Cuando Fidel Castro caía bien en Washington

Fidel Castro durante su visita a Estados Unidos en 1959.
 Dominio público

Autor: Francisco Martínez Hoyos

Fuente: La Vanguardia 21/09/2020

Hace 60 años, Castro llegaba a Nueva York como jefe de la delegación cubana ante la ONU. Todavía no se había convertido en la encarnación del mal para EE. UU.

Desde su independencia de España en 1898, Cuba vivió sometida a una humillante dependencia de los “gringos”, hasta el punto de ser considerada su patio trasero. La película El Padrino II refleja bien cómo, en la década de 1950, los gángsters estadounidenses tenían en la isla su propio paraíso. Gracias a sus conexiones con el poder, la mafia realizaba suculentos negocios en la hostelería, el juego y la prostitución. Miles de turistas llegaban dispuestos a vaciar sus bolsillos a cambio de sol, sexo y otras emociones fuertes en los casinos y los clubes que se multiplicaban sin control por La Habana.

El historiador Arthur M. Schlesinger Jr., futuro asesor del gobierno de Kennedy, se llevó una penosa impresión de la capital caribeña durante una estancia en 1950. Los hombres de negocios habían transformado la ciudad en un inmenso burdel, humillando a los cubanos con sus fajos de billetes y su actitud prepotente.

Cuba estaba por entonces en manos del dictador Fulgencio Batista, un hombre de escasos escrúpulos al que no le importaba robar ni dejar robar. Una compañía de telecomunicaciones estadounidense, la AT&T, le sobornó con un teléfono de plata bañado en oro. A cambio obtuvo el monopolio de las llamadas a larga distancia.

Barrio marginal de La Habana en 1954, junto al estadio de béisbol y a un cartel de un casino de juego.
Barrio marginal de La Habana en 1954, junto al estadio de béisbol y a un cartel de un casino de juego. Dominio público

Para acabar con la corrupción generalizada y el autoritarismo,  el  Movimiento 26 de Julio protagonizó una rebelión que el régimen, pese a la brutalidad de su política represiva, fue incapaz de sofocar. Tenía en su contra a los sectores progresistas de las ciudades, en alianza con los guerrilleros de Sierra Maestra, dirigidos por líderes como Fidel Castro o el argentino Ernesto “Che” Guevara.

Se ha tendido en muchas ocasiones a presentar la revolución antibatistiana como el fruto de una intolerable opresión económica. En realidad, el país era uno de los más avanzados de América Latina en términos de renta per cápita o nivel educativo, aunque los indicadores globales ocultaban las fuertes desigualdades entre la ciudad y el campo o entre blancos y negros. Las verdaderas causas del descontento hay que buscarlas más bien en el orden político. Entre los guerrilleros predominaba una clase media que aspiraba a un gobierno democrático, modernizador y nacionalista.

Entre la opinión pública norteamericana, Fidel disfrutó en un principio del estatus de héroe, en gran parte gracias a Herbert Matthews, antiguo corresponsal en la Guerra Civil española, que en 1957 consiguió entrevistarle. Matthews, según el historiador Hugh Thomas, transformó al jefe de los “barbudos” en una figura mítica, al presentarlo como un hombre generoso que luchaba por la democracia. De sus textos se desprendía una clara conclusión: Batista era el pasado y Fidel, el futuro.

Happy New Year

A principios de 1959, la multitud que celebraba la llegada del año nuevo en Times Square, Nueva York, acogió con alegría la victoria de los guerrilleros cubanos. El periodista televisivo Ed Sullivan se apresuró a viajar a La Habana, donde consiguió entrevistar al nuevo hombre fuerte. Había comenzado el breve idilio entre la opinión pública norteamericana y el castrismo. 

Poco después, en abril, el líder revolucionario realizó una visita a Estados Unidos, invitado por la Asociación Americana de Editores de Periódicos. Ello creó un problema protocolario, ya que la Casa Blanca daba por sentado que ningún jefe de gobierno extranjero iba a visitar el país sin invitación oficial. Molesto, el presidente Eisenhower se negó a efectuar ningún recibimiento y se marchó a jugar al golf.

Fidel Castro firma como primer ministro de Cuba el 16 de febrero de 1959.
Fidel Castro firma su nombramiento como primer ministro de Cuba el 16 de febrero de 1959. Dominio público

En esos momentos, sus consejeros estaban divididos respecto a la política a seguir con Cuba. Unos defendían el reconocimiento del nuevo gobierno; otros preferían aguardar a que se definiese la situación. ¿Qué intenciones tenía Castro? ¿No sería, tal vez, un comunista infiltrado?

Parte de la opinión pública norteamericana, sin embargo, permanecía ajena a esos temores. Algunos periódicos trataron con cordialidad al recién llegado, lo mismo que las principales revistas. Look y Reader’s Digest, por ejemplo, le presentaron como un moderno Robin Hood.

El senador demócrata John F. Kennedy, futuro presidente, le consideraba el continuador de Simón Bolívar por encarnar un movimiento antiimperialista, reconociendo así que su país se había equivocado con los cubanos al apoyar la sangrienta dictadura batistiana. Entre los intelectuales existía un sentimiento de fascinación similar.

Castro sabía que el desarrollo industrial era totalmente imposible sin el entendimiento con el coloso norteamericano

Muchos norteamericanos supusieron que el líder latinoamericano buscaba ayuda económica. Fidel, sin embargo, proclamó en público su voluntad de no mendigar a la superpotencia capitalista: “Estamos orgullosos de ser independientes y no tenemos la intención de pedir nada a nadie”. Sus declaraciones no podían interpretarse al pie de la letra. Sabía sencillamente que no era el momento de hablar de dinero, pero había previsto que un enviado suyo, quince días después, presentara a la Casa Blanca su demanda de inversiones.

