Florence Nightingale, la enfermera revolucionaria

Grabado sobre Florence Nightingale en el hospital de Scutari durante la guerra de Crimea (Duncan1890 /Getty Images/iStockphoto)

Autora: Marta Ricart.

Fuente: La Vanguardia, 26/01/2020

Florence Nightingale es un caso peculiar: es una de las pocas mujeres que ya fue reconocida en su época y por su obra, como impulsora de la enfermería moderna. Por eso, es un símbolo feminista. En mayo se cumplirán los 200 años de su nacimiento.

Le pusieron el nombre de la ciudad donde nació, Florencia, pero era hija de una familia inglesa acaudalada y liberal para lo que era la época. Su abuelo materno, William Smith, fue un parlamentario cristiano disidente, abolicionista de la esclavitud y simpatizante de la revolución francesa y parece que su nieta heredó su espíritu revolucionario y su reformismo social.

Quería trabajar, algo inaudito entre las damas de su época

En ese tiempo, lasmujeres, o eran criadas o señoras o cogían los hábitos y Florence Nightingale no encajaba bien en ninguno de esos papeles, como señala Anna Ramió, especialista en historia de la enfermería, profesora en el campus de Sant Joan de Déu y vocal del Col.legi d’Infermeres de Barcelona (COIB). Nightingale fue educada más que muchas damas de su época y, a diferencia de la mayoría de ellas, se negó a casarse y dedicarse a una familia.

Solo con 17 años dijo haber vivido “una llamada de Dios para hacer el bien”, pero no ingresó en un convento. Quería trabajar de enfermera o educadora de pobres o delincuentes. Ella misma reconoció que entonces solo se trabajaba si eras una mujer pobre o viuda sin recursos.

Uno de los pocos retratos de Florence Nightingale
Uno de los pocos retratos de Florence Nightingale (HENRY HERING/WIKIMEDIA COMMONS)

Al regreso de un viaje por Grecia y Egipto visitó (según algunas fuentes, enfermó y fue atendida allí) el hospital luterano de Kaiserswerth, en Alemania, y conoció el trabajo de sus diaconisas (cuidadoras). Decidió volver allí para aprender, pese a la oposición familiar.

Poco después, asumió un cargo en un centro asistencial de mujeres en Londres y empezó a analizar la asistencia que prestaban hospitales de esa ciudad y de París. En 1854, gracias a su amistad con Sidney Herbert, secretario de Estado de Guerra, logró que la mandara al frente de un grupo de 38 enfermeras a la guerra de Crimea (1853-1856), que se libraba en el aún imperio otomano.

La prensa la idealizó como “la dama de la lámpara”

La prensa,como The Times, reseñaba las penosas condiciones de los soldados y en un artículo creó su leyenda como “la dama de la lámpara”, que durante la noche iba por el hospital británico en Scutari (hoy, una zona de Estambul) cuidando de los heridos y enfermos. Se elogió su figura de “ángel cuidador”, pero su verdadero papel fue organizador.

Siguiendo las corrientes higienistas de un incipiente concepto de salud pública que luego arraigaría en Gran Bretaña, cambió los hospitales militares: acabó con las camas compartidas por soldados vestidos con sus sucias ropas, consiguió ropa de cama, habilitó una lavandería, hizo alejar el vertedero y logró ventilar las salas y mejorar la alimentación de los enfermos. Había pocos medicamentos y morían más soldados de infecciones y epidemias que por heridas de guerra. Nightingale mantenía que mejorar las condiciones ayudaba al organismo a curarse, ideas que formulaba desde un poso más religioso que científico, pero eran acertadas.

Sus estudios mostraron que aumentaba la supervivencia. Por que, además, introdujo en los hospitales la epidemiología y la estadística (hacía gráficas, formularios sobre las causas de enfermedad y de muerte…), otro campo en el que fue pionera. Fue la primera mujer admitida en la Royal Statistical Society británica, aunque no consiguió que se abriera una cátedra de estadística en la Universidad de Oxford.

Florence Nightingale, dentro del monumento a los héroes de la guerra de Crimea en Londres
Florence Nightingale, dentro del monumento a los héroes de la guerra de Crimea en Londres (GETTY IMAGES/ISTOCKPHOTO)

Peleó con militares, funcionarios gubernamentales y médicos. Ella criticaba su ineficacia y mala preparación y ellos tampoco tenían buena opinión de esa mujer que se metía en sus asuntos. Pero estando en Crimea ya se hizo muy conocida, se la homenajeó y se creó el Fondo Nightingale para formar a enfermeras, lo que le permitió seguir haciendo estudios, informes, teorizando sobre cómo mejorar los hospitales, la asistencia en India, la enfermería… Por ejemplo, influyó para que en 1860 se creara la primera escuela de Medicina Militar del Reino Unido.

En 1860 abrió una escuela de entrenamiento de enfermeras en el hospital Saint Thomas (hoy es la Escuela Florence Nightingale de Enfermería y Ccomadronas). Su escrito Notas sobre enfermería, qué es y qué no es (1859) se considera el primer plan de estudios de enfermería. A ella se debe también el código ético de la profesión y la mejora de la enfermería que atendía a domicilio, que se considera el primer paso del futuro Instituto Nacional de Salud británico. Su formación se exportó a otros países, desde India hasta Australia y Estados Unidos.

En 1860 creo la primera escuela de enfermeras

Pese a que poco después del regreso de Crimea empezó a sufrir problemas de salud (hoy se cree que pudo padecer un trastorno neurológico), se mantuvo activa incluso durante unos años que estuvo en cama. Murió a los 90 años (1910). Al parecer, su familia rechazó que se la enterrara en Westminster, donde reposaría junto a personalidades como Newton, Dickens, David Livingstone, Rudyard Kipling…

Su figura ha sido a veces de heroína romántica y se le dedicaron hasta poesías y pinturas (y estatuas y se le hizo biografías aún en vida). En el otro extremo, hay quien la ha tildado de beata, de ignorante (por negar los “gérmenes contagiosos”), se le ha criticado que no creyera en las aptitudes de las mujeres, en su profesionalidad (era contraria a una titulación y registro de enfermeras) o que pudieran votar.

Sus puntos de vista pueden parecer contradictorios, porque veía la atención a los enfermos desde un enfoque humanitario pero, por ejemplo, hizo que se pagara a las enfermeras y se opuso a que este trabajo lo hicieran las órdenes religiosas, como solía ocurrir en los países católicos. Ramió recuerda que en ese tiempo, ya se había implantado el anglicanismo y corrientes protestantes.

Anna Ramió apunta que, para ser justos con Florence Nightingale, hay que verla en la perspectiva de su tiempo. En esa Inglaterra victoriana rompió esquemas. “Desde luego, es de las pocas mujeres que salen en los libros de historia (al menos en los ingleses)”, comenta, aludiendo a que hay pocas figuras femeninas históricas reconocidas más allá de las reinas. Y, en ensayos suyos como Cassandra se lamenta que las mujeres eran tratadas como incapaces y reivindica que reciban una educación más amplia y puedan aplicarla, explicaba en un artículo para la UNESCO en 1998 Alex Attewell, director entonces del museo dedicado a la pionera de la enfermería.

Ramió defiende que hay que ver su figura en la perspectiva de su época

Ramió destaca que Nightingale dio visibilidad a los cuidados a enfermos y, al estandarizar la formación, los profesionalizó. En 1887 ya habían salido de la escuela Nightingale 520 enfermeras y sus ex alumnas dirigían la enfermería de 42 hospitales. Henri Dunant reconoció que le inspiró para crear la Cruz Roja (1863) y la misma Florence fue una de las impulsoras de la filial británica de la organización. Fue una mujer peculiar, por suerte, no la única de su tiempo: al parecer, en su círculo de conocidos estuvo la hija de lord Byron, hoy más conocida como Ada Lovelace, pionera de la programación informática.

El 2020 ha sido declarado Año Internacional de la Enfermera y la Comadrona por la Organización Mundial de la Salut (OMS), en el bicentenario de Nightingale, y se le rendirá tributo. En Barcelona, el COIB, junto a la Universitat de Barcelona y el hospital Clínic, preparan una exposición para mayo sobre la historia de la enfermería.

Una microhistoria del fascismo: la defensa del fascista Telesio Interlandi

 Leonardo Sciascia

Autor: Javier Gimeno.

Fuente: Nueva Tribuna 25/01/2020

“El fascismo constituye una enfermedad moral, un morbo contemporáneo esparcido por todos los lugares del mundo”.Benedetto Croce

El 25 de abril de 1945 y tras años de lucha contra el fascismo, la movilización popular logró acabar con la llamada República Social italiana de Benito Mussolini y éste fue ejecutado públicamente en una plaza de Roma. El periodista Telesio Interlandi [1], brazo derecho del Duce, dirigió por encargo suyo las principales publicaciones del fascio italiano, como el periódico Il Tevereo las revistas Quadrivio y La difesa della razza. Esta última era la más influyente, especialmente querida por el dictador, por ser el órgano propagandístico en Italia del nacionalsocialismo como arma ideológica para fundar el racismo italiano, cuyo principal teórico y mentor no era otro que el propio Telesio Interlandi.

