¿Cómo terminan las pandemias? De maneras diferentes, pero ninguna es ni rápida ni clara

Viñeta del periódico satírico Punch en 1852 titulada «La Corte del rey cólera».

Autor: Mark Honigsbaum

Fuente: eldiario.es 21/10/2020

El 7 de septiembre de 1854, durante una devastadora epidemia de cólera, el médico John Snow se puso en contacto con los responsables de la parroquia de Saint James, en Londres. Pidió permiso para quitar la palanca de la bomba que permitía extraer agua de una fuente en la calle Broad Street, en el Soho.

Snow se había percatado de que 61 personas víctimas del cólera habían extraído agua de ese surtidor poco antes de enfermar y llegó a la conclusión de que el agua contaminada era la fuente de la epidemia. Hicieron lo que pedía y, aunque tuvieron que pasar otros 30 años para que se aceptara la teoría de los gérmenes del cólera, su decisión puso fin a la epidemia.

Ahora, mientras nos preparamos para adaptarnos a otra tanda de restricciones derivadas del coronavirus, estaría bien pensar que Boris Johnson y su ministro de Sanidad, Matt Hancock, tienen un punto de vista similar para acabar con la COVID-19. Desgraciadamente, la historia muestra que pocas epidemias tienen un final tan claro como el del brote de cólera de 1854.

Más bien, sucede todo lo contrario. Como señala Charles Rosenberg, historiador de Medicina, la mayor parte de las epidemias «se dirigen hacia algún tipo de final». Por ejemplo, aunque hace 40 años que se detectaron los primeros casos de sida, cada año 1,7 millones de personas contraen el VIH. De hecho, ante la inexistencia de una vacuna, la Organización Mundial de la Salud no espera poder anunciar su desaparición antes de 2030.

Sin embargo, si bien el VIH sigue constituyendo una amenaza biológica, ya no despierta el mismo temor que a principios de los años 80, cuando el Gobierno de Margaret Thatcher lanzó la campaña «No mueras por ignorancia«, repleta de imágenes aterradoras de tumbas. En realidad, desde un punto de vista psicológico, podemos decir que la pandemia del sida terminó gracias al desarrollo de los medicamentos antirretrovirales y una vez se descubrió que los pacientes infectados con el VIH podían vivir con el virus hasta una edad muy avanzada.

La declaración de Great Barrington, que defiende la propagación controlada del coronavirus entre los más jóvenes mientras se protege a los ancianos, sigue la misma línea: terminar con el miedo a la COVID-19 y darle un cierre narrativo a esta pandemia. En la declaración, firmada por científicos de Harvard y otras instituciones, está implícita la idea de que las pandemias son fenómenos tanto sociales como biológicos y que si estuviéramos dispuestos a aceptar niveles más altos de infección y muerte, alcanzaríamos la inmunidad de grupo más rápidamente y volveríamos antes a la normalidad.

Pero otros científicos, en una publicación de The Lancet, dicen que la estrategia propuesta por la iniciativa Great Barrington se basa en una «falacia peligrosa«. No hay evidencia sobre una inmunidad duradera al coronavirus después de una infección natural. En lugar de poner fin a la pandemia, argumentan, la transmisión incontrolada en personas más jóvenes podría limitarse a provocar epidemias recurrentes, como ha sucedido con numerosas enfermedades infecciosas antes de la llegada de las vacunas.

No es coincidencia que hayan llamado al texto que explica su postura el «memorándum John Snow». Aquella acción decisiva de Snow en el Soho pudo haber puesto fin a la epidemia de 1854, pero el cólera regresó en 1866 y 1892. Solo en 1893, cuando se iniciaron los primeros ensayos masivos de vacunas contra el cólera en India, fue posible prever un control científico racional del cólera y otras enfermedades.

El punto álgido de estos esfuerzos llegó en 1980 con la erradicación de la viruela, la primera y, todavía, la única enfermedad que ha logrado eliminarse del planeta. Sin embargo, estos esfuerzos habían comenzado 200 años antes, cuando Edward Jenner descubrió en 1796 que podía inducir la inmunidad contra la viruela con una vacuna hecha a partir del propio virus de la viruela.

Vacuna, tests y rastreo

Con más de 170 vacunas para la COVID-19 en desarrollo, es lógico pensar que no tengamos que esperar tanto tiempo esta vez. Sin embargo, el profesor Andrew Pollard, jefe del ensayo de la vacuna de la Universidad de Oxford, advierte de que no debemos esperar una inyección en un futuro cercano. Como pronto, la vacuna podría estar disponible para verano de 2021, aunque al principio solo para los trabajadores sanitarios en primera línea, según explicó Pollard la semana pasada durante un seminario online. La conclusión es que «es posible que necesitemos mascarillas hasta julio».

La otra forma con la que se podría poner fin a la pandemia es mediante un verdadero sistema de prueba y rastreo que sea de mucha calidad. Una vez podamos reducir la tasa de reproducción por debajo de 1 y nos aseguremos de mantenerla ahí, la necesidad del distanciamiento social desaparece.

Algunas medidas locales podrían ser necesarias de vez en cuando, claro, pero ya no habría necesidad de restricciones generales para evitar que el Servicio Nacional de Salud se vea desbordado. Fundamentalmente, la COVID-19 se convertiría en una infección endémica, como la gripe o el resfriado común, y terminaría por desaparecer. Esto es lo que parece que sucedió tras las pandemias de gripe de 1918, 1957 y 1968. En cada caso, hasta un tercio de la población mundial se infectó, pero aunque el número de muertes fue elevado (50 millones en la pandemia de 1918-19, y alrededor de un millón en cada una de las de 1957 y 1968), en dos años se acabaron, ya sea porque se alcanzó la inmunidad grupal o porque los virus perdieron su virulencia.

El más terrible de los escenario es que el SARS-CoV-2, el virus que causa la COVID-19, no desaparezca sino que regrese una y otra vez. Es lo que pasó con la peste negra del siglo XIV, que causó repetidas epidemias en Europa entre 1347 y 1353. Algo similar ocurrió en 1889-90 cuando la «gripe rusa» se propagó desde Asia central a Europa y Norteamérica. Aunque un informe del Gobierno británico indicó 1892 como fecha oficial del fin de la pandemia, en realidad la gripe rusa nunca desapareció. De hecho, fue responsable de olas recurrentes de la enfermedad durante los últimos años del reinado de la Reina Victoria.

Sin embargo, incluso cuando las pandemias llegan a una conclusión médica, la Historia muestra que pueden tener duraderos efectos culturales, económicos y políticos.

A la peste negra, por ejemplo, se le atribuye en gran medida el haber alimentado el colapso del sistema feudal y haber estimulado una obsesión artística con imágenes tétricas del más allá. Del mismo modo, se dice que la plaga de Atenas en el siglo V a.C. terminó con la fe de los atenienses en la democracia y allanó el camino para la instalación de una oligarquía espartana conocida como los Treinta Tiranos. Aunque los espartanos fueron expulsados más tarde, Atenas nunca recuperó la confianza en sí misma. Solo el tiempo dirá si la COVID-19 nos lleva a un ajuste de cuentas político similar para el gobierno de Boris Johnson.

Mark Honigsbaum es profesor en la City University de Londres y autor de The Pandemic Century: One Hundred Years of Panic, Hysteria and Hubris [ El siglo de las pandemias: Cien años de pánico, histeria y arrogancia].

Las crisis que trajeron el auge de los fascismos: lecciones del siglo XX para un presente pandémico

Wall Street el 24 octubre 1929, cuando quebró la bolsa, una de las imágenes que ilustran el libro del CELAN.

