El terrorismo internacional no es un invento de nuestra época. A finales del siglo XIX, el mundo se vio sacudido por una sucesión espectacular de atentados, en aquel momento de signo anarquista. Tendemos a pensar en la Belle Époque como un tiempo feliz lleno de arte y glamur. En realidad, el esplendor de esta época legendaria tenía el reverso de las espantosas desigualdades sociales que se vivían en ciudades como Londres o París.
En la capital del Sena, los trabajadores vivían en barrios insalubres en los que el impacto de las enfermedades era muy superior al que sufrían las zonas más ricas. En el caso de la tuberculosis, esta desproporción era de 5 a 1 entre el distrito XX y el de la Ópera. La salud de los proletarios era mucho más frágil, algo lógico, puesto que para ellos conseguir una alimentación digna suponía una aventura épica.
Vivían inmersos en una constante incertidumbre, sin perspectivas de futuro. No había suficientes escuelas para sus hijos, pero contaban, eso sí, con infinito número de tabernas en que ahogar su desesperación con la bebida. Cuando no había manera de llegar a fin de mes, algunas mujeres no veían otro camino que el de la prostitución esporádica.
La vivienda constituía otro problema grave. En los suburbios de las grandes urbes, la gente se amontonaba en chabolas que edificaban de un día para otro.
‘Al alba’, cuadro de Charles Hermans. Dominio público
La brecha social se muestra bien en A l’aube (“Al alba”), el impactante lienzo de Charles Hermans, de 1875, conservado en el Museo de Bellas Artes de Bruselas. Un hombre con frac y sombrero de copa, ostensiblemente borracho, sale de un local. Le acompañan dos mujeres, atraídas no tanto por él como por su cartera. A la izquierda de la pintura, una familia proletaria les contempla en silencio. El mensaje del artista no puede ser más claro: mientras a unos les sobra el dinero, otros no tienen qué comer.
“Propaganda por el hecho”
Ante la magnitud de las injusticias, un sector del movimiento anarquista vio en la violencia una solución. La revolución iba a llegar, supuestamente, a través de la denominada “propaganda por el hecho”. Determinados periódicos libertarios apostaron por una apología directa de los métodos más contundentes.
Los trabajadores protestan al dueño de la fábrica en el cuadro ‘La huelga’, por Robert Koehler, 1886. Dominio público
Fue en este ambiente de crispación cuando un joven de apenas veintiún años, Émile Henry (1872-1894), lanzó un explosivo en el café Terminus de París. Era la primera vez que un libertario atacaba a personas corrientes, que no eran representantes del poder político militar. Para Henry, solo contaba su pertenencia a la burguesía. Pensaba que ningún miembro de esta clase social era inocente de la explotación de los trabajadores.
Henry buscaba rebelarse contra la tiranía del capitalismo, pero también quería asegurarse un lugar en la posteridad revolucionaria. De ahí que en ningún momento intentara defenderse para escapar a la pena de muerte.
Estado de psicosis
La sucesión de atentados anarquistas, con la muerte de políticos como el presidente francés Sadi Carnot o el español Cánovas del Castillo, generó una psicosis mundial. Los gobiernos y los periódicos supusieron que existía una organización internacional que decidía los atentados, el denominado “club de la dinamita”, que solo existía en la mente de los creadores de teorías conspiratorias.
Los poderosos veían por todas partes a escurridizos anarquistas portadores de explosivos, un estereotipo como el que utilizaría Joseph Conrad en su novela El agente secreto (1907). La prensa, con sus exageraciones sensacionalistas, contribuyó poderosamente a la propagación del pánico.
Ilustración del asesinato de Cánovas del Castillo en un libro de la época. Terceros
En Francia llegó un momento en que los más acomodados se lo pensaban dos veces antes de acudir al teatro o a un restaurante caro. Nadie sabía cuándo los “dinamiteros” podían entrar en acción.Lee también
En realidad, los militantes libertarios funcionaban a través de pequeños grupos sin conexión entre sí. No poseían, como señala el historiador John Merriman en su reciente libro El club de la dinamita (Siglo XXI), “una organización real ni unos líderes capaces de controlar a sus fieles”. Esta forma de proceder era coherente con sus principios filosóficos, en los que la autonomía del individuo constituía una prioridad.
En París, las fuerzas de orden tuvieron prácticamente carta blanca para actuar según su criterio y capricho
Los datos objetivos daban igual: la maquinaria represiva de los Estados no tardó en ponerse en marcha. La policía multiplicó a sus agentes encubiertos, incrementó los fondos para delatores, detuvo a gente con razón o sin ella. Se promulgaron leyes que limitaban las libertades en nombre de la seguridad pública, con lo que se desencadenaron todo tipo de abusos. Hasta contar un chiste se volvió peligroso. En París, las fuerzas de orden público tuvieron prácticamente carta blanca para actuar según su criterio y capricho.
Tantas medidas de excepción, pensadas para combatir una amenaza formidable, contrastan con el carácter muy modesto de la violencia anarquista, apenas un arañazo en la dura piel del capitalismo. En la década de 1890, un máximo de 60 personas murió en todo el mundo a consecuencia del terrorismo libertario.
Retrato del anarquista Auguste Vaillant, que atentó contra la Cámara de los Diputados francesa en 1893. Dominio público
El promovido por el Estado resultaba incomparablemente más letal, en una proporción de 260 a 1, tal como relata Merriman. Así, además de contribuir a alimentar el odio, la brutalidad de las autoridades favorecía una espiral de acción-reacción que solo contribuía a multiplicar los atentados.
No faltaron, desde luego, los que vieron como héroes a Émile Henry y otras figuras similares. Sin embargo, una inmensa mayoría de anarquistas condenó su recurso a la violencia ciega: matar a inocentes no era el mejor camino para cambiar el mundo.
No obstante, de forma previsible, eso no impidió que las clases acomodadas redujeran el pensamiento libertario, sin el más mínimo matiz, a una simple apología del asesinato y del robo. Satisfecha de sí misma, la burguesía biempensante no contemplaba reformas, sino cárceles y ejecuciones para los disidentes.
En las juventudes libertarias se consiguió una cierta igualdad, llegando incluso a estar alguna dirigida por una mujer. En las colectividades durante la Guerra Civil, las mujeres trabajaban «sin dueño y sin amo» pero los dirigentes eran «todos varones”
Serafín Aldecoa recoge las historias y modos de vida de las mujeres turolenses desde 1930 hasta el final de la Guerra Civil
Palmira Pla salía de su casa para ir al centro socialista de la plaza del pueblo a principios de la década de 1930. Pero ese camino no lo hacía sola, para ir y volver al centro de forma segura, la acompañaba su amigo Feliciano Garcés «porque ella sola no llegaba a atreverse a ir a un centro socialista, si un chico la acompañaba y la llevaba y la traía, haciendo de alguna forma de portador, ella iba al centro y participaba en él, hasta se afilió a UGT y al Partido Socialista», explica el historiador Serafín Aldecoa.
Pla se hizo maestra en Teruel. Al poco de finalizar las clases de su primer curso, salió de casa un 18 de julio de 1936 con el objetivo de tomar una limonada y montar en los coches-chocantes. Tal y como recoge Víctor Juan, el director del Museo Pedagógico de Aragón, «un guardia civil amigo de su padre le advirtió que la estaban buscando, y que debía irse de la ciudad. Tenía 22 años y se sorprendió tanto como todos los que durante esos días fueron perseguidos, detenidos y asesinados. Cargada de dudas, se dirigió a la estación y subió a un vagón de un tren de mercancías que la llevó a Sagunto».
Este es uno de los ejemplos que recoge Serafín Aldecoa en sus estudios sobre las mujeres turolenses en la República y la Guerra Civil. Iba a formar parte de una charla programada para el martes 27 enmarcada en el ciclo de conferencias ‘Inesperadas. Cultura en Igualdad’ que finalmente no se podrá hacer debido a las restricciones sanitarias en Teruel.
Aldecoa repasa los modos de vida de las mujeres desde 1931 hasta el final de la Guerra Civil. Palmira Pla formaba parte de uno de los más de 40 centros instructivos republicanos que existían en el Jiloca y alrededor de la ciudad de Teruel. En estos locales se realizaban todo tipo de actividades, desde teatro a ciclos de lectura y charlas, actividades que hicieron que muchas mujeres salieran del entorno familiar.
Actas del pleno regional de las juventudes libertarias
En el Bajo Aragón estos centros tienen su auge entre 1931 y 1932, cuando aparecen también las juventudes libertarias, que eran mixtas y que realizaban giras entre los pueblos. «Una de las particularidades de estos centros instructivos es que se podía leer prensa, prensa ideologizada claro. Es un elemento interesante ya que las mujeres que no saben leer lo que hacen aquí es aprender a leer», explica Aldecoa.
Es en 1933 y 1934 cuando adquieren más relevancia las juventudes libertarias, «son estas jóvenes las que acuden a estos centros, en algunos centros libertarios la presidenta es una mujer, por ejemplo, en el de Mirambel hay 11 chicas y 16 chicos, ya participan por igual en estos centros libertarios».
