La Belle Époque no era tan “belle”

El asesinato en un atentado del archiduque Francisco Fernando de Austria y su mujer desencadenó la Primera Guerra Mundial.
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Autor: FRANCISCO MARTÍNEZ HOYOS

Fuente: La Vanguardia 18/12/2020

El terrorismo internacional no es un invento de nuestra época. A finales del siglo XIX, el mundo se vio sacudido por una sucesión espectacular de atentados, en aquel momento de signo anarquista. Tendemos a pensar en la Belle Époque como un tiempo feliz lleno de arte y glamur. En realidad, el esplendor de esta época legendaria tenía el reverso de las espantosas desigualdades sociales que se vivían en ciudades como Londres o París.

En la capital del Sena, los trabajadores vivían en barrios insalubres en los que el impacto de las enfermedades era muy superior al que sufrían las zonas más ricas. En el caso de la tuberculosis, esta desproporción era de 5 a 1 entre el distrito XX y el de la Ópera. La salud de los proletarios era mucho más frágil, algo lógico, puesto que para ellos conseguir una alimentación digna suponía una aventura épica.

Vivían inmersos en una constante incertidumbre, sin perspectivas de futuro. No había suficientes escuelas para sus hijos, pero contaban, eso sí, con infinito número de tabernas en que ahogar su desesperación con la bebida. Cuando no había manera de llegar a fin de mes, algunas mujeres no veían otro camino que el de la prostitución esporádica.

La vivienda constituía otro problema grave. En los suburbios de las grandes urbes, la gente se amontonaba en chabolas que edificaban de un día para otro.

'Al alba', cuadro de Charles Hermans.
‘Al alba’, cuadro de Charles Hermans. Dominio público

La brecha social se muestra bien en A l’aube (“Al alba”), el impactante lienzo de Charles Hermans, de 1875, conservado en el Museo de Bellas Artes de Bruselas. Un hombre con frac y sombrero de copa, ostensiblemente borracho, sale de un local. Le acompañan dos mujeres, atraídas no tanto por él como por su cartera. A la izquierda de la pintura, una familia proletaria les contempla en silencio. El mensaje del artista no puede ser más claro: mientras a unos les sobra el dinero, otros no tienen qué comer.

“Propaganda por el hecho”

Ante la magnitud de las injusticias, un sector del movimiento anarquista vio en la violencia una solución. La revolución iba a llegar, supuestamente, a través de la denominada “propaganda por el hecho”. Determinados periódicos libertarios apostaron por una apología directa de los métodos más contundentes.

Los trabajadores protestan al dueño de la fábrica, en el cuadro 'La huelga', por Robert Koehler, 1886.
Los trabajadores protestan al dueño de la fábrica en el cuadro ‘La huelga’, por Robert Koehler, 1886. Dominio público

Fue en este ambiente de crispación cuando un joven de apenas veintiún años, Émile Henry (1872-1894), lanzó un explosivo en el café Terminus de París. Era la primera vez que un libertario atacaba a personas corrientes, que no eran representantes del poder político militar. Para Henry, solo contaba su pertenencia a la burguesía. Pensaba que ningún miembro de esta clase social era inocente de la explotación de los trabajadores.

Henry buscaba rebelarse contra la tiranía del capitalismo, pero también quería asegurarse un lugar en la posteridad revolucionaria. De ahí que en ningún momento intentara defenderse para escapar a la pena de muerte.

Estado de psicosis

La sucesión de atentados anarquistas, con la muerte de políticos como el presidente francés Sadi Carnot o el español Cánovas del Castillo, generó una psicosis mundial. Los gobiernos y los periódicos supusieron que existía una organización internacional que decidía los atentados, el denominado “club de la dinamita”, que solo existía en la mente de los creadores de teorías conspiratorias.

Los poderosos veían por todas partes a escurridizos anarquistas portadores de explosivos, un estereotipo como el que utilizaría Joseph Conrad en su novela El agente secreto (1907). La prensa, con sus exageraciones sensacionalistas, contribuyó poderosamente a la propagación del pánico.

