La rebelión de Riego: el Año Nuevo que agitó la historia de España

Proclamación de la Constitución de Cádiz en la plaza mayor de Madrid, en marzo de 1820.

Autor: AGUSTÍN MONZÓN 

Fuente: El independiente. 31/12/2019

Una rebelión de «cuatro facciosos» condenada al fracaso. Al general Francisco Javier de Elío la noticia de la sublevación de varios batallones del Ejército acantonado en Andalucía para marchar hacia América no pareció preocuparle en exceso.

Al fin y al cabo, el que se había erigido en uno de los principales baluartes del absolutismo de Fernando VII ya había tenido que enfrentarse en los últimos años a diversos pronunciamientos que habían resultado desbaratados sin excesivos problemas.

Y lo cierto es que el iniciado en Las Cabezas de San Juan el día de Año Nuevo de 1820 no parecía destinado a correr mejor suerte. Transcurridas varias jornadas desde el levantamiento, las fuerzas sublevadas aparecían recluidas en la isla de León, carentes de iniciativa tras el fracaso de su asalto a Cádiz. Como describe el prestigioso hispanista Raymond Carr, la revolución «quedó en sedición militar y parecía destinada a morir de muerte natural».

El fracaso de los sublevados en la toma de Cádiz parecía condenar al fracaso el golpe

Aquella situación debió causar una gran desazón en el coronel del Riego. Él había completado a la perfección la misión que se le había encomendado. A las nueve de la mañana del día de Año Nuevo había formado a sus hombres en la plaza mayor de la localidad sevillana de Las Cabezas de San Juan para exhortarles a alzarse en armas contra el despotismo y por la libertad y los derechos de la nación.

«Desde este momento, la sabia Constitución española […] vuelve a regir en toda su fuerza y vigor en toda la Nación Española», proclamó. Y tras instaurar allí el nuevo orden, partió con los batallones de Asturias y Sevilla hacia Arcos, donde ejecutó el arresto de los principales dirigentes del Ejército expedicionario, incluido su general en jefe, Félix María Callejón, conde de Calderón.

Riego había recibido las últimas instrucciones para llevar adelante aquel plan durante los últimos días de 1819. En la noche del 27 al 28 de diciembre, había mantenido una reunión para perfilar los últimos detalles de la rebelión, con dos de sus principales promotores, Antonio Alcalá Galiano y Juan Álvarez Mendizábal, dos jóvenes de ideas liberales que en las décadas siguientes desempeñarían un papel principal en la historia política de España.

Historia de la bandera de España.

Aquellos hombres habían encontrado en las tropas concentradas en los alrededores de Cádiz para ser enviadas a Ultramar un ambiente propicio para poner en marcha sus planes de reavivar el espíritu del liberalismo que había alumbrado la Constitución de 1812 y que había sido aplastado por Fernando VII a su regreso a España en 1814, con la intención de restaurar el poder absoluto de la monarquía.

Pero el absolutismo se había mostrado incapaz, desde entonces, de dar respuesta a los desafíos de un régimen inadecuado para contener la rebelión de las provincias de Ultramar y reactivar una economía paralizada por la caída de los flujos de plata de América.

Como explica, Raúl Pérez López-Portillo en La España de Riego (Silex, 2005), el régimen absolutista era inviable desde la misma base, sobre todo por la pérdida de las colonias americanas, «y resultaba políticamente sin futuro incluso en la reaccionaria Europa de la restauración posnapoleónica».

A esto, las tropas añadían el malestar por sus poco confortables condiciones de vida, mientras aguardaban una misión que generaba escaso entusiasmo y que, en cualquier caso, se iba dilantando de forma persistente.

Las ideas revolucionarias germinaban en unas tropas molestas con su envío a América

Por eso no es de extrañar la alegría con la que recibieron las tropas de Riego aquel mensaje del 1 de enero. «Los oficiales y soldados prorrumpen en alegres vivas y aplauden con el mayor entusiasmo la decisión y arrojo de su comandante; unos y otros juran obedecerle constantemente, seguirle a donde quiera guiarlos, y derramar toda su sangre en defensa del sagrado código proclamado. Todo es júbilo y asombro en Las Cabezas desde aquel momento: la alegría y efusión de corazón reina en los soldados; sobre el pueblo cae un pasmo profundo, que le obliga a admirarlos en silencio», explica Fernando Miranda, uno de los militares testigos de aquel episodio.

