Cuando el Gran Hermano espió a Orwell

George Orwell (el más alto al fondo a la izquierda), cuando formaba parte de la milicia del POUM en 1937 en Barcelona 
 Centelles

Autora: Leonor Mayor

Fuente: La Vanguardia 28/11/2020

Winston Smith vive vigilado por el Gran Hermano, el único ser humano al que se le permite amar, al que tiene que adorar. Napoleón es uno de los cerdos que propician la revolución que permite derrocar al granjero Jones e instaurar un orden nuevo en el que todos los animales son iguales… hasta que dejan de serlo. Rebelión en la granja y 1984 fueron en buena parte resultado del paso de su autor, George Orwell, por la Barcelona de 1937 en plena Guerra Civil cuando «la gente con conciencia política estaba mucho más pendiente de los enfrentamientos internos entre anarquistas y comunistas que de la lucha contra Franco».

El propio Orwell, que por entonces aún no era Orwell sino Eric Arthur Blair, fue espiado por el estalinismo en esos intensos meses de abril y mayo del 37, que ahora revive el periodista e historiador Giles Tremlett en Las Brigadas Internacionales (Debate). “Orwell tenía la ventaja de ser un simple soldado voluntario y, por tanto, no era uno de los pesos pesados entre los trotskistas extranjeros”, explica Tremlett a La Vanguardia. Aunque “corrió riesgo”, ese anonimato pudo salvar la vida del escritor, pero no evitó que algunos informes sobre sus andanzas en España elaborados por el espionaje ruso, el NKVD, y el servicio de inteligencia militar de las Brigadas Internacionales llegasen a Moscú.

Portada libro 1984 de George Orwell
Portada libro 1984 de George Orwell  Terceros

Tremlett recuerda que “la experiencia española es el germen tanto de 1984 como de Rebelión en la granja y de Homenaje a Cataluña”. Y agrega que Orwell era consciente de que el Gran Hermano Stalin le estaba vigilando, lo que precipitó su huida de España, aunque “desconocía los detalles” de ese espionaje. El escritor había elegido amistades peligrosas. En su mayoría pertenecían al POUM, una formación antiestalinista y filoanarquista, en la que Orwell no llegó nunca a militar, pero que estaba apoyada por el Partido Laboralista Independiente (ILP), que era a ojos del autor británico la única fuerza «que aspira a algo parecido a lo que yo considero el socialismo”.Lee también

FÈLIX BADIA

Fotografía oficial de Stalin con Nikolai Yezhov y, a la derecha, la misma foto retocada tras su ejecución.

Su simpatía por el POUM llevó a Orwell a coger “un fusil y varios cargadores de munición”, que le facilitaron los anarquistas en el hotel Falcón de las Ramblas, y a participar en los combates en que se sumió la ciudad aquella primavera de 1937. “Enviaron a Orwell a la parte alta de las Ramblas, al tejado del teatro Poliorama, para defender desde allí la sede del POUM, que estaba situada enfrente (…) Pasó tres noches allí. El único disparo que efectuó fue para detonar una granada de mano que había caído rodando sobre la acera”. Salió ileso de esa experiencia y regresó al hotel Continental, pero cuando acabaron los enfrentamientos, que dejaron 218 muertos, Orwell ya no era el mismo y “cada vez que alguien llamaba a la puerta de su habitación, instintivamente echaba mano de la pistola”.

George Orwell Terceros

Orwell, que estaba destinado en el frente de Aragón, había pasado esos días tan ajetreados en Barcelona durante un permiso. Después volvió a las trincheras y, el 20 de mayo, le alcanzó el disparo de un francotirador. También en esta ocasión sobrevivió, pero la guerra ya se había convertido en una pesadilla. Le enviaron de nuevo a Barcelona, al hospital, e “hizo planes para salir de España cuanto antes”, señala Tremlett en el capítulo de Las Brigadas Internacionales titulado Sabotaje a Cataluña. El propio escritor confesó que “sentía un deseo abrumador de alejarme de todo. Del horrible clima de sospechas y odios políticos, de las calles atestadas de hombres armados, de los tanques aéreos, las trincheras, las ametralladoras. Los tranvías chirriantes, el té sin leche, la cocina aceitosa y la escasez de cigarrillos”.

Para entonces, el Gran Hermano ya se había puesto en marcha. “Habían empezado a espiarlo”. “Entre los que seguían a Orwell había varios brigadistas internacionales que habían sido destinados al siniestro servicio secreto de Stalin, el Naródny Komissariat Vnútrennij Del (NKVD, Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos), cuyos jefes en España eran Alexandr Orlov y Naum Eitingon”. Esta organización reclutaba a brigadistas “diestros en el combate y dispuestos a entregar su vida por la causa”. Eran elegidos que “se alegraban de espiar, mentir o asesinar por el mismo ideal”. Se sometían a entrenamiento en escuelas de formación para guerrilleros. Uno de ellos, David Crook, “un judío londinense e izquierdista educado en una escuela elitista británica”, sería el encargado de seguir al futuro autor de 1984.

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Tras instalarse en un hotel del Paseo de Gracia, Crook “se hizo pasar por un veterano desencantado convertido en periodista”, se afilió al sindicato de Artes Gráficas de la CNT y convirtió los hoteles Falcón y Continental en “su coto de caza”. “Allí robaba documentos, escribía sus informes y luego los pasaba en cafeterías o en lavabos del hotel, metidos entre las páginas de los periódicos, a su coordinador, un irlandés al que llamaban Sean O’Brien”. Los británicos del Falcón, como Orwell, “resultaron un objetivo sencillo”. Acostumbrados a las largas comidas y a las siestas españolas, “no solían volver hasta pasadas las cinco de la tarde”. Esos horarios facilitaron mucho la labor del espía soviético quien durante esas horas robaba documentos y los llevaba “al piso franco de la NKDV que regentaba una pareja de alemanes de mediana edad en la calle Muntaner”.

Crook devolvía luego los documentos y así culminaba su espionaje. Pero también encontró otras maneras de saber de las idas y venidas de los antiestalinistas. Forzó que lo detuvieran y lo metieran en una celda con amigos de Orwell con los que convivió durante nueve días. Tremlett relata que “no encontró prueba alguna de que estuvieran conspirando”, pero “eso no le provocó ningún malestar”. Y el propio espía reconoció que “a los ojos de los seguidores de Stalin (incluido yo mismo) […] los poumistas eran trotskistas y estaban ayudando al fascismo”. Sus informes sirvieron para poner en marcha la maquinaria represora del régimen soviético: secuestros con rumbo a Moscú de los que nunca se volvía o el horno crematorio de la checa de la NKVD en Barcelona fueron el siniestro destino de algunos de los simpatizantes del POUM.

Stalin.  Terceros

Pero la sangre no llegó al río en el caso de Orwell. Crook no pudo hallar nada que comprometiera al escritor. Sí informó de cuestiones relativas a su mujer, Eillen Blair, que no eran más que un puro chismorreo. “Un informe sobre Blair que acabó en los archivos de seguridad de las Brigadas Internacionales afirmaba que la esposa de Orwell mantenía una relación íntima con [George] Kopp [el robusto comandante belga de Orwell]”. No se sabe si Eillen llegó a ser consciente de que su vida íntima se estaba aireando en alguna oficina de Moscú, pero sí estaba al tanto de que era objeto del espionaje comunista y tuvo ocasión de alertar a su marido.

Tras volver de nuevo de Aragón para recoger el alta médica y nada más entrar por la puerta del Continental, Orwell “se sorprendió al recibir un abrazo teatral de su esposa Eillen, que le siseó al oído. “¡Sal de aquí pitando!”. Durante su ausencia, el POUM había sido ilegalizado y muchos de sus amigos estaban en la cárcel. Habían hecho redadas en oficinas y hospitales, para luego clausurarlos. Andreu Nin [el líder del partido], tras negarse a firmar una confesión al estilo moscovita, fue asesinado en secreto (…) Policías de paisano irrumpieron en la habitación de hotel de los Blair, de la que se llevaron un diario y recortes de prensa y llegaron a incautarse de la ropa sucia de Orwell”.

La esposa de Orwell, Eillen Blair, le alertó de que ambos estaban siendo vigilados por los soviéticos, lo que precipitó su huida a Francia

Las noches siguientes, Orwell durmió entre las ruinas de una iglesia y en un edificio abandonado. “Al cabo de dos días, él y Eileen cruzaron la frontera con Francia en tren, sentados en el vagón comedor de primera clase –que acababan de reintroducir en los ferrocarriles españoles- fingiendo ser turistas británicos con posibles. Sus nombres aún no figuraban en ninguna lista de la policía de fronteras, por lo que, después de seis meses en España, Orwell volvía a estar en Francia”.

Fue medio año difícil, pero Tremlett destaca que “a pesar de todo, sus experiencias en España vacunaron a Orwell contra toda clase de totalitarismos. No solo dieron lugar a Homenaje a Cataluña (de la que solo se vendieron 900 ejemplares antes de que se reeditara más de una década después), sino también a Rebelión en la granja y 1984”. El equipaje del escritor en ese tren rumbo a Francia iba cargado de unas vivencias que Orwell pudo dejar como legado para la humanidad a través de algunos de sus personajes como Winston Smith o Napoleón.

La verdadera historia de Ramón Mercader, el asesino de Trotsky

Ramón Mercader, tras haber asesinado a Trotsky, en una foto de archivo. (Cordon Press)

Autor: ÁLVARO VAN DEN BRULE

Fuente: El Confidencial 04/01/2020

«Cada cosa que amas, es muy probable que la pierdas, pero al final, el amor volverá de una forma diferente“.

Kafka y la Muñeca… la omnipresencia de la pérdida.

En medio de la canícula veraniega de un asfixiante verano del año 1940, en la entonces pequeña ciudad de Coyoacán, hoy barrio bohemio, alcaldía o distrito plenamente integrado en la mega urbe que es la capital mejicana; mientras en Europa los nazis reventaban la historia, un acontecimiento largamente orquestado en una inmensa mesa de pino en el Kremlin, fosilizaría el devenir de un formato de comunismo más dinámico y adecuado a las realidades del porvenir. Era un 21 de agosto y nada anticipaba que fuera a ocurrir algo tan brutal y decisivo en las entrañas de una ideología revolucionaria que a su vez, aniquilaría al más brillante y probablemente avanzado de sus líderes.

Ramón Mercader, en un retrato fotográfico de la época. (Wikipedia)
Ramón Mercader, en un retrato fotográfico de la época. (Wikipedia)

El hombre que había dado la orden en Moscú, tenía un mostacho muy poblado, más si cabe, que otro iluminado que a su vez, conspiraba a lo grande liderando otra dictadura inhumana y salvaje; uno se llamaba Iosif, y el otro Adolph. El del bigote grande, era una bestia de atar, el otro, el del bigotito rectangular y flequillo acrata era un poco más fino pero ambos, igual de alucinados. Aún hoy en día se debate si entre ambos se llevaron por delante cien millones de muertos entre los caídos en el conflicto que supuso la II Guerra Mundial incluyendo obviamente las hambrunas y deportaciones masivas que se produjeron posteriormente. La crueldad más insólita subiría al pedestal del horror hasta hacerse indesalojable.

