaak Bábel Caballería roja) y por los lituanos, que habían roto relaciones con los polacos por desacuerdos territoriales, el Ejército Rojo obligó a retroceder a las tropas polacas en todos los frentes. El avance fue tan rápido que, en solo dos meses, las fuerzas soviéticas estaban a poco más de cien kilómetros de Varsovia.

Retrato del carismático Mijaíl Tujachevski.
Retrato del carismático Mijaíl Tujachevski. Dominio público

En busca de aliados

Polonia no tuvo más remedio que pedir ayuda exterior. No solo temía por la pérdida de sus antiguas fronteras, sino por su propia independencia. Sin embargo, ni Francia ni Gran Bretaña querían verse involucradas. La Entente estaba molesta con las decisiones que había tomado Pilsudski: tanto la de atacar a Rusia en ese momento como la de no haberlo hecho cuando se lo pidieron durante la guerra civil. 

Tampoco ayudaba el clima prosoviético que se vivía en Occidente. Las organizaciones obreras estaban presionando a los gobiernos para que ordenaran un boicot comercial contra Polonia.

La única decisión que tomó la Entente fue enviar un telegrama a Moscú. El mensaje, firmado por el secretario de Exteriores británico lord Curzon, instaba al gobierno ruso a pactar un alto el fuego bajo una propuesta de frontera temporal (la famosa Línea Curzon, que luego tendría gran protagonismo en las negociaciones de la Segunda Guerra Mundial). También proponía celebrar una conferencia de paz en Londres.

Como era de esperar, Moscú no aceptó. El comisario de Exteriores Gueorgui Chicherin cuestionó el derecho de Francia y Gran Bretaña a actuar como mediadoras mientras estaban apoyando al Ejército Blanco, y contestó que ellos mismos entablarían negociaciones con los polacos. 

En realidad, la respuesta fue una mera excusa. Aunque la Entente hubiera tenido legitimidad para actuar como intermediaria, Lenin no tenía ninguna intención de llegar a un acuerdo de paz. La verdadera respuesta de Moscú fue ordenar la creación de un Comité Revolucionario Polaco para que tomara el poder en Polonia tan pronto como cayera la capital.Lee también

La Entente reaccionó enviando una misión diplomática a Varsovia con el propósito de asesorar al ejército polaco. El general francés Maxime Weygand fue nombrado asistente del alto mando. Sin embargo, su influencia en la guerra fue mínima. Pilsudski no estaba dispuesto a ceder su mando, por lo que apenas contó con él. A comienzos de agosto, la ofensiva contra la capital era inminente. Y Polonia estaba sola para repelerla.

La batalla comenzó el 13 de agosto. Tujachevski lanzó un gran ataque que rompió la línea defensiva polaca y le permitió conquistar la pequeña ciudad de Radzymin, en las afueras de Varsovia. El 14, la situación para los polacos era desesperada. La mayor parte de los diplomáticos extranjeros abandonaron la capital. Los simpatizantes comunistas empezaron a realizar actos de sabotaje por toda la ciudad para preparar la llegada de sus camaradas.

Varsovia se llenó de refugiados del este que habían huido del avance ruso. Circulaban todo tipo de rumores, como que se había producido un golpe de Estado comunista o que había patrullas de cosacos asesinando a civiles por los suburbios. Las iglesias estaban a rebosar. Al día siguiente era la fiesta de la Asunción, por lo que miles de devotos católicos rezaban a la Virgen para que ocurriera un milagro. Y el “milagro” ocurrió.

Fuerzas polacas en una posición defensiva cercana a Miłosna, a poca distancia de Varsovia
Fuerzas polacas en una posición defensiva cercana a Milosna, a poca distancia de Varsovia Dominio público

Milagro en el Vístula

El avance del Ejército Rojo había sido espectacular, pero a costa de un gran esfuerzo material y humano. La larga marcha hasta Varsovia, por territorios cada vez más hostiles, sufriendo graves problemas de abastecimiento, y con menos simpatizantes dispuestos a unirse de lo esperado, había mermado mucho las fuerzas y la moral de las tropas. 

El gobierno polaco, en cambio, llevaba varios meses preparando la defensa de Varsovia. Había hecho acopio de suministros y, con la ayuda de la Iglesia católica, lanzó una campaña propagandística con la intención de canalizar los impulsos patrióticos y antibolcheviques de la población. El resultado fue una movilización de más de 150.000 hombres y mujeres que se presentaron voluntarios para defender la ciudad.

Tras una serie de durísimos combates, el ejército polaco consiguió repeler los ataques del día 15. La ciudad había sido castigada por la artillería enemiga y muchos edificios estaban en llamas por la acción de los comunistas. Pero había resistido. 

Al día siguiente, aprovechando la ola de optimismo, Pilsudski lanzó una ofensiva que pilló desprevenido a Tujachevski. Su ataque hacia el norte por el desguarnecido frente sur, donde el mando soviético no lo esperaba, fue un éxito. Obligó al enemigo a retirarse de forma desorganizada y anuló su capacidad de contraataque.

Era una guerra de movimientos donde no había trincheras, ni alambre de espino ni apenas tanques o aviones

A diferencia de lo ocurrido en la guerra mundial, el enfrentamiento entre polacos y soviéticos fue casi napoleónico. Una guerra de movimientos, con un destacado papel de la caballería, donde no había trincheras, ni alambre de espino ni apenas tanques o aviones.

Aun así, no toda la victoria es atribuible al genio militar de Pilsudski. Otros factores influyeron. El primero es que, durante el ataque, los servicios de inteligencia polacos interfirieron las comunicaciones rusas, impidiendo que sus tropas se reorganizaran a tiempo. El segundo tuvo que ver con las diferencias que existían en el mando soviético. Durante la toma de Varsovia, Tujachevski pidió el apoyo del ejército del Frente Sur-Oeste, dirigido por Aleksandr Yegórov, para cubrir el frente sur. Stalin, comisario político del frente en cuestión, se negó.

El futuro mandatario soviético consideró inviable llegar a tiempo a la ciudad y convenció a Yegórov de que enviase sus tropas hacia Leópolis, 400 kilómetros al sur de la capital, con la intención de posicionarse para un posterior avance hacia Praga, Viena y Budapest. Tujachevski tampoco recibió la asistencia de la caballería de Budionny por un desacuerdo con Yegórov, con quien rivalizaba. 

¿Qué hubiera sucedido si ese frente por donde atacó Pilsudski hubiera estado protegido? Posiblemente, el signo de la guerra, e incluso el futuro de Europa, hubiera sido muy distinto.

Voluntarios polacos durante la guerra.
Voluntarios polacos durante la guerra. Dominio público

Revolución en stand-by

Pilsudski ganó la batalla y continuó durante varias semanas empujando a las tropas soviéticas hacia el este. Tujachevski se retiró tras perder más de 100.000 hombres, casi la mitad de las trece divisiones que habían entrado en combate. Unos 25.000 soldados soviéticos murieron en Varsovia, y unos 70.000 en toda la guerra. 

Por el lado polaco, las bajas también fueron considerables. Si bien no en la batalla decisiva, donde murieron unos 4.500 soldados, sí a lo largo de la contienda, con unas 47.000 muertes. El “milagro” había sucedido, pero había costado muy caro. 

El 12 de octubre de 1920 se firmó un armisticio, y el 18 de marzo de 1921 se llegó a un acuerdo de paz en Riga (Letonia). Polonia recuperó parte de los territorios perdidos en Lituania, Bielorrusia y Ucrania, pero no alcanzó las fronteras históricas que pretendía Pilsudski. 

El gobierno polaco, dominado en ese momento por los opositores al general (quien, a pesar de la victoria, había perdido mucho crédito durante el avance ruso), decidió no hacer hincapié en las reclamaciones territoriales. Primero, porque eran contrarios a la Miedzymorze de Pilsudski. Y, segundo, porque querían reparar la imagen del país en el extranjero.

Delegados soviéticos que habían llegado para las negociaciones de armisticio antes de la Batalla de Varsovia, agosto de 1920.
Delegados soviéticos que habían llegado para las negociaciones de armisticio antes de la batalla de Varsovia, agosto de 1920. Dominio público

Aun así, las potencias aliadas no reconocieron el tratado hasta dos años después. Molestos por no haber participado en él, preferían que se hubiesen respetado las fronteras propuestas por lord Curzon, mucho más al oeste que las acordadas.

Pero, sin duda, la consecuencia más importante de este conflicto fue la de haber frenado las aspiraciones expansionistas soviéticas. La derrota fue un durísimo revés para los líderes bolcheviques. En solo unas semanas, pasaron de hacer planes para impulsar la revolución en media Europa a intentar contener los levantamientos antibolcheviques (en Tambov y Kronstadt) que se estaban produciendo dentro de sus propias fronteras.

Mientras los líderes europeos tomaban nota sobre las ambiciones expansionistas bolcheviques, no muy distintas de las del imperio zarista, los mandatarios soviéticos asumían sus propias limitaciones al respecto. La doctrina del “comunismo en un solo país” estaba a punto de comenzar.

Este artículo se publicó en el número 629 de la revista Historia y Vida.

El joven Lenin: ¿de noble a revolucionario?

Autor: FRANCISCO MARTÍNEZ HOYOS

Fuente: La Vanguardia 20/04/2020

Si un líder personifica la Revolución Rusa, ese es Vladímir Ilich Uliánov (1870-1924), más conocido por el sobrenombre de Lenin. Importante teórico marxista, a partir de 1917 tuvo la responsabilidad de dirigir un inmenso estado. Bajo su dirección, el antiguo imperio de los zares se transformó en una república comunista. ¿Cómo fue el camino que le condujo de la clandestinidad y el exilio a la cima del poder?

Cuando ya era una figura histórica, los biógrafos aseguraron que Lenin era un apasionado de la política desde su juventud. No fue así. En el ambiente de la pequeña nobleza a la que pertenecía por nacimiento, durante sus primeros años llevó una vida tranquila, más preocupado de cuestiones literarias que de cambiar el mundo. Según el director del liceo donde cursaba su educación secundaria, era un alumno ejemplar que no provocaba dificultades.

Los padres y hermanos de Lenin, con el futuro líder de la URSS a la derecha.
Los padres y hermanos de Lenin, con el futuro líder de la URSS a la derecha. (Dominio público)

Pero después de este período feliz iba a llegar una etapa de continuos sufrimientos y turbulencias. Tras la muerte de su padre, Lenin sufrió otro duro golpe cuando su hermano Aleksándr se unió a un grupo de estudiantes revolucionarios y se ocupó de diseñar las bombas con las que iban a atentar contra el zar Alejandro III. La policía desarticuló el plan y apresó a Aleksándr, que no tardó en ser ejecutado.

Su muerte marcó profundamente al joven Vladímir. Su radicalización política fue imparable, pero, entre las diversas opciones revolucionarias, no escogió el marxismo hasta principios de la década de 1890.