El éxito de Riego no tendría, sin embargo, refrendo en la que se articulaba como uno de los movimientos esenciales de la sublevación: la toma de Cádiz, que había sido encomendada al general Antonio Quiroga. En La España de Fernando VII (RBA, 2005), Miguel Artola explica que Quiroga inició su movimiento con un día de retraso y sin la premura necesaria, lo que dio tiempo a las autoridades de Cádiz de prepararse para frenar el asalto.

Este fue el escenario que se encontró Riego al reunirse con sus compañeros de sublevación en la isla de León el 7 de enero. Pero el militar asturiano no estaba dispuesto a ceder al desánimo.

«Lo más difícil de la obra ya está hecho, el valor no nos faltó al principio; yo confío en que tampoco nos abandonará hasta verla terminada. Quizás se opongan a nuestros designios los poderosos de la Tierra; pero sus huestes ¿podrán hacernos vacilar?… no. Desafiaremos el poder de los tiranos, que está fundado en la violencia; el nuestro lo está en la razón y en la justicia», exhortó a sus hombres antes de realizar nuevos intentos, frustrados, de apoderarse de Cádiz.

Respuesta débil

Mientras tanto, el Gobierno de Fernando VII articulaba una respuesta tibia al desafío de aquellos militares, evidenciando su confianza en que el movimiento se apagaría por sí mismo.

En cualquier caso, la proximidad de las tropas realistas convenció a Riego de la necesidad de dar un nuevo impulso a la sublevación y el 27 de enero parte de la isla de León, acompañado de 1.500 hombres, con la misión de recorrer las ciudades de alrededor en busca de nuevos apoyos a la sublevación.

Durante 40 días Riego recorre casi 1.000 kilómetros tratando de extender la rebelión por Andalucía

A lo largo de los siguientes 40 días, Riego y sus hombres recorrerán alrededor de un millar de kilómetros, primero por las costas de Cádiz y Málaga, y posteriormente por las localidades del interior, proclamando la Constitución, ante la indiferencia de la mayor parte de la población, y la inacción del general José O’Donnell, quien al mando de las fuerzas destinadas para sofocar aquel movimiento, apenas se anima a buscar el enfrentamiento directo.

El religioso Juan Escoiquiz lamentaría aquella falta de contundencia, que no venía a mostrar sino las debilidades del régimen y la falta de confianza de los militares realistas en sus tropas. «Nadie puede comprender cómo teniendo el general Freire un ejército, que entre infantería y caballería no puede bajar, sin contar la guarnición de Cádiz, de veinte y cuatro mil hombres, se están burlando hace más de quince días dos mil rebeldes sin caballería de todas sus fuerzas, paseándose tranquilamente a su vista, por llano y por sierra…».

Pero las escasas refriegas a las que tuvieron que hacer frente y las penalidades de una marcha que apenas ofrecía resultados fueron haciendo decaer los ánimos en la expedición de Riego, que iba perdiendo efectivos día tras día. Ni siquiera la creación de un himno -el que pasará a la historia como Himno de Riego- destinado a infundir nuevos ánimos a la tropa lograría detener las deserciones.

Cuando llega a Córdoba, el 7 de marzo, apenas le acompañan ya 300 hombres, y el militar asturiano tenía decidido ya dirigirse hacia la frontera portuguesa, con intención de marchar al exilio.

Riego apenas tenía idea entonces de que, durante su largo recorrido por tierras andaluzas, en otras ciudades del reino había ido prendiendo su ejemplo, dando un nuevo brío a la revolución. Primero fue La Coruña, donde un grupo de elementos civiles y militares, dirigidos por el coronel Félix María Álvarez Acevedo, proclamó la Constitución el 21 de febrero.

