L.a Operación Barbarroja

Fuente: Revista de Historia.

En 1938, la Alemania de Hitler y la URSS de Stalin firmaron el pacto de no agresión germano-soviético, denominado Pacto Ribbentrop-Mólotov, con el cual también se estrechaban vínculos comerciales y económicos. A pesar de este pacto, la decisión de atacar la URSS ya estaba decidida por Hitler antes del comienzo de la Guerra, y la expuso por primera vez el 13 de julio de 1940, en una reunión con los altos mandos militares.

La Operación Barbarroja
La Operación Barbarroja, Pacto Ribbentrop-Mólotov

La Operación Barbarroja

En esta reunión, Hitler, expuso sus planes estratégicos:

“Si aplastamos Rusia, Inglaterra perderá su última tabla de salvación en Europa, y Gran Bretaña se hundirá con ella. Rusia tiene que ser liquidada y cuanto antes mejor”.

El interés del ataque a la Unión Soviética viene precedido por el interés de los campos petrolíferos del Caúcaso y el trigo de Ucrania, a la vez que por el antibolchevismo de Hitler. Previo ataque a la Unión Soviética, Hitler había estudiado la campaña en Rusia de Napoleón, teniendo en cuenta el fracaso de los ejércitos franceses en las nevadas rusas. Por ello, había desechado en un principio invadir la URSS sin terminar antes con el frente oeste, o sea, firmar la paz con Gran Bretaña.

Esta misión se le confió a Rudolf Hess, uno de los más fervientes seguidores de Hitler, con un gran fracaso. Fue encarcelado en Gran Bretaña y repudiado por Hitler. A pesar de este fracaso diplomático, la idea de atacar la URSS ya estaba prevista, pensando que la ocupación de la misma no duraría más de seis meses, y con ello privando a Inglaterra de su única posible salvación. Stalin, previo ataque de Alemania, había recibido información de los planes alemanes por diversas fuentes.

La Operación Barbarroja
La Operación Barbarroja, restos del Bf-110 de Rudolf Hess en Inglaterra

Espías soviéticos (la llamada y conocida red de espías “la Orquesta Roja”) y el propio Churchill le alertaron de la inminente invasión. Stalin, hizo caso omiso de dicha información, pensando que el líder británico buscaba enfrentarle con Hitler, desatendiendo los múltiples requerimientos de prepararse para el ataque alemán, e incluso enviando materias primas al Reich (cromo, níquel, combustible, trigo), siendo el día 21 de Junio el último envío de transporte de material desde la Unión Soviética, y el día en que Stalin tuvo que reaccionar, ya que las tropas alemanas atravesaron la frontera soviética.

La Operación Barbarroja
La Operación Barbarroja, tropas alemanas en el Partenón

La operación Barbarroja estaba proyectada para mayo de 1941, pero las dificultades que surgieron en Grecia a raíz de la intervención italiana en dicho país y en los Balcanes, retrasaron la operación cuatro semanas más, semanas que serían fatales para las fuerzas de la Wehrmacht.

La Operación Barbarroja

La Operación Barbarroja, objetivos.

La operación Barbarroja tenía tres objetivos en 3000 kilómetros. Hacia el Norte estaba el objetivo ideológico, Leningrado (la ciudad de Lenin, la cuna de la Revolución Rusa). En el centro, el objetivo político, Moscú (la ciudad de Stalin). Al Sur, el objetivo económico, Ucrania. El 22 de Junio, los primeros zapadores de la Wehrmacht entran en territorio ruso. Este ataque sorpresa a la Unión Soviética se extendió en un frente que iba desde Finlandia hasta el Mar Negro.

La Operación Barbarroja
La Operación Barbarroja

Este ataque se realizó mediante 153 divisiones alemanas y tropas extranjeras. Los alemanes contaban con tres millones de soldados, 600000 vehículos motorizados, 7000 cañones, 3600 carros de combate y más de 2700 aviones. Las tropas extranjeras estaban compuestas por casi 500000 soldados (rumanos, eslovacos, finlandeses, húngaros y voluntarios franceses y fascistas españoles). El Ejército Rojo contrapone en el frente occidental a dos millones y medio de hombres.