Movilización de las mujeres «de derechas»
Sin embargo, no solo las mujeres republicanas se unían. Existe también una «gran movilización de las mujeres de derechas, las no republicanas», se crean asociaciones de acción popular, que luego serán la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA) y recorren los pueblos repartiendo propaganda y publicidad.
María Rosa Urraca Pastor fue la única candidata mujer a las elecciones de Teruel en los tres procesos electorales que tuvieron lugar durante la Segunda República. Carlista, en 1936 «fue elegida candidata única por los tradicionalistas de Teruel, iniciando un intenso periplo por los pueblos de la provincia para lograr el voto. Sin embargo, nuevamente, no logró obtener el ansiado escaño, por lo que Fal Conde le encomendó directamente la organización del Socorro Blanco. Ella manifestó que si bien habían perdido un acta habían ganado una provincia», lo explica Antonio Manuel Moral Roncal en su estudio sobre la figura de Urraca Pastor.
El papel de la mujer durante el conflicto
Con la sublevación militar y el inicio de la Guerra Civil, las cosas cambian. Más de 40 mujeres son fusiladas entre Cella y Villarquemado y muchas son reprimidas, en muchos casos por sustitución, es decir, por ser familiar de un hombre significado políticamente o perseguido.
En la zona franquista, las mujeres se dedicaban los cuidados y la atención a heridos o hambrientos, «son mujeres sometidas bajo la autoridad falangista que realizan las tareas que se consideraban propias de su condición y sexo. Pierden esa autonomía de la que gozaban en la república», explica Aldecoa.
Sin embargo, la situación no era muy diferente en el lado republicano. Las mujeres apenas se incorporan a las columnas militares y, a partir de la entrada de Largo Caballero como ministro del ejército, se retiran, «el propio Largo Caballero decía que el frente no es lugar para las mujeres, que trasmitían enfermedades asociadas a la prostitución y las retira del frente para que realicen tareas accesorias más propias del rol que se esperaba de ellas».
Junta femenina de la Agrupación Socialista de Torrevelilla (Teruel). 1937 Fundación Pablo Iglesias
Fueron las mujeres las que mantuvieron las colectividades, que se montaron en todas las zonas republicanas, y donde cultivaban y criaban ganado. En Aragón las primeras colectividades surgen en el mes de agosto de 1936; los agentes o promotores de la colectivización fueron muy diversos, generalmente los sindicatos y las fuerzas políticas locales. Tal y como recoge la Gran Enciclopedia Aragonesa, «el proceso colectivizador no se hubiera podido desarrollar sin que el voluntarismo ideológico no se hubiera encontrado con unas condiciones favorables provocadas por la situación de guerra». La misma fuente indica la existencia de 280 colectividades, con 141.794 afiliados: Huesca, con 137 localidades y 85.522 personas; Teruel, 116 y 48.618; Zaragoza, 24 y 7.524.
Las colectividades son oficialmente disueltas entre agosto y septiembre de 1937, «en el marco del giro político y militar del gobierno del Frente Popular. Esta disolución se ve reforzada por la presencia de las tropas de Líster en la región. En la práctica, muchas localidades seguirán colectivizadas en mayor o menor grado hasta la caída del frente y el final de la guerra, aunque muchos pequeños y medianos campesinos retornan a la propiedad y explotación individual de sus tierras».
Sin embargo, Aldecoa rescata las declaraciones de una mujer casada con un anarquista en las que lamentaba que el mando seguía estando en manos de los hombres «ya no tenemos dueño, ni amo, cultivamos la tierra y no tenemos nadie que nos explote, hemos conseguido la libertad, pero el comité dirigente de la colectividad son todos varones».
El Boletín de Híjar (provincia de Teruel), cuyo Director era mosén Luís Turón, inserto en la “Hoja Catequística Semanal”, impresa por el Arzopispado de Zaragoza y creada por mosén Pedro Dosset, sacerdote hijarano y cuyo ministerio lo desempeñaba en los años 20 del siglo XX en la parroquia de San Pablo de Zaragoza, nos sirve para conocer el mensaje de la iglesia católica, claro y diáfano y profundamente conservador a nivel social, dirigido a los campesinos de Híjar.
En algunos Boletines de Híjar, en concreto, en los números 143, de 5 de diciembre de 1920; y en el nº 149 de 5 de abril de 1921, aparece un artículo, que por su amplitud debe insertarse en varios Boletines, bajo el título de “Origen de la propiedad”. Las razones de ocuparse de esta cuestión se debía a que desde los movimientos socialista, comunista y anarquista preconizaban la abolición de la propiedad privada. La Iglesia católica debía buscar argumentos para que los propietarios pudieran sentirse aliviados, ante la posibilidad de su desaparición.
Las ideas principales del artículo susodicho son las siguientes. Comienza señalando que sobre el origen de la propiedad se han barajado fundamentalmente tres teorías.
1ª) La teoría del “Pacto Social”, defendida por Van Pufendorf, Ronrean y Hobbes. Según ella la propiedad surgió de un pacto o convenio que hicieron los hombres en un principio. Anteriormente todo era de todos, pero esto generaba problemas, ya que todo el mundo quería coger siempre lo mejor. Todo el mundo quería el mejor campo, los mejores frutos, los mejores productos, que ofrecían la naturaleza. Como consecuencia de las tensiones generadas ya que todos los hombres deseaban lo mejor para sí, se llegó a una situación en la que era imposible vivir en paz y concordia. Por ello en determinado momento, los hombres reunidos, acordaron, pactaron, convinieron que cada uno tuviese un trozo de tierra para cultivar, aunque no puede saberse si este reparto se hizo por sorteo, por mayoría de votos o por la fuerza. Este acuerdo, este pacto es, según esta teoría, el origen de la propiedad. El articulista la rechaza argumentando que en ningún pueblo ha quedado constancia de este proceder. Y si este hubiera sido el origen de la propiedad debería haber permanecido alguna documentación histórica. Y no la vemos por ninguna parte. Está teoría del pacto social debemos rechazarla como falsa. Es la que defienden en estos momentos los comunistas y los bolcheviques.
2ª) El derecho de propiedad se basa en una “Ley humana”. El derecho de propiedad, según el articulista, no puede tener su fundamento en ninguna Ley humana. Esta teoría no tiene menos inconvenientes que la del pacto social, y puede rechazarse con los mismos argumentos. Si una Ley humana crea el derecho de propiedad, ese derecho podría ser suprimido por los poderes públicos, a través de una nueva Ley derogando la Ley anterior. Esto es lo que persiguen los socialistas, quieren alcanzar una mayoría en el Parlamento para cambiar la Ley y privar de los bienes a los propietarios con una indemnización. Esta teoría es falsa y no vale, el derecho de propiedad es anterior a la Ley. La Ley no puede crear el derecho de propiedad en todo caso lo único que hace es sancionarlo.
3ª) El derecho de propiedad tiene un “Origen divino”. Es según el articulista la única verdadera. Argumenta del siguiente modo. Dios ha creado al hombre para vivir en sociedad; le dio el derecho de formar una familia, le impuso la obligación de criar a los hijos, le dotó de inteligencia y de razón previsora. Para poder cumplir todos estos objetivos le confirió el derecho de propiedad. Sin ella el hombre no puede socializarse, ni tener una familia, ni mantener a unos hijos. La propiedad es sagrada e ir contra ella es ir en contra de los designios divinos.
En otro Boletín de Híjar, de abril de 1921, nuestro redactor se adentra en un problema arduo y difícil, como es el poder explicar y justificar las enormes desigualdades que se presentan en la sociedad. ¿Hasta qué punto se puede mantener incólume la propiedad privada frente a la miseria de muchos hombres? Aparece una respuesta clara y contundente a esta pregunta. La argumentación es la siguiente.
Nadie, dice León XIII en su Encíclica Rerum Novarum, está obligado a aliviar el prójimo, disponiendo de lo que le es necesario para sí o para su familia, ni disminuyendo nada de lo que el decoro impone a su persona; pero, una vez satisfecha la necesidad y el decoro, es un deber emplear lo superfluo en beneficio de los pobres y menesterosos. Pero ahí está el problema; ¿Qué podemos entender por superfluo?
Nuestro articulista continua argumentando que según Santo Tomás existen tres tipos de bienes; los primeros, los que son necesarios para poder vivir y mantener a la familia; los segundos, los que nos permiten vivir conforme a nuestra condición social (pagar a los criados, mantener la casa con todos sus lujos, coches, conforme al nivel social de cada uno); los terceros son aquellos no indispensables ni para vivir ni para mantener nuestro rango social. Hecha esta distinción de raíz tomista, afirma que los primeros no debemos ni tenemos la obligación de usarlos para socorrer a los pobres; los segundos podemos darlos pero no es obligatorio; los terceros si que debemos usarlos para satisfacer las necesidades del prójimo necesitado. Como vemos, se inclina por la vía de la caridad como solución de los problemas sociales, sin entrar a fondo en la auténtica raíz de las injustas desigualdades sociales, que no es otra que la insultante e injusta repartición de la propiedad. Esa vía de la caridad queda perfectamente reflejada en la poesía del final del artículo, de la cual he extraído un fragmento para titular el escrito.
