Los Laxalt, una familia vasca al servicio de Estados Unidos, 1941-1945

Foto oficial del 7º Batallón del 20º Regimiento de Ingenieros, en Camp American University, Washington, DC, antes de su despliegue en febrero de 1918, en el que se encontraba Jean Pierre Laxalt Etchart (Compañía C / Compañía 21) (http://www.20thengineers.com/images/ww1-7bn-before.jpg).

Autor: Asociación Sancho de Beurko

Fuente: eldiario.es 25/06/2020

Con 36 años, el suletino Jean Pierre Laxalt Etchart se encontraba en Ardentes, en el centro de Francia, —a unos 650 kilómetros de su localidad natal de Aloze-, inmerso en la Gran Guerra de 1914 que asolaría parte del país. La diferencia con sus coetáneos en cuanto a su participación en el conflicto se encontraba en que Jean Pierre fue reclutado por el Ejército de Estados Unidos (EEUU), país en el que residía desde 1902. Regresó a defender Francia en marzo de 1918, por primera (y última) vez desde su salida, 16 años antes. Fue uno de los “luchadores forestales” del Regimiento de Ingenieros —el mayor regimiento del ejército norteamericano que haya existido. Durante el mismo periodo de tiempo, en uno de estos temibles frentes de trincheras se hallaba el soldado del ejército francés, Jean Michel (Alpetche) Bassus, nacido en 1894 en Buenos Aires, Argentina, de padres bajo navarros, y cuya vida, se entrelazaría impredeciblemente con la de los Laxalt en un futuro no muy lejano.

Tras su desmovilización, Jean Pierre retomó su vida como criador de ovejas en Nevada. Previamente le habían acompañado en su labor, y de manera exitosa, desde 1910 y durante unos cuantos años, sus hermanos Pierre y Dominique Laxalt Etchart, llegados a EEUU en 1904 y 1906, respectivamente. Ambos habían nacido en Liginaga; Pierre, en 1878, y Dominique en 1886. En 1914, Pierre “Pete” Laxalt Etchart se casó con Marie “Mary” Ucarriet, nacida en 1892, en Aldude, Baja Navarra, y llegada al país con sus padres en 1912. Tuvieron cuatro hijos: Gabriel “Gabe” Peter (1915-1979), Adelle Marie (1917-2003), Robert John (1920-1972) y Lucille Catherine (1921-1980). Tres de ellos, Gabriel, Robert y Lucille tomaron parte activa en la Segunda Guerra Mundial (SGM).

Gabriel y Robert se alistaron en las Fuerzas Áreas en 1941. Gabriel Laxalt Ucarriet lo hizo ocho meses antes del ataque a Pearl Harbor, mientras Robert Laxalt Ucarriet se presentó voluntario dos días después de la agresión japonesa. Gabriel fue destinado al personal de mantenimiento de la flota aérea, y sirvió al final de la guerra en el 534º Grupo de Servicio Aéreo, siendo licenciado con el rango de sargento en 1945. Robert fue destinado a la Base de Islandia, establecida por el ejército de EEUU el 7 de julio de 1941 para la defensa de la isla y como punto estratégico entre Europa y Norte América. Allí permaneció durante todo el conflicto bélico.

En agosto de 1941, Lucille Laxalt Ucarriet se inscribió en el Children’s Hospital, en San Francisco, California, para capacitarse como enfermera. Mientras estaba en la escuela de enfermería, Lucille fue admitida en los Cuerpos de Enfermeras Cadetes de EEUU el 1 de julio de 1943, fecha de su creación por parte del Congreso de EEUU. Tenían por objetivo el de capacitar a enfermeras para las fuerzas armadas y hospitales gubernamentales y civiles. Más de 124.000 enfermeras que se inscribieron en este programa federal se graduaron durante el curso de la guerra para suplir la grave escasez de enfermeras, tanto en el país como en el extranjero. El gobierno volvía a requerir la participación activa de las mujeres, pero no en los mismos términos de igualdad que el hombre. A fecha de hoy las mujeres de los Cuerpos de Enfermeras Cadetes son las únicas de todos los cuerpos uniformados que sirvieron en la SGM que no han sido todavía reconocidas como veteranas de guerra por parte del gobierno estadounidense.

En diciembre de 1920, una joven bajo navarra de 29 años, Therèse Alpetche Bassus, arribaba al Puerto de Nuevo York desde Burdeos, Francia, donde su familia regentaba el Hotel Amerika y una de las primeras agencias de viaje entre Europa y las Américas. Therèse “Theresa”, nacida en 1891 en Baigorri, Baja Navarra, tenía como destino San Francisco. Es en esta ciudad, en el Hotel España, propiedad de una familia vasca, donde residía su hermano Jean Michel, quién, tras el fin de la Gran Guerra, había llegado en octubre de 1919, siguiendo los pasos de su hermano Maurice, residente en EEUU desde 1914. Jean Michel se estaba muriendo por los efectos de un ataque con gas venenoso usado durante la guerra. Therèse tenía por objetivo el de regresar con su hermano a Francia. Desgraciadamente Jean Michel falleció en 1921 y fue enterrado en Reno, Nevada, donde su hermana erigió un monolito en su memoria. Therèse decidió permanecer en el país, contrayendo matrimonio, al de poco tiempo, con Dominique Laxalt Etchart. Tuvieron seis hijos: Paul Dominique (1922-2018), Robert Peter “Bob” (1923-2001), Suzanne Marie (Hermana Mary Robert de la Orden de la Sagrada Familia; 1925-2019), John Maurice (1926-2011), Marie Aurelie (1928-2019) y Peter Dominique “Mick” (1931-2010).

Al igual que sus primos, tres de los Laxalt-Alpetche también contribuyeron al esfuerzo de la guerra. Paul Dominique Laxalt Alpetche fue reclutado en 1942 y durante tres largos años, y de éstos 18 meses en el extranjero, sirvió en los Cuerpos Médicos del Ejército (una unidad no combatiente), hasta su licenciamiento con el grado de sargento. Es durante la Batalla de Leyte, en Filipinas, donde cuidó de un joven oficial vasco-nevadense, Leon Etchemendy Trounday (un héroe de las Aleutianas), gravemente herido. “Demasiada sangre, demasiados heridos y soldados muriéndose”, escribiría Paul, décadas más tarde, en sus memorias (1). Paul llegó a ser elegido vicegobernador de Nevada (1962-1964), gobernador de Nevada (1967-1971), y finalmente senador de EEUU por el Estado de Nevada (1974-1987). Paul se convirtió en el primer senador vasco en la historia estadounidense. Fue la mano derecha e íntimo amigo del presidente Ronald Regan. Paul fue enterrado con honores militares en el Cementerio Nacional de Arlington, Virginia.

Su hermano Robert Laxalt Alpetche interrumpió sus estudios para alistarse en el ejército. Sin embargo, no fue aceptado debido a un leve soplo cardíaco. A través de las conexiones políticas de la familia, Robert finalmente consiguió un trabajo con el Servicio Diplomático del Departamento de Estado en Washington DC. Fue asignado como oficial de cifras a la Legación Diplomática y enviado al Congo Belga en 1944. Sirvió en un puesto avanzado en la selva en el contexto de una guerra secreta de espías entre los Aliados (la Oficina de Servicios Estratégicos, la actual CIA) y los alemanes por el control de una mina en la provincia de Katanga que producía un mineral poco conocido (en aquel momento) llamado uranio —el ingrediente esencial de la bomba atómica (2). Robert enfermó de malaria y fue repatriado en marzo de 1945. Tenía 21 años. En 1951, Robert acompañó a su padre a su lugar de nacimiento por primera vez después de 47 años como pastor de ovejas en Nevada y el norte de California. Basado en la historia de su padre, escribió Sweet Promised Land (1957), su segunda novela y uno de sus libros más conocidos. Robert fundó la University of Nevada Press en 1961 y fue su director hasta 1983. Junto a William A. Douglass y Jon Bilbao fundaron el Programa de Estudios Vascos en la Universidad de Nevada en 1967. Robert fue un prolífico escritor de ficción y no ficción. Se convirtió en la “voz de los vascos” en el oeste americano (3).

Casi al final de la guerra, John Maurice Laxalt Alpetche fue reclutado por la Armada, sirviendo a bordo del barco de municiones USS Mount Katmai en el Oeste del Pacifico. Fue licenciado con el grado de administrativo de segunda clase en julio de 1946. Abandonó su bufete de abogados para participar en las campañas electorales de su hermano Paul, estableciéndose posteriormente en Washington DC.