Desde los últimos días de febrero, la rebelión se fue extendiendo por distintas ciudades de España

Dos días después, aquel movimiento se había extendido a otras localidades de Galicia (Ferrol, Vigo…) y en las jornadas sucesivas, al resto de la región. Mientras tanto, Oviedo y Murcia, a finales de febrero, y Zaragoza, Tarragona, Segovia, Barcelona o Pamplona, a comienzos de marzo, también se sumaron a la sublevación.

Las noticias de aquella secuencia de levantamientos no tardaron en generar alarma en la Corte de Fernando VII. El rey y sus consejeros aún intentaron aplacar la subversión ofreciendo una serie de reformas que, indudablemente, llegaban tarde y quedaban muy lejos de las aspiraciones de los sublevados.

El día 4 de marzo, el conde de La Bisbal, Enrique José O’Donnell (hermano del que perseguía a Riego por Andalucía), enviado al frente de un destacamento para enfrentarse a los sublevados, se pronunció a favor de la Constitución en la localidad de Ocaña. Y poco después, el general Francisco López Ballesteros, nombrado jefe del Ejército del Centro, advertía al rey de que no podía confiar plenamente en la lealtad de la guarnición madrileña.

La sensación de falta de apoyos y la creciente presión que se respiraba en las calles de Madrid llevarían a Fernando VII a decidirse a firmar la Constitución que él mismo había anulado seis años antes.

La revolución de 1868: Cuando España clamó "¡abajo los Borbones!".
Cuando España clamó por primera vez «¡abajo los Borbones!»
De repente, tras las barricadas que se habían levantado a través de las calles de Madrid, un grito se alzó como el crujido que delata un desgarro: «¡Abajo los Borbones!». […]

«Marchemos francamente, y yo el primero, por la senda constitucional; y mostrando a la Europa un modelo de sabiduría, orden y perfecta moderación en una crisis que en otras naciones ha sido acompañada de lágrimas y desgracias, hagamos admirar y reverenciar el nombre Español, al mismo tiempo que labramos para siglos nuestra felicidad y nuestra gloria», declararía el monarca en un famoso manifiesto al pueblo, el 10 de marzo de 1820.

Habían transcurrido más de dos meses desde el estallido de la sublevación en Las Cabezas de San Juan. Al gran protagonista de aquellos hechos, Rafael del Riego, la noticia le alcanzó en tierras extremeñas, cuando ya su escasa partida, que apenas alcanzaba los 50 efectivos, había acordado disolverse. «Riego no había derrotado al régimen, había mostrado su incapacidad y había dado tiempo a que cuajara una nueva secuencia de pronunciamientos», explican Ángel Bahamonde y Jesús A. Martínez en su Historia de España. Siglo XIX (Cátedra, 2005).

El nuevo régimen liberal se enfrentaría casi desde el primer día a las maniobras del rey en su contra

Riego pudo entonces disfrutar de la gloria que durante aquellos casi dos meses y medio se le había resistido. El militar de Tuña se dirigió hacia Sevilla, donde entró el 20 de marzo, acompañado de una comitiva a la que se habían ido sumando paisanos y militares, ahora ansiosos de acompañar al nuevo héroe del liberalismo en España.

Los agasajos que aquel día le brindó el pueblo sevillano no hacían presagiar las dificultades a las que se habría de enfrentar el primer régimen liberal (al margen de los episodios de la Guerra de la Independencia) de la historia de España, ante el que el propio rey maniobraría casi desde el primer día de su Constitución.

Resistencia y cambio

Tradicionalmente, ese periodo, conocido como Trienio Liberal (1820-1823), ha sido entendido como un mero oasis en medio de dos grandes fases absolutistas. Pero lo cierto es que contribuyó con fuerza al devenir futuro de la historia de España.

Como señalan Bahamonde y Martínez, es durante ese periodo cuando empieza a tomar cuerpo la opinión liberal en un pueblo liberal, aunque aún poco maduro, se acelera el desarrollo del mundo urbano y se abren nuevas expectativas de las burguesías ligadas al comercio, negocios, propiedad y profesiones liberales, hasta entonces constreñidas por los rigores del absolutismo.