En el Boletín de Híjar, nº 148, de 9 de enero de 1921, aparece una especie de parodia, bajo el título “Un Ensayo de Comunismo”. El objetivo es claro, transmitir la idea de que es inviable cualquier doctrina de carácter socialista o comunista, pero, dicho todo ello, en un lenguaje claro que lo pudiera entender cualquiera. Didácticamente es todo un alarde en el uso de unos medios adecuados para transmitir claro un mensaje, para un público con muy escaso nivel cultural. Merece la pena reparar en el desprecio que se vislumbra a la hora de caracterizar a determinados personajes, difícil de comprender siendo un Boletín de la Iglesia católica. Es como sigue:
“En el pueblo de Villatonta, provincia de Babia, y partido judicial de Bóbilis, arraigaron tan hondamente las teorías socialistas y comunistas que un día se llegó a proclamar la república de los soviets, para imitar a la afortunada Rusia. Elegido jefe del Soviet el barbero de Villatonta, en cuya casa venía funcionando el Club comunista, se procedió al ensayo del reparto social en la forma que van a ver mis lectores.
Ciudadanos- decía el barbero presidente del Soviet a los vecinos de Villatonta, congregados en asamblea magna-, llegó por fin la hora feliz en que vamos a proceder al reparto de bienes entre los vecinos del pueblo. Si, señores, se procederá a hacer justicia equitativa y se atenderán todas las reclamaciones de los pobres. Los ricos… ¡Qué se revienten! ¡Ya era hora!
-¡Bravooooo!- vociferaron a una todos los que solamente poseían la camisa que llevaban.
-¡Mueran los ricos!- gritó el Canillas, el enterrador.
-Pido la palabra- dijo un jornalero- Yo quiero que se apruebe su mercé al presidente y los que repartan de que mi amo traga como un buitre, y tiene auto, y yo quiero el auto y mucho parné, y fumar buenas brevas… Mi amo será mi chofer.
-Bueno, se concederá lo que pide el ciudadano.
-¡Viva la igualdaaaaaa! ¡Vivaaaa!
-Yo también quiero auto-vociferó otro -y fumar buenos puros, y beber champán y comer bien, y descansar, que ya hi trabajao bastante.
-¡Y yo también! ¡Y yooo! -gritaron todos.
-Señores, eso no puede ser -dijo el barbero- porque no habrá autos, ni brevas, ni champán para todos.
-¡Abajooo!, contestaron muchos.
-Señores, repitió Rapabarbas, disimulando el mieditis que sentía al ver aquella tormenta incipiente, haiga calma y serenidá en el pueblo soberano. Exponga cada cual sus justas aspiraciones y se atenderán las reclamaciones endeviduales de cada uno.
-Pués yo lo que pido es mucho parné -gritó un zanganote muy devoto del dios Baco.
-Y nosotros lo mismo -contestaron a una todos los malos trabajadores de Villatonta.
-Pero señores -repuso el presidente Rapabarbas-, ustedes piden la luna y eso no puede ser. Todos quieren mucho dinero y no hay dinero para todos. Hay que armonizar el capital con le trabajo, y limitar las aspiraciones para que así se pueda conceder a los ciudadanos lo que pidan.
-Pues yo -contestó un vago de profesión- nunca hi trabajao, ni pienso, porque me prueba muy mal, y ahora que va a ser el reparto de bienes, menos que menos. Lo que quiero es vivir muchos años pa gozar. ¡Viva la igualdaaa ¡
-¡Que trebajen los ricos!- gritó el Chupahuevos que, desde su más tierna infancia, le pegó 5 tiros al trabajo.
-Señores- replicó el presidente Rapabarbas- si no limitan sus aspiraciones no nos entenderemos. Tengan muy presente que el trabajo es la fuente de la riqueza, y si todos quieren el dinero. ¿Quién trabajará? Y si no quieren trabajar. ¿Para qué servirá el dinero? Hay que armonizar el capital con el trabajo, entiéndanlo bien.
-¡Viva la armonía y la igualdá!- gritó Crispín el zapatero.
-Pido la palabra- gritó el tío Cuco- Yo quiero que cuando hagan el reparto, me den el olivar del Seco y la viña del Caparranas, que están junto a mis campos.
-El olivar es mío, ¡so mostillo!- vociferó el Seco.
-Y si alguien me quita la viña- añadió Caparranas- lo trataré como a las ranas; mi trabajo me ha costao.
-Es que ahora- replicó Rapabarbas- ya no hay mío, ni tuyo, sino que todo es de todos.
-¡Fuera, ese embustero!- gritaron varios propietarios, al ver los humos que gastaba el Caparranas; y al mismo tiempo voló por los aires un pedrusco anónimo que aterrizó en las costillas del repartidor, y le hizo besar el santo suelo.
-¡Burros, animales!- vociferó el barbero, levantándose y huyendo acosado de puntapiés y cachetes sin firma.
Entonces se armó la más gorda. Unos pedían dinero en abundancia, otros los mejores campos de la huerta, etc, etc.
-La casa de Caparranas será mía desde hoy- vociferó el enterrador que sólo tenía las sepulturas donde caerse muerto.
Y acto continuo, Caparranas defendió su derecho de propiedad, alegando como prueba justificante un garrote de carrasca con el cual dio al pretendiente una paliza fenomenal.
Unas mujeres se agarraron del moño por disputar de quién habían de ser 8 lechoncitos y la puerca criadera del molinero.
-¡Ladrona, más que ladrona!- decíanse mutuamente-, los lechoncitos son míos. Y tirón va, tirón viene, llegaron a decirse raca, se arrancaron el moño, los maridos tomaron parte en la cuestión, y allí hubo gritos, palos, y sobró leña para toda la generación de Villatonta.
Si antes de la cacareada repartición no se entendieron los villatontinos. ¿Qué sería cuando llegará a ser un hecho? Esto es lo que se preguntaban, al retirarse a sus casas después de la pelea, mustios los semblantes, y rascándose en las costillas el escozor, que les habían dejado como recuerdo los estacazos repartidos, antes de la repartición de bienes.
Y esto deben de preguntarse también los bobalicones que se tragan las famosas patrañas del comunismo.”
En la misma línea, sin apartarse lo más mínimo de las líneas anteriores, en otro Boletín de Híjar, el nº 132, de 19 de septiembre de 1920, aparece la siguiente poesía:
-Siendo ayer día de moda ¿Por qué no fuiste al teatro? -Preguntó a la niña Pura su buena amiguita Amparo. -Porque ayer vi a un pobre niño pisando nieve descalzo, y hoy voy a comprarle botas con lo que costaba el palco.- Imitad, jóvenes bellas, de Purita el noble rasgo; privaos algunos días de ir a ciertos espectáculos, y con el mismo dinero que allí pensabais gastaros, ¡ejerced la caridad! comprad botas y zapatos para que los niños pobres no vayan nunca descalzos.
‘1919, 1929, 1939: Crisis de la democracia’ narra una historia que se repite. Las crisis que genera el periodo de entreguerras y el resurgir de nacionalismos, populismos y fascismos que tradicionalmente han acabado por derrocar libertades ciudadanas. Se trata de una publicación surgida a raíz de las jornadas que el Centro de Estudios Locales de Andorra (CELAN) organizó el pasado 2019, coincidiendo con su 20º Aniversario y con el Centenario del Tratado de Versalles.
Explica el coordinador de la publicación y presidente del CELAN, Javier Alquézar, que ‘1919, 1929, 1939: Crisis de la democracia’ es una obra para reflexionar sobre el momento que atraviesa el país y para despertar la atención en el crecimiento de determinadas ideologías nacionalpopulistas que aparecen después de las crisis y «tienen un resultado fatal». «No se trata de comparar, pero hay reacciones suficientes para poder pensar que la historia nos enseña cómo funcionan las cosas», señala.
La publicación del centro de estudios andorrano sigue la misma estela de las jornadas en las que está basada y se divide en tres grandes bloques analizados por un autor diferente. El propio Alquézar abre la primera parte con ‘De mal en peor. Las relaciones internacionales en el periodo de entreguerras’, donde dibuja el mapa de Europa después de la Primera Guerra Mundial, con la conciencia del desastre que supuso el conflicto, la pérdida de confianza en el mundo de progreso y sus instituciones liberales y el intento de trazar la paz y un nuevo orden internacional con el Tratado de Versalles y la posterior Sociedad de Naciones.
Se trataba entonces de desestimar la guerra como forma de dirimir las diferencias y generar un espíritu de concordia. Sin embargo, tal y como relata el autor, el crac del 29, acompañado de una crisis económica, demográfica y de moral, así como del desequilibrio de Europa, el miedo al comunismo y la confrontación de clases sociales, impulsaron una tendencia hacia el autoritarismo, con nacionalismos y extremismos. La inacción de la Sociedad de Naciones y el desplanteamiento de las normas internacionales, además, aplanaron el camino hacia la Segunda Guerra Mundial.