Tenía el título de abogado, profesión que llegó a ejercer de forma intermitente. Cada vez más, sin embargo, el tiempo se le iba en actividades clandestinas. Miembro del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia, Lenin se convirtió en un protagonista destacado de su división en dos bandos antagónicos. Él lideraba la facción mayoritaria, o bolchevique, defensora de un partido formado por revolucionarios profesionales a las órdenes de una dirección centralizada. La facción minoritaria, o menchevique, se inclinaba por un partido de masas.

Vladímir Ilich Uliánov a los 17 años, en 1887, año en que fue ejecutado su hermano.
Vladímir Ilich Uliánov a los 17 años, en 1887, año en que fue ejecutado su hermano. (Dominio público)

Los bolcheviques defendían, pues, una militancia política basada en la estricta disciplina. Al menos, sobre el papel. En la práctica, cada vez que una decisión contrariaba sus deseos, Lenin hacía oídos sordos. Prefería que sus seguidores encabezaran una escisión antes que obedecer consignas que juzgaba equivocadas. Estaba convencido de que la calidad debía imponerse a la cantidad: mejor ser pocos y convencidos y que muchos sin la necesaria firmeza doctrinal.

De la élite al proletariado

Se movió, en un principio, en círculos intelectuales. Su futura esposa, Nadezhda Krúpskaya, le ayudó a conocer cómo vivían los trabajadores. Se dedicó a estudiar a fondo sus problemas para así facilitar su labor de propaganda. Su oposición al zarismo le costaría un largo destierro a Siberia, entre 1897 y 1900.

Para sus admiradores, era un líder lúcido y decidido. Sus detractores, en cambio, le veían como un tipo dogmático y autoritario. Con el paso del tiempo, su intransigencia se agudizó más y más, hasta el punto de romper en diversas ocasiones con viejos compañeros por discrepancias ideológicas. La “libertad de crítica”, según manifestó en el panfleto ¿Qué hacer? (1902), no era más que un pretexto para introducir dentro del socialismo elementos burgueses.

Los comunistas buscaron inspiración en Lenin, retratado en innumerables ocasiones junto a Marx y Engels

Polemista temible, no dudaba en descalificar con ferocidad a sus enemigos, a los que tildaba de “oportunistas” o “filisteos”. Uno de sus grandes objetivos fue Eduard Bernstein, famoso representante de la corriente “revisionista” del socialismo. Esta tendencia sostenía que la revolución violenta no era necesaria, tampoco la dictadura del proletariado. Los trabajadores iban a mejorar su situación por métodos legales y pacíficos.

Lenin regresó a Rusia durante la revolución de 1905, pero el papel que desempeñó fue por completo marginal. Cuando la represión zarista aplastó a los rebeldes tuvo que expatriarse. En los años siguientes se dedicaría a escribir literatura política y a fortalecer la organización de los bolcheviques, hasta que finalmente estos rompieron con los mencheviques y constituyeron un partido propio.

Llega la oportunidad

El estallido de la Primera Guerra Mundial , en 1914, supuso un trauma para la izquierda europea. La mayoría de los partidos socialistas votaron los créditos de guerra para sostener el esfuerzo bélico de sus respectivos países. Para Lenin, este comportamiento suponía una terrible traición a la clase obrera. Puesto que la contienda enfrentaba a naciones imperialistas en manos de la burguesía, el proletariado no sacaba nada con apoyar a cualquiera de los bandos. Los proletarios , en lugar de enfrentarse unos con otros, debían aprovechar las circunstancias para hacer la revolución.

Después de la abdicación del zar, Aleksándr Kérenski lideró un gobierno provisional que también acabo derribado.
Después de la abdicación del zar, Aleksándr Kérenski lideró un gobierno provisional que también acabo derribado. (Wikipedia)

Los desastres militares acabaron por hundir al zarismo. En febrero de 1917, una revolución dejó paso al gobierno burgués de Aleksándr Kérenski. En esos momentos, Lenin estaba en Zúrich. Comprendió entonces que debía regresar a toda prisa a su país. Pero…, ¿cómo atravesar media Europa en medio la guerra?

La realpolitik fue entonces en su ayuda. Aunque la Alemania del káiser estaba lejos de simpatizar con un comunista, le proporcionó un tren para que pudiera alcanzar Rusia sin problemas. Era una jugada maestra. Sin duda, aquel agitador contribuiría a sembrar el caos en el territorio enemigo.

Eso fue exactamente lo que sucedió, porque, para Lenin, no había más prioridad que destruir a la monarquía zarista. Si para ello había que pagar el precio de una derrota militar con pérdidas territoriales, que así fuera.

El día después del asalto al Palacio de Invierno en San Petersburgo, Lenin se dirige a la multitud en la Plaza Roja de Moscú
El día después del asalto al Palacio de Invierno en San Petersburgo, Lenin se dirige a la multitud en la Plaza Roja de Moscú (Print Collector / Print Collector/Getty Images)

Kérenski cometió el error de pretender continuar con la guerra a toda costa. Los comunistas, en cambio, sintonizaron con las ansias de paz de la población, cansada de un conflicto cada vez más catastrófico. En octubre, la calamitosa situación del país hizo posible que llegaran al poder tras la toma, en San Petersburgo, del Palacio de Invierno.

https://youtube.com/watch?v=FRdbvURD2tk%3Fenablejsapi%3D1

Rusia entraba en una nueva etapa de su historia, en medio de esperanzas mesiánicas. Se había dado el primer paso para transformar todo el planeta en un mundo sin diferencias de clase, en el que reinaría la justicia social. Para materializar este sueño, los comunistas del mundo buscaron inspiración en el pensamiento de Lenin, retratado en innumerables ocasiones junto a Marx y Engels. En aquellos momentos, los artífices del audaz experimento soviético no podían imaginar que todo iba a desmoronarse antes de que acabara el siglo.

Lenin y la primera escisión de la izquierda

Primer plano de Lenin durante uno de sus discursos en la Plaza Roja con motivo del aniversario de la Revolución. (ARCHIVO DE LA VANGUARDIA)

Autor: RAMÓN ÁLVAREZ

Fuente: La Vanguardia. 14/02/2020

EL CONTEXTO

El tránsito del marxismo al leninismo –de la teoría socialista a la práctica comunista soviética– no fue convulso sólo por los procesos revolucionarios y la guerra civil que se libró en el Imperio Ruso antes de imponerse por las armas, sino que conllevó una guerra de ideas que acabó escindiendo definitivamente lo que hasta 1919, año de la fundación de la Tercera Internacional, era una suma de tendencias convergentes.

Las divergencias que acabarían con la ruptura definitiva se evidenciaron ya en el Congreso Internacional Socialista que se celebró en Stuttgart en 1907. La ya conocida como Segunda Internacional Socialista, heredera de la constituida por Karl MarxFriedrich Engels Mijaíl Bakunin en 1864 y disuelta en 1876, se posicionó por alcanzar el poder mediante las urnas e iniciar a partir de ahí el camino hacia el socialismo. Sin embargo, los representantes de la corriente revolucionariaVladímir Ilich UliánovLenin y Rosa Luxemburg, consiguieron imponer una enmienda que llamaba a los partidos y organizaciones socialistas a desestabilizar a sus gobiernos en caso de guerra.

La guerra estalló en Europa , pero la Revolución sólo en Rusia , y la división se fue haciendo evidente mediante la publicación de libros y panfletos y se acentuó con las conferencias que los partidos y sindicatos revolucionarios celebraron ya en pleno conflicto en las ciudades suizas de Zimmerwald (septiembre de 1915) y Kienthal (abril de 1916). La ruptura definitiva llegó tras la Revolución de Octubre de 1917, que llevó a los bolcheviques rusos al poder.Una práctica condenada por la Conferencia Internacional Obrera y Socialista celebrada en Berna en febrero de 1919, convocada por una Internacional Socialista que insistió en la vía democrática.

La respuesta no se hizo esperar, y en el congreso fundacional de la Internacional Comunista –conocida como Tercera Internacional–, celebrado en Moscú, el propio Lenin respondió a la denominada despectivamente Internacional Amarilla con el argumentario que se convirtió en la base del marxismo-leninismo que a partir de entonces guiaría a la Unión Soviética y fijaría la doctrina del comunismo.

La ruptura llegó tras la Revolución de Octubre, que llevó a los bolcheviques al poder. Una práctica condenada por la Internacional Socialista

La defensa de la dictadura del proletariado ya fijada por Marx como la fase política inicial del socialismo y la condena a la “democracia burguesa” que perpetuaba el sistema de explotación hacia las clases trabajadoras y campesinas se convirtió en la principal tesis de las organizaciones que se adhirieron a esta Internacional. Un texto de obligada lectura tanto en la Unión Soviética como en los cursos de formación política comunista alrededor del mundo.

El discurso, que ofrecemos ligeramente extractado, quedó fijado bajo el título “Tesis e informe sobre la democracia burguesa y la dictadura del proletariado” en el libro Primer Congreso de la Internacional Comunista. Actas , publicado en Petrogrado –actual San Petersburgo– en 1921 por la Editorial Progreso en su versión en español.

EL DISCURSO

“El crecimiento del movimiento revolucionario del proletariado en todos los países ha dado lugar a una serie de esfuerzos convulsivos por parte de la burguesía y de sus agentes en las organizaciones de trabajadores para hallar argumentos políticos válidos en defensa del predominio de los explotadores. Entre estos argumentos destaca en particular la condena de la dictadura y la defensa de la democracia. La falsedad y la hipocresía de dicho argumento, repetido en mil formas por la prensa capitalista y la conferencia de la Internacional amarilla de Berna, celebrada en febrero de 1919, son evidentes para todo aquel que no desee traicionar los principios fundamentales del socialismo.

”En primer lugar, dicho argumento se basa en ciertas nociones de ‘democracia en general’ y ‘dictadura en general’ sin mencionar de qué clase se está hablando. Este planteamiento, que no toma en cuenta la cuestión de la clase, como si se tratara de un asunto general de cada país, es una burla flagrante a la doctrina fundamental del socialismo, a saber, la doctrina de la lucha de clases, que los socialistas que se han pasado al bando de la burguesía mencionan en sus discursos pero olvidan en sus acciones.

”Puesto que en ningún país capitalista civilizado existe ‘democracia en general’, sino únicamente una democracia burguesa; y no se habla de ‘dictadura en general’, sino de dictadura de las clases oprimidas, es decir, del proletariado respecto a los opresores y a los explotadores, o sea, la burguesía, para vencer la resistencia opuesta por los explotadores en la lucha por conservar su dominio.

La historia nos enseña que ninguna clase oprimida ha llegado nunca al poder y que no puede hacerlo sin sufrir un periodo de dictadura”

VLADÍMIR ILICH ULIÁNOV, LENIN

”La historia nos enseña que ninguna clase oprimida ha llegado nunca al poder y que no puede hacerlo sin sufrir un periodo de dictadura; es decir, la conquista del poder y la aniquilación definitiva de la resistencia más desesperada y frenética que no duda en recurrir a cualquier crimen y que siempre han opuesto los explotadores.