La Operación Barbarroja
La Operación Barbarroja, noticia en la Europa Ocupada

Una cifra similar se distribuye entre el Cáucaso (contra Gran Bretaña, a la cual Moscú considera un enemigo potencial) y Extremo Oriente (contra Japón). El ataque principal lo desencadenan tres Grupos de Ejércitos alemanes, el del Norte (Wilhem von leeb) (26 divisiones y 4ª flota aérea), el del Centro (Fedor von Dock) (51 divisiones, y 2ª flota aérea) y el del Sur (Gerd von Rundstedt) (59 divisiones, 4ª flota aérea).

La Operación Barbarroja
La Operación Barbarroja, la aviación soviética fue prácticamente destruida en tierra

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Crack de 1929: causas, desarrollo y consecuencias.

Artículo sobre el crack de 1929.

Autor: Enrique López Fdez de Lascoiti, Universidad Autónoma de Madrid.

Fuente: Revista Internacional del Mundo Económico y del Derecho. Volumen I (2009) Págs. de 1 – 16.

Resumen: El crack del 29, fue una la mayor crisis jamás conocida que estalló el 24 de octubre de 1929. En esta fecha la bolsa de valores de Wall Street sufrió una caída en sus precios. Esto provocó la ruina de muchos inversores, tanto grandes hombre de negocios como pequeños accionistas, el cierre de empresas y bancos. Esto conllevó al paro a millones de ciudadanos. Pero el problema no solo quedó en Nueva York, esto se trasladó a casi todos los países del mundo como un efecto dominó. Afectó tanto a países desarrollados como a los que estaban en vías de desarrollo. Europa se estaba recuperando de las consecuencias de la Primera Guerra Mundial, entonces su situación empeoro. Lo que comenzó como un simple descenso de las cotizaciones en la bolsa de Nueva York, en el otoño de 1929, se convirtió, en poco tiempo, en la mayor crisis de la historia del capitalismo.

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Waterloo en sangre y tinta.

Carga de la caballería británica durante la batalla de Waterloo

Fuente: eldiario.es

Autor: Joaquín Torán

El domingo 18 de junio de 1815 llovió intensamente. El suelo se embarró de tal forma que apenas se podía maniobrar. Los soldados se trababan en combates cuerpo a cuerpo, a bayonetazos. Los cadáveres, despedazados por el fuego de artillería, salpicaban el escenario. Las tropas aliadas, un contingente heterodoxo formado por holandeses, belgas renuentes a formar parte del yugo imperial napoleónico, británicos y alemanes, estaban dirigidas por Arthur Wellesley, el duque de Wellington, y por el septuagenario príncipe Gebhard Leberech von Blücher, un duro general que se creía embarazado de un elefantito. Del otro lado, estaba el feroz ejército de Napoleón. Ambos cuadros se habían masacrado durante dos días en las accidentadas inmediaciones de Bruselas.

El decisivo enfrentamiento entre Napoleón y sus adversarios se inició a las 11.30 y se prolongó durante casi doce horas. Aunque la victoria estuvo a punto de inclinarse varias veces del lado francés, con un Ejército más numeroso y fiero, fueron los sucesivos errores de sus mandos los que terminaron por decantar la batalla.

Napoleón encargó la dirección y planificación de la contienda al mariscal Ney, «el más valiente entre los valientes», un soldado aguerrido pero impetuoso, cuya precipitación acabó condenando a su Ejército. Además, el emperador vitalicio (ostentaba el rango como concesión de sus antiguos enemigos) cometió el peor error posible en un militar experimentado: subestimó al rival. Napoleón creyó en todo momento poder separar al Ejército británico del prusiano, machacarlos por separado, y plantarse en apenas una jornada en el palacio real de Bruselas. La realidad, sin embargo, fue que su milagroso regreso del exilio mantuvo al mundo en vilo durante aproximadamente cien días.