Y no puede obviarse que bajo el epíteto de la Década Ominosa, como se conoce al periodo posterior de regreso al absolutismo, se muestra un régimen mucho menos convencido del rumbo a seguir, en el que el monarca tendrá que hacer frente también a una oposición reaccionaria.

«Entre 1823 y 1834 el absolutismo se debate entre el inmovilismo y una estrategia de remozamiento precisamente razonada por el temor a la revolución», debido a que «la llegada del Trienio había demostrado que el régimen absoluto, teóricamente inmutable, era vulnerable en sí mismo y no necesariamente por una invasión exterior como la de 1808», explican Bahamonde y Martínez.

España había abierto la espita del enfrentamiento entre los abanderados de la libertad y el cambio y los defensores de un mundo que se negaba a dejar paso a las nuevas ideas.

«Soldados, la patria nos llama a la lid, juremos por ella vencer o morir», alentaba el Himno de Riego. En las décadas posteriores serían muchos lo que sentirían ese llamamiento, en una u otra dirección, plagando la historia de España de lides, vencedores y, obviamente, vencidos.

Riego, el hombre que no quiso ser Napoleón

Riego conducido por los realistas a la cárcel de La Carolina. (Dominio público)

Autor: Francisco Martinez Hoyos

Fuente: La Vanguardia 1/01/2020

Tras una larga guerra en la que su pueblo había luchado por devolverle el trono, Fernando VII se apresuró a abolir la Constitución de Cádiz. Corría el año 1814. En aquella España que regresaba al absolutismo, el monarca pretendía que todos hicieran como si la revolución liberal no hubiera existido. En sus propias palabras, deseaba quitar las innovaciones “de en medio del tiempo”. Sin embargo, los partidarios del gobierno constitucionalista no estaban dispuestos a obedecer así como así.

Apenas seis años después, un pronunciamiento reinstauraba la Carta Magna. Este año se cumple el bicentenario del comienzo del Trienio Liberal, un período en el que brilló el coronel Rafael del Riego (1794-1823), figura central en su época, aunque a menudo mal conocida hoy. La izquierda le ha venerado como gran precursor de la democracia, mientras la derecha suele denostarle.

Para evitar los tópicos de las reseñas biográficas al uso, disponemos de la tesis de doctorado de Víctor Sánchez Martín, Rafael del Riego, símbolo de la revolución liberal (Universidad de Alicante, 2016), un trabajo hercúleo de más de mil páginas que maneja fuentes procedentes de numerosos archivos. Como señala el autor, debemos esclarecer quién fue el personaje hasta 1819, porque su juventud es una etapa poco conocida.

Retrato de Rafael del Riego.
Retrato de Rafael del Riego. (Dominio público)

Sabemos que combatió en la guerra de la Independencia y, al ser hecho prisionero, acabó deportado en Francia. Según la versión más repetida, allí entró en contacto con el liberalismo y la masonería. En realidad, no hay datos que avalen esta hipótesis. Cuando regresó a España, reanudó su carrera militar sin que el gobierno absolutista sospechara de sus convicciones ideológicas. Es más, obtuvo puestos de estado mayor. Solo se politizó en sentido liberal al comprobar la incapacidad de la monarquía para resolver los problemas del país.

El pronunciamiento

En 1819 ya se había convertido en un partidario de la Constitución. Ese año, un poderoso ejército se había reunido en Cádiz, preparado para marchar a reprimir los levantamientos independentistas en los territorios americanos. Riego, uno de sus comandantes, se alzó el 1 de enero de 1820 contra la autoridad real. El militar publicó un manifiesto en el que criticaba la guerra por injusta, convencido de que no había que combatir el secesionismo con las armas.

Bastaba, a su juicio, con el restablecimiento de la Constitución: eso haría que el independentismo dejara de tener apoyos. La verdad es que su planteamiento pecaba de ingenuo, porque, a esas alturas, se hiciera en la península lo que se hiciera, la independencia de América ya era irreversible. Carece de sentido imaginar, como tantas veces se hace, que las cosas hubieran podido ser distintas si el ejército de Cádiz hubiera llegado a cruzar el Atlántico.