Una vez derrotado el régimen faccioso, cientos de partisanos se lanzaron a las calles a perseguir y fusilar sin juicio a cuantos fascistas se toparan. Telesio Interlandi tuvo la inmensa fortuna de salvar su vida gracias a su detención junto con su hijo Cesare. Fortuna que vio colmada con la aparición del abogado socialista Enzo Paroli, cuya calidad ética y humana le llevó no sólo a ejercer su defensa en el juicio correspondiente sino también a arriesgar su vida y la de su familia escondiendo en su casa a Interlandi y a su hijo para librarles de la ira partisana.

Antes de decidir su defensa, el abogado quería conocer de su propia voz el pensamiento de Interlandi y para ello fue a visitarle a la cárcel. Enzo Paroli rechazaba el viejo maniqueísmo que de forma simplista divide a los hombres en dos bloques monolíticos y cerrados: el de los buenos y el de los malos, de modo tal que quienes pertenecen a uno jamás pueden recibir influencias del otro ni mucho menos abandonar el que le corresponde para pasarse al contrario. Paroli entendía que ambos bandos son perfectamente permeables y por consiguiente no resulta extraño que existan hombres a caballo entre uno y otro como algo consustancial a la naturaleza humana donde existe el bien y el mal en diferentes grados. Como hombre, el abogado se consideraba ejemplo de ello.

Tal vez por eso el abogado decidió asumir la defensa de aquel individuo, acaso porque la vida nos demanda a todos, justamente, la necesidad de vivir y de afirmar la propia vida en sí misma. También a los seres dominados por la vileza y la ignominia como el que tenía delante

“La historia humana es el pensamiento de Dios sobre la tierra de los hombres”, sostenía Interlandi, para quien Roma es una “fórmula divina a la que se tiende universalmente sin tener conciencia de ello”. Esta idea era nueva y antigua a la vez porque era la idea de la Nación y de la Patria con mayúsculas. Para el fascismo genuino, la Nación y la Patria se sustentaban en Roma como “fórmula divina a la que universalmente se tiende, el nuevo esplendor que busca aflorar entre las miles de miserias del mundo actual para dar a la criatura humana una patria menos ingrata”. Ello bajo la incuestionable idea de Dios como encarnación de la única Verdad reveladora de la identidad del espíritu que sustenta a la Raza Superior, la cual se sustancia en una “certeza absoluta, rotunda… la única capaz de dar sentido a las cosas, a la vida de un pueblo… liberadora de aquello que anhela perturbar la perfección de la ley que la rige, la absoluta perfección interna de cada idea verdadera y el orden que irremediablemente se desprende de ella”.

Para el fascista el mundo gravitaba con una indiferencia enorme y soberana que había combatido toda su vida, “la indiferencia de los débiles y necios, la perezosa y simulada mansedumbre de los temerosos y de los eternos indecisos”. Indiferencia y mansedumbre contra las que él mismo desde las páginas de sus publicaciones se había rebelado con firmeza removiendo la conciencia de los inertes y persuadiendo a los comedidos, de todos los incrédulos de la grandeza de la Patria, de la nueva Italia, del proyecto antiguo y siempre nuevo del Duce.

Interlandi estaba convencido de que los judíos se han comportado desde sus orígenes como una sola nación siempre agazapada e infiltrada en otras naciones, en especial, la germánica y la italiana, apoderándose de sus instituciones, de sus organizaciones sociales, de sus gobiernos, con afán de enriquecerse y controlar la economía para su uso exclusivo. Comportamiento que de siempre ha venido aparejado,a juicio del fascista, de un soberano desprecio a la hospitalidad de aquellas naciones que les han acogido.

“Había que acabar con eso de una vez por todas, ponerlos en posición de no hacer daño a la nación que delante de todos tenían el valor de llamar patria pero a la que estaban chupando la sangre como vampiros”, le explicaba Interlandi al abogado.Tras escucharle, éste se convenció de que en su intelecto y en su alma ese hombre portaba el mal en su sentido más profundo. Persuadido de que el pueblo judío era el pueblo más despreciable de la tierra y de que la raza a la que pertenecían era inferior –algo que nunca dejó de predicar durante años en las publicaciones fascistas que había dirigido-, el intelectual faccioso expresaba la firme convicción de su exterminio.

Sorprendió al abogado la existencia en ese hombre de una inteligencia constituida coherentemente, con lucidez, en un instrumento de abyección. Y comprendió que la posesión de un intelecto brillante no bastaba para inclinarse al mal y a la perversión. Se requería poseer, además, una suerte de lo que él llamaba “suplemento del alma”, un sentimiento recóndito en lo más profundo del alma humana que quien lo posee deja traslucir la verdad y el bien. Y también la piedad que inspira la compasión hacia un hombre a punto de ser condenado, y acaso, de morir. Y era justamente ese suplemento del alma lo que el Duce, Interlandi y todos los teóricos del fascismo en todas sus variantes se han empeñado –y continúan a día de hoy- en erradicar. Obviamente, aquéllos jamás han experimentado la debilidad que subyace en la compasión ante un hombre indefenso. Paroli, en cambio, se compadecía de su propio miedo y del pensamiento de quien tenía en frente y de lo que había provocado: la sed de venganza, la violencia agazapada en las miradas, en el lenguaje, en cualquier rincón; el “exilio de la razón”.

Se preguntaba Paroli si su alma dispondría de ese suplemento, no hallando respuesta. Sin embargo, decidió acometer la defensa de aquel individuo, quizá porque la vida nos demanda a todos, justamente, la necesidad de vivir y de afirmar la propia vida en sí misma. También a los seres dominados por la vileza y la ignominia como el que tenía delante, cuyos argumentos en defensa del exterminio de una raza inferior, y en consecuencia, de todas las otras razas igualmente inferiores, podrían convencer a cualquiera cuya alma no estuviera en posesión del suplemento antes aludido.

Paroli era consciente de que su defendido no había cometido en puridad ningún delito. Y sin embargo, fue el autor intelectual de las premisas ideológicas de las cámaras de gas que los nazis implantaron. No tuvo que deportar a nadie a los campos de exterminio –sin cuyas teorías tampoco habrían existido– pero había difundido pensamientos asesinos sin haber matado a ninguna persona con sus propias manos aunque sí con el arma más poderosa que tenemos: el pensamiento. Con sus ideas, Interlandi había provocado uno de los mayores, si no el mayor horror de la humanidad en su historia:“Usted ha contribuido, le decía Paroli, a que se consumase posiblemente el peor de los crímenes: ¡que haya razas y no hombres!… Desde ese punto de vista usted es indefendible… Sin embargo, su presencia aquí… representa para mí la prueba máxima de mi existencia, de mi honor como hombre… Salvarle a usted es salvarme a mí mismo”.

Tal vez por eso el abogado decidió asumir la defensa de aquel individuo, acaso porque la vida nos demanda a todos, justamente, la necesidad de vivir y de afirmar la propia vida en sí misma. También a los seres dominados por la vileza y la ignominia como el que tenía delante.

Enzo Paroli tuvo que sopesar todos los riesgos que enfrentaba al asumir la defensa. El primero, obviamente, era el que corría él y su familia de ser agredidos o asesinados por grupos de partisanos en cuanto se extendiera la voz de que iba a ser el abogado defensor de un fascista, y no de uno cualquiera. Como ocurría no pocas veces en situaciones semejantes, cuando caía un régimen desaparecían por arte de magia sus partidarios, y de la noche a la mañana todo el mundo se convertía en fiel seguidor del nuevo sistema. “Los peores enemigos son siempre los semejantes, los que forman en la misma fila”, pensaba Paroli. Es lo que estaba sucediendo en Italia nada más desaparecer el régimen de Mussolini.

Como ha recordado el filósofo Enzo Traverso, el antifascismo se convirtió en una suerte de religión civil en su afán de practicar la violencia revolucionaria contra cualquier sospechoso de fascista. Esa práctica ignominiosa que Passolini describió en una colección de sus ensayos recién publicada en Italia como el fascismo de los antifascistas[ii]. Ideas nobles como las que poseen argumentos sólidos que refutan los fundamentos de una ideología execrable pueden llegar a convertirse en su justificación por quienes las malinterpretan o tergiversan. Ejemplos los hallamos en las quemas de iglesias o persecuciones y asesinatos sin juicio de curas y monjas o de individuos adeptos –o tan sólo sospechosos sin pruebas de adepción- a los sublevados de la II República española.