Un 21 de agosto un comunista catalán selló de manera abrupta el acto por el que ha sido recordado hasta el día de hoy, el asesinato de León Trotsky. Un revolucionario que llegó a liderar el ejército rojo y que años más tarde, caería en desgracia firmando su sentencia de muerte a manos de un ángel exterminador venido del este. El enviado de Moscú era un agente de la NKVD, precursora de la que posteriormente daría en llamarse la KGB, una de las agencias de inteligencia más dinámicas y efectivas en el mundo del espionaje.

Desde la muerte de Lenin, las depuraciones llevadas a cabo por Stalin dejaron la cúpula del PC ruso como una Tabula Rasa, no quedó vivo ni el Tato

Ramón Mercader era hijo de una revolucionaria criado en el caldo de un ambiente burgués en el que al parecer el tema de la levedad del ser creaba legiones de aburridos que eran fácilmente presa de cualquier viento ideológico asociado al cambio del orden establecido. Este héroe de la Unión Soviética, más tarde olvidado en una cárcel mejicana durante años, sería el ejecutor físico de la probablemente mente más brillante de una revolución que ilusionó y decepcionó a partes iguales a cientos de millones de seguidores.

«El Tirano Rojo»

Mercader formó parte de varios grupos de ideología marxista y presa de sus filias comunistas, participaría activamente en los prolegómenos de la Guerra Civil Española. Tras su breve participación en la contienda nacional se le perdería el rastro una vez abandonada España en dirección a la Unión Soviética donde sería adiestrado en un centro de élite para una misión altamente confidencial. Un tiempo más tarde, sería enviado a Francia con objeto de entrar en contacto con elementos próximos al entorno de León Trotsky, ya caído en desgracia desde las purgas efectuadas en 1929 por el “Tirano Rojo”. El cuestionado líder revisionista, un judío comunista de origen ucraniano acabaría sus días plácidamente en México, país donde se rodearía de intelectuales y artistas de la categoría de Diego Rivera o la malograda Frida Kahlo. Desde este país, el que fue mano derecha de Lenin, se convertiría en toda una celebridad mundial al organizar la «Cuarta Internacional» para hacer frente al tirano georgiano.

El antiguo líder soviético era consciente de que estaba en la lista negra del brutal Stalin y en consecuencia sabía que su vida pendía de un hilo


Ya instalados en mayo de 1937, en Estados Unidos una Comisión de Investigación de cargos hechos contra León Trotsky en los Juicios de Moscú tras la Gran Purga, conocida como la «Comisión Dewey», tuvo como objetivo limpiar el nombre de Trotsky. Desde la muerte de Lenin, se puede decir sin ambages que las sucesivas depuraciones llevadas por Stalin (antes de la Gran Guerra Patria o II Guerra Mundial) dejaron la cúpula del PC ruso como una Tabula Rasa, no quedó vivo ni el Tato. Se calcula que antes de la invasión nazi este monstruo humano se había cepillado a más de cinco millones de rusos a través de ejecuciones sumarias, muertes por tortura y/o locura, suicidios simulados, y por supuesto, además, el siempre socorrido Gulag, expeditivos campos de exterminio donde los esclavos de aquella brutal tiranía caían como moscas.

Con la idea de integrarse en el círculo íntimo del antiguo dirigente, Mercader adoptaría multitud de identidades. Su vasta cultura y dominio de idiomas añadirían una carta clave en el acercamiento a su siniestro objetivo. Durante su estancia en París, hizo amistad con Sylvia Ageloff, una militante trotskista norteamericana que le acercaría si cabe más, a su destino como verdugo de aquel sentenciado.

Una misión definitiva

Mercader, que era un caballero español clásico, se preocupaba por Sylvia y de forma natural una cosa llevó a la otra y se enamoraron. La relación del español con la agente francesa afín al trotskismo sería determinante en su aproximación a la misión encomendada por Stalin en 1939, esto es, el asesinato de Trotsky. El antiguo líder soviético era muy consciente de que estaba en la lista negra del brutal Stalin y en consecuencia sabía que su vida pendía de un hilo. Además, meses antes había tenido que enfrentarse a un atentado fallido encabezado por el pro estalinista David Alfaro Siqueiros y una decena de pistoleros que dejaron un mosaico de más de trescientas balas en la fachada de la villa. Tras este fallido, se incrementarían notablemente las medidas de vigilancia en la villa ocupada por Trotsky.

HÉCTOR G. BARNÉS. Lenin, Trotski y Stalin bebiendo cerveza en los bares de Londres: que pasó de verdad. Aún pueden visitarse los vestigios del paso de los principales cabecillas de la revolución rusa en la gran urbe del capitalismo. Encuentros entre birras que cambiaron la historia

Las medidas de vigilancia, controles diarios y dificultades de diferente índole en el intento para acabar con la vida del purgado bolchevique, llevaron a Mercader al delirio de plantearse presa de la frustración, a contratar a un piloto civil norteamericano con el claro propósito de bombardear la vivienda del ex líder de la Revolución Rusa y acabar por las bravas con el tema que se traía entre manos.

Finalmente llegó el día fatídico del 20 de agosto de 1940 cuando el catalán llevó a cabo su misión. Tras arrearle en un momento de sorpresa con un piolet y una fuerte dosis de saña sin contemplaciones, dejaría a Trotsky sumido en profundas reflexiones. Milagrosamente, el revolucionario no solo no fallecería en aquel trágico día, el caso es que ni siquiera perdió el conocimiento. Un día después, el otrora líder revolucionario, ideólogo de la reforma permanente del sistema político que junto con Lenin y Stalin pondrían a Rusia en el mapa de los grandes acontecimientos históricos, acabaría, víctima de las durísimas lesiones recibidas con un severo derrame endocraneal irreversible.

Mercader, aquel romántico teniente republicano, pasó sus últimos años en Cuba, amable siempre con los visitantes, pero no con su pueblo

Aunque se recurrió a la respiración artificial a través del oxígeno y en última instancia a una trepanación, los galenos, que lo dieron todo para salvar a aquel que proponía el único atisbo de amejoramiento de una doctrina jibara enclaustrada en una clara carencia de motilidad ideológica casi hermética; no pudieron sacar adelante al que podría haber representado una izquierda más evolutiva y adaptable a entornos y retos cambiantes.

Mercader sería arrestado ‘in situ’ pasando a ser huésped durante años en una cárcel de la Ciudad de México. Stalin organizaría una misión para liberar al catalán, pero las enormes dificultades en la ejecución de la misma, no permitirían llevarla a cabo. Su estancia en presidio le permitiría tener una holgada economía que por lógica, alivió enormemente su estancia en aquel mísero lugar. Reconocido en una ceremonia secreta como «Héroe de la Unión Soviética», la más alta condecoración del régimen comunista, cambiaría su nombre por el de Ramón López para eludir la atención mediática.

Ramón Mercader durante su arresto. (Wikipedia)
Ramón Mercader durante su arresto. (Wikipedia)

A la muerte de Stalin, cuando la primavera se esbozaba, uno de los mayores monstruos de la humanidad moriría también de hemorragia cerebral en el año de 1953. Ironías del destino. El revisionismo de Nikita Krushev (Nikita y Iósif no hacían manitas) condenó al ostracismo a aquel que obtendría la más alta distinción de la Unión Soviética. Mercader, aquel romántico teniente republicano que combatió otra de las grandes lacras del siglo XX durante nuestra tragedia del 1936, pasó sus años postreros en esa Cuba, amable siempre con los visitantes que no con su pueblo. Los restos del héroe – asesino serían repatriados para pervivir enterrados en la extinta Unión Soviética, país por el que había dado la vida.

Operación Bagratión, el Día D soviético que verdaderamente destruyó a Hitler y que ha sido silenciado

Autor: Daniel Bellaco.

Fuente: digitalsevilla.com, 6/06//2019

Hoy muchos medios del mainstream mentirán diciendo que el Desembarco de Normandía fue la batalla clave de la victoria aliada sobre Hitler tergiversando la Historia. Quizás en aras de dar valor a EEUU y Reino Unido, países símbolo del ultraliberalismo y buques insignia de la OTAN o por simple desconocimiento, quién sabe.

El gran público desconoce la operación que por aquellas fechas puso en jaque a la Alemania nazi y que realizó el Ejército Rojo, el que realizó el mayor esfuerzo para conseguir la destrucción de las tropas de Hitler.

La apertura de un segundo frente en Francia, se retrasó por parte de EEUU y Gran Bretaña, y sólo se hizo ante el temor de que la URSS acabara conquistando toda Europa.

A pesar de la tremenda derrota de la Alemania nazi en Stalingrado y el duro varapalo recibido en Kursk, el régimen de Hitler seguía siendo una amenaza para la URSS y seguía controlando gran parte de su territorio.

El mando soviético decidió en la primavera de 1944 dar un golpe mortal en el Frente del Este, donde Alemania perdió el 80% de sus tropas en la guerra. El nombre elegido fue Operación Bagratión (en honor a un príncipe ruso que había luchado contra Napoleón). Tendría lugar el 22 de junio, justo 3 años después de que la Alemania nazi invadiera la URSS causando millones de muertos, la gran mayoría civiles.

Stalin decidió sorprender a Hitler atacando en Bielorrusia a través de ríos, pantanos y bosques, algo muy difícil de realizar por el terreno y por las posibilidades de ser detectado. Allí estaba el Grupo de Ejército Centro Alemán, si este caía se acorralaba el Grupo Ejército Norte en las Repúblicas bálticas y se amenazaba seriamente al Grupo Ejército Sur en Ucrania. En resumen, un golpe decisivo en la guerra que significaría poner a las tropas soviéticas en la frontera alemana.

El alto mando soviético destinó 2,3 millones de soldados, 5.800 tanques y 7.000 aviones para el combate, agrupados en 200 divisiones. Los nazis tenían 400.000 soldados así como centenares de tanques y aviones.

Toda esa masa fue ocultada, en la mayor operación de camuflaje y desinformación de la historia. Se usaron enormes movimientos de tropas y tanques para despistar, convoyes nocturnos que viajan sin luces y órdenes dadas verbalmente o por escrito con mucho tiempo de antelación para que no fueran detectadas por los espías enemigos.

El 23 de junio se lanza la ofensiva avanzando en profundidad tras tremendos bombardeos que provocan la desbandada nazi y la captura de miles de soldados alemanes que quedan aislados.

Un ataque soviético hacia Lituania consigue reconquistar los países bálticos y gracias a los partisanos polacos conquistan además Varsovia en agosto.

El 29 de este mes, finaliza la operación ante el riesgo de sobreextender las líneas de batallas y de suministro.

Bagratión supuso el hundimiento del III Reich consiguiendo causar al Ejército alemán 350.000 bajas entre muertos, heridos y capturados, más que Stalingrado y Normandía juntas. Algunas fuentes alemanas apuntan a más de medio millón de bajas en la Wehrmacht en esos dos meses con lo cual el descalabro pudo ser incluso mayor.

Tanto en número como en consecuencias, fue la batalla más decisiva de la II Guerra Mundial, mucho más que el Desembarco de Normandía.

En la Operación Bagratión, Alemania envío el 75% de sus fuerzas militares contra el 25% del Desembarco de Normandía. Si los soviéticos no hubiesen realizado esta ofensiva, Francia no hubiese sido liberada y la historia habría cambiado.

Esta derrota costó al III Reich 1000 tanques y 2000 vehículos de todo tipo. Las bajas alemanas se estimaron en 60 000 muertos, 230 000 heridos y unos 116 000 prisioneros.

