En la guerra no había razas, ¿o sí?

Autor: Jonathan Solano. Traducción: Pablo Duarte

Fuente: letraslibres.com 26/06/2020

La Guerra de Corea fue el primer conflicto armado en el que Estados Unidos participó con fuerzas armadas no segregadas, por lo menos en el papel. David Casias Silva, abuelo del autor, de origen chicano, fue uno de los soldados que combatió dentro de una de esas incipientes compañías mixtas.

La historia del sur de Texas es interesante. Está arraigada en generaciones de racismo y segregación. Mi abuelo, David Casias Silva, era un hombre simple, como la mayoría de los chicanos en el sur de Texas; creció siendo aparcero en un barrio segregado y apenas terminó la primaria. Nacido en 1930, pasó sus primeros años en Natalia, Texas, trabajando la tierra que era propiedad de un gabacho. Aunque él era nieto de campesinos de larga tradición que migraron desde México en 1892, “los gabachos eran dueños de toda la tierra, de los negocios y de las oportunidades; ellos eran los que estaban al mando”, solía decirme.

Cuando yo cumplí trece años le diagnosticaron cáncer pancreático, y mis padres pensaron que lo mejor sería que se mudara con nosotros para cuidarlo. Mi padre me dijo que pasara tiempo con él para alegrarlo y para que me diera algunos consejos en el proceso. Siempre supe que era veterano de guerra, pero mi abuelo no hablaba mucho de eso. De cuando en cuando platicábamos, y poco a poco se fue abriendo y me fue contando sus experiencias. Entre las cosas que trajo consigo en la mudanza había cajas llenas de fotos y recuerdos de la guerra.

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David Casias Silva al centro de la foto, con su compañía no segregada del ejército estadounidense en Corea del Sur, en 1952. Foto: cortesía del autor.

Este mes de junio de 2020 marca el 70 aniversario del comienzo de la que muchos estadounidenses llaman “La guerra olvidada”, es decir la Guerra de Corea. Más de 33,000 estadounidenses murieron en ese conflicto, que técnicamente no ha concluido. Sentó las bases para la Guerra Fría, fue la primera guerra en la que la recién formada Organización de Naciones Unidas estuvo involucrada, y –esto es un parteaguas– también la primera en la que participó Estados Unidos luego de que en el ejército terminara la segregación racial (por lo menos en papel). Mi abuelo fue uno de los soldados que combatió dentro de una de esas incipientes compañías no segregadas.

En nuestras charlas, mi abuelo me fue contando sus experiencias en la guerra. Tenía 20 años de edad cuando fue reclutado y cumplió su entrenamiento básico en Camp Roberts, California, en 1951. Después lo enviaron a un país del que nunca había escuchado nada antes, a pelear por razones que “no entendía del todo”. Pasó tres años en Corea.

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Izq. a der.: David Casias Silva en Corea con soldados; en Corea del Sur en 1952; en un sitio no identificado; en Corea del Sur en 1952; en Camp Roberts en 1951; en Corea con una persona no identificada. Fotos: cortesía del autor.

Esperaba que me contara historias de sangre y violencia, pero me contó algo completamente distinto: historias de hermandad y amor. Aunque creció en una Texas segregada, su compañía no lo estaba, y convivió con blancos, latinos y negros. Todos se cuidaban entre ellos porque era la única manera de volver a casa vivos. “Hacía mucho frío, hijo. Nos acomodábamos muy juntos y nos abrazábamos para mantenernos calientes. Fue la primera vez que estuve tan cerca de un gabacho”. Era un soldado raso, de modo que hacía las tareas que nadie quería. A él le tocaba hacer barridos buscando minas antipersonales, arrastrarse por la tierra para conectar las líneas de teléfono con los cables atados a la espalda, y en ocasiones cavar túneles.

Me decía que “el ejército no es para los chicanos, pero Estados Unidos sí”. En la guerra, la raza se borraba, y entre más pobres eran los soldados, menos segregada era la compañía. Peleó al lado de blancos, negros y latinos pobres en nombre de un país al que amaba, pero lo hizo sin preocuparse por sí mismo: “estábamos en una trituradora de carne”, me dijo alguna vez. El retrato que me pintó de la guerra contrastaba con su vida en Texas, donde los latinos eran vistos como ciudadanos de segunda por sus contrapartes blancos: eran una clase social aparte. ¿No se daba cuenta de eso? Recuerdo esas conversaciones y otras que he tenido con su hija –mi madre– sobre él, y nunca dijo nada habló de discriminación racial, aunque sabía “cómo tenía que actuar frente a los blancos”, como dijo mi madre.

Creció en una época en la que la segregación era un hecho de la vida cotidiana, y aceptar este trato de ciudadano de segunda garantizaba su sobrevivencia; significaba que tenía un trabajo y que podía poner comida en la mesa. Era moreno, como yo, pero si lo hubieran conocido habrían percibido que, a pesar de que el español era su lengua materna, hablaba inglés sin acento. La experiencia de los latinos en Estados Unidos antes del movimiento de derechos civiles en la década de los sesenta fue una de asimilación, de modular su identidad de persona de tez morena para adecuarse a la identidad blanca. No obstante que peleó junto a estadounidenses de todos los colores, cuando volvió de la guerra, en junio de 1953, retomó su vida segregada, con amigos y familiares que eran casi exclusivamente mexicoamericanos: un mundo aparte.

Mi abuelo dejó huella en mi conciencia chicana, tanto que conservo sus recuerdos de la guerra y he investigado sobre veteranos latinos de la Guerra de Corea. Mientras realizaba mis investigaciones, un tema recurrente fue lo “blanqueada” y escasa que era la información sobre latinos en la Guerra de Corea. ¿Nos olvidamos de estos héroes, así como hemos olvidado este conflicto? Dentro del gobierno estadounidense y antes del movimiento de derechos civiles en los sesenta, las personas mexicoamericanas eran clasificadas como “blancas”, y fue hasta 1970 que la oficina del censo comenzó a preguntar por el origen étnico de las personas a fin de distinguir por origen hispano o latino. En 1974, el departamento de Defensa de Estados Unidos por fin comenzó a realizar segmentaciones demográficas similares en sus reportes anuales de personal. Las estimaciones del número de veteranos latinos de la Guerra de Corea son solo eso, estimaciones. De los 148,000 latinos que se estima participaron en la Guerra de Corea, solo a 15 se les otorgó la medalla de honor, en una guerra en la que se entregaron 145 en total; únicamente dos fueron para personas de raza negra. Para mí, las historias de mi abuelo, y las estadísticas, plantean la pregunta sobre la cantidad de latinos y negros que merecen ser reconocidos por su sacrificio. ¿Los mexicoamericanos deben poner sus vidas en juego para luego solo recibir migajas? Quizá la guerra no borre la raza, pero tiene el efecto incendiario de revelar las fallas de la humanidad.

A pesar de sus costos humanos, la guerra ha permitido dar pasos a favor de la causa de la equidad racial para los latinos en Estados Unidos. Después de la Segunda Guerra Mundial, en 1948, se fundó el American GI Forum (AGIF) en Corpus Christi, Texas, para atender las preocupaciones de muchos veteranos mexicoamericanos en temas de prestaciones médicas y educativas no otorgadas debido a la segregación. Para las personas de tez morena que buscan la equidad educativa, el AGIF fue en esencia el equivalente al fallo Brown vs. el Consejo de Educación antes de que este ocurriera.

Mi abuelo, después de sus años en el ejército y con la ayuda del AGIF, tuvo acceso a la G.I. Bill, lo que le permitió conseguir su título de preparatoria, y obtener préstamos hipotecarios sin intereses. Fue el primero de su familia en tener una propiedad en Estados Unidos. Al conseguir su casa, pudo financiar –porque los bancos en esa época “no le prestaban a los mexicanos”– las casas que sus doce hermanos y hermana aún poseen. El G.I. Bill, junto con su experiencia de guerra, le abrió la puerta al empleo estable; consiguió trabajo como mecánico aeronáutico en la base militar Kelly en San Antonio, Texas, hasta que se jubiló en 1983. Recibió una pensión y tuvo acceso a servicios de salud hasta su muerte, un día antes de que yo cumpliera catorce años.

Amo y admiro a mi abuelo, y su aceptación de la segregación y discriminación racial fue un hecho aleccionador para mí. No obstante la fraternidad que había entre sus diversos camaradas, estaba consciente de que sus superiores en la guerra, e incluso en su trabajo como mecánico, eran blancos. Claro que vivió experiencias de discriminación racial abiertas, ¿por qué no se rebeló? Aceptaba que en el campo de siembra o en el de batalla, los gabachos eran los que estaban a cargo. La no segregación tenía sus límites. ¿Ir a la guerra era la única alternativa para que un hombre de tez morena peleara por la igualdad y por mejores condiciones patrimoniales en la década de los cincuenta en Estados Unidos? Tal vez sí, aunque durante un momento breve y turbulento de su vida, mi abuelo logró vivir una equidad efímera, en las trincheras, al lado de sus compañeros de armas.

Cuba y EE UU: de la Enmienda Platt al Cuartel Moncada

  Fulgencio Batista recibe al embajador Earl E. T. Smith, tras presentar sus credenciales, en 1957/ Bettman/Corbis

Autor: F. Javier Herrero

Fuente: El País, 15/03/2015

En 1960, el ex embajador norteamericano en Cuba, Earl E. T. Smith, declaró ante una subcomisión del Senado:”Hasta el arribo de Castro al poder, los Estados Unidos tenían en Cuba una influencia de tal manera irresistible que el embajador norteamericano era el segundo personaje del país, a veces aún más importante que el presidente cubano”. Pocos analistas vieron un alarde de inmodestia en esta declaración que recoge Eduardo Galeano en Las venas abiertas de América Latina (Siglo XXI) y que define el desequilibrio y dependencia que caracterizaron la relación que mantuvo Cuba con su poderoso vecino del norte en los años que van desde la derrota militar de la antigua metrópoli española en 1898 hasta el triunfo de la Revolución cubana en 1959. A la decisión de romper diplomáticamente con Cuba en enero de 1961, respondió Fidel Castro con la quiebra del sistema interamericano –acuerdos y normativas internacionales alcanzados desde 1890 entre Estados Unidos y las repúblicas americanas que daban cauce a la hegemonía estadounidense en el hemisferio- y la entrada de Cuba en el bloque soviético. El 17 de diciembre del año pasado se produjo un sorprendente y audaz movimiento por parte de los presidentes Obama y Raúl Castro cuando anunciaron el inicio de conversaciones que deberían conducir al restablecimiento de unas relaciones diplomáticas plenas. Este proceso tiene un capítulo importante este mes de abril con la asistencia de Cuba a la Cumbre de las Américas que se celebra en Panamá y la apertura de ambas embajadas coincidiendo con la celebración de la cumbre.

Pocos años después de proclamar su independencia en 1776, los dirigentes de Estados Unidos fijaron su interés en la isla caribeña a la que veían como un apéndice natural de la Florida. John Quincy Adams, sexto presidente de EE UU, afirmaba “…Hay leyes de gravitación política, así como las hay de gravitación física (…) así Cuba, separada por la fuerza de su conexión no natural con España, tendrá que caer hacia la Unión Norteamericana…” y las ofertas de compra de la isla a España no tardaron en llegar antes de la Guerra de Secesión americana. El rechazo indignado español no evitó la penetración económica de la isla y en la segunda mitad del siglo XIX, el comercio de Cuba con Estados Unidos era muy superior al mantenido con  España. Con su expansión continental terminada, la participación norteamericana en el conflicto independentista cubano en 1898 supone el estreno de otra potencia colonial en el tablero internacional. Las consecuencias de esta intervención son justificadas con el Corolario Roosevelt de 1904, que adapta la Doctrina Monroe a su versión más imperialista y “obliga a los Estados Unidos a ejercer (…) la facultad de ser una potencia de policía internacional” en el hemisferio americano. En 1903 finaliza la ocupación militar en Cuba a cambio de que sea introducida a perpetuidad en la Constitución cubana la Enmienda Platt, que autorizaba a EE UU a intervenir en Cuba cuando considerase que sus intereses económicos en la isla estaban en riesgo. La política del semiprotectorado cubano, a cargo de Tomás Estrada, sería supervisada por Washington, que obtenía el derecho de establecer bases navales como la de Guantánamo.

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La inestabilidad salpicada de revoluciones, guerras civiles y corrupción fue el hábitat en que se desenvolvió la Cuba de esas décadas, afectada por la aplicación de la enmienda y la política del Gran Garrote de Theodore Roosevelt (a la izquierda, coronel de los Rough Riders en la guerra hispano-americana de 1898/ Corbis) que justificaron los desembarcos de marines en la isla en 1906-09 y 1917-22, lo que impidió el libre funcionamiento de las instituciones, alentando entre los políticos cubanos de todo signo la tendencia a pedir la intervención si la realidad política no respondía a sus planes. Aunque, como afirmó Antonio Elorza en EL PAÍS, las taras que arrastraba la nueva república cubana tenían diferentes causas: “No fue el ejemplo yanqui lo que provocó en la isla una corrupción rampante en los procesos electorales y en la gestión administrativa, sino la continuidad con el pasado español”. Esto permitió a EE UU mostrar su faceta imperialista ‘benevolente’ cuando el general Brooke, durante la primera ocupación, puso orden en los caóticos servicios públicos heredados de la colonia, o en 1920 cuando, por fin, se logró la primera sucesión presidencial pacífica en la persona de Alfredo Zayas, vigilado muy de cerca por el general Enoch Crowder para cumplir las leyes electorales. 

Y luego estaba el azúcar. Su sistema de explotación, favorecido por los capitalistas de EE UU, nuevos dueños de enormes propiedades compradas a precio de saldo en la primera ocupación militar, influía directamente en la política quitando y poniendo presidentes o dictadores, generó fabulosas fortunas y mantuvo la ya secular desigualdad de la sociedad caribeña. Al margen del daño medioambiental del cultivo extensivo de la caña, con el alza de precios se vivían tiempos de bonanza, pero al contar Estados Unidos con el monopolio parcial de la demanda, la economía isleña era rehén de la actitud de los importadores al norte del Golfo de México y las bajadas de precios provocaban crisis como la de 1921 que llevó a Cuba a la quiebra. Si se daba esta situación, EE UU tenía preparada la diplomacia del dólar de William H. Taft, que suponía una inyección de capital, condicionada a la exclusión de la inversión europea, con onerosas contrapartidas que hacían más dependientes aún a las economías latinoamericanas. Un ejemplo de la fragilidad del sistema de exportación del monocultivo lo experimentó el dictador Gerardo Machado que, al poco tiempo de poner en marcha su régimen autoritario, le llovieron encima las funestas consecuencias de la Gran Depresión de 1929, que se llevó por delante la endeble economía cubana y a la misma dictadura, acosada en 1933 desde todos los frentes de la oposición política con huelgas y violencia.

En marzo de 1933, Franklin D. Roosevelt anunciaba en su discurso de toma de posesión como presidente lo que se conocería como la política del Buen Vecino, con la que quería poner límites al ejercicio del ‘derecho de intervención’ en los asuntos internos de los países latinoamericanos, y ganarse sus voluntades mediante la diplomacia. Cuba tuvo la oportunidad de poner a prueba sus palabras enseguida, pues tras la caída de Machado, un motín dirigido por el sargento Fulgencio Batista coloca a Ramón Grau San Martín como presidente, con la intención de poner en marcha una agenda reformista. Roosevelt, que presidía un Gobierno con varios ministros con intereses azucareros, se dejó convencer para que el proyecto de Grau San Martín no saliese adelante y mandó 32 navíos de guerra a rondar las costas de la isla a la vez que no reconocía formalmente al Gobierno de Cuba. Batista estaba invitado de nuevo a amotinarse, y acabó con el “Gobierno de los 100 Días”. El historiador Gordon Conell-Smith afirma en Los Estados Unidos y la América Latina (FCE) que “el proceder de EE UU no pudo considerarse propio de un buen vecino”, sino de un Gran Garrote versión soft. Pocos meses después, El Gobierno de Mendieta consiguió derogar la Enmienda Platt, aunque la potencia hegemónica se encargó de reasegurar la estructura económica y social de la isla frente a posibles cambios revolucionarios nacionalistas con nuevos acuerdos económicos, y no aceptó abandonar Guantánamo.

Soldados americanos
Marineros americanos se divierten en Sloppy Joe’s en La Habana (1934) / Betmann/Corbis

Desde 1940 a 1952, Cuba atraviesa un período de relativa estabilidad y sucesiones pacíficas de gobierno que funcionaron con una nueva Constitución. Fue lo más parecido a una democracia que se haya conocido en la isla, con una separación de poderes bastante efectiva y una opinión pública plural, como muestra la medida que tomó Batista, primer presidente del periodo, de legalizar al partido comunista. Pero el caudillismo no había abandonado a Cuba. En marzo de 1952, Batista, de nuevo candidato a la presidencia, no espera a que se celebren las elecciones y da un golpe de Estado que termina con la democracia. La represión política y las torturas, así como la corrupción organizada desde la cúpula del Estado con la colaboración de la mafia americana de Meyer Lanski y Lucky Luciano -que controló los negocios de los casinos, las apuestas y hoteles de la isla, e intentó extender sus tentáculos hasta en el sector farmacéutico- fueron rasgos identitarios del régimen batistiano. Aunque no todo era negativo, pues la economía de este momento muestra que Cuba ha evolucionado, y ya no es la neocolonia de 1903. En los años finales de la dictadura, el país se aleja un poco de la monoproducción de azúcar, la inversión norteamericana se reorienta más hacia los servicios públicos, y el comercio exterior cubano encuentra nuevos mercados, como la URSS. El resultado de todo ello se reflejó en los indicadores económicos de 1958, que colocaban a Cuba en la tercera posición de Latinoamérica en crecimiento.

Batista trajo con su dictadura el renacer de la violencia política y casi desde el principio se preparan movimientos armados que invocan la restauración de la democracia y la Constitución de 1940. El 26 de julio de 1953, 120 jóvenes uniformados de sargento del Ejército cubano, la mayoría de ellos cercanos al Partido Ortodoxo de Eduardo Chibás y dirigidos por un novato abogado llamado Fidel Castro, intentan hacerse con las armas del Cuartel Moncada en Santiago con el fin de poner en marcha una insurrección general en Cuba. Todo termina en fracaso y Castro es condenado a 15 años de prisión y posteriormente amnistiado, pero esos jóvenes revolucionarios no saben que han protagonizado uno de los mitos de la revolución futura, que acabará obligando al dictador a poner pies en polvorosa la nochevieja de 1958. Batista se exilia y terminará sus días en una urbanización de Marbella, acogido hospitalariamente en la Madre Patria por su colega, el otro dictador Franco.

Si Obama y Raúl Castro logran descongelar el conflicto y recuperar la relación entre Cuba y EE UU, el último vestigio de la Guerra Fría en el hemisferio americano habrá desaparecido. Solo quedará el llamado “parque temático del estalinismo” de Corea del Norte, aunque algunos analistas ven una amenaza inesperada con ecos del pasado en la política exterior rusa de Vladímir Putin, que nos retrotrae a la tensión del mundo bipolar de la segunda mitad del siglo XX. Un conflicto puede cerrarse pero otro, de alcance desconocido, desafía a la diplomacia occidental.

El muro que separó dos mundos, al detalle

Autores: JAVIER AGUIRRE y otros.

Fuente: elmundo.es 5/11/2019

Tras la derrota de la Alemania nazi en la Segunda Guerra Mundial, las potencias aliadas ocupan militarmente el país y lo dividen en cuatro zonas. El Este pasa a ser controlado por la Unión Soviética y el Oeste por Estados Unidos, Reino Unido y Francia. La capital alemana a su vez también se divide en cuatro sectores. [Si no puede ver el gráfico pulse aquí.]

Esta segmentación da lugar a que en 1949 los territorios ocupados por los Aliados formen la República Federal Alemana (RFA) y la Unión Soviética, la República Democrática Alemana (RDA). Así la antigua nación y su capital quedan divididas en dos bloques: el occidental y el oriental.

Durante los años cincuenta, la ciudad de Berlín refleja el contexto de la Guerra Fría y la tensión se plasma en la ciudad con miles de ciudadanos huyendo del lado oriental al occidental.

Para paliar estas tensiones, de manera inesperada, en la madrugada del 12 al 13 de agosto las autoridades de la República Democrática Alemana cierran, en apenas tres horas, todos los pasos fronterizos de la ciudad. Soldados armados de Berlín Oriental colocan las primeras piedras del muro y extienden alambres de espino. Acción inicial tras la que se empieza a construir el primer muro de ladrillo y hormigón.

Se pretende aislar el territorio a toda costa. Se tapian los edificios adyacentes, se colocan minas antitanque y se excavan zanjas que rodean la línea divisoria del muro de Berlín. Una ciudad cuyos monumentos emblemáticos son separados. La Puerta de Brandenburgo, por ejemplo, queda en el lado oriental y el Reichstag en el occidental. Los puestos fronterizos se concentran en interior de Berlín e incluso la Estación Frierichstrasse se considera un puesto aduanero. [Si no puede ver el gráfico pulse aquí.]

La construcción de la barrera arquitectónica no basta sin embargo para impedir las fugas y la frontera es reforzada con miles de guardias militares. Medidas extremas que desarrollan el ingenio de numerosos ciudadanos a la hora de escapar del cerco de Berlín Oriental.

Más de 5.000 personas logran huir durante los 28 años que se mantiene en pie el muro y casi la mitad, unas 2.300, lo consiguen en 1962.

Una hazaña en la que se juegan la vida de tal modo que muchos mueren en su propósito. La mayoría por disparos cuando intentan cruzar o ahogados en el río Spree a través del cual discurre la frontera. Afortunadamente el 9 de noviembre de 1989 este muro fue derribado y es un recuerdo de un mundo pasado.

La monumental historia de la cruel guerra de Vietnam

En guerra. Helicópteros de combate en Vietnam en el año 1967 durante la operación Pershing, dedicada a la búsqueda y destrucción en la llanura de Bong Son y el valle An Lao en el sur del país. Los soldados esperan la nueva oleada de helicópteros (Patrick Christain / Getty)
En guerra. Helicópteros de combate en Vietnam en el año 1967 durante la operación Pershing, dedicada a la búsqueda y destrucción en la llanura de Bong Son y el valle An Lao en el sur del país. Los soldados esperan la nueva oleada de helicópteros (Patrick Christain / Getty)

Autor: Justo Barranco Barcelona

Fuente: La Vanguardia, 25/05/2019

Muchos nos equivocamos en Vietnam pensando que porque los americanos no eran los buenos, los otros tenían que serlo”, recuerda el historiador británico Max Hastings. No lo eran. El autor de libros como Armagedón. La derrota de Alemania , aborda ahora una guerra que vivió de primera mano: la del Vietnam, donde fue joven corresponsal de la BBC.

Allí vio atrocidades por parte de los americanos y dos gobiernos crueles e incompetentes al norte y sur del Vietnam. Una historia que, tras cientos de entrevistas y de escarbar en numerosos documentos, plasma en La guerra de VietnamUna tragedia épica 1945-1975(Crítica).

Equivocación histórica

“Erramos pensando que como los americanos no eran los buenos, los otros tenían que serlo”

Hastings (Londres, 1945)explica en una entrevista telefónica que comenzó a escribir el libro por tres razones: Primero, porque la mayoría de libros sobre la guerra eran de estadounidenses y la trataban como una guerra americana, “y fue una tragedia asiática, con dos millones, quizá tres millones de vietnamitas, muertos. Cuarenta vietnamitas por estadounidense. Quería poder contar la historia de los vietnamitas”. En segundo lugar, añade, “la guerra me causó una impresión tremenda como corresponsal joven y estúpido. Y quería volver a mirarla”. Y tercero, “porque en los sesenta y los setenta todos nos dábamos cuenta de que la guerra era un desastre y EE.UU. no podían ganar, y además luchaban de manera terrible”, y de ahí nació el error de pensar que los norvietnamitas tenían que ser los buenos. “Una de las cosas más importantes que intento establecer en mi libro son las cosas horrorosas que los estadounidenses realizaron, pero también las de los comunistas. Yo quedé anonadado por cómo los americanos lanzaban misiles por el campo indiferentes a quien hubiera debajo, fueran tropas o campesinos. Pero también relato cómo los comunistas para imponer su ideología infligieron un sufrimiento terrible a los vietnamitas. Cuando la guerra acabó en 1975, muchos pensaban en el sur que nada podía ser peor que el régimen de Saigón apoyado por los americanos. Tras vivir el gobierno comunista cambiaron de opinión”.

El joven corresponsal de guerra Max Hastings (derecha) en Vietnam, donde informaba para la BBC y de donde fue evacuado al final de la contienda desde la embajada americana
El joven corresponsal de guerra Max Hastings (derecha) en Vietnam, donde informaba para la BBC y de donde fue evacuado al final de la contienda desde la embajada americana (MAXHASTINGS.COM)

Hastings prosigue: “La mayoría de las guerras, y lo aprendes tras muchos años de escribir sobre ellas, no tienen causas absolutamente buenas o malvadas. En Vietnam, cuando llegué en el año setenta, estaba muy sorprendido de que los americanos no merecieran ganar, pero no creo que la otra parte mereciera ganar tampoco. Sientes una enorme piedad por los millones de personas que tienen que sufrirlas cuando ambas partes cometen actos espantosos”. En ese sentido, recuerda la crueldad de los norvietnamitas. “En casi todas las batallas morían más vietnamitas pero a Le Duan, el fanático que regía Vietnam del Norte, no le importaba. Estaba determinado a la victoria a cualquier coste. Su crueldad era increíble. Hay momentos en los sesenta en los que Ho Chi Minh habría aceptado una paz de compromiso. Entonces pensábamos que él estaba al mando. Pero no, y fue Le Duan el que dijo que ningún acuerdo, sólo aceptarían la victoria total”.

Odio a los extranjeros

“Los norvietnamitas ganaron porque eran vietnamitas y los estadounidenses no”

Además Occidente no se enteraba de nada. “Todo el mundo, incluida la Casa Blanca, estaba convencida hasta el final de la guerra de que esta se luchaba por los norvietnamitas a las órdenes de Mao y Breznev. Ahora sabemos que los rusos estaban muy disgustados con la guerra. Y los chinos no estaban contentos. Recordaban Corea. Los americanos desesperados podrían usar armas nucleares o invadir Vietnam del Norte y tendrían al ejército americano en su frontera. Pero en ese periodo Rusia y China luchaban por el liderazgo del mundo comunista y se vieron obligados a asistir al Norte y su gobierno fue muy inteligente. Pero los rusos estacionados en Vietnam vivieron un tiempo terrible, no se les permitía hablar con civiles o viajar libremente. Nunca confiaron en ellos. Los vietnamitas odiaban a los extranjeros de cualquier tipo”.

De hecho, el historiador asegura que “la principal razón por la que los norvietnamitas ganaron es que eran vietnamitas y los estadounidenses no. Y los estadounidenses, y los británicos, en las guerras desde 1945 nunca han sido buenos identificándose con las culturas locales. La gran lección del Vietnam es que no importa cuántas batallas ganas. No significan nada a menos que tengas algún compromiso social, cultural y político con la sociedad local. No existió en Vietnam, ni Afganistán, ni Siria, ni Irak”.

Si el gobierno del Norte era cruel, el del Sur no era de carmelitas. “Ngo Dinh Diem, el dictador del Sur, era un títere americano. Una figura curiosa. Tenía ciertas cualidades, era un patriota apasionado y también un católico fanático en un país budista. Si pudiera haber gobernado un poco mejor podría haber tenido éxito como en Corea del Sur, donde tras la guerra rigió un terrible dictador títere pero dio lugar a la democracia y hoy es un país exitoso. Pero él promovió a católicos a expensas de los budistas y dio a su familia, gente terrible, una autoridad extraordinaria para la opresión y para explotar el país para hacer dinero. Al final, los americanos se convencieron de que con él el país no podía prosperar y permitieron a sus generales matarle. Una vez fueron cómplices de su asesinato perdieron cualquier posición moral. Tras Diem los americanos apoyaron a una sucesión de generales que los vietnamitas, a los que no les gustaban los extranjeros, veían que no podían despertarse sin preguntar a los americanos”.

Para Occidente también hay mucha estopa. “Si De Gaulle hubiera sido inteligente habría visto que en 1945 no había manera de que los franceses mantuvieran Vietnam como colonia. Pero Francia estaba tan humillada por la derrota de 1940 que no negociaron con los comunistas vietnamitas y comenzaron diez años de guerra hasta perderla”, señala. Hastings cuenta que los americanos pagaron esa guerra. “Los franceses estaban arruinados. En 1951 ya se dieron cuenta de que no podían ganar y fueron los americanos los que se obsesionaron con hacerlo. Les parecía una batalla muy importante en la guerra fría y para 1952 cada proyectil y cada bomba de los franceses lo pagaban los americanos. Había tropas francesas con cascos, jeeps, aeronaves y armas americanos. Cuando las tropas americanas llegaron años más tarde, los campesinos vietnamitas pensaron que eran la misma gente”.

Sobre los estadounidenses, Hastings dice que hay que recordar la circunstancia histórica: “Apoyaban terribles regímenes en América del Sur sólo porque eran anticomunistas. Con Diem en Vietnam pensaron que tenía un régimen corrupto y cruel pero no peor que muchos de los sudamericanos. Por qué debía caer”. Luego, sigue, “en cada momento los líderes americanos tomaban las decisiones no por lo que fuera mejor para los vietnamitas sino sobre todo para los políticos americanos. Johnson en cada momento pensaba cómo afectaría a sus posibilidades de ser reelegido. Nixon y Kissinger, al tomar posesión en 1969, sabían que la guerra estaba perdida. Pero siguieron presidiendo sobre decenas de miles de personas muriendo pensando en qué podía soportar el electorado americano. EE.UU. tenía un orgullo inmenso por haber ganado la Segunda Guerra. Ningún presidente se sintió capaz de decirle a la gente que no podían hacer las cosas como quisieran. Y fue un trauma terrible para los estadounidenses ver los límites de su poder”, concluye.

UXO, legado de la Guerra Secreta de Estados Unidos

Museo UXO en Luangprabang (LAOS) | Créditos: Dave Meler

Autor: Dave Meler

Fuente: queaprendemoshoy.com, 14/11/2018

Entre 1964 y 1973 las fuerzas aéreas de los Estados Unidos arrojaron sobre el territorio de Laos dos millones de toneladas de explosivos, repartidos en 580000 misiones de bombardeo. Lo que equivale a una bomba cada 8 minutos las 24 horas del día durante 9 años consecutivos.

Los bombardeos formaron parte de la Guerra Secreta de los Estados Unidos en Laos para apoyar a las fuerzas del Gobierno Real, en la guerra civil contra de los comunistas de Lao Pathet. E interferir así en el Camino de Ho Chi Minh que atravesaba territorio de Laos suministrando armas, municiones y suministros a las fuerzas de Vietnam del Norte.  Para ello la CIA dejó caer dos millones de toneladas de artillería sobre territorio laosiano. En lo que se ha llamado “las operaciones paramilitares más grandes jamás emprendidas por la CIA”. La guerra de poder desatada por la CIA era desconocida para muchos en ese momento. Y estuvo vinculada en todo momento a la guerra de Vietnam. A medida que EEUU perdía la guerra contra los norvietnamitas, el régimen  real de Laos fue perdiendo terreno en Laos. Y cuando se firmó el alto el fuego en 1973 la CIA terminó con los bombardeos y el partido comunista ganó el control del país hasta el día de hoy. La guerra secreta fue financiada y ejecutada, en parte, a través de la compañía aérea (de propiedad de la agencia de inteligencia) Air America.   

Los bombardeos destruyeron aldeas y provocaron el desplazamiento de cientos de miles de civiles durante los nueve años que duró la guerra. Cuando los estadounidenses se retiraron de Laos en 1973, cientos de miles de refugiados huyeron del país, y muchos de ellos a los Estados Unidos.

PERO LOS EFECTOS DEL BOMBARDEO NO ACABARÍA CON EL ARMISTICIO.

Hasta un tercio de las bombas de racimo  lanzadas no llegaron a explotar (unos 80 millones), dejando el territorio de Laos sembrado de artefactos explosivos sin detonar (UXO). Los UXO activos se encuentran dispersos en los campos de arroz, pueblos, terrenos escolares, carreteras y otras áreas pobladas en Laos, lo que dificulta el desarrollo y la reducción de la pobreza. A fecha de hoy tan sólo se ha desactivado un 1% de los artefactos explosivos en Laos.

Sabías que… cada bomba de racimo contiene entre 600 y 700 submuniciones explosivas dentro de la carcasa. En la actualidad más de 20,000 personas han muerto o resultado heridas por UXO en Laos desde que se terminase el bombardeo..

LAS HERIDAS DE GUERRA SON VISIBLES EN EL PAÍS CUARENTA Y CINCO AÑOS DESPUÉS:

  • Más de 260 millones de bombas de racimo fueron lanzadas en Laos durante la Guerra de Vietnam (210 millones de bombas más de las que fueron lanzadas en Irak en 1991, 1998 y 2006 combinados); De las cuáles 80 millones no llegaron a detonar.
  • Menos del 1% de estas municiones han sido destruidas.
  • Más de la mitad de todas las muertes de municiones en racimo confirmadas en el mundo han ocurrido en Laos.
  • Cerca del 60% de los accidentes resultan en muerte, y el 40% de las víctimas son niños.
  • Entre 1993 y 2016, los EE. UU. Contribuyeron con un promedio de 4.9 millones de dólares por año para el proyecto de desactivación de UXO en Laos; una cantidad ínfima si lo comparamos con los 13.3 millones de dólares* por día que gastaron los estadounidenses durante nueve años bombardeando Laos.

Sólo escribir estos datos hace que a uno se le pongan los pelos de punta. Pero lo peor de todo es ver, sobre el terreno, las consecuencias que hoy en día sigue sufriendo la población de uno de los países más pobres del mundo debido a ello.

Una lluvia de caramelos sobre el Berlín bloqueado.

Berlineses observan el aterrizaje de un avión en el aeropuerto de Tempelhof, en 1948. Bundesarchiv
Berlineses observan el aterrizaje de un avión en el aeropuerto de Tempelhof, en 1948. Bundesarchiv

Autora: Carmen Valero.

Fuente: El Mundo, 12/05/2019

Los países aliados en II Guerra Mundial dieron por finalizado el suministro aéreo a Berlín Occidental. El dictador soviético Josef Stalin había perdido la primera gran batalla de la Guerra Fría.

Todo comenzó en 1948. Berlín había quedado aislado respecto a otras zonas de la República Federal y Stalin estaba dispuesto ampliar su influencia a los sectores en manos de franceses, estadounidense y británicos. Preocupado por la estrepitosa derrota sufrida por el partido comunista en las elecciones de octubre de 1946, Stalin trazó una estrategia que consistió en cerrar el suministro de provisiones para que todos los berlineses se vieran obligados a solicitar tarjetas de racionamiento en los distritos controlados por Moscú.

Calefacción y comida a cambio de adhesión a la causa. El 30 de marzo de 1948, el vicegobernador soviético anunció el corte ferroviario. El 5 de abril, un caza soviético embistió a un avión de pasajeros británicos durante su aterrizaje. Quince personas perdieron la vida. Los vuelos de carga cesaron. El 20 de junio, las potencias aliadas decidieron llevar a cabo una reformar monetaria para estabilizar la economía en la República Federal. Era más de lo que Stalin estaba dispuesto a tolerar. Ofreció relajar los controles a cambio de parar esa reforma. Los aliados rechazaron el chantaje y el dictador convirtió Berlín en lo que ya era, una isla en el océano soviético con dos millones de rehenes sin comestibles para sobrevivir mucho tiempo y sin carbón o madera para calentarse.

La ‘Operación Vittles’ comenzó el 26 de junio de 1948. La descabellada pero decisiva idea de abastecer a la ciudad por aire que planteó el oficial británico Rex. N. Waite se hacía realidad.

El gobernador militar estadounidense Lucius D. Clay consideró inviable la propuesta de Waite, pero la situación era extrema y el alcalde de Berlín Occidental, Ernst Reuter, apremiaba. Clay consultó con el general Willian H. Turner, el ‘padre’ del puente aéreo a los aliados chinos en su lucha contra Japón a través del Himalaya. El abastecimiento a Berlín era aún más difícil, pero Turner aseguró podía transportar lo que fuera a cualquier lugar del mundo.

Los aliados pusieron sus aviones al servicio de Turner, que estableció tres bases de carga y despegue. Unos 300 aparatos en uso permanente. Cada 90 segundos aterrizaba uno en el aeropuerto de Tempelhof, en Berlín Occidental. Esa secuencia obligaba a los pilotos a realizar una sola maniobra de aterrizaje. Si fallaban, regresaban a la base con la carga.

Un piloto estadounidense se convirtió pronto en héroe. Fue Gail Halvorsen, más conocido como ‘Uncle Wackelflüge’. El piloto movía las alas de su avión, un C-54, al iniciar el descenso en pista, para alertar a los niños de su cargamento. Halvorsen colgaba chocolates y chucherías en pequeños paracaídas que él mismo construyó, idea que los otros pilotos secundaron. Así, toneladas de chocolate y caramelos caían del cielo sobre las montañas de escombros que era Berlín. El entusiasmo por los pilotos del puente aéreo crecía, a medida que aumentaba el rechazo a los soviéticos. Ante aquella humillación, Stalin decidió unilateralmente levantar el bloqueo el 12 de mayo de 1949.

El ‘Luftbrüke’ a Berlín ha pasado a la Historia como una de las mayores y más arriesgadas operaciones humanitarias de todos los tiempos. En 322 días se realizaron 280.000 vuelos que transportaron más de dos millones de toneladas de productos de primera necesidad.

Eso arrojaba una media de 9.000 toneladas de provisiones diarias, incluido madera y carbón para las calefacciones. Miles de idas y venidas que sumaron 175 millones de kilómetros o el equivalente a 4.367 veces la vuelta al mundo.

Unos 87 pilotos -39 británicos, 31 estadounidenses y ocho alemanes- murieron prestando servicio en el puente aéreo humanitario a Berlín que, por precaución, se mantuvo hasta el mes de agosto. En total participaron 57.000 personas y entre ellos pilotos de Canadá, Australia, Nueva Zelanda y Sudáfrica. La operación costó miles de millones, monto que los alemanes occidentales asumieron, aunque en una mínima parte, a través de un impuesto para «las víctimas en situación de urgencia en Berlín», el ‘Notopfer Berlín’.

El aeropuerto de Tempelhof, construido en 1923 y remodelado posteriormente por los nazis, se cerro en 2008. Hoy, cuando se cumplen 70 años del final del ‘Luftbrücke’, ha vuelto a abrir las puertas para una fiesta con presencia ‘Rosinenbomber’ de los tipos DC3, C47, DC4 y JU 52. Hasta 40 históricos «aviones bombarderos de golosinas» sobrevolando, por última vez, el cielo de un Berlín unificado.

 

El agente naranja sigue pudriendo los suelos de Vietnam 50 años después.

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La imagen, tomada en noviembre de 1962, muestra el efecto del agente naranja en la margen derecha del río. ALAMY

Autor: Miguel Ángel Criado
Fuente: El País, 16/03/2019

En Vietnam, el ejército de EE UU mantuvo dos guerras: una contra el Viet Cong y otra contra la naturaleza. En esta, los militares estadounidenses usaron millones de litros de herbicidas contra la selva donde se escondían los comunistas y los cultivos de arroz que les alimentaban. El herbicida más usado fue el agente naranja. Una revisión de diversos estudios muestra que, 50 años después de que dejaran de rociarlo, aún hay restos altamente tóxicos de este defoliante en suelos y sedimentos, desde los que entran en la cadena alimenticia.

Fue el presidente Kennedy quien, en el marco de una nueva estrategia para impedir que Vietnam del Sur colapsara bajo la presión de los nacionalistas y comunistas del norte, abrió la puerta a la mayor guerra química de la historia. Los primeros herbicidas llegaron al sudeste asiático en enero de 1962 en una operación que acabaría llamándose proyecto Ranch Hand. Usaron diversos compuestos químicos, muchos de ellos desarrollados durante la guerra mundial para destruir las cosechas de alemanes y japoneses.

Diversos informes de las Academias Nacionales de Ciencia de EE UU (NAS) y agencias gubernamentales como la USAID estiman que en la Guerra de Vietnam se usaron más 80.000 millones de litros de herbicidas. El más usado fue el agente naranja, un defoliante. Los militares no se rompieron mucho la cabeza al nombrarlo: iba en barriles con una franja de ese color para diferenciarlo del agente blanco, el agente púrpura, el agente rosa o el agente verde (contra vegetación de hoja ancha) y el agente azul (usado contra los arrozales).

El 20% de las selvas del país y 10 millones de hectáreas de arrozal fueron rociadas al menos una vez con dosis 20 veces mayores a las recomendadas

La lógica militar era la siguiente: ya que los comunistas usaban la selva como un arma más contra ellos, había que neutralizarla. El trabajo recién publicado en una revista especializada en suelos muestra que el 20% de las selvas de Vietnam fueron fumigadas al menos una vez. Pero el arroz y otros productos agrícolas también fueron objetivos. Hasta el 40% de los herbicidas se usaron contra los cultivos. Aunque los militares intentaran diferenciar entre arrozales de amigos y enemigos, unos 10 millones de hectáreas fueron rociadas con agente azul, que acababa con la cosecha en horas. El tercer principal uso de los herbicidas fue el de acabar con todo el verde que hubiera en los alrededores de las bases militares estadounidenses, creando así un perímetro de seguridad.

Los efectos de todos los herbicidas eran temporales y había que volver a rociarlos cada cierto tiempo. Para ello usaban desde mochilas a la espalda hasta las lanchas para rociar las riberas. Pero fueron una flotilla de aviones C-123 Provider y helicópteros adaptados para levantar tanques de 3.800 litros los que protagonizaron el proyecto Ranch Hand, con más de 19.000 salidas entre 1962 y 1971.

El agente naranja era en realidad un compuesto a partes iguales de dos herbicidas, el ácido 2,4-diclorofenoxiacético (2,4-D) y el ácido 2, 4, 5- triclorofenoxiacético (2,4,5-T). Son reguladores hormonales del crecimiento y en unos días, semanas como mucho, dejan de actuar. Pero lo que no se sabía entonces era que el agente naranja contenía una dioxina altamente tóxica, la TCDD. Para acelerar la producción, se elevó la temperatura unos 5º y el cloro presente en el compuesto a altas temperaturas generaba entre 6.000 y 10.000 partes por millón (ppm) de TCDD más que en condiciones normales. Esta sustancia carcinogénica es hidrofóbica, así que no se disuelve en el agua. Tampoco se absorbe, sino que se adsorbe. Se quedaba pegada como una lapa a las hojas que, al caer, llevaban la dioxina hasta el suelo y la naturaleza se encargaba de propagarla.

La Fuerza Aérea de EE UU realizó unas 20.000 misiones herbicidas.
La Fuerza Aérea de EE UU realizó unas 20.000 misiones herbicidas. U.S. AIR FORCE PHOTO

«La dioxina contaminante se adhiere al carbono orgánico y partículas arcillosas del suelo en las zonas contaminadas y procesos de erosión mueven los sedimentos contaminados mediante escorrentías hasta los cursos de agua, ríos, estanques y lagos, donde las condiciones anaeróbicas protegen la dioxina de la degradación microbiana, extendiendo su vida media», comenta en un correo el experto en suelos y coautor del estudio Ken Olson, profesor de la universidad de Illinois (EE UU).

Expuesta a la acción del sol, la TCDD se degrada en menos de tres años. Pero en suelos protegidos por la vegetación tarda en degradarse hasta 50 y, si está en sedimentos fluviales o marinos, más de un siglo. «Los peces y camarones que se alimentan en el fondo atrapan los sedimentos contaminados y la dioxina se acumula en sus tejidos. Peces más grandes se comen a estos peces y los vietnamitas a ellos», recuerda Olson.

En uno de los informes más recientes revisados por Olson y su colega, la socióloga rural de la Universidad Estatal de Iowa Lois Wright Morton, los investigadores oficiales analizaron los suelos de la base aérea de Bien Hoa y sus alrededores. Fue una de las principales bases desde las que partían las misiones herbicidas y allí se acumularon los bidones sobrantes cuando se suspendió Ranch Hand. «Recogieron 1.300 muestras de suelo de 76 puntos diferentes de la base, tierras cercanas y lagos. Unas 550 muestras tenían niveles de dioxina por encima de la normativa para el uso de la tierra del Ministerio de Defensa Nacional de Vietnam», comenta el profesor estadounidense.

Treinta años después de ser usados en Vietnam, varios aviones aún tenían la dioxina pegada

Los suelos de otras 16 bases áreas estadounidenses tanto en Vietnam como Tailandia están contaminados y muchos de los vietnamitas y estadounidenses expuestos en su momento a estos productos desarrollaron enfermedades. Pero se sabe poco del impacto del agente naranja que queda más allá de las bases. Junto a la de Bien Hoa está la ciudad homónima, en la que viven unas 900.000 personas, y está prohibida la pesca en ríos y lagos de la zona aún hoy.

La persistencia de la TCDD es tal que varios de los aviones que se usaron para rociar el agente naranja tuvieron que ser retirados de una subasta e incinerados porque, 30 años después de volver de Vietnam, aún tenían la dioxina pegada. El último de los informes de las NAS sobre los efectos del agente naranja en los veteranos de guerra, publicado en noviembre pasado, añadía nuevas patologías que aparecían correlacionadas con la exposición al herbicida. Estos informes se publican cada dos años y son un mandato del Congreso de EE UU.

Aunque se estima que hay aún tres millones de vietnamitas que sufren los efectos de los defoliantes, no tienen un seguimiento similar al de los veteranos estadounidenses. «Los efectos negativos sobre la población y los veteranos vietnamitas nunca se determinaron bien y tampoco se han llevado a cabo estudios con la suficiente potencia estadística», asegura la profesora emérita de la Universidad de Columbia (EE UU) en salud pública y una de las mayores investigadoras del uso militar de los herbicidas, Jeanne Stellman.

Uno de sus trabajos, que fue portada de la revista Nature en 2003, usó los registros de la Fuerza Aérea de EE UU para determinar que al menos 3.000 aldeas y poblados fueron fumigados directamente con el agente naranja. Sus cálculos arrojan una cifra de entre dos y cuatro millones de personas expuestas. Además, para Stellman, es un error fijarse solo en la dioxina. «Los herbicidas del grupo fenoxi (el 2,4,5-T y el 2,4-D) en sí no son inocuos», recuerda.

De los pocos estudios internacionales sobre la persistencia de la TCDD en el ambiente destaca uno publicado hace ya 10 años por investigadores japoneses y vietnamitas. En él compararon los niveles de contaminación de los suelos de una de las aldeas rociadas con agente naranja con los de otras que se libraron. En la primera, la presencia de dioxina quintuplicaba a la de la segunda, aunque su concentración era más baja que la observada en la base aérea de Bien Hoa. El trabajo también halló mayores niveles de dioxina en la leche materna, pero no puede descartarse que se deban a la exposición más reciente a pesticidas agrícolas.

Olson cree que sería exagerado y sin base científica considerar que todos los suelos rociados hace 50 años sigan contaminados hoy. En todo caso, solo en Bien Hoa hay al menos 414.000 metros cúbicos de suelos que deberían ser tratados. Para Olson, el método definitivo para acabar con la dioxina sería incinerarlos, quemar la tierra.

La Guerra de Corea, el conflicto olvidado que nunca acabó.

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Autor: Dave Meler.

Fuente: queaprendemoshoy.com, 15/03/2018

 

El conflicto entre las fuerzas capitalistas y las fuerzas comunistas, durante la Guerra de Corea, escenificó a la perfección la rivalidad soviético-estadounidense durante la Guerra Fría y según muchos historiadores, perfiló el escenario político que vivimos hoy en día.

Sabías que… la Guerra de Corea a menudo ha sido llamada la “Guerra olvidada” en los Estados Unidos, ya que la cobertura del conflicto fue censurada y su memoria ha quedado ensombrecida por conflictos como la Segunda Guerra Mundial o la Guerra de Vietnam.

EL DETONANTE LA GUERRA DE COREA

El conflicto militar no podría entenderse adecuadamente sin considerar su contexto histórico. La península de Corea, había sido colonia japonesa desde 1910 hasta 1945, y fue ocupada por los Estados Unidos y la Unión Soviética al final de la Segunda Guerra Mundial. Cuando se propuso dividir temporalmente el país a lo largo del paralelo 38 para repartir la esfera de influencia en la península.

 “Una Corea dividida fue algo sin precedentes“.

Charles K. Armstrongprofesor de historia coreana en la Univ. de Columbia.

En 1948, la administración sureña anticomunista respaldada por los Estados Unidos, con sede en Seúl, se declaró a sí misma como la República de Corea. Y poco después, la administración del norte comunista respaldada por los soviéticos, con sede en Pyongyang, se declaró la República Popular Democrática de Corea. La inestabilidad fue constante, las escaramuzas fronterizas frecuentes y ambos bandos rechazaban la legitimidad del otro. Hasta que en el 25 de Junio de 1950 las fuerzas comunistas del norte cruzaron el paralelo 38 con la intención de ocupar el resto de la península e implantar una república comunista única.

BANDOS CONFRONTADOS

La guerra enfrentó básicamente a Corea del Sur y los Estados Unidos, bajo los auspicios de las Naciones Unidas, contra Corea del Norte y China. Aunque otras naciones, en menor medida, también aportaron tropas. La Unión Soviética fue el apoyo principal de Corea del Norte al comienzo de la guerra, aportando armas, tanques y asesoramiento estratégico. Pero, pronto, China emergió como su aliado principal, enviando soldados para luchar en Corea, asegurándose así de mantener el conflicto lejos de su frontera.

En cierto sentido, esta fue la primera y única guerra entre China y Estados Unidos, hasta ahora

Bruce CumingsProfesor de Historia en la Univ. de Chicago.

EFECTOS DEVASTADORES

Corea del Norte fue arrasada. Hoy en día los norcoreanos consideran el bombardeo estadounidense como un Holocausto“.

Prof. Asmtrong

EL FIN DEL CONFLICTO

Técnicamente, la Guerra de Corea no terminó nunca. La lucha armada llegó a su fin en 1953, cuando Corea del Norte, China y los Estados Unidos firmaron un armisticio. Y la creación de una zona desmilitarizada de 4km de ancho a lo largo del paralelo 38. Pero Corea del Sur nunca aceptó el armisticio, y nunca se ha firmado un tratado de paz formal. Ni Corea del Norte ni Corea del Sur habían logrado su objetivo: la destrucción del régimen opuesto y la reunificación de la península dividida.

Sus generales siguen luchando en una guerra que para ellos nunca a acabado. Desde 1953 ambas Coreas han convivido en una situación incómoda bajo la supervisión de más de 20,000 soldados estadounidenses y fuerzas de la ONU.

El asesinato del presidente Kennedy.

 

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Fotografía de Kennedy minutos antes de su asesinato

Fuente: historiaeweb.com, 22/11/2017

Un 22 de noviembre en Dallas

John Fitzgerald Kennedy es uno de los presidentes más mundialmente conocidos de la Historia de Estados Unidos. Su carisma, su juventud para ser presidente, sus relaciones sentimentales, y sobre todo, su magnicidio. han ayudado a acrecentar la leyenda urbana en torno a su persona. En las elecciones presidenciales de 1960, J.F. Kennedy había ganado por un escaso margen y contra todo pronóstico al candidato republicano, Richard Nixon. El que Kennedy estuviera en la ciudad de Dallas aquel 22 de noviembre de 1963 se debió a que formaba parte de su campaña para la reelección en las futuras elecciones de 1964. Los sondeos en los estados del Sur no le eran nada favorables, sobre todo en Texas, por lo que a finales de verano de 1963 el presidente decidió hacer un viaje allí para recaudar votos y aumentar su popularidad.

Kennedy inició una larga gira por 12 estados donde quería consolidar su candidatura. La campaña comenzó en Florida y de allí pasó a Texas. Kennedy se llevó con él a su vicepresidente, Lyndon B. Johnson, y a su esposa, Jacqueline Kennedy, con un mismo objetivo: aprovechar la buena fama e influencia que estos tenían en la sociedad en general, y en Texas en particular, ya que Johnson era tejano. En Texas, la gira comenzó el 21 de noviembre en las ciudades de Houston y San Antonio, con el objetivo de pasar a Fort Worth y Dallas al día siguiente.

El asesinato de J.F.K.

El presidente y su esposa recorrían el centro de Dallas en un coche descapotable con John F. Connnally, gobernador de Texas, y su esposa. Entre una multitud que los aclamaba a ambos lados, se oyeron tres disparos de un rifle, y dos de las balas dieron a Kennedy en la espalda y la cabeza, resultando herido también el gobernador. Los espectadores se dispersaron en busca de refugio, mientras el coche presidencial iniciaba una rápida carrera hacia el hospital Parkland Memorial, al mismo tiempo que Jackie Kennedy trataba de sostenerle la cabeza en su falda con gran angustia y horror. A pesar de todos los esfuerzos por salvarle la vida, la muerte de Kennedy era inevitable. Moría en el hospital a las 13:00 horas, sin haber recobrado nunca la consciencia.

Antes de las tres de la tarde, el vicepresidente Johnson prestó juramento como presidente de Estados Unidos en el avión presidencial en el vuelo de regreso a Washington D.C. Jackie Kennedy también estuvo en ese vuelo, aun con la ropa totalmente manchada con la sangre de su esposo fallecido. Hubo un luto nacional sin precedentes en la Historia estadounidense, y el presidente fue enterrado en el cementerio nacional de Arlington, el 25 de noviembre de 1963. Muy poco después del magnicidio, se arrestó a Lee Harvey Oswald, un ex soldado de la Infantería de Marina, como principal sospechoso de la muerte de Kennedy. Oswald trabajaba en una biblioteca situada en la calle de la agresión, y salió unos pocos minutos después del asesinato, declarándose inocente al ser detenido.

Lee Harvey Oswald al día siguiente de la muerte de Kennedy
Lee Harvey Oswald al día siguiente del magnicidio

Teorías conspiratorias sobre la muerte de Kennedy

A pesar de que el arma que fue identificada como el arma homicida pertenecía a Lee Harvey Oswald, hay varios factores que han hecho desarrollar a lo largo del paso del tiempo una serie de teorías de la conspiración. En primer lugar, el propio Oswald fue asesinado por Jack Ruby, propietario de una discoteca, al día siguiente del magnicidio. Ruby alegó que lo hacía para vengar al presidente, pero lo cierto es que también imposibilitó que se llevara a cabo un proceso judicial justo y una investigación policial completa.

En segundo lugar, por la ausencia de transparencia institucional que ha rodeado este acontecimiento desde hace décadas. Johnson, como nuevo presidente, designó rápidamente una comisión de investigación, presidida por el juez Warren, jefe del Tribunal Supremo, para aclarar lo sucedido. La comisión trabajó durante 10 meses y sus conclusiones fueron claras en el Informe Warren: el presidente Kennedy había sido asesinado por un solo asesino, Lee Harvey Oswald, que había actuado porque estaba loco, y no por razones políticas.

Este informe contiene contradicciones y no responde a todas las preguntas. Varios testigos afirmaron tener la certeza de haber escuchado disparos desde el otro lado de la calle, y tanto la personalidad de Ruby como su misteriosa muerte en la cárcel en 1967, levantaron y sigue levantando la sospecha de una conspiración política, cambiante a lo largo de las décadas entre la Cuba de Fidel Castro, la CIA, la mafia o la URSS.

Bibliografía

HOBSBAWN, E.J. (1995):  Historia del Siglo XX: 1914-1991. Ed. Crítica. Barcelona.

FURTADO, P. (2009): 1001 días que cambiaron el mundo. Ed. Grijalbo, Barcelona.

V.V.A.A. (2013): 365 días que cambiaron el mundo. Ed. Planeta, Barcelona.

Cómo la Stasi colocó a un espía de asesor del canciller de Alemania Occidental.

Willy Brandt y Günter Guillaume en una conferencia del partido, Düsseldorf, ca. 1972. Foto: Pelz (CC).

Autor: 

Fuente:  Jotdown.

Guillaume, Günter. Nace en Berlín en 1927. Es solo un adolescente cuando es reclutado para las fuerzas auxiliares de la Luftwaffe. Los nacidos entre 1926 y 1929 se conocen como la generación Flakhelfer, alemanes con la experiencia común de ser arrancados de la niñez para servir en reflectores y armas antiaéreas, uno de los objetivos prioritarios de los bombardeos aliados. A los diecisiete años ingresó en las Juventudes Hitlerianas. Después de la guerra, le tocó vivir en el área soviética. E ingresó en el Partido Comunista.

En 1955, Werner Sikorski, investigador de la Comisión Internacional de Juristas, según Stasi, the Untold Story of the East German Secret Police, de John O. Koehler, se encontró con un informante que respondía a las iniciales de M. A. Le habló de que en Berlín Este había un fotógrafo, Günter Guillaume, militante del Partido Comunista, que a menudo no se presenta a su puesto de trabajo en una editorial del Estado, Volk und Welt. Cuando su jefe empezó a investigar por qué no iba todos los días a trabajar, la jerarquía del partido le ordenó que no se metiera en lo que no le importaba. Después del incidente, Guillaume fue enviado a un curso de capacitación. Lo normal en esos casos era saber dónde iba a recibir los cursos, pero en este fue secreto. El informe de M. A concluía con que, al final, Guillaume había abandonado la editorial. Obviamente, entendía, para instalarse en el Oeste. Era importante seguir su pista. El dosier llegó a manos de un detective que trasladó el caso a la policía federal de la RFA, pero ahí se quedó. En el lance burocrático la carpeta se olvidó en los archivos centrales.

M. A. estaba en lo cierto. Guillaume y su mujer, Christel, habían sido reclutados por el coronel Paul Laufer del Servicio de Información Exterior de la Stasi. Antes de la Segunda Guerra Mundial, Laufer había sido militante en secreto del Partido Comunista y militante activo de la socialdemocracia. Un infiltrado. Ahora tenía planes semejantes.

En 1956, los Guillaume, como tantos otros fugitivos que huían de la RDA, se instalaron en Frankfurt. Quedaban cinco años para la construcción del Muro, tenían veintisiete y veintiocho años. En sus memorias, Markus Wolf, el director de la Stasi, explicó cuál era su coartada. La madre de Christel, Erna, era ciudadana holandesa, por eso pudo salir de la RDA y abrir un estanco en  Frankfurt. Por medio de la reagrupación familiar, el matrimonio se ahorró pasar por los campos de recepción para alemanes orientales donde se estudiaba quién era quién en las oleadas de emigrados que recibía la RFA aquellos días.

Wolf describió así a la pareja: «Christel siempre me recordaba la figura de una secretaria cabal, sólida, segura de sí misma, pero carente de imaginación. En cambio, Günter superaba un poco los límites del equilibrio y siempre se le veía desbordando afabilidad y capacidad para adaptarse a cualquier grupo».

Como estaba previsto, ambos se afiliaron al SPD, el partido socialdemócrata. El sur del estado federado de Hesse era uno de los caladeros de votos del partido. Como era habitual en los llegados del Este, entre la militancia se distinguieron por su anticomunismo y sus enfrentamientos con el ala izquierda de las Juventudes Socialistas.

Günter dejó el estanco de su suegra para montar una tienda de fotocopias. También hacía trabajos como fotógrafo freelance. Y tuvieron un hijo, Pierre. Cada miércoles recibían informaciones y órdenes por radio. Los servicios de inteligencia de Alemania Oriental tenían la cortesía de felicitar por sus cumpleaños a todos los miembros de la familia. Pero no se activaron realmente para la Stasi hasta 1959, cuando los socialdemócratas renunciaron al marxismo en la conferencia de Bad Godesberg de 1959. Markus Wolf reconoció en sus memorias que, desde ese momento, vieron que el SPD tenía posibilidades reales de llegar al Gobierno y les ordenaron que se involucraran más en el partido.

Christel fue la primera en tener un ascenso. Se convirtió en la jefa de gabinete de Willy Birkelbach, nada menos que miembro de la ejecutiva del partido, presidente del grupo socialista del Parlamento Europeo y secretario de Estado de Hesse. Tenía acceso a documentos secretos de la OTAN, explicó Markus Wolf, y a los planes de emergencia nuclear. Toda la información que recopilaba Christel, Günter se las arreglaba para microfilmarla e introducirla en cajetillas de tabaco que le vendía a un correo que se hacía pasar por cliente en el estanco de su suegra. Si no, él mismo llevaba la información a Berlín Este y recibía nuevas instrucciones.

Al mismo tiempo, Günter empezó a tomar fotografías de las reuniones y los eventos del partido hasta que en 1962 fue contratado por el periódico del SPD, Der Sozialdemokrat. En el libro de historia de la Stasi, Koehler diferencia entre el perfil de él y el de ella como espías. Günter acababa cada día en bares y restaurantes con sus colegas del partido, bebiendo duro y cotilleando. Pasándoselo muy bien. Y por eso era muy apreciado. Ella no tenía atractivo físico ni personal, solo una eficacia increíble trabajando. Cada uno llevaba una vía ascendente por diferentes medios. En 1964, Günter se convirtió en secretario del partido en Frankfurt.

Con lo primero que cortó la Stasi fue con los viajes de Günter al Este. Le podían reconocer dentro de la RDA. En una de las últimas entradas que había hecho, a su hijo le llevó al zoo un oficial con acento sajón. Cuando volvieron al Oeste, el chaval iba imitando esa forma de hablar, el acento más peculiar de Alemania del Este.

Willy Brandt en un acto oficial en Berlín con Günter al fondo, 1973. Foto: Ulrich Wienke / German Federal Archives (CC).
En 1969 Günter fue elegido concejal de Frankfurt y se encargó de la campaña electoral del diputado nacional Georg Leber, un líder sindical que después llegó a ministro de Defensa. Se enfrentaron en primarias a Karsten Voigt, situado en posiciones a la izquierda de Leber, y ganaron. El nuevo diputado ofreció a Günter que le acompañara a Bonn. Para el traslado, el asesor puso como condición que pudiera ir con él su mujer. Como estaba metida en el partido, le consiguieron un trabajo en la oficina del estado de Hesse en Bonn. Los dos espías se plantaron en la capital de la RFA. Y, al poco tiempo, Günter fue propuesto para asesor del canciller de Alemania, Willy Brandt.

Llegados a ese nivel, Markus Wolf les dio órdenes de no mostrar ambiciones ni la más mínima intención de trepar para no llamar la atención. El partido tenía que investigarles. Heribert Hellenbroich, que luego llegó a director de la inteligencia exterior de la RFA, confirmó que se había estudiado a Günter a fondo sin encontrar nada. Horst Ehmke, jefe de gabinete de Brandt, decidió interrogarlo directamente el 7 de enero de 1970. Günter contestó sin ponerse nervioso, algo para lo que había sido entrenado, y explicó su trabajo en la editorial de Berlín Este. Ehmke, tras escucharlo, decidió que estaba fuera de toda sospecha. Otro asesor de Brandt, Egon Bahr, siguió desconfiando. Le dijo a Ehmke, citado por Wolf: «Quizá cometa una injusticia con ese hombre, pero su pasado me parece muy peligroso».

Sin embargo, por esas fechas eran muy habituales las denuncias tanto anónimas como directas a todos los que habían sido residentes en la RDA. Por un lado, ellos mismos lo solían hacer para eludir las sospechas que pudieran recaer sobre ellos exagerando su anticomunismo. Lo que flotaba en el ambiente era que había mucho personaje más papista que el papa. Y ya había antecedentes de exciudadanos de la RDA en el Gobierno, como Hans-Dietrich Genscher, ministro del Interior de Brandt. El informe de la Comisión Internacional de Juristas se encontró y se volvió a poner en la mesa, pero consideraron que, pasado tanto tiempo, ya no se podía valorar la exactitud de esa información. El general Gerhard Wessel, director de los servicios de inteligencia federales, no pudo asegurar a los hombres de Brandt que Günter fuese un agente de la RDA con la documentación que tenían, pero sí que le pareció sospechoso y recomendó que no fuese incluido en el gabinete del canciller, sino en cualquier otro organismo del Gobierno menos delicado.

Pero Wessel topó con la política, el partido socialdemócrata buscaba una renovación. Con todo lo que eso significa a efectos de marketing. La necesidad de caras nuevas favoreció a Günter, que no provenía de ninguna familia tradicional dentro de la organización, ni había ostentado cargos importantes con anterioridad. Era el tipo de perfil que buscaban ascender y del que quería rodearse Brandt. Además, su protector era Leber, exlíder sindical, y el presidente necesitaba un enlace con los sindicatos. Ese librero metido a espía se convirtió en asesor del canciller federal de Alemania. Su mano derecha en las relaciones con la Iglesia y los sindicatos. Al espía se le proporcionó una radio A-1, lo último. El mensaje se grababa en una tira de celuloide, se giraba una manivela y era emitido por radio en una fracción de segundo. Era imposible localizar al emisor.

Es a partir de aquí donde hay que empezar a dudar de la naturaleza de los hechos tal y como han sido contados. El punto más importante del programa de Brandt eran las relaciones con la RDA, la Neue Ostpolitik (Nueva Política Oriental). Era partidario de rebajar la tensión. De un acercamiento no solo con la RDA, sino también con la URSS y sus países satélites más cercanos. Recibió el Premio Nobel de la Paz en 1971 por esta política. En El País se escribió años después que, aunque estuviera cargada de contradicciones, la Ostpolitik de Brandt era un verdadero cambio en el curso de la política exterior alemana y occidental.

Por eso, que terminara cayendo por culpa de una intriga de la Stasi dejaba en una posición comprometida la política exterior de la RDA. En ese sentido, hay que tener en cuenta que las memorias de Markus Wolf tienen pinta de ser más bien exculpatorias en este episodio. Su intención no era hacer daño a un hombre de su categoría y boicotear su línea política, viene a contar. Pero hay que ponerlo en duda. Aunque da detalles, como que para que Brandt no perdiera una votación sobornaron a un diputado democristiano, Julius Steiner, lo que demostraría que de algún modo sí estuvieron al quite.

Wolf aseguró que lo que buscaban con el espionaje de Günter era poder anticipar posibles crisis internacionales. También les sirvió para poder conocer de primera mano las intenciones y temores del canciller antes de su encuentro de marzo de 1970 con Willi Stoph, primer ministro de la RDA, quien, por cierto, tenía una Cruz de Hierro en casa por su valor en la invasión de la URSS en la Operación Barbarroja —aunque ya era militante comunista antes de ser reclutado por la Wehrmacht—.

Lo que no contó Wolf sí que aparece en el libro de Koehler. Gracias a esta misión, los soviéticos conocían no solo las estrategias de la RFA, también de sus aliados, como Estados Unidos. Eso les dejó en una gran desventaja en las negociaciones entre bloques de 1972. Y la Stasi había logrado rizar el rizo. Cuando se celebró el congreso del SPD en Saarbrücken a mediados de 1970, Günter Guillaume fue nombrado enlace entre la cancillería y los servicios secretos de la RFA.

No obstante, de esta etapa, lo que subrayó Wolf fue: «No era ningún secreto que Willy Brandt era un mujeriego incorregible». Esta debilidad fue determinante. Mientras iban de campaña electoral, viajaba con ellos la periodista Wibke Bruns. Si Rut, la esposa noruega de Brandt —el canciller había estado refugiado en Noruega y Suecia durante el nazismo— no le acompañaba a algún destino, Brandt instalaba a la periodista en su habitación. Günter estaba siempre en el dormitorio contiguo, suponemos que con la oreja aplastada contra la pared. «Las habitaciones ocupadas por Guillaume y Brandt solo estaban separadas por un delgado tabique, Guillaume se dio cuenta de que la práctica adúltera de Brandt era frecuente y variada». El espía lo aprovechó. No tardó en ganarse su confianza más íntima para convertirse en mamporrero del canciller y empezó a conseguirle mujeres. Aunque, sin duda, eso debió de ser más fácil que seguirle el ritmo de la ejecutiva del partido. En palabras de Wolf: «Por lo que sé, toda la estructura de la socialdemocracia parecía estar lubricada con vino tinto». Günter sufría para recordar después todo lo que averiguaba en esas borracheras con la cúpula del SPD.

Cuando Brandt ganó las elecciones en 1972, la dirección de la Stasi pudo ver a su espía en directo por televisión brindando con el flamante ganador de los comicios. Muy raro sería que no se partieran de risa. En aquel momento, la Stasi tenía miles de agentes en el Oeste. Muchos en cargos importantes. Tantos que su quebradero de cabeza era que no coincidieran y se estorbasen o confundieran los unos a los otros.

Willy Brandt, Walter Scheel, Horst Ehmke y Egon Bahr en su primera declaración tras la victoria electoral; en segunda fila se encuentra Günter Guillaume (1972). Foto: Lothar Schaack / German Federal Archives (CC).

Pero la clave estuvo en la cama del canciller. Según El País, los encuentros sexuales que Günter le facilitaba al presidente fueron pertinentemente notificados a la Stasi, que a la postre se los filtró en pequeñas dosis a la editorial Springer. Wolf ocultó este hecho. Admitió que los propios servicios secretos de la RFA, cuando descubrieron a Guillaume, elaboraron un informe sobre la vida privada del canciller en el que figuraba el espía como suministrador de «periodistas, conocidas casuales y prostitutas» con las que se acostaba el presidente.

El director de la Stasi negó expresamente en sus memorias que pretendieran de este modo extorsionar a Brandt: «Nunca intentamos tal cosa. En primer lugar, sabíamos que en el mundo político de Bonn, un ámbito cerrado y cuidadosamente protegido, la prensa ni siquiera tocaría la información. En todo caso, no nos serviría de mucho, pues no estábamos interesados en destruirlo, sobre todo porque habíamos aprendido a tratar con él, sabíamos mucho de su persona y aplicábamos la máxima de todos los servicios de inteligencia, consistente en trabajar con el demonio conocido antes que acostumbrarse a uno nuevo».

Por el camino, Günter Guillaume también echó alguna que otra cana al aire. Wolf dejó caer que tuvo una amante, pero en 1981 el corresponsal de El País en Bonn señalaba que había mantenido relaciones con varias secretarias en contacto con valiosa información.

Ni Christel ni Guillaume fallaron. Cayeron en cadena por un error ajeno. Cuando se descubrió al espía Willy Gronau, cuyo nombre en clave era «Felix», directivo de la asociación de sindicatos de la RFA, de seis millones de afiliados, los agentes de contrainteligencia se fijaron en su apellido francés. Ese fue el vínculo que establecieron entre ambos. Sobre todo porque, cuando detuvieron a Gronau, uno de sus colaboradores había cometido un error, se había saltado una norma sagrada, y tenía en su apartamento un papel apuntado con las tareas pendientes donde figuraba el apellido Guillaume. Era para no olvidar darle a Gronau la orden de cortar el contacto con él.

«El nombre peculiar de Guillaume representó un papel fatídico. Si se hubiese llamado Meyer o Schultz, podría haberse evitado el desastre», se lamentó Wolf. Cotejando la información, los agentes de la inteligencia federal también vieron que las felicitaciones de cumpleaños que habían interceptado quince años atrás, una de un 1 de febrero, otra el 6 de octubre y una más el 8 de abril, se correspondían con las fechas de nacimiento de Guillaume, su mujer Christel y su hijo Pierre.

Lo sorprendente fue la reacción de la inteligencia alemana. Decidieron no detenerle, dejarle hacer un año más. Informaron a Brandt y aceptó. No sin polémica y sospechas sobre ese extravagante modo de proceder. El mismísimo canciller de Alemania se convirtió en un cebo de los servicios secretos. Él único caso conocido en la historia. Pero no se sabe si Brandt llegó a ser consciente realmente. Hans-Dietrich Genscher y Klaus Kinkel, ministro del Interior y su mano derecha, según Wolf, avisaron a Brandt de una forma tan «indiferente» que el canciller apenas prestó atención y no volvió a darle vueltas a ese asunto. Ambos se justificaron después diciendo que Günther Nollau, jefe de contraespionaje de la RFA, les había hablado de una sospecha, no de una certeza. Nollau, sin embargo, «insistió hasta su muerte en que él había hecho una enérgica advertencia», citó Wolf, para quien la trampa se la tendieron los suyos.

De todos modos, el cebo no sirvió para nada, al contrario. En los siguientes once meses, tras ciento cincuenta operaciones de observación del espía, no lograron atraparlo nunca con las manos en la masa, aunque sí que comprobaron que su conducta era la propia de un agente secreto entrenado por cómo se movía.

Para que Günter no sospechara que le tenían detectado, el BND le dijo a Brandt que se lo llevara de vacaciones con su familia. Fueron al lago Mjosa, en Hamar, Noruega. Ahí, pese a que ya se sabía que era un agente de la Stasi, se las arregló para pasar al Este hasta una carta personal de Nixon a Brandt en la que le instaba a presionar a los franceses para que aprobasen un acuerdo sobre el futuro de la OTAN. En el viaje a Noruega, Guillaume le entregó una documentación al jefe de los servicios de seguridad diciéndole que no quería llevar material clasificado en su coche. En realidad, el sobre contenía papeles con chorradas. El espía logró encontrarse con un oficial de la Stasi en el trayecto y entregarle fotografías de la documentación.

Wolf contó que se le ofreció al matrimonio la oportunidad de huir cuando empezaron a albergar sospechas de que les seguían, pero ellos no quisieron dar el paso. Se les ordenó entonces interrumpir cualquier labor de espionaje. En un viaje a Francia, el BND pensó que Günter iría a encontrarse con su contacto con el Este, el modus operandi habitual de los espías de la Stasi. Le siguieron más de cien agentes. El ministro del Interior, Genscher, recordó años después que la operación fue «casi una segunda invasión de Francia». Pero Guillaume no iba a encontrarse con un enlace, sino con una amante.

Días después, intervinieron definitivamente. De madrugada, Pierre, el hijo de dieciocho años de Günter y Christel, escuchó que llamaron a la puerta con insistencia. Pensaba que era el panadero, que llevaba a primera hora el pan recién hecho, pero se encontró con cuatro oficiales de la policía criminal. Günter Guillaume se estaba afeitando cuando le anunciaron en el baño su detención bajo cargos de espionaje. Sorpresivamente, el espía admitió la acusación en el acto y gritó: «¡Soy capitán del Ejército Nacional Popular de la República Democrática Alemana y miembro del Ministerio de la Seguridad del Estado, les suplico que respeten mi honor de oficial!». Ahí se enteró su hijo de quién era en realidad su padre. En el registro encontraron una cámara microdot y un reloj de pulsera con cámara de fotos. Se llevaron a Günter, a Christel y a su madre Erna esposados.

Comisión de investigación del caso Guillaume, 1974. Foto: Lothar Schaack / German Federal Archives (CC).

Muchos años después, Pierre recordó en la BBC el día en que se enteró de esa manera de que sus padres eran espías: «Me dejaron solo en el piso con un montón de agentes federales y de la policía. Registraron el apartamento, tomaron fotos de las paredes, cortaron muestras de jabón y se llevaron parte de mi colección de discos. Pasaron horas antes de que nadie me dijera qué estaba pasando. Miembros de la embajada de la RDA se presentaron y me dijeron que todo era verdad sobre mis padres y que ellos me cuidarían».

Willy Brandt se enteró de la detención en un aeropuerto, cuando volvía de una visita a Egipto. La forma en que Guillaume admitió su culpabilidad dejó al canciller completamente vendido. También a su amante, que se suicidó. Markus Wolf tenía una hipótesis sobre por qué un agente que nunca había cometido ni el más mínimo error, en el momento de su detención hizo saltar todo por los aires. Por lo visto, Pierre, como es lógico, era muy importante para él y sufría día y noche por ocultarle quién era realmente su padre. La cosa pasó a mayores cuando Pierre, de adolescente, comenzó a interesarse por la política, se hizo de izquierdas, mucho, y empezó a criticar a su padre por socialdemócrata. Le llamaba «traidor al socialismo». Muy contrariado, en una discusión le llegó a contestar que no era lo que creía. Al delatarse, puede que estuviera manteniendo una especie de diálogo con su hijo.

Brandt dimitió. Le estaban machacando en la prensa, incluso en su propio partido. Wolf dejó entrever la sospecha de que en realidad, en el caso Guillaume, lo que le hicieron al canciller fue tenderle una trampa sus propios compañeros. Durante semanas, el escándalo ocupó las portadas de los periódicos. A golpe de titular, iban saliendo revelaciones sobre el espía, pero las que más impacto tuvieron fueron las informaciones sobre que ejercía también de proxeneta para el canciller. También se habló de la afición al alcohol que había en la cúpula socialdemócrata, se reveló el apodo que Brandt se ganó en su época como alcalde de Berlín Oeste, Weinbrand Willy (Brandy Willy). Mientras tanto, Nixon estaba atravesando los peores momentos en el caso Watergate. Era solo 1974, las consecuencias de la crisis del petróleo no habían llegado aún a las economías socialistas. Los comunistas sacaban pecho ante tanta degradación occidental, aunque Brézhnev Honecker manifestaron su desagrado por el caso Guillaume.

Wolf escribió que la caída de Brandt se consideró «un desastre» tanto en el Este como en el Oeste, y que la culpa se le atribuía injustamente a él: «Nuestro papel en la caída de Brandt fue tirar piedras a nuestro propio tejado. Nunca deseamos, planeamos, ni vimos con agrado su eliminación política. Pero, una vez que la cadena de los hechos se puso en movimiento, tuvo su propia dinámica. ¿En qué momento debí haber detenido la operación?».

El 6 de mayo de 1974, Brandt dimitió aludiendo a «las normas no escritas de la democracia» y para evitar que se destruyera su «integridad política y personal», pero calificó como «grotesco» que alguien pensara que se podía chantajear a un canciller federal. Le sustituyó Helmut Schmidt.

Durante el juicio a Günter Guillaume, el fiscal general acusó al espía de haber reducido el poder de disuasión de la OTAN informando a la URSS de las divisiones en el seno de la organización. La viabilidad de la alianza atlántica pasaba por «un poder basado en la determinación creíble de los Estados miembros a desarrollar una defensa conjunta, a demostrar una auténtica solidaridad en el seno de la Alianza y a obtener un equilibrio estratégico de las fuerzas militares». Sin embargo, «esa situación pudo inducir a la Unión Soviética, por consideraciones políticas y estratégicas, a adoptar medidas dirigidas a socavar la alianza occidental y más tarde a transformar esa nueva situación en una serie de medidas políticamente coercitivas».

En diciembre de 1975 fue condenado por alta traición a trece años de cárcel. Una pena muy alta para un espía. A Christel le cayeron ocho. En la cárcel, Guillaume se enteró de que le habían ascendido a coronel en la RDA y presumió de ello ante los presos; según El País, le dijo a otro recluso de la prisión de Colonia: «Ahora solo me tengo que cuadrar ante los generales».

Christel fue intercambiada por seis agentes occidentales. Se reunió con su hijo y con su madre en Berlín Oriental poco después del juicio. Pierre visitó a su padre en la cárcel con frecuencia, pero vivir en el Este no le gustaba. Años después, relató a la BBC: «En 1980 le dije a la Stasi que ya no quería vivir allí, el resultado fue que me retiraron el pasaporte, así que me convertí en un verdadero ossie, un verdadero alemán del Este».

Wolf tuvo a mucho personal, confesó, dedicado al bienestar de Pierre. A su integración en la vida de la RDA. Pero era tarea imposible, según escribió en El hombre sin rostro:

Se había educado en un medio completamente distinto y antiautoritario que fomentaba el individualismo en el vestido, en la expresión y la conducta. Felizmente, ese estilo no había desbordado el Muro de Berlín, y cierto tipo de orden prusiano prevalecía en las escuelas de la RDA. Descubrimos que el colegio más apropiado que podía utilizarse era uno en el que la directora estaba acostumbrada a tratar con niños bastante malcriados de familias de la élite de Alemania Oriental. Se pidió a varios activistas fieles de la Juventud Libre Alemana y voluntarios de familias de confianza, según los servicios secretos, que trabasen amistad con él. Todo fue inútil. Pierre, sencillamente, dejó de ir a clase y cuando asistía provocaba desórdenes. Poco después, nos anunció, para nuestro horror, que deseaba regresar a Bonn, donde tenía una novia cuyo padre pertenecía al partido conservador del Ministerio del Interior. Cada vez que Pierre viajaba a ver a su padre encarcelado, pensábamos que podríamos perderlo. Así, comenzamos a tomar medidas desesperadas para retenerlo, se había interesado en la fotografía, de modo que mi departamento le compró el equipo más moderno y le facilitó un aprendizaje en la mejor técnica de color que pudimos hallar. En el curso del tiempo, tuvo una nueva amiga socialista, una alemana oriental cuyo padre era funcionario de mi servicio. Nuestro alivio fue inmenso. Pero la situación mostró otra complicación, aproximadamente un año después supe que ambos habían solicitado permiso para salir de la RDA. Nada pudo hacerse para disuadirlos. Aceptamos la derrota y aceleramos la partida de la pareja. Los despedimos con cierto alivio.

Luchar por la repatriación de Günter Guillaume era una obligación moral para la RDA, sobre todo de cara a sus nuevas generaciones de espías. Ocho años antes de que cumpliera su condena, se le incluyó en un canje de múltiples agentes en otoño de 1981. A su regreso se le recibió por todo lo alto en una casa de campo secreta. Llevaba puesto un traje que le habían regalado los policías de la cárcel de Colonia, se los había ganado. Cuando se encontró con su jefe, con Markus Wolf, Guillaume le dio las gracias. Wolf le dijo: «Somos nosotros los que te damos las gracias». Todo se grabó para un documental para futuros agentes.

Willy Brandt y Günter Guillaume, ca. 1974. Foto: Ludwig Wegmann / German Federal Archives (CC).

Su esposa Christel estaba presente, pero esperaba a cierta distancia. Se abrazaron, pero su matrimonio ya estaba liquidado. Les facilitaron «una agradable residencia» para que arreglasen las cosas, pero Christel no quiso. Eso hundió a Günter. También esperaba convertirse en la mano derecha de Wolf, pero llevaba años fuera de juego. Estaba desactualizado. Es gracioso que, en las memorias del director de la Stasi, cuando este recuerda las conversaciones con el médico de Guillaume, Wolf le dijo: «Lo único que satisfaría a Günter sería un puesto en el Politburó». El galeno contestó al oír eso: «Bien, uno más o menos no cambiará la situación».

Honecker, presidente de la RDA, les concedió a él y a su exmujer la máxima condecoración de la Alemania Oriental, la Orden de Karl Marx, y se les asignó una casa con un terreno de mil metros cuadrados al lado de un lago al noroeste de Berlín. Los ahorros de Günter Guillaume, cuyo sueldo había entrado rigurosamente cada mes en su cuenta desde 1956, eran de medio millón de marcos. Era millonario en un país comunista.

Wolf también reconoce sin tapujos que le proporcionaron al exespía compañía femenina, a Elke. «Una agradable enfermera de edad madura». Y con intenciones claras: «Con el propósito ostensible de atender sus problemas renales y de circulación, pero también para ensayar las posibilidades de una relación sentimental». Y, según contó, funcionó. Se casaron. La marcha de su hijo a la RFA, que se produjo cuando Pierre tenía treinta y un años, mujer y dos hijos, fue otro duro golpe. Günter calificó a su hijo de «traidor», sin miramientos. Para comenzar una nueva vida al otro lado del Muro, Pierre tuvo que cambiar su identidad.

Hasta 1989, Guillaume dio conferencias a otros agentes de inteligencia. Se ha dicho que con el corazón dividido, ya que llegó a sentir verdadera admiración y amistad por Willy Brandt. Wolf también lo señaló, que tenía «una personalidad dividida» y que, mientras estuvo en la ejecutiva de los socialdemócratas, «estaba convencido de que a su modo estaba contribuyendo al nuevo entendimiento».

Brandt no. Estuvo destrozado durante muchos años. Wolf quiso disculparse personalmente con él una vez caído el Muro, pero el excanciller no aceptó verlo. Ni a él ni a Guillaume. Contestó que le «provocaría excesivo dolor». En sus memorias habló de que sentía «ira intensa» al recordar a Günter Guillaume. Se lamentó por no conocer mejor «la naturaleza humana», se preguntó qué clase de personas le hicieron eso cuando lo que intentó fue reducir las tensiones entre los dos Estados. Y el paso de los años no le hizo reducir su amargura. Murió en 1993.

Guillaume murió en 1995. Su hijo Pierre nunca pudo arreglar su relación con él. En una entrevista en Der Spiegel diez años después de su muerte dijo que nunca logró colocar en su memoria la figura de su padre. Sentía que tenía tres, el padre socialdemócrata de la RFA, el espía que replicaba los discursos del Gobierno comunista en la RDA y el anciano tras la caída del Muro. Tres personas distintas. Con su madre, que murió en 2004, sí que parece que tuvo más relación. Al menos él dio la noticia de su muerte a los medios.

Según The History of the Stasi: East Germany’s Secret Police, de Jens Gieseke y David Burnett, en este periodo, el diputado socialdemócrata —miembro del NSDAP antes de la guerra— Gerhard Fläming también fue colaborador de la Stasi. Bodo Thomas, que se ahorcó cuando salió su acusación, concejal de Berlín y miembro del equipo del alcalde, había trabajado para la RDA durante veintiséis años. Ruth Polte, que había colaborado estrechamente con Helmut Schmidt, sucesor de Brandt, también pasó información. Henning Nase, del Ministerio de Trabajo, desapareció en cuanto cayó el Muro y nadie sabía por qué. Fue condenado años después por espía. Josef Braun, otro diputado socialdemócrata del Bundestag, también fue descubierto. Rudolf Maerker, otro exmiembro del NSDAP convertido en socialdemócrata, envió más de mil doscientas informaciones. Por supuesto, también hubo espías en los demás partidos, hasta en Los Verdes desde su fundación. El caso más sonado fue cuando se descubrió que las escuchas de la Stasi a la CDU contenían muy bien detallada toda la financiación ilegal del partido. Kohl se pasó años luchando para que no saliera a la luz. Hubo un debate en Alemania sobre si debían ser aceptadas como prueba por la forma en la que habían sido obtenidas. Al final se reveló solo el contenido que ponía de manifiesto cómo operaba la Stasi.

Como dicen David Childs y Richard Popplewell en The Stasi: The East German Intelligence and Security Service los Guillaume causaron un terremoto político, pero su valor era menor que el de otros agentes. Con todo, a Günter no se le puede restar protagonismo. Un hombre sin estudios, arrojado a otro país para buscarse la vida, que se las arregló para acabar de asesor personal del jefe de Estado del país más desarrollado de Europa. Da pena que cayera por una casualidad remota. Te quedan ganas de imaginar qué hubiera pasado si hubiese seguido inmerso en las dinámicas de poder de la socialdemocracia, tal vez hubiera acabado presentándose a las elecciones y… ganándolas.