En determinadas ocasiones, pensaba el abogado, la vida nos enfrenta a nuestras propias contradicciones, nos llama a ser nosotros mismos o a repudiarnos para siempre. Recordaba El entierro del conde de Orgaz que contempló en Toledo, la “gran serenidad y equilibrio de gesto” de la muerte expresada en su rostro ya cadavérico y en todos los caballeros que acompañaban su cuerpo. Y en ese momento pensaba que “es la muerte la que confiere dignidad a la vida: por qué se muere, por quién se muere”.

Dios, Nación, Patria, Raza Superior, Fórmula Divina, Idea Verdadera, Nuevo Esplendor, Verdad Reveladora, Certeza Absoluta, Absoluta Perfección, Orden, indiferencia de los débiles y necios, mansedumbre de los temerosos, de los pusilánimes y eternos indecisos. Mimbres que conforman las señas de identidad del fascismo, ideas fuerza argumentales de la raza superior frente a la raza inferior: la judía. Como bien sabemos, el fascismo se reproduce adaptando su lenguaje a la coyuntura de cada época y de cada lugar. Sustituyamos Nación o Patria por España, Francia, Alemania, Italia…; cambiemos Raza Superior o Absoluta Perfección por Españoles, Franceses, Alemanes, Italianos… también con mayúscula; en lugar de raza inferior estemos atentos para oír hablar de inmigrantes y pobres;si antes hablaban de desorden hoy hablan de dictadura progre; los que entonces eran débiles, necios, pusilánimes o eternos indecisos hoy son homosexuales, lesbianas, transexuales,ideología de género;frente al adoctrinamiento ideológico de populistas, comunistas y bolivarianos escucharemos a Dios, su Verdad Reveladora, la Fórmula Divina, el Pin Parental.

[i]Texto inspirado en la novela corta del escritor y juez italiano Vincenzo Vitale publicada en España con el título «En esta noche del tiempo» por El Perro Malo/Laertes, 2019. La idea inicial era de Leonardo Sciascia pero su enfermedad le impidió escribirla y poco antes de su muerte se la encargó a su íntimo amigo Vincenzo Vitale. Es de agradecer la labor que desempeñan pequeñas editoriales difundiendo obras de autores desconocidos en nuestro país, como la que hace El Perro Malo/Laertes de la mano de su editor Paco Carvajal. La introducción, traducción y entrevista que realiza Manuel Carreras al autor son también dignas de reconocimiento.

[ii] Colección de ensayos publicados en Italia en 2018 por la editorial Garzanti Classici. No existe edición española.

La verdadera historia de Ramón Mercader, el asesino de Trotsky

Ramón Mercader, tras haber asesinado a Trotsky, en una foto de archivo. (Cordon Press)

Autor: ÁLVARO VAN DEN BRULE

Fuente: El Confidencial 04/01/2020

«Cada cosa que amas, es muy probable que la pierdas, pero al final, el amor volverá de una forma diferente“.

Kafka y la Muñeca… la omnipresencia de la pérdida.

En medio de la canícula veraniega de un asfixiante verano del año 1940, en la entonces pequeña ciudad de Coyoacán, hoy barrio bohemio, alcaldía o distrito plenamente integrado en la mega urbe que es la capital mejicana; mientras en Europa los nazis reventaban la historia, un acontecimiento largamente orquestado en una inmensa mesa de pino en el Kremlin, fosilizaría el devenir de un formato de comunismo más dinámico y adecuado a las realidades del porvenir. Era un 21 de agosto y nada anticipaba que fuera a ocurrir algo tan brutal y decisivo en las entrañas de una ideología revolucionaria que a su vez, aniquilaría al más brillante y probablemente avanzado de sus líderes.

Ramón Mercader, en un retrato fotográfico de la época. (Wikipedia)
Ramón Mercader, en un retrato fotográfico de la época. (Wikipedia)

El hombre que había dado la orden en Moscú, tenía un mostacho muy poblado, más si cabe, que otro iluminado que a su vez, conspiraba a lo grande liderando otra dictadura inhumana y salvaje; uno se llamaba Iosif, y el otro Adolph. El del bigote grande, era una bestia de atar, el otro, el del bigotito rectangular y flequillo acrata era un poco más fino pero ambos, igual de alucinados. Aún hoy en día se debate si entre ambos se llevaron por delante cien millones de muertos entre los caídos en el conflicto que supuso la II Guerra Mundial incluyendo obviamente las hambrunas y deportaciones masivas que se produjeron posteriormente. La crueldad más insólita subiría al pedestal del horror hasta hacerse indesalojable.

Un 21 de agosto un comunista catalán selló de manera abrupta el acto por el que ha sido recordado hasta el día de hoy, el asesinato de León Trotsky. Un revolucionario que llegó a liderar el ejército rojo y que años más tarde, caería en desgracia firmando su sentencia de muerte a manos de un ángel exterminador venido del este. El enviado de Moscú era un agente de la NKVD, precursora de la que posteriormente daría en llamarse la KGB, una de las agencias de inteligencia más dinámicas y efectivas en el mundo del espionaje.

Desde la muerte de Lenin, las depuraciones llevadas a cabo por Stalin dejaron la cúpula del PC ruso como una Tabula Rasa, no quedó vivo ni el Tato

Ramón Mercader era hijo de una revolucionaria criado en el caldo de un ambiente burgués en el que al parecer el tema de la levedad del ser creaba legiones de aburridos que eran fácilmente presa de cualquier viento ideológico asociado al cambio del orden establecido. Este héroe de la Unión Soviética, más tarde olvidado en una cárcel mejicana durante años, sería el ejecutor físico de la probablemente mente más brillante de una revolución que ilusionó y decepcionó a partes iguales a cientos de millones de seguidores.

«El Tirano Rojo»

Mercader formó parte de varios grupos de ideología marxista y presa de sus filias comunistas, participaría activamente en los prolegómenos de la Guerra Civil Española. Tras su breve participación en la contienda nacional se le perdería el rastro una vez abandonada España en dirección a la Unión Soviética donde sería adiestrado en un centro de élite para una misión altamente confidencial. Un tiempo más tarde, sería enviado a Francia con objeto de entrar en contacto con elementos próximos al entorno de León Trotsky, ya caído en desgracia desde las purgas efectuadas en 1929 por el “Tirano Rojo”. El cuestionado líder revisionista, un judío comunista de origen ucraniano acabaría sus días plácidamente en México, país donde se rodearía de intelectuales y artistas de la categoría de Diego Rivera o la malograda Frida Kahlo. Desde este país, el que fue mano derecha de Lenin, se convertiría en toda una celebridad mundial al organizar la «Cuarta Internacional» para hacer frente al tirano georgiano.

El antiguo líder soviético era consciente de que estaba en la lista negra del brutal Stalin y en consecuencia sabía que su vida pendía de un hilo


Ya instalados en mayo de 1937, en Estados Unidos una Comisión de Investigación de cargos hechos contra León Trotsky en los Juicios de Moscú tras la Gran Purga, conocida como la «Comisión Dewey», tuvo como objetivo limpiar el nombre de Trotsky. Desde la muerte de Lenin, se puede decir sin ambages que las sucesivas depuraciones llevadas por Stalin (antes de la Gran Guerra Patria o II Guerra Mundial) dejaron la cúpula del PC ruso como una Tabula Rasa, no quedó vivo ni el Tato. Se calcula que antes de la invasión nazi este monstruo humano se había cepillado a más de cinco millones de rusos a través de ejecuciones sumarias, muertes por tortura y/o locura, suicidios simulados, y por supuesto, además, el siempre socorrido Gulag, expeditivos campos de exterminio donde los esclavos de aquella brutal tiranía caían como moscas.

Con la idea de integrarse en el círculo íntimo del antiguo dirigente, Mercader adoptaría multitud de identidades. Su vasta cultura y dominio de idiomas añadirían una carta clave en el acercamiento a su siniestro objetivo. Durante su estancia en París, hizo amistad con Sylvia Ageloff, una militante trotskista norteamericana que le acercaría si cabe más, a su destino como verdugo de aquel sentenciado.

Una misión definitiva

Mercader, que era un caballero español clásico, se preocupaba por Sylvia y de forma natural una cosa llevó a la otra y se enamoraron. La relación del español con la agente francesa afín al trotskismo sería determinante en su aproximación a la misión encomendada por Stalin en 1939, esto es, el asesinato de Trotsky. El antiguo líder soviético era muy consciente de que estaba en la lista negra del brutal Stalin y en consecuencia sabía que su vida pendía de un hilo. Además, meses antes había tenido que enfrentarse a un atentado fallido encabezado por el pro estalinista David Alfaro Siqueiros y una decena de pistoleros que dejaron un mosaico de más de trescientas balas en la fachada de la villa. Tras este fallido, se incrementarían notablemente las medidas de vigilancia en la villa ocupada por Trotsky.