Fue con mucho la mayor victoria en términos numéricos para los aliados, reconquistando la URSS una inmensa extensión de territorio en 2 meses, recuperando prácticamente todas las áreas controladas por la URSS antes de la invasión alemana y colocándose a pocos kilómetros de Berlín.

Las mayores pérdidas sufridas hasta entonces por la Wehrmacht eran las bajas sufridas durante los 155 días de la ofensiva en Stalingrado, pero la Operación Bagratión les causó un número de bajas mucho mayor en tan solo 58 días. La ofensiva del Ejército Rojo aisló además al Grupo de Ejércitos Norte del Grupo de Ejércitos Sur, obligando a este último a retirarse prontamente del territorio soviético situado en los límites entre Ucrania y Rumanía, a fin de evitar ser cercado masivamente. Este hecho causó, indirectamente, que Rumanía y Bulgaria abandonaran su alianza con el Tercer Reich en agosto y septiembre de 1944, respectivamente, facilitando la penetración de la URSS en los Balcanes.

En el Desembarco de Normandía y en la invasión de Italia los Aliados se enfrentaron a solo un 25% de la fuerza total de unidades de la Wehrmacht disponibles en Europa; el 75% restante de las fuerzas germanas se encontraba combatiendo al Ejército Rojo en algún lugar del terrorífico Frente del Este.

Comparada con las cifras de la Operación Bagratión, la invasión de Normandía fue un teatro numéricamente inferior donde ambos bandos emplearon mucho menos hombres y recursos que en la Operación Bagratión, la cual ratificó que en el Frente Oriental de la Segunda Guerra Mundial, Alemania había perdido ya ante la URSS, país que después de años de sufrimiento y millones de muertos logró vencer, a la maquinaria nazi con la ayuda de sus aliados.

La batalla de Stalingrado en imágenes.

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Rasputitsa
Soldados de la Wehrmacht tirando de un coche embarrado, noviembre de 1941. La rasputitsa desempeñó un papel crucial durante las diferentes guerras en Rusia, particularmente en la Segunda Guerra Mundial donde la Blitzkrieg fue casi detenida por el lodo, haciendo los tanques más poderosos prácticamente inutilizables.
Foto: German Federal Archives

Autor: Héctor Rodríguez

Fuente: National Geographic, 13/06/2018.

La primavera de 1942 en el frente oriental se había presentado mucho más tranquila que el año anterior. La escasez de recursos, el agotamiento de ambos contendientes, y un invierno especialmente duro al que seguía el correspondiente periodo de deshielo y embarramiento al que los rusos conocen como rasputisa, y que hace el terreno difícilmente transitable, hicieron que la guerra se tomara un pequeño respiro.

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Operaciones aéreas
Bombardeo aéreo de la Luftwaffe alemana sobre Stalingrado en septiembre de 1942.
Foto: German Federal Archives

No obstante, las batallas que se libraron durante los años 1942 y 1943, resultaron decisivas en el desarrollo de la Segunda Guerra Mundial. Así, fue en 1942 cuando el ejército alemán se planteo el dilema de dar el golpe de gracia la Unión Soviética antes de que Estados Unidos pudiera movilizar sus recursos económicos y militares. El 28 de junio del mismo año, Hitler pondría en marcha la que se conoció como la Operación Azul, cuyo objetivo se centró en las riquezas minerales y petrolíferas de Ucrania y el Caúcaso. Entre las contingencias estratégicas se encontraba la ciudad de Stalingrado, cuya conquista pretendía cortar el suministro de recursos del ejército rojo.

Stalin prefería ceder terreno a enfrentarse con los nazis en una batalla perdida de antemano.

Convencidos de que el ataque se produciría sobre Moscú de forma inminente, la ofensiva que los alemanes desplegaron por todo frente ucraniano cogió a los soviéticos completamente por sorpresa. De este modo, en una maniobra más que usual, el Ejercito Rojo se replegó. Los alemanes se internaban imparables en el corazón de Europa, sin embargo no hicieron otra cosa que conquistar territorio desierto.

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Stalingrado Sur
Mapa de ejercito alemán del flanco sur de la ciudad de Stalingrado, 1942.
Foto.: Library of Congress Geography and Map Division Washington

Stalin prefería ceder terreno a enfrentarse con los nazis en una batalla perdida de antemano. La progresión de los segundos avanzaba por el Caúcaso, no obstante las largas distancias que dificultaban el abastecimiento de suministros y las montañas hicieron que nunca llegaran a alzanzar los pozos petrolíferos con los que pretendían hacerse. Fue sí que Hitler pronto decidió, el 19 de junio de 1942, poner rumbo hacia Stalingrado.

La batalla comenzaría el 23 de agosto de 1942 y enfrentó al Ejército Rojo de la Unión Soviética y la Wehrmacht de la Alemania nazi y sus aliados del Eje por el control de la ciudad, la cual tenía una importante industria militar y se establecía como un importante nudo de comunicaciones ferroviarias. La urbe se extendía a lo largo de la orilla occidental del Volga y carecía de puentes para cruzar el río.

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Aliados nazis
Soldados del ejercito rumano, aliado del ejército de Alemania, en el frente de la ciudad de Stalingrado. Tropas rumanas, húngaras e italianas apoyaron la ofensiva del los nazis sobre la Unión Soviética.
Foto: German Federal Archives / Lechner

Poco antes, el 19 de julio Stalin ordenó que Stalingrado quedase en estado de sitio total, no permitiendo la salida de civiles, y disponiendo que se comenzaran los preparativos para resistir ante los alemanes, que se acercaban. Preocupado por el avance alemán hacia el Volga, que podía dividir a Rusia en dos, días despues, el 28 de julio, Stalin emitió la famosa orden 227, pronto conocida como la orden «¡Ni un paso atrás!«, por la que se prohibió la rendición bajo cualquier concepto, y se formó una linea de infantería en retaguardia con órdenes de fusilar a todo soldado o civil que retrocediese sin permiso. El 23 de agosto se acercaba y la batalla acechaba en el horizonte de la actual Volgogrado.

Como se preveía la lucha resulto terrible. Las tropas del Fürher llegaron a la ciudad, al frente de cuya defensa se encontraban los generales soviéticos Emerenko y Chuikov, y ante los que se tuvieron que enfrentar en un tipo de guerra hasta entonces desconocido para ellos: la lucha en una ciudad en ruinas y contra un enemigo que se conocía cada palmo del terreno.

Hitler, llegó a anunciar la conquista de Stalingrado el 8 de noviembre

Los soviéticos recibieron numerosas pérdidas, sin embargo a las orillas del Volga llegaban nuevos refuerzos cada noche. La situación parecía aun peor para Wehrmacht alemana, que contaba con un número aún más alto de bajas y pérdidas de armamento, pero que sin embargo parecía hacer retroceder al Ejército Rojo. El avance fue tal que de hecho Hitler, llegó a anunciar la conquista de Stalingrado el 8 de noviembre. Pero las tornas cambiarían muy pronto.

Russland, Kampf um Stalingrad, Soldat mit MPi
Barricadas urbanas
Un militar alemán armado con un subfusil soviético PPSh-41 vigila desde una barricada. Muchos alemanes tomaban armas soviéticas cuando las encontraban porque eran mejores para el combate en espacios cerrados.
Foto: German Federal Archives

Las tropas alemanas se encontraban flanqueadas por las de sus aliados rumanos, húngaros e italianos, mucho más débiles y peor armadas. Mientras, por el lado soviético, se estaba fraguando la que recibió el nombre de Operación Urano, mediante la cual, tras acumular tropas a ambos lados del frente alemán, se produciría el cerco al Sexto Ejercito de los nazis.

Fueron meses de sangre y pólvora que supusieron el gran punto de inflexión de la Segunda Guerra Mundial en Europa

En un error de cálculo y basándose en las predicciones de Göring de que la Luftwaffe alemana podría dar soporte aéreo a las tropas, Hitler ordenó que el Sexto Ejercito mantuviera las posiciones. Para ventura de los soviéticos aquellos aviones no resultaron suficiente. Una posterior ofensiva del ejercito rojo cercó por completo a las tropas alemanas, no dejando más opción mariscal Paulus, quien encabezaba a la facción nazi, de rendirse el 2 de Febrero de 1943 desaviniendo las órdenes del Fürher.

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Una ciudad destruida
Soldados soviéticos combatiendo entre las ruinas de la ciudad.
Foto: German Federal Archives

La Wehrmacht había sufrido su primera gran derrota y la balanza en el frente oriental se inclinaba a favor de la URSS por primera vez. Fueron meses de sangre y pólvora que supusieron el gran punto de inflexión de la Segunda Guerra Mundial en Europa, y que dió lugar al contraataque soviético e inicio del repliegue alemán. La Segunda Guerra Mundial, acababa de cambiar su rumbo.

Ver imágenes.

La conferencia de Potsdam: el reparto del mundo entre los ganadores de la guerra.

Autora: Gabriela Liszt, 17/07/2018.

Fuente: laizquierdadiario.com

La Conferencia de Teherán se realizó entre noviembre y diciembre de 1943, entre Churchill (Gran Bretaña), Roosevelt (EEUU) y Stalin (URSS). Yalta en febrero de 1945, ya casi terminada la guerra. La conferencia de Potsdam se realizó en la ciudad del mismo nombre (cerca de Berlín, Alemania), entre el 17 de julio y el 2 de agosto de 1945.

La Unión Soviética ya había derrotado al nazismo, primero en Stalingrado en febrero de 1943, y luego de su entrada a Berlín, por lo que tuvo que ser reconocida como ganadora por los imperialismos Aliados. EEUU aún no había entrado en la guerra, salvo en la zona del Pacífico. Recién haría su “entreda triunfal” en el “Día D”. En el caso de Potsdam, asistieron Truman, que reemplazó a Roosevelt dado su fallecimiento; Churchill (acompañado por Clement Atllee del Partido Laborista) y Stalin.

El reparto del mundo luego de la Segunda Guerra

Allí acordaron, entre otros, cómo administrarían Alemania, que se había rendido incondicionalmente nueve semanas antes, el 8 de mayo. El acuerdo establecía la división de Alemania en cuatro zonas de ocupación (ya acordada en la conferencia de Yalta), y una división similar de Berlín y Viena, y un Consejo Supremo de Control dirigido por EEUU, Francia, Gran Bretaña y la URSS, los 4 ocupantes). Viena, Austria y Polonia también fueron divididas en una forma similar.

Las colonias habían sido atraídas por EEUU, por ser la potencia en ascenso y permitir cierta libertad política, pasando a ser semicolonias. EEUU se convertía en el dominador principal económico, política y militarmente del mundo y las excolonias (inglesas, francesas, etc,) en general pasaron su órbita de influencia.