Tras la muerte de Paul en 2018, a los 96 años, la de Suzanne Marie (la Hermana Mary Robert), en octubre del pasado año, a la edad de 94, supuso el fin de la primera generación vasca de los Laxalt nacida en EEUU. Los Laxalt-Ucarriet, aunque fallecieron relativamente jóvenes, dejaron tras de sí un legado de superación y de defensa de libertades que hoy en día intentamos preservar a toda costa. Los Laxalt-Alpetche, quizás la cara más visible de esta extraordinaria familia vasco-americana, son posiblemente el paradigma de una historia de emigración exitosa, de lucha por la supervivencia, y de la conquista social, económica y política de una familia en una sola generación. Hicieron del lejano oeste americano, y especialmente de Nevada, su hogar, siendo este un valor que los Laxalt continúan atesorando con gran ahínco.

Si quieres colaborar con “Ecos de dos guerras” envíanos un artículo original sobre cualquier aspecto de la SGM o la Guerra Civil y la participación vasca o navarra al siguiente email: sanchobeurko@gmail.com

Los artículos seleccionados para su publicación recibirán una copia firmada de “Combatientes Vascos en la Segunda Guerra Mundial”.“Combatientes Vascos en la Segunda Guerra Mundial”

Laxalt, Paul. (2000). Nevada’s Paul Laxalt. A Memoir. Reno, Nevada: Jack Bacon & Co.

Robert Laxalt escribió en 1998 sus peripecias en el Congo Belga durante la SGM, bajo el título de, A private war: an american code officer in the Belgian Congo. (Reno: University of Nevada Press).

Río, David. (2007). Robert Laxalt: The voice of the Basques in American literature. Reno: Center for Basque Studies, University of Nevada, Reno.

Proyecto Manhattan: todo por la bomba atómica

Autora: Eva Millet.

Fuente: La Vanguardia 16/07/20250

Hace 75 años estallaba en un desierto de Nuevo México la bomba Trinity, que revelaba el éxito del proyecto liderado por Robert Oppenheimer y cambiaba el mundo para siempre

Todo empezó con una carta, del 2 de agosto de 1939, dirigida al presidente de Estados Unidos, Franklin D. Roosevelt. La firmaba Albert Einstein, cuya ecuación E = mc² puso las bases del desarrollo de la energía atómica. Ante el auge del nazismo, Einstein había abandonado su Alemania natal en 1933, instalándose en América. Ese verano estaba en Long Island, en una agradable casa alquilada frente al mar, con un jardín frondoso y un porche de madera.

Cuentan que era un pésimo navegante y apenas sabía nadar, pero disfrutaba de aquel lugar tranquilo. Sin embargo, el genio recibía numerosas visitas. Quizá ninguna fue tan relevante como la que le hicieron los físicos húngaros Leo Szilard y Eugene Wigner ese agosto de hace poco más de ochenta años.

Nacido en Budapest en 1898, Leo Szilard era un físico nuclear que también huyó de Alemania en 1933. Su primer destino fue Londres, donde ayudaba a otros académicos refugiados a encontrar trabajo.

Lord Rutherford aseguraba que no era posible utilizar la energía atómica con fines prácticos

Aquel mismo año, frente a un semáforo del barrio de Bloomsbury, tuvo su momento eureka. Había leído en The Times un artículo sobre lord Rutherford, el padre de la física nuclear, en el que este aseguraba que no era posible utilizar la energía atómica con fines prácticos. Furioso ante aquel rechazo, y al tiempo que cruzaba la calle, a Szilard se le ocurrió la idea de una reacción nuclear en cadena: la base de la bomba atómica.

La fisión nuclear

Szilard no fue el único que teorizaba sobre las posibilidades de la energía atómica. Había otras mentes brillantes –como la del italiano Enrico Fermi– que trabajaban sobre ella en las universidades de Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña. También se investigaba en Alemania, entonces en la vanguardia de la ciencia y la tecnología mundiales, con premios Nobel como el físico Werner Heisenberg. Por ello, cuando Szilard se enteró, a finales de 1938, de que los químicos alemanes Otto Hahn y Fritz Strassmann habían descubierto la fisión nuclear, no dudó de la veracidad de la información.

La prueba Trinity, desarrollada en el marco del Proyecto Manhattan, fue la primera detonación de un arma nuclear de la historia.
La prueba Trinity, desarrollada en el marco del Proyecto Manhattan, fue la primera detonación de un arma nuclear de la historia. (Dominio público)

Hahn y Strassmann demostraron que el núcleo del uranio podía ser dividido en dos o más partes mediante el bombardeo de neutrones, partículas descubiertas en 1932 por el británico James Chadwick. Esta división provocaba un desprendimiento enorme de energía y la emisión de dos o tres neutrones que, a su vez, ocasionaban más fisiones al interactuar con nuevos núcleos, que emitían nuevos neutrones… El efecto multiplicador de la reacción en cadena.

Unos meses antes de la invasión de Poloniala Alemania de Hitler estaba en vías de fabricar una bomba nuclear. En este contexto se gesta la carta de Einstein a Roosevelt, firmada en el porche de la casa de Long Island. La redactó Szilard, pero era necesaria la firma de alguien como Einstein para que el presidente reaccionara. Hasta entonces, los esfuerzos de Szilard y Fermi para conseguir financiación con que investigar la energía nuclear habían tenido muy poco éxito.

La carta de Einstein informaba a Roosevelt de que ya era posible conseguir una reacción en cadena sobre una cantidad importante de uranio, lo que permitiría “generar ingentes cantidades de energía”. Este nuevo fenómeno “podría desembocar en la construcción de bombas” extremadamente potentes, con capacidad “de destruir un puerto entero y el territorio adyacente”.

Estos proyectiles serían tal vez demasiado pesados para su transporte, pero Einstein instaba al presidente a que su administración mantuviera un “contacto permanente” con los físicos que trabajaban en la reacción en cadena en Estados Unidos.

El presidente ordenó la creación de un nuevo grupo de trabajo para construir la bomba atómica

La carta tardó más de dos meses en llegar a Roosevelt, pero su reacción fue rápida: decidió establecer el Comité del Uranio como enlace entre gobierno y laboratorios. Sin embargo, el compromiso pleno de su gobierno no llegó hasta julio de 1941. Fue entonces cuando el espionaje británico informó de que, para los alemanes, la fabricación de una bomba, de uranio o plutonio, lo suficientemente pequeña como para ser transportada en avión era viable.

Ante aquello, el presidente ordenó la creación de un nuevo grupo de trabajo, integrado por militares y políticos de alto rango, para construir la bomba atómica. Un arma capaz de decidir el desenlace de la guerra en Europa, que parecía estar ganando Alemania. Sin dilación, el llamado Comité S-1 se dispuso a materializar un proyecto todavía sin nombre.

El Proyecto Manhattan

El 7 de diciembre de 1941, tras el ataque de Japón a su flota estacionada en Pearl HarborEstados Unidos entró en la Segunda Guerra Mundial. Con ello, el Departamento de Guerra se adhirió al Comité S-1. Lo hizo a través de los US Army Corps of Engineers: el cuerpo de ingeniería pública más grande del mundo. Debido a que la mayor parte de la investigación nuclear se había hecho en la Universidad de Columbia, en Manhattan, los Corps de este distrito fueron puestos al mando.

El general Leslie R. Groves dando un discurso en agosto de 1945.
El general Leslie R. Groves dando un discurso en agosto de 1945. (Dominio público)

De ahí surge el nombre en código “Proyecto Manhattan”, para el que no se escatimaron recursos: dos mil millones de dólares de la época para construir las diferentes infraestructuras que lo integraron. A la cabeza de las actividades se puso al coronel Leslie R. Groves.

Miembro del Cuerpo de Ingenieros, había sido fundamental en la construcción del recién estrenado Pentágono. Un éxito organizativo que él quería dejar atrás para combatir en el frente. Pero las órdenes fueron permanecer en Estados Unidos para una nueva misión que, si resultaba un éxito, haría que su país ganase la guerra. Una vez accedió a su nuevo puesto, la primera orden de Groves fue comprar 1.200 toneladas de uranio mineral del entonces Congo Belga.

A Groves le impresionó “la arrogante ambición” de Oppenheimer. “Es un genio”, resumió

Brusco, eficaz y físicamente intimidante, Groves, que fue ascendido a general al serle asignado el Proyecto Manhattan, era lo opuesto al otro hombre clave en el mismo: Julius Robert Oppenheimer. Este físico teórico, nacido en Nueva York, de aspecto y gustos sofisticados, fue el escogido por el militar para dirigir la parte científica.

Una decisión controvertida, porque Oppenheimer, profesor de la Universidad de Berkeley, ni tenía un Nobel ni experiencia en gestión de equipos. Pero ya en su primer encuentro a Groves le impresionó “la arrogante ambición” de Oppenheimer, quien parecía saberlo “todo”, y no solo de física teórica. “Es un genio”, resumió el general.

Los Álamos

Groves supo ver en Oppenheimer una mente brillante, capaz de encontrar la solución a problemas de distintas disciplinas. Le gustó su idea de que el laboratorio donde se construyera la bomba se ubicase en un lugar aislado, lo que facilitaba la seguridad. Oppenheimer sugirió situarlo en Nuevo México, donde poseía un rancho. Los paisajes prístinos de aquel estado al sur del país eran su pasión.