HÉCTOR G. BARNÉS. Lenin, Trotski y Stalin bebiendo cerveza en los bares de Londres: que pasó de verdad. Aún pueden visitarse los vestigios del paso de los principales cabecillas de la revolución rusa en la gran urbe del capitalismo. Encuentros entre birras que cambiaron la historia

Las medidas de vigilancia, controles diarios y dificultades de diferente índole en el intento para acabar con la vida del purgado bolchevique, llevaron a Mercader al delirio de plantearse presa de la frustración, a contratar a un piloto civil norteamericano con el claro propósito de bombardear la vivienda del ex líder de la Revolución Rusa y acabar por las bravas con el tema que se traía entre manos.

Finalmente llegó el día fatídico del 20 de agosto de 1940 cuando el catalán llevó a cabo su misión. Tras arrearle en un momento de sorpresa con un piolet y una fuerte dosis de saña sin contemplaciones, dejaría a Trotsky sumido en profundas reflexiones. Milagrosamente, el revolucionario no solo no fallecería en aquel trágico día, el caso es que ni siquiera perdió el conocimiento. Un día después, el otrora líder revolucionario, ideólogo de la reforma permanente del sistema político que junto con Lenin y Stalin pondrían a Rusia en el mapa de los grandes acontecimientos históricos, acabaría, víctima de las durísimas lesiones recibidas con un severo derrame endocraneal irreversible.

Mercader, aquel romántico teniente republicano, pasó sus últimos años en Cuba, amable siempre con los visitantes, pero no con su pueblo

Aunque se recurrió a la respiración artificial a través del oxígeno y en última instancia a una trepanación, los galenos, que lo dieron todo para salvar a aquel que proponía el único atisbo de amejoramiento de una doctrina jibara enclaustrada en una clara carencia de motilidad ideológica casi hermética; no pudieron sacar adelante al que podría haber representado una izquierda más evolutiva y adaptable a entornos y retos cambiantes.

Mercader sería arrestado ‘in situ’ pasando a ser huésped durante años en una cárcel de la Ciudad de México. Stalin organizaría una misión para liberar al catalán, pero las enormes dificultades en la ejecución de la misma, no permitirían llevarla a cabo. Su estancia en presidio le permitiría tener una holgada economía que por lógica, alivió enormemente su estancia en aquel mísero lugar. Reconocido en una ceremonia secreta como «Héroe de la Unión Soviética», la más alta condecoración del régimen comunista, cambiaría su nombre por el de Ramón López para eludir la atención mediática.

Ramón Mercader durante su arresto. (Wikipedia)
Ramón Mercader durante su arresto. (Wikipedia)

A la muerte de Stalin, cuando la primavera se esbozaba, uno de los mayores monstruos de la humanidad moriría también de hemorragia cerebral en el año de 1953. Ironías del destino. El revisionismo de Nikita Krushev (Nikita y Iósif no hacían manitas) condenó al ostracismo a aquel que obtendría la más alta distinción de la Unión Soviética. Mercader, aquel romántico teniente republicano que combatió otra de las grandes lacras del siglo XX durante nuestra tragedia del 1936, pasó sus años postreros en esa Cuba, amable siempre con los visitantes que no con su pueblo. Los restos del héroe – asesino serían repatriados para pervivir enterrados en la extinta Unión Soviética, país por el que había dado la vida.

La rebelión de Riego: el Año Nuevo que agitó la historia de España

Proclamación de la Constitución de Cádiz en la plaza mayor de Madrid, en marzo de 1820.

Autor: AGUSTÍN MONZÓN 

Fuente: El independiente. 31/12/2019

Una rebelión de «cuatro facciosos» condenada al fracaso. Al general Francisco Javier de Elío la noticia de la sublevación de varios batallones del Ejército acantonado en Andalucía para marchar hacia América no pareció preocuparle en exceso.

Al fin y al cabo, el que se había erigido en uno de los principales baluartes del absolutismo de Fernando VII ya había tenido que enfrentarse en los últimos años a diversos pronunciamientos que habían resultado desbaratados sin excesivos problemas.

Y lo cierto es que el iniciado en Las Cabezas de San Juan el día de Año Nuevo de 1820 no parecía destinado a correr mejor suerte. Transcurridas varias jornadas desde el levantamiento, las fuerzas sublevadas aparecían recluidas en la isla de León, carentes de iniciativa tras el fracaso de su asalto a Cádiz. Como describe el prestigioso hispanista Raymond Carr, la revolución «quedó en sedición militar y parecía destinada a morir de muerte natural».

El fracaso de los sublevados en la toma de Cádiz parecía condenar al fracaso el golpe

Aquella situación debió causar una gran desazón en el coronel del Riego. Él había completado a la perfección la misión que se le había encomendado. A las nueve de la mañana del día de Año Nuevo había formado a sus hombres en la plaza mayor de la localidad sevillana de Las Cabezas de San Juan para exhortarles a alzarse en armas contra el despotismo y por la libertad y los derechos de la nación.

«Desde este momento, la sabia Constitución española […] vuelve a regir en toda su fuerza y vigor en toda la Nación Española», proclamó. Y tras instaurar allí el nuevo orden, partió con los batallones de Asturias y Sevilla hacia Arcos, donde ejecutó el arresto de los principales dirigentes del Ejército expedicionario, incluido su general en jefe, Félix María Callejón, conde de Calderón.

Riego había recibido las últimas instrucciones para llevar adelante aquel plan durante los últimos días de 1819. En la noche del 27 al 28 de diciembre, había mantenido una reunión para perfilar los últimos detalles de la rebelión, con dos de sus principales promotores, Antonio Alcalá Galiano y Juan Álvarez Mendizábal, dos jóvenes de ideas liberales que en las décadas siguientes desempeñarían un papel principal en la historia política de España.

Historia de la bandera de España.

Aquellos hombres habían encontrado en las tropas concentradas en los alrededores de Cádiz para ser enviadas a Ultramar un ambiente propicio para poner en marcha sus planes de reavivar el espíritu del liberalismo que había alumbrado la Constitución de 1812 y que había sido aplastado por Fernando VII a su regreso a España en 1814, con la intención de restaurar el poder absoluto de la monarquía.

Pero el absolutismo se había mostrado incapaz, desde entonces, de dar respuesta a los desafíos de un régimen inadecuado para contener la rebelión de las provincias de Ultramar y reactivar una economía paralizada por la caída de los flujos de plata de América.

Como explica, Raúl Pérez López-Portillo en La España de Riego (Silex, 2005), el régimen absolutista era inviable desde la misma base, sobre todo por la pérdida de las colonias americanas, «y resultaba políticamente sin futuro incluso en la reaccionaria Europa de la restauración posnapoleónica».

A esto, las tropas añadían el malestar por sus poco confortables condiciones de vida, mientras aguardaban una misión que generaba escaso entusiasmo y que, en cualquier caso, se iba dilantando de forma persistente.

Las ideas revolucionarias germinaban en unas tropas molestas con su envío a América

Por eso no es de extrañar la alegría con la que recibieron las tropas de Riego aquel mensaje del 1 de enero. «Los oficiales y soldados prorrumpen en alegres vivas y aplauden con el mayor entusiasmo la decisión y arrojo de su comandante; unos y otros juran obedecerle constantemente, seguirle a donde quiera guiarlos, y derramar toda su sangre en defensa del sagrado código proclamado. Todo es júbilo y asombro en Las Cabezas desde aquel momento: la alegría y efusión de corazón reina en los soldados; sobre el pueblo cae un pasmo profundo, que le obliga a admirarlos en silencio», explica Fernando Miranda, uno de los militares testigos de aquel episodio.

El éxito de Riego no tendría, sin embargo, refrendo en la que se articulaba como uno de los movimientos esenciales de la sublevación: la toma de Cádiz, que había sido encomendada al general Antonio Quiroga. En La España de Fernando VII (RBA, 2005), Miguel Artola explica que Quiroga inició su movimiento con un día de retraso y sin la premura necesaria, lo que dio tiempo a las autoridades de Cádiz de prepararse para frenar el asalto.

Este fue el escenario que se encontró Riego al reunirse con sus compañeros de sublevación en la isla de León el 7 de enero. Pero el militar asturiano no estaba dispuesto a ceder al desánimo.

«Lo más difícil de la obra ya está hecho, el valor no nos faltó al principio; yo confío en que tampoco nos abandonará hasta verla terminada. Quizás se opongan a nuestros designios los poderosos de la Tierra; pero sus huestes ¿podrán hacernos vacilar?… no. Desafiaremos el poder de los tiranos, que está fundado en la violencia; el nuestro lo está en la razón y en la justicia», exhortó a sus hombres antes de realizar nuevos intentos, frustrados, de apoderarse de Cádiz.

Respuesta débil

Mientras tanto, el Gobierno de Fernando VII articulaba una respuesta tibia al desafío de aquellos militares, evidenciando su confianza en que el movimiento se apagaría por sí mismo.