La Conferencia de Potsdam estudió los territorios que habían de someterse a la tutela soviética:

  •  Absorción de los países satélites (glacis).
  •  Intervención, por la fuerza, para liquidar regímenes contrarios a su visión de la política (consideración muy especial al caso de España, Francia, Italia).
  •  Estudio de los Mandatos de Siria y Líbano.
  •  Polonia y sus fronteras, a expensas del territorio alemán.
  •  Reparto de la Marina, de guerra y mercante, de los alemanes.
  •  Estudio de las reparaciones a pagar por Alemania.
  •  La ocupación de los bienes alemanes en el extranjero.
  •  El desmontaje de las fábricas, evaluándolas en el concepto de reparaciones. Se calculaban éstas, de acuerdo con el criterio de Stalin en Yalta, en 20.000 millones de dólares, repartidos así: 50 por 100 para la URSS; 14 por 100 para el Reino Unido; 12,5 por 100 para Estados Unidos; 10 por 100 para Francia y el resto, sin especificar.
  •  Austria. Los aliados eximen a Austria de reparaciones, pero queda sometida a la autoridad de una comisión aliada, con sede en Viena.
  •  Irán. Las tropas británicas y soviéticas, que ocupan Irán desde 1941, deben evacuarl inmediatamente. Pero Stalin, que quería establecer una República Soviética en el Azerbaiján, no evacuó el territorio hasta 1946.
  •  Marruecos. Las tropas deben evacuar Tánger, incorporada desde 1940 al Marruecos español, y la zona volverá a tener su estatuto internacional con la participación de representantes norteamericanos y soviéticos.
  •  La devolución de todos los territorios europeos anexionados por la Alemania nazi desde 1938 y la separación de Austria.
  •  La declaración de Potsdam subrayó los términos de la rendición para Japón, pocos días antes que EEUU tirara las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki, luego de meses de bombardear Tokio y otras ciudades bajo la excusa de que el imperialismo japonés no se había rendido formalmente. Por otro lado, fue un aviso a la URSS y el resto del mundo de quién tenía el poder militar.
  •  Acuerdo para la reconstrucción. Los aliados estimaron sus pérdidas en 200 mil millones de dólares. Alemania fue obligada a pagar únicamente 20 mil millones en productos industriales y mano de obra. Sin embargo, la Guerra Fría evitó que se pagara esta deuda.“Baja composición orgánica del capital, necesidades de reconstrucción asociadas a la ‘tierra arrasada’ dejada por la guerra, masas de hombres hambrientos dispuestos a trabajar por un pedazo de pan, derrotas de los procesos revolucionarios particularmente en los países centrales y clara hegemonía mundial norteamericana, fueron todos factores que reestablecieron el equilibrio capitalista desde su ruptura en 1914 y crearon condiciones para la obtención de una alta tasa de ganancia para el capital. Sin embargo, las condiciones de la formación de un ‘pluscapital’, es decir, de la acumulación ampliada, nuevamente debieron ser sostenidas por una participación sin precedentes de los Estados en la economía. El Plan Marshall que data del año 1947 y constituyó una enorme inyección de capital por parte del Estado norteamericano sobre las destruidas economías de Europa, junto con la previa creación de organismos multilaterales tales como el FMI o el Banco Mundial, resultan sendos ejemplos de dicha participación. Las políticas keynesianas de estímulo de la demanda efectiva (gasto de consumo, gasto de inversión y gasto público) a través de la inflación del crédito, resultaron por vez primera verdaderamente exitosas en cuanto a garantizar mecanismos aceitados de producción y realización del plusvalor. Sin embargo, el “éxito” del “círculo virtuoso” que apelando a mecanismos keynesianos caracterizó a los llamados “30 años gloriosos” del capital debe considerarse en el marco de dos aspectos fundamentales. El primero es que los mecanismos keynesianos que habían arrojado resultados poco satisfactorios en los años ’30, funcionaron de manera efectiva sólo tras la destrucción de la guerra y las derrotas mencionadas. El segundo es que estos mecanismos, que fundamentalmente en los países centrales permitieron un boom de producción y consumo con fuertes ganancias y salarios en alza, hallaron su límite ni bien hacia fines de la década del ’60, una composición orgánica creciente del capital volvió a poner en escena la ley de la caída de la tasa media de ganancia que se puso de manifiesto a través de la disminución de la masa de ganancias del capital” (Paula Bach, La Verdad Obrera, 25 de septiembre del 2008).Es decir, la Guerra Fría se basó en pactos ultrarreaccionarios que partían del reconocimiento de EEUU como potencia hegemónica mundial (cedida por Gran Bretaña) y que Stalin dominaría el “socialismo real” en la tercera parte del mundo, pero sin tener injerencia (incluso ayudar) en la política imperialista. En 1968, con el Mayo Francés, la primavera de Praga, Tlateloco, el inicio del Cordobazo, las masas lucharían por derribar estos pactos contrarrevolucionarios.

 

El asesinato de Trotsky.

Autores: Pablo Menendez Fernández y Nayade Libertad García Huelves, 30/08/2018

Fuente: revistadehistoria.es

El 20 de Agosto de 1940, Ramón Mercader clavó un piolet en la cabeza de Trotsky.

Mientras Mercader recibía una paliza brutal, cortesía de los guardaespaldas de Trotsky, este último gritaba:

“¡No le matéis! Tiene que decir quién le envía.”

Trotsky murió al día siguiente. ¿Por qué sucedió todo esto?

El asesinato de Trotsky

Es bien conocido el papel de Liev Davidovich Bronstein (conocido en España como León Trotsky), nacido en Ucrania en los últimos meses del año 1879 (la fecha exacta no se conoce con seguridad), en la Revolución Rusa de 1917, en la Guerra Civil Rusa, y su influencia como ideólogo y político de la URSS. Por ese motivo, el propósito de este artículo es hacer una breve semblanza de los hechos conocidos acerca de su asesinato.

El primer “punto de inflexión” que llevaría a la muerte de Trotsky es su exilio de la URSS en 1929, tras sus disputas ideológicas con Stalin y su progresiva degradación como dirigente del gobierno soviético por este motivo.

Trotsky iniciaría en los años siguientes un peregrinaje por Turquía, Francia y Noruega, hasta recalar finalmente en México en 1936, un país que ese momento estaba sufriendo un proceso de apertura bajo el gobierno de Lázaro Cárdenas.

Es en este momento cuando entra en escena su asesino. Su nombre era Ramón Mercader del Río, aunque se hacía llamar Jacques Mornard. Nacido en Barcelona en Febrero de 1914, Mercader del Río provenía de una familia burguesa catalana. Su padre, Pablo Mercader, había hecho fortuna en la industria. Sin embargo, su madre, Eustaquia María Caridad del Rio Hernández, nacida en Cuba pero de origen español, tenía opiniones izquierdistas.

Caridad del Río Hernández formó parte de la GPU como agente secreto en Paris. Ramón Mercader del Rio fue miembro del Partido Socialista Unificado de Cataluña. Participó en la guerra civil española, como soldado del ejército republicano español. En 1937 viajaría a la URSS. Pronto ingresó en los servicios secretos soviéticos como infiltrado de la policía estalinista: el NKVD. Ramón Mercader pronto recibió la misión de asesinar a León Trotsky.

Una vez en México, Trotsky se instaló en la Casa Azul, propiedad de Frida Khalo y Diego Rivera, conocidos artistas de los círculos intelectuales mexicanos. La relación de Trotsky y Frida Khalo ha sido ampliamente discutida. Ambos llegaron a ser incluso amantes. En cualquier caso, durante su estancia en México, Trotsky se vio rodeado casi constantemente por admiradores y seguidores de sus ideas intelectuales. Y de este hecho se aprovecharía Ramón Mercader para cometer su crimen.

Mercader utilizaría la identidad falsa de Jacques Mornard. El servicio secreto soviético preparó un encuentro aparentemente casual con Silvia Ageloff, secretaria personal de Trotsky. Mercader inició una relación sentimental prefabricada con Ageloff, lo que, poco a poco, le permitió introducirse en los círculos más íntimos de Trotsky. Aun así el proceso fue lento. De hecho, Mercader era el “plan B” del servicio secreto soviético.

En la madrugada del 23-24 de Mayo de 1940, un grupo de pistoleros encabezado por David Alfaro Siqueiros (rival artístico e intelectual de Diego Rivera) asaltó la Casa Azul. El ataque fue repelido y, ante el fracaso de la operación, el propio Stalin dio el visto bueno a la Operación Pato.

Mornard comenzó a escribir artículos periodísticos, con el objetivo secreto de presentárselos a Trotsky para unas hipotéticas correcciones y así poder acceder a su domicilio. Y entonces sucedió lo inevitable. 20 de Agosto de 1940. Trotsky aceptó que Mornard le presentara unos manuscritos. Trotsky se acercó a una ventana para ver con claridad los papeles y entonces Mornard atacó.

Un piolet clavado en la nuca. Sangre. Gritos. Golpes. Convulsiones.

Así murió uno de los pensadores más importantes del siglo XX.

Tras el asesinato de Trotsky, Mercader del Río pasó casi veinte años en prisión. Durante este tiempo se dedicó a alfabetizar a sus compañeros de prisión. Tras su salida de la cárcel se trasladó hasta la URSS, dónde se le conocía como Ramón Pavlovich López. Recibió la distinción de Héroe de la Unión Soviética y la Medalla de Lenin.

Por extraño que pueda parecer, estos años en la URSS pasaron factura a Mercader del Río. Quizá porque fue entonces consciente de lo que significaba vivir bajo una dictadura, por mucho que la suya fuera una dictadura proletaria y su cárcel, una cárcel de oro.

Se trasladó a La Habana castrista. Murió en Octubre de 1978. Antes de desaparecer, Mercader del Río escribió una carta a Santiago Carrillo solicitando asilo político en España. Su petición fue denegada.

“Mató a Trotsky, pero malo no era”.

Eso es lo que Sara Montiel llegó a decir de Ramón Mercader, un personaje ambivalente, complejo y tan fascinante como el propio Trotsky.

Mercader no era lunático de ojos saltones con vocación de magnicida, sino un caballero culto, educado y refinado. Quizá un tanto burgués, aún a pesar de su fanatismo comunista.

Gorki, los ingenieros del alma y el nuevo hombre soviético.

Contra las vacaciones, el absentismo y la embriaguez. Por un rápido ritmo de trabajo. Cartel de 1930. (Detalle).

Autor: Javier Bilbao.

Fuente: jotdown.es

Si bien la empatía no era uno de los puntos fuertes de Stalin, no se le daba nada mal juzgar la psicología de quienes le rodeaban, ya fuera para detectar traidores o para servirse de ellos con más eficacia. A Máximo Gorki lo caló enseguida: «Es un hombre vanidoso, debemos atarle con cadenas al partido». Así, un escritor que pasó un tiempo autoexiliado de la URSS, fuera del alcance represor del régimen, alguien que había mostrado en ocasiones un criterio independiente y que pudo haberse convertido en todo un símbolo de la disidencia ante los ojos del mundo, terminó siendo pastoreado de vuelta al redil, donde tendría lugar una relación simbiótica entre el intelectual y el poder extraordinariamente provechosa para ambos. De manera que su ciudad natal Nizhny Novgorod pasó a llamarse Gorki, así como una de las principales calles moscovitas, recibió la Orden de Lenin, una mansión y una dacha junto a sustanciosos emolumentos, fue investido presidente de la Unión de Escritores Soviéticos y tras su muerte el mismo Stalin fue uno de los que portaron a hombros el ataúd (aunque durante los posteriores juicios de Moscú de 1938 se dijera que en realidad fue asesinado por el servicio secreto). Alcanzó oficialmente el estatus de «alma de la literatura soviética»… y supo corresponder de manera proporcional en su función de ideólogo y propagandista de lo que Leninllamaba el Nuevo Hombre Soviético, pues un nuevo sistema político debía ser capaz de crear un naturaleza humana a su altura. Por tanto la figura de Gorki es un buen hilo conductor para conocer las circunstancias de su época y del nuevo régimen que trajo consigo la revolución rusa. En ello nos centraremos a continuación.