En su opinión, ese era el camino para promover el desarrollo industrial, algo totalmente imposible sin el entendimiento con el coloso norteamericano. De ahí que insistiera, una y otra vez, en que no era partidario de las soluciones extremas: “He dicho de forma clara y definitiva que no somos comunistas”.

Ofensiva de encanto

Allí donde iba, Fidel generaba la máxima expectación. En las universidades de Princeton y Harvard sus discursos le permitieron meterse en el bolsillo a los estudiantes. En el Central Park de Nueva York, cerca de cuarenta mil personas siguieron atentamente sus palabras. No hablaba un buen inglés, pero supo ganarse al público con algunas bromas en ese idioma. De hecho, todo su viaje puede ser entendido como una “ofensiva de encanto”, en palabras de Jim Rasenberger, autor de un estudio sobre las relaciones cubano-estadounidenses. Castro, a lo largo de su visita, no dejó de repartir abrazos entre hombres, mujeres y niños. 

Fidel Castro en la asamblea de la ONU en 1960.
Fidel Castro en la asamblea de la ONU en 1960. Dominio público

El entonces vicepresidente, Richard Nixon, se encargó de sondear sus intenciones en una entrevista de dos horas y media, en la que predicó al jefe guerrillero sobre las virtudes de la democracia y le urgió a que convocara pronto elecciones. Fidel escuchó con receptividad, disimulando el malestar que le producía la insistencia en si era o no comunista. ¿No era libre Cuba de escoger su camino? Parecía que a los norteamericanos solo les importara una cosa de la isla, que se mantuviera alejada del radicalismo de izquierdas.

Según el informe de Nixon acerca del encuentro, justificó su negativa a convocar comicios con el argumento de que su pueblo no los deseaba, desengañado por los malos gobernantes que en el pasado habían salido de las urnas. A Nixon Castro le pareció sincero, pero increíblemente ingenuo acerca del comunismo, si es que no estaba ya bajo su égida. Creía, además, que no tenía ni idea de economía. No obstante, estaba seguro de que iba a ser una figura importante en Cuba y posiblemente en el conjunto de América Latina. A la Casa Blanca solo le quedaba una vía: intentar orientarle “en la buena dirección”.

Desde entonces se ha discutido mucho sobre quién provocó el desencuentro entre Washington y La Habana. ¿Los norteamericanos, con su política de acoso a la revolución? ¿Los cubanos, al implantar un régimen comunista, intolerable para la Casa Blanca en plena Guerra Fría?

Los jefes del crimen organizado vieron desaparecer propiedades por un valor de cien millones de dólares

El envenenamiento

La “perla de las Antillas” constituía un desafío ideológico para Estados Unidos, pero también una amenaza económica. Al gobierno cubano no le había temblado el pulso a la hora de intervenir empresas como Shell, Esso y Texaco, tras la negativa de estas a refinar petróleo soviético. Los norteamericanos acabarían despojados de todos sus intereses agrícolas, industriales y financieros. Las pérdidas fueron especialmente graves en el caso de los jefes del crimen organizado, que vieron desaparecer propiedades por un valor de cien millones de dólares.

Como represalia, Eisenhower canceló la cuota de azúcar cubano que adquiría Estados Unidos. Fue una medida inútil, porque enseguida los soviéticos acordaron comprar un millón de toneladas en los siguientes cuatro años, además de apoyar a la revolución con créditos y suministros de petróleo y otras materias primas.

En septiembre de 1960, Fidel Castro regresó a Estados Unidos para intervenir en la Asamblea General de las Naciones Unidas. Fue otra visita memorable. Tras marcharse de su hotel por el aumento astronómico de las tarifas, decidió alojarse en el barrio negro de Harlem, donde disfrutó de un recibimiento entusiasta.

Fidel Castro y el revolucionario Camilo Cienfuegos antes de disputar un partido de béisbol.
Fidel Castro y el revolucionario Camilo Cienfuegos antes de disputar un partido de béisbol. Dominio público

Los periódicos norteamericanos aseguraban que los cubanos utilizaban su alojamiento para realizar orgías sexuales, pero Castro aprovechaba para recibir visitas importantes, como la del líder negro Malcolm X, el primer ministro indio Jawaharlal Nehru o Nikita Jruschov, mandatario de la Unión Soviética.

Desde la perspectiva del gobierno norteamericano, estaba claro que la isla había ido a peor. Batista podía ser un tirano, pero al menos era un aliado. Castro, en cambio, se había convertido en un enemigo peligroso. Lo cierto es que la Casa Blanca alentó desde el mismo triunfo de la revolución operaciones clandestinas para forzar un cambio de gobierno en La Habana, sin dar oportunidad a que fructificara la vía diplomática.

Por orden de Eisenhower, la CIA se encargó de organizar y entrenar militarmente a los exiliados cubanos. Era el primer paso que conduciría, en 1961, al desastroso episodio de Bahía de Cochinos, ya bajo mandato de Kennedy, en el que un contingente anticastrista fracasó estrepitosamente en su intento de invasión de la isla. Alejado entonces de cualquier simpatía por Fidel Castro, JFK le acusaba de traicionar los nobles principios democráticos de la revolución para instaurar una dictadura.