Fernando VII se apresuró a jurar fidelidad al liberalismo con unas palabras hipócritas

En un primer momento pareció que la sublevación de Riego estaba destinada al fracaso por falta de respaldo popular. Sin embargo, cuando su columna estaba a punto de disolverse, estallaron rebeliones en ciudades como La Coruña y El Ferrol. Fernando VII, asustado, se apresuró a jurar fidelidad al liberalismo con unas palabras que desde entonces son el paradigma de la hipocresía política: “Marchemos francamente, y yo el primero, por la senda constitucional”. Era un engaño, pero muchos le creyeron.

No a cualquier precio

Se ha dicho que Riego proclamó la Constitución de Cádiz por iniciativa propia, pero esta no es una afirmación demostrable. Su actuación refleja los deseos de los militares más progresistas del momento. El problema fue la falta de consenso en torno a esta medida: el liberalismo se dividió entre los partidarios de la Carta Magna y los que criticaban el texto de 1812 como excesivamente radical. A lo largo del Trienio, Riego sería acusado falsamente de rebelde y republicano.

Como muestra Sánchez Martín, se distinguió por su escrupuloso respeto a las normas constitucionales. Por inclinación personal simpatizaba con el liberalismo más progresista de la época, pero como presidente de las Cortes Generales trató de mantener una posición neutral.

Placa conmemorativa en Tuña, Asturias, lugar de nacimiento de Riego.
Placa conmemorativa en Tuña, Asturias, lugar de nacimiento de Riego. (Dominio público)

Las reformas democratizadoras no contaban con el suficiente apoyo. En medio de continuas peleas entre las corrientes liberales, el orden público empezó a venirse abajo por la proliferación de guerrillas absolutistas.

Para reprimirlas, el gobierno no podía fiarse de muchas autoridades de dudosa lealtad, dispuestas a cambiar de bando a la menor ocasión. ¿Cómo sacar adelante, en aquellas circunstancias tan complicadas, el programa liberal? Algunas voces se alzaron a favor de la mano dura. Había que hacer como los revolucionarios franceses y aplastar la oposición reaccionaria por la fuerza.

Riego rechazó este camino, incapaz de tomarlo en consideración por su respeto a la legalidad. No estaba dispuesto a convertirse en una especie de Napoleón español con poderes dictatoriales. De hecho, prefería retirarse de la vida pública si su presencia contribuía a desunir al liberalismo.

Esta voluntad conciliadora quedó patente en numerosas ocasiones, sobre todo con motivo de las manifestaciones en las que su retrato se paseaba por las calles como gesto de afirmación política radical. Él nunca estuvo de acuerdo con estas convocatorias, ante el temor de que fueran contraproducentes y contribuyeran a que los ánimos se desbordaran. El supuesto Riego extremista, por tanto, no es más que una leyenda. Lo que encontramos es un espíritu apaciguador.

La situación se hizo desesperada cuando las tropas francesas invadieron la península en 1823 para devolver a Fernando VII sus plenos poderes. Riego se puso al frente de sus tropas, pero fue vencido. Se ha dicho que su derrota obedeció a su ineptitud militar, pero, para ser justos, debe tenerse en cuenta que mandaba soldados inexpertos.

De nuevo con autoridad ilimitada, el rey no tuvo piedad. Nuestro protagonista murió en la horca. Se consolidó así un mito de largo alcance. Un siglo después, el himno que cantaban las tropas de Riego se convirtió en el oficial de la Segunda República.

Riego, 200 años del golpe por la libertad

El mariscal Rafael de Riego, líder liberal español del siglo XIX. ATENEO DE MADRID

Autora: Amalia Bulnes.