Autor: Diego Saz

Fuente: eldiario.es 24/04/2020

‘1919, 1929, 1939: Crisis de la democracia’ narra una historia que se repite. Las crisis que genera el periodo de entreguerras y el resurgir de nacionalismos, populismos y fascismos que tradicionalmente han acabado por derrocar libertades ciudadanas. Se trata de una publicación surgida a raíz de las jornadas que el Centro de Estudios Locales de Andorra (CELAN) organizó el pasado 2019, coincidiendo con su 20º Aniversario y con el Centenario del Tratado de Versalles.

Explica el coordinador de la publicación y presidente del CELAN, Javier Alquézar, que ‘1919, 1929, 1939: Crisis de la democracia’ es una obra para reflexionar sobre el momento que atraviesa el país y para despertar la atención en el crecimiento de determinadas ideologías nacionalpopulistas que aparecen después de las crisis y «tienen un resultado fatal». «No se trata de comparar, pero hay reacciones suficientes para poder pensar que la historia nos enseña cómo funcionan las cosas», señala.

La publicación del centro de estudios andorrano sigue la misma estela de las jornadas en las que está basada y se divide en tres grandes bloques analizados por un autor diferente. El propio Alquézar abre la primera parte con ‘De mal en peor. Las relaciones internacionales en el periodo de entreguerras’, donde dibuja el mapa de Europa después de la Primera Guerra Mundial, con la conciencia del desastre que supuso el conflicto, la pérdida de confianza en el mundo de progreso y sus instituciones liberales y el intento de trazar la paz y un nuevo orden internacional con el Tratado de Versalles y la posterior Sociedad de Naciones.

Se trataba entonces de desestimar la guerra como forma de dirimir las diferencias y generar un espíritu de concordia. Sin embargo, tal y como relata el autor, el crac del 29, acompañado de una crisis económica, demográfica y de moral, así como del desequilibrio de Europa, el miedo al comunismo y la confrontación de clases sociales, impulsaron una tendencia hacia el autoritarismo, con nacionalismos y extremismos. La inacción de la Sociedad de Naciones y el desplanteamiento de las normas internacionales, además, aplanaron el camino hacia la Segunda Guerra Mundial.

El crac del 29: el mercado no se autorregula

La segunda parte de la publicación ahonda precisamente en el crecimiento de las ideologías nacionalpopulistas. ‘El catastrófico periodo de entreguerras: crisis económica y polarización política’, a cargo de Luis Germán Zubero, narra la etapa «más complicada» que ha vivido el mundo durante el siglo XX, con «los mayores progresos de la humanidad desde el punto de vista tecnológicos y de las mayores tragedias». El autor explica cómo Europa perdió protagonismo tras la Primera Guerra Mundial, en favor de Estados Unidos, que salió reforzado tras el hundimiento de Alemania.

Rusia continuaba con una economía alternativa al capitalismo, Japón tomaba protagonismo frente a China en oriente y en occidente, las condiciones del Tratado de Versalles, que apostaban por que los países vencidos pagaran en líquido sus deudas a los vencedores, la inflación y la falta de regulación del mercado por el sistema liberal, preveían una crisis financiera que hundiría la economía desde dentro. Ante la Gran Depresión, Estados Unidos repatrió sus capitales e impuso aranceles a productos extranjeros y Europa cerró fronteras, estableció el proteccionismo e impulsó pequeñas áreas comerciales.

Cada país apostó por adoptar medidas diferentes, pero la enorme sombra de la crisis dejaba paso libre a los «salvadores de la patria». Comienza aquí el tercer bloque de la publicación, ‘1939, año de los fascismos’, en el que Gustavo Alares analiza el auge fascista como «fenómeno transnacional», que sedujo a «millares de almas». El autor explica los elementos característicos del fascismo, como la capacidad de transmitir certezas y soluciones identitarias emocionales y simples frente a los miedos e inseguridades o el ultranacionalismo que encuentra los enemigos en el exterior o en el interior y la idea de una nación, lengua, raza y tradiciones frente a esos rivales.

También el estado totalitario se acompañaba del racismo y antisemitismo, basado en prejuicios y falsedades, la virilidad violenta del hombre en un modelo patriarcal de sociedad y familia, el culto a la personalidad del líder, la religión política y el uso de la propaganda como emoción colectiva, manipulando la realidad con el objetivo de legitimar el poder y seducir a las masas, tal y como precisa Alares. «Los fascismos se plantearon como garantes de la seguridad, la identidad y la pertenencia», añade el autor.

Alares finalizó su charla en las Jornadas del CELAN con el caso de España y también así lo hace en la publicación, donde ilustra cómo la República española fue «la gran damnificada» al recibir los sublevados el apoyo nazi y fascista italiano. Se consiguió instaurar tras la Guerra Civil una «dictadura fascistizada», compuesta por falangistas con capacidad militarizadora y conexiones internacionales, carlistas y nacional-católicos, «la derecha conservadora que abandonó la democracia».

Paralelismos con la realidad

La publicación del Centro de Estudios Locales de Andorra ha visto la luz, sin quererlo, en una crisis sanitaria y económica que también ha demostrado la ineficacia del modelo. «Hay que pensar si el modelo económico y social actual sirve, si el neoliberalismo sirve y si cuando volvamos a la realidad hay que volver a las andadas, ignorando cómo está la naturaleza», indica el presidente de la entidad, Javier Alquézar.

Alquézar reconoce que no estamos ante una situación como las que se vivieron en el siglo XX, pero asegura que es el momento de analizar el planteamiento futuro. En este sentido, cuestiona la deslocalización de las empresas y la «dependencia absoluta» de España con el exterior. Critica además la posición de la oposición frente a la crisis actual que insiste en que «no es banal». «No quieren simplemente desgastar el gobierno, sino resistirse a que luego haya unos replanteamientos en el modelo de la política económica y social».

El CELAN es un centro que se dedica desde hace 20 años a la investigación y la organización de actividades culturales. Ofrece publicaciones didácticas sobre historia local, así como nacional e internacional que permiten conocer el contexto de cada situación. La entidad está vinculada con el Instituto de Estudios Turolenses (IET) y con el Instituto de Bachillerato, donde varios de los componentes del centro fueron profesores.

Turismo: la pandemia cuestiona tres siglos de historia

La revolución industrial, la regulación de los horarios laborales y las vacaciones pagadas convirtieron al viaje por ocio en fenómeno de masas

Una familia en una playa francesa alrededor del año 1900 
 Paul Popper/Popperfoto

Autora: ABRIL PHILLIPS

Fuente: lavanguardia.com/historiayvida 2020/08/09

La pandemia está condicionando hábitos que hasta ahora parecían plenamente consolidados. Uno de ellos es el turismo, que no solo afronta la crisis coyuntural de este año a consecuencia del coronavirus, sino que puede ver reformulado su futuro cuando la enfermedad quede controlada. El actual podría ser, pues, un punto de inflexión en uno de los sectores que más pesa en la economía española; una actividad que, en todo el mundo, se ha desarrollado a través de toda la historia, y en especial durante los tres últimos siglos.

El origen del turismo todavía está sujeto a discusión. Sasha Pack, profesor de Historia en la Universidad de Buffalo y autor del libro La invasión pacífica: Los turistas y la España de Franco (Noema), explica: “Algunos historiadores sostienen que siempre existió el deseo de ver el mundo y expandir los propios horizontes. Pero lo que es moderno en esto es el acceso, es el hecho de que muchas más personas puedan hacerlo y de que se cree un modelo comercial y una infraestructura de transporte para que esto sea fácil de hacer”.

Aunque desde siempre ha habido grandes viajes, la característica del turismo es que su motivo es el ocio

Carolina Rodríguez-López, profesora titular del Departamento de Historia Moderna e Historia Contemporánea de la Universidad Complutense de Madrid (UCM), afirma que “ha habido muchos viajes a lo largo de la historia, pero lo que los diferencia de la experiencia turística es la motivación. El turismo se produce cuando hay una voluntad de conocer un lugar distinto, de viajar por placer sin un objetivo mayor que la propia experiencia”.

En este sentido, asegura que “ya hay viajes en la Antigüedad y la Edad Media que se realizaron por esta mera curiosidad. Suelen ser viajes que se emprenden con una motivación concreta, ya sea una expedición comercial, una peregrinación religiosa o una formación académica, y se prolongan porque el itinerario se bifurca y amplía”.

Illustrated map depicting the journey of the Venetian merchant Marco Polo (1254 - 1324) along the silk road to China. (Photo by MPI/Getty Images)
Un mapa ilustrado con el viaje de Marco Polo a lo largo de la Ruta de la Seda  Getty Images

Entre muchos otros, ese fue el caso de Pausanias, historiador y geógrafo griego del siglo II d. C., que viajó por Asia Menor, Siria, Palestina, Egipto, Macedonia, el Epiro (ahora Grecia y Albania) e Italia. También el de Egeria, peregrina nacida en la antigua Roma en el siglo IV d. C., que viajó a Tierra Santa desde la Pascua de 381 a la de 384 d. C.

Ya en la Edad Media, en el siglo XIII, Marco Polo pasó a la historia como el explorador veneciano que viajó desde Europa a Asia desde 1271 hasta 1295, con una estancia de 17 años en China. En el siglo siguiente, la peregrinación a La Meca de Ibn Battuta se prolongó hasta convertirse en un viaje de años, en el que llegó a recorrer unos 120.000 kilómetros y pudo conocer la mayoría de los países islámicos.

El exclusivo ‘Grand Tour’ nació hace tres siglos y se puede considerar el precursor del turismo

Para muchos historiadores, es hace tres siglos cuando se puede empezar a hablar de un ultraminoritario turismo. A finales del siglo XVII y principios del XVIII, se extendió entre los jóvenes de la aristocracia europea el Grand Tour, la costumbre de emprender un viaje por toda la Europa continental de entre seis meses y varios años, para ampliar su formación académica y artística. “En este tipo de viajes, empiezan a dejarse llevar por las ganas de conocer. Finalmente, devienen en una experiencia plenamente turística, en donde el viajero se guía por la contemplación y el placer de viajar”, dice Rodríguez-López.

Viajar era todavía un privilegio de las clases más altas. El turismo como una práctica de alcance masivo aparecería únicamente en la etapa industrial. “La capacidad de viajar largas distancias sin incurrir en demasiados riesgos y de tener los recursos para poder vivir durante semanas en el extranjero sin trabajar, se hicieron accesibles a un gran número de personas de forma gradual en los últimos dos siglos”, asegura Sasha Pack.

Illustration showing tourists visiting the Roman ruins at Pompeii, in Italy, during their 'Grand Tour' of Europe. Circa 1840. (Photo by: Photo 12/ Universal Images Group via Getty Images)
Unos viajeros visitan las ruinas de Pompeya dentro de su ‘Grand Tour’  Universal Images Group via Getty

Según explica el historiador, la extensión de este tipo de turismo dentro de Europa se fue produciendo por distintos motivos, como el desarrollo del transporte, la educación masiva, que hizo que más personas quisieran conocer los sitios y monumentos históricos que habían descubierto en los libros, y la cultura romántica, que ayudó a perfilar el aspecto más lúdico del viajar.

La tuberculosis y el cólera también hicieron su parte. Estas enfermedades, que brotaron en el siglo XIX en las ciudades industriales frías, húmedas y repletas de humo, impulsaron a muchos europeos del norte a querer refugiarse en las playas del sur, para respirar aire caliente y seco, lejos de la contaminación. Todas estas cosas juntas produjeron una nueva demanda que fue rápidamente satisfecha, aunque no sin esfuerzo.

Antes de convertirse en destinos turísticos de masas, los países mediterráneos tuvieron que luchar contra la malaria

Los países receptores trabajaron arduamente para acondicionar sus espacios y despejar los miedos a las enfermedades asociadas al Mediterráneo, como la malaria. Rodríguez-López explica que “España acarreaba cierta lectura negativa. Los viajeros románticos del siglo XVIII y del siglo XIX, lo veían como un país visceral y auténtico, pero a la vez peligroso y algo sucio, y, por tanto, hubo que intentar lograr una imagen más amable para atraer a viajeros”.

Hasta el momento, el turismo español había sido bastante local. “El número de turistas extranjeros es muy pequeño hasta después de la Guerra Civil. Durante esta primera mitad, los madrileños toman su veraneo y la burguesía de Barcelona empieza a visitar la Costa Brava para ir de vacaciones. La gente trabajadora empieza a recorrer distancias no muy largas, a hacer peregrinaciones a Santiago de Compostela o la Virgen del Pilar en Zaragoza y a celebrar la Semana Santa”, dice Sasha Pack.

SPAIN - CIRCA 1900:  Cadiz, la Mejor Playa del Sur  (Photo by Buyenlarge/Getty Images)
Un cartel turístico durante los años de la primera posguerra  Getty Images

Para poder hablar de turismo de masas nos tenemos que ubicar a mediados del siglo XX. “Es un fenómeno asociado a las coordenadas sociales y económicas que se derivan de la Segunda Guerra Mundial y de las sociedades que se conforman en Europa y EE.UU. a partir de la misma”, dice Carolina Rodríguez-López.

“Destinar una parte de la renta a viajar por placer es algo que no se había dado de manera generalizada hasta el momento”, afirma la historiadora. No sólo la extensión de las vacaciones pagadas posibilitaron este fenómeno, sino también “la oferta estacional de recursos turísticos y la regulación de horarios laborales, que permitieron dividir mejor el tiempo de ocio y de trabajo, y de organizar una rutina familiar, lo que contribuyó a que todos los miembros de la familia pudieran viajar juntos en la misma época del año”, explica.

Viajar a otros países o veranear fuera de la ciudad se convirtió en un símbolo de estatus económico

Aunque también jugaron un papel ciertos hábitos sociales: “Tomar vacaciones era visto como un signo de estatus social, permitía visibilizar el hecho de que tu familia había alcanzado cierto nivel de bienestar”, aclara Rodríguez-López. La moda de exhibir un cuerpo bronceado también se venía consolidando. “El turismo de sol y playa era algo muy poco convencional hasta entonces. Estar moreno se asociaba a gente que trabajaba de sol a sol”, dice la historiadora.

“En las pinturas de mediados del siglo XIX, la belleza era muy blanca y pálida. Eran personas que podían permanecer en el interior porque no tenían que trabajar. Pero mientras que en 1850, si eras rico, podías evitar el sol, ya para 1900 o 1920 la posibilidad de tomar unas vacaciones en la playa es un signo de estatus”, agrega Sasha Pack.

At Lloret de Mar on the Costa Brava several hundred old-age pensioners are enjoying the beautifully warm sunshine. A few of the happy people on the Costa Brava. Most of the people in this picture are 5-month Stayers. November 1971 (Photo by Daily Mirror/Mirrorpix/Mirrorpix via Getty Images)
Un grupo de turistas en Lloret de Mar, en la Costa Brava, a principios de los años 70  Mirrorpix via Getty Images

Sin embargo, poder lucir los cuerpos en la playa era difícil en la España franquista, donde podía implicar una multa. Esto, sumado al hecho de que las carreteras tampoco eran buenas y la comida era algo difícil de digerir para algunos turistas, hacía que la España de los años cuarenta no resultara demasiado atractiva. Sin embargo, el régimen de Franco hizo muchos esfuerzos por mejorar estos puntos.

El turismo le aportó un gran respaldo económico al régimen franquista, a la vez que le sirvió como herramienta diplomática y propagandística. A los ojos del mundo, España podía ofrecer una buena imagen, sobre todo en contraste con otros países que también estaban bajo regímenes autoritarios, donde los turistas no podían circular con libertad.

La llegada de millones de visitantes dio al franquismo la posibilidad de ofrecer una cierta impresión de democratización

“El turismo le ayudó a Franco a poder ser parte del mercado común europeo sin tener que cambiar su régimen político, porque dio esta impresión de democratización”, explica Sasha Pack. “Sin embargo, abrir las puertas al turismo era también un riesgo, porque permitía a los españoles comparar su forma de vida y libertades con las de afuera”, aclara Rodríguez-López.

Para la década de los sesenta, España ya era uno de los epicentros del turismo masivo, el cual se extendió en todo el mundo hasta la actualidad. “Si después de la Segunda Guerra Mundial asistimos a la masificación del turismo, en lo que llevamos del siglo XXI ha habido otros elementos que lo han multiplicado, como las líneas low cost, los paquetes promocionales y las políticas de liberalización de suelo para usos turísticos”, explica Rodríguez-López.

Photographers Tourists In Paris. En France, à Paris, le 18 juin 1962. Touristes jouant les apprentis photographes dans la ville. Groupe de femmes sur le Champs de Mars, prenant des photos de la Tour Eiffel en contre plongée. (Photo by Philippe Le Tellier/Paris Match via Getty Images)
Turistas en París en el año 1962  Paris Match via Getty Images

Tras más de medio siglo de crecimiento exponencial, la pandemia ha puesto al turismo español en una situación crítica. Sin embargo, para Sasha Pack, la historia nos da motivos para creer que saldrá adelante. “Durante su auge en los años sesenta, muchos decían que era algo coyuntural, que la gente visitaba España porque era muy barato, pero que dejarían de hacerlo cuando los precios se igualaran al resto. Eso nunca ocurrió. En cambio, España diversificó y aumentó su oferta turística”, dice el historiador, y apunta que “el sector está sufriendo, pero volverá a repuntar, porque, en cuanto se pueda viajar de nuevo, todos querrán hacerlo. La gente siempre va a querer viajar”.

Recursos sobre Historia contemporánea

Selección de recursos sobre historia contemporánea realizada por el Departamento de historia Contemporánea de la Universidad Complutense de Madrid.

El dinero nazi de la poderosa familia Reimann.

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Autora: Ana Carbajosa

Fuente: El País, 3/04/2019

El escándalo ha sido sonado en Alemania tras descubrir que una de las familias más ricas del país apoyó fervientemente al régimen nazi y empleó a prisioneros de guerra en sus fábricas y villas privadas. Los miembros de la familia Reimann, propietaria de Pret a Manger o Calgon entre otras marcas, eran ferviente nazis y antisemitas, según publicó recientemente el sensacionalista Bild am Sonntag y ha confirmado posteriormente la propia familia.

Las investigaciones, que citan cartas y documentos obtenidos en Francia, Estados Unidos y Alemania revelan que Albert Reimann padre e hijo emplearon a civiles rusos y a prisioneros de guerra franceses para realizar trabajos forzados. Donaron además dinero a las SS, los paramilitares nazis. Ambos fallecieron —en 1954 y 1984— y ahora Peter Harf, uno de los dos socios del emporio familiar y portavoz del consorcio JAB Holding Company que agrupa a las marcas de la familia, ha reconocido que los Reimann ya fallecidos “fueron culpables”.

El patriarca y su sucesor amasaron una inmensa fortuna convirtiendo una pequeña industria química de ácido tartárico y cítrico en una compañía global. En 1933, banderas con esvásticas ya ondeaban a las puertas de la fábrica productora de Calgón, el disolvente antical que patentaron.

Peter Harf, socio y portavoz de JAB, conglomerado de los Reimann.
Peter Harf, socio y portavoz de JAB, conglomerado de los Reimann. SOEREN STACHE GETTY IMAGES

En 1937, Albert Reimann junior llegó a escribirle una carta a Heinrich Himmler en la que le explicaba que “somos una familia de más de 100 años de antigüedad y puramente aria. Los dueños somos partidarios incondicionales de la teoría de la raza”. El Bild asegura que hasta un 30% de los trabajadores de algunas plantas químicas e industriales de la familia, que sumaron un total de 175 personas, llegaron a ser trabajadores forzados en 1943. Ya en 1931, incluso antes de que los nazis llegaran al poder, los Reimann eran abiertos partidarios del partido nazi y donantes de las SS.

En otro documento, el hijo del patriarca se queja de cómo trabajan los prisioneros de guerra franceses en una obra de las fábricas. Asegura que la baja productividad “no se puede explicar con una vaguería normal, sino solo si se trata de un sabotaje deliberado […] Se lo comunico en calidad de concejal de la ciudad. Heil Hitler”, termina en la misiva enviada al alcalde de Ludwigshafen, en el suroeste de Alemania. La documentación contiene además decenas de testimonios de trabajadores que denuncian malos tratos y crímenes cometidos contra los prisioneros empleados. Las trabajadoras, además, sufrieron presuntamente abusos sexuales.

No solo los hombres de la familia profesaron devoción por los genocidas nazis. Else Reimann madre e hija también fueron fervientes defensoras del nacionalsocialismo. La hija llegó a casarse con un miembro de las SS en una celebración para la que decoraron la vivienda familiar con banderas nazis, como informó la prensa alemana una semana después de las primeras revelaciones. 

Edificio de las oficinas de JAB Holding Company, que agrupa las empresas de los Reimann.
Edificio de las oficinas de JAB Holding Company, que agrupa las empresas de los Reimann. SIMON HOFMANN GETTY IMAGES

Han sido los miembros más jóvenes de la familia, los que comenzaron a indagar en el pasado familiar y leyeron documentos algunos documentos de su padre a principios de los años 2000. En 2014, firmaron un contrato con un historiador Paul Erker, de la Universidad de Múnich para que llevara a cabo una investigación independiente. Cuando llegaron los resultados preeliminares, Harf, el gerente, ha explicado que se quedaron “pálidos”. “Esos crímenes son asquerosos”, llegó a decir en una entrevista con el diario alemán. La investigación se hará pública cuando haya concluido, y la familia donará 10 millones de euros a ONG, a modo de compensación simbólica. La fortuna de la familia que mantiene un perfil público muy bajo se calcula que asciende a 33.000 millones de euros.

En el año 2000, el Gobierno alemán puso en pie un fondo de 5.000 millones de euros, para ofrecer compensaciones a los trabajadores forzados del nacionalsocialismo y que han financiado parcialmente grandes empresas alemanas que se beneficiaron de esos crímenes.

Víctimas del Homocausto: los homosexuales durante el nazismo.

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Espectáculo travesti de soldados nazis. © Soldier Studies, Martin Dammann (ed.), Hatje Cantz

Autor: Nacho Esteban

Fuente: elordenmundial.com 31/03/2019.

El nazismo dejó tras de sí millones de muertos y una cifra incalculable de víctimas. Entre las más olvidadas se encuentran las personas LGTB —sobre todo los gays, quienes sufrieron los mayores rigores de la persecución—, una población que vivió una dura represión y no recibió reconocimiento hasta prácticamente el siglo XXI.

El Holocausto nazi supuso uno de los mayores genocidios en toda la Historia de la humanidad. Estuvo dirigido principalmente contra judíos, eslavos, gitanos, discapacitados, testigos de Jehová, opositores al régimen y homosexuales varones; en total, una cifra de varios millones de muertos de difícil cuantificación debido a la disparidad de criterios en la definición y, sobre todo, la insuficiente documentación. Individualizar el número de víctimas de cada uno de estos colectivos tampoco resulta una tarea sencilla; en el caso de los hombres homosexuales, las investigaciones de Rüdiger Lautmann arrojan el resultado de que entre 1935 y 1943 casi 50.000 civiles homosexuales —de unos 100.000 arrestados— fueron condenados a prisión en virtud del infame párrafo 175 del Código Penal prusiano, que penaba las relaciones sexuales entre varones, y entre 5.000 y 15.000 condenados y detenidos en prisión preventiva fueron a parar a campos de concentración, donde su índice de mortalidad rondaba el de los judíos —en torno al 60%— a pesar de no existir una vocación tan expresa de eliminar a los homosexuales.

Estas cifras, comúnmente admitidas, están, sin embargo, incompletas. Debido a la escasez de registros y a la destrucción de archivos durante las últimas semanas de vida de los campos, no existen datos de condenas entre 1943 y el final del régimen en 1945. Tampoco se incluyen las condenas a homosexuales basadas en otros artículos utilizados alternativamente al 175 ni las cifras de homosexuales internados sin sentencia o con distintivos diferentes al triángulo rosa ni las ejecuciones sumarias o selectivas en el ejército, las calles o al ingresar en los campos ni las pérdidas en el frente de homosexuales condenados. Por último, están sin cuantificar las víctimas de las esterilizaciones, experimentos médicos e internamientos psiquiátricos, muchos de los cuales acabaron en muerte. Así, distintos investigadores dan cifras bastante superiores, desde 200.000 hasta el millón; el propio Rudolf Höss, después comandante de Auschwitz, afirmaba haber supervisado el exterminio de dos millones de homosexuales en Dachau.

Los supervivientes gays conocidos del Holocausto fueron menos de una veintena. Gracias a sus relatos y diversas investigaciones, ha sido posible recrear la vivencia de las personas LGTB durante el III Reich. Sin embargo, la escasez y la fiabilidad incierta de datos y relatos aconsejan cautela a la hora de aproximarse a un tema más bien desconocido y con un gran riesgo de caer en el victimismo.

Para ampliar“Exterminio bajo el nazismo”, Fundación Triángulo en Orientaciones, 2003

El edén perdido

El Código Napoleónico de 1810 fue el primero de la Historia en despenalizar las relaciones entre personas del mismo sexo al considerarlas un delito “imaginario”.Siguiendo la Ilustración francesa, las legislaciones de Baviera y Hanóver hicieron lo mismo en 1813 y 1840, respectivamente; de hecho, varios territorios alemanes contaron con soberanos homosexuales durante los siglos XVIII y XIX. Tras la guerra franco-prusiana (1870-1871), el káiser Guillermo I de Alemania instauró el II Reich y extendió a todo el Imperio alemán el Código Penal prusiano, cuyo artículo 175 castigaba con penas de prisión y pérdida de los derechos civiles “la fornicación contra natura realizada entre hombres o de personas con animales”. A lo largo de más de medio siglo, convivirían en la sociedad y la política alemanas dos tendencias: una conservadora, respaldada por las nacientes teorías psiquiátricas de higiene social —que posteriormente servirían de sustento científico para la “Solución final”—, que exigía la extensión de la prohibición a las mujeres, así como al aborto, la prostitución, la emancipación femenina y la pornografía, y una de corte progresista, que permitió cierta laxitud en la aplicación de la ley durante la República de Weimar y el nacimiento del primer movimiento por la emancipación homosexual.

Ya en los años 60 del siglo XIX, el abogado Karl Heinrich Ulrichs había acuñado el término uranista para referirse a los varones homosexuales y se manifestó públicamente a favor del fin de su criminalización. Durante el cambio de siglo, el psiquiatra Magnus Hirschfeld continuó la lucha de Ulrichs y, con la ayuda de los socialdemócratas y comunistas, consiguió el apoyo parlamentario para la reforma penal, que se vio frustrada en el último momento por la crisis financiera que sucedió al crack de 1929. El clima social, efectivamente, era el idóneo: al igual que en otros países europeos, los “felices años 20” estuvieron marcados por el intenso desarrollo de una cultura uranista —sobre todo en la capital—, con locales, fiestas y publicaciones propios y organizaciones políticas, culturales y sociales que contaban con decenas de miles de miembros —se calcula que en Alemania había unos 1,2 millones de hombres homosexuales en 1928—. Pero no todo era tan brillante en este edén: cada año cientos de hombres eran encarcelados en virtud del párrafo 175 y comenzaban a fraguarse grupúsculos ultranacionalistas que llegaron a atacar en varias ocasiones a Hirschfeldy a asesinar al ministro de Exteriores Walther Rathenau —significativamente, ambos judíos y homosexuales, aunque hubiera otros motivos detrás de los ataques— y que conformarían la base para el Partido Nacionalsocialista.

Publicidad del bar de ambiente Eldorado, reconvertido en 1933 en una oficina de propaganda nazi. Fuente: Cabaret Berlin

Durante la breve utopía uranista de la posguerra —entre 1914 y 1918 había tenido lugar la I Guerra Mundial—, se desarrolló de forma paralela un movimiento reaccionario espoleado por las imposiciones a Alemania y la situación económica y laboral en los años 30, que favorecían una retórica populista basada en promesas y el señalamiento de los “enemigos de la nación”. Aunque el Partido Nacionalsocialista no consiguió una mayoría suficiente para gobernar, el presidente Hindenburg nombra canciller a Adolf Hitler el 30 de enero de 1933. Un mes después, Hitler se arroga por decreto presidencial poderes de emergencia tras el incendio provocado del Reichstag—Parlamento alemán—. Si una semana antes algunas de sus primeras medidas habían sido prohibir la prostitución y las organizaciones y locales de homosexuales, durante el mes de marzo prohibirá asimismo el nudismo y la pornografía y comenzarán a abrirse los primeros campos de concentración. Un mes después se crea la Gestapo —la ‘Policía Secreta del Estado’— y a principios de mayo son detenidos los líderes de los principales sindicatos, se destruye el Instituto para la Ciencia Sexual de Hirschfeld y se quema su archivo —aunque posiblemente varios documentos comprometedores pasaron antes a manos de la Gestapo—. Durante los siguientes meses, se producirán redadas y cierres forzosos de locales de ambiente, que se reabrirán temporalmente durante las Olimpiadas de Berlín en 1936 para dar una imagen de apertura ante los visitantes.

El mito de los nazis gays

Pese a las primeras alarmas que habían despertado estas rápidas medidas del nuevo líder, la población LGTB alemana encontraba cierta seguridad en la figura de Ernst Röhm, comandante del grupo paramilitar de los camisas pardas o Sección de Asalto(SA). Aunque tuvieron sus desencuentros, Röhm había sido uno de los padrinos políticos de Hitler y su homosexualidad era de dominio público; de hecho, su autoritarismo rezumaba un culto castrense a la virilidad no insólito en otros movimientos dirigidos por hombres fuertes. Es por ese motivo por lo que la SA se asociaba con una particular presencia de homosexuales —según Hirschfeld, varios se encontraban entre sus expedientes destruidos—, una creencia ampliamente explotada por los detractores antifascistas y posteriormente utilizada en una suerte de revisionismo homófobo que sobrestima la supuesta homofilia nazi mientras ignora convenientemente que la mayoría de los SA no eran homosexuales, que todos los líderes nazis a excepción de Röhm eran —en principio— heterosexuales y que el nazismo defendía, ante todo, una visión extrema de la heterosexualidad basada en la familia tradicional y la misoginia, hasta el punto de que persiguió duramente la homosexualidad dentro y fuera de sus filas.

Para ampliar“Una nación LGTB”, Nacho Esteban en El Orden Mundial, 2017

Grupos de socialización como las Juventudes Hitlerianas solían recibir burlas por su homoerotismo. La concepción de la masculinidad en la primera mitad del siglo XX permitía un contacto físico más estrecho entre los hombres, aunque sin duda sirvió para ocultar relaciones románticas y sexuales. Fuente: Histomil

Röhm aspiraba a convertirse en el segundo hombre fuerte del Reich mientras expandía su fuerza paramilitar a expensas del Ejército regular —Reichwehr, luego renombrado Wehrmacht o ‘Fuerza de Defensa’—. Hitler, que necesitaba el apoyo militar para su proyecto imperial, urdió un plan junto con Hermann Göring —su mano derecha— y Heinrich Himmler —líder de la Gestapo y las SS o ‘Escuadras de Protección’— y el 30 de junio de 1934 pusieron en marcha la Operación Colibrí, más conocida como la Noche de los cuchillos largos, en la que asesinaron a decenas de miembros de la SA y otros posibles opositores bajo el pretexto de frustrar un golpe de Estado en germen. Röhm ya no era útil, suponía una amenaza, y los conspiradores justificaron la purga por la supuesta extensión de la homosexualidad entre los paramilitares, como ya hicieran antes con Van der Lubbe —el incendiario del Reichstag— y repetirían para intentar destituir al comandante de las fuerzas terrestres, Werner von Fritsch. La misma estrategia sirvió para el encierro de intelectuales y miembros de organizaciones católicas. Con una opinión pública impertérrita ante la masacre, daba comienzo la radicalización del régimen; el mismo día que Röhm fue asesinado Hitler ordenó purgar el Ejército, temeroso de la existencia de una “orden secreta del tercer sexo”.

Cuando Hitler robó el conejo rosa

Con el fallecimiento del presidente Hindenburg, Hitler asume la jefatura del Estado mediante un decreto ilegal ratificado en referéndum. Bajo el mandato del ahora Führer, la escalada antihomosexual del régimen se disparó: en octubre de 1934 la Gestapo ordena a todas las comisarías entregar las listas rosas de homosexuales, lo que le permitiría identificar, arrestar, interrogar y chantajear con mayor facilidad. Aparte de la vigilancia de locales, urinarios públicos y parques, la causa más frecuente de detención de homosexuales —eminentemente varones— fueron las denuncias de conocidos y las delaciones por otros homosexuales interrogados, de tal manera que hasta los simples rumores hacían recaer la carga de la prueba sobre el acusado. Las detenciones y los interrogatorios se realizaban sin orden judicial ni garantías procesales y la intimidación y la tortura estaban a la orden del día; algunas declaraciones de culpabilidad firmadas “sin coacciones” resultaban ilegibles por las manchas de sangre.

Ese mismo mes Himmler crea una división especial dentro de la Gestapo para perseguir a los homosexuales, que dos años después será absorbida por la Oficina Central del Reich para Combatir el Aborto y la Homosexualidad u Oficina Especial. Himmler estaba obsesionado con la pureza y la perpetuación de la raza aria, por lo que le preocupaban los bajos índices de natalidad ante la demanda de mano de obra y soldados. Si bien promovió medidas eugenésicas como la eliminación de los homosexuales varones —siempre presentes en sus discursos como síntoma de la degeneración del país—, las lesbianas y algunos jóvenes gays pudieron salvarse gracias a su valor para los intereses demográficos del régimen. Otras de las medidas promovidas para mejorar las cifras de fertilidad fueron ascender a los funcionarios que se casaran jóvenes, ayudas a la maternidad, la creación o tolerancia de prostíbulos y el secuestro de niños y mujeres de países vecinos para germanizarlos y llevar a cabo programas de reproducción selectiva.

Desde 1923 la tasa de fertilidad alemana no ha superado los 2,5 hijos por mujer. Fuente: Our World in Data

Durante los años siguientes, la situación solo empeora. En el aniversario del asesinato de Röhm el párrafo 175 se endurece como parte de las llamadas leyes de Núremberg: las penas aumentan y el texto de la ley se vuelve amplio y difuso —cubre desde abrazos hasta miradas lujuriosas—, lo que, sumado a la arbitrariedad judicial, supone un incremento de las causas. Aunque la mayoría de ellas involucraron previsiblemente a hombres homosexuales, sin duda también debieron de afectar —en una medida incuantificable— a hombres bisexuales e incluso heterosexuales. En cuanto a las mujeres, existen muy pocos casos de condenas; aunque evidentemente había lesbianas en los campos de concentración, la mayoría estaba allí por otros motivos. Además de las otras consecuencias para la población LGTB en general —cierre de locales, clandestinidad, éxodo, soledad, matrimonios de conveniencia…—, tuvieron graves problemas laborales y, en algunos casos, fueron víctimas de violencia y explotación sexual o internadas en psiquiátricos. Por último, el caso de la población trans es particular: si bien la destrucción del Instituto Hirschfeld supuso un varapalo para una comunidad naciente, que hubo de exiliarse, resignarse a vivir en la clandestinidad o afrontar los rigores del nuevo régimen, el travestismo no era una práctica infrecuente entre los soldados nazis a principios de los 40. No obstante, en 1941 Himmler ordenaría la ejecución o encarcelamiento —según la gravedad— de todos los SS que tuvieran un “comportamiento indecente con otro hombre” y el ministro de Justicia decretaría un año después la pena de muerte para los homosexuales.

Para ampliar“La persecución de los homosexuales del Tercer Reich”, Museo Estadounidense del Holocausto

La vida en los campos de concentración

Particularmente después del asesinato de Röhm, miles de hombres homosexuales fueron a parar a los campos de concentración. En los años siguientes, Himmler ordena enviar a los homosexuales a los campos de exterminio —los llamados campos de nivel tres o “molinos de huesos”—, en algunos casos sin condena o tras haber sido absueltos y en otros previo paso por prisión; incluso hubo homosexuales que, después de cumplir su condena, fueron enviados a los campos en “custodia protectora” o estuvieron sujetos a un régimen de “vigilancia policial planificada” que limitaba su movilidad. Al contrario de lo que se suele pensar, no todos los campos de exterminio tenían como objetivo inmediato el asesinato de los prisioneros; en muchos casos, se trataba de una consecuencia premeditada del trabajo forzado, con lo que se combinaba el castigo —la tortura física y psicológica y, finalmente, la muerte— con el imperativo de eficiencia bélica, sobre todo a partir de los 40, cuando el contexto de guerra lleva además a una mayor cautela documental y a órdenes menos explícitas respecto al genocidio.

La mayoría de los homosexuales fueron a parar a Mathausen, Dachau y Auschwitz, pero también hubo triángulos rosas en Sachsenhausen, Flosenburgo, Buchenwald, Schirmeck, Natzweler, Fuhlsbuttel, Neusustrum, Sonenburgo, Lichtenburgo, Ravensbruck, Neuengamme, Gross-Rosen, Vught, Stutthof, Struthof y Butzow.

Al ocupar el escalafón ínfimo dentro de la jerarquía de los campos, los presos marcados con el triángulo rosa no solían medrar y ejecutaban las labores más duras en peores condiciones, por lo que eran más prescindibles y su tasa de supervivencia, menor. Para perjudicar a un interno, bastaba con sugerir que era homosexual, ya que eran objeto de maltratos, violaciones y torturas especiales, tanto por vigilantes como por presos, además de ejecuciones y experimentos. Miles de homosexuales sufrieron castraciones, ya fuera debido a campañas de esterilización masiva o “voluntariamente” bajo falsas promesas de libertad o amenazas de internamiento. Otros eligieron convertirse en carne de cañón para el frente o en protegidos de los kapos y oficiales a cambio de favores sexuales —especialmente los eslavos jóvenes, homosexuales o no—; algunos de ellos llegaron a contar con auténticos harenes de menores. Esto demuestra que, independientemente de su orientación sexual, las relaciones sexuales entre presos y entre estos y los SS estaban a la orden del día —algo que Himmler trataría de atajar instalando burdeles en algunos campos— y que la homofobia se dirigía principalmente contra los triángulos rosas.

El triángulo rosa fue el principal distintivo de los homosexuales dentro de los campos nazis. Fuente: Wikimedia

En el sistema de etiquetado de los presos, los triángulos tenían unos cinco centímetros de base; en cambio, el distintivo rosa de los homosexuales era uno o dos centímetros mayor para que fuera más visible —en el campo de Flosenburgo, llegarían a ser casi el doble de grandes y con un listón amarillo de doce centímetros—. Anteriormente se habían utilizado brazaletes amarillos con la letra A impresa —de Arschficker, literalmente ‘follaculos’—, grandes lunares negros y el número 175, así como cintas azules en Schirmeck. Algunos triángulos rosas fingían ser comunistas cuyo distintivo rojo había perdido el color; otros consiguieron hacerse con otras insignias e incluso hubo quienes preferían la estrella amarilla de David. En la jerarquía de los campos, el homosexual ocupaba el último lugar entre los infrahombres, pero, a diferencia de los gitanos y los judíos, carece de un término propio para referirse a su genocidio. A menudo segregados dentro de los campos y con prohibiciones especiales, como la de no confraternizar entre sí, sus peores condiciones, su heterogeneidad, su reducido porcentaje en los campos y un clima de miedo a las delaciones y de represión impidieron una verdadera solidaridad de grupo, como la de otros triángulos.

Para ampliarRudolf Brazda: itinerario de un triángulo rosa, J. L. Schwab y R. Brazda, 2011

Las víctimas del Homocausto

Aunque el régimen nazi supo ocultar hasta el fin de la guerra la verdadera naturaleza de los campos e intentó borrar las huellas de sus crímenes, el silencio posterior de los investigadores respecto a la persecución de las personas LGTB fue clamoroso. La homosexualidad seguía estando mal vista e incluso castigada en algunos países europeos; de hecho, los aliados enviaron a algunos homosexuales a prisión a cumplir su pena sin considerar el tiempo en los campos —a diferencia de los ex-SS, cuyo trabajo se tuvo en cuenta para el cómputo de las pensiones—. Hasta 1969, el artículo 175 siguió en vigor y supuso más de 47.000 condenas en Alemania. Muchos tuvieron dificultades laborales y personales por ser oficialmente delincuentes con antecedentes sexuales y sufrieron el ostracismo, el negacionismo, el silencio y la vergüenza, cuando no directamente la violencia física y verbal.

El Gobierno alemán se resistió durante décadas a cualquier monumento en memoria de las víctimas LGTB; en los actos conmemorativos podían escucharse gritos homófobos y los homosexuales evitaban visibilizarse. Hasta la segunda mitad de los 80, se les denegó el estatus de víctimas del nazismo y, por tanto, cualquier tipo de indemnización, que solamente consiguieron a iniciativa de los partidos verde y socialdemócrata y después de trabas burocráticas insólitas y litigios; en consecuencia, muy pocos recibieron compensación: la mayoría murió antes o ni lo intentó. En 2000 se produjo la primera disculpa oficial y en 2002 se concedió el perdón retroactivo para las sentencias nazis; la compensación por todas las posteriores ha tenido que esperar hasta 2019. Aún hoy existe cierta resistencia a reconocer la persecución de las personas LGTB durante la dictadura y se desconocen las dimensiones de la diáspora LGTB que provocó el nazismo, pero el triángulo que tantos lucieron en sus chaquetas y pantalones se ha convertido en un símbolo de activismo y de lucha contra el olvido.

Para ampliarPárrafo 175, documental de R. Epstein y J. Friedman, 2000

 

Las dos grandes crisis económicas de entreguerras: hiperinflación alemana y crac del 29.

Autor: Jesús de Blas Ortega.

Fuente: Descubrir la Historia, 18/03/2019.

Durante el período de entreguerras se produjeron dos grandes crisis económicas cuyas consecuencias fueron dramáticas, tanto desde un punto de vista social, como político: la hiperinflación alemana, que se extendió durante los años 1922 y 1923, y el crac bursátil de 1929, que daría paso a la Gran Depresión de los años 30.

La hiperinflación alemana coincidió en el tiempo con la ocupación militar franco-belga de la cuenca del Ruhr, una de las zonas más industrializadas del continente europeo, y estuvo a punto de llevar a Alemania y a Europa a una situación crítica. Alemania fue el escenario de una escalada de acontecimientos revolucionarios que alcanzaron su apogeo en 1923 (gobiernos revolucionarios de Sajonia y Turingia) y también de la primera intentona golpista contrarrevolucionaria de las fuerzas de la extrema derecha (Hitler y Ludendorff en Munich). Los cambios políticos que se produjeron en Francia y en Reino Unido tras las elecciones de 1924, favorables al centroizquierda, así como el apoyo financiero diseñado por el norteamericano Charles Dawes, permitieron una estabilización temporal de la situación económica, social y política europea. Pero el estallido del crac bursátil en Nueva York en octubre de 1929 iba a dar paso a una década dominada por la Gran Depresión económica mundial, caldo de cultivo de una conflictividad social creciente que iba a dar paso a una radicalización política, tanto a izquierda, como a derecha. El desarrollo del fascismo y del nazismo en Europa, con su componente militarista y expansionista, iba a contribuir a precipitar el estallido de la II Guerra Mundial.

La Primera Guerra Mundial había sido la consecuencia de la rivalidad interimperialista por repartirse los mercados con el objetivo de las principales potencias de llegar a dominar la economía mundial. La devastación que se había conocido en Europa permitió a EE.UU. alcanzar un lugar preeminente como potencia hegemónica, tanto en el plano económico, como en el militar, o en el político. Pero las bases económicas y políticas sobre las que sustentaba la estabilidad europea y mundial eran muy débiles. Así, cuando se produjo el estallido de la burbuja bursátil en Nueva York, todo el edificio que se había ido construyendo con grandes dificultades durante la posguerra (Conferencia de París, Sociedad de Naciones, Conferencia de Génova, Plan Dawes, Plan Young, etc.), se vino abajo.

Vamos a analizar en este artículo estas dos grandes crisis de entreguerras, partiendo de la situación en que se encontraba el mundo tras la finalización de la Gran Guerra, con sus profundos desequilibrios económicos, monetarios y financieros.

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La batalla de Stalingrado en imágenes.

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Rasputitsa
Soldados de la Wehrmacht tirando de un coche embarrado, noviembre de 1941. La rasputitsa desempeñó un papel crucial durante las diferentes guerras en Rusia, particularmente en la Segunda Guerra Mundial donde la Blitzkrieg fue casi detenida por el lodo, haciendo los tanques más poderosos prácticamente inutilizables.
Foto: German Federal Archives

Autor: Héctor Rodríguez

Fuente: National Geographic, 13/06/2018.

La primavera de 1942 en el frente oriental se había presentado mucho más tranquila que el año anterior. La escasez de recursos, el agotamiento de ambos contendientes, y un invierno especialmente duro al que seguía el correspondiente periodo de deshielo y embarramiento al que los rusos conocen como rasputisa, y que hace el terreno difícilmente transitable, hicieron que la guerra se tomara un pequeño respiro.

Russland, Kampf um Stalingrad, Luftangriff
Operaciones aéreas
Bombardeo aéreo de la Luftwaffe alemana sobre Stalingrado en septiembre de 1942.
Foto: German Federal Archives

No obstante, las batallas que se libraron durante los años 1942 y 1943, resultaron decisivas en el desarrollo de la Segunda Guerra Mundial. Así, fue en 1942 cuando el ejército alemán se planteo el dilema de dar el golpe de gracia la Unión Soviética antes de que Estados Unidos pudiera movilizar sus recursos económicos y militares. El 28 de junio del mismo año, Hitler pondría en marcha la que se conoció como la Operación Azul, cuyo objetivo se centró en las riquezas minerales y petrolíferas de Ucrania y el Caúcaso. Entre las contingencias estratégicas se encontraba la ciudad de Stalingrado, cuya conquista pretendía cortar el suministro de recursos del ejército rojo.

Stalin prefería ceder terreno a enfrentarse con los nazis en una batalla perdida de antemano.

Convencidos de que el ataque se produciría sobre Moscú de forma inminente, la ofensiva que los alemanes desplegaron por todo frente ucraniano cogió a los soviéticos completamente por sorpresa. De este modo, en una maniobra más que usual, el Ejercito Rojo se replegó. Los alemanes se internaban imparables en el corazón de Europa, sin embargo no hicieron otra cosa que conquistar territorio desierto.

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Stalingrado Sur
Mapa de ejercito alemán del flanco sur de la ciudad de Stalingrado, 1942.
Foto.: Library of Congress Geography and Map Division Washington

Stalin prefería ceder terreno a enfrentarse con los nazis en una batalla perdida de antemano. La progresión de los segundos avanzaba por el Caúcaso, no obstante las largas distancias que dificultaban el abastecimiento de suministros y las montañas hicieron que nunca llegaran a alzanzar los pozos petrolíferos con los que pretendían hacerse. Fue sí que Hitler pronto decidió, el 19 de junio de 1942, poner rumbo hacia Stalingrado.

La batalla comenzaría el 23 de agosto de 1942 y enfrentó al Ejército Rojo de la Unión Soviética y la Wehrmacht de la Alemania nazi y sus aliados del Eje por el control de la ciudad, la cual tenía una importante industria militar y se establecía como un importante nudo de comunicaciones ferroviarias. La urbe se extendía a lo largo de la orilla occidental del Volga y carecía de puentes para cruzar el río.

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Aliados nazis
Soldados del ejercito rumano, aliado del ejército de Alemania, en el frente de la ciudad de Stalingrado. Tropas rumanas, húngaras e italianas apoyaron la ofensiva del los nazis sobre la Unión Soviética.
Foto: German Federal Archives / Lechner

Poco antes, el 19 de julio Stalin ordenó que Stalingrado quedase en estado de sitio total, no permitiendo la salida de civiles, y disponiendo que se comenzaran los preparativos para resistir ante los alemanes, que se acercaban. Preocupado por el avance alemán hacia el Volga, que podía dividir a Rusia en dos, días despues, el 28 de julio, Stalin emitió la famosa orden 227, pronto conocida como la orden «¡Ni un paso atrás!«, por la que se prohibió la rendición bajo cualquier concepto, y se formó una linea de infantería en retaguardia con órdenes de fusilar a todo soldado o civil que retrocediese sin permiso. El 23 de agosto se acercaba y la batalla acechaba en el horizonte de la actual Volgogrado.

Como se preveía la lucha resulto terrible. Las tropas del Fürher llegaron a la ciudad, al frente de cuya defensa se encontraban los generales soviéticos Emerenko y Chuikov, y ante los que se tuvieron que enfrentar en un tipo de guerra hasta entonces desconocido para ellos: la lucha en una ciudad en ruinas y contra un enemigo que se conocía cada palmo del terreno.

Hitler, llegó a anunciar la conquista de Stalingrado el 8 de noviembre

Los soviéticos recibieron numerosas pérdidas, sin embargo a las orillas del Volga llegaban nuevos refuerzos cada noche. La situación parecía aun peor para Wehrmacht alemana, que contaba con un número aún más alto de bajas y pérdidas de armamento, pero que sin embargo parecía hacer retroceder al Ejército Rojo. El avance fue tal que de hecho Hitler, llegó a anunciar la conquista de Stalingrado el 8 de noviembre. Pero las tornas cambiarían muy pronto.

Russland, Kampf um Stalingrad, Soldat mit MPi
Barricadas urbanas
Un militar alemán armado con un subfusil soviético PPSh-41 vigila desde una barricada. Muchos alemanes tomaban armas soviéticas cuando las encontraban porque eran mejores para el combate en espacios cerrados.
Foto: German Federal Archives

Las tropas alemanas se encontraban flanqueadas por las de sus aliados rumanos, húngaros e italianos, mucho más débiles y peor armadas. Mientras, por el lado soviético, se estaba fraguando la que recibió el nombre de Operación Urano, mediante la cual, tras acumular tropas a ambos lados del frente alemán, se produciría el cerco al Sexto Ejercito de los nazis.

Fueron meses de sangre y pólvora que supusieron el gran punto de inflexión de la Segunda Guerra Mundial en Europa

En un error de cálculo y basándose en las predicciones de Göring de que la Luftwaffe alemana podría dar soporte aéreo a las tropas, Hitler ordenó que el Sexto Ejercito mantuviera las posiciones. Para ventura de los soviéticos aquellos aviones no resultaron suficiente. Una posterior ofensiva del ejercito rojo cercó por completo a las tropas alemanas, no dejando más opción mariscal Paulus, quien encabezaba a la facción nazi, de rendirse el 2 de Febrero de 1943 desaviniendo las órdenes del Fürher.

Russland, Kesselschlacht Stalingrad
Una ciudad destruida
Soldados soviéticos combatiendo entre las ruinas de la ciudad.
Foto: German Federal Archives

La Wehrmacht había sufrido su primera gran derrota y la balanza en el frente oriental se inclinaba a favor de la URSS por primera vez. Fueron meses de sangre y pólvora que supusieron el gran punto de inflexión de la Segunda Guerra Mundial en Europa, y que dió lugar al contraataque soviético e inicio del repliegue alemán. La Segunda Guerra Mundial, acababa de cambiar su rumbo.

Ver imágenes.

La leyenda de «la chica del pelo rojo» que atemorizó a los nazis.

 

Fuente: ABC Historia, 13/03/2019

¿Había en realidad para tanto? Lo cierto es que sí. Pero no solo por la «chica del pelo rojo» (cuyo nombre verdadero era Hannie Schaft), sino también por las dos lugartenientes con las que contaba esta guerrillera: Freddie y Truus Oversteegen. Las tres formaban una suerte de comando especial que dependía del Raad van Verzet (RVV, la cúpula de la Resistencia holandesa) con un curioso cometido: seducir a soldados nazis en bares y cafés para acabar con su vida en cuanto se hallaran en un lugar apartado.