Conocía bien la zona y sabía de la existencia, al norte de Santa Fe, de un internado para niños llamado Los Álamos, en una de las mesas que rodeaban la llamada llanura de Pajarito. El lugar era aislado y bellísimo, perfecto para un trabajo que requería tanto concentración como asueto. Groves sentenció que habían encontrado el sitio perfecto para la “sede Y” del Proyecto Manhattan: el laboratorio donde se diseñaría la primera bomba atómica de la historia.

Dio la orden de adquirir los terrenos y envió la maquinaria de los Corps para construir el complejo, al que Oppenheimer se mudó en la primavera de 1943. Años más tarde, el físico manifestaría sentirse culpable por haber destrozado un paisaje maravilloso. En ese momento no se le ocurrió que la logística derivada del Proyecto Manhattan podría causar impacto en esa naturaleza espléndida.

Lo cierto es que, mientras él se encargaba de reclutar a los científicos que necesitaba, Groves construía, en un tiempo récord, un flamante laboratorio nuclear, rodeado de una pequeña ciudad en mitad de la nada.

Por sugerencia de Oppenheimer, las familias del personal del proyecto residirían también en Los Álamos. Mientras las obras avanzaban, Oppenheimer convocaba a los científicos más brillantes de su generación para unirse a la empresa.

Entre otros, estaban Leo Szilard, por supuesto, y Enrico Fermi (Nobel en 1938). Los químicos Harold C. Urey (Nobel en 1934) y Willard Frank Libby (Nobel en 1960). James Chadwick, el descubridor de los neutrones (Nobel en 1935). Los físicos Isidor Rabi (Nobel en 1944) y Hans Bethe (Nobel en 1967). El físico teórico Richard Feynman (Nobel en 1965), el físico de origen español Luis Walter Álvarez (Nobel en 1968) y el físico de origen húngaro Edward Teller, futuro padre de la bomba de hidrógeno y, según Fermi, “el más inteligente de todos nosotros”.

El general Groves temía filtraciones (y, de hecho, las hubo)

El potente equipo humano fue aumentando a medida que pasaban los meses. Como explicaría Rose, la hija de Hans Bethe, la idea inicial de Oppenheimer era reclutar a treinta científicos, más un grupo de apoyo de unas cien personas. Pero la cifra se disparó, y en 1945, en Los Álamos trabajaban unas seis mil. A veces, seis premios Nobel intervenían en un mismo proyecto. Los egos eran enormes. Pero, con un savoir-faire que sorprendería a muchos, Oppenheimer resultó idóneo para dirigir a ese grupo de divos de la ciencia.

Lo que se hacía en Los Álamos era secreto de Estado. También la existencia de la instalación, cuya única dirección de correo era el apartado postal 1663, Santa Fe, Nuevo México. Groves estaba obsesionado por la seguridad y temía filtraciones (y, de hecho, las hubo). Todos necesitaban una acreditación para entrar y salir del recinto. Oppenheimer iba siempre con guardaespaldas, y a los científicos les estaba prohibido comentar su trabajo, incluso con sus más allegados.

Cambio de turno en la instalación de enriquecimiento de uranio Y-12.
Cambio de turno en la instalación de enriquecimiento de uranio Y-12. (Dominio público)

En Santa Fe se rumoreaba que el internado se había convertido en una base para reparar submarinos o en una maternidad de la rama femenina del Ejército. Lo cierto es que en Los Álamos hubo un inesperado baby boom que no agradó a Groves. Cuando se lo hizo saber a Oppenheimer, este tuvo poco que argumentar: su segunda hija nació allí, en 1944. Como con los otros bebés, en su certificado, el lugar nacimiento constaba como “apartado postal 1663”.

En el Proyecto Manhattan coincidieron las maneras de hacer de la ciencia y lo militar. Mientras Oppenheimer consideraba clave el intercambio de ideas en un ambiente distendido, Groves abogaba por el secretismo y la formalidad. Aquella divergencia provocaba discrepancias entre los máximos responsables del proyecto, pero, en general, la relación fue de mutuo respeto.

Pese a la gravedad y urgencia de la tarea encomendada, en aquella joven comunidad existía una vida social intensa. Oppenheimer era el primero en organizar fiestas en su casa, donde preparaba unos perfectos dry martinis. El magnífico entorno era idóneo para las caminatas que tanto gustaban a científicos como Enrico Fermi. Se organizaban también excursiones a caballo y pícnics junto al río. Incluso se construyó una pista de esquí: George Kistiakowsky, el químico al mando de la implosión de la bomba, se encargó de limpiar parte del bosque. Con explosivos, naturalmente.

Una cuestión ética

Pese a aquellos hobbies, el trabajo era intenso: jornadas de diez, doce y hasta catorce horas para crear “el artefacto” –como se lo llamaba– antes que los nazis. Ese era el objetivo de los científicos involucrados, muchos de ellos refugiados del fascismo. Qué pasaría si Estados Unidos conseguía antes la bomba era una cuestión que ni se planteaba.

Pero, en 1944, tras el desembarco aliado del 6 de junio en Normandía, las cosas cambiaron. Los aliados iban camino de ganar la guerra en Europa, y estaba claro que Alemania no lograría fabricar la bomba. ¿De qué servía seguir adelante con aquella arma de destrucción masiva? Empezaron a surgir voces críticas. Como la del físico polaco Joseph Rotblat, que se quedó helado cuando, en una cena en casa de James Chadwick, escuchó al general Groves decir que el fin de la bomba no era derrotar a Hitler, sino dominar a los soviéticos.

Rotblat sabía que Stalin no era un santo, pero también sabía que miles de rusos seguían muriendo cada día en el frente en su mismo bando. Percibió las palabras del general como una traición, y pocos meses después abandonó Los Álamos. No podía seguir participando, dijo, en la creación de un arma cuyo objetivo, vencer al nazismo, había quedado obsoleto. Dedicó el resto de su vida a la erradicación de las armas nucleares, lo que le valió el Nobel de la Paz en 1995.

El secretismo del Proyecto Manhattan era tal que Truman no lo conoció hasta poco antes de ser investido

La de Rotblat no fue la única voz disidente. A finales de 1944, el estadounidense Robert Wilson, jefe de la división de física experimental, convocó una reunión en el complejo para discutir la ética del proyecto. Aunque se había adherido “con la vocación de un soldado profesional”, también empezaba a albergar dudas con el cambio de rumbo de la guerra. Acudieron una veintena de personas, incluido Oppenheimer, que les convenció de seguir adelante.

Su argumento estaba inspirado en el de su mentor, el eminente físico danés Niels Bohr, que había visitado Los Álamos un año antes. Para Bohr, la bomba era algo terrible, pero también la “Gran Esperanza”. Bien manejada, podría ser garante de la paz en el mundo, cambiar las dinámicas de la guerra como tal. Pero para ello era necesario un control internacional de la energía atómica y la cooperación entre científicos del mundo capitalista y el comunista.

Así, el trabajo en Los Álamos siguió a toda marcha: los equipos, coordinados por Oppenheimer, iban solucionando los problemas para la construcción del artefacto, que, en su mayoría, estaban relacionados con la implosión. Los explosivos necesarios (el uranio y el plutonio enriquecidos) eran suministrados desde los reactores de los complejos de Oak Ridge (Tennessee) y Hanford (Washington), también construidos para el proyecto.

En paralelo, la historia se desarrollaba a toda velocidad: el 12 de abril de 1945 falleció Roosevelt, a quien sucedió en la Casa Blanca Harry Truman . Una buena prueba del secretismo del Proyecto Manhattan es que Truman desconoció su existencia hasta poco antes de su investidura como presidente. En Europa, Hitler se suicidó el 30 de abril en su búnker de Berlín. Ocho días después, Alemania se rendía.

Con el nazismo derrotado, fueron más los que se preguntaron qué sentido tenía seguir con aquello. Pero en el Pacífico la guerra continuaba con virulencia, y el Ejército ya había seleccionado diecisiete posibles blancos en Japón para el bombardeo atómico. El proyecto continuaba; solo había cambiado el objetivo.

Aquello horrorizó a Leo Szilard, ya convencido de que el uso del arma sería nefasto. En junio de 1945 impulsó, junto a otros destacados científicos, el llamado Informe Franck, donde instaban al presidente a no utilizar la bomba. Sin embargo, la decisión parecía estar tomada, y el arma, cada vez más cerca

El 16 de julio tuvo lugar la prueba Trinity en el desierto de Jornada del Muerto, en Nuevo México. La explosión de la primera bomba nuclear de la historia se produjo a las 5.30 h de la madrugada. Fue un éxito. La detonación, con la característica nube en forma de hongo, superó todas las expectativas.