Las consecuencias de la derrota de Napoleón se extendieron por toda Europa. El declive del general puso fin a las aspiraciones independentistas de los polacos, cuyas tierras pertenecían al imperio ruso. Entre sus más insignes miembros, se encontraba el conde Jan Potocki. Viajero infatigable, matemático, soldado, Potocki debe su fama universal a Manuscrito encontrado en Zaragoza (1804-1805), novela gótica que nace de sus experiencias bélicas napoleónicas. Al descubrir que el mundo que soñó se desintegraba, enfermo de neurastenia, se disparó en diciembre de 1815 un tiro en su biblioteca. La bala la fabricó limando una cucharilla de plata.

'La carga de los escoceses grises en Waterloo', de Stanley Berkeley

Una batalla muy literaria: humanidad y épica

Las noticias del triunfo aliado no tardarían en propagarse. Cuando el mayor Percy, hijo de buena familia, realizó su memorable viaje para presentarse ante la plana mayor del Gobierno inglés con la noticia del triunfo, cuentan que el habitualmente contenido príncipe regente, ante quien debía responder, chilló histéricamente. Es una anécdota más de las numerosas que se conocen sobre aquella batalla. Muchos de sus participantes, así como de los testigos de aquellos días, sabedores de la trascendencia del conflicto, llenaron páginas sobre sus impresiones y sobre maniobras técnicas. La batalla de Waterloo es una de las más estudiadas de la historia. Ayuda la abundancia de datos sobre la misma.

Un buen manual sobre lo que fue y supuso Waterloo acaba de llegar a las librerías.Waterloo. La historia de cuatro días, tres ejércitos y tres batallas (Edhasa) es el último libro del escritor Bernard Cornwell, especialista en novela histórica. Cornwell posiblemente sea uno de los mayores expertos en aquel conflicto que «lo cambió todo». En 1981 creó al fusilero Richard Sharpe, protagonista de 22 novelas en las que se narra su participación en importantes acontecimientos de finales del siglo XVIII y principios del XIX. Sean Bean le puso rostro televisivo.

La postrera aparición del fusilero será en la decisiva famosa batalla en suelo belga.  Sharpe en Waterloo, de 1992, encumbró a Cornwell como estudioso: su vívida y honesta recreación es de las mejores que se han escrito sobre el 18 de junio de 1815. Su reciente ensayo sigue esa estela de honestidad y viveza.

Cornwell, en contra de lo que es habitual dentro de la triunfalista historiografía británica, no se decanta por ningún bando. Su obra es amena, exhaustiva, logra embutir al lector dentro de una casaca y situarlo, con pavor, en los bucólicos páramos devastados de Bélgica.

El mayor de sus méritos es el de transmitir la sensación de chapuza, improvisación y desbandada que caracterizó las últimas jornadas guerreras de un Napoleón en el ocaso. El escritor priva de toda épica el conflicto, rebajándolo a su dimensión humana. Nada que ver con Arthur Conan Doyle.

'La carga de los coraceros franceses en Waterloo', H.F. Philippoteaux

Mundialmente conocido por ser el padre del detective Sherlock Holmes, Conan Doyle suspiró por ser más bien reconocido como escritor de novelas históricas. Él mismo se declaraba más partidario de este tipo de literatura. Como buen novelista británico de su tiempo, se atrevió con todos los géneros populares. Sus relatos de terror son muy dignos. La novela policíaca dio en sus manos un salto cualitativo como pasatiempo de salón.

Conan Doyle admiraba y temía a Napoleón. Concibió una serie humorística y casi picaresca sobre el brigadier Gerard, soldado del Ejército francés. Del narrador escocés es también esta frase: «Estaba muy bien pintar caricaturas suyas (del general francés), y cantar tonadas burlescas sobre él, y considerarle un usurpador, pero yo he de hablar acerca del miedo que despertaba ese hombre, y que se extendió como una sombra negra sobre toda Europa». Pertenece a  La gran sombra(Valdemar), una novela breve, de algo más de cien páginas, llena de momentos hermosos, como corresponde a un libro melancólico y triste.