Ilustración del asesinato de Cánovas del Castillo en un libro de la época.
Ilustración del asesinato de Cánovas del Castillo en un libro de la época. Terceros

En Francia llegó un momento en que los más acomodados se lo pensaban dos veces antes de acudir al teatro o a un restaurante caro. Nadie sabía cuándo los “dinamiteros” podían entrar en acción.Lee también

En realidad, los militantes libertarios funcionaban a través de pequeños grupos sin conexión entre sí. No poseían, como señala el historiador John Merriman en su reciente libro El club de la dinamita (Siglo XXI), “una organización real ni unos líderes capaces de controlar a sus fieles”. Esta forma de proceder era coherente con sus principios filosóficos, en los que la autonomía del individuo constituía una prioridad.

En París, las fuerzas de orden tuvieron prácticamente carta blanca para actuar según su criterio y capricho

Los datos objetivos daban igual: la maquinaria represiva de los Estados no tardó en ponerse en marcha. La policía multiplicó a sus agentes encubiertos, incrementó los fondos para delatores, detuvo a gente con razón o sin ella. Se promulgaron leyes que limitaban las libertades en nombre de la seguridad pública, con lo que se desencadenaron todo tipo de abusos. Hasta contar un chiste se volvió peligroso. En París, las fuerzas de orden público tuvieron prácticamente carta blanca para actuar según su criterio y capricho.

Tantas medidas de excepción, pensadas para combatir una amenaza formidable, contrastan con el carácter muy modesto de la violencia anarquista, apenas un arañazo en la dura piel del capitalismo. En la década de 1890, un máximo de 60 personas murió en todo el mundo a consecuencia del terrorismo libertario.

Dibujo del anarquista Auguste Vaillant, quien atentó contra la Cámara de los Diputados francesa en 1893.
Retrato del anarquista Auguste Vaillant, que atentó contra la Cámara de los Diputados francesa en 1893. Dominio público

El promovido por el Estado resultaba incomparablemente más letal, en una proporción de 260 a 1, tal como relata Merriman. Así, además de contribuir a alimentar el odio, la brutalidad de las autoridades favorecía una espiral de acción-reacción que solo contribuía a multiplicar los atentados.

No faltaron, desde luego, los que vieron como héroes a Émile Henry y otras figuras similares. Sin embargo, una inmensa mayoría de anarquistas condenó su recurso a la violencia ciega: matar a inocentes no era el mejor camino para cambiar el mundo.

No obstante, de forma previsible, eso no impidió que las clases acomodadas redujeran el pensamiento libertario, sin el más mínimo matiz, a una simple apología del asesinato y del robo. Satisfecha de sí misma, la burguesía biempensante no contemplaba reformas, sino cárceles y ejecuciones para los disidentes.

Cómo occidente se repartió África en un par de décadas

Fuente: eulixe.com 10/12/2020

En 1884, 13 naciones europeas se reunieron en Berlín con un curioso objetivo: repartirse un continente entero. Como si de una jugosa tarta se tratara, los allí presentes negociaron para decidir qué parte se quedaba cada uno, obviando claro está a los pobladores de dicho continente, sus naciones, historia, raíces o cultura. El resultado fue un siglo entero de saqueo de los recursos naturales y guerras sin fin que provocaron millones de muertos. Hoy esos mismos países que se repartieron y destrozaron África, levantan muros para que sus empobrecidos habitantes no puedan escapar de la ruina que provocaron. 

La conferencia de Berlín, celebrada entre el 15 de noviembre de 1884 y el 26 de febrero de 1885 en la ciudad de Berlín (Imperio alemán), fue convocada por Francia y el Reino Unido,​ y organizada por el canciller de Alemania, Otto von Bismarck, con el fin de solventar los «problemas» que implicaba la expansión colonial en África y resolver su repartición.

Bismarck convocó a las principales potencias a una conferencia en Berlín, capital del Imperio alemán. La convocatoria se