”La burguesía, cuyo papel defienden los socialistas que arremeten contra la ‘dictadura en general’ y que defienden la causa de la ‘democracia en general’, ha ganado poder en los países progresistas al precio de insurreccionesguerras civiles, aplastando reyes, señores feudales esclavistas, así como sus intentos de restauración. Los socialistas de todos los países han explicado al pueblo millones de veces el carácter de clase de esas revoluciones burguesas y de esa dictadura de la burguesía en libros panfletos, en las resoluciones de los congresos y en los discursos propagandísticos.

”Por consiguiente, la actual defensa de la democracia burguesa mediante discursos sobre la ‘democracia en general’ y los actuales lamentos y gritos contra la dictadura del proletariado encubiertos en lamentos sobre la ‘dictadura en general’ son una burla descarada del socialismo, y representan el paso efectivo a las filas de la burguesía, la negación del derecho del proletariado a su propia revolución proletaria y la defensa del reformismo burgués en el momento histórico en el que dicho reformismo provoca la destrucción del mundo; y en el que la guerra ha creado una situación revolucionaria.

La república burguesa más democrática es tan sólo una máquina para la opresión de la clase trabajadora por parte de la burguesía”

VLADÍMIR ILICH ULIÁNOV, LENIN

”Los socialistas, al explicar el carácter de clase de la civilización burguesa, la democracia burguesa o el parlamentarismo burgués, expresan el pensamiento formulado por Marx Engels con la máxima precisión científica al decir que la república burguesa más democrática es tan sólo una máquina para la opresión de la clase trabajadora por parte de la burguesía, para la opresión de la masa de trabajadores por un puñado de capitalistas.

”No existe ni un solo revolucionario, ni un solo marxista de todos esos que ahora vociferan contra la dictadura y a favor de la democracia que no hubiera jurado ante los trabajadores que reconocía esta verdad fundamental del socialismo. Y ahora, cuando el proletariado revolucionario comienza a actuar y a moverse para destruir esta maquinaria opresiva y conquistar la dictadura proletaria, esos traidores al socialismo exponen la situación como si la burguesía ofreciera a los trabajadores democracia pura, como si la burguesía hubiera abandonado la resistencia y estuviera dispuesta a someterse a la mayoría de los trabajadores, como si en una república democrática no existiera una maquinaria estatal ideada para la opresión del trabajo por el capital.

”Los obreros saben muy bien que la ‘libertad de reunión’, incluso en la república burguesa más democrática, no es más que una expresión vacía, pues los ricos cuentan con los mejores edificios públicos y privados a su disposición, y también con suficiente tiempo libre para reunirse y para proteger dichas reuniones por medio del aparato burgués de la autoridad. Los proletarios de la ciudad y del campo, así como los campesinos pobres, es decir, la aplastante mayoría de la población, no cuentan con ninguna de estas tres cosas. Mientras la situación siga siendo ésta, la ‘igualdad’, es decir, la ‘democracia pura’, es un engaño absoluto.

Los capitalistas siempre han llamado ‘libertad’ a la libertad de los ricos para amasar fortunas y a la libertad de los trabajadores para morirse de hambre”

VLADÍMIR ILICH ULIÁNOV, LENIN

”Los capitalistas siempre han llamado ‘libertad’ a la libertad de los ricos para amasar fortunas y a la libertad de los trabajadores para morirse de hambre. Los capitalistas llaman ‘libertad’ a la libertad de los ricos, a la libertad de comprar la prensa, de utilizar la riqueza, de manipular y de apoyar la llamada ‘opinión pública’.

”En realidad, los defensores de la ‘democracia pura’ resultan ser los defensores del sistema más sucio corrupto de dominio por parte de los ricos sobre los medios para la educación de las masas. Engañan al pueblo mediante frases atractivas, hermosas y biensonantes, aunque absolutamente falsas, tratando de disuadir a las masas del cometido histórico concreto de liberar a la prensa del sojuzgamiento por el capital.

”La libertad y la igualdad verdaderas sólo existirán en el orden establecido por los comunistas en el que será imposible hacerse rico a expensas de otro, en el que será imposible, tanto directa como indirectamente, someter a la prensa al poder del dinero, en el que no habrá obstáculo que impida a ningún trabajador disfrutar y llevar a la práctica el derecho igualitario al uso de las imprentas públicas y los fondos públicos de papel.

La dictadura del proletariado supone el verdadero ejercicio de la democracia por parte de las clases trabajadoras”

VLADÍMIR ILICH ULIÁNOV, LENIN

”La dictadura del proletariado se asemeja a la dictadura de otras clases en que está motivada por la necesidad de aplastar la rotunda resistencia de una clase que estaba perdiendo poder político. Sin embargo, lo que distingue de forma definitiva una dictadura del proletariado de una dictadura de las otras clases –de los terratenientes en la Edad Media, de la burguesía en todos los países capitalistas civilizados– es que la dictadura de los terratenientes y de la burguesía ha sido el aplastamiento de la resistencia ofrecida por la abrumadora mayoría de la población, es decir, por los trabajadores. Por el contrario, la dictadura del proletariado es el aplastamiento de la resistencia ofrecida por los explotadores, es decir, por una minoría insignificante de la población, los terratenientes y los capitalistas.

De esto se deduce que la dictadura del proletariado conlleva necesariamente no sólo cambios en la forma y las instituciones de la democracia, en términos generales, sino específicamente un cambio que asegure una extensión sin precedentes en la historia de la humanidad del verdadero ejercicio de la democracia por parte de las clases trabajadoras”.

La verdadera historia de Ramón Mercader, el asesino de Trotsky

Ramón Mercader, tras haber asesinado a Trotsky, en una foto de archivo. (Cordon Press)

Autor: ÁLVARO VAN DEN BRULE

Fuente: El Confidencial 04/01/2020

«Cada cosa que amas, es muy probable que la pierdas, pero al final, el amor volverá de una forma diferente“.

Kafka y la Muñeca… la omnipresencia de la pérdida.

En medio de la canícula veraniega de un asfixiante verano del año 1940, en la entonces pequeña ciudad de Coyoacán, hoy barrio bohemio, alcaldía o distrito plenamente integrado en la mega urbe que es la capital mejicana; mientras en Europa los nazis reventaban la historia, un acontecimiento largamente orquestado en una inmensa mesa de pino en el Kremlin, fosilizaría el devenir de un formato de comunismo más dinámico y adecuado a las realidades del porvenir. Era un 21 de agosto y nada anticipaba que fuera a ocurrir algo tan brutal y decisivo en las entrañas de una ideología revolucionaria que a su vez, aniquilaría al más brillante y probablemente avanzado de sus líderes.

Ramón Mercader, en un retrato fotográfico de la época. (Wikipedia)
Ramón Mercader, en un retrato fotográfico de la época. (Wikipedia)

El hombre que había dado la orden en Moscú, tenía un mostacho muy poblado, más si cabe, que otro iluminado que a su vez, conspiraba a lo grande liderando otra dictadura inhumana y salvaje; uno se llamaba Iosif, y el otro Adolph. El del bigote grande, era una bestia de atar, el otro, el del bigotito rectangular y flequillo acrata era un poco más fino pero ambos, igual de alucinados. Aún hoy en día se debate si entre ambos se llevaron por delante cien millones de muertos entre los caídos en el conflicto que supuso la II Guerra Mundial incluyendo obviamente las hambrunas y deportaciones masivas que se produjeron posteriormente. La crueldad más insólita subiría al pedestal del horror hasta hacerse indesalojable.

Un 21 de agosto un comunista catalán selló de manera abrupta el acto por el que ha sido recordado hasta el día de hoy, el asesinato de León Trotsky. Un revolucionario que llegó a liderar el ejército rojo y que años más tarde, caería en desgracia firmando su sentencia de muerte a manos de un ángel exterminador venido del este. El enviado de Moscú era un agente de la NKVD, precursora de la que posteriormente daría en llamarse la KGB, una de las agencias de inteligencia más dinámicas y efectivas en el mundo del espionaje.

Desde la muerte de Lenin, las depuraciones llevadas a cabo por Stalin dejaron la cúpula del PC ruso como una Tabula Rasa, no quedó vivo ni el Tato

Ramón Mercader era hijo de una revolucionaria criado en el caldo de un ambiente burgués en el que al parecer el tema de la levedad del ser creaba legiones de aburridos que eran fácilmente presa de cualquier viento ideológico asociado al cambio del orden establecido. Este héroe de la Unión Soviética, más tarde olvidado en una cárcel mejicana durante años, sería el ejecutor físico de la probablemente mente más brillante de una revolución que ilusionó y decepcionó a partes iguales a cientos de millones de seguidores.

«El Tirano Rojo»

Mercader formó parte de varios grupos de ideología marxista y presa de sus filias comunistas, participaría activamente en los prolegómenos de la Guerra Civil Española. Tras su breve participación en la contienda nacional se le perdería el rastro una vez abandonada España en dirección a la Unión Soviética donde sería adiestrado en un centro de élite para una misión altamente confidencial. Un tiempo más tarde, sería enviado a Francia con objeto de entrar en contacto con elementos próximos al entorno de León Trotsky, ya caído en desgracia desde las purgas efectuadas en 1929 por el “Tirano Rojo”. El cuestionado líder revisionista, un judío comunista de origen ucraniano acabaría sus días plácidamente en México, país donde se rodearía de intelectuales y artistas de la categoría de Diego Rivera o la malograda Frida Kahlo. Desde este país, el que fue mano derecha de Lenin, se convertiría en toda una celebridad mundial al organizar la «Cuarta Internacional» para hacer frente al tirano georgiano.

El antiguo líder soviético era consciente de que estaba en la lista negra del brutal Stalin y en consecuencia sabía que su vida pendía de un hilo


Ya instalados en mayo de 1937, en Estados Unidos una Comisión de Investigación de cargos hechos contra León Trotsky en los Juicios de Moscú tras la Gran Purga, conocida como la «Comisión Dewey», tuvo como objetivo limpiar el nombre de Trotsky. Desde la muerte de Lenin, se puede decir sin ambages que las sucesivas depuraciones llevadas por Stalin (antes de la Gran Guerra Patria o II Guerra Mundial) dejaron la cúpula del PC ruso como una Tabula Rasa, no quedó vivo ni el Tato. Se calcula que antes de la invasión nazi este monstruo humano se había cepillado a más de cinco millones de rusos a través de ejecuciones sumarias, muertes por tortura y/o locura, suicidios simulados, y por supuesto, además, el siempre socorrido Gulag, expeditivos campos de exterminio donde los esclavos de aquella brutal tiranía caían como moscas.

Con la idea de integrarse en el círculo íntimo del antiguo dirigente, Mercader adoptaría multitud de identidades. Su vasta cultura y dominio de idiomas añadirían una carta clave en el acercamiento a su siniestro objetivo. Durante su estancia en París, hizo amistad con Sylvia Ageloff, una militante trotskista norteamericana que le acercaría si cabe más, a su destino como verdugo de aquel sentenciado.