En cualquier caso, la proximidad de las tropas realistas convenció a Riego de la necesidad de dar un nuevo impulso a la sublevación y el 27 de enero parte de la isla de León, acompañado de 1.500 hombres, con la misión de recorrer las ciudades de alrededor en busca de nuevos apoyos a la sublevación.

Durante 40 días Riego recorre casi 1.000 kilómetros tratando de extender la rebelión por Andalucía

A lo largo de los siguientes 40 días, Riego y sus hombres recorrerán alrededor de un millar de kilómetros, primero por las costas de Cádiz y Málaga, y posteriormente por las localidades del interior, proclamando la Constitución, ante la indiferencia de la mayor parte de la población, y la inacción del general José O’Donnell, quien al mando de las fuerzas destinadas para sofocar aquel movimiento, apenas se anima a buscar el enfrentamiento directo.

El religioso Juan Escoiquiz lamentaría aquella falta de contundencia, que no venía a mostrar sino las debilidades del régimen y la falta de confianza de los militares realistas en sus tropas. «Nadie puede comprender cómo teniendo el general Freire un ejército, que entre infantería y caballería no puede bajar, sin contar la guarnición de Cádiz, de veinte y cuatro mil hombres, se están burlando hace más de quince días dos mil rebeldes sin caballería de todas sus fuerzas, paseándose tranquilamente a su vista, por llano y por sierra…».

Pero las escasas refriegas a las que tuvieron que hacer frente y las penalidades de una marcha que apenas ofrecía resultados fueron haciendo decaer los ánimos en la expedición de Riego, que iba perdiendo efectivos día tras día. Ni siquiera la creación de un himno -el que pasará a la historia como Himno de Riego- destinado a infundir nuevos ánimos a la tropa lograría detener las deserciones.

Cuando llega a Córdoba, el 7 de marzo, apenas le acompañan ya 300 hombres, y el militar asturiano tenía decidido ya dirigirse hacia la frontera portuguesa, con intención de marchar al exilio.

Riego apenas tenía idea entonces de que, durante su largo recorrido por tierras andaluzas, en otras ciudades del reino había ido prendiendo su ejemplo, dando un nuevo brío a la revolución. Primero fue La Coruña, donde un grupo de elementos civiles y militares, dirigidos por el coronel Félix María Álvarez Acevedo, proclamó la Constitución el 21 de febrero.

Desde los últimos días de febrero, la rebelión se fue extendiendo por distintas ciudades de España

Dos días después, aquel movimiento se había extendido a otras localidades de Galicia (Ferrol, Vigo…) y en las jornadas sucesivas, al resto de la región. Mientras tanto, Oviedo y Murcia, a finales de febrero, y Zaragoza, Tarragona, Segovia, Barcelona o Pamplona, a comienzos de marzo, también se sumaron a la sublevación.

Las noticias de aquella secuencia de levantamientos no tardaron en generar alarma en la Corte de Fernando VII. El rey y sus consejeros aún intentaron aplacar la subversión ofreciendo una serie de reformas que, indudablemente, llegaban tarde y quedaban muy lejos de las aspiraciones de los sublevados.

El día 4 de marzo, el conde de La Bisbal, Enrique José O’Donnell (hermano del que perseguía a Riego por Andalucía), enviado al frente de un destacamento para enfrentarse a los sublevados, se pronunció a favor de la Constitución en la localidad de Ocaña. Y poco después, el general Francisco López Ballesteros, nombrado jefe del Ejército del Centro, advertía al rey de que no podía confiar plenamente en la lealtad de la guarnición madrileña.

La sensación de falta de apoyos y la creciente presión que se respiraba en las calles de Madrid llevarían a Fernando VII a decidirse a firmar la Constitución que él mismo había anulado seis años antes.

La revolución de 1868: Cuando España clamó "¡abajo los Borbones!".
Cuando España clamó por primera vez «¡abajo los Borbones!»
De repente, tras las barricadas que se habían levantado a través de las calles de Madrid, un grito se alzó como el crujido que delata un desgarro: «¡Abajo los Borbones!». […]

«Marchemos francamente, y yo el primero, por la senda constitucional; y mostrando a la Europa un modelo de sabiduría, orden y perfecta moderación en una crisis que en otras naciones ha sido acompañada de lágrimas y desgracias, hagamos admirar y reverenciar el nombre Español, al mismo tiempo que labramos para siglos nuestra felicidad y nuestra gloria», declararía el monarca en un famoso manifiesto al pueblo, el 10 de marzo de 1820.

Habían transcurrido más de dos meses desde el estallido de la sublevación en Las Cabezas de San Juan. Al gran protagonista de aquellos hechos, Rafael del Riego, la noticia le alcanzó en tierras extremeñas, cuando ya su escasa partida, que apenas alcanzaba los 50 efectivos, había acordado disolverse. «Riego no había derrotado al régimen, había mostrado su incapacidad y había dado tiempo a que cuajara una nueva secuencia de pronunciamientos», explican Ángel Bahamonde y Jesús A. Martínez en su Historia de España. Siglo XIX (Cátedra, 2005).

El nuevo régimen liberal se enfrentaría casi desde el primer día a las maniobras del rey en su contra

Riego pudo entonces disfrutar de la gloria que durante aquellos casi dos meses y medio se le había resistido. El militar de Tuña se dirigió hacia Sevilla, donde entró el 20 de marzo, acompañado de una comitiva a la que se habían ido sumando paisanos y militares, ahora ansiosos de acompañar al nuevo héroe del liberalismo en España.

Los agasajos que aquel día le brindó el pueblo sevillano no hacían presagiar las dificultades a las que se habría de enfrentar el primer régimen liberal (al margen de los episodios de la Guerra de la Independencia) de la historia de España, ante el que el propio rey maniobraría casi desde el primer día de su Constitución.

Resistencia y cambio

Tradicionalmente, ese periodo, conocido como Trienio Liberal (1820-1823), ha sido entendido como un mero oasis en medio de dos grandes fases absolutistas. Pero lo cierto es que contribuyó con fuerza al devenir futuro de la historia de España.

Como señalan Bahamonde y Martínez, es durante ese periodo cuando empieza a tomar cuerpo la opinión liberal en un pueblo liberal, aunque aún poco maduro, se acelera el desarrollo del mundo urbano y se abren nuevas expectativas de las burguesías ligadas al comercio, negocios, propiedad y profesiones liberales, hasta entonces constreñidas por los rigores del absolutismo.

Y no puede obviarse que bajo el epíteto de la Década Ominosa, como se conoce al periodo posterior de regreso al absolutismo, se muestra un régimen mucho menos convencido del rumbo a seguir, en el que el monarca tendrá que hacer frente también a una oposición reaccionaria.

«Entre 1823 y 1834 el absolutismo se debate entre el inmovilismo y una estrategia de remozamiento precisamente razonada por el temor a la revolución», debido a que «la llegada del Trienio había demostrado que el régimen absoluto, teóricamente inmutable, era vulnerable en sí mismo y no necesariamente por una invasión exterior como la de 1808», explican Bahamonde y Martínez.

España había abierto la espita del enfrentamiento entre los abanderados de la libertad y el cambio y los defensores de un mundo que se negaba a dejar paso a las nuevas ideas.

«Soldados, la patria nos llama a la lid, juremos por ella vencer o morir», alentaba el Himno de Riego. En las décadas posteriores serían muchos lo que sentirían ese llamamiento, en una u otra dirección, plagando la historia de España de lides, vencedores y, obviamente, vencidos.

Haití y República Dominicana: cómo se dividió en dos países la isla más poblada de América

Fuente: Santo Domingo. Mapas generales.. Biblioteca Nacional de España

Fuente: BBC 12/01/2020

En este video te contamos cómo la isla más poblada de América acabó dividida en dos países que hoy son muy diferentes, Hatí y República Dominicana.

Haití es el país más pobre del hemisferio occidental y República Dominicana, una de las economías de América Latina que más rápido crece.

Los dos comparten la misma isla y siglos de explotación colonial, pero hablan idiomas distintos y tienen culturas diferentes, aunque no siempre fue así.

Presentación: Ana María Roura; Investigación y guion: Inma Gil y Ana María Roura; Edición de video y gráficos: Agustina Latourrette; Editora: Natalia Pianzola.

El Congreso de Viena: cuando Europa quiso congelar el tiempo

Caricatura sobre el equilibrio de poderes entre las grandes potencias, cuyo logro fue uno de los objetivos de las reuniones en Viena. (Wikimedia Commons)

Autor: JOSEP TOMÀS CABOT

Fuente: La Vanguardia 20/12/2019

En 1814, las potencias que habían derrotado a Napoleón se reunieron en Viena para reorganizar Europa. El reparto del pastel territorial sería duradero, pero no la pretensión de regresar a los valores del Antiguo Régimen.

Napoleón Bonaparte, hijo de la Revolución Francesa, representó en un determinado momento las ideas políticas y sociales implantadas en su país por el pueblo llano y la burguesía a partir de 1789. El joven Bonaparte consiguió, con el ejército popular de la República, dirigido por su genio militar, extender por todo el continente la influencia francesa.