Cuba y EE UU: de la Enmienda Platt al Cuartel Moncada

  Fulgencio Batista recibe al embajador Earl E. T. Smith, tras presentar sus credenciales, en 1957/ Bettman/Corbis

Autor: F. Javier Herrero

Fuente: El País, 15/03/2015

En 1960, el ex embajador norteamericano en Cuba, Earl E. T. Smith, declaró ante una subcomisión del Senado:”Hasta el arribo de Castro al poder, los Estados Unidos tenían en Cuba una influencia de tal manera irresistible que el embajador norteamericano era el segundo personaje del país, a veces aún más importante que el presidente cubano”. Pocos analistas vieron un alarde de inmodestia en esta declaración que recoge Eduardo Galeano en Las venas abiertas de América Latina (Siglo XXI) y que define el desequilibrio y dependencia que caracterizaron la relación que mantuvo Cuba con su poderoso vecino del norte en los años que van desde la derrota militar de la antigua metrópoli española en 1898 hasta el triunfo de la Revolución cubana en 1959. A la decisión de romper diplomáticamente con Cuba en enero de 1961, respondió Fidel Castro con la quiebra del sistema interamericano –acuerdos y normativas internacionales alcanzados desde 1890 entre Estados Unidos y las repúblicas americanas que daban cauce a la hegemonía estadounidense en el hemisferio- y la entrada de Cuba en el bloque soviético. El 17 de diciembre del año pasado se produjo un sorprendente y audaz movimiento por parte de los presidentes Obama y Raúl Castro cuando anunciaron el inicio de conversaciones que deberían conducir al restablecimiento de unas relaciones diplomáticas plenas. Este proceso tiene un capítulo importante este mes de abril con la asistencia de Cuba a la Cumbre de las Américas que se celebra en Panamá y la apertura de ambas embajadas coincidiendo con la celebración de la cumbre.

Pocos años después de proclamar su independencia en 1776, los dirigentes de Estados Unidos fijaron su interés en la isla caribeña a la que veían como un apéndice natural de la Florida. John Quincy Adams, sexto presidente de EE UU, afirmaba “…Hay leyes de gravitación política, así como las hay de gravitación física (…) así Cuba, separada por la fuerza de su conexión no natural con España, tendrá que caer hacia la Unión Norteamericana…” y las ofertas de compra de la isla a España no tardaron en llegar antes de la Guerra de Secesión americana. El rechazo indignado español no evitó la penetración económica de la isla y en la segunda mitad del siglo XIX, el comercio de Cuba con Estados Unidos era muy superior al mantenido con  España. Con su expansión continental terminada, la participación norteamericana en el conflicto independentista cubano en 1898 supone el estreno de otra potencia colonial en el tablero internacional. Las consecuencias de esta intervención son justificadas con el Corolario Roosevelt de 1904, que adapta la Doctrina Monroe a su versión más imperialista y “obliga a los Estados Unidos a ejercer (…) la facultad de ser una potencia de policía internacional” en el hemisferio americano. En 1903 finaliza la ocupación militar en Cuba a cambio de que sea introducida a perpetuidad en la Constitución cubana la Enmienda Platt, que autorizaba a EE UU a intervenir en Cuba cuando considerase que sus intereses económicos en la isla estaban en riesgo. La política del semiprotectorado cubano, a cargo de Tomás Estrada, sería supervisada por Washington, que obtenía el derecho de establecer bases navales como la de Guantánamo.

Theodore R

La inestabilidad salpicada de revoluciones, guerras civiles y corrupción fue el hábitat en que se desenvolvió la Cuba de esas décadas, afectada por la aplicación de la enmienda y la política del Gran Garrote de Theodore Roosevelt (a la izquierda, coronel de los Rough Riders en la guerra hispano-americana de 1898/ Corbis) que justificaron los desembarcos de marines en la isla en 1906-09 y 1917-22, lo que impidió el libre funcionamiento de las instituciones, alentando entre los políticos cubanos de todo signo la tendencia a pedir la intervención si la realidad política no respondía a sus planes. Aunque, como afirmó Antonio Elorza en EL PAÍS, las taras que arrastraba la nueva república cubana tenían diferentes causas: “No fue el ejemplo yanqui lo que provocó en la isla una corrupción rampante en los procesos electorales y en la gestión administrativa, sino la continuidad con el pasado español”. Esto permitió a EE UU mostrar su faceta imperialista ‘benevolente’ cuando el general Brooke, durante la primera ocupación, puso orden en los caóticos servicios públicos heredados de la colonia, o en 1920 cuando, por fin, se logró la primera sucesión presidencial pacífica en la persona de Alfredo Zayas, vigilado muy de cerca por el general Enoch Crowder para cumplir las leyes electorales. 

Y luego estaba el azúcar. Su sistema de explotación, favorecido por los capitalistas de EE UU, nuevos dueños de enormes propiedades compradas a precio de saldo en la primera ocupación militar, influía directamente en la política quitando y poniendo presidentes o dictadores, generó fabulosas fortunas y mantuvo la ya secular desigualdad de la sociedad caribeña. Al margen del daño medioambiental del cultivo extensivo de la caña, con el alza de precios se vivían tiempos de bonanza, pero al contar Estados Unidos con el monopolio parcial de la demanda, la economía isleña era rehén de la actitud de los importadores al norte del Golfo de México y las bajadas de precios provocaban crisis como la de 1921 que llevó a Cuba a la quiebra. Si se daba esta situación, EE UU tenía preparada la diplomacia del dólar de William H. Taft, que suponía una inyección de capital, condicionada a la exclusión de la inversión europea, con onerosas contrapartidas que hacían más dependientes aún a las economías latinoamericanas. Un ejemplo de la fragilidad del sistema de exportación del monocultivo lo experimentó el dictador Gerardo Machado que, al poco tiempo de poner en marcha su régimen autoritario, le llovieron encima las funestas consecuencias de la Gran Depresión de 1929, que se llevó por delante la endeble economía cubana y a la misma dictadura, acosada en 1933 desde todos los frentes de la oposición política con huelgas y violencia.