El crac del 29: el mercado no se autorregula
La segunda parte de la publicación ahonda precisamente en el crecimiento de las ideologías nacionalpopulistas. ‘El catastrófico periodo de entreguerras: crisis económica y polarización política’, a cargo de Luis Germán Zubero, narra la etapa «más complicada» que ha vivido el mundo durante el siglo XX, con «los mayores progresos de la humanidad desde el punto de vista tecnológicos y de las mayores tragedias». El autor explica cómo Europa perdió protagonismo tras la Primera Guerra Mundial, en favor de Estados Unidos, que salió reforzado tras el hundimiento de Alemania.
Rusia continuaba con una economía alternativa al capitalismo, Japón tomaba protagonismo frente a China en oriente y en occidente, las condiciones del Tratado de Versalles, que apostaban por que los países vencidos pagaran en líquido sus deudas a los vencedores, la inflación y la falta de regulación del mercado por el sistema liberal, preveían una crisis financiera que hundiría la economía desde dentro. Ante la Gran Depresión, Estados Unidos repatrió sus capitales e impuso aranceles a productos extranjeros y Europa cerró fronteras, estableció el proteccionismo e impulsó pequeñas áreas comerciales.
Cada país apostó por adoptar medidas diferentes, pero la enorme sombra de la crisis dejaba paso libre a los «salvadores de la patria». Comienza aquí el tercer bloque de la publicación, ‘1939, año de los fascismos’, en el que Gustavo Alares analiza el auge fascista como «fenómeno transnacional», que sedujo a «millares de almas». El autor explica los elementos característicos del fascismo, como la capacidad de transmitir certezas y soluciones identitarias emocionales y simples frente a los miedos e inseguridades o el ultranacionalismo que encuentra los enemigos en el exterior o en el interior y la idea de una nación, lengua, raza y tradiciones frente a esos rivales.
También el estado totalitario se acompañaba del racismo y antisemitismo, basado en prejuicios y falsedades, la virilidad violenta del hombre en un modelo patriarcal de sociedad y familia, el culto a la personalidad del líder, la religión política y el uso de la propaganda como emoción colectiva, manipulando la realidad con el objetivo de legitimar el poder y seducir a las masas, tal y como precisa Alares. «Los fascismos se plantearon como garantes de la seguridad, la identidad y la pertenencia», añade el autor.
Alares finalizó su charla en las Jornadas del CELAN con el caso de España y también así lo hace en la publicación, donde ilustra cómo la República española fue «la gran damnificada» al recibir los sublevados el apoyo nazi y fascista italiano. Se consiguió instaurar tras la Guerra Civil una «dictadura fascistizada», compuesta por falangistas con capacidad militarizadora y conexiones internacionales, carlistas y nacional-católicos, «la derecha conservadora que abandonó la democracia».
Paralelismos con la realidad
La publicación del Centro de Estudios Locales de Andorra ha visto la luz, sin quererlo, en una crisis sanitaria y económica que también ha demostrado la ineficacia del modelo. «Hay que pensar si el modelo económico y social actual sirve, si el neoliberalismo sirve y si cuando volvamos a la realidad hay que volver a las andadas, ignorando cómo está la naturaleza», indica el presidente de la entidad, Javier Alquézar.
Alquézar reconoce que no estamos ante una situación como las que se vivieron en el siglo XX, pero asegura que es el momento de analizar el planteamiento futuro. En este sentido, cuestiona la deslocalización de las empresas y la «dependencia absoluta» de España con el exterior. Critica además la posición de la oposición frente a la crisis actual que insiste en que «no es banal». «No quieren simplemente desgastar el gobierno, sino resistirse a que luego haya unos replanteamientos en el modelo de la política económica y social».
El CELAN es un centro que se dedica desde hace 20 años a la investigación y la organización de actividades culturales. Ofrece publicaciones didácticas sobre historia local, así como nacional e internacional que permiten conocer el contexto de cada situación. La entidad está vinculada con el Instituto de Estudios Turolenses (IET) y con el Instituto de Bachillerato, donde varios de los componentes del centro fueron profesores.
En Estados Unidos, manifestantes armados han exigido que se pongan fin a las medidas de distanciamiento social. En Brasil, donde el presidente del país se ha unido a las protestas en contra de las medidas, algunos centros comerciales han reiniciado su actividad. A lo largo y ancho del mundo, se han oído voces que piden a las autoridades un menor control y que flexibilicen las medidas tan pronto como sea posible.
Sin embargo, tal vez nos conviene fijarnos en otro momento parecido de nuestra Historia. En los últimos días, se han publicado en las redes sociales unas sorprendentes imágenes de tablas y gráficos científicos de la pandemia de gripe de 1918. Aunque estos diagramas dibujados a mano puedan parecernos arcaicos, son una jarra de agua fría para los partidarios de una desescalada demasiado rápida y de levantar unas medidas que afectan a muchas personas de muchos países del mundo.
En 1918, una pandemia de gripe azotó al mundo entero, en distintas oleadas. En Estados Unidos, es probable que el brote se iniciara en los estados del medio oeste, y luego se expandiera por el resto de un país en guerra. Rápidamete, los soldados llevaron la enfermedad a Europa. Primero, se contagiaron los soldados europeos y más tarde todo el continente.
Sin embargo, la pandemia solo había comenzado. A finales de agosto de ese año, un segundo brote, mucho más letal, sacudió prácticamente de forma simultánea al litoral de Estados Unidos, Francia y Sierra Leona, y desde esos lugares se expandió por el mundo entero. A este segundo brote le siguió un tercero. Cuando el virus empezó a perder intensidad en 1920, había golpeado a unos 500 millones de personas y había matado entre 50 y 100 millones de personas. Estados Unidos registró unas 675.000 muertes.
Gráfico que muestra la mortalidad de la pandemia de gripe de 1918 en Estados Unidos y en Europa WIKIMEDIA COMMONS / NATIONAL MUSEUM OF HEALTH AND MEDICINE
Cuando en 1918 los científicos se enfrentaron a esta plaga, carecían de la tecnología necesaria que les permitiera ver el virus que lo causaba. Sin embargo, la revolución bacteriológica del siglo XIX proporcionó a las autoridades médicas y sanitarias de Estados Unidos la confianza suficiente para llegar a la conclusión de que se trataba de una enfermedad contagiosa.
En el ámbito nacional, el Servicio de Salud Pública de los Estados Unidos fomentó campañas educativas e impulsó, cuando lo creyó necesario, medidas de control sobre la población. Era competencia de las autoridades de los estados, del condado y de los municipios tomar las decisiones sobre cómo gestionar la pandemia. Las elecciones que tomaron fueron determinantes.
Las autoridades sanitarias tenían a su disposición una serie de medios para gestionar esta crisis de salud pública. Comenzaron por formar a la población sobre hábitos básicos de higiene, como lavarse las manos y cubrirse la boca al toser y estornudar.
El servicio de salud pública imprimió millones de folletos con información sobre la enfermedad y recomendó una serie de medidas para evitar y tratar la enfermedad. La Cruz Roja de Estados Unidos publicó su propia circular en ocho idiomas diferentes. Muchas comunidades aprobaron leyes que prohibían a los ciudadanos escupir en la calle, así como compartir tazas en espacios públicos como aulas y estaciones de tren, una costumbre que todavía existía en la época.
Estas fueron las medidas fáciles de impulsar. Siguieron otras, como la que fomentó una mejor ventilación en los tranvías. Para evitar grandes concentraciones de personas, algunas ciudades impulsaron unos horarios escalonados de trabajo y en los comercios. Pero la gripe siguió golpeando con fuerza y se establecieron controles más estrictos. A menudo se prohibieron las reuniones públicas y se ordenó el cierre de todos los negocios y actividades, incluso bodas y funerales, excepto los más esenciales. Algunas ciudades intentaron exigir el uso de mascarillas. Otras, obligaron a los enfermos a hacer cuarentena. En algunas ciudades incluso se probaron vacunas nuevas que todavía estaban en fase experimental.
Los modelos de gestión de Filadelfia y Seattle
Sin embargo, la lección que nos resulta más útil surge de la comparación de la gestión de las ciudades de Filadelfia y Seattle. Filadelfia, a pesar de tener alguna advertencia de que la pandemia se avecinaba, prácticamente no se preparó. Aunque la vecina Boston estaba sitiada a finales de septiembre, Filadelfia mantuvo su actividad. El 28 de septiembre organizó un desfile para celebrar el lanzamiento del Cuarto Préstamo de la Libertad; una campaña de emisión de bonos para apoyar los gastos bélicos de Estados Unidos.