En La gran sombra (1892), Conan Doyle cede el protagonismo a dos amigos campestres que acaban enrolándose contra Napoleón para consumar una venganza. La presencia del general es una amenaza paralizante. El escritor le otorga un cameo imponente. También se tomará la licencia de convertir en personaje de ficción al abogado, y posterior novelista, Walter Scott; en su ficción, Scott luchaba contra el temible enemigo francés, algo que jamás hizo en la realidad. Fue, eso sí, uno de los primeros europeos en visitar el campo de batalla tras el armisticio y en hablar con veteranos.

A Waterloo le dedicó un poema, por el que no quiso percibir nada: las ganancias las destinó a un fondo para viudas y huérfanos de la guerra. El poema, tremendamente flojo, no figura entre lo más granado de su producción.

Una batalla muy literaria: el desencanto y la crítica

Para tener una visión modélica, en la ficción, de lo que fue Waterloo, hay que dejar de lado la documentada imaginación de Conan Doyle y recurrir a las fuentes. En la práctica, La Cartuja de Parma, de Stendhal, lo es. Marie-Henri Beyle, verdadero nombre del autor, participó como intendente militar, y testigo de excepción, en varias de las campañas del Gran Corso, hasta su primera caída en 1814. Con él estuvo en Brunswick, en España, en Italia. Coincidía con el general en sus simpatías republicanas.

La Cartuja de Parma es casi su testamento literario: compuesta en apenas dos meses durante 1839, es una novela marcada por la pasión. Es, además, la catarsis de un hombre acuciado por la soledad y el desafecto. Su estampa de Waterloo no es amable. Tiene visos de locura, de pesadilla. Sitúa a Fabricio, su ingenuo protagonista, en un escenario presidido por el estrépito y la barahúnda, en el que se mata y se sobrevive de manera infame.

Esta aproximación descarnada a la batalla, alejada de cualquier atisbo romántico, disgustó a sus contemporáneos franceses, salvo a Balzac. León Tolstói, afrancesado como la mayoría de nobles de su país, admitiría haberse enamorado de esas pocas y cruentas páginas y de haberlas usado para su retrato de Austerlitz, uno de los más sonados éxitos de Napoleón, en su monumental Guerra y paz (1865).

Stendhal escribe: «Con que la guerra no era ya aquel noble y común arrebato de almas generosas que él (Fabricio) se había imaginado por las proclamas de Napoleón». El desencanto del ferviente republicano francés es mayúsculo. La magnitud de esta distancia es clamorosa, por proferirla quien dedicara una incompleta biografía, y varias escenas en Rojo y negro (1830), al amado general.

En esa sentencia, se opuso al juicio de Victor Hugo cuando proclamaba que «Waterloo no fue una batalla sino un cambio de frente por parte del Universo». La derrota francesa sólo pudo deberse, refiere el autor de Los miserables, y así lo creyeron muchos de sus compatriotas, a inescrutables disposiciones del Destino. La propaganda napoleónica, auspiciada por el propio Emperador, hizo creer en la imbatibilidad de Francia y en la invencibilidad de Napoleón. El corso, cultivado como era, amaba a los hagiógrafos latinos.

La visión mítica de Napoleón no fue compartida por todos los franceses. Por ejemplo, los escritores Erckmann-Chatrian, que formaban un talentoso y exitoso tándem, serían muy críticos con la política de movilización y levas implantada por el general. Quizás les pesaba el origen: Émile Erckmann y Alexandre Chatrian eran oriundos de Lorena, región disputada por Francia y Alemania a lo largo de la historia. Waterloo (1865), secuela de Historia de un recluta de 1813 (1864), es un alegato antibelicista que rehúye el entusiasmo.