Una misión definitiva

Mercader, que era un caballero español clásico, se preocupaba por Sylvia y de forma natural una cosa llevó a la otra y se enamoraron. La relación del español con la agente francesa afín al trotskismo sería determinante en su aproximación a la misión encomendada por Stalin en 1939, esto es, el asesinato de Trotsky. El antiguo líder soviético era muy consciente de que estaba en la lista negra del brutal Stalin y en consecuencia sabía que su vida pendía de un hilo. Además, meses antes había tenido que enfrentarse a un atentado fallido encabezado por el pro estalinista David Alfaro Siqueiros y una decena de pistoleros que dejaron un mosaico de más de trescientas balas en la fachada de la villa. Tras este fallido, se incrementarían notablemente las medidas de vigilancia en la villa ocupada por Trotsky.

HÉCTOR G. BARNÉS. Lenin, Trotski y Stalin bebiendo cerveza en los bares de Londres: que pasó de verdad. Aún pueden visitarse los vestigios del paso de los principales cabecillas de la revolución rusa en la gran urbe del capitalismo. Encuentros entre birras que cambiaron la historia

Las medidas de vigilancia, controles diarios y dificultades de diferente índole en el intento para acabar con la vida del purgado bolchevique, llevaron a Mercader al delirio de plantearse presa de la frustración, a contratar a un piloto civil norteamericano con el claro propósito de bombardear la vivienda del ex líder de la Revolución Rusa y acabar por las bravas con el tema que se traía entre manos.

Finalmente llegó el día fatídico del 20 de agosto de 1940 cuando el catalán llevó a cabo su misión. Tras arrearle en un momento de sorpresa con un piolet y una fuerte dosis de saña sin contemplaciones, dejaría a Trotsky sumido en profundas reflexiones. Milagrosamente, el revolucionario no solo no fallecería en aquel trágico día, el caso es que ni siquiera perdió el conocimiento. Un día después, el otrora líder revolucionario, ideólogo de la reforma permanente del sistema político que junto con Lenin y Stalin pondrían a Rusia en el mapa de los grandes acontecimientos históricos, acabaría, víctima de las durísimas lesiones recibidas con un severo derrame endocraneal irreversible.

Mercader, aquel romántico teniente republicano, pasó sus últimos años en Cuba, amable siempre con los visitantes, pero no con su pueblo

Aunque se recurrió a la respiración artificial a través del oxígeno y en última instancia a una trepanación, los galenos, que lo dieron todo para salvar a aquel que proponía el único atisbo de amejoramiento de una doctrina jibara enclaustrada en una clara carencia de motilidad ideológica casi hermética; no pudieron sacar adelante al que podría haber representado una izquierda más evolutiva y adaptable a entornos y retos cambiantes.

Mercader sería arrestado ‘in situ’ pasando a ser huésped durante años en una cárcel de la Ciudad de México. Stalin organizaría una misión para liberar al catalán, pero las enormes dificultades en la ejecución de la misma, no permitirían llevarla a cabo. Su estancia en presidio le permitiría tener una holgada economía que por lógica, alivió enormemente su estancia en aquel mísero lugar. Reconocido en una ceremonia secreta como «Héroe de la Unión Soviética», la más alta condecoración del régimen comunista, cambiaría su nombre por el de Ramón López para eludir la atención mediática.

Ramón Mercader durante su arresto. (Wikipedia)
Ramón Mercader durante su arresto. (Wikipedia)

A la muerte de Stalin, cuando la primavera se esbozaba, uno de los mayores monstruos de la humanidad moriría también de hemorragia cerebral en el año de 1953. Ironías del destino. El revisionismo de Nikita Krushev (Nikita y Iósif no hacían manitas) condenó al ostracismo a aquel que obtendría la más alta distinción de la Unión Soviética. Mercader, aquel romántico teniente republicano que combatió otra de las grandes lacras del siglo XX durante nuestra tragedia del 1936, pasó sus años postreros en esa Cuba, amable siempre con los visitantes que no con su pueblo. Los restos del héroe – asesino serían repatriados para pervivir enterrados en la extinta Unión Soviética, país por el que había dado la vida.

El asesinato de Trotsky.

Autores: Pablo Menendez Fernández y Nayade Libertad García Huelves, 30/08/2018

Fuente: revistadehistoria.es

El 20 de Agosto de 1940, Ramón Mercader clavó un piolet en la cabeza de Trotsky.

Mientras Mercader recibía una paliza brutal, cortesía de los guardaespaldas de Trotsky, este último gritaba:

“¡No le matéis! Tiene que decir quién le envía.”

Trotsky murió al día siguiente. ¿Por qué sucedió todo esto?

El asesinato de Trotsky

Es bien conocido el papel de Liev Davidovich Bronstein (conocido en España como León Trotsky), nacido en Ucrania en los últimos meses del año 1879 (la fecha exacta no se conoce con seguridad), en la Revolución Rusa de 1917, en la Guerra Civil Rusa, y su influencia como ideólogo y político de la URSS. Por ese motivo, el propósito de este artículo es hacer una breve semblanza de los hechos conocidos acerca de su asesinato.

El primer “punto de inflexión” que llevaría a la muerte de Trotsky es su exilio de la URSS en 1929, tras sus disputas ideológicas con Stalin y su progresiva degradación como dirigente del gobierno soviético por este motivo.

Trotsky iniciaría en los años siguientes un peregrinaje por Turquía, Francia y Noruega, hasta recalar finalmente en México en 1936, un país que ese momento estaba sufriendo un proceso de apertura bajo el gobierno de Lázaro Cárdenas.

Es en este momento cuando entra en escena su asesino. Su nombre era Ramón Mercader del Río, aunque se hacía llamar Jacques Mornard. Nacido en Barcelona en Febrero de 1914, Mercader del Río provenía de una familia burguesa catalana. Su padre, Pablo Mercader, había hecho fortuna en la industria. Sin embargo, su madre, Eustaquia María Caridad del Rio Hernández, nacida en Cuba pero de origen español, tenía opiniones izquierdistas.

Caridad del Río Hernández formó parte de la GPU como agente secreto en Paris. Ramón Mercader del Rio fue miembro del Partido Socialista Unificado de Cataluña. Participó en la guerra civil española, como soldado del ejército republicano español. En 1937 viajaría a la URSS. Pronto ingresó en los servicios secretos soviéticos como infiltrado de la policía estalinista: el NKVD. Ramón Mercader pronto recibió la misión de asesinar a León Trotsky.

Una vez en México, Trotsky se instaló en la Casa Azul, propiedad de Frida Khalo y Diego Rivera, conocidos artistas de los círculos intelectuales mexicanos. La relación de Trotsky y Frida Khalo ha sido ampliamente discutida. Ambos llegaron a ser incluso amantes. En cualquier caso, durante su estancia en México, Trotsky se vio rodeado casi constantemente por admiradores y seguidores de sus ideas intelectuales. Y de este hecho se aprovecharía Ramón Mercader para cometer su crimen.

Mercader utilizaría la identidad falsa de Jacques Mornard. El servicio secreto soviético preparó un encuentro aparentemente casual con Silvia Ageloff, secretaria personal de Trotsky. Mercader inició una relación sentimental prefabricada con Ageloff, lo que, poco a poco, le permitió introducirse en los círculos más íntimos de Trotsky. Aun así el proceso fue lento. De hecho, Mercader era el “plan B” del servicio secreto soviético.

En la madrugada del 23-24 de Mayo de 1940, un grupo de pistoleros encabezado por David Alfaro Siqueiros (rival artístico e intelectual de Diego Rivera) asaltó la Casa Azul. El ataque fue repelido y, ante el fracaso de la operación, el propio Stalin dio el visto bueno a la Operación Pato.

Mornard comenzó a escribir artículos periodísticos, con el objetivo secreto de presentárselos a Trotsky para unas hipotéticas correcciones y así poder acceder a su domicilio. Y entonces sucedió lo inevitable. 20 de Agosto de 1940. Trotsky aceptó que Mornard le presentara unos manuscritos. Trotsky se acercó a una ventana para ver con claridad los papeles y entonces Mornard atacó.

Un piolet clavado en la nuca. Sangre. Gritos. Golpes. Convulsiones.

Así murió uno de los pensadores más importantes del siglo XX.

Tras el asesinato de Trotsky, Mercader del Río pasó casi veinte años en prisión. Durante este tiempo se dedicó a alfabetizar a sus compañeros de prisión. Tras su salida de la cárcel se trasladó hasta la URSS, dónde se le conocía como Ramón Pavlovich López. Recibió la distinción de Héroe de la Unión Soviética y la Medalla de Lenin.

Por extraño que pueda parecer, estos años en la URSS pasaron factura a Mercader del Río. Quizá porque fue entonces consciente de lo que significaba vivir bajo una dictadura, por mucho que la suya fuera una dictadura proletaria y su cárcel, una cárcel de oro.

Se trasladó a La Habana castrista. Murió en Octubre de 1978. Antes de desaparecer, Mercader del Río escribió una carta a Santiago Carrillo solicitando asilo político en España. Su petición fue denegada.

“Mató a Trotsky, pero malo no era”.

Eso es lo que Sara Montiel llegó a decir de Ramón Mercader, un personaje ambivalente, complejo y tan fascinante como el propio Trotsky.

Mercader no era lunático de ojos saltones con vocación de magnicida, sino un caballero culto, educado y refinado. Quizá un tanto burgués, aún a pesar de su fanatismo comunista.

Josep Fontana: «El miedo a la Revolución rusa condiciona todo el siglo XX».

Cartel propagandístico de Lenin y la Revolución Rusa

Autor: Jordi Corominas.

Fuente: El confidencial. 18/02/2017

Josep Fontana (Barcelona, 1931) es sin duda uno de los historiadores más lúcidos y críticos de nuestra época. Profesor emérito de la Universidad Pompeu Fabra, doctor honoris causa por la de Valladolid y la Rovira i Virgili de Tarragona, ha sido distinguido con la Cruz de San Jordi, con el premio de la Generalitat a toda una trayectoria profesional y con la medalla de la ciudad de Barcelona. Desde 1971 hasta hoy ha publicado más de una docena de importantes obras y ensayos. El antiguo alumno de Jaume Vicens Vives acaba de publicar en Crítica ‘El siglo de la revolución. Una historia del mundo desde 1914’, donde desgrana las claves de la contemporaneidad entre la I Guerra Mundial y la victoria electoral de Donald Trump con la Revolución Rusa como el gran factor que condicionó el desarrollo del siglo XX.

[ACTUALIZACIÓN: El historiador Josep Fontana falleció a los 86 años en agosto de 2018]

'El siglo de la revolución'
‘El siglo de la revolución’

Fontana ha articulado un libro sencillo por su claridad, útil desde la consulta y válido por su visión inconformista, una joya que entre otras virtudes explica a la perfección el largo proceso que nos ha conducido al momento actual con su incertidumbre, desde el nacimiento y triunfo de las socialdemocracia hasta el desguace del Estado del Bienestar y el irrefrenable aumento de la desigualdad.

PREGUNTA. ¿Hasta que punto condiciona la Revolución Rusa la Historia del siglo XX?