Tres días más tarde, la ciudad registró 635 nuevos casos de gripe, y la situación empeoró. Aunque entonces intentó impulsar medidas para frenar la pandemia, la ciudad quedó desbordada. Las instalaciones sanitarias, que ya estaban al límite debido a la guerra, quedaron sobrepasadas. Las morgues se desbordaron, no se pudo suministrar esa elevada cantidad de ataúdes y las autoridades tuvieron que recurrir a las fosas comunes. Filadelfia registró una de las tasas de mortalidad más altas del país.
En cambio, la gestión de Seattle fue completamente distinta. El 20 de septiembre, el responsable de salud, el doctor J.S McBride, reconoció que «no era improbable» que la gripe llegara a la ciudad y advirtió a la ciudadanía que, si esto pasaba, sería necesario aislar a los enfermos. Cuando los soldados del cercano Campamento Lewis contrajeron la gripe, el campamento fue puesto en cuarentena. El 4 de octubre, se supo que un gran número de estudiantes de la escuela naval de la Universidad de Washington había contraído la gripe. En dos días, la ciudad, a pesar de la gran oposición en contra de estas medidas, cerró las escuelas, prohibió los servicios religiosos y cerró muchos espectáculos públicos. Se prohibieron las aglomeraciones en los negocios que seguían abiertos.
En los días siguientes, se impulsaron otras medidas. Las autoridades decidieron transformar un hotel de la ciudad en un hospital de emergencia. Escupir en público pasó a ser un acto castigado con penas de cárcel y mal visto por la sociedad. Era obligatorio el uso de mascarillas, se redujeron las horas de apertura de los negocios, y se establecieron nuevas restricciones para aquellos negocios que seguían abiertos.
Aunque en un inicio McBride había previsto que la pandemia perdiera fuerza en menos de una semana, mantuvo las restricciones, incluso cuando la cifra de contagios comenzó a disminuir. Finalmente, el 11 de noviembre, la ciudad y el estado Washington anunciaron que los negocios podían reiniciar la actividad y que ya no era necesario el uso de mascarillas. La ciudad pronto tuvo que hacer frente a un nuevo brote de gripe. Una vez más Seattle actuó, esta vez poniendo en cuarentena a los enfermos. Como resultado de estas acciones, Seattle registró una de las tasas de mortalidad más bajas de la Costa Oeste, sustancialmente inferior a la de Filadelfia.
Obviamente, muchos se opusieron a las medidas impuestas por las autoridades estadounidenses durante la pandemia de gripe de 1918. Los líderes religiosos indicaron una y otra vez que, en el contexto de una pandemia, eran necesarios los servicios de culto para atender a las necesidades de sus feligreses.
Por otra parte, los propietarios de negocios también lucharon con uñas y dientes para poder permanecer abiertos. Los propietarios de teatros cuestionaron la legalidad de los cierres y fueron muchos los que se opusieron al cierre de las escuelas. En San Francisco incluso surgió una «liga antimascarillas».
Las autoridades que no se doblegaron son las que obtuvieron mejores resultados. Estudios de académicos del Centro de la Historia de la Medicina de la Universidad de Michigan y de los Centros de Control y Prevención de Enfermedades evidencian que la imposición «temprana, sostenida y estratificada» de intervenciones no farmacológicas como el distanciamiento social funcionó en 1918, ralentizando el ritmo de la pandemia y reduciendo las tasas de mortalidad.
Y Seattle y Filadelfia ofrecen una dura lección: la imposición de medidas de confinamiento, así como la obligatoriedad de las mascarillas y la cuarentena de las personas contagiadas, tanto enfermas como asintomáticas, salva vidas. Pueden hacerlo de nuevo, si encontramos el valor y los recursos para mantenerlas.
Nancy K. Bristow es profesora de Historia en la Universidad de Puget Sound y es la autora de American Pandemic: The Lost Worlds of the 1918 Influenza Epidemic and Steeped in the Blood of Racism [La pandemia estadounidense: Los mundos perdidos de la epidemia de gripe de 1918 y Empapados en la sangre del racismo (publicado en julio de 2020).
Al principio, los españoles también se reían. El 22 de mayo de 1918, el diario ABC publicó en portada la aparición de una enfermedad parecida a la gripe, pero con efectos leves. Durante ese mes, se celebran en la capital las fiestas de San Isidro y las verbenas populares se convirtieron en espacios ideales para el contagio. Con guasa, se bautizó aquella gripe como Soldado de Nápoles, igual que una canción que entonces sonaba en la zarzuela La canción del olvido, y que, como la nueva enfermedad, era muy pegadiza.
Los españoles de aquel tiempo no pudieron ver venir la pandemia como sí ha sucedido ahora. Con medio mundo enfangado en la Gran Guerra, los contendientes no informaron sobre la enfermedad que estaba diezmando a sus soldados para no envalentonar a los adversarios y fue en España, neutral en el conflicto, donde se dio a conocer lo que sucedía. Por eso la gran pandemia del siglo XX, que mató a más de 50 millones de personas en todo el mundo, se bautizó como “La gripe española”, aunque no estuviese en España su origen.
En 2008, cuando la próxima gran pandemia aún era solo un temor entre virólogos y epidemiólogos, Antoni Trilla, el actual jefe de epidemiología del hospital Clínic de Barcelona, publicó un relato sobre cómo se vivió la gripe de 1918 que muestra algunas diferencias fundamentales y sorprendentes paralelismos con la crisis del coronavirus. En aquella ocasión, la situación también empeoró después de tomarse a la ligera y la reacción errática de las autoridades sanitarias provocó su descrédito frente a la ciudadanía y la prensa que cuestionaba a diario sus actuaciones. Como ahora, el virus tampoco respetó jerarquías. El rey Alfonso XIII y el jefe de Gobierno, Manuel García Prieto, enfermaron.Al principio, a la enfermedad se la llamaba con humor ‘Soldado de Nápoles’, una canción de éxito de la época que también era muy pegadiza
En 1918, España era muy distinta. La mitad de sus habitantes eran analfabetos y la tasa de mortalidad infantil doblaba la de los países más pobres de hoy, pero muchas medidas para contener la epidemia recuerdan a las actuales. Se cerraron universidades y escuelas y se controló el transporte ferroviario, con cuadrillas que desinfectaban los trenes para contener la expansión del virus. Pero también hubo reticencias por parte de algunas autoridades locales. El alcalde de Valladolid se resistió a cancelar las fiestas en septiembre temiendo las pérdidas para los negocios de la ciudad.
Casi como ahora, más allá de ayudar a los enfermos a sobrevivir, la panoplia de los médicos era limitada, sin opciones curativas, aunque las técnicas eran mucho más rudimentarias. Se probaron sin éxito algunas vacunas experimentales e incluso se aplicaron sangrías, una técnica que ya llevaba un siglo desacreditada por la medicina. “Los españoles comenzaron a preguntarse si los médicos y científicos tenían alguna idea sobre lo que estaba pasando”, escribe Trilla.
A falta de confianza en la ciencia, muchos se abrazaron a la fe. En Zamora, una de las provincias más afectadas por la gripe, el obispo, Álvaro Ballano, afirmó: “El mal que se cierne sobre nosotros es consecuencia de nuestros pecados y falta de gratitud, y por eso ha caído sobre nosotros la venganza de la justicia eterna”. Para aplacar la ira divina organizó misas en la catedral de la ciudad facilitando, probablemente, el contagio del virus y se enfrentó a las autoridades sanitarias que quisieron prohibir las misas. Un siglo después, los obispos respetan y difunden las recomendaciones de esas autoridades y han limitado a los parientes más cercanos la asistencia en los funerales.
La primera etapa de contagios de 1918, la que ahora se está viviendo con el coronavirus, no fue la más dura. Con la llegada del verano, la epidemia amainó, pero en otoño regresó con más fuerza. El sistema sanitario quedó sobrepasado, en muchos pueblos de un país en el que el campo aún no se había vaciado los médicos eran escasos y cuando morían no se encontraban sustitutos. Como ha pasado en esta crisis, también entonces se reclutó a voluntarios entre los estudiantes de medicina.
Las cifras oficiales de muertos en España son terroríficas. En 1918, la gripe mató a 147.114 personas, en 1919 a 21.245 y en 1920 a 17.825. En un país de poco más de 20 millones de habitantes. La epidemia duró tres años y, además, afectó especialmente a personas en la veintena, completamente sanas. Cuenta Trilla que en algunas ciudades españolas se acabaron los ataúdes y que el alcalde de Barcelona pidió la ayuda del ejército para transportar y enterrar a los muertos. Eso todavía no se ha visto en España, pero sí en Italia, que lleva una semana de adelanto en la epidemia. El miércoles por la noche, decenas de ataúdes que se acumulaban en el cementerio local de Bérgamo fueron cargados en camiones del ejército para llevarlos a incinerar a lugares menos golpeados por la enfermedad. La población española solo descendió en dos ocasiones durante el siglo XX. En 1918 perdió 83.121 personas por la epidemia de gripe y en 1939 50.266 por la Guerra Civil.
La Gripe Española mató entre 1918 y 1920 a más de 40 millones de personas en todo el mundo. Se desconoce la cifra exacta de la pandemia que es considerada la más devastadora de la historia. Un siglo después aún no se sabe cuál fue el origen de esta epidemia que no entendía de fronteras ni de clases sociales.