Pero fue la brillantísima luz que produjo lo que más impactó a los testigos. “Fue como descorrer una cortina en una habitación oscura”, recordaría Teller. “Pensé que algo había salido mal y que el mundo entero estaba en llamas”, dijo James Conant, presidente de la Universidad de Harvard. Isidor Rabi declaró que, pese al calor, “tenía la piel de gallina”. Hans Bethe sintió “que habían hecho historia”. Oppenheimer declaró que fue una explosión “terrible” a la que “muchos niños no nacidos aún le deberán su vida”.

El hongo sobre Hiroshima producido por la explosión de la Little Boy el 6 de agosto de 1945.
El hongo sobre Hiroshima producido por la explosión de la Little Boy el 6 de agosto de 1945. (Dominio público)

El 6 de agosto de 1945, el bombardero Enola Gay despegó de la base americana de la isla de Tinián, en las Marianas, a las 7.30 h de la mañana. En sus tripas llevaba el resultado del Proyecto Manhattan: Little Boy, o la primera bomba atómica a punto de ser arrojada sobre una población civil.

El artefacto fue lanzado sobre Hiroshima, ciudad que no había sido atacada hasta ese día. Tras la explosión, el piloto dijo que “no vio nada más que oscuridad”. Sin embargo, debajo del hongo nuclear quedaron una ciudad arrasada, 70.000 muertos y muchos más (casi el doble), que fallecerían a causa de la radiación. El mundo ya no sería el mismo.

Este artículo se publicó en el número 615 de la revista Historia y Vida.

El enigma de Albert Speer, el arquitecto de Hitler que intentó pasar a la Historia como el ‘nazi bueno’

Albert Speer (segundo por la izda.) y Hitler en Weimar.Hulton-Deutsch Collection/CORBIS

Autor: Igor López

Fuente: El Mundo 22/03/2020

Casi 40 años después de su muerte, Albert Speer continúa siendo un enigma. ¿Cómo un ministro de Armamento y Guerra del Tercer Reich consiguió blanquear su imagen ante la opinión pública y librarse de la horca en los juicios de Núremberg? Su trayectoria en el nazismo despegó con 26 años cuando conoció a Adolf Hitler en un mitin para estudiantes.

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Trece minutos para matar a Hitler: homenaje al carpintero comunista que atentó contra el dictador

El carpintero Georg Elser. Archivo Nacional de Polonia

Autora: Carmen Valero.

Fuente: El Mundo, 4/11/2019

La ciudad de Hermaringen rinde homenaje a Georg Elser, autor del primer atentado contra Hitler, hace 80 años. Elser fabricó una bomba y la escondió en una cervecería que el Führer solía visitar

Ochenta años ha tardado la ciudad de Hermaringen (al oeste de Alemania) en rendir homenaje al carpintero Georg Elser, autor de lo que se considera el primer atentado contra Adolf Hitler, el 8 de noviembre de 1939. Este lunes, la ciudad natal del hombre que podría haber cambiado el rumbo de la Historia, lo ha hecho descubriendo un monumento en su honor con la presencia del presidente Frank-Walter Steinmeier.

A diferencia de los oficiales de la operación Valkiria que luego se llevarían la gloria, el carpintero comunista actuó en solitario. Trabajó durante meses en una cantera para hacerse con explosivos y un detonador y, cuando consideró que la bomba de tiempo que construyó estaba lista, se mudó a la ciudad de Múnich. Allí comenzaba la fase mas complicada de su plan.

Era sabido que Hitler, desde su fallido golpe de Estado del 9 de noviembre de 1923, acudía todas las vísperas del aniversario a la cervecería Bürgerbräukeller, un salón con capacidad para 1.800 personas en el que realizaban mítines políticos. La cervecería era muy frecuentada por oficiales, incluido Hitler,y sus discursos incendiarios. Georg Elser decidió que el del 8 de noviembre de 1939 fuera el último. Durante 30 noches, Elser se dejó encerrar en el local. La idea era ahuecar una de las columnas de la cervecería y esconder allí la bomba. Hecho el trabajo, puso en marcha el mecanismo de relojería y abandonó Múnich en dirección a Suiza.

Hitler cumplió con la tradición, pero su discurso fue más breve. Poco después de las nueve de la noche ya había abandonado el local. Trece minutos después, la bomba estalló dejando una estela de destrucción, ocho muertos y varios heridos.

Elser fue detenido en la frontera y puesto a disposición de la Gestapo, torturado y llevado a los campos de concentración de Sachsenhausen y Dachau en calidad de «prisionero especial del Führer». Días antes de finalizar la II Guerra Mundial, el 9 de abril de 1945, fue asesinado de un tiro en la nuca.

En 1964 se hallaron las actas completas de los interrogatorios a Elser. «Quería evitar la guerra», respondió a sus torturadores. Y no, «nunca dudé de lo que hacía», aseguró.

Aunque tardío, el homenaje de la ciudad de Hermanringen a su hijo no es el primero que este carpintero recibe en Alemania: en Berlín cuenta con un monumento desde 2011. Se trata de una silueta de su rostro en acero y 17 metros de altura. Está en la Wihelmstrasser, donde se encontraba el centro de poder nazi y a pocos metros del búnker donde se suicidó Hitler.

Las tres guerras contra el fascismo de un calderero anarquista

Martín Bernal, integrante de La Nueve y luchador antifascista.

Autor: Eduardo Bayona

Fuente: publico.es 01/09/2019

Martín Bernal luchó tres veces contra el fascismo. Una, en la guerra civil, primero en la Columna Ascaso y después en las tropas regulares de la Segunda República. Después, en África con la Legión Extranjera. Y. por último, en la campaña de liberación de Francia y Alemania como alférez de La Nueve, la legendaria compañía de republicanos españoles que el 24 de agosto de 1944 liberó el Ayuntamiento de Paris y, unas horas más tarde, detuvo al general Dietrich con Choltitz, el comandante de las tropas nazis de ocupación, con todo su Estado Mayor.

Martín, de 24 años cuando los militares franquistas se sublevaron en 1936, se ganaba la vida como instalador de calderas, ocupación que compaginaba con la de novillero bajo el pseudónimo de Larita II. “La guerra le obligó a dejar las dos ocupaciones”, explica Diego Gaspar, investigador y profesor de Historia Contemporánea en la Universidad de Zaragoza, autor de La guerra continúa. Voluntarios españoles al servicio de la Francia Libre (1940-1945) y que está trabajando en la redacción de Banda de cosacos. Historia y memoria de La Nueve y sus hombres, que llegará a las librerías el año que viene.

Vecino del barrio de Torrero, aunque había nacido en Garrapinillos, y miembro del sindicato anarquista CNT como su hermano Francisco, optó tras el golpe militar por escapar de Zaragoza, donde los sublevados desatarían una feroz represión con más de 3.500 fusilados y desaparecidos, para unirse a la Columna Ascaso, una de las milicias libertarias que salieron de Barcelona en los primeros días de la guerra para intentar liberar la capital aragonesa.

Una fuga a pie de Llíria al Pirineo

Ya no dejaría las armas hasta once años después, cuando, a mediados de 1945, fue licenciado tras terminar la Segunda Guerra Mundial en Europa. “Era un coloso de mirada clara y gesto tranquilo”, lo describe la periodista Evelyn Mesquida en su libro La Nueve. Los españoles que liberaron París. Medía 1,80.

Tras la disolución y militarización de las milicias anarquistas, Bernal participó como soldado regular en varias batallas de la guerra civil, como la de Teruel. “Hecho prisionero por los franquistas al final de la guerra, se había evadido y había atravesado toda España a pie, caminando por la noche y ocultándose durante el día”, narra Mesquida.

Sin embargo, nada más cruzar los Pirineos, a los que había llegado desde Llíria (Valencia) en septiembre de 1939, fue arrestado por la Gendarmería, lo que le situaba ante tres opciones: ser deportado a España, ir a un campo de refugiados (o de prisioneros) o enrolarse en la Legión Extranjera. Optó por la tercera. Poco después, tras formalizar los papeles en Tarbes, estaba viajando a África.

Bernal se hacía llamar Manuel Garcés, en una especie de homenaje a su amigo y cuñado de ese nombre, al que conoció cuando ambos actuaban como novilleros. Aunque la elección también tenía algo de protección: “trataba de evitar que su familia, que se había quedado en España, pudiera sufrir algún tipo de represalias”, anota Gaspar.

Como legionario pasó por varias unidades y participó en diversas batallas, tanto en Senegal como en Túnez contra el Áfrika Korps del mariscal Rommel, antes de desertar para alistarse en el Cuerpo Franco africano en 1943, a poco de que este fuera finalmente disuelto para integrarse en el Ejército de Liberación Nacional francés. Allí fue uno de los 144 españoles (de 160 miembros) que fundaron La Nueve, adscrita al Tercer Regimiento del comandante Joseph Putz dentro de la Segunda División Blindada del general Leclerc.