RESPUESTA. La Revolución Rusa como gran miedo condiciona todo el siglo XX, la prueba es que si les molesta alguna cosa o no saben por donde salir, los poderosos siguen llamando la atención con eso de que vienen los comunistas. El miedo como argumento para defenderse de cualquier cambio perjudicial sigue vivo hoy. He puesto el ejemplo de la Segunda República española porque me parece claro. Era un régimen reformista moderado, se puede comprobar con los miembros de sus primeros gobiernos, y de repente el embajador norteamericano empieza a decir que si no van con cuidado llegará el comunismo. En 1936 el gobierno del Frente Popular, compuesto íntegramente por republicanos, es abandonado por ese miedo.

P. Un miedo que ya tuvo precedentes en la Historia.

R. En realidad el miedo de los que tienen a perder lo que han conseguido reunir ha sido un factor muy importante en la Historia, lo fue ya con la Revolución Francesa, que inspiró mucha parte de la Historia Mundial en la primera mitad del siglo XIX. La contrapartida es que este miedo suele tener dos respuestas, una es la represión y otra es la del reformismo del miedo, lo que Gustav von Schmoller señaló al decir que la revolución puede evitarse haciendo reformas. La desaparición de ese miedo o cualquier otro de subversión social a partir de los años setenta de la pasada centuria nos puede ayudar a entender porque ahora no tenemos reformismos de ese tipo.

El historiador Josep Fontana
El historiador Josep Fontana

P. Tras la Segunda Guerra Mundial se crea el Estado del Bienestar, que se mantiene sólido durante los treinta gloriosos. ¿Por qué a partir de los años setenta desaparece el miedo al comunismo?

R. El miedo al Comunismo era miedo a su capacidad para subvertir las sociedades de los países desarrollados, no tanto temor al poder soviético.

P. Un miedo de consumo interno.

R. Sí, un miedo a que el comunismo pueda repetir en otros países un movimiento revolucionario que altere el orden social existente. En principio el miedo al poder soviético como enemigo que puede conquistar el mundo, una absoluta falacia sin ningún fundamento, desaparece a medida que la URSS se debilita como potencia. Después del 68 se dan cuenta que el comunismo no tenía ni capacidad ni voluntad de promover movimientos revolucionarios internos. En el 68 los estudiantes llaman a cambiar el mundo mientras el PCF cierra las puertas de la fábrica de la Renault. En los USA el movimiento contra la Guerra del Vietnam y el movimiento hippie tienen un límite. Por otra parte el fracaso de la Primavera de Praga demuestra que el régimen soviético sólo aspira a sobrevivir y no está capacitado para transformar su propia sociedad.

El miedo al poder soviético como enemigo que puede conquistar el mundo, una absoluta falacia, desaparece cuando la URSS se debilita

P. Además a partir de ese momento los partidos comunistas europeos optan por una vía que difiere de la soviética.

R. Al terminar la Segunda Guerra Mundial Stalin tiene una visión ingenua del mundo existente al creer que la situación creada tras el conflicto permitirá que los partidos comunistas accedan al poder a través de las elecciones y su presencia en los parlamentos. Y los primeros comicios tras la paz abonan esa esperanza. Sin ir más lejos en Francia el PCF es el partido más votado en 1945. Stalin frena, tanto en Italia como en Francia, cualquier posibilidad de emprender un movimiento revolucionario, porque cree que se puede llegar al socialismo por una vía pacífica, incluso en Inglaterra. No tenían esa voluntad revolucionaria. A finales de los sesenta los partidos comunistas europeos han perdido mucha de su dinámica, voluntad y capacidad de cambiar la sociedad. El único activo es el Partido Comunista italiano, pero su vía es la del compromiso histórico asociado con el poder.

P. Cifra más o menos el fin de los años del bienestar en la decisión de Nixon en 1971 sobre el dólar.

R. Esto afecta al desarrollo de la economía, pero no es una medida que tenga una intención social. Nixon se encuentra con que los compromisos de responder a su moneda con la reservas de oro de los USA son muy superiores a las reservas que tiene y se ve obligado a cerrar la ventana porque la situación ha cambiado desde los acuerdos de Bretton Woods. Ya no puede atender las reclamaciones que, por ejemplo, le hace Gran Bretaña pidiendo oro a cambio de su moneda. Toma la decisión por razones económicas y lo presenta como un freno a la especulación. Nixon no se atreve en absoluto, y lo mismo había pasado con Eisenhower, a enfrentarse a los avances sociales de Roosevelt en adelante. Su guerra es diferente, pero aún respeta los avances sociales que se habían conseguido.

Richard Nixon saluda a los niños congregados para verle a su llegada a Cayo Vizcaíno, Florida, el 8 de noviembre de 1972. (EFE)
Richard Nixon saluda a los niños congregados para verle a su llegada a Cayo Vizcaíno, Florida, el 8 de noviembre de 1972. (EFE)

P. En ‘El siglo de la revolución’ los presidentes norteamericanos parecen Césares de Suetonio, algo que se nota más a partir de Nixon, hombres con poca inteligencia pero con una increíble capacidad de tomar medidas muy negativas.

R. He enfocado la parte del libro que versa sobre el mundo después de la Segunda Guerra Mundial bastante en ese sentido. Los presidentes que tienen mandatos duraderos, Truman es un caso muy claro, como lo es Eisenhower y hasta Carter aunque dure poco. Estos mandatarios marcan la Historia de la Humanidad. Quise esperar hasta las elecciones de noviembre pasado porque las entendí absolutamente vitales. Si ganaba Hillary Clinton era una continuación de la era Obama pero tal vez con un aumento de la corrupción. Está perfectamente claro en estos momentos que la función de Trump afecta la economía y la política mundial.

P. Al terminar el mandato de Obama, quizá ante la inminencia de Trump, muchos sacaron a relucir su lado más positivo, mientras usted advierte sin tapujos sobre sus múltiples sombras.

R. Lo han canonizado y él la preparó durante la última etapa justificándose y explicando que había intentado luchar contra todas las presiones que se le hacían para emprender una guerra contra el mundo islámico, pero se le olvidó decir que mientras hacía estas declaraciones bombardeaba Irak, Siria, Libia o Somalia provocando muchas víctimas civiles y generando un sustrato de odio que durará mucho tiempo. El problema con el caso Obama es que al ganar las elecciones se presenta con un programa que no cumple en absoluto. El programa le da, encima, el Nobel de la Paz, pero en el futuro habrá que valorar algunos elementos positivos, como el Obamacare, que hay que apuntarlo a las enormes dificultades que siempre se han presentado en los Estados Unidos para hacer nada que se parezca a un seguro médico. Fracasó Truman y Johnson fue el que llegó más lejos aun encontrándose muchos frenos. Obama tenía que vencer muchas resistencias y ahora intentan desmontarlo.

Obama dice que ha luchado contra todas las presiones bélicas, pero se le olvidó decir que mientras bombardeaba Irak, Siria, Libia o Somalia

P. Obama también entra en el juego de desguace de esta sociedad abierta que paulatinamente pierde la igualdad conseguida.

R. Las raíces están en la negativa de Carter de seguir apoyando a los sindicatos, algo que se amplía con Reagan, quien dice que el Estado no es la solución sino el problema, cuya acción comparte en Gran Bretaña Margaret Thatcher. En los ochenta esta tendencia no cuajó del mismo modo. El desguace de los sindicatos es clave para entender el auge de la desigualdad.

P. Me acuerdo un día en que fui al quiosco y todos los periódicos impresos habían cedido su portada a la publicidad de una entidad bancaria.

R. Esto es muy importante. Los resultados electorales están influidos por la forma en que se trabaja sobre la opinión pública, y es evidente que el papel de los medios de comunicación, aunque cada vez menos la prensa impresa, tienen mucha importancia, sobre todo la radio y la televisión, que están en manos de grupos empresariales ligados a la marcha de la gran economía. En la propia prensa impresa nadie se atreve a publicar nada que vaya en sentido contrario a los intereses de los grandes anunciantes. En este sentido la prensa digital se diferencia del papel por eso, porque la publicidad no es tan importante, lo que permite publicar una serie de informaciones que la prensa impresa nunca publicaría.

P. Ahora que habla de la prensa impresa recuerdo que durante los primeros días del 15M ciertos periódicos publicaban cuatro líneas sobre el tema, minusvalorando su importancia. Al final de tu libro señala un miedo creciente del poder a que el fin de la clase media pueda ser el primer paso para una revolución.

R. El creciente aumento de la desigualdad y el hecho de que no hay ningún mecanismo que la atenúa no preocupa a los que tienen responsabilidades en la gestión de la economía a medio o corto plazo. La preocupación fundamental de un director de empresa es garantizar los resultados que va a poder presentar el año próximo y prever más o menos que tiene unos pocos años en que todo irá bien. Lo que pase después no importa. En cambio los que tienen una perspectiva a largo plazo se empiezan a angustiar. Son conscientes que a lo largo de la Historia si las situaciones se extreman producen explosiones sociales. Muchos se preocupan, pero no saben cómo resolverlo. El caso de Davos es paradigmático. Especulan mientras toman vino y pastas y se vuelven a casa sin hacer nada, probablemente porque no tienen capacidad para hacerlo por mucho que les preocupe. Además ahora mismo no hay una alternativa amenazadora. Para explosiones puntuales hay medios de represión y contención. La capacidad de penetración de la información de los mecanismos estatales es considerable a partir del espionaje, por ejemplo, del correo electrónico.

Especulan mientras toman vino y pastas y se vuelven a casa sin hacer nada, porque no tienen capacidad para hacerlo

P. Desde mi punto de vista un gran problema del siglo XXI es que la izquierda no ha logrado reconstruirse tras la caída del muro de Berlín.

R. Sí, o que habría que saber cuales son las soluciones a aplicar. La socialdemocracia hizo aguas a partir de la presidencia de Clinton, la etapa de Blair en Reino Unido o la de Felipe González aquí a partir de una acomodación sistemática y de una renuncia a cualquier papel de transformación social. El problema que se les presenta en estos momentos, lo que llaman Populismo, es que la continuidad de este sistema netamente bipartidista se está erosionando. Lo vimos con el Brexit. La gente decía que todos son iguales y se apuntaron al referéndum para hacerse oír. Perdieron los que lo convocaron. Este descontento con el sistema inexistente no encuentra más que los partidos de extrema derecha, pero estos grupos no tienen programa ni capacidad para atender este malestar. No creo que exista una dinámica parecida a la que permitió el ascenso del Fascismo, que se presentaba con unos matices revolucionarios.

P. Una retórica y una estética.

R. Los partidos de extrema derecha sólo tienen una retórica conservadora, de defensa. Está claro que el sistema, tal como estaba funcionando, lo supo ver Tony Blair, se está erosionando mientras pierde credibilidad día tras día.

P. Y con la izquierda, lo hemos visto la pasada semana en el congreso de Podemos, llega el momento de las decisiones. O se opta por un punto más radical o por una propuesta más transversal que reinvente o refunde la socialdemocracia.