En marzo de 1933, Franklin D. Roosevelt anunciaba en su discurso de toma de posesión como presidente lo que se conocería como la política del Buen Vecino, con la que quería poner límites al ejercicio del ‘derecho de intervención’ en los asuntos internos de los países latinoamericanos, y ganarse sus voluntades mediante la diplomacia. Cuba tuvo la oportunidad de poner a prueba sus palabras enseguida, pues tras la caída de Machado, un motín dirigido por el sargento Fulgencio Batista coloca a Ramón Grau San Martín como presidente, con la intención de poner en marcha una agenda reformista. Roosevelt, que presidía un Gobierno con varios ministros con intereses azucareros, se dejó convencer para que el proyecto de Grau San Martín no saliese adelante y mandó 32 navíos de guerra a rondar las costas de la isla a la vez que no reconocía formalmente al Gobierno de Cuba. Batista estaba invitado de nuevo a amotinarse, y acabó con el “Gobierno de los 100 Días”. El historiador Gordon Conell-Smith afirma en Los Estados Unidos y la América Latina (FCE) que “el proceder de EE UU no pudo considerarse propio de un buen vecino”, sino de un Gran Garrote versión soft. Pocos meses después, El Gobierno de Mendieta consiguió derogar la Enmienda Platt, aunque la potencia hegemónica se encargó de reasegurar la estructura económica y social de la isla frente a posibles cambios revolucionarios nacionalistas con nuevos acuerdos económicos, y no aceptó abandonar Guantánamo.

Soldados americanos
Marineros americanos se divierten en Sloppy Joe’s en La Habana (1934) / Betmann/Corbis

Desde 1940 a 1952, Cuba atraviesa un período de relativa estabilidad y sucesiones pacíficas de gobierno que funcionaron con una nueva Constitución. Fue lo más parecido a una democracia que se haya conocido en la isla, con una separación de poderes bastante efectiva y una opinión pública plural, como muestra la medida que tomó Batista, primer presidente del periodo, de legalizar al partido comunista. Pero el caudillismo no había abandonado a Cuba. En marzo de 1952, Batista, de nuevo candidato a la presidencia, no espera a que se celebren las elecciones y da un golpe de Estado que termina con la democracia. La represión política y las torturas, así como la corrupción organizada desde la cúpula del Estado con la colaboración de la mafia americana de Meyer Lanski y Lucky Luciano -que controló los negocios de los casinos, las apuestas y hoteles de la isla, e intentó extender sus tentáculos hasta en el sector farmacéutico- fueron rasgos identitarios del régimen batistiano. Aunque no todo era negativo, pues la economía de este momento muestra que Cuba ha evolucionado, y ya no es la neocolonia de 1903. En los años finales de la dictadura, el país se aleja un poco de la monoproducción de azúcar, la inversión norteamericana se reorienta más hacia los servicios públicos, y el comercio exterior cubano encuentra nuevos mercados, como la URSS. El resultado de todo ello se reflejó en los indicadores económicos de 1958, que colocaban a Cuba en la tercera posición de Latinoamérica en crecimiento.

Batista trajo con su dictadura el renacer de la violencia política y casi desde el principio se preparan movimientos armados que invocan la restauración de la democracia y la Constitución de 1940. El 26 de julio de 1953, 120 jóvenes uniformados de sargento del Ejército cubano, la mayoría de ellos cercanos al Partido Ortodoxo de Eduardo Chibás y dirigidos por un novato abogado llamado Fidel Castro, intentan hacerse con las armas del Cuartel Moncada en Santiago con el fin de poner en marcha una insurrección general en Cuba. Todo termina en fracaso y Castro es condenado a 15 años de prisión y posteriormente amnistiado, pero esos jóvenes revolucionarios no saben que han protagonizado uno de los mitos de la revolución futura, que acabará obligando al dictador a poner pies en polvorosa la nochevieja de 1958. Batista se exilia y terminará sus días en una urbanización de Marbella, acogido hospitalariamente en la Madre Patria por su colega, el otro dictador Franco.

Si Obama y Raúl Castro logran descongelar el conflicto y recuperar la relación entre Cuba y EE UU, el último vestigio de la Guerra Fría en el hemisferio americano habrá desaparecido. Solo quedará el llamado “parque temático del estalinismo” de Corea del Norte, aunque algunos analistas ven una amenaza inesperada con ecos del pasado en la política exterior rusa de Vladímir Putin, que nos retrotrae a la tensión del mundo bipolar de la segunda mitad del siglo XX. Un conflicto puede cerrarse pero otro, de alcance desconocido, desafía a la diplomacia occidental.

Cómo fueron las intervenciones armadas impulsadas por Cuba en América Latina

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Fidel Castro y Ernesto «Che» Guevara intentaron exportar la revolución a otros países de América Latina.

 

Autor: Ángel Bermúdez

Fuente: BBC Mundo. 29/03/2019

Eran unos 90 hombres armados los que desembarcaron del yate en aquella playa del Caribe. Casi todos eran cubanos, vestían uniforme militar y venían dispuestos a derrocar al gobierno de aquella pequeña nación. Ocurrió hace 60 años, pero si piensa que se trata de la expedición del Granma a Cuba, liderada por Fidel Castro, se equivoca.

La escena corresponde a una invasión a Panamá ocurrida en abril de 1959 y que fue la primera de una decena de intervenciones armadas impulsadas por Cuba en América Latina, desde el triunfo de la revolución castrista el 1 de enero de aquel año.