«Por su valor tranquilo, logró imponerse con rapidez»

Meses después, el 24 de agosto de 1944, sería uno de los 70 hombres de esa unidad que liberaron el Ayuntamiento de París, en la acción militar que simbolizó la reconquista de la ciudad tras la ocupación nazi.

Al día siguiente, Bernal participaría en el asalto a la central telefónica de París, operación en la que terminaría haciéndose cargo del mando tras resultar herido el teniente inicialmente encargado de ello, y, uno más tarde, el 26 de agosto, comandaría el vehículo “Resistencia”, uno de los cuatro con los que los soldados de La Nueve escoltaron al general Charles de Gaulle en el desfile de la victoria.

Durante la campaña previa había dirigido el “Liberación”, el “Teruel” y el “Brunete”.La presencia de los soldados republicanos en esa celebración provocó una queja formal ante el Eliseo por parte de la dictadura franquista, que se refería a sus compatriotas como “españoles enganchados en África y recogidos en Francia conforme avanzaban por la metrópoli las tropas desembarcadas del general Leclerc”, cuenta Mesquida. Las autoridades de la Francia Libre la despacharon sin mayores ceremonias.

“Por su valor tranquilo, logró imponerse con rapidez en La Nueve”, señala Mesquida, que recuerda cómo más tarde sería condecorado “por hacer frente a un enemigo muy superior, ocasionar numerosas bajas y conseguir salvar a un compañero herido”.

El hermano ‘perdido’ en Mauthausen

Tras resultar herido durante la guerra en cinco ocasiones, varias de ellas en la dura campaña de Alsacia, que concluyó con la liberación de Estrasburgo, Bernal fue uno de los integrantes de la tercera sección de La Nueve que, el 5 de mayo de 1945, participaron en las tareas de escolta de la retaguardia de las fuerzas aliadas que, tras los bombardeos de la aviación, ‘barrieron’ en desfiladero de Inzell, el acceso al Nido de las Águilas, la ostentosa residencia de montaña que los nazis habían regalado a Hitler.

Esa fecha, en el que participó en una de sus últimas operaciones bélicas antes de regresar a París y licenciarse, quedaría grabada en la memoria del calderero anarquista que estaba a punto de dejar de ser soldado.

Meses después, en la capital francesa, Martín se reencontraría con su hermano Francisco, de quien no tenía noticias desde hacía cinco años. Había llegado a París repatriado desde Mauthausen, el siniestro campo de concentración que los nazis habían instalado en el noreste de Austria y al que las tropas estadounidenses habían llegado el mismo día que caía el Nido de las Águilas.

Los dos hermanos abrieron una zapatería en las afueras de París, ciudad en la que, aunque viajaron a Zaragoza en varias ocasiones, ambos residieron hasta su muerte. “Soy feliz porque estoy vivo después de lo que he pasado”, explicaba Paco en el documental Aragoneses en el infierno, de Mireia R. Abrisqueta, en el que recordaba la sobrecogedora leyenda que había en la entrada del campo: “vosotros que entráis, dejad aquí toda esperanza”.

75 aniversario de la liberación de Paris

Autor: ROMAN ECHANIZ

Fuente: nuevatribuna.es 24/08/2019

En estas fechas, se conmemora el 75 aniversario de la liberación de Paris por parte de los aliados de la inmundicia nazi.

El primer cuerpo aliado en entrar fue 9.ª Compañía de la 2.ª División Blindada de la Francia Libre, también conocida como División Leclerc, la llamada compañía Nueve compuesta por republicanos españoles. Fueron los carros bautizados como Guadalajara, Teruel, Don Quijote y otros,los primeros en entrar a la ciudad de Paris. Ultrajada, martirizada,pero liberada entre otros por quienes habían perdido su libertad,tiempo atrás. Los republicanos españoles de la Francia Libre.

Ahora, cada 24 de agosto, se celebra una ceremonia oficial en el jardín bautizado Jardín de los combatientes de la Nueve con motivo de las celebraciones de la Liberación de París

Cuando el general de Gaulle paso a saludar a los militares combatientes, revistidos de sus uniformes, se paro delante de un militar que llevaba unas medallas españolas al lado de las francesas, y el general pregunto sonriente pero con el ceño fruncido,
-¿ Cuando habéis entrado en la resistencia? 

La contestación fue breve directa, respetuosa con un impecable saludo, de soldado a soldado:

-Antes que usted, mi general 

Como dice Diego de Lora, hijo del Capitan e insigne masón Cristobal de Lora asesinado a los pocos dias de la rebelion fascista «el laconismo de la respuesta conlleva todo. Rigor, respeto de la jerarquia y esa austeridad de los españoles republicanos que tenían el pudor de los vencidos, porqué no pudieron cumplir su compromiso». 

Hubo que esperar a agosto del 2004 para que  París  homenajeara republicanos españoles de la Nueve.

El 25 de agosto de 2012, durante la celebración del 68 aniversario de la Liberación de París, una bandera republicana participó en los festejos a modo de reconocimiento siendo reflejado este hecho en el discurso del Presidente de la República francesa, el socialista François Hollande.

Ahora, cada 24 de agosto, se celebra una ceremonia oficial en el jardín bautizado Jardín de los combatientes de la Nueve con motivo de las celebraciones de la Liberación de París.

A finales de 2016, la alcaldesa de Madrid Manuela Carmena designó también un jardín municipal como Jardín de los luchadores de La Nueve. Fue inaugurado en abril de 2017 por las alcaldesas de Madrid y París, Manuela Carmena y Anne Hidalgo, socialista de origen español.

Fueron los Republicanos Españoles quienes salvaron la dignidad de los españoles ante la barbarie nazi. Ellos que lucharon por la libertad fuera de nuestra patria al haber caído España en manos del Fascismo. 

No es política. Es Memoria. 

75 años del Día D: el falso llamado de la BBC y otras 8 cosas que quizás no sabías sobre el Desembarco de Normandía

Unos 73.000 soldados estadounidenses formaron parte de las tropas aliadas que desembarcaron en la playa de «Omaha».

Autor: Keiligh Baker

Fuente: BBC News. 5/06/2019

El 6 de junio de 1944, fuerzas británicas, estadounidenses y canadienses invadieron la costa de Normandía, en el norte de Francia.

El desembarco fue la primera etapa de la Operación Overlord, la invasión de la Europa ocupada por los nazis, y pretendía poner fin a la Segunda Guerra Mundial.

Por la noche, alrededor de 156.000 soldados aliados habían llegado a Normandía, a pesar del mal clima y las feroces defensas alemanas.

Al final del llamado Día D, del que este jueves se cumplen 75 años, los aliados habían conseguido asentar su posición en Francia, desde donde se inició la derrota final de la Alemania nazi.

Once meses después del Día D, la guerra terminó.

Esta es la lista de nueve cosas que quizás no sabías sobre esta gran operación militar:

1. La participación de la BBC

En 1942, la BBC lanzó un falso llamado en el que solicitaba a sus oyentes que enviaran fotografías y postales de la costa de Europa desde Noruega hasta los Pirineos.

En realidad, era una forma de recopilar información sobre las playas adecuadas para el desembarco, que luego se decidió que fuera Normandía.

Millones de fotos fueron enviadas a la Oficina de Guerra de Reino Unido y, con la ayuda de la Resistencia francesa y el reconocimiento aéreo, los mandos militares pudieron analizar cuáles eran los mejores lugares de desembarco del Día D.

Los restos del puerto artificial 'Mulberry'.
Image captionLos restos del puerto artificial ‘Mulberry’ del Día D en la localidad de Arromanches, en la Normandía francesa.

2. Ejército fantasma

Los aliados pusieron mucho empeño en hacer creer a los alemanes que la invasión iba a empezar en Calais, otra localidad al norte de Francia, en lugar de en Normandía.

Con ese objetivo, inventaron la presencia de tropas de infantería con base en el condado inglés de Kent, situado en el extremo de Reino Unido y justo enfrente de Calais.

Se denominó Operación Fortaleza.

Como parte de este engaño se construyó un equipo falso, que incluía tanques inflables o muñecos con paracaídas.

Además utilizaron agentes dobles y lanzaron filtraciones controladas de información errónea que llevaron a los alemanes a creer que los aliados iban a invadir Europa a través de Calais y Noruega.

Los alemanes mordieron tanto el anzuelo que incluso después del Día D mantuvieron a muchas de sus mejores tropas en el área de Calais esperando una segunda invasión.

3. Soldados de 12 países

En 1944, más de dos millones de soldados de más de 12 países estaban en Reino Unido preparándose para la invasión.

En el Día D, las fuerzas aliadas estaban formadas principalmente por tropas estadounidenses, británicas y canadienses.

Pero también incluían soporte por tierra, mar y aire de australianos, belgas, checos, holandeses, franceses, griegos, neozelandeses, noruegos, rodesianos [actual Zimbabwe] y polacos.