Aunque algunos investigadores afirman que empezó en Francia en 1916 o en China en 1917, muchos estudios sitúan los primeros casos en la base militar de Fort Riley (EE.UU.) el 4 de marzo de 1918.
Tras registrarse los primeros casos en Europa la gripe pasó a España. Un país neutral en la I Guerra Mundial que no censuró la publicación de los informes sobre la enfermedad y sus consecuencias a diferencia de los otros países centrados en el conflicto bélico.
Ser el único país que se hizo eco del problema provocó que la epidemia se conociese como la Gripe Española. Y a pesar de no ser el epicentro, España fue uno de los más afectados con 8 millones de personas infectadas y 300.000 personas fallecidas.
Hospital militar de emergencia durante la epidemia de Gripe Española. Camp Funston Kansas Estados Unidos. / Foto: Museo Nacional de Salud y Medicina
La censura y la falta de recursos evitaron investigar el foco letal del virus. Ahora sabemos que fue causado por un brote de influenza virus A, del subtipo H1N1. A diferencia de otros virus que afectan básicamente a niños y ancianos, muchas de sus víctimas fueron jóvenes y adultos saludables entre 20 y 40 años, una franja de edad que probablemente no estuvo expuesta al virus durante su niñez y no contaba con inmunidad natural.
Fiebre elevada, dolor de oídos, cansancio corporal, diarreas y vómitos ocasionales eran los síntomas propios de esta enfermedad. La mayoría de las personas que fallecieron durante la pandemia sucumbieron a una neumonía bacteriana secundaria, ya que no había antibióticos disponibles.
Sin embargo, un grupo murió rápidamente después de la aparición de los primeros síntomas, a menudo con hemorragia pulmonar aguda masiva o con edema pulmonar, y con frecuencia en menos de cinco días.
En los cientos de autopsias realizadas en el año 1918 los hallazgos patológicos primarios se limitaban al árbol respiratorio por lo que los resultados se centraban en la insuficiencia respiratoria, sin evidenciar la circulación de un virus.
Al no haber protocolos sanitarios que seguir los pacientes se agolpaban en espacios reducidos y sin ventilación y los cuerpos en las morgues y los cementerios. Por aquel entonces se haría popular la máscara de tela y gasa con las que la población se sentía más tranquila, aunque fueran del todo inútiles.
En el verano de 1920 el virus desapareció tal y como había llegado.
Portadores de la Cruz Roja durante la Gripe Española. Washington DC.
Y ASÍ LA LLAMARON…
Los periódicos españoles fueron los primeros en informar sobre una enfermedad que estaba matando a la población. En el resto de Europa, y a ambos lados de las líneas aliadas, censuraron toda información para no desmoralizar a las tropas ni mostrar debilidad ante el enemigo. Con lo cual, sólo se convirtió en noticia en los países neutrales. En un primer momento los medios de España intentaron también darle nombre extranjero bautizándola como ‘El soldado de Nápoles’ o ‘La enfermedad de moda’. Tras informar el corresponsal del The Times en Madrid, el termino de ‘La Gripe Española’ se extendería por el resto del mundo a partir del verano de 1918.
Los economistas tenemos un pequeño problema de imagen. La gente cree que descaradamente manipulamos las estadísticas, hacemos terrible pronósticos con cifras alegres y somos unos aguafiestas en los cócteles.
Es posible que parte de la culpa la tenga un hombre que, hace un siglo, probablemente fue el economista más famoso del mundo: Irving Fisher.
Fue Fisher quien infamemente declaró, en octubre de 1929, que el mercado bursátil había alcanzado «un nivel alto permanente».
Nueve días después, la bolsa de valores cayó estrepitosamente y generó el período conocido como la Gran Depresión.
En cuanto a los cócteles, lo más bondadoso que se puede decir de Fisher es que era un anfitrión generoso.
Como registra Mark Thorton en su libro «La economía de la prohibición», un invitado de Fisher escribió: «Mientras yo devoraba una sucesión de deliciosos platos, (Fisher) cenaba con un vegetal y un huevo crudo».
Era un fanático del buen estado físico, que evitaba el consumo de carne, té, café y chocolate.
Tampoco bebía alcohol y era un ardoroso partidario de la prohibición, la medida de las autoridades estadounidenses de vetar la producción y venta de alcohol, que empezó en 1920.
Fue un cambio extraordinario que hizo que la quinta industria más grande del país de repente se volvió ilegal.
Fisher predijo: «(Quedará) escrito en la historia como el comienzo de una nueva era en el mundo, de cuyo logro esta nación estará siempre orgullosa».
Añadió que no podía encontrar a un solo economista dispuesto a oponerse a esa política en un debate.
Image caption Irving Fisher creía que la ley seca marcaría «el comienzo de una nueva era en el mundo».
De hecho, la prohibición resultó ser tan acertada como su vaticinio del alto nivel permanente de la bolsa, pues hoy los historiadores la consideran un fracaso.
La ley fue violada tan ampliamente que el consumo descendió apenas en una quinta parte.
Fue finalmente anulada en 1933, cuando, en una de sus primeras medidas, el nuevo presidente Franklin D. Roosevelt legalizó la cerveza, provocando la aclamación de muchedumbres frente a la Casa Blanca.
Productividad versus borrachera
Las raíces de la ley seca en EE.UU. se pueden rastrear a la religión, teñida tal vez con un poco de esnobismo clasista.
Pero la verdadera preocupación de los economistas era la productividad.
¿No serían las naciones sobrias mucho más competentes que aquellas con una fuerza laboral borracha?
Image caption El primer cargamento de cerveza «legal» llega a la Casa Blanca, después del fin de la prohibición en abril de 1933.
Para confirmar la teoría, parece ser que Fisher se tomó algunas libertades con las cifras. Sostuvo, por ejemplo, que la prohibición representaba US$6.000 millones para la economía estadounidense.
El problema es que la cifra no surgió de un cuidadoso análisis.
Fisher empezó con los reportes de unos cuantos individuos a los que un trago fuerte con el estómago vacío los hacía 2% menos eficientes.
Luego supuso que los trabajadores habitualmente ingerían cinco tragos fuertes antes de iniciar labores, así que multiplicó ese dos por cinco y concluyó que el consumo de alcohol rebanaba 10% de la producción.
Cifras dudosas, por decir lo menos.
Tal vez los economistas no hubieran quedado tan sorprendidos por el fracaso de la ley de prohibición si hubieran podido saltar medio siglo hacia el futuro para conocer las perspectivas del Nobel de economía Gary Becker sobre «crimen racional».
Crimen y demanda
Becker observó que volver algo ilegal simplemente añadía otro costo que la gente racional sopesaría con otros costos y beneficios, en este caso, la multa por violar la ley modulada por la probabilidad de ser encontrado con las manos en la masa.
Image caption¿Es verdad que un trago al día puede reducir la productividad?
Hablaba en serio: la primera vez que lo conocí, estacionó su auto de una manera que podría ser multado. «No creo que se fijen mucho», me dijo, reconociendo con una sonrisa que había cometido un crimen racional.
«Los criminales racionales», dijo Becker, «proveerán bienes al precio que se ajuste».
Si los consumidores pagan ese precio depende de lo que los economistas llaman elasticidad de la demanda.
Imaginémonos, por ejemplo, que el gobierno prohíba el brócoli. ¿Se pondrían unos «contrabandistas» a cultivar brócoli en jardines escondidos para venderlo en callejones oscuros a un precio inflado?
Es poco probable, porque la demanda de brócoli es elástica: si su precio sube, la mayoría de nosotros compraría coliflor o repollo a cambio.
Pero resulta ser que con el alcohol, la demanda es inelástica: así suba el precio, muchos todavía lo pagarían.
Image captionGary Becker recibió la Medalla Presidencial de Libertad de EE.UU. en 2008 por su trabajo en teorías económicas.
La prohibición fue una bonanza para criminales racionales como Al Capone, que defendió su contrabando en términos empresariales.
«Le doy al público lo que el público pide», declaró. «Nunca he tenido que enviar vendedores agresivos. Nunca hubiera podido dar abasto».
Los mercados negros también cambian los incentivos de otras maneras.
Tus competidores no te pueden llevar a juicio, así que, ¿por qué no utilizar cualquier medio necesario para establecer un monopolio local?
La teoría mayormente aceptada de que la violencia delincuencial subió súbitamente después del establecimiento de la ley seca ayudó a su derogación.
Cada cargamento de artículos ilegales conlleva algún tipo de riesgo, así que,¿por qué no volverte más eficiente haciendo tu producto más potente?
Durante la prohibición, el consumo de cerveza cayó frente al de bebidas espirituosas. Cuando se derogó la ley, esa tendencia se revirtió.
Image captionAl Capone no fue condenado por contrabando, sino por evasión fiscal en 1931.
Y, ¿por qué no cortar costos reduciendo la calidad? Si estás destilando ilegalmente un aguardiente casero, no tienes que incluir tus ingredientes en la etiqueta.