R. Pues sí, en el fondo es esto. Lo que ocurre es que la socialdemocracia está muy desgastada, no queda casi nada de lo que fue en el pasado, donde tuvo un papel positivo por mucho que frenara soluciones extremas. La movilización de Podemos está relacionada con una cosa nueva, muy importante a escala mundial: el papel creciente de los movimientos sociales, surgidos de la autoorganización de la gente antes sus problemas y necesidades que no resuelven los grandes partidos con su retórica acomodaticia. Esto se ha registrado aquí, y parte del éxito de Podemos viene de recoger este malestar, pero como digo creo que es algo a escala mundial, como los movimientos campesinos y el activismo de estos grupos en América Latina que defienden el derecho a la tierra y el agua y son combatidos mediante asesinatos en Honduras, México o Guatemala. Este movimiento campesino tiene una configuración global con Vía Campesina. Esa esperanza ahora procede del renacer desde abajo a partir de unos movimientos sociales capaces de plantear exigencias nuevas.

La socialdemocracia está muy desgastada, no queda casi nada de lo que fue en el pasado, donde tuvo un papel positivo

P. El municipalismo sí puede generar políticas alternativas.

R. Claro, por el factor de proximidad de la gente. En cambio no te puedes hacer escuchar a distancias mayores. Me eduqué con el principio gramsciano del pesimismo de la razón y el optimismo de la voluntad y creo que debemos tener la cabeza clara para ver que la situación no es halagüeña, pero las cosas pueden cambiar y, ya lo dijo Eric J. Hobsbawm, el mundo no cambiará solo. Alguien que se considere de izquierdas debe tener la capacidad de denunciar lo que no está bien y la voluntad de proponer lo que hay que arreglar.

P. ¿Y ese debería ser el papel del intelectual, una figura muerta en nuestra época?

R. No sé si el intelectual debe ser muy importante. Soy más un ciudadano que un intelectual. No me veo en una comunidad de intelectuales, pero sí en una de ciudadanos. Los momentos más entusiastas que he vivido ha sido al salir a la calle a manifestarme viendo a familias de todo tipo en movimientos, donde los partidos no tuvieron ninguna implicación, como el contrario a la guerra de Irak. Ya veremos qué pasa, en todo caso mi intención final al organizar este libro era centrar todo lo posible la atención ante el aumento imparable de la desigualdad. Como historiador lo que me correspondía era explicar cómo se ha producido para ayudar a entender al lector en que momento nos encontramos. La propuesta de soluciones corresponde a otros.

Gorki, los ingenieros del alma y el nuevo hombre soviético.

Contra las vacaciones, el absentismo y la embriaguez. Por un rápido ritmo de trabajo. Cartel de 1930. (Detalle).

Autor: Javier Bilbao.

Fuente: jotdown.es

Si bien la empatía no era uno de los puntos fuertes de Stalin, no se le daba nada mal juzgar la psicología de quienes le rodeaban, ya fuera para detectar traidores o para servirse de ellos con más eficacia. A Máximo Gorki lo caló enseguida: «Es un hombre vanidoso, debemos atarle con cadenas al partido». Así, un escritor que pasó un tiempo autoexiliado de la URSS, fuera del alcance represor del régimen, alguien que había mostrado en ocasiones un criterio independiente y que pudo haberse convertido en todo un símbolo de la disidencia ante los ojos del mundo, terminó siendo pastoreado de vuelta al redil, donde tendría lugar una relación simbiótica entre el intelectual y el poder extraordinariamente provechosa para ambos. De manera que su ciudad natal Nizhny Novgorod pasó a llamarse Gorki, así como una de las principales calles moscovitas, recibió la Orden de Lenin, una mansión y una dacha junto a sustanciosos emolumentos, fue investido presidente de la Unión de Escritores Soviéticos y tras su muerte el mismo Stalin fue uno de los que portaron a hombros el ataúd (aunque durante los posteriores juicios de Moscú de 1938 se dijera que en realidad fue asesinado por el servicio secreto). Alcanzó oficialmente el estatus de «alma de la literatura soviética»… y supo corresponder de manera proporcional en su función de ideólogo y propagandista de lo que Leninllamaba el Nuevo Hombre Soviético, pues un nuevo sistema político debía ser capaz de crear un naturaleza humana a su altura. Por tanto la figura de Gorki es un buen hilo conductor para conocer las circunstancias de su época y del nuevo régimen que trajo consigo la revolución rusa. En ello nos centraremos a continuación.

Desde su nacimiento en 1868 sufrió tantas calamidades que hubiera sido un niño dickensiano de no ser porque él mismo las describió más adelante en Días de infancia. Con cuatro años perdió a su padre y con once presenció la muerte su madre, pasando a ser criado por unos abuelos y tíos que lo maltrataban, incluso llegó a apuñalar a su padrastro en cierta ocasión. De hecho el libro citado concluye con su abuelo diciéndole a los doce años «ahora, Léxei, no eres una medalla que yo me pueda colgar al cuello… Ya no tengo sitio para ti… Sal al mundo. Y salí al mundo». Y salió y lo que encontró fue aún peor si cabe, deambulando por diferentes trabajos hasta que con diecinueve años, tras ser despedido como pinche de cocina de un barco, intentó suicidarse de un disparo sin que la bala llegara al corazón.

Todas esas duras vivencias que fue acumulando se convirtieron poco a poco en material literario que publicó con creciente éxito bajo el seudónimo de «Amargo» (Gorki, en ruso). Para comienzos del siglo XX ya era toda una figura pública, conocido tanto por su obra como por su activismo contra el régimen zarista. La represión ejercida por este hizo que Gorki fuera radicalizando su postura, lo que le llevó a trabar amistad con Lenina quien definió certeramente como «una guillotina pensante», y a continuación a exiliarse primero a Estados Unidos (donde escribió La madre, a la que luego volveremos) y posteriormente a Italia.

Tras su regreso a Rusia en 1913 continuó conspirando contra el poder, aunque en el momento en el que llega la revolución teme la violencia que está desatando, considera que Lenin y Trotski «no tienen ni la más remota idea de lo que significa la libertad o los derechos humanos, están ya intoxicados por el nauseabundo veneno del poder» y los califica de «incendiarios que someten al pueblo ruso a un cruel experimento». Incluso llega a organizar guardias junto a otros intelectuales frente a monumentos y palacios para proteger ese legado cultural de la barbarie de las masas. A continuación llega la guerra civil y en una sociedad empobrecida ejerce una actividad filantrópica con diversos escritores y artistas que se le acercan pidiendo ayuda, les proporciona dinero o intercede por ellos ante las implacables autoridades que los persiguen. En 1921, por motivos de salud, además de por ciertas presiones de Lenin («Me veo obligado a decirte: cambia radicalmente de circunstancias, de ambiente, de domicilio, de ocupación; de lo contrario, la vida te asqueará eternamente») regresa a Italia, donde permanecerá los años siguientes.

Allí recibía a sus amigos y vivía plácidamente en compañía de varias personas entre las que se incluían su amante, un secretario personal y su hijo adoptivo Maxim Peshkov. Posteriormente circularon rumores de que ese hijo fue seducido por un homosexual y ese sería supuestamente el motivo por el que años después, en 1934, al tiempo que Stalin proclamó una ley que prohibía esta práctica, Gorki escribiera «exterminad a los homosexuales y el fascismo desaparecerá. En los países fascistas la homosexualidad, que arruina a la juventud, florece sin castigo». Respecto al sexo heterosexual no mantenía la misma intransigencia, aunque le incomodaba que se tratase en público. Consideraba que debía mantenerse como un misterio: «Hay demasiadas ventanas abiertas», decía, de manera que la gente ya no confiaba en su intuición y todos los secretos humanos «han sido expuestos y aireados incluso en torno al sexo».

Esa actitud hacia la sexualidad coincidía con una de las dos corrientes que compitieron en la sociedad rusa durante los años veinte, la hedonista y la ascética podríamos denominarlas, hasta que finalmente se impuso la segunda. Inicialmente la llegada de la revolución trajo consigo una liberación de las costumbres, la legalización del divorcio y el aborto, e incluso el rechazo a toda forma de romanticismo. En un relato de Panteleimon Romanov de 1926 se decía «nosotros no tenemos amor, solo relaciones sexuales, porque despreciamos el amor como “psicología”, mientras que solo la fisiología tiene derecho a existir. Las chicas fácilmente se van juntas con sus camaradas masculinos, por una semana, por un mes, o espontáneamente por una noche. Y cualquiera que vaya en busca de algo más en el amor es ridiculizado como un idiota y una persona mentalmente deficiente».

Pero el propio Lenin rechazaba las teorías sobre amor libre como un pasatiempo con el que divagaban los intelectuales, eran algo además que podían desestabilizar la sociedad y hacer peligrar su reemplazo demográfico, así que al mismo tiempo surgieron teorías como las del psiquiatra Zalkind Arón Borissovich, quien propuso nada menos que «Los doce mandamientos del sexo revolucionario». En ellos se rechazaba la promiscuidad, la frecuencia excesiva, las perversiones, la coquetería, la precocidad o los celos y se reivindicaba la importancia de la concepción de un hijo como fin último. La recomendación favorita de las autoridades era clara: sublimar la energía sexual en el trabajo. El acelerado proceso de industrialización supuso adaptar a los hasta entonces campesinos a una actividad laboral diferente a la que estaban acostumbrados; el nuevo hombre soviético debía ser productivo y el consumo de alcohol, la lujuria, las festividades religiosas, el egoísmo y la indisciplina eran los demonios internos de los que exorcizar su alma.

Pero prosigamos con Gorki. Para 1928 contaba ya con sesenta años y quien gobernaba por entonces la URSS, Stalin, pensó que sería una buena idea traerlo de nuevo al país. La nostalgia hacía mella en él y sufría ciertos apuros económicos, así que quizá no hubiese que insistir demasiado. Pese a todo, varios agentes secretos recibieron la misión de enviarle cartas fingiendo ser admiradores de toda edad y condición que le preguntaban insistentemente cómo podía preferir vivir en la Italia fascista antes que en la Rusia socialista. Nuestro escritor tonto no era y algo se maliciaba, pues según comentó con un amigo «yo me carteo con esos niños y, por cada carta que les envío, recibo veintidós. Coincide exactamente con el número de tutores de los distintos departamentos. Curioso, ¿verdad?». Así que ese año inició una serie de cinco viajes hasta terminar instalándose definitivamente de vuelta. El recibimiento fue espectacular, fue todo un éxito propagandístico del régimen con alguien que de otra forma hubiera podido ser peligroso y Gorki… se dejó querer.

Gorki junto a Stalin, 1931. DP.