Cementerio de la playa de Omaha
Image captionEsta es la vista aérea del cementerio estadounidense de la localidad francesa de Colleville-sur-Mer, situado al borde de la playa de «Omaha».

4. Noche de luna llena

Los oficiales que organizaron la operación fueron muy meticulosos sobre el momento en el que se debía llevar a cabo el desembarco.

Querían hacerlo una noche de luna llena con marea de primavera para poder desembarcar al amanecer, cuando la marea estaba casi a mitad de camino.

Sin embargo, esto se traducía en la práctica en que solo había unos pocos días que cumplieran con todas esas condiciones.

Eligieron el 5 de junio, pero terminaron demorándose 24 horas debido al mal tiempo.

5. Los zapatos de Rommel

De hecho, el pronóstico era tan malo que el comandante alemán destacado en Normandía, Erwin Rommel, estaba tan seguro de que no habría una invasión que se volvió a su casa para regalarle a su esposa un par de zapatos por su 50 cumpleaños.

Estaba en Alemania cuando llegaron las primeras noticias de la invasión.

El HMS Belfast en 1944
Image captionEl buque HMS Belfast está hoy amarrado en aguas del río Támesis a su paso por Londres. Es un museo naval que se puede visitar.

6. Hitler durmiendo

Cuando las fuerzas del Día D aterrizaron, el líder nazi Adolf Hitler estaba dormido.

Ninguno de sus generales se atrevió a ordenar el envío de tropas de refuerzo sin su permiso, y nadie se atrevió a despertarlo.

Los alemanes perdieron así horas cruciales para defender sus posiciones en Normandía.

Cuando Hitler finalmente se despertó, alrededor de las 10 de la mañana, pensó que Alemania derrotaría fácilmente a los aliados.

7. Sangrienta Omaha

Hubo cinco playas que fueron elegidas para la operación, con nombre en código.

De este a oeste fueron: Sword, Juno, Gold, Omaha, Utah.

El número de bajas entre las tropas varió ampliamente de una a otra playa.

En la «sangrienta Omaha», unos 4.000 hombres murieron o resultaron heridos.

De hecho, una unidad de Estados Unidos que llegó en la primera oleada de hombres perdió el 90% de sus hombres.

En Gold Beach, por el contrario, la tasa de fallecidos entre las tropas fue mucho menor.

Barcos
Image captionEl horizonte del mar el Día D estaba plagado de barcos en apoyo de las tropas que desembarcaron.

La lucha durante la Batalla de Normandía, que siguió al Día D, fue tan sangrienta como en las trincheras de la Primera Guerra Mundial.

Las cifras de bajas fueron ligeramente más altas que durante un día típico de la Batalla del Somme, que tuvo lugar en 1916.

8. Inodoros destrozados

La vibración de las armas que el buque HMS Belfast disparó durante el Día D era tan poderosa que en destrozó los baños de la tripulación.

9. La prueba del pub

Después de recibir las órdenes de la misión de alto secreto de atacar la batería de Merville en el Día D, el oficial del ejército británico Terence Otway tenía que estar seguro de que no habría filtraciones entre sus hombres antes del 6 de junio de 1944.

Envió a 30 de las integrantes más bonitas de la Fuerza Aérea Auxiliar de Mujeres, vestidas de civil, a los bares de las aldeas cerca de donde entrenaban sus soldados.

Como prueba, se les pidió que hicieran todo lo posible por descubrir cuál era la misión de los hombres. Ninguno filtró nada.

Víctimas del Homocausto: los homosexuales durante el nazismo.

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Espectáculo travesti de soldados nazis. © Soldier Studies, Martin Dammann (ed.), Hatje Cantz

Autor: Nacho Esteban

Fuente: elordenmundial.com 31/03/2019.

El nazismo dejó tras de sí millones de muertos y una cifra incalculable de víctimas. Entre las más olvidadas se encuentran las personas LGTB —sobre todo los gays, quienes sufrieron los mayores rigores de la persecución—, una población que vivió una dura represión y no recibió reconocimiento hasta prácticamente el siglo XXI.

El Holocausto nazi supuso uno de los mayores genocidios en toda la Historia de la humanidad. Estuvo dirigido principalmente contra judíos, eslavos, gitanos, discapacitados, testigos de Jehová, opositores al régimen y homosexuales varones; en total, una cifra de varios millones de muertos de difícil cuantificación debido a la disparidad de criterios en la definición y, sobre todo, la insuficiente documentación. Individualizar el número de víctimas de cada uno de estos colectivos tampoco resulta una tarea sencilla; en el caso de los hombres homosexuales, las investigaciones de Rüdiger Lautmann arrojan el resultado de que entre 1935 y 1943 casi 50.000 civiles homosexuales —de unos 100.000 arrestados— fueron condenados a prisión en virtud del infame párrafo 175 del Código Penal prusiano, que penaba las relaciones sexuales entre varones, y entre 5.000 y 15.000 condenados y detenidos en prisión preventiva fueron a parar a campos de concentración, donde su índice de mortalidad rondaba el de los judíos —en torno al 60%— a pesar de no existir una vocación tan expresa de eliminar a los homosexuales.

Estas cifras, comúnmente admitidas, están, sin embargo, incompletas. Debido a la escasez de registros y a la destrucción de archivos durante las últimas semanas de vida de los campos, no existen datos de condenas entre 1943 y el final del régimen en 1945. Tampoco se incluyen las condenas a homosexuales basadas en otros artículos utilizados alternativamente al 175 ni las cifras de homosexuales internados sin sentencia o con distintivos diferentes al triángulo rosa ni las ejecuciones sumarias o selectivas en el ejército, las calles o al ingresar en los campos ni las pérdidas en el frente de homosexuales condenados. Por último, están sin cuantificar las víctimas de las esterilizaciones, experimentos médicos e internamientos psiquiátricos, muchos de los cuales acabaron en muerte. Así, distintos investigadores dan cifras bastante superiores, desde 200.000 hasta el millón; el propio Rudolf Höss, después comandante de Auschwitz, afirmaba haber supervisado el exterminio de dos millones de homosexuales en Dachau.

Los supervivientes gays conocidos del Holocausto fueron menos de una veintena. Gracias a sus relatos y diversas investigaciones, ha sido posible recrear la vivencia de las personas LGTB durante el III Reich. Sin embargo, la escasez y la fiabilidad incierta de datos y relatos aconsejan cautela a la hora de aproximarse a un tema más bien desconocido y con un gran riesgo de caer en el victimismo.

Para ampliar“Exterminio bajo el nazismo”, Fundación Triángulo en Orientaciones, 2003

El edén perdido

El Código Napoleónico de 1810 fue el primero de la Historia en despenalizar las relaciones entre personas del mismo sexo al considerarlas un delito “imaginario”.Siguiendo la Ilustración francesa, las legislaciones de Baviera y Hanóver hicieron lo mismo en 1813 y 1840, respectivamente; de hecho, varios territorios alemanes contaron con soberanos homosexuales durante los siglos XVIII y XIX. Tras la guerra franco-prusiana (1870-1871), el káiser Guillermo I de Alemania instauró el II Reich y extendió a todo el Imperio alemán el Código Penal prusiano, cuyo artículo 175 castigaba con penas de prisión y pérdida de los derechos civiles “la fornicación contra natura realizada entre hombres o de personas con animales”. A lo largo de más de medio siglo, convivirían en la sociedad y la política alemanas dos tendencias: una conservadora, respaldada por las nacientes teorías psiquiátricas de higiene social —que posteriormente servirían de sustento científico para la “Solución final”—, que exigía la extensión de la prohibición a las mujeres, así como al aborto, la prostitución, la emancipación femenina y la pornografía, y una de corte progresista, que permitió cierta laxitud en la aplicación de la ley durante la República de Weimar y el nacimiento del primer movimiento por la emancipación homosexual.

Ya en los años 60 del siglo XIX, el abogado Karl Heinrich Ulrichs había acuñado el término uranista para referirse a los varones homosexuales y se manifestó públicamente a favor del fin de su criminalización. Durante el cambio de siglo, el psiquiatra Magnus Hirschfeld continuó la lucha de Ulrichs y, con la ayuda de los socialdemócratas y comunistas, consiguió el apoyo parlamentario para la reforma penal, que se vio frustrada en el último momento por la crisis financiera que sucedió al crack de 1929. El clima social, efectivamente, era el idóneo: al igual que en otros países europeos, los “felices años 20” estuvieron marcados por el intenso desarrollo de una cultura uranista —sobre todo en la capital—, con locales, fiestas y publicaciones propios y organizaciones políticas, culturales y sociales que contaban con decenas de miles de miembros —se calcula que en Alemania había unos 1,2 millones de hombres homosexuales en 1928—. Pero no todo era tan brillante en este edén: cada año cientos de hombres eran encarcelados en virtud del párrafo 175 y comenzaban a fraguarse grupúsculos ultranacionalistas que llegaron a atacar en varias ocasiones a Hirschfeldy a asesinar al ministro de Exteriores Walther Rathenau —significativamente, ambos judíos y homosexuales, aunque hubiera otros motivos detrás de los ataques— y que conformarían la base para el Partido Nacionalsocialista.