Había modificado fronteras, impuesto alianzas que parecían antinaturales (llegó a casarse con la hija del emperador de Austria, uno de los soberanos más absolutistas del mundo), creado nuevas naciones satélites de Francia y transformado en el seno de muchas de ellas el pensamiento político y económico, así como su gobierno efectivo.

Pero alcanzó un poder personal absoluto con el que no habrían estado de acuerdo los revolucionarios de 1789. Quince años después, en 1804, se hizo proclamar emperador. ¿Había sido infiel a sus ideales? Es posible. Pero Europa se sometía a sus deseos, y ello significaba una espectacular grandeur para Francia. Por este motivo, sus compatriotas le perdonaban lo que pudo parecer una traición ideológica.

Las monarquías europeas se tambalearon durante mucho tiempo, pero la victoria de la última gran coalición antinapoleónica en Leipzig y la entrada en París de los aliados victoriosos, en marzo de 1814, obligaron a Napoleón a abdicardejando paso a la Restauración (en la persona de Luis XVIII) de la monarquía francesa decapitada en 1793.

La delegación rusa ocupaba un lugar muy destacado entre las potencias vencedoras en Viena

El emperador, abatido, buscó entonces la protección de los ingleses, que habían sido sus más tenaces adversarios, y aceptó resignado lo que ellos le ofrecían: un dorado retiro en la isla de Elba, en medio del Mediterráneo, no lejos de su amada cuna corsa, de sus antiguos intereses y de sus viejos amigos.

Cita diplomática en Viena

Con la creencia de que había pasado el peligro, firmada la Paz de París y alejado Napoleón del escenario de sus fulgurantes acciones bélicas, su suegro y sempiterno enemigo, el emperador de Austria Francisco I, convocó un congreso internacional en la capital de su imperio. Esta cita diplomática tenía como finalidad la reorganización política e ideológica de Europa, alterada durante muchos años por la Revolución Francesa y las campañas de Napoleón.

Aquel continente que en 1814 sentía, a través de sus clases más trasnochadas –monarquías fantasmagóricas y rancia nobleza estéril–, la falsa seguridad y la engañosa satisfacción de haberse recobrado a sí mismo, ya comenzaba a llamarse entonces “la Europa de la Restauración” y quería asegurar su propio futuro, un largo futuro sin más sobresaltos, ni revoluciones cruentas ni cambios de ningún tipo.

Con este objetivo se reunieron entonces en Viena todos los enemigos de Napoleón y algunos de sus antiguos aliados (los reyes de Sajonia y Dinamarca, por ejemplo) para discutir las soluciones planteadas por los vencedores. Entre estos, la delegación rusa ocupaba un lugar muy destacado.

El diplomático francés Charles Maurice de Talleyrand, uno de los protagonistas del congreso.
El diplomático francés Charles Maurice de Talleyrand, uno de los protagonistas del congreso. (Wikimedia Commons)

Estaba encabezada por el propio zar, Alejandro I, dispuesto a gestionar personalmente los negocios públicos de su país, del mismo modo que había dirigido sus tropas cuando entraron en París medio año antes. Le acompañaban sus más fieles consejeros, entre ellos, su ministro Nesselrode y el conde Razumovski, antiguo embajador en Austria y uno de los personajes más cultos, ricos e influyentes de la época.

Durante aquellos meses, Razumovski demostró ser un diplomático eficaz para los intereses rusos. La sociedad vienesa apreció, además, el delicado gusto artístico del diplomático ruso, de quien se decía que era hijo de Catalina la Grande.

Los prusianos acudieron con su rey Federico Guillermo III a la cabeza, convencidos de que el trabajo en el congreso no lo haría el soberano, poco dotado para las sutilezas políticas, sino sus plenipotenciarios Hardenberg y Humboldt (Wilhelm, hermano del famoso naturalista). Por su parte, la monarquía inglesa estuvo representada primero por lord Castlereagh, embajador antipático pero eficaz en las cuestiones políticas, y con posterioridad por el duque de Wellington.

Los franceses, que acudían como derrotados, cariacontecidos y humildes, tuvieron al frente de su delegación al incombustible Talleyrand, que en poco tiempo logró cambiar los papeles. El antiguo ministro de Napoleón, político brillante y eterno conspirador, actuó como un patriota en el Congreso de Viena, y suyos fueron los grandes éxitos. Talleyrand consiguió sentar en Europa el principio del respeto a Francia y el de la titularidad borbónica del trono francés.

También los españoles, los portugueses y los representantes de varios estados germánicos, eslavos y nórdicos, así como los enviados desde los Estados Pontificios, se sentaron en las mesas de negociación y pudieron defender sus reclamaciones con mayor o menor fortuna.

El secretariado del congreso estuvo a cargo del diplomático austríaco Von Gentz, pero el alma del mismo fue siempre el omnipotente ministro Klemens von Metternich, apasionado partidario del Antiguo Régimen. Pese a no intervenir en las discusiones políticas, el emperador austríaco tuvo buen cuidado en organizar la vida y el ocio de sus ilustres invitados.

El príncipe austriaco Klemence Von Metternich, gran opositor del liberalismo.
El príncipe austriaco Klemence Von Metternich, gran opositor del liberalismo. (Wikimedia Commons)

Cambios en la delegación inglesa

En marzo de 1815 continuaban las sesiones de trabajo sin grandes novedades. Solo había ocurrido un hecho destacable. El delegado inglés lord Castlereagh, soberbio y huraño, pero considerado una de las mentes más sólidas en aquellas reuniones políticas, había sido sustituido por voluntad de sus superiores y obligado a regresar a Londres.

Desde principios de febrero, el nuevo representante británico en Viena era el famoso general Wellesley, duque de Wellington, coronado de laureles desde sus recientes campañas victoriosas en Portugal y España. Pero lo más sorprendente del cambio para casi todos los asistentes al congreso no fue la sustitución de un diplomático por otro, sino la llegada de una mujer joven, bella y fascinante, la cantante francesa Madame Grazy –amante de Wellington–, que enseguida pasó a ocupar el lugar dejado vacante por la esposa necia y poco agraciada de Castlereagh.

Justo un mes después de su llegada, Wellington, al igual que los otros grandes personajes reunidos en Viena, recibió una noticia estremecedora. Napoleón había escapado de la isla de Elba, había podido desembarcar en las costa francesa y se dirigía, aclamado por sus compatriotas, a la ciudad de París, desorientada y acéfala, pues el jefe de la monarquía restaurada, Luis XVIII, había huido rápidamente a Bélgica.

El Congreso interrumpió sus sesiones después de declarar oficialmente a Napoleón persona non grata y fuera de la ley. Casi todos los congresistas permanecieron en la capital austríaca, pero Wellington, reclamado por su gobierno y considerado por toda la Europa antinapoleónica como su único salvador posible, volvió rápidamente al campo de batalla.

Los enemigos de Napoleón triunfaban y podían seguir con sus reuniones, cacerías, óperas y banquetes

En junio, otra noticia, esta favorable, llegó a Viena y puso nuevamente en marcha todos los resortes del Congreso. En Waterloo, las tropas francesas de Napoleón habían sido definitivamente vencidas por las inglesas de Wellington, con el apoyo de un contingente prusiano al mando del mariscal Gebhard Blücher.

La noticia se completaba con otras dos todavía mejores: la definitiva abdicación del emperador galo, ocurrida en París cuatro días después de la derrota, y el anuncio de su obligada vuelta al destierro, esta vez en medio del Atlántico, en la solitaria isla de Santa Elena y de modo perpetuo.

Los enemigos de Napoleón triunfaban de nuevo en Viena y podían seguir con sus reuniones, sus cacerías, sus funciones de ópera, sus opulentos banquetes. “Le Congrés ne marche pas, il danse”, rezaba la frase que el príncipe de Ligne pronunció, y que ha pasado a la historia como símbolo de aquel ambiente mundano y cosmopolita que dominó los días del congreso.

En cualquier caso, cuando se firmó el acta final había existido tiempo más que suficiente para crear y desarrollar en aquel lugar la idea de una Santa Alianza entre los tres soberanos más tradicionales, devotos y absolutistas de Europa.

Portada de las Actas del Congreso de Viena.
Portada de las Actas del Congreso de Viena. (Wikimedia Commons)

Los tres, presentes en Viena, coincidían en este punto: la necesidad de mantenerse siempre unidos y vigilantes contra los liberales, los republicanos y los ateos, “en nombre de la Muy Santa e Indivisible Trinidad y para la defensa de la Justicia, la Caridad cristiana y la Paz en todo el mundo”. Pocas semanas después de clausurado el Congreso, el emperador de Austria, el zar de Rusia y el rey de Prusia suscribieron con un gran fervor aquel solemne pacto místico.