Fuente: El País 31/12/2019

Hace dos siglos, el general asturiano se alzó contra la monarquía absoluta de Fernando VII. Su victoria inauguró el Trienio liberal

Las Cabezas de San Juan, en la provincia de Sevilla, una villa enclavada en el Bajo Guadalquivir que aún hoy es tránsito obligado hacia Cádiz, amanecía, a las 8 de la mañana del 1 de enero de 1820, escribiendo la página más sobresaliente de su historia. Un episodio que es también trascendental para enmarcar la historia contemporánea en España: el pronunciamiento del general Rafael del Riego (Tuña, Asturias, 1784 – Madrid, 1823) que, alzado en armas, pretendía obligar a Fernando VII a abandonar el régimen absolutista restaurado en 1814, tras la Guerra de la Independencia, y volver a acatar la Constitución proclamada por las Cortes de Cádiz en 1812. El triunfo -aunque no inmediato- de esta revolución abrió la puerta al llamado Trienio Liberal, un periodo en el que, por primera vez en la historia, España iba a estar regida por un sistema constitucional. “Las luces de Europa no permiten ya, señor, que las naciones sean gobernadas como posesiones absolutas de los reyes (…). Resucitar la Constitución de España, he aquí su objeto: decidir que es la Nación legítimamente representada quien tiene solo el derecho de darse leyes a sí misma”, rezaba el manifiesto que, dirigido al monarca absolutista, leyó el militar en la hoy llamada plaza de la Constitución del municipio sevillano aquel primero de año del que se cumplen dos siglos.

Personaje sobre el que aún hoy no existe un consenso —“ha pasado a la historia como un personaje controvertido, héroe para unos, militar golpista para otros”, reconoce el exvicepresidente del Gobierno Alfonso Guerra—, es no obstante indudable que Riego fue el gran protagonista del que está considerado el primer golpe militar de la historia de España. Infiltrado desde el final de la Guerra de la Independencia en los movimientos clandestinos del Ejército que ejercían la oposición liberal al régimen de Fernando VII —que había abolido la Constitución del 12 “como si no hubiera ocurrido jamás”—, el general se encontraba aquel 1 de enero en las provincias limítrofes con Cádiz junto a otros 20.000 hombres. Todos ellos debían embarcar a América con el fin de sofocar las revueltas independentistas que estaban irrumpiendo en territorios del aún Imperio Español. Pero, en un giro que daría la vuelta al curso de la historia española, se salió del guion y proclamó la Constitución de Cádiz.

Las voces más críticas, entre las que se encuentra la de Manuel Moreno Alonso, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Sevilla, creen que “Riego encontró un pretexto excelente, toda la parafernalia liberal del triunfo de la Constitución, para no ir a las colonias. Nunca se ha puesto de relieve, pero la causa clave es que no quería ir a América”, asegura el profesor, para quien “la labor de Riego fue desgraciada en todos los sentidos y sumió al país en el caos”. “La celebración de esta efeméride debe evitar una única visión histórica determinada», insiste Moreno Alonso. «Hay que ser críticos con las cosas disonantes que tuvo el golpe: lo hicieron dejando a un lado a los doceañistas, esto es, embistieron contra los propios liberales, y Riego obedeció, no a la voluntad popular, sino a las logias masónicas a las que se debía”. En ellas había ingresado años antes por encontrar allí uno de los resortes más poderosos en la lucha contra el absolutismo.

Por el contrario, Guerra cree que “no es posible olvidar que, más allá de las conjeturas acerca de la motivación personal que le indujo a actuar como lo hizo, Riego se subleva reclamando la Constitución liberal de 1812, se opone a la felonía del Rey absolutista y es reprimido brutalmente con un final trágico de descuartizamiento. A partir de 1812, la vida política española tomó el camino del autoritarismo hasta 1978 con la Constitución vigente, salvando el corto período de la República de 1931, que terminó también de manera autoritaria”.

A esta voz se suma la del profesor Alberto González Troyano, profesor de Literatura en las universidades de Fez (Marruecos), Cádiz y Sevilla y Premio Iberoamericano Cortes de Cádiz de Ciencias Sociales en 2012. “La gesta de Riego ha repercutido de manera más que positiva en la construcción de la España liberal. Deberíamos enfocar el acontecimiento del pronunciamiento como el primer ejemplo en la historia de nuestro país de un militar que se alza en favor de la causa constitucional. Riego no es él mismo, ni sus causas particulares, sino lo que representa: recogió la voluntad colectiva y logró que, durante tres años, el liberalismo triunfara en España”, asegura.