Publicidad del bar de ambiente Eldorado, reconvertido en 1933 en una oficina de propaganda nazi. Fuente: Cabaret Berlin

Durante la breve utopía uranista de la posguerra —entre 1914 y 1918 había tenido lugar la I Guerra Mundial—, se desarrolló de forma paralela un movimiento reaccionario espoleado por las imposiciones a Alemania y la situación económica y laboral en los años 30, que favorecían una retórica populista basada en promesas y el señalamiento de los “enemigos de la nación”. Aunque el Partido Nacionalsocialista no consiguió una mayoría suficiente para gobernar, el presidente Hindenburg nombra canciller a Adolf Hitler el 30 de enero de 1933. Un mes después, Hitler se arroga por decreto presidencial poderes de emergencia tras el incendio provocado del Reichstag—Parlamento alemán—. Si una semana antes algunas de sus primeras medidas habían sido prohibir la prostitución y las organizaciones y locales de homosexuales, durante el mes de marzo prohibirá asimismo el nudismo y la pornografía y comenzarán a abrirse los primeros campos de concentración. Un mes después se crea la Gestapo —la ‘Policía Secreta del Estado’— y a principios de mayo son detenidos los líderes de los principales sindicatos, se destruye el Instituto para la Ciencia Sexual de Hirschfeld y se quema su archivo —aunque posiblemente varios documentos comprometedores pasaron antes a manos de la Gestapo—. Durante los siguientes meses, se producirán redadas y cierres forzosos de locales de ambiente, que se reabrirán temporalmente durante las Olimpiadas de Berlín en 1936 para dar una imagen de apertura ante los visitantes.

El mito de los nazis gays

Pese a las primeras alarmas que habían despertado estas rápidas medidas del nuevo líder, la población LGTB alemana encontraba cierta seguridad en la figura de Ernst Röhm, comandante del grupo paramilitar de los camisas pardas o Sección de Asalto(SA). Aunque tuvieron sus desencuentros, Röhm había sido uno de los padrinos políticos de Hitler y su homosexualidad era de dominio público; de hecho, su autoritarismo rezumaba un culto castrense a la virilidad no insólito en otros movimientos dirigidos por hombres fuertes. Es por ese motivo por lo que la SA se asociaba con una particular presencia de homosexuales —según Hirschfeld, varios se encontraban entre sus expedientes destruidos—, una creencia ampliamente explotada por los detractores antifascistas y posteriormente utilizada en una suerte de revisionismo homófobo que sobrestima la supuesta homofilia nazi mientras ignora convenientemente que la mayoría de los SA no eran homosexuales, que todos los líderes nazis a excepción de Röhm eran —en principio— heterosexuales y que el nazismo defendía, ante todo, una visión extrema de la heterosexualidad basada en la familia tradicional y la misoginia, hasta el punto de que persiguió duramente la homosexualidad dentro y fuera de sus filas.

Para ampliar“Una nación LGTB”, Nacho Esteban en El Orden Mundial, 2017

Grupos de socialización como las Juventudes Hitlerianas solían recibir burlas por su homoerotismo. La concepción de la masculinidad en la primera mitad del siglo XX permitía un contacto físico más estrecho entre los hombres, aunque sin duda sirvió para ocultar relaciones románticas y sexuales. Fuente: Histomil

Röhm aspiraba a convertirse en el segundo hombre fuerte del Reich mientras expandía su fuerza paramilitar a expensas del Ejército regular —Reichwehr, luego renombrado Wehrmacht o ‘Fuerza de Defensa’—. Hitler, que necesitaba el apoyo militar para su proyecto imperial, urdió un plan junto con Hermann Göring —su mano derecha— y Heinrich Himmler —líder de la Gestapo y las SS o ‘Escuadras de Protección’— y el 30 de junio de 1934 pusieron en marcha la Operación Colibrí, más conocida como la Noche de los cuchillos largos, en la que asesinaron a decenas de miembros de la SA y otros posibles opositores bajo el pretexto de frustrar un golpe de Estado en germen. Röhm ya no era útil, suponía una amenaza, y los conspiradores justificaron la purga por la supuesta extensión de la homosexualidad entre los paramilitares, como ya hicieran antes con Van der Lubbe —el incendiario del Reichstag— y repetirían para intentar destituir al comandante de las fuerzas terrestres, Werner von Fritsch. La misma estrategia sirvió para el encierro de intelectuales y miembros de organizaciones católicas. Con una opinión pública impertérrita ante la masacre, daba comienzo la radicalización del régimen; el mismo día que Röhm fue asesinado Hitler ordenó purgar el Ejército, temeroso de la existencia de una “orden secreta del tercer sexo”.

Cuando Hitler robó el conejo rosa

Con el fallecimiento del presidente Hindenburg, Hitler asume la jefatura del Estado mediante un decreto ilegal ratificado en referéndum. Bajo el mandato del ahora Führer, la escalada antihomosexual del régimen se disparó: en octubre de 1934 la Gestapo ordena a todas las comisarías entregar las listas rosas de homosexuales, lo que le permitiría identificar, arrestar, interrogar y chantajear con mayor facilidad. Aparte de la vigilancia de locales, urinarios públicos y parques, la causa más frecuente de detención de homosexuales —eminentemente varones— fueron las denuncias de conocidos y las delaciones por otros homosexuales interrogados, de tal manera que hasta los simples rumores hacían recaer la carga de la prueba sobre el acusado. Las detenciones y los interrogatorios se realizaban sin orden judicial ni garantías procesales y la intimidación y la tortura estaban a la orden del día; algunas declaraciones de culpabilidad firmadas “sin coacciones” resultaban ilegibles por las manchas de sangre.

Ese mismo mes Himmler crea una división especial dentro de la Gestapo para perseguir a los homosexuales, que dos años después será absorbida por la Oficina Central del Reich para Combatir el Aborto y la Homosexualidad u Oficina Especial. Himmler estaba obsesionado con la pureza y la perpetuación de la raza aria, por lo que le preocupaban los bajos índices de natalidad ante la demanda de mano de obra y soldados. Si bien promovió medidas eugenésicas como la eliminación de los homosexuales varones —siempre presentes en sus discursos como síntoma de la degeneración del país—, las lesbianas y algunos jóvenes gays pudieron salvarse gracias a su valor para los intereses demográficos del régimen. Otras de las medidas promovidas para mejorar las cifras de fertilidad fueron ascender a los funcionarios que se casaran jóvenes, ayudas a la maternidad, la creación o tolerancia de prostíbulos y el secuestro de niños y mujeres de países vecinos para germanizarlos y llevar a cabo programas de reproducción selectiva.

Desde 1923 la tasa de fertilidad alemana no ha superado los 2,5 hijos por mujer. Fuente: Our World in Data

Durante los años siguientes, la situación solo empeora. En el aniversario del asesinato de Röhm el párrafo 175 se endurece como parte de las llamadas leyes de Núremberg: las penas aumentan y el texto de la ley se vuelve amplio y difuso —cubre desde abrazos hasta miradas lujuriosas—, lo que, sumado a la arbitrariedad judicial, supone un incremento de las causas. Aunque la mayoría de ellas involucraron previsiblemente a hombres homosexuales, sin duda también debieron de afectar —en una medida incuantificable— a hombres bisexuales e incluso heterosexuales. En cuanto a las mujeres, existen muy pocos casos de condenas; aunque evidentemente había lesbianas en los campos de concentración, la mayoría estaba allí por otros motivos. Además de las otras consecuencias para la población LGTB en general —cierre de locales, clandestinidad, éxodo, soledad, matrimonios de conveniencia…—, tuvieron graves problemas laborales y, en algunos casos, fueron víctimas de violencia y explotación sexual o internadas en psiquiátricos. Por último, el caso de la población trans es particular: si bien la destrucción del Instituto Hirschfeld supuso un varapalo para una comunidad naciente, que hubo de exiliarse, resignarse a vivir en la clandestinidad o afrontar los rigores del nuevo régimen, el travestismo no era una práctica infrecuente entre los soldados nazis a principios de los 40. No obstante, en 1941 Himmler ordenaría la ejecución o encarcelamiento —según la gravedad— de todos los SS que tuvieran un “comportamiento indecente con otro hombre” y el ministro de Justicia decretaría un año después la pena de muerte para los homosexuales.