Desde su nacimiento en 1868 sufrió tantas calamidades que hubiera sido un niño dickensiano de no ser porque él mismo las describió más adelante en Días de infancia. Con cuatro años perdió a su padre y con once presenció la muerte su madre, pasando a ser criado por unos abuelos y tíos que lo maltrataban, incluso llegó a apuñalar a su padrastro en cierta ocasión. De hecho el libro citado concluye con su abuelo diciéndole a los doce años «ahora, Léxei, no eres una medalla que yo me pueda colgar al cuello… Ya no tengo sitio para ti… Sal al mundo. Y salí al mundo». Y salió y lo que encontró fue aún peor si cabe, deambulando por diferentes trabajos hasta que con diecinueve años, tras ser despedido como pinche de cocina de un barco, intentó suicidarse de un disparo sin que la bala llegara al corazón.

Todas esas duras vivencias que fue acumulando se convirtieron poco a poco en material literario que publicó con creciente éxito bajo el seudónimo de «Amargo» (Gorki, en ruso). Para comienzos del siglo XX ya era toda una figura pública, conocido tanto por su obra como por su activismo contra el régimen zarista. La represión ejercida por este hizo que Gorki fuera radicalizando su postura, lo que le llevó a trabar amistad con Lenina quien definió certeramente como «una guillotina pensante», y a continuación a exiliarse primero a Estados Unidos (donde escribió La madre, a la que luego volveremos) y posteriormente a Italia.

Tras su regreso a Rusia en 1913 continuó conspirando contra el poder, aunque en el momento en el que llega la revolución teme la violencia que está desatando, considera que Lenin y Trotski «no tienen ni la más remota idea de lo que significa la libertad o los derechos humanos, están ya intoxicados por el nauseabundo veneno del poder» y los califica de «incendiarios que someten al pueblo ruso a un cruel experimento». Incluso llega a organizar guardias junto a otros intelectuales frente a monumentos y palacios para proteger ese legado cultural de la barbarie de las masas. A continuación llega la guerra civil y en una sociedad empobrecida ejerce una actividad filantrópica con diversos escritores y artistas que se le acercan pidiendo ayuda, les proporciona dinero o intercede por ellos ante las implacables autoridades que los persiguen. En 1921, por motivos de salud, además de por ciertas presiones de Lenin («Me veo obligado a decirte: cambia radicalmente de circunstancias, de ambiente, de domicilio, de ocupación; de lo contrario, la vida te asqueará eternamente») regresa a Italia, donde permanecerá los años siguientes.

Allí recibía a sus amigos y vivía plácidamente en compañía de varias personas entre las que se incluían su amante, un secretario personal y su hijo adoptivo Maxim Peshkov. Posteriormente circularon rumores de que ese hijo fue seducido por un homosexual y ese sería supuestamente el motivo por el que años después, en 1934, al tiempo que Stalin proclamó una ley que prohibía esta práctica, Gorki escribiera «exterminad a los homosexuales y el fascismo desaparecerá. En los países fascistas la homosexualidad, que arruina a la juventud, florece sin castigo». Respecto al sexo heterosexual no mantenía la misma intransigencia, aunque le incomodaba que se tratase en público. Consideraba que debía mantenerse como un misterio: «Hay demasiadas ventanas abiertas», decía, de manera que la gente ya no confiaba en su intuición y todos los secretos humanos «han sido expuestos y aireados incluso en torno al sexo».

Esa actitud hacia la sexualidad coincidía con una de las dos corrientes que compitieron en la sociedad rusa durante los años veinte, la hedonista y la ascética podríamos denominarlas, hasta que finalmente se impuso la segunda. Inicialmente la llegada de la revolución trajo consigo una liberación de las costumbres, la legalización del divorcio y el aborto, e incluso el rechazo a toda forma de romanticismo. En un relato de Panteleimon Romanov de 1926 se decía «nosotros no tenemos amor, solo relaciones sexuales, porque despreciamos el amor como “psicología”, mientras que solo la fisiología tiene derecho a existir. Las chicas fácilmente se van juntas con sus camaradas masculinos, por una semana, por un mes, o espontáneamente por una noche. Y cualquiera que vaya en busca de algo más en el amor es ridiculizado como un idiota y una persona mentalmente deficiente».

Pero el propio Lenin rechazaba las teorías sobre amor libre como un pasatiempo con el que divagaban los intelectuales, eran algo además que podían desestabilizar la sociedad y hacer peligrar su reemplazo demográfico, así que al mismo tiempo surgieron teorías como las del psiquiatra Zalkind Arón Borissovich, quien propuso nada menos que «Los doce mandamientos del sexo revolucionario». En ellos se rechazaba la promiscuidad, la frecuencia excesiva, las perversiones, la coquetería, la precocidad o los celos y se reivindicaba la importancia de la concepción de un hijo como fin último. La recomendación favorita de las autoridades era clara: sublimar la energía sexual en el trabajo. El acelerado proceso de industrialización supuso adaptar a los hasta entonces campesinos a una actividad laboral diferente a la que estaban acostumbrados; el nuevo hombre soviético debía ser productivo y el consumo de alcohol, la lujuria, las festividades religiosas, el egoísmo y la indisciplina eran los demonios internos de los que exorcizar su alma.

Pero prosigamos con Gorki. Para 1928 contaba ya con sesenta años y quien gobernaba por entonces la URSS, Stalin, pensó que sería una buena idea traerlo de nuevo al país. La nostalgia hacía mella en él y sufría ciertos apuros económicos, así que quizá no hubiese que insistir demasiado. Pese a todo, varios agentes secretos recibieron la misión de enviarle cartas fingiendo ser admiradores de toda edad y condición que le preguntaban insistentemente cómo podía preferir vivir en la Italia fascista antes que en la Rusia socialista. Nuestro escritor tonto no era y algo se maliciaba, pues según comentó con un amigo «yo me carteo con esos niños y, por cada carta que les envío, recibo veintidós. Coincide exactamente con el número de tutores de los distintos departamentos. Curioso, ¿verdad?». Así que ese año inició una serie de cinco viajes hasta terminar instalándose definitivamente de vuelta. El recibimiento fue espectacular, fue todo un éxito propagandístico del régimen con alguien que de otra forma hubiera podido ser peligroso y Gorki… se dejó querer.

Gorki junto a Stalin, 1931. DP.

A partir de ahí abandonó cualquier escrúpulo moral. Al año siguiente, sin ir más lejos, se prestó a una visita guiada al gulag de Solovki con el fin de desacreditar un libro inglés en el que se describía en los tonos más crudos. Para recibirlo el centro se convirtió en lo que se conoce como una «aldea Potemkin», que viene a ser como lo que hizo Villar del Río para recibir a los americanos en la película de Berlanga. Él fue consciente de ello, pues según cuenta Solzhenitsyn los presos, como sutil forma de protesta, fingían leer los periódicos que momentos antes se les habían dado, pero lo hacían sujetándolos al revés, así que Gorki se acercó a uno de ellos y le dio la vuelta sin intercambiar palabra. También pudo mantener una conversación en privado con un cautivo, que le relató diversas formas de tortura a las que eran sometidos, y al parecer el escritor salió de la reunión con lágrimas en los ojos. Todo ello no le impidió deshacerse en elogios en la dedicatoria que dejó en el libro de visitas, tal vez revestida de cierta ironía que en todo caso no molestó a las autoridades. En otras ocasiones fue él mismo el organizador de actos para el régimen, como en 1932, cuando reunió en su casa a una serie de escritores que consideraba representativos de lo que debía ser el espíritu soviético en una cena que tuvo como invitado honorífico al mismo Stalin, quien les dedicó este brindis:

Nuestros tanques son inútiles cuando quienes los conducen son almas de barro. Por eso afirmo que la producción de almas es más importante que la producción de tanques. Alguien acaba de observar que los escritores no deben permanecer inactivos, que deben conocer la vida de su país. La vida transforma al ser humano y vosotros tenéis que colaborar en la transformación de su alma. La producción de almas humanas es de suma importancia. ¡Y por eso alzo mi copa y brindo por vosotros, escritores, ingenieros del alma!

Las utopías políticas, desde Platón, siempre han sido conscientes del obstáculo fundamental que expresa bien un dicho anglosajón: «Puedes llevar al caballo al abrevadero, pero no puedes hacerle beber». De poco sirve cambiar radicalmente las estructuras sociales si no cambias también a las personas, pues si no repetirán bajo ese nuevo modelo los viejos vicios. La esperanza del régimen soviético, como vemos, estaba depositada en el ámbito de la cultura. Los novelistas, artistas y cineastas, como modernos Pigmalión, debían esculpir un nuevo hombre que antepusiera el interés colectivo al individual, el futuro al presente y la obediencia a la autoridad antes que a su propio criterio. Para ello debían crear modelos de conducta, ejemplos morales, y el más destacado de todos ellos fue el de la obra La madre, esa que mencionamos anteriormente en relación al primer exilio de Gorki y que llegó a ser la cúspide del llamado realismo socialista.

Su historia podemos verla en la versión cinematográfica que se rodó en 1926 que se encuentra bajo estas líneas. En una familia el padre, un viejo borracho huraño y maltratador (el proletario alienado del pasado) encarna lo opuesta a su hijo, un comprometido sindicalista, cuando acepta ponerse del lado de la patronal durante una huelga. En los enfrentamientos el padre muere y la policía del zar acude a su casa para detener al hijo, sospechoso de haber encabezado los disturbios. La madre no quiere quedarse además de viuda sin hijo, así que se presta ingenuamente a colaborar con la autoridad. Pero el sistema está podrido hasta sus cimientos y los jueces no entienden de justicia, así que el hijo es finalmente condenado ante la mirada angustiada de una madre que toma conciencia de que lo ha traicionado sin pretenderlo. Ahora sabe que él tenía razón, de manera que son los padres quienes deben aprender de los hijos y estos deben estar dispuestos a repudiar a sus padres. Hay que romper la tradición, nos dice Gorki, antes de rematar la historia con un desgarrador final que nos muestra a madre e hijo como mártires de la causa revolucionaria. Y aquí la expresión «mártir» no es gratuita, pues lo irónico de todo esto es que el escritor encontró la inspiración en la iglesia ortodoxa rusa, en las vidas de santos y en el propio sacrificio de Cristo. Es algo que no deja de tener su gracia si tenemos en cuenta la ola antirreligiosa que sacudió el país desde comienzos de los años veinte, aquí podemos ver una serie de carteles ateos de la época bastante curiosos.

Por su parte, Gorki cada vez estaba más inmerso en su papel de padrino de las letras soviéticas. Al año siguiente de aquella cena en su casa, en 1933, lideró una expedición de ciento veinte escritores escogidos por él mismo para ver de cerca un método de transformación del alma más drástico: la reeducación mediante el trabajo del gulag. Concretamente debían dar cuenta de la construcción del canal Belomor, una gigantesca excavación que uniría el mar Báltico y el mar Blanco, cerca de la frontera con Finlandia, para la que se requirieron más de ciento veinte mil prisioneros que trabajaron en condiciones excepcionalmente duras, pues se estima que en torno a la décima parte de ellos murió en las obras. ¿Su delito? En unos casos eran presos comunes y en otros la disidencia política de cualquier tipo. De hecho circulaba una broma al respecto por entonces: «¿Quién cavó el canal? La parte derecha los que contaban chistes, y la izquierda, los que los escuchaban». El canal al final no tuvo la profundidad suficiente para ser utilizable por la mayoría de los barcos mercantes, pero lo importante era su uso propagandístico y para ello Gorki publicó Belomor, una selección de historias narradas por ese grupo de escritores que tomaban las vidas de aquellos trabajadores del gulag como ejemplos de superación.