Fernando VII tardó en reaccionar casi tres meses. Fue necesario que una gran multitud rodeara el Palacio Real de Madrid para que atendiera a las exigencias de Riego. Lo hizo con un manifiesto que incluía la histórica proclamación por la que fue apodado El felón, en relación con su deslealtad: “Marchemos francamente, y yo el primero, por la senda constitucional”. Así comenzaba el Trienio Liberal, un sueño breve que acabó con Riego guillotinado en la Plaza de la Cebada de Madrid por orden del propio monarca, que no había dejado de maniobrar para hacer fracasar el ensayo liberal y que se consumó con la entrada en España de los Cien Mil Hijos de San Luis comandados por el duque de Angulema. “Riego asistió solo a su final, abandonado por todo el mundo. Fue un hombre de pocas luces, un mito inconsistente construido sobre un personaje que estaba hecho con una cera que ardía mal”, insiste el profesor Moreno Alonso.

No obstante, recuerda Guerra, “no está nuestra historia contemporánea tan llena de personajes que hayan dado su vida por defender los valores democráticos constitucionales como para dejar pasar un aniversario redondo, 200 años, sin recordar al general Riego. Durante más de dos siglos en España no se alcanzó la construcción de un Estado moderno porque las fuerzas reaccionarias del momento se conjuraban para impedirlo: el trono, la espada, el altar y las grandes fortunas agrarias. El principio liberal que proclama el liberal Riego se confirma con la Constitución del 78, que se mira mucho en la del 12, con un Ejército que asume el papel que le consigna la Constitución y con un monarca —en realidad son dos— que defienden la democracia constitucional, en febrero de 1981 y en octubre de 2017 como fechas culminantes”.

HIMNO DE RIEGO

Otro de los grandes hitos por los que el nombre de Riego sigue asociado a la historia del Liberalismo de España es el himno que lleva su nombre y que nació ese mismo 1 de enero de 1812 para acompañar la marcha del general con las tropas sublevadas que obligaron al rey a firmar la Constitución en 1820. A pesar de seguir siendo conocido por el nombre de Riego, la letra fue obra de su amigo Evaristo Fernández de San Miguel, teniente coronel y compañero en la insurrección. El autor de la música, sin embargo, se desconoce de manera oficial, aunque existen varias teorías, entre las que sobresale la autoría del compositor romántico José Melchor Gomis. A pesar de su enorme popularidad en la I y la II República –con la inclusión de una letra satírica- solo llegó a ser himno oficial en el Trienio Liberal.

Torrijos, la forja de un héroe liberal

Autor: Juan Ignacio Samperio Iturralde

Fuente: La Aventura de la Historia, número 247.

Cuando se cumplen 150 años de la nacionalización de las colecciones del Prado, el museo dedica una exposición, El fusilamiento de Torrijos y sus compañeros1886-88. Una pintura para una nación, al famoso cuadro de GisbertLa obra fue un encargo del Gobierno español presidido por el liberal Sagasta –cuyo retrato por Casado del Alisal también se expone– con destino específico para el museo. El lienzo muestra el fusilamiento de Torrijos y sus compañeros al amanecer de un domingo, el 11 de diciembre de 1831, después de ser traicionado por el general Vicente González Moreno y ser condenado a muerte por Fernando VII, en la playa de San Andrés.

Gisbert se había asociado con los liberales y, en 1860, había pintado Padilla, Bravo y Maldonado en el patíbulo, que es un claro antecedente, y que en la exposición se ha situado frente al fusilamiento. Torrijos era un héroe nacional vinculado a la independencia española y a la lucha por la libertad. Era culto, amigo de intelectuales como Espronceda y el duque de Rivas, que le retrató en su exilio londinense en un cuadro que también se expone. En Cambridge fascinó a poetas como Shelley y Robert Boyd, que sería fusilado con él.

José María de Torrijos, 1826, por el duque de Rivas, Madrid, Museo de Historia.

Su memoria fue rehabilitada durante la regencia de María Cristina. También se hicieron grabados, alguno de los cuales están en la exposición, e incluso se levantó un obelisco en su memoria en la malagueña plaza de la Merced.