En las últimas semanas, el tema de la injerencia militar cubana en la región entró con fuerza en el debate internacional a propósito de la crisis política que vive Venezuela.

En un discurso el pasado mes, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, calificó al mandatario venezolano, Nicolás Maduro, como «títere cubano» y aseguró que está «controlado por los militares cubanos y protegido por un ejército privado de soldados cubanos».

Es una denuncia que se hace desde hace años en Venezuela.

Rocío San Miguel, presidenta de la ONG venezolana Control Ciudadano, le dijo a BBC Mundo que «Cuba intervino en la reestructuración de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana y que en los cuarteles venezolanos hay una presencia permanente de militares cubanos».

Sin embargo, La Habana niega tener alguna injerencia militar en Venezuela y defiende su apoyo a Maduro como un gesto de solidaridad.

Fidel Castro y Hugo Chávez.
Cuba y Venezuela se convirtieron en aliados tras la llegada al poder de Hugo Chávez.

Desde la prensa oficial de la isla se insiste en que la gran mayoría de los 23.000 cubanos presentes en Venezuela son trabajadores del sector salud.

El diario oficial del Partido Comunista de la isla, Granma, afirmaba en un reciente artículo que en Venezuela no hay ni agentes ni soldados cubanos.

Es un «ejército de batas blancas», decía en referencia a los médicos que conforman el grueso de las misiones sociales cubanas que -según afirman- también incluyen maestros, entrenadores deportivos, periodistas y asesores científicos e industriales, entre otros.

Desde los inicios de la Revolución cubana, una de las marcas de su política exterior ha sido «exportar el socialismo».

Alineados con la Unión Soviética durante la Guerra Fría, los cubanos tienen un historial de apoyo a gobiernos y actores políticos ideológicamente afines.

Y lo han hecho con envíos de médicos pero también con asesoría técnica y soporte logístico en el campo militar.

Así fue que entre 1975 y 1989 envió soldados a la Guerra de Angola (aunque el conflicto duró hasta 2002) o más recientemente los programas «Barrio Adentro» y «Mais médicos», por los que enviaron personal sanitario a Venezuela y Brasil.

Panamá

El yate con los hombres responsables de ejecutar la invasión de Panamá zarpó el 19 de abril de 1959 del puerto cubano de Batabanó. La expedición había sido promovida por Roberto Arias, un sobrino del expresidente Arnulfo Arias, que logró el apoyo de Fidel Castro.

Ernesto de la Guardia
El presidente de Panamá, Ernesto de la Guardia, denunció la invasión cubana ante la OEA.

Aunque los invasores lograron tomar el puerto colonial de Nombre de Dios, la pronta denuncia del mandatario Ernesto de la Guardia ante la OEA y la masiva movilización de fuerzas panameñas, estadounidenses y guatemaltecas derivó en la rápida rendición de los agresores.

Fidel Castro, quien estaba de visita en Estados Unidos, intentó desligarse y calificó la operación como «vergonzosa, inoportuna e injustificada»; mientras que Ernesto «Che» Guevara aseguró que Cuba exportaba ideas revolucionarias pero no la revolución en sí misma.

La Habana ofreció garantías a Panamá de que una agresión similar no sería permitida y logró que los detenidos cubanos fueron repatriados a la isla, donde supuestamente enfrentarían el riesgo de ser sometidos a un tribunal militar. Apenas un mes más tarde, todos estaban en libertad.

Fidel Castro se encontraba en EE.UU. cuando se produjo la invasión a Panamá e intentó desligarse de lo ocurrido.
 Fidel Castro se encontraba en EE.UU. cuando se produjo la invasión a Panamá e intentó desligarse de lo ocurrido.

«El error de esa operación fue que la mayor parte de los guerrilleros eran cubanos, por lo que no tuvieron apoyo local una vez que llegaron allí. Eran invasores extranjeros. A partir de allí, Cuba cambió la estrategia y usó más combatientes locales», explicó a BBC Mundo Jonathan Brown, profesor de Historia Latinoamericana en la Universidad de Texas y autor del libro Cuba’s Revolutionary World, sobre cómo la isla intentó exportar la Revolución a otros países a través de la insurrección armada.

Nicaragua

Menos de dos meses después del fiasco de Panamá, en junio de 1959, una expedición de unos 60 hombres armados que partió de Cuba desembarcó en la costa caribeña de Honduras.

Durante un par de semanas acamparon en el lugar esperando para avanzar sobre su verdadero objetivo: Nicaragua, justo al otro lado de la frontera.

Los expedicionarios eran mayormente exiliados nicaragüenses, acompañados de guerrilleros cubanos y guatemaltecos, que buscaban derrocar al mandatario Luis Somoza Debayle.

Luis Somoza Debayle era el objetivo de la expedición que desembarcó en Honduras para intentar ingresar a Nicaragua.
Luis Somoza Debayle era el objetivo de la expedición que desembarcó en Honduras para intentar ingresar a Nicaragua.

 

El gobierno de Honduras envío soldados a la zona que atacaron por sorpresa el campamento, causando la muerte de 6 guerrilleros, hiriendo a 15 y deteniendo al resto. «No fue una batalla, fue una masacre», lamentó luego Carlos Fonseca, un nicaragüense que fue herido.

Varios de los sobrevivientes regresaron después a Cuba para una larga estadía, donde siguieron recibiendo entrenamiento militar y se reagruparon con otros exiliados nicaragüenses.

«Se convirtieron en los sandinistas. Fidel les siguió apoyando y, al final, sus esfuerzos dieron frutos dos décadas más tarde«, comentó Brown en referencia al triunfo de la revolución nicaragüense en 1979.