A partir de ahí abandonó cualquier escrúpulo moral. Al año siguiente, sin ir más lejos, se prestó a una visita guiada al gulag de Solovki con el fin de desacreditar un libro inglés en el que se describía en los tonos más crudos. Para recibirlo el centro se convirtió en lo que se conoce como una «aldea Potemkin», que viene a ser como lo que hizo Villar del Río para recibir a los americanos en la película de Berlanga. Él fue consciente de ello, pues según cuenta Solzhenitsyn los presos, como sutil forma de protesta, fingían leer los periódicos que momentos antes se les habían dado, pero lo hacían sujetándolos al revés, así que Gorki se acercó a uno de ellos y le dio la vuelta sin intercambiar palabra. También pudo mantener una conversación en privado con un cautivo, que le relató diversas formas de tortura a las que eran sometidos, y al parecer el escritor salió de la reunión con lágrimas en los ojos. Todo ello no le impidió deshacerse en elogios en la dedicatoria que dejó en el libro de visitas, tal vez revestida de cierta ironía que en todo caso no molestó a las autoridades. En otras ocasiones fue él mismo el organizador de actos para el régimen, como en 1932, cuando reunió en su casa a una serie de escritores que consideraba representativos de lo que debía ser el espíritu soviético en una cena que tuvo como invitado honorífico al mismo Stalin, quien les dedicó este brindis:

Nuestros tanques son inútiles cuando quienes los conducen son almas de barro. Por eso afirmo que la producción de almas es más importante que la producción de tanques. Alguien acaba de observar que los escritores no deben permanecer inactivos, que deben conocer la vida de su país. La vida transforma al ser humano y vosotros tenéis que colaborar en la transformación de su alma. La producción de almas humanas es de suma importancia. ¡Y por eso alzo mi copa y brindo por vosotros, escritores, ingenieros del alma!

Las utopías políticas, desde Platón, siempre han sido conscientes del obstáculo fundamental que expresa bien un dicho anglosajón: «Puedes llevar al caballo al abrevadero, pero no puedes hacerle beber». De poco sirve cambiar radicalmente las estructuras sociales si no cambias también a las personas, pues si no repetirán bajo ese nuevo modelo los viejos vicios. La esperanza del régimen soviético, como vemos, estaba depositada en el ámbito de la cultura. Los novelistas, artistas y cineastas, como modernos Pigmalión, debían esculpir un nuevo hombre que antepusiera el interés colectivo al individual, el futuro al presente y la obediencia a la autoridad antes que a su propio criterio. Para ello debían crear modelos de conducta, ejemplos morales, y el más destacado de todos ellos fue el de la obra La madre, esa que mencionamos anteriormente en relación al primer exilio de Gorki y que llegó a ser la cúspide del llamado realismo socialista.

Su historia podemos verla en la versión cinematográfica que se rodó en 1926 que se encuentra bajo estas líneas. En una familia el padre, un viejo borracho huraño y maltratador (el proletario alienado del pasado) encarna lo opuesta a su hijo, un comprometido sindicalista, cuando acepta ponerse del lado de la patronal durante una huelga. En los enfrentamientos el padre muere y la policía del zar acude a su casa para detener al hijo, sospechoso de haber encabezado los disturbios. La madre no quiere quedarse además de viuda sin hijo, así que se presta ingenuamente a colaborar con la autoridad. Pero el sistema está podrido hasta sus cimientos y los jueces no entienden de justicia, así que el hijo es finalmente condenado ante la mirada angustiada de una madre que toma conciencia de que lo ha traicionado sin pretenderlo. Ahora sabe que él tenía razón, de manera que son los padres quienes deben aprender de los hijos y estos deben estar dispuestos a repudiar a sus padres. Hay que romper la tradición, nos dice Gorki, antes de rematar la historia con un desgarrador final que nos muestra a madre e hijo como mártires de la causa revolucionaria. Y aquí la expresión «mártir» no es gratuita, pues lo irónico de todo esto es que el escritor encontró la inspiración en la iglesia ortodoxa rusa, en las vidas de santos y en el propio sacrificio de Cristo. Es algo que no deja de tener su gracia si tenemos en cuenta la ola antirreligiosa que sacudió el país desde comienzos de los años veinte, aquí podemos ver una serie de carteles ateos de la época bastante curiosos.

Por su parte, Gorki cada vez estaba más inmerso en su papel de padrino de las letras soviéticas. Al año siguiente de aquella cena en su casa, en 1933, lideró una expedición de ciento veinte escritores escogidos por él mismo para ver de cerca un método de transformación del alma más drástico: la reeducación mediante el trabajo del gulag. Concretamente debían dar cuenta de la construcción del canal Belomor, una gigantesca excavación que uniría el mar Báltico y el mar Blanco, cerca de la frontera con Finlandia, para la que se requirieron más de ciento veinte mil prisioneros que trabajaron en condiciones excepcionalmente duras, pues se estima que en torno a la décima parte de ellos murió en las obras. ¿Su delito? En unos casos eran presos comunes y en otros la disidencia política de cualquier tipo. De hecho circulaba una broma al respecto por entonces: «¿Quién cavó el canal? La parte derecha los que contaban chistes, y la izquierda, los que los escuchaban». El canal al final no tuvo la profundidad suficiente para ser utilizable por la mayoría de los barcos mercantes, pero lo importante era su uso propagandístico y para ello Gorki publicó Belomor, una selección de historias narradas por ese grupo de escritores que tomaban las vidas de aquellos trabajadores del gulag como ejemplos de superación.

Naturalmente, la propaganda no podía limitarse a un libro por prestigioso que fuera su responsable, y también contó con una película documental que puede verse aquí. Lo cual nos lleva a la importancia que el régimen soviético dio al cine. Trotski fue el primero en verlo: «Esta arma, que está pidiendo a gritos ser utilizada, es el mejor instrumento de propaganda técnica, educativa e industrial, propaganda contra el alcohol, propaganda para el saneamiento, cualquier tipo de propaganda que desees, una propaganda que es accesible a todos». Bien, la propaganda es necesaria para que la gente se adapte al sistema y no a la inversa, y el cine es una herramienta de propaganda muy útil, al facilitar la llegada del mensaje a todos, de acuerdo. Pero esto nos lleva de nuevo al problema de hacer beber al caballo del abrevadero. ¿Cómo lograr que la gente desee ver esas películas propagandísticas? Ahí entra el juego el talento artístico, la necesidad de contar con el espectador no ya como un receptor puramente pasivo sino como alguien que demanda ciertas emociones, narraciones y personajes que conecten con sus intereses. La propaganda en estado puro no es eficaz, tal como descubrieron algunos cineastas. Tal como señala Peter Kenez en Cinema and Soviet Society:

Ante el bajo número de películas que se hicieron con contenido dramático uno sospecha que los directores encontraron difícil hacer interesantes las películas sobre ese tema y por tanto procuraron evitarlas. Puede ser, aunque no lo podemos saber con certeza, que las audiencias prefirieran otros asuntos. Los trabajadores no querían verse a sí mismos en su tiempo libre. Ellos querían héroes más grandes que la vida, y contrariamente a la ideología eso no encaja bien en un ambiente de fábrica.

Para ello una buena opción es la de evitar la competencia extranjera. Prohibiendo o limitando el cine de otros países, particularmente de Hollywood, al final el espectador no tenía muchas más opciones de entretenimiento. Y si, por ejemplo, un género como el wéstern tenía mucho éxito fuera de las fronteras, siempre cabía hacer una adaptación en forma de «ostern»Así que con mayor o menor sutileza, de una u otra forma, la fórmula propagandística que se intentaba inyectar era fácilmente distinguible y emparentaba directamente con la novela. Giraba siempre en torno a la toma de conciencia del protagonista (lo que ahora los anglosajones en otro contexto político llaman «redpilling», remitiendo a Matrix) y tenía con frecuencia tres figuras arquetípicas, cada una con sus cualidades morales y psicológicas: el líder del partido, el hombre corriente y el enemigo. Un ejemplo curioso, visto hoy en día, lo tenemos en la comedia musical estalinista Tanya, cuyo director, Grigori Aleksandrov, tuvo trato directo con Stalin… y con Gorki, por supuesto, pues todos los caminos llevan a él. La historia es una versión libre de Cenicienta, con una empleada de una fábrica textil que a base de disciplina estajanovista logra ascender en el partido hasta llegar a hacer realidad sus sueños, esto es, ser miembro del Soviet Supremo. Merece la pena ver en particular esta escena con un coche volador mientras canta las grandezas de la URSS; ya sabemos donde se encontró la inspiración para cierto momento de Harry Potter y la cámara secreta

Retomando de nuevo a nuestro escritor, encontramos que pasa otro año, ya en 1934, y llega a su punto álgido como paladín de las letras y de la propaganda rusa: su nombramiento como presidente de la Unión de Escritores Soviéticos, cuyo primer congreso durará poco más de dos semanas. En su discurso inaugural, además de definir las vías por las que debía transitar el realismo socialista, Gorki retomó la expresión de «ingenieros del alma» para sí mismo y sus colegas. Él fue la gran estrella de un evento generoso en aplausos y en halagos a su persona. Quedaban muy lejos ya aquellos días de la infancia y adolescencia en los que tanto sufrió, aquel momento en que intentó suicidarse… aunque ahora en realidad la muerte acechaba más cerca que nunca.

En mayo de 1935 el avión más grande su tiempo, llamado Máximo Gorki, se estrelló en lo que podía entenderse como un mal augurio (curiosamente se trataba de un avión dedicado a la propaganda, con una imprenta a bordo y grandes altavoces en su fuselaje). En junio de 1936 la tuberculosis crónica que aquejaba a Gorki se agravó de forma que apenas podía salir de la cama. Pero quería seguir al tanto de la actualidad y dado su estado se decidió hacer con él algo parecido a lo que pudimos ver en la película Good Bye, Lenin!; para ello se editaron ejemplares del Pradva específicamente para él en los que se retiraron las malas noticias y se potenció su tono optimista. No sabemos si eso le mejoró el ánimo, pero desde luego no la salud, dado que fallece el 18 de ese mes.

Tras su muerte, entre sus papeles se encontraron textos extraordinariamente críticos con Stalin, a quien definía como una pulga gigante «con una sed insaciable de sangre de la humanidad». Quién iba a decir que hasta el más oficial de todos los escritores tendría pensamientos prohibidos, crimentales. Como gran zar de las letras soviéticas se ve que quiso cultivar todos los géneros, incluso el llamado«escribir para el cajón», tan practicado por otros escritores coetáneos y que solo verían la luz varias décadas después. ¿Por qué entonces había regresado de su exilio italiano y se había prestado a toda esa mascarada? Puede que, como dijo Stalin, se tratara de un hombre vanidoso y ese vicio —el pecado favorito del diablo, según aquella película donde lo interpretaba Al Pacino—  no hay ingeniería del alma que lo arregle.  

[youtube https://www.youtube.com/watch?v=U-6qocfMG1w]

Los Romanov, últimos meses antes de la ejecución.