Prohibiciones
Estados Unidos no fue el único país en ensayar con una ley seca. Otros incluyeron Islandia, Finlandia y las islas Feroe. Hoy en día las naciones que imponen una veda estricta al alcohol tienden a ser islámicas.
Otras tienen restricciones parciales. En Filipinas y algunas partes de América Latina, por ejemplo, no hay venta de alcohol durante elecciones, tampoco en Tailandia durante festivos budistas, con la excepción de la zona franca de los aeropuertos.
En EE.UU. todavía hay condados «secos» y las llamadas «leyes azules» que prohíben su venta los domingos.
Esas leyes inspiraron al economista Bruce Yandle a acuñar un término que se ha vuelto común en una rama de la economía llamada teoría de la elección pública: «contrabandistas y bautistas (de la denominación religiosa)».
La idea es que las regulaciones frecuentemente están apoyadas por una sorpresiva alianza entre moralistas magnánimos y cínicos con ánimo de lucro.
Pensemos en las prohibiciones contra la marihuana. ¿Quién las apoya?
De acuerdo a la teoría de Yandel, los «bautistas» son los que creen que la marihuana es mala.
En cambio, los «contrabandistas» son los criminales racionales que se lucran de las drogas ilícitas, tal como cualquier otro que tenga un interés económico en las leyes antidrogas, como los burócratas que reciben sueldo para hacer cumplir las leyes.
Image captionEl consumo de marihuana se ha despenalizado en muchos lugares.
En años recientes, esa alianza se ha debilitado: la marihuana ha sido legalizada o despenalizada desde California hasta Canadá, de Austria a Uruguay.
Acalorados debates continúan en otros países. Si se va a imponer un costo a los productores de marihuana, ¿debería hacerse aplicando leyes contra la venta de marihuana o haciéndola legal y gravarla con un impuesto?
En Reino Unido, el Instituto de Asuntos Económicos, un centro que estudia el libre mercado, ha analizado las cifras sobre la demanda elástica de la marihuana.
Calcula que un impuesto de 30% erradicaría casi por completo el mercado negro, recaudaría casi US$1.000 millones para el gobierno y llevaría al consumo de drogas más seguras, de la misma manera que la derogación de la ley seca condujo a la producción de bebidas alcohólicas más seguras.
En la actualidad no es difícil encontrar economistas que se opongan a la prohibición de la marihuana: por lo menos cinco premios Nobel han hecho un llamado para poner fin a la «guerra contra las drogas», instando en su lugar a «políticas basadas en evidencia y sustentadas por rigurosos análisis económicos».
Naturalmente, esa evidencia se centra en la productividad. Algunos estudios concluyen que la marihuana afecta las funciones; otros no encuentran efecto alguno.
Un caso atípico y un poco improbable encontró que fumarse un «porro» proporcionaba un impulso a corto plazo a la producción horaria de trabajadores.
Uno se pregunta qué reacción tendría Irving Fisher a eso.
Hubo un día en que los bailes eran canteras de sindicalistas y la historia obligaba a crecer más deprisa. Entonces la revolución estaba en la boca de todos y Josefina Carpena-Amada (Barcelona, 1919 – Marsella, 2005), mejor conocida como Pepita Carpena, tenía claro que se entregaría a ella. Obrera en una fábrica textil desde los 12 años, se inició a la política de la mano de la CNT y se unió al movimiento Mujeres Libres en la época más turbulenta de la España contemporánea. Vivió el golpe de Estado, la barbarie del mayo de 1937, la Guerra Civil, la dictadura y el exilio. Siempre luchó. Lo hizo al lado de otras muchas mujeres casi invisibles para los anales, pero que lograron estrepitosos avances en igualdad peleando tanto dentro como fuera de casa. “Para ellas fue normal ir al frente, disparar balas, crear un grupo de más de 20.000 mujeres, luchar contra sus padres, la homofobia y el machismo”, resume Isabella Lorusso, que ha publicado en España el libro Mujeres en Lucha (Altamarea), 11 entrevistas realizadas a lo largo de 15 años a activistas españolas, mujeres feministas que vivieron la Guerra Civil y sus duras consecuencias en sus propias carnes.
Lorusso (Apulia, Italia, 52 años) recorrió kilómetros para dar con mujeres como Pepita Carpena, Teresa Rebull o Blanca Navarro y escribir el libro que le hubiera gustado encontrar cuando llegó a Barcelona en los años noventa. Entonces era una estudiante universitaria involucrada en el movimiento feminista y se apasionó por el POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista) y los movimientos izquierdistas de ese período. Rascó en la historia para encontrar a las mujeres republicanas que habían luchado con uñas y dientes durante el conflicto y de las que se perdió la memoria. Mujeres anarquistas, milicianas, marxistas o comunistas, de distintas ideologías pero con el mismo denominador común: hacer escuchar su voz. «No encontré el libro, encontré a la gente real», resume Lorusso en Madrid, donde ha presentado su obra.
Porque si la historia olvida a los perdedores, aún peor es la suerte de aquellos que son apartados dentro del mismo bando derrotado. Carpena admite en su entrevista con la autora, en 1997, que existían actitudes machistas dentro del movimiento, pese a que la Segunda República representó una de las máximas expresiones de igualdad de género de la época —reconoció el voto femenino y despenalizó el aborto, entre otras cosas—. Confiesa que lo más duro fue enfrentarse a sus propios compañeros, que tampoco entendían del todo —y llegaron a confundirlo con el libertinaje— el papel del grupo Mujeres Libres, nacido en el seno del anarcosindicalismo para lograr la liberación de las mujeres y la igualdad, y que llegó a tener más afiliados que el Partido Comunista en su momento más álgido.
«Ponían a los hombres ante una contradicción cotidiana, porque ellos mismos hablaban de cómo cambiar el mundo y luego volvían a casa y el mundo que hubieran podido cambiar no lo cambiaban», analiza la autora. Fue así que el choque entre guerra y revolución asumió otra dimensión, más oculta, que trascendía la lucha de clase y de la cual las mujeres fueron protagonistas involuntarias. “Como los estalinistas pensaban que antes había que ganar la guerra y después hacer la revolución, muchos hombres creían que si ganaban la revolución las mujeres automáticamente se liberarían, pero no era así. Fue también una revolución en casa”, continúa. “Había una discriminación dentro del mismo grupo y había que hacer la revolución al mismo tiempo”.
Esta discriminación acabó sin embargo por ser interiorizada por muchas de las mujeres militantes e hizo que Lorusso se enfrentara a un doble obstáculo: a las dificultades técnicas se sumó el hecho de que ellas mismas se restaban importancia. Teresa Carbó (Begur, 1908 – Le Soler, 2010), la última persona en ver con vida al dirigente del POUM Andreu Nin, es ejemplo de ello. Inicialmente rechazó la entrevista alegando que no tenía nada que contar. Lorusso la encontró en 2010, poco antes de que falleciera, en una residencia de mayores en Francia. Tenía 102 años, la mayoría de ellos pasados en el exilio.
Pepita Carpena.
Ni Carbó ni Carpena se definían feministas. Suceso Portales (Zahínos, 1904 – Sevilla, 1999), quien fue vicesecretaria de Mujeres Libres, explicaba que entonces eran las mujeres de clase media, sufragistas, quienes se apropiaron del término, y que en el movimiento anarcosindicalista preferían definirse femeninas. «A nosotras nos interesaban las mujeres que luchaban dentro y fuera de las paredes domésticas», dijo a la autora durante la entrevista. “Los compañeros no nos dieron elección y nosotras decidimos cambiar nuestras vidas antes de cambiar el mundo”. Para Lorusso, solo se trata de un tecnicismo: “Yo me defino feminista y considero que ellas eran mucho más feministas que yo”.
Ellas, mujeres ocultas en historias ocultas, lucharon con la escopeta al hombro, se organizaron, exigieron más derechos, estuvieron en la cárcel, ayudaron a sus compañeros y los vieron morir, abandonaron sus tierras y cruzaron la frontera cargando a sus hijos. “La libertad es para todos o no es”, señalaba a la autora Concha Pérez (Barcelona, 1915 – 2014), una de las pocas mujeres que combatieron en el frente durante la Guerra Civil.
De las mujeres que aparecen en el libro solo queda viva una, María Teresa Carbonell (Barcelona, 1926), antigua militante del POUM y presidenta de la Fundació Andreu Nin de Barcelona. Pero permanecen su legado y su lucha. Lorusso admite que no solo encontró barreras para reconstruir la memoria histórica de las entrevistadas, tampoco fue fácil hacer llegar su obra al gran público. “Hay que valorizarlas”, reflexiona. “Yo solo las entrevisté y escribí el libro que hubiera querido encontrar, un libro sobre el coraje del que nadie ha hablado».
El francés Henri Poincaré (1854-1912), es considerado uno de los mejores matemáticos de todos los tiempos. Trabajó en mecánica celeste, topología, relatividad y es considerado el fundador de la teoría del caos. También planteó la Conjetura de Poincaré, en 1904, un problema de topología que no fue resuelto hasta 2003 por Grigori Perelman.