Naturalmente, la propaganda no podía limitarse a un libro por prestigioso que fuera su responsable, y también contó con una película documental que puede verse aquí. Lo cual nos lleva a la importancia que el régimen soviético dio al cine. Trotski fue el primero en verlo: «Esta arma, que está pidiendo a gritos ser utilizada, es el mejor instrumento de propaganda técnica, educativa e industrial, propaganda contra el alcohol, propaganda para el saneamiento, cualquier tipo de propaganda que desees, una propaganda que es accesible a todos». Bien, la propaganda es necesaria para que la gente se adapte al sistema y no a la inversa, y el cine es una herramienta de propaganda muy útil, al facilitar la llegada del mensaje a todos, de acuerdo. Pero esto nos lleva de nuevo al problema de hacer beber al caballo del abrevadero. ¿Cómo lograr que la gente desee ver esas películas propagandísticas? Ahí entra el juego el talento artístico, la necesidad de contar con el espectador no ya como un receptor puramente pasivo sino como alguien que demanda ciertas emociones, narraciones y personajes que conecten con sus intereses. La propaganda en estado puro no es eficaz, tal como descubrieron algunos cineastas. Tal como señala Peter Kenez en Cinema and Soviet Society:

Ante el bajo número de películas que se hicieron con contenido dramático uno sospecha que los directores encontraron difícil hacer interesantes las películas sobre ese tema y por tanto procuraron evitarlas. Puede ser, aunque no lo podemos saber con certeza, que las audiencias prefirieran otros asuntos. Los trabajadores no querían verse a sí mismos en su tiempo libre. Ellos querían héroes más grandes que la vida, y contrariamente a la ideología eso no encaja bien en un ambiente de fábrica.

Para ello una buena opción es la de evitar la competencia extranjera. Prohibiendo o limitando el cine de otros países, particularmente de Hollywood, al final el espectador no tenía muchas más opciones de entretenimiento. Y si, por ejemplo, un género como el wéstern tenía mucho éxito fuera de las fronteras, siempre cabía hacer una adaptación en forma de «ostern»Así que con mayor o menor sutileza, de una u otra forma, la fórmula propagandística que se intentaba inyectar era fácilmente distinguible y emparentaba directamente con la novela. Giraba siempre en torno a la toma de conciencia del protagonista (lo que ahora los anglosajones en otro contexto político llaman «redpilling», remitiendo a Matrix) y tenía con frecuencia tres figuras arquetípicas, cada una con sus cualidades morales y psicológicas: el líder del partido, el hombre corriente y el enemigo. Un ejemplo curioso, visto hoy en día, lo tenemos en la comedia musical estalinista Tanya, cuyo director, Grigori Aleksandrov, tuvo trato directo con Stalin… y con Gorki, por supuesto, pues todos los caminos llevan a él. La historia es una versión libre de Cenicienta, con una empleada de una fábrica textil que a base de disciplina estajanovista logra ascender en el partido hasta llegar a hacer realidad sus sueños, esto es, ser miembro del Soviet Supremo. Merece la pena ver en particular esta escena con un coche volador mientras canta las grandezas de la URSS; ya sabemos donde se encontró la inspiración para cierto momento de Harry Potter y la cámara secreta

Retomando de nuevo a nuestro escritor, encontramos que pasa otro año, ya en 1934, y llega a su punto álgido como paladín de las letras y de la propaganda rusa: su nombramiento como presidente de la Unión de Escritores Soviéticos, cuyo primer congreso durará poco más de dos semanas. En su discurso inaugural, además de definir las vías por las que debía transitar el realismo socialista, Gorki retomó la expresión de «ingenieros del alma» para sí mismo y sus colegas. Él fue la gran estrella de un evento generoso en aplausos y en halagos a su persona. Quedaban muy lejos ya aquellos días de la infancia y adolescencia en los que tanto sufrió, aquel momento en que intentó suicidarse… aunque ahora en realidad la muerte acechaba más cerca que nunca.

En mayo de 1935 el avión más grande su tiempo, llamado Máximo Gorki, se estrelló en lo que podía entenderse como un mal augurio (curiosamente se trataba de un avión dedicado a la propaganda, con una imprenta a bordo y grandes altavoces en su fuselaje). En junio de 1936 la tuberculosis crónica que aquejaba a Gorki se agravó de forma que apenas podía salir de la cama. Pero quería seguir al tanto de la actualidad y dado su estado se decidió hacer con él algo parecido a lo que pudimos ver en la película Good Bye, Lenin!; para ello se editaron ejemplares del Pradva específicamente para él en los que se retiraron las malas noticias y se potenció su tono optimista. No sabemos si eso le mejoró el ánimo, pero desde luego no la salud, dado que fallece el 18 de ese mes.

Tras su muerte, entre sus papeles se encontraron textos extraordinariamente críticos con Stalin, a quien definía como una pulga gigante «con una sed insaciable de sangre de la humanidad». Quién iba a decir que hasta el más oficial de todos los escritores tendría pensamientos prohibidos, crimentales. Como gran zar de las letras soviéticas se ve que quiso cultivar todos los géneros, incluso el llamado«escribir para el cajón», tan practicado por otros escritores coetáneos y que solo verían la luz varias décadas después. ¿Por qué entonces había regresado de su exilio italiano y se había prestado a toda esa mascarada? Puede que, como dijo Stalin, se tratara de un hombre vanidoso y ese vicio —el pecado favorito del diablo, según aquella película donde lo interpretaba Al Pacino—  no hay ingeniería del alma que lo arregle.  

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El día que Stalin se enamoró del fútbol en la Plaza Roja.

La Plaza Roja el 6 de julio de 1936, cuando se disputó un partido en honor a Stalin

Autor: Jaime Rodríguez.

Fuente: El Mundo, 19/06/2018.

Hoy Rusia respira fútbol en todas sus ciudades, desde los coquetos clubs de playa de Sochi hasta las calles de Rostov, la ciudad portuaria donde hace un siglo era tan fácil enamorarse como acabar desplumado. Dicen que, por la mezcla racial de tal cruce de caminos, la belleza de sus mujeres era tan arrebatadora como peligrosas sus tabernas. El Mundial es orgullo para el país. Durante los partidos, lo comprobó España en su debut, los aficionados locales rompen a gritar ‘Rusia, Rusia’ de repente, mientras encienden las luces de sus móviles. Que se prepare la selección para una noche de intenso patriotismo si en octavos le toca cruzarse con la anfitriona.

Vladimir Putin le gusta más la caza que la pelota, pero quiere utilizar el campeonato para afianzar el sentimiento nacional, demostrar a los suyos y al exterior su capacidad organizativa y enviar un mensaje al mundo de poderío. Tira del fútbol, un deporte que entró con acento inglés en el Imperio en 1898, a través de San Petersburgo, y que no apareció en la capital hasta el nuevo siglo. Primero, en un rústico formato denominado fútbol salvaje, donde había tantas patadas a las piernas como al balón. Esa modalidad era heredera de la peleas dominicales que vecinos de todos los barrios de la ciudad organizaban a orillas del río Moscova. Lucha regulada y con ciertos toques de, digamos, caballerosidad (siempre uno contra uno, no cebarse, utilizar guantes y gorro, no golpear bajo la cintura, no perseguir al herido…).

En los años 20 el fútbol fue evolucionando gracias al impulso de los clubes de Moscú. Fue el del barrio obrero de Presnya el que más popularidad alcanzó, gracias al esfuerzo de los hermanos Stárostin, con el primogénito Nikolai al frente. El fútbol en la Unión Soviética no se entiende sin este clan, creadores del Spartak, maestros del fútbol para la familia Stalin y, como muchas figuras relevantes de la época, víctimas del feroz aparato represor comunista. Su rivalidad con los equipos del Ejército Rojo (CSKA) y de la policía secreta (Dinamo) les pasaría grave factura más adelante.

Nunca les perdonaron que fuera el Spartak el equipo elegido por el Partido Comunista para mostrar a Stalin cómo era ese deporte que tanto éxito tenía entre la población. Se decidió que el 6 de julio de 1936, en la Jornada de la Cultura Física, el equipo más popular de la ciudad, el que sus propios jugadores habían levantado sus primeros campos de entrenamiento, pico y pala en mano, enseñaran al gran líder los encantos del fútbol.

Espartaco

Unos meses antes el club había sido rebautizado, en otro golpe de imagen que ayudó a fomentar su fama de entidad valiente, del pueblo y alejado del aparato gubernamental (todo lo alejado que se podía estar en aquellos salvajes años 30 del Estalinismo). Tras noches en vela debatiendo, Nikolai se acordó de Espartaco, el esclavo gladiador que lideró la rebelión contra la República romana. »Spartak, en ese nombre breve y sonoro se advertía un espíritu indomable. Me pareció muy adecuado», recuerda en sus memorias, mencionadas en Fútbol y poder en la URSS de Stalin, un interesante librito de Mario Alessandro Curletto.

Para la exhibición fue necesario tejer una inmensa alfombra de fieltro de 10.000 metros cuadrados para que tapara los adoquines de la Plaza Roja y se pudiera jugar el partido. Los propios futbolistas ayudaron a la mayúscula misión, cosiendo por la noche el tapete y recogiéndolo por la mañana para no interrumpir la circulación. Los sectores oficialistas vinculados a los clubes rivales trataron de boicotear el evento por todas las vías. Los bomberos denunciaron que semejante tapiz corría el riesgo de provocar un gran incendio y la policía secreta, que los jugadores podrían sufrir graves lesiones sobre la dura superficie de la plaza, »con la mala imagen que eso daría ante Stalin», advertían.

Nikolai Stárostin, ya por entonces máximo dirigente del Spartak, tuvo que tirar de ingenio, seducción y contactos en las altas esferas para que el evento no se cancelara. Ante la presencia de dos comisarios preocupados por los riegos físicos de la cita, ordenó a uno de sus futbolistas que se tirara al suelo. Lo hizo obediente. »¿Te duele algo?», le preguntó. »Para nada, estoy perfecto» fue la respuesta que dejó sin argumentos a las autoridades contrarias a ese peculiar partido organizado por el Spartak.

El objetivo era entretener a Stalin durante media hora, y si antes mostraba síntomas de aburrimiento, suspender de inmediato el encuentro. Un amigo de Nikolai, ubicado en el palco cerca del terrible dictador, mostraría discretamente un pañuelo blanco al mínimo gesto de reprobación del dirigente. En esa época, con desapariciones diarias, fusilamientos y deportaciones masivas, molestar lo más mínimo al líder supremo era peligrosísimo.

Pero, al contrario, el famoso fútbol, esa pasión de las calles, entusiasmó al primer camarada, obligando a estirar el partido hasta 43 minutos. Otra vez le tocó a Nikolai Stárostin improvisar, porque el show entre el Spartak y su combinado reserva, perfectamente ensayado, estaba ajustado tan sólo a media hora. Todo correspondía a un guion previo, desde los goles, cada uno en una suerte distinta para que Stalin apreciara la variedad del deporte (de cabeza, de penalti, de tiro lejano…), hasta las jugadas defensivas y, por supuesto, el resultado final: 4-3 para el primer equipo. Reconocería Nikolai en sus memorias que esos 13 minutos extra, sin pautas previas, fueron los más largos de su ajetreada vida.