La familia Romanov, en 1913 (de izquierda a derecha, Olga, María, Nicolás II, la zarina Alejandra, Anastasia, Alekséi y Tatiana. / PERIODICO

Autora: Anna Abella

Fuente: El Periódico, 03/07/2018

En la habitación de 5×6 metros del sótano de la casa Ipatiev de Ekaterimburgo, en la noche del 16 al 17 de julio de 1918, fueron ejecutados a tiros por los bolcheviques el zar Nicolás II, la zarina Alejandra Fiodorovna, su hijo y heredero, el pequeño y hemofílico Alekséi, y sus cuatro hijas, María, Olga, Tatiana y Anastasia. Junto a ellos, murieron tres sirvientes y su médico. El comisario del Sóviet de los Urales Yákov Yurovski, al frente de nueve hombres, cumplió la orden de matarlos y de hacer desaparecer sus cuerpos, cubriéndolos con ácido y enterrándolos en secreto a varios kilómetros. Un destino que las víctimas nunca sospecharon y del que está a punto de cumplirse un siglo. “Ni el zar ni la zarina creo que supieran algo de su final trágico. Al revés, con toda su devoción y preocupación por sus hijos, no querían perder la esperanza hasta el último minuto”, opina desde Rusia la traductora Tatiana Shavaliova, basándose en las cartas y telegramas, diarios y memorias de la familia imperial pero también del tutor y profesor de francés Pierre Gilliard y otros testigos de aquellos meses.

Con una selección de ese material, armado cronológicamente y traducido del ruso original, Shavaliova ha construido ‘Romanov. Crónica de un final: 1917-1918’ (Páginas de Espuma), un relato epistolar que desnuda fragmentos de la vida cotidiana y del ánimo y pensamiento de los últimos zares en sus últimos meses de vida, los que pasaron confinados desde el inicio de la Revolución rusa en febrero de 1917, cuando el pueblo, golpeado por el hambre y la primera guerra mundial, salió a la calle al grito de “Pan, tierra y paz”. Las condiciones de los encierros, primero en Tsárskoye Seló (cerca de Petrogrado, luego San Petersburgo) y Tobolsk (Siberia) y, finalmente, en Ekaterimburgo, cada vez fueron peores y más restrictivas.

El sótano de la casa de Ekaterimburgo, tras la ejecución.

Numerosas fotos, notas a pie de página y textos contextualizadores completan un libro, propuesto por el editor de Páginas de Espuma, Juan Casamayor, que ha contado con la colaboración de Ezra Alcázar, director de la revista mexicana de literatura ‘Inundación Castálida’, donde Shavaliova publicó un artículo sobre los Romanov del que surgió la idea.

Mucho se ha escrito de la leyenda y el mito que rodeó el final de los zares o de la influencia que el oscuro monje Rasputín ejerció sobre la zarina. La ausencia de cadáveres (no fue hasta los años 90 que se reveló el hallazgo de los restos) y las noticias contradictorias abonaron rumores como el de la supuesta supervivencia de Anastasia. “Pero la historia de la familia y de sus últimos días es poco conocida”, constata Shavaliova. Las misivas muestran a un zar que, con el diminutivo de Nicky, llamaba a su mujer “Solecito lindo”, y a una zarina que se dirigía a él como “mi querido, mi amado, mi tesoro” o “mi ángel, luz de mi vida”. A Alcázar, lo que más le sorprendió “fue la devoción a la familia”, cuenta desde México: “el descubrir a un Nicolás II que era un mal político pero un gran padre. A Alejandra como una mujer sumamente pasional, en la política y en la vida personal. Descubrir una monarquía muy sencilla, las chicas habían sido voluntarias y durante el encierro cortaban leña y hacían otros trabajos”, añade el periodista.

Anastasia y Tatiana, trabajando durante uno de los encierros.

De hecho, el zar también serraba árboles junto a sus hijos y cuidaba la huerta. Aunque viven con incertidumbre, desasosiego y angustia por la falta de noticias del exterior y el saber que sus cartas y conversaciones son controladas, pasean y leen (el primer Sherlock Holmes de ‘Estudio en escarlata’, de Conan Doyle; ‘Guerra y paz’, de Tolstói; novelas históricas de Merezhkovski…), van a misa y Nicolás II disfruta de sus hijos y juega con ellos, a cartas, al backgamonn… “Ahora paso mucho más tiempo con mi linda familia”, escribe en mayo, tras cumplir 49 años y lamentar cuánto añora también a su “querida madre”.

El zar y su hijo Alekséi, serrando troncos en Tobolsk.

Zar y zarina apelaban ‘Baby’ o ‘Rayito de sol’ a su único hijo varón, por el que toda la familia se desvivía, ya que su hemofilia hacía que un hematoma tardara días en curar y limitaba sus movimientos. “Alekséi tiene un dolor en la mano y por eso ha tenido que pasar todo el día acostado”, escribe Nicolás II en su diario, en mayo de 1917. Antes, el chaval, de 13 años, y sus cuatro hermanas han pasado el sarampión y Alejandra mantiene puntualmente informado a su marido (antes de que este se vea obligado a abdicar en marzo y antes de que le confinen junto a la familia en Tsárskoye Seló) de la fiebre de cada uno y de que se les cayó tanto el pelo que tuvieron que raparlos a todos.

Las hijas de los zares, rapadas tras el sarampión.

“Me siento grave, herido y triste”, escribe tras abdicar el ya ex-zar, a pesar de que su esposa, aún invocando a Rasputín, le reclama que “ejerza mano dura y muestre su poder”, al tiempo que le anima: “Todo nuestro amor ardiente y caluroso te rodea, mi maridito, mi único, mi todo (…) Siente mis manos, que te abrazan, mis labios unidos a los tuyos cariñosamente, siempre juntos, siempre inseparables”.

La zarina, «soberbia, severa y majestuosa»

Kerenski, ministro del Gobierno provisional revolucionario y supervisor del primer encierro, detectó “la diferencia de carácter y temperamento de la pareja”. “En su posición de prisionero, Nicolás II disfrutaba de su nuevo modo de vida (…) -decía en sus memorias-. Su mujer pasaba un tiempo difícil por la pérdida del poder, y no podía resignarse a su nueva posición. Tenía ataques psicóticos”. “Era una mujer soberbia, severa y majestuosa”, “atractiva e inteligente”, que a “pesar de estar quebrantada e irritada en aquel momento, tenía una voluntad férrea”.

“Ella, con la lejana sombra de Rasputín –opina Casamayor-, es la muestra de un orgullo familiar y dinástico heredado de 300 años atrás. No les importa el pueblo, del que están muy distanciados”. Los recuerdos de un ayuda de cámara del zar revelan cómo un oficial de la guardia rezachó dar la mano a Nicolás II, quien le preguntó ¿Por qué, querido mío?’. ‘Soy del pueblo –le respondió-. Usted no ha querido darle la mano al pueblo y yo tampoco lo haré”.

El zar y su familia, rodeados de soldados de la guardia cosaca, en 1916.

“No sabían mucho de la situación del pueblo, pero lo que sabían les preocupaba”, señala la traductora citando a la zarina en una carta a una amiga: “¡Oh, gente, gente! Pobres flacos. No tienen carácter, amor patrio, ni a Dios. Por eso castiga al país. Pero no quiero pensarlo ni voy a creer que Él (Dios) lo deje morir. Como los padres castigan a sus hijos desobedientes, así Él actúa con Rusia”.

“Rusia tenía problemas, sí; los zares vivían como en otro mundo, seguramente sí, no sabían cómo vivía un campesino, pero los bolcheviques tampoco -reflexiona Alcázar- La revolución era necesaria y fue buena hasta que se convirtió en el horror totalitarista. Y desde el principio hubo chispazos de violencia y autoritarismo: eso fue el asesinato de los Románov, un aviso del horror que vendría después”.

“Sé que todo esto no durará mucho”, escribía la zarina, esperanzada, a una amiga en diciembre de 1917. Siete meses después llegaba la inesperada masacre, de la que aún hoy no existen pruebas de si la ordenó Lenin, como apuntó Trotski. Aquella sangrienta noche de agosto, el Ejército rojo también mató a dos de los tres perros de la familia, solo se salvó Joy, el springer spaniel del zarévich, que, como apuntaba el propio Nicolás II en su diario un año antes, ya había sobrevivido a la mordedura de una serpiente durante un paseo. Joy sería adoptado por un coronel del Ejército blanco que llegó al lugar a los pocos días de la ejecución. Meses antes, su joven amo, de 13 años, preguntaba a su tutor: “Si ya no hay más zar, ¿quién va a dirigir Rusia?”.

El hijo del zar, Alekséi, con su perro Joy.

La memoria de los zares, en la Rusia actual

“Ahora, en Rusia, la dinastía Romanov se percibe con más objetividad. Ya pasamos la época soviética y la negación del régimen monárquico. Gobernaron durante 300 años, son inherentes a la historia rusa y sin ellos Rusia hubiera sido distinta. Para los rusos la época de los zares es una época histórica”, explica la traductora Tatiana Shavaliova, que recuerda que la canonización de los Romanov por la Iglesia ortodoxa rusa en 1981 y en el 2000, “tiene que ver con la resignación y devoción de la familia en sus últimos días”, no con la valoración política del zar.


De hecho, cada año se celebran en Ekaterimburgo “los días zarinos”, del 10 al 20 de julio, con exhibiciones, lecturas y conciertos y una procesión de 20 kilómetros hasta la catedral, construida cerca de donde tiraron los cadáveres.

Así escondió Franco en España a Beria, el ‘carnicero’ de Stalin.

Beria, con la hija de Stalin en brazos y el dictador al fondo.

Fuente: El Confidencial, 13/03/2015.

Autor: Germnán Sánchez.

Torcuato Luca de Tena, director de ABC, soñó pasar a la historia con un titular de alcance mundial: Así escondió Franco en España a Beria, el carnicero de Stalin. Víctima de un aventurero internacional de nacionalidad nicaraguense y orígenes malagueños, llamado Fabio Gallo, que le vendió, estando de vacaciones en Torremolinos, la exclusiva de la presencia de Beria en España, Luca de Tena se atrevió a salir, sin pasar por la censura, y sin pruebas, afirmando que Beria estaba en España. Se lo hicieron pagar con su fulminante destitución.

La historia, que relata Juan Benet en su impagable Otoño en Madrid hacia 1950, sucedió hace 62 años y la protagonizaron dos personajes: Domingo Dominguín y Lavrenti Beria, quien controló la policía política de la URSS de Stalin entre 1938 y 1953. Su principal ‘logro’ fue la eliminación del rival del dictador, Trotski, antes de que en 1941 comenzase la invasión nazi de la URSS, y tejer la red de espías atómicos que, cuatro años después de Hiroshima, pondrían la bomba en manos de la Unión Soviética.

La muerte de Stalin en 1953 llevó a la destitución de Beria que, súbitamente retirado de la escena política, se hallaba en un lugar desconocido. Domingo, uno de los dos hermanos  de Luis Miguel Dominguín, fue torero, empresario y miembro del Partido Comunista de España. Los Dominguín eran cosa aparte. Su hermano Luis Miguel tenía acceso, a la vez, a un exiliado, caracterizado comunista, Pablo Picasso, y a Francisco Franco. Joaquín Jordá, amigo de Domingo Dominguín, contaba que en una cacería Franco le preguntó: “Dígame, Dominguín, ¿quién es el comunista de los tres?«. Y Luis Miguel contestó: «Los tres, mi general, los tres”.