Antonio Gisbert fue director del Museo del Prado entre 1868 y 1873, y en 1885 propuso la realización del cuadro al ministro de Fomento, aprovechando que, en 1881, el Congreso había adquirido la carta que Torrijos le dirigió a su esposa antes de morir. El atrevimiento de Gisbert fue grande, pues el antecedente a superar era Los fusilamientos de la Moncloa, de Goya.

El trabajo de Gisbert es una alegoría de la dignidad ante la muerte. Para ello, flexibilizó la veracidad de los hechos, ya que Torrijos y sus compañeros fueron los primeros fusilados, y en el cuadro aparecen por el suelo varios cadáveres. También sabemos que fueron abatidos de rodillas y que no se dejó a Torrijos dar la orden de disparar, aunque Gisbert deja clara su condición de militar por las botas que calza.

La escena transcurre en una atmósfera de serena nobleza. La mano suelta en primer plano recuerda a Géricault y el sombrero de copa está sacado de un cuadro de Gerôme. Con sus rostros serenos, los que van a morir se llenan de dignidad. Sabemos que murieron dando vivas a la libertad, atados, vendados y de rodillas. Este cuadro es el equivalente a un resumen de nuestra historia durante el siglo XIX.

Torrijos, la forja de un héroe liberal

El fusilamiento de este militar opuesto a Fernando VII fue convertido en icono del liberalismo por el gobierno de Sagasta. El Museo del Prado lo muestra en el contexto político que promovió su realización

Autor: Juan Ignacio Samperio Iturralde

Fuente: La Aventura de la Historia. 13/05/2019

Cuando se cumplen 150 años de la nacionalización de las colecciones del Prado, el museo dedica una exposición, El fusilamiento de Torrijos y sus compañeros1886-88. Una pintura para una nación, al famoso cuadro de GisbertLa obra fue un encargo del Gobierno español presidido por el liberal Sagasta –cuyo retrato por Casado del Alisal también se expone– con destino específico para el museo. El lienzo muestra el fusilamiento de Torrijos y sus compañeros al amanecer de un domingo, el 11 de diciembre de 1831, después de ser traicionado por el general Vicente González Moreno y ser condenado a muerte por Fernando VII, en la playa de San Andrés.

Gisbert se había asociado con los liberales y, en 1860, había pintado Padilla, Bravo y Maldonado en el patíbulo, que es un claro antecedente, y que en la exposición se ha situado frente al fusilamiento. Torrijos era un héroe nacional vinculado a la independencia española y a la lucha por la libertad. Era culto, amigo de intelectuales como Espronceda y el duque de Rivas, que le retrató en su exilio londinense en un cuadro que también se expone. En Cambridge fascinó a poetas como Shelley y Robert Boyd, que sería fusilado con él.

José María de Torrijos, 1826, por el duque de Rivas, Madrid, Museo de Historia.

Su memoria fue rehabilitada durante la regencia de María Cristina. También se hicieron grabados, alguno de los cuales están en la exposición, e incluso se levantó un obelisco en su memoria en la malagueña plaza de la Merced.

Antonio Gisbert fue director del Museo del Prado entre 1868 y 1873, y en 1885 propuso la realización del cuadro al ministro de Fomento, aprovechando que, en 1881, el Congreso había adquirido la carta que Torrijos le dirigió a su esposa antes de morir. El atrevimiento de Gisbert fue grande, pues el antecedente a superar era Los fusilamientos de la Moncloa, de Goya.

El trabajo de Gisbert es una alegoría de la dignidad ante la muerte. Para ello, flexibilizó la veracidad de los hechos, ya que Torrijos y sus compañeros fueron los primeros fusilados, y en el cuadro aparecen por el suelo varios cadáveres. También sabemos que fueron abatidos de rodillas y que no se dejó a Torrijos dar la orden de disparar, aunque Gisbert deja clara su condición de militar por las botas que calza.

La escena transcurre en una atmósfera de serena nobleza. La mano suelta en primer plano recuerda a Géricault y el sombrero de copa está sacado de un cuadro de Gerôme. Con sus rostros serenos, los que van a morir se llenan de dignidad. Sabemos que murieron dando vivas a la libertad, atados, vendados y de rodillas. Este cuadro es el equivalente a un resumen de nuestra historia durante el siglo XIX.