El general Rapp informa a Napoleón de la carga contra los rusos, pintura del barón Gérard

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La Rebelión contra España de los criollos de Oruro y la emancipación de Argentina

La Rebelión contra España de los criollos de Oruro

La Rebelión contra España de los criollos de Oruro y la emancipación de Argentina

Los calabozos de Oruro en Buenos Aires, albergaron a los cabecillas de la rebelión orureña iniciada el 10 de febrero de 1781, que adquirió características excepcionales para España, al ser una masacre de ricos comerciantes y mineros peninsulares protagonizada por criollos, siendo juzgada la causa en la capital del Virreinato del Río de la Plata. Al ser caratulada como secreta fue desconocida hasta nuestros días, y a su desconocimiento colaboró el que estuvieran el Regimiento Fijo de Infantería, de Burgos y de Extremadura, alojados en el mismo solar que los reos. Sin embargo, en aquellos días debió ser conocida porque ellos fueron trasladados en varias oportunidades, y tuvieron libertad condicional dentro del marco de la ciudad.

La Rebelión contra España de los criollos de Oruro

La rebelión de Oruro, Alto Perú (actual Bolivia) fue una de las primeras rebeliones encabezadas por criollos en América, a la cual podría achacársele móviles caudillescos e individualistas de ambición personal más que anticoloniales, porque la carencia de un programa libertario permitió a sus líderes un comportamiento ambivalente y oportunista entre el apoyo a Túpac Amaru o a los españoles, según fuera su conveniencia coyuntural.

La Rebelión contra España de los criollos de Oruro

La condición de criollos les deparaba una serie de privilegios estamentales, de los cuales carecían los indios que encabezaron las rebeliones indígenas, siendo notorias las diferencias sustentadas con los juicios sumarios y ejecuciones llevados a cabo contra estos últimos. En cambio, a los criollos de Oruro, luego de un largo juicio en Buenos Aires, penoso por las condiciones en que se los mantuvo encarcelados en los primeros años, el Consejo de Indias los dejó en libertad, anulando la causa al alegar vicios de procedimiento notorios que impedían aprobar la sentencia dictada.

La Rebelión contra España de los criollos de Oruro

Por ello, debe considerársele un caso judicial en que los pasos de procedimiento mal aplicados complicaron la causa de tal modo que no existió otra posibilidad que desechar todas las pruebas y testimonios; el cual, de haber sido llevado a cabo legalmente y en tiempo lógico, podría haber concluido con condenas a muerte para los principales ejecutores.

Con todo, parece probable que los españoles empezaran a sentir que no podían perder el apoyo de los criollos, sus aliados naturales, cuando comenzaban a soplar vientos ideológicos emancipatorios en las colonias americanas, y corrían el peligro de perderlas. De modo que, el Consejo de Indias habría enmascarado una resolución política detrás de un dictamen profesional, pudiendo desechar todos los testimonios de los estamentos y castas, para terminar no aprobando ciertamente los dichos de los criollos implicados en la rebelión, aunque dejando dudas razonables al respecto.

La Rebelión contra España de los criollos de Oruro

Pudo haber un nexo conductor a través del presbítero Mariano Bernal, reo de la causa, que prestó servicios en el Real Colegio durante algunos años, y por las libertades condicionales. Suponiéndose que tal situación podría haber redundado en el conocimiento de su accionar subversivo contra el poder español, de parte de muchos porteños y la identificación consecuente. No por casualidad, después de mayo de 1810 serían identificados como “libertadores del Perú”, y secuaces de Túpac Amaru, aunque ello no fuera verídico, cuando debido a sus privilegios (haciendas y minas) pronto se enfrentaron con los seguidores del inca.

La Rebelión contra España de los criollos de Oruro

También puede establecerse que el Brigadier Cornelio Saavedra, potosino, llamaba Oruro a la actual calle Moreno, debido a la cita que Bartolomé Mitre y Vicente Fidel López hacen de un parte de batalla de las invasiones inglesas donde la menciona con ese nombre, especificando esa única cuadra que actualmente va de Perú a Bolívar.

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