República Dominicana

El 14 de junio de 1959, una fuerza de unos 60 hombres -dominicanos y cubanos- despegó del oriente de Cuba en un avión C-46 pintado con los colores de la Fuerza Aérea Dominicana. La nave aterrizó en el aeropuerto de Constanza en el interior del país, donde tomaron un cuartel por sorpresa.

Tras el triunfo de la revolución en Cuba, algunos grupos de exilados dominicanos esperaban que Castro les ayudara a derrocar a Trujillo.
Tras el triunfo de la revolución en Cuba, algunos grupos de exilados dominicanos esperaban que Castro les ayudara a derrocar a Trujillo.

 

El avión regresó inmediatamente a Cuba, donde Camilo Cienfuegos -quien había estado a cargo de la operación- ordenó el «arresto» del piloto venezolano y luego negó la participación de la isla en el suceso.

En paralelo, tres barcos transportaron unos 150 guerrilleros armados hasta un lugar cercano a Puerto Plata. Estas naves, sin embargo, llegaron con tres días de retraso a Dominicana, lo que permitió al gobierno de Rafael Leónidas Trujillo ponerse en alerta y emboscarlos.

«La fuerza que buscaba instigar una rebelión armada en el territorio nacional ha sido completamente exterminada, todos sus participantes han muerto», anunció el 23 de junio el portavoz del gobierno dominicano.

En realidad, unos pocos expedicionarios sobrevivieron, incluyendo al comandante cubano Delio Gómez Ochoa, quien pudo regresar a su patria luego de que Trujillo fuera asesinado en 1961.

Según explicó Brown a BBC Mundo, «en 1959 solamente quedaban cuatro dictaduras en América Latina», de las cuales tres estaban en el Caribe y Fidel Castro se había propuesto eliminarlas pues «quería crear un mundo que fuera seguro para la Revolución».

El caso de Trujillo era especialmente preocupante para La Habana.

«Él estaba dando ayuda y refugio a exoficiales del extinto ejército de Batista, que conspiraban para volver al poder en Cuba», señaló el experto.

Haití

En agosto de 1959, un grupo de unos 30 hombres armados -mayormente cubanos y haitianos junto a dos venezolanos- zarparon de Baracoa, en la costa oriental de Cuba, rumbo a Haití con el fin de promover el derrocamiento del gobierno de François «Papa Doc» Duvalier.

François "Papa Doc" Duvalier
Las fuerzas del gobierno de François «Papa Doc» Duvalier sofocaron la invasión.

 

Los voluntarios haitianos habían recibido tres meses de entrenamiento en una base a las afueras de La Habana.

Los expedicionarios contaban con el alzamiento de una columna del ejército haitiano que nunca se produjo, según cuenta el historiador cubano Juan F. Benemelis en su libro «Las guerras secretas de Fidel Castro».

«La reacción militar haitiana, encabezada por el general Mercerón, fue de íntegro apoyo a Duvalier», escribe Benemelis.

La consecuencia de ello fue la aniquilación de prácticamente todos los invasores, con algunas excepciones como la de cuatro adolescentes cubanos que fueron capturados, interrogados y deportados.

Argentina

Si las invasiones de Nicaragua, República Dominicana y Haití podían ser vistas como operaciones que buscaban eliminar adversarios peligrosos en el entorno próximo de Cuba, Brown considera que las intervenciones militares en otros países latinoamericanos tenían otra función.

«Cuba luego se vengó de cada gobierno de América Latina que no la reconoció así como de aquellos que se sumaron al boicot de Estados Unidos. Fidel Castro trajo jóvenes de izquierda de esos países a la isla, les dio entrenamiento guerrillero y, luego, los envió de vuelta. Así fue como él siguió interviniendo en la región», explica el experto.

Ernesto "Che" Guevara.
Ernesto «Che» Guevara planificó la operación guerrillera en Argentina.

Uno de esos casos fue Argentina. En 1962, Guevara planificó establecer una guerrilla rural en la provincia norteña de Salta. Al frente colocó a Jorge Ricardo Masetti, un periodista argentino que le había acompañado desde los tiempos de la Sierra Maestra.

En junio de 1963, Masetti encabezó un grupo de cinco hombres armados -cuatro argentinos y un cubano- que ingresó en Salta a través de Bolivia. Uno de ellos viajó a Buenos Aires y Córdoba para reclutar unos 30 hombres adicionales entre los grupos de extrema izquierda.

En un comunicado enviado a la prensa de Buenos Aires, Masetti anunció la existencia del grupo y su intención de liberar a Argentina del imperialismo internacional pero no hubo ninguna reacción.

En febrero de 1964, las autoridades de Salta recibieron información sobre la presencia de hombres sospechosos en un área remota, lo que derivó en una serie de operaciones que culminaron con la incautación de todas las armas, municiones y alimentos del campo guerrillero.

Los hombres de Masetti se pasaron un mes vagando por la selva en busca de comida y refugio.

Al final, tres murieron de hambre, otros tres perecieron en enfrentamientos con las autoridades, unos 13 fueron detenidos sin hacer casi ninguna resistencia, mientras que Masetti se adentró en la selva sin que nadie nunca volviera a saber de él.

Venezuela

El desembarco en mayo de 1967 de un grupo de guerrilleros procedentes de Cuba cerca de la playa de Machurucuto, en el oriente de Venezuela, dejó al descubierto los intentos de injerencia armada de La Habana en ese país.

Imagen de soldados venezolanos
Tras detectar el desembarco de Machurucuto, el ejército venezolano se desplegó en la zona.

 

Héctor Pérez Marcano, uno de los protagonistas de aquella operación, le dijo a BBC Mundo que la misma fue ideada y supervisada directamente por Fidel Castro, quien les brindó todo el apoyo.