Henri Poincaré había verificado cada paso de su argumento. Su prueba acaba de recibir un premio matemático de la Academia de Ciencias en Suecia.
Pero uno de los jueces planteó una pregunta sobre uno de los pasos y Poincaré se dio cuenta de que había cometido un grave error.
Ese alarmante error, sin embargo, llevó a Poincaré a realizar un descubrimiento matemático extraordinario.
Destellos
Henri Poincaré es uno de los gigantes de las matemáticas y uno de los genios de la historia. Además de matemático, fue astrónomo y físico teórico.
En este sentido, su enfoque de las matemáticas no era diferente al de Sir Isaac Newton 200 años antes.
Poincaré era un gran creyente en la «intuición matemática».
«Un científico digno de su nombre, sobre todo un matemático, experimenta en su trabajo la misma impresión que un artista; su placer es igual de grande y de la misma naturaleza», dijo.
Con su portentosa memoria, solía resolver los problemas completamente en su cabeza y, una vez resueltos, escribía rápidamente los resultados.
Sobre cómo llegó a la respuesta al reto que le había valido el premio de la Academia de las Ciencias contó:
«Todos los días me sentaba en mi mesa de trabajo, me quedaba una o dos horas, probaba una gran cantidad de combinaciones y sin obtener resultados«.
«Una noche, contrariamente a mi costumbre, me tomé un café y no pude dormir«.
«Las ideas se levantaron en las multitudes; las sentí colisionar hasta que se entrelazaron en pares, por así decirlo, formando una combinación estable. A la mañana siguiente solo tuve que escribir los resultados, lo que me llevó unas horas.
«El pensamiento es solo un destello entre dos largas noches, pero este destello lo es todo«.
Antes de que todo se tornara caótico…
En 1885, el Rey Oscar II de Suecia y Noruega decidió celebrar su 60 cumpleaños ofreciendo un premio matemático.
Tres matemáticos eminentes fueron convocados para elegir un desafío matemático apropiado y juzgar las respuestas.
Derechos de autor de la imagen GETTY IMAGESImage caption ¿Qué le regalas a un rey que lo tiene todo? La solución a un problema matemático.
La pregunta que plantearon fue: ¿podemos establecer matemáticamente si el Sistema Solar continuará girando como un reloj, o es posible que en algún momento futuro, la Tierra se salga de órbita y desaparezca de nuestro sistema planetario?
Cuando Poincaré comenzó a explorar y encontró que estaba entrando en un territorio matemático increíblemente difícil.
Para simplificar un poco las cosas, comenzó estudiando un sistema con solo dos planetas. Isaac Newton ya había demostrado que sus órbitas serían estables. A partir de ahí, pasó a analizar qué sucede cuando se agrega otro planeta a la ecuación.
El problema es que, tan pronto como tienes tres cuerpos en un sistema, la Tierra, la Luna y el Sol, por ejemplo, la cuestión de si sus órbitas son estables se vuelve muy complicada, tanto que ya había dejado perplejo al poderoso Newton.
«Considerar simultáneamente todas estas causas de movimiento y definir estos movimientos mediante leyes exactas que admitan el cálculo fácil excede, si no me equivoco, el poder de cualquier mente humana», escribió el físico y matemático británico.
Derechos de autor de la imagen GETTY IMAGESImage caption¿Cuán estable es el Sistema Solar?
Sin inmutarse, Poincaré se puso a trabajar. Y aunque no pudo descifrar el problema por completo, el documento que presentó sobre el llamado «problema de 3 cuerpos» fue más que suficientemente brillante para ganar el premio del rey Oscar.
«A partir de ese momento, el nombre de Henri Poincaré se hizo conocido por el público, que luego se acostumbró a considerar a nuestro colega ya no como un matemático de particular promesa sino como un gran erudito del que Francia tiene derecho a estar orgullosa», señaló matemático Gaston Darboux, entonces secretario permanente de la Academia Francesa de Ciencias.
Al borde del caos
Fue cuando se estaba por publicar la solución de Poincaré en una edición especial de la revista de la Real Academia Sueca de Ciencias, Acta Mathematica, que salió a la luz el error en su trabajo.
Poincaré telegrafió al presidente de los jueces Gösta Mittag-Leffler para contarle la mala noticia, con la esperanza de limitar el daño.
«Las consecuencias de este error son más serias de lo que pensé en un principio. No voy a ocultarte la angustia que este descubrimiento me ha causado (…) No sé si todavía pensarás que los resultados que quedan merecen la gran recompensa que les has otorgado. Te escribiré extensamente cuando pueda ver las cosas más claramente», decía el telegrama.
Además, trató de evitar que la revista se imprimiera: publicar un documento erróneo en honor del rey sería un desastre.
Derechos de autor de la imagenGETTY IMAGESImage caption El modelo simplificado lo llevó a cometer el error.
Mittag-Leffler estaba «extremadamente perplejo» al escuchar las noticias.
«No es que dude que tus escritos serán, en cualquier caso, considerados como la obra de un genio por la mayoría de los geómetras y que serán el punto de partida para todos los esfuerzos futuros en la mecánica celeste. Por lo tanto, no pienses que lamento haberle otorgado el premio», le contestó el matemático sueco.
«Pero lo terrible es que tu carta llegó demasiado tarde y su trabajo ya se ha distribuido», agregó.
La reputación de Mittag-Leffler estaba en juego por no haber recogido el error antes de que hubieran otorgado públicamente el premio a Poincaré.
«Por favor, no digas una palabra de esta historia lamentable a nadie. Te daré todos los detalles mañana», le pidió a su colega francés y pasí las siguientes semanas tratando de recuperar las copias impresas sin levantar sospechas sobre el embarazoso error.
Mittag-Leffler le sugirió a Poincare que pagara por la impresión de la versión original. Poincaré, que estaba mortificado, lo hizo, a pesar de que la cuenta llegó a más de 3.500 coronas, 1.000 más que el premio que había ganado originalmente.
El grave error de suponer
Como cualquier matemático diligente (o quizás obsesivo), Poincaré trató de corregir su error, de entender dónde y por qué se había equivocado.
Se dio cuenta que sencillamente no estaba bien aproximar de la forma que él había sugerido: su suposición de que un pequeño cambio en las condiciones iniciales resultaría en un pequeño cambio en el resultado era incorrecta.
Derechos de autor de la imagen GETTY IMAGESImage caption Por pequeña que sea una desviación en el sistema, el cambio puede ser inmenso.
«Poincaré fue capaz de demostrar que es posible tener un sistema que se puede definir de manera muy sencilla y, sin embargo, puede producir movimientos realmente muy complicados, que se pueden entender pero no predecir. Y esa es una desviación radical del estándar que se tenía hasta entonces», explica el matemático y astrónomo Carl Murray.
En 1890, Poincaré escribió un segundo documento extenso en el que explicaba su creencia de que pequeños cambios podrían hacer que un sistema aparentemente estable se descompense repentinamente.
Esas mariposas
Lo que Poincaré demostró, tras sobreponerse de la angustia, es que existen ciertos problemas en el mundo para los cuales las matemáticas no pueden predecir la solución.
Efectivamente: esa poderosa disciplina que muchos consideran como la reina de las ciencias tiene límites.
Es el llamado «efecto mariposa»: la noción de que una mariposa agitando sus alas hace pequeños cambios en la atmósfera que posiblemente podrían causar un tornado en Tokio.
Derechos de autor de la imagenSCIENCE PHOTO LIBRARYImage caption Probablemente hayas oído hablar de que el batir de alas de una delicada mariposa puede tener consecuencias colosales en algún lugar del mundo.
Fue el nacimiento de la teoría del caos, uno de los conceptos más importantes del siglo pasado y una nueva rama matemática que está en el corazón de muchos sistemas naturales, desde cómo la población de una determinada especie varía con el tiempo hasta el ritmo de tu corazón, desde el Sistema Solar hasta nuestro clima.
Una teoría que cambió nada menos que nuestra comprensión del Universo.
El caos es la partitura en la que está escrita la realidad*
El caos hace que predecir el futuro sea tremendamente difícil.
Eso no quiere decir que el caos sea la matemática de la aleatoriedad o la probabilidad. Un sistema caótico sigue estando controlado por estrictas ecuaciones matemáticas pero, y esa fue la gran sorpresa, un cambio muy pequeño en las condiciones iniciales puede conducir a resultados muy diferentes.
Y en caso de que todavía te estés preguntando lo mismo que el rey Oscar hace 134 años –¿Es estable nuestro Sistema Solar?-, recientes modelos de computador señalan que a pesar de miles de años de estabilidad, es «posible» que una pequeña perturbación causada por un asteroide rebelde sea suficiente para despedazar nuestro sistema planetario.
Pero los modelos de computadora no son matemáticas. Y, hasta el día de hoy, una solución puramente matemática a este problema sigue eludiéndonos.