Para ampliar“La persecución de los homosexuales del Tercer Reich”, Museo Estadounidense del Holocausto

La vida en los campos de concentración

Particularmente después del asesinato de Röhm, miles de hombres homosexuales fueron a parar a los campos de concentración. En los años siguientes, Himmler ordena enviar a los homosexuales a los campos de exterminio —los llamados campos de nivel tres o “molinos de huesos”—, en algunos casos sin condena o tras haber sido absueltos y en otros previo paso por prisión; incluso hubo homosexuales que, después de cumplir su condena, fueron enviados a los campos en “custodia protectora” o estuvieron sujetos a un régimen de “vigilancia policial planificada” que limitaba su movilidad. Al contrario de lo que se suele pensar, no todos los campos de exterminio tenían como objetivo inmediato el asesinato de los prisioneros; en muchos casos, se trataba de una consecuencia premeditada del trabajo forzado, con lo que se combinaba el castigo —la tortura física y psicológica y, finalmente, la muerte— con el imperativo de eficiencia bélica, sobre todo a partir de los 40, cuando el contexto de guerra lleva además a una mayor cautela documental y a órdenes menos explícitas respecto al genocidio.

La mayoría de los homosexuales fueron a parar a Mathausen, Dachau y Auschwitz, pero también hubo triángulos rosas en Sachsenhausen, Flosenburgo, Buchenwald, Schirmeck, Natzweler, Fuhlsbuttel, Neusustrum, Sonenburgo, Lichtenburgo, Ravensbruck, Neuengamme, Gross-Rosen, Vught, Stutthof, Struthof y Butzow.

Al ocupar el escalafón ínfimo dentro de la jerarquía de los campos, los presos marcados con el triángulo rosa no solían medrar y ejecutaban las labores más duras en peores condiciones, por lo que eran más prescindibles y su tasa de supervivencia, menor. Para perjudicar a un interno, bastaba con sugerir que era homosexual, ya que eran objeto de maltratos, violaciones y torturas especiales, tanto por vigilantes como por presos, además de ejecuciones y experimentos. Miles de homosexuales sufrieron castraciones, ya fuera debido a campañas de esterilización masiva o “voluntariamente” bajo falsas promesas de libertad o amenazas de internamiento. Otros eligieron convertirse en carne de cañón para el frente o en protegidos de los kapos y oficiales a cambio de favores sexuales —especialmente los eslavos jóvenes, homosexuales o no—; algunos de ellos llegaron a contar con auténticos harenes de menores. Esto demuestra que, independientemente de su orientación sexual, las relaciones sexuales entre presos y entre estos y los SS estaban a la orden del día —algo que Himmler trataría de atajar instalando burdeles en algunos campos— y que la homofobia se dirigía principalmente contra los triángulos rosas.

El triángulo rosa fue el principal distintivo de los homosexuales dentro de los campos nazis. Fuente: Wikimedia

En el sistema de etiquetado de los presos, los triángulos tenían unos cinco centímetros de base; en cambio, el distintivo rosa de los homosexuales era uno o dos centímetros mayor para que fuera más visible —en el campo de Flosenburgo, llegarían a ser casi el doble de grandes y con un listón amarillo de doce centímetros—. Anteriormente se habían utilizado brazaletes amarillos con la letra A impresa —de Arschficker, literalmente ‘follaculos’—, grandes lunares negros y el número 175, así como cintas azules en Schirmeck. Algunos triángulos rosas fingían ser comunistas cuyo distintivo rojo había perdido el color; otros consiguieron hacerse con otras insignias e incluso hubo quienes preferían la estrella amarilla de David. En la jerarquía de los campos, el homosexual ocupaba el último lugar entre los infrahombres, pero, a diferencia de los gitanos y los judíos, carece de un término propio para referirse a su genocidio. A menudo segregados dentro de los campos y con prohibiciones especiales, como la de no confraternizar entre sí, sus peores condiciones, su heterogeneidad, su reducido porcentaje en los campos y un clima de miedo a las delaciones y de represión impidieron una verdadera solidaridad de grupo, como la de otros triángulos.

Para ampliarRudolf Brazda: itinerario de un triángulo rosa, J. L. Schwab y R. Brazda, 2011

Las víctimas del Homocausto

Aunque el régimen nazi supo ocultar hasta el fin de la guerra la verdadera naturaleza de los campos e intentó borrar las huellas de sus crímenes, el silencio posterior de los investigadores respecto a la persecución de las personas LGTB fue clamoroso. La homosexualidad seguía estando mal vista e incluso castigada en algunos países europeos; de hecho, los aliados enviaron a algunos homosexuales a prisión a cumplir su pena sin considerar el tiempo en los campos —a diferencia de los ex-SS, cuyo trabajo se tuvo en cuenta para el cómputo de las pensiones—. Hasta 1969, el artículo 175 siguió en vigor y supuso más de 47.000 condenas en Alemania. Muchos tuvieron dificultades laborales y personales por ser oficialmente delincuentes con antecedentes sexuales y sufrieron el ostracismo, el negacionismo, el silencio y la vergüenza, cuando no directamente la violencia física y verbal.

El Gobierno alemán se resistió durante décadas a cualquier monumento en memoria de las víctimas LGTB; en los actos conmemorativos podían escucharse gritos homófobos y los homosexuales evitaban visibilizarse. Hasta la segunda mitad de los 80, se les denegó el estatus de víctimas del nazismo y, por tanto, cualquier tipo de indemnización, que solamente consiguieron a iniciativa de los partidos verde y socialdemócrata y después de trabas burocráticas insólitas y litigios; en consecuencia, muy pocos recibieron compensación: la mayoría murió antes o ni lo intentó. En 2000 se produjo la primera disculpa oficial y en 2002 se concedió el perdón retroactivo para las sentencias nazis; la compensación por todas las posteriores ha tenido que esperar hasta 2019. Aún hoy existe cierta resistencia a reconocer la persecución de las personas LGTB durante la dictadura y se desconocen las dimensiones de la diáspora LGTB que provocó el nazismo, pero el triángulo que tantos lucieron en sus chaquetas y pantalones se ha convertido en un símbolo de activismo y de lucha contra el olvido.

Para ampliarPárrafo 175, documental de R. Epstein y J. Friedman, 2000

 

El Conde de Vallellano y su implicación en el Holocausto.

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Autora: Cristina Calandre Hoenigsfeld.

Fuente: nuevatribuna.es. 30/XI/2018

El Conde de Vallellano, Fernando Suarez de Tangil, Grande de España, fue nombrado Presidente de la Asamblea Suprema franquista de la Cruz Roja por Franco desde Burgos en septiembre de 1936.

Nada más ganar la guerra, los franquistas promulgaron una normativa antisemita de paso de fronteras, el 11 de mayo de 1939 desde el departamento Nacional de Políticas y Tratados, que dirigía el Conde de Casa Rojas, del Ministerio de Exteriores, siendo su ministro, el Conde de Gómez Jordana, y en donde participaba también el ministerio de Gobernación, dirigido por el antisemita Ramón Serrano Suñer.

Un día después, el 12 de mayo de 1939, el Conde de Vallellano, nombra a Juan ManuelAgrela, Conde de la Granja. Delegado de la Cruz Roja con plenos poderes para todas las acciones de repatriación de los civiles y militares residentes en los Campos de Concentración o Centros de refugiados en Francia…

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Juan Manuel Agrela, Conde de Agrela, abriría dos oficinas de la Cruz Roja, una en Irún y otra en Hendaya, para el trámite de canje de prisioneros.

Fue además nombrado el 27 de junio de 1939, Vicecónsul honorario en Hendaya por el Cónsul Fausto Navarro, con el visto bueno del Ministro Jordana y el embajador en Paris, Lequerica .

La firma de Fausto Navarro, aparece en el visado de mi abuela Rosa, (sello de consulado de Hendaya) judía polaca, a la que se le aplico la normativa antisemita de paso de fronteras de 11 de mayo de 1939, que pudo sortear, al tener el aval franquista del Marques de Ibarra. Con ella paso mi madre, Ruth, y gracias a esto, se salvaron del Holocausto, y yo estoy aquí para contarlo, aunque a muchos les moleste.

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En ese momento era Vicecónsul en Hendaya el conde de la Granja, a la vez compaginaba su puesto con el de delegado de la Cruz Roja, bajo la autoridad de su Presidente y su amigo, el Conde de Vallellano.

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Este, fue cesado en enero de 1941, mientras que el Conde de la Granja, paso a ser jefe de Gabinete de información Internacional de la oficina central de la Cruz Roja, a partir de noviembre de 1941.

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La vida siguió para ellos, llenos de premios, medallas y reconocimientos, para eso habían ganado la guerra.

Pero ¿cuantos judíos, no pudieron pasar la frontera por esa normativa antisemita que estuvo vigente hasta al menos 1942, y acabaron exterminados? Nadie se ha molestado en estudiarlo.

La normativa, sigue sin estar anulada al día de hoy, a pesar de mis protestas, ya que en los demás países europeos, hace años fueron anuladas las leyes antisemitas.

!Eso sí es una infamia!