La gran cita diplomática de la Europa de la Restauración que fue el Congreso de Viena dio frutos notables y persistentes. La organización internacional, el entramado de naciones y las fronteras políticas creadas entonces tuvieron una existencia firme y larga. Pero los logros ideológicos fueron escasos y de poca duración.

Pese a las acciones preventivas, tanto de carácter político como militar, no se pudo impedir la difusión de los ideales liberales y demócratas que estallarían en las revoluciones de 1830 y 1848. Lo cierto es que, al margen de la faceta frívola que inspiró a literatos, comediógrafos, libretistas de ópera y directores de cine, aquel congreso dejó huellas importantes en casi toda la Europa del siglo XIX.

EL CONGRESO SE DIVIERTE

En aquellos meses, Viena, sus residencias palaciegas, sus parques y sus bosques fueron escenario de infinidad de actividades lúdicas. Las personalidades extranjeras solían acudir con sus familias, un numeroso servicio, caballos y carruajes. Había que acomodarlos a todos, habilitando las estancias vacías de grandes palacios, como los de Hofburg, Schönbrunn y Belvedere.

Hubo que crear cuadras de dimensiones insólitas, porque los caballos acumulados llegaron a ser más de dos mil, y los innumerables perros de caza exigían perreras no solo limpias y confortables, sino también lujosas, que no habían sido previstas por los anfitriones.

Las fiestas palaciegas con grandes banquetes y conciertos eran frecuentes. Los cronistas del momento relataron la profusión de bailes, sin especificar qué tipo de danza se practicaba. La fantasía de algunos literatos y cineastas posteriores les ha hecho incurrir en un anacronismo. Sugestionados por la fama del vals vienés , han imaginado las parejas entrelazadas y un vistoso revuelo de valses en los salones del emperador Francisco.

Palacio Schönbrunn en Viena, Austria.
Palacio Schönbrunn en Viena, Austria. (vichie81 / Getty Images)

Pero en 1814 el vals no existía aún como danza distinguida de salón, pues los aristócratas rechazaban el indecoroso abrazo de la pareja. Quienes serían sus compositores más famosos, Joseph Lanner y el primer Strauss, ya habían nacido, pero aún no habían cruzado la adolescencia. La danza más usual en aquellos escenarios aristócratas era el clásico minué, en que las parejas apenas rozan la punta de sus dedos.

En ambientes menos sofisticados, los congresistas podían divertirse bailando un rápido Deutscher Tanz o un menos vertiginoso Ländler, danzas de pareja en compás ternario, muy corrientes en la Viena popular de la época. De estas brillantes reuniones sociales, la que tuvo un carácter más artístico y cultural fue el concierto que se celebró en noviembre de 1814 en el suntuoso escenario de la Redountensaal vienesa, con la asistencia de dos emperatrices, la de Austria y la de Rusia.

Acudieron también los soberanos de Prusia y de Wurtemberg, así como los más altos dignatarios del Imperio austríaco y los ministros y embajadores de otras legaciones. Se estrenó en este concierto una cantata de Beethoven compuesta expresamente para este acto, con un título bien expresivo: El momento gloriosoEl concierto fue un éxito memorable, pero tuvo un carácter más político y social que filarmónico.

Riego, el hombre que no quiso ser Napoleón

Riego conducido por los realistas a la cárcel de La Carolina. (Dominio público)

Autor: Francisco Martinez Hoyos

Fuente: La Vanguardia 1/01/2020

Tras una larga guerra en la que su pueblo había luchado por devolverle el trono, Fernando VII se apresuró a abolir la Constitución de Cádiz. Corría el año 1814. En aquella España que regresaba al absolutismo, el monarca pretendía que todos hicieran como si la revolución liberal no hubiera existido. En sus propias palabras, deseaba quitar las innovaciones “de en medio del tiempo”. Sin embargo, los partidarios del gobierno constitucionalista no estaban dispuestos a obedecer así como así.

Apenas seis años después, un pronunciamiento reinstauraba la Carta Magna. Este año se cumple el bicentenario del comienzo del Trienio Liberal, un período en el que brilló el coronel Rafael del Riego (1794-1823), figura central en su época, aunque a menudo mal conocida hoy. La izquierda le ha venerado como gran precursor de la democracia, mientras la derecha suele denostarle.

Para evitar los tópicos de las reseñas biográficas al uso, disponemos de la tesis de doctorado de Víctor Sánchez Martín, Rafael del Riego, símbolo de la revolución liberal (Universidad de Alicante, 2016), un trabajo hercúleo de más de mil páginas que maneja fuentes procedentes de numerosos archivos. Como señala el autor, debemos esclarecer quién fue el personaje hasta 1819, porque su juventud es una etapa poco conocida.

Retrato de Rafael del Riego.
Retrato de Rafael del Riego. (Dominio público)

Sabemos que combatió en la guerra de la Independencia y, al ser hecho prisionero, acabó deportado en Francia. Según la versión más repetida, allí entró en contacto con el liberalismo y la masonería. En realidad, no hay datos que avalen esta hipótesis. Cuando regresó a España, reanudó su carrera militar sin que el gobierno absolutista sospechara de sus convicciones ideológicas. Es más, obtuvo puestos de estado mayor. Solo se politizó en sentido liberal al comprobar la incapacidad de la monarquía para resolver los problemas del país.

El pronunciamiento

En 1819 ya se había convertido en un partidario de la Constitución. Ese año, un poderoso ejército se había reunido en Cádiz, preparado para marchar a reprimir los levantamientos independentistas en los territorios americanos. Riego, uno de sus comandantes, se alzó el 1 de enero de 1820 contra la autoridad real. El militar publicó un manifiesto en el que criticaba la guerra por injusta, convencido de que no había que combatir el secesionismo con las armas.

Bastaba, a su juicio, con el restablecimiento de la Constitución: eso haría que el independentismo dejara de tener apoyos. La verdad es que su planteamiento pecaba de ingenuo, porque, a esas alturas, se hiciera en la península lo que se hiciera, la independencia de América ya era irreversible. Carece de sentido imaginar, como tantas veces se hace, que las cosas hubieran podido ser distintas si el ejército de Cádiz hubiera llegado a cruzar el Atlántico.

Fernando VII se apresuró a jurar fidelidad al liberalismo con unas palabras hipócritas

En un primer momento pareció que la sublevación de Riego estaba destinada al fracaso por falta de respaldo popular. Sin embargo, cuando su columna estaba a punto de disolverse, estallaron rebeliones en ciudades como La Coruña y El Ferrol. Fernando VII, asustado, se apresuró a jurar fidelidad al liberalismo con unas palabras que desde entonces son el paradigma de la hipocresía política: “Marchemos francamente, y yo el primero, por la senda constitucional”. Era un engaño, pero muchos le creyeron.

No a cualquier precio

Se ha dicho que Riego proclamó la Constitución de Cádiz por iniciativa propia, pero esta no es una afirmación demostrable. Su actuación refleja los deseos de los militares más progresistas del momento. El problema fue la falta de consenso en torno a esta medida: el liberalismo se dividió entre los partidarios de la Carta Magna y los que criticaban el texto de 1812 como excesivamente radical. A lo largo del Trienio, Riego sería acusado falsamente de rebelde y republicano.

Como muestra Sánchez Martín, se distinguió por su escrupuloso respeto a las normas constitucionales. Por inclinación personal simpatizaba con el liberalismo más progresista de la época, pero como presidente de las Cortes Generales trató de mantener una posición neutral.

Placa conmemorativa en Tuña, Asturias, lugar de nacimiento de Riego.
Placa conmemorativa en Tuña, Asturias, lugar de nacimiento de Riego. (Dominio público)

Las reformas democratizadoras no contaban con el suficiente apoyo. En medio de continuas peleas entre las corrientes liberales, el orden público empezó a venirse abajo por la proliferación de guerrillas absolutistas.

Para reprimirlas, el gobierno no podía fiarse de muchas autoridades de dudosa lealtad, dispuestas a cambiar de bando a la menor ocasión. ¿Cómo sacar adelante, en aquellas circunstancias tan complicadas, el programa liberal? Algunas voces se alzaron a favor de la mano dura. Había que hacer como los revolucionarios franceses y aplastar la oposición reaccionaria por la fuerza.

Riego rechazó este camino, incapaz de tomarlo en consideración por su respeto a la legalidad. No estaba dispuesto a convertirse en una especie de Napoleón español con poderes dictatoriales. De hecho, prefería retirarse de la vida pública si su presencia contribuía a desunir al liberalismo.

Esta voluntad conciliadora quedó patente en numerosas ocasiones, sobre todo con motivo de las manifestaciones en las que su retrato se paseaba por las calles como gesto de afirmación política radical. Él nunca estuvo de acuerdo con estas convocatorias, ante el temor de que fueran contraproducentes y contribuyeran a que los ánimos se desbordaran. El supuesto Riego extremista, por tanto, no es más que una leyenda. Lo que encontramos es un espíritu apaciguador.