El partido fue un éxito para el fútbol en Moscú y, por extensión, en toda la URSS, aunque a los Stárostin le salió muy caro. En 1941 fueron detenidos por idear, según los cargos inventados por sus enemigos, un complot para asesinar al propio Stalin. Tan disparatada acusación se terminó diluyendo, pero no pudieron evitar ser culpables de difundir valores burgueses en la patria. Bastaron a los represores unos comentarios positivos de Nikolai sobre el tenis, modalidad prohibida por el comunismo, para que él y sus tres hermanos pasaran más de diez años en prisiones y campos de trabajo.

En los años 50, vivo gracias al fútbol (hizo de entrenador en las diferentes cárceles por dónde pasó) retomó las riendas del Spartak, no sin antes convertirse durante un tiempo en protegido del propio hijo de Stalin, Vasily. Un loco, entre otras muchas cosas, del fútbol. Hoy en el nuevo estadio del equipo del pueblo, Polonia juega contra Senegal.

Cuando la pulga desafió al elefante. La ruptura entre Albania y la URSS

Fotografía que muestra al yugoslavo Miladin Popović, a una partisana no identificada y a Enver Hoxha (Wikimedia).

Autor:  Xavier Baró Queralt,  

Tras la muerte de Stalin en 1953, la URSS inició un proceso de revisión de las políticas estalinistas. La Albania socialista de Enver Hoxha decidió plantar cara a la URSS de Jruschov y, de la mano de la China de Mao, generó una verdadera crisis en el seno del comunismo internacional.

El 5 de marzo de 1953 murió Iósif V. Stalin. Tras diversas luchas palaciegas, a las que se sumó la ejecución de Lavrenti Béria (1899-1952), considerado un obstáculo para la desestalinización, subió al poder Nikita Jruschov (1884-1971). Jruschov cuestionó de manera clara la política de Stalin, sobre todo en lo que se refiere al culto al líder y las excesivas purgas. El nuevo líder soviético, antiguo colaborador de Stalin, no dudó en afianzarse en el poder eliminando a sus antiguos colaboradores, y optó por revisar muchos aspectos de la política estalinista. Así, por ejemplo, el concepto de «dictadura del proletariado» fue progresivamente substituido por el de «Estado de todo el pueblo», y se optó por restablecer las relaciones diplomáticas con la Yugoslavia de Josip Briz, Tito (1892-1980).

Funeral de Stalin (1953) (Wikimedia).
Funeral de Stalin (1953) (Wikimedia).

¿Cómo reaccionó ante tales acontecimientos la Albania de Enver Hoxha (1908-1985)? Desde un primer momento, Hoxha estableció un régimen netamente marxista-leninista, marcado por una clara identificación con las políticas estalinistas. A pesar de que el pequeño estado balcánico se libró del yugo fascista y nazi sin la ayuda de los soviéticos, los comunistas albaneses se alinearon siempre con los postulados estalinistas. Hay que tener presente que Hoxha se sintió siempre amenazado por sus vecinos, la Grecia capitalista y la Yugoslavia socialista de Tito, que pocos años antes había pretendido anexionarse Albania, y a su vez había tenido la osadía de plantar cara a la todopoderosa URSS de Stalin. Así pues, en la Albania socialista no sentaron muy bien las nuevas políticas aperturistas («revisionistas», según Hoxha) de los jruschovistas. 

En un primer momento, ambos regímenes optaron por mantener las formas, y la colaboración se mantuvo con toda normalidad. De hecho, los acuerdos económicos firmados entre la URSS de Jruschov y la Albania de Hoxha comportaron una clara mejora en la maltrecha economía albanesa, a la sazón uno de los estados más pobres de Europa. Así, hay un acuerdo unánime entre los especialistas en afirmar que la ayuda soviética a Albania mejoró de manera clara las duras condiciones de vida de los albaneses: se triplicó el número de médicos (129 en 1950; 378 en 1959), se multiplicó por cuatro el número de camas de hospital (1765 en 1945; 5500 en 1953) y disminuyó la mortalidad infantil. Mejoró también el desarrollo en educación: entre 1945 y 1950 se duplicó el número de escuelas, alumnos y profesores, y el analfabetismo pasó del 85% en 1945 al 31% en 1950. En 1957 se fundó la Universidad de Tirana. Por todos estos motivos, los historiadores se refieren al bienio 1958-1959 como «los años dorados» de la economía albanesa.

Nikita Jruschov (Wikimedia).
Nikita Jruschov (Wikimedia).

Pero el régimen de Hoxha no estaba dispuesto a tolerar ningún atisbo de «revisionismo», y aún menos si esto podía suponer que se cuestionara su autoridad en el país. La economía se hallaba supeditada a la ideología. La Albania socialista inició una política de propaganda enérgica y contundente en la que se cuestionaba la falta de coherencia de Jruschov, y la prensa albanesa recogió con todo lujo de detalles de qué manera la Unión Soviética se apartaba de los postulados estalinistas. 

Así, se inició una doble actividad política. Por una parte, Hoxha apartó del Partido del Trabajo de Albania (PTA) a los elementos filosoviéticos, como la dirigente Liri Belishova, de la que se dijo que «le han ofuscado las adulaciones y los epítetos sonoros de los dirigentes soviéticos y se ha puesto de acuerdo con ellos». Por otra parte, el PCUS (Partido Comunista de la Unión Soviética) había convocado una reunión de 81 partidos comunistas de todo el mundo para el mes de noviembre de 1960 en el que se pretendía afianzar el liderazgo de Jruschov, sobre todo frente a la creciente influencia de la China de Mao Zedong (1893-1976). Hoxha optó de manera clara por la vía maoísta, que consideraba que se mantenía fiel al legado estalinista. Los medios de comunicación albaneses se movilizaron para reivindicar la ortodoxia del socialismo albanés, y los titulares fueron cada vez más enérgicos y combativos, resaltando con orgullo que un pequeño país como Albania podía (y debía) plantar cara a un gigante como la URSS. Merece la pena destacar algunos textos, eminentemente clarificadores: «iremos a Moscú no con diez banderas, sino con una sola, con la bandera del marxismo-leninismo» (discurso de Hoxha, 6 de septiembre de 1960), «que la declaración de Moscú sea lo más fuerte posible, que contenga pólvora y no algodón» (carta de Hoxha, 4 de octubre de 1960), «los albaneses estamos dispuestos a quedarnos incluso sin pan con tal de no violar los principios, no traicionar al marxismo-leninismo» (discurso de Hoxha, 31 de octubre de 1960).

Mientras tanto, los colaboradores de Jruschov acusaban a los albaneses de dogmáticos y sectarios, y les amenazaban con retirar cualquier tipo de ayuda económica. Criticaban a Hoxha su excesivo recelo hacia la Yugoslavia de Tito, y apelaban al espíritu internacionalista del socialismo para que los albaneses no desentonaran en la cumbre de Moscú. Unos días antes de la celebración de dicha cumbre tuvo lugar en el Kremlin un encuentro del más alto nivel diplomático entre Enver Hoxha y Nikita Jruschov. Las fuentes soviéticas y albanesas coinciden en el fracaso que supuso dicha cumbre, y Hoxha recogió en un libro de memorias una transcripción de las acaloradas discusiones. Ya sabemos que los libros de memorias siempre se deben tomar con cautela, puesto que pueden contener muchas inexactitudes y manipulaciones. En cualquier caso, hay una anécdota que merece la pena la pena ser transcrita y, sea como fuere, «se non è vero, è ben trovato»:

«—Jruschov: Se acalora usted, me ha salpicado de saliva, no se puede discutir con usted.

—Hoxha: Usted dice siempre que somos coléricos.

—Jruschov: Y ustedes deforman mis palabras. ¿El intérprete conoce bien el ruso?

—Hoxha: No le eche la culpa al intérprete, porque conoce muy bien el ruso. Yo le respeto a usted, y usted debe respetarme.

—Jruschov: Así quiso hablar conmigo Macmillan, antiguo primer ministro de la Gran Bretaña.

—Shehu y Kapo (albaneses): El camarada Hoxha no es Macmillan, por lo tanto, retire lo que acaba de decir.

—Jruschov: ¿Y dónde me lo meto?

—Shehu: Métaselo en el bolsillo.

—Kapo: No estoy de acuerdo en que se desarrollen así las conversaciones».

El presidente de Estados Unidos, Richard Nixon, visitó a Mao Zedong en 1972 (Wikimedia).
El presidente de Estados Unidos, Richard Nixon, visitó a Mao Zedong en 1972 (Wikimedia).

Podemos apreciar de manera clara que las relaciones entre albaneses y soviéticos no podían pasar por peor momento. Finalmente, llegó el día de la intervención de Hoxha en la conferencia de los 81 partidos comunistas y obreros. El 16 de noviembre de 1960 estalló toda la artillería albanesa ante la mirada incrédula de Jruschov y el resto de líderes comunistas del planeta. Hoxha acusó a la URSS de haber traicionado a la ideología marxista-leninista, de haber vertido falsas acusaciones sobre Stalin, y de haber iniciado una política servil ante los Estados Unidos de América. También, por supuesto, recriminó la actitud pactista con la Yugoslavia de Tito. La coexistencia pacífica, según Hoxha, sólo suponía la derrota ante el bloque capitalista.

Tras la reunión de Moscú, los líderes albaneses regresaron a su país, satisfechos por haber plantado cara al gigante «revisionista». Las críticas de la URSS y del resto de países socialistas, a las que se debe sumar la posición enérgica de la española Dolores Ibárruri, «La Pasionaria» (1895-1989), quien acusó a los albaneses de morder la mano que les daba de comer, reafirmó aún más al nacionalismo comunista albanés, que formalizó la ruptura oficial con la Unión Soviética, y consolidó las alianzas con la China de Mao. 

Sin embargo, y ya en la década de 1970, Mao recibió a Richard Nixon (1913-1994), presidente de los Estados Unidos, y los albaneses comunistas, fieles a sus principios, también abandonaron las alianzas con la China «revisionista». Pero esta es ya otra historia. En cualquier caso, no debe sorprendernos que, cuando Jruschov escribió sus memorias, dedicara estas dos perlas a la Albania socialista, a la que definió como «el perturbador número uno de los países socialistas», y sentenció que «los albaneses son peores que animales».

Para saber más:

Crankshaw, Edward (editor) (1970). Kruschev recuerda. Madrid: Santillana. 

Droz, Jacques (dir.) (1983). Historia general del socialismo: de 1945 a nuestros días, vol. IV, Barcelona: Destino.

Halliday, Jon. (1986). The Artful Albanian: The Memoirs of Enver Hoxha. Londres: Chatto&Windus.

Hoxha, Enver. (1977). Albania frente a los revisionistas jruschovistas. Tirana: Casa Editora “8 Nëntori”.

Hoxha, Enver. (1980). Los jruschovistas. Tirana: Casa Editora “8 Nëntori”.

Kruschev, Nikita. (1975). Memorias: el último testamento. Barcelona: Editorial Euros.

Vickers, Miranda. (2014). The Albanians: a Modern History. Londres/Nueva York.

Voces desde el infierno de Stalingrado.

Soldados alemanes hechos prisioneros en Stalingrado.  / ARCHIVO

 

Autora: Anna Abella. Barcelona – Sábado, 17/02/2018 | Actualizado el 19/02/2018 

Fuente: El Períódico.

“No veo forma de salir de este infierno (…) Todavía no me hago a la idea de la muerte, pero esa diabólica música de la batalla, que trae la muerte, no cesa de sonar y sonar”, escribió un anónimo soldado alemán (que probablemente murió) en su diario, hallado en el frente de StalingradoEl Ejército ruso infligió a Hitler la peor derrota militar de la historia de la Wehrmacht, que “marcó un punto de inflexión en la segunda guerra mundial. Durante seis meses, dos enormes ejércitos, cada uno con la orden de no ceder ni un palmo de terreno al enemigo, lucharon por el control de la ciudad que llevaba el nombre del dictador soviético”, recuerda el catedrático de Historia alemán Jochen Hellbeck en su monumental ‘Stalingrado. La ciudad que derrotó al Tercer Reich’ (Galaxia Gutenberg), que ha llegado esta semana a las librerías, pocos días después de cumplirse el 75º aniversario de la rendición germana.

El 2 de febrero de 1943 entregaba las armas en nombre del Ejército alemán Friedrich Paulus, a pesar de que el 31 de enero Hitler le había ascendido a mariscal de campo recordándole que nunca antes un militar de tal rango había sido hecho prisionero, en un claro mensaje de que se suicidara, cosa que no hizo. El balance de la sangrienta batalla habla de un millón de muertos y otro millón de heridos, desaparecidos o capturados de ambos bandos; de 40.000 civiles fallecidos; de 91.000 alemanes hechos prisioneros, de los que solo volvieron a casa (12 años después) 6.000.

Hellbeck (Bonn, 1966) rescata la voz de decenas de combatientes, enfermeras y civiles soviéticos, además de alemanes capturados y el diario antes citado, cuyos iluminadores testimonios fueron recogidos por historiadores rusos dirigidos por Isaak Mints, en un Stalingrado aún en batalla, en búnqueres, trincheras y puestos de mando, en diciembre de 1942. Las transcripciones de 215 relatos inéditos de testigos de primera mano habían quedado perdidas en archivos rusos. He aquí algunos de ellos:

Niños durante un bombardeo en Stalingrado. / L.I. KONOW

El francotirador más famoso, Vasili Zaitsev

Con su fusil mató a 242 alemanes, más que cualquier otro francotirador del 62º Ejército ruso. El cine se encargó de popularizar la figura de Vasili Zaitsev, condecorado héroe ensalzado por la propaganda soviética, en ‘Enemigo a las puertas’ (2001), aunque el enconado duelo con otro excelente tirador alemán solo existió en la ficción. Él mismo cuenta cómo, con 12 años, adquirió pericia “cazando ardillas” para hacerle un abrigo de piel a su hermana, antes de detallar sus tácticas de engaño y su “inventiva para burlar al enemigo” porque, “matarle no lleva mucho tiempo. Pero ser más listo que él, eso ya no es tan fácil”.

Le motivaba “el odio”. “Vi cómo los alemanes sacaban a rastras a una mujer (para violarla, sin duda). ¿Cómo no te afecta eso cuando no puedes hacer nada por salvarla? Estás en la línea del frente. No tienes suficienes hombres. Si sales corriendo a ayudarla te van a masacrar, sería un desastre. Y otras veces ves a chicas, jovenes o niños colgados de los árboles en el parque. ¿Te afecta? Te causa un tremendo impacto”. Por ello, afirma, “cada soldado, incluido yo  mismo, está pensando únicamente en cómo obligarles a pagar más caro su pellejo, en cómo matar todavía más alemanes. En cómo hacerles aún más daño”.

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Civil y cocinera en zona ocupada

Agrafena Pozdniakova era civil y trabajaba de cocinera. No se sumó a la evacuación porque sus hijos estaban enfermos y vio a dos de ellos y a su marido morir bajo las bombas alemanas en septiembre tras quedarse sin casa. Su testimonio de cómo sobrevivió hasta febrero desvela cómo fue la ocupación de los soldados de la Whermacht: saqueaban, violaban y buscaban judíos mientras ella y sus otros cuatro hijos se refugiaban en trincheras, sótanos y alcantarillas, luchando contra el frío y el hambre, que saciaban con carne de caballos muertos hasta que los alemanes se la quedaron para ellos dejándoles solo “las pezuñas y las tripas”.

Vasili Chuikov, el hombre al mando

Nada más tomar el mando del 62º Ejército soviético en Stalingrado, Vasili Chuikov mandó fusilar a dos comandantes y dos comisarios por abandonar su puesto (aunque en sus memorias reconoció que solo les dio una “dura reprimenda”). Esa medida anticobardía, ampliamente difundida entre la tropa, respondía a la orden de Stalin de no dar “ni un paso atrás”, pues “estaba permitido morir pero no retirarse” y los soldados, señala, eran conscientes de que “no podían rendirse porque defendían el honor de la Unión Soviética”. Aunque ello no quitaba que muchos, como confesaba Alexander Parjomenko, sintieran miedo: “Otros eran valientes, pero yo no. Yo era un cobarde de pies a cabeza, pero entonces no lo sabía”.

Cadáveres tras la batalla, en Stalingrado. / SERGUÉI STRUNNIKOV

 

El propio Chuikov daba ejemplo. “El enemigo nos bombardeaba sin cesar, intentaba echarnos de allí a bombazos”, contaba quien nunca se agachaba cuando caían proyectiles. “Mi orgullo no me lo permite (…) Me comportaría de una forma totalmente distinta si estuviera solo, pero nunca estoy solo (…) un comandante ve morir a miles de hombres, pero eso no debe afectarle. Puede llorar por ello cuando está a solas. Aquí puedes ver morir a tu mejor amigo, pero tienes que permanecer en pie como una roca”.

Chuikov, según el cual nunca se sintieron “olvidados” por Moscú, no pasaron hambre ni les faltaron suministros, da pistas sobre la voluntad que les impulsaba a aguantar. “Sabíamos perfectamente que Hitler no se iba a dar por vencido, y que iba a seguir lanzando más y más tropas contra nosotros. Pero debía sentir que era una lucha a vida o muerte, y que Stalingrado iba a seguir luchando hasta el final (…) No conocíamos la retirada. Hitler no había tenido eso en cuenta, y ese fue su error”.

Enfermeras heroicas

El propio Chuikov, y muchos otros militares, ensalzaron “el trabajo excepcional” de las mujeres (soldados, enfermeras, telefonistas…) además de su “fortaleza, heroísmo, honestidad y lealtad”, superando en muchos casos a los hombres. De las enfermeras destacan su “heroísmo excepcional” en primera línea de combate. El capitán Ivan Vasilievich recordaba cómo “bajo un fuego incesante” Liolia Novikova arrastraba a los heridos para ponerlos a cubierto hasta el punto de que tenían que “sacarla casi a rastras de lo más encarnizado de la lucha”. Vio cómo tres balas alemanas le destrozaban la cabeza.

Telefonistas del Ejército Rojo trabajando en Stalingrado, en diciembre de 1942 / GEORGI ZELMA

 

Otras pudieron hablar por sí mismas. Nina Kokorina admite que no fue “consciente de la gravedad de todo” hasta que nada más llegar a Stalingrado sufrieron un bombardeo y vio la primera baja de su compañía anticarros: “Se le salían todas las tripas fuera. Volví a metérselas dentro y lo vendé entero”. “La carnicería no tiene fin -explica Vera Gurova, de 22 años-. Nunca había visto semejante cantidad de sangre como hasta ahora. Sé que debería olvidarlo -es mi trabajo. Pero eso no significa que no sienta empatía con los heridos”. Sin embargo, Hellbeck indica que ella también alude a que las mujeres que sirvieron en el Ejército Rojo “tenían que afrontar con estoicismo las agresiones sexuales de sus superiores” y que cuando las condecoraban, algo que ocurría a menudo, soportar que los varones dijeran que era “al Mérito en la Cama”.

Alemanes derrotados

A juzgar por los interrogatorios a los alemanes capturados, según Hellbeck, estos habían seguido “luchando, a pesar del  hambre, el agotamiento y la muerte masiva, por una mezcla de rencor, obediencia y convicción ideológica” con el nacionalsocialismo. Varios presos muestran “sentimientos pronazis”, como su preocupación por la “pureza de la sangre”, e insisten en echar la culpa de la guerra a los judíos (alguno sin imaginarse que su interrogador lo es…). “Un factor peculiarmente motivador -añade- era el temor a caer prisionero”: como contó el oficial Ernst Eichhorn, se generalizó la idea de que “ser capturado por los rusos equivalía a un trato deficiente, a tortura y a muerte”.

Soldados rusos toman un edificio en Stalingrado, en noviembre de 1942.  / GEORGI ZELMA

Aunque según Eichhorn, “hasta el último momento, la mayoría de oficiales seguía esperando que llegara ayuda desde el exterior”, sobre los motivos de la rendición el teniente Herrmann Strotmann alude a “la falta de víveres, hombres y proyectiles de artillería” y al hecho de que les “era físicamente imposible seguir luchando”: “estábamos muertos de hambre y la mayoría habíamos sufrido daños por congelación. Lo que un hombre puede soportar tiene un límite, y nosotros llegamos a ese límite el 2 de febrero. Nos rendimos”.

El sargento Helmut Pist apuntaba que “aquellos últimos días fueron horribles: miles de cadáveres, y los soldados heridos muriéndose por las calles (…) y para colmo recibíamos un intenso fuego de su artillería y sus aviones”. En la misma línea anotaba el anónimo soldado en su angustioso diario, dando cuenta del “frío terrible”, las míseras raciones de comida y el combate constante. “Todo el mundo tiene los nervios destrozados (…) He perdido la fe en la humanidad”.

Soldados rusos en Stalingrado. / EFE)

Las crónicas de Vasili Grossman

De los relatos, Hellbeck concluye que “no estaban adoctrinados ni obligados” por el Estado soviético y que “la base de la defensa” era “la voluntad de todos los hombres del frente de no someterse a la violencia, a la tenebrosa fuerza de los esclavizadores e invasores alemanes”. Desmiente con ello vehementemente a uno de los historiadores de referencia, Antony Beevor, quien según él, en su ‘Stalingrado’ (Crítica), “se hace eco de una serie de clichés originados por la propaganda de la era nazi” y sostiene que los rusos “fueron coaccionados para alistarse”. Hellbeck cree que “el espíritu de Stalingrado, como lo entendía el famoso reportero de guerra Vasili Grossman, “consistía en la fuerza moral de unos soldados corrientes que alcanzaron el estatus de héroes al arriesgar sus vidas para cumplir con su deber cívico”.

Grossman, de quien Hellbeck ensalza su obra maestra, la novela ‘Vida y destino’, calificándola de “monumento a los soldados del Ejército Rojo que lucharon allí”, también forma parte de la bibliografía imprescindible de los 75 años del fin de la batalla. Las crónicas que escribió desde el frente de Stalingrado, oportunamente extraídas de ‘Años de guerra’, las relanza ahora Galaxia Gutenberg. En ellas, Grossman acoompaña a sus compatriotas, que combatían “24 horas ininterrumpidas”, casa por casa, “contra de un régimen feudal de dominación del mundo” y “por la libertad del mundo, contra la esclavitud, la mentira y la opresión”.

Del 2017, recordar las memorias de Paulus (‘Stalingrado y yo’, La Esfera de los Libros) y el primer volumen de la tetralogía de David M. Glantz, ‘A las puertas de Stalingrado’ (Desperta Ferro).