Pérez Marcano era parte de un grupo de militantes del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) venezolano que viajó a Cuba a entrenarse como guerrilleros para luego regresar a hacer la revolución en su país.

Según su relato, el plan original era el desembarco de ocho combatientes -cuatro venezolanos y cuatro cubanos- que se iban a unir a un foco guerrillero del MIR que operaba en una zona montañosa a unos 160 kilómetros al este de Caracas.

Sin embargo, la captura de tres tripulantes cubanos de la lancha que les había llevado hasta la orilla puso al descubierto la expedición.

La situación derivó en la ruptura de las relaciones diplomáticas entre Caracas y La Habana.

Titular de El Nacional del 13 de mayo de 1967
La prensa venezolana dio grandes titulares al suceso.

 

Sin embargo, el incidente conocido como «el desembarco de Machurucuto» no fue la primera ni la mayor operación de este tipo que Castro ejecutó sobre Venezuela.

Un año antes había ocurrido una expedición mayor que había trasladado a un grupo de guerrilleros del Partido Comunista de Venezuela formados en Cuba junto a combatientes de la isla, incluyendo a Arnaldo Ochoa Sánchez, quien años más tarde tras alcanzar el rango de general fue fusilado en la isla tras ser condenado en un polémico juicio por narcotráfico.

Perú

En los primeros años de la década de 1960, unos 200 jóvenes izquierdistas peruanos recibieron entrenamiento guerrillero en Cuba.

El gobierno del presidente Fernando Belaúnde respondió con dureza ante la aparición de grupos insurgentes en Perú.
El gobierno del presidente Fernando Belaúnde respondió con dureza ante la aparición de grupos insurgentes en Perú.

 

Según señala Brown en su libro, el grupo más numeroso correspondía a los militantes del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), un grupo formado por jóvenes desertores de las filas del APRA. También había otro conformado por disidentes del Partido Comunista de Perú, que optaron por llamarse Ejército de Liberación Nacional.

Muchos de estos hombres regresaron luego a Perú, donde ambos grupos entraron en acción por separado en 1965, realizando ataques en diversas partes del país.

El gobierno del presidente Fernando Belaúnde respondió con un despliegue abrumador de fuerzas. Las autoridades lograron sofocar esos primeros focos de insurgencia guerrillera en un año, llegando a declarar «misión cumplida».

«Una vez que se dieron cuenta de que había guerrillas en las zonas rurales fueron tras ellas con toda su fuerza. Muchos de los militares de América Latina habían aprendido de lo ocurrido en la revolución cubana y no iban a ignorar la presencia de grupos armados en el país. Eso fue lo que hizo Batista en Cuba en la década anterior: ignoró a las guerrillas en la Sierra Maestra hasta que fue demasiado tarde», comenta Brown.

Guatemala

«Guatemala fue uno de los proyectos donde más enconadamente se precipitaron Castro y el Che Guevara desde un principio; sobre todo porque Guatemala había concedido bases de entrenamiento para los cubanos exilados que participaron en la abortada invasión de Bahía de Cochinos», asegura Juan F. Benemelis en su libro.

Sin embargo, según el autor, ya antes de ese episodio el Che Guevara había hecho un pacto secreto con el expresidente guatemalteco Jacobo Arbenz -derrocado por un golpe apoyado por Estados Unidos- para restituirle en el poder.

Raúl Castro junto al depuesto presidente de Guatemala Jacobo Arbenz durante un acto en La Habana en 1960.
Raúl Castro junto al depuesto presidente de Guatemala Jacobo Arbenz durante un acto en La Habana en 1960.

 

El 3 de octubre de 1960, el gobierno del presidente Miguel Ydígoras Fuentes divulgó un comunicado en el que informó que su Fuerza Aérea había atacado una embarcación cubana que aparentemente estaba desembarcando armas en la costa atlántica del país.

Unas tres semanas más tarde, el gobierno denunció un plan para invadir al país a través de la frontera con Honduras.

Aseguraba que la operación iba a ser realizada por una fuerza de unos 200 hombre liderados por Augusto Charnaud MacDonald, exministro de Interior de Arbenz, quien había sido visto por última vez en La Habana.

Al mes siguiente, se produjo un levantamiento militar en las localidades de Zacapa y Puerto Barrios, en el que participó el teniente Marco Yon Sosa, quien tenía contactos con Cuba y luego se convirtió en un comandante guerrillero.

Según relata Benemelis, hubo aviones de la fuerza aérea cubana aprovisionando a los alzados mientras que en Honduras había sido descubierta una columna de hombres armados liderados por oficiales cubanos que buscaban dar apoyo a los rebeldes.

El alzamiento fue sofocado por el gobierno de Guatemala que exigió a la OEA tomar medidas contra Cuba.

Colombia

La influencia y el apoyo de Cuba se encuentra en el origen del Ejército de Liberación Nacional (ELN) de Colombia.

El Ejército de Liberación Nacional de Colombia fue creado por un grupo de estudiantes formados en Cuba.
El Ejército de Liberación Nacional de Colombia fue creado por un grupo de estudiantes formados en Cuba.

 

La primera semilla de esta agrupación la constituyó la «Brigada Pro Liberación José Antonio Galán», creada en Cuba por seis jóvenes estudiantes colombianos que viajaron a La Habana con becas del gobierno de la isla.

Dos años más tarde, en 1964, con solamente 18 guerrilleros se creó el ELN, a cuyas filas pronto se unirían varios sacerdotes católicos seguidores de la Teoría de la Liberación.

Sin embargo, según señala Brown, una vez que el ELN se puso en marcha se convirtió en un movimiento independiente que no dependía de la tutela de La Habana. Eso, sin embargo, no descarta que recibieran apoyo material de la isla.

En la Conferencia de la Organización Latinoamericana de Solidaridad, realizada en La Habana en agosto de 1967, representantes del ELN recibieron la promesa de armas cubanas suficientes para dotar a 500 campesinos que ellos habían organizado en el oriente de Colombia.

Décadas más tarde, otro episodio.

En marzo de 1981 el gobierno del entonces presidente colombiano Julio Cesar Turbay anunció que su país rompía relaciones con Cuba, acusando al gobierno de la isla caribeña de apoyar un desembarco de armas y combatientes del movimiento guerrillero M-19 en la costa pacífica colombiana, en el departamento del Chocó. Cuba negó en ese momento las acusaciones de Colombia.

El desembarco fue un fracaso, con el ejército colombiano interceptando a los combatientes en la zona selvática del Chocó al poco tiempo de haber llegado a la costa.

El Salvador

La oportunidad para la injerencia militar de Cuba en El Salvador surgió con el triunfo de los sandinistas en Nicaragua en 1979.

Estados Unidos aseguraba que Cuba fue determinante en ayudar a que las guerrillas salvadoreñas se unificaran.
Estados Unidos aseguraba que Cuba fue determinante en ayudar a que las guerrillas salvadoreñas se unificaran.

 

Sin embargo, de acuerdo con Brown, eso no se tradujo en la presencia de militares cubanos en El Salvador, sino en un gran apoyo material y en asesoría.

Un informe desclasificado del Departamento de Estado de EE.UU. de 1981 atribuye a Fidel Castro y al gobierno cubano el haber jugado un papel central en promover la unificación de los grupos guerrilleros salvadoreños -cuyos líderes se habrían reunido en La Habana en mayo de 1980-, así como en la entrega encubierta de casi 200 toneladas de armamento que sirvieron para preparar la «ofensiva general»que lanzaron estos grupos en enero de 1981.

Según el gobierno estadounidense, antes de septiembre de 1980 los grupos guerrilleros salvadoreños estaban mal armados y mal coordinados, pero para enero de 1981 -cuando lanzaron la ofensiva- disponían de un impresionante arsenal de armas modernas.

En el año 2000, durante la X Cumbre Iberoamericana en Panamá, el entonces presidente de El Salvador, Francisco Flores, implicó a Castro en la muerte de miles de salvadoreños durante la guerra civil de su país (1980-1992).

«Es absolutamente intolerable que usted, involucrado en la muerte de tantos salvadoreños, usted, que entrenó a muchísimas personas para matar salvadoreños, me acuse a mí de muertes en El Salvador».

Castro, en un tono beligerante, respondió que «condenamos esos crímenes» y se desligó de esas acusaciones.

Bolivia

Bolivia fue el país escogido por el Che Guevara para demostrar su tesis de que no hacía falta que existieran condiciones objetivas en un lugar para realizar la revolución pues la propia guerrilla era capaz de crear esas condiciones.

Con este convencimiento, en 1966, Guevara viajó de incógnito a Bolivia para encabezar un foco guerrillero en ese país. Le acompañaban unos 25 combatientes cubanos.

Ernesto "Che" Guevara quiso abrir un nuevo foco guerrillero en Bolivia.
Ernesto «Che» Guevara quiso abrir un nuevo foco guerrillero en Bolivia.

 

Según Brown, estefue el único caso en el que la presencia cubana fue tan importante desde la fallida invasión de Panamá. ¿La razón de ello? Los comandaba Guevara.

La iniciativa duró unos pocos meses. Tras unos éxitos iniciales, los guerrilleros se encontraron huyendo constantemente del ejército boliviano, que parecía omnipresente. Para octubre de 1967, cuando Guevara fue capturado y ejecutado, ya el grupo estaba prácticamente aniquilado.

Hacia el final de la década, las intervenciones cubanas en la región disminuyeron de intensidad.

Según Brown, esto se debió al hecho de que todas las operaciones que se realizaron durante esa década fracasaron, a la muerte de Guevara -que era uno de los principales impulsores de la idea de llevar la revolución al resto de la región- y a la oposición de la Unión Soviética a esta tipo de acciones.

«Moscú estaba en contra de estas intervenciones en el resto de América Latina que no se ajustaban a la doctrina soviética acerca de cómo el comunismo iba a apoderarse del mundo. Ellos siempre se opusieron pese a que Castro siguió haciéndolo durante la década de 1960. Al final, él tuvo que darse cuenta de que no iba a tener éxito. Y eso ocurrió después de la muerte del Che», concluye Brown.

Cuba-Estados Unidos: el último capítulo de la guerra fría.

Sorpresa en la Calle Ocho de Miami tras el anuncio de diálogo con Cuba

Fuente: El Diario.es
Autor: Pascual Serrano, 17/12/2014.

Conversaciones secretas al más alto nivel, intercambio de agentes, mediación del Vaticano, preparación del ambiente mediante editoriales en los diarios más influyentes, comparecencias simultáneas (que no conjuntas) de los jefes de Estado enfrentados difundidas en directo… Ayer asistimos a uno de los últimos capítulos de la guerra fría, una parte de la historia que a los jóvenes europeos les resulta absolutamente ajena pero que en Cuba se vivía todos los días.

El acuerdo, además del tremendo impacto humanitario y político de la liberación de presos en ambos países, supone el restablecimiento de las relaciones diplomáticas, si bien, en palabras de Raúl Castro, «esto no quiere decir que lo principal se haya resuelto. El bloqueo económico, comercial y financiero que provoca enormes daños humanos y económicos a nuestro país debe cesar».