La situación se hizo desesperada cuando las tropas francesas invadieron la península en 1823 para devolver a Fernando VII sus plenos poderes. Riego se puso al frente de sus tropas, pero fue vencido. Se ha dicho que su derrota obedeció a su ineptitud militar, pero, para ser justos, debe tenerse en cuenta que mandaba soldados inexpertos.

De nuevo con autoridad ilimitada, el rey no tuvo piedad. Nuestro protagonista murió en la horca. Se consolidó así un mito de largo alcance. Un siglo después, el himno que cantaban las tropas de Riego se convirtió en el oficial de la Segunda República.

Riego, 200 años del golpe por la libertad

El mariscal Rafael de Riego, líder liberal español del siglo XIX. ATENEO DE MADRID

Autora: Amalia Bulnes.

Fuente: El País 31/12/2019

Hace dos siglos, el general asturiano se alzó contra la monarquía absoluta de Fernando VII. Su victoria inauguró el Trienio liberal

Las Cabezas de San Juan, en la provincia de Sevilla, una villa enclavada en el Bajo Guadalquivir que aún hoy es tránsito obligado hacia Cádiz, amanecía, a las 8 de la mañana del 1 de enero de 1820, escribiendo la página más sobresaliente de su historia. Un episodio que es también trascendental para enmarcar la historia contemporánea en España: el pronunciamiento del general Rafael del Riego (Tuña, Asturias, 1784 – Madrid, 1823) que, alzado en armas, pretendía obligar a Fernando VII a abandonar el régimen absolutista restaurado en 1814, tras la Guerra de la Independencia, y volver a acatar la Constitución proclamada por las Cortes de Cádiz en 1812. El triunfo -aunque no inmediato- de esta revolución abrió la puerta al llamado Trienio Liberal, un periodo en el que, por primera vez en la historia, España iba a estar regida por un sistema constitucional. “Las luces de Europa no permiten ya, señor, que las naciones sean gobernadas como posesiones absolutas de los reyes (…). Resucitar la Constitución de España, he aquí su objeto: decidir que es la Nación legítimamente representada quien tiene solo el derecho de darse leyes a sí misma”, rezaba el manifiesto que, dirigido al monarca absolutista, leyó el militar en la hoy llamada plaza de la Constitución del municipio sevillano aquel primero de año del que se cumplen dos siglos.

Personaje sobre el que aún hoy no existe un consenso —“ha pasado a la historia como un personaje controvertido, héroe para unos, militar golpista para otros”, reconoce el exvicepresidente del Gobierno Alfonso Guerra—, es no obstante indudable que Riego fue el gran protagonista del que está considerado el primer golpe militar de la historia de España. Infiltrado desde el final de la Guerra de la Independencia en los movimientos clandestinos del Ejército que ejercían la oposición liberal al régimen de Fernando VII —que había abolido la Constitución del 12 “como si no hubiera ocurrido jamás”—, el general se encontraba aquel 1 de enero en las provincias limítrofes con Cádiz junto a otros 20.000 hombres. Todos ellos debían embarcar a América con el fin de sofocar las revueltas independentistas que estaban irrumpiendo en territorios del aún Imperio Español. Pero, en un giro que daría la vuelta al curso de la historia española, se salió del guion y proclamó la Constitución de Cádiz.

Las voces más críticas, entre las que se encuentra la de Manuel Moreno Alonso, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Sevilla, creen que “Riego encontró un pretexto excelente, toda la parafernalia liberal del triunfo de la Constitución, para no ir a las colonias. Nunca se ha puesto de relieve, pero la causa clave es que no quería ir a América”, asegura el profesor, para quien “la labor de Riego fue desgraciada en todos los sentidos y sumió al país en el caos”. “La celebración de esta efeméride debe evitar una única visión histórica determinada», insiste Moreno Alonso. «Hay que ser críticos con las cosas disonantes que tuvo el golpe: lo hicieron dejando a un lado a los doceañistas, esto es, embistieron contra los propios liberales, y Riego obedeció, no a la voluntad popular, sino a las logias masónicas a las que se debía”. En ellas había ingresado años antes por encontrar allí uno de los resortes más poderosos en la lucha contra el absolutismo.

Por el contrario, Guerra cree que “no es posible olvidar que, más allá de las conjeturas acerca de la motivación personal que le indujo a actuar como lo hizo, Riego se subleva reclamando la Constitución liberal de 1812, se opone a la felonía del Rey absolutista y es reprimido brutalmente con un final trágico de descuartizamiento. A partir de 1812, la vida política española tomó el camino del autoritarismo hasta 1978 con la Constitución vigente, salvando el corto período de la República de 1931, que terminó también de manera autoritaria”.

A esta voz se suma la del profesor Alberto González Troyano, profesor de Literatura en las universidades de Fez (Marruecos), Cádiz y Sevilla y Premio Iberoamericano Cortes de Cádiz de Ciencias Sociales en 2012. “La gesta de Riego ha repercutido de manera más que positiva en la construcción de la España liberal. Deberíamos enfocar el acontecimiento del pronunciamiento como el primer ejemplo en la historia de nuestro país de un militar que se alza en favor de la causa constitucional. Riego no es él mismo, ni sus causas particulares, sino lo que representa: recogió la voluntad colectiva y logró que, durante tres años, el liberalismo triunfara en España”, asegura.

Fernando VII tardó en reaccionar casi tres meses. Fue necesario que una gran multitud rodeara el Palacio Real de Madrid para que atendiera a las exigencias de Riego. Lo hizo con un manifiesto que incluía la histórica proclamación por la que fue apodado El felón, en relación con su deslealtad: “Marchemos francamente, y yo el primero, por la senda constitucional”. Así comenzaba el Trienio Liberal, un sueño breve que acabó con Riego guillotinado en la Plaza de la Cebada de Madrid por orden del propio monarca, que no había dejado de maniobrar para hacer fracasar el ensayo liberal y que se consumó con la entrada en España de los Cien Mil Hijos de San Luis comandados por el duque de Angulema. “Riego asistió solo a su final, abandonado por todo el mundo. Fue un hombre de pocas luces, un mito inconsistente construido sobre un personaje que estaba hecho con una cera que ardía mal”, insiste el profesor Moreno Alonso.

No obstante, recuerda Guerra, “no está nuestra historia contemporánea tan llena de personajes que hayan dado su vida por defender los valores democráticos constitucionales como para dejar pasar un aniversario redondo, 200 años, sin recordar al general Riego. Durante más de dos siglos en España no se alcanzó la construcción de un Estado moderno porque las fuerzas reaccionarias del momento se conjuraban para impedirlo: el trono, la espada, el altar y las grandes fortunas agrarias. El principio liberal que proclama el liberal Riego se confirma con la Constitución del 78, que se mira mucho en la del 12, con un Ejército que asume el papel que le consigna la Constitución y con un monarca —en realidad son dos— que defienden la democracia constitucional, en febrero de 1981 y en octubre de 2017 como fechas culminantes”.

HIMNO DE RIEGO

Otro de los grandes hitos por los que el nombre de Riego sigue asociado a la historia del Liberalismo de España es el himno que lleva su nombre y que nació ese mismo 1 de enero de 1812 para acompañar la marcha del general con las tropas sublevadas que obligaron al rey a firmar la Constitución en 1820. A pesar de seguir siendo conocido por el nombre de Riego, la letra fue obra de su amigo Evaristo Fernández de San Miguel, teniente coronel y compañero en la insurrección. El autor de la música, sin embargo, se desconoce de manera oficial, aunque existen varias teorías, entre las que sobresale la autoría del compositor romántico José Melchor Gomis. A pesar de su enorme popularidad en la I y la II República –con la inclusión de una letra satírica- solo llegó a ser himno oficial en el Trienio Liberal.

El Seiscientos, un símbolo social de la España del desarrollismo

Fuente: marca.com

Autora: Isabel Martín-Sánchez

Fuente: Revista de Historia Contemporánea de la Universidad del País Vasco, nº 61, 2019, 935-969 (https://doi.org/10.1387/hc.19535).

Resumen:

Uno de los símbolos más emblemáticos de la segunda mitad del siglo XX en España es el Seiscientos. Este vehículo, que recibió múltiples acepciones populares, como “pelotilla”, “Seílla”, “garbancito”, forma parte de la memoria colectiva y marcó a varias generaciones, debido, no solo a su alta demanda y difusión, sino a la amplitud del periodo de producción, que abarcó dieciséis años, desde los inicios de su fabricación, en mayo de 1957, hasta agosto de 1973, en los que se produjeron 794.406 unidades.

Pero el Seiscientos fue también el símbolo del periodo de “desarrollismo” de los años sesenta, en los que España experimentó una profunda transformación económica, social y cultural. Este utilitario fue representativo de un mayor status social: el de la clase media surgida de ese crecimiento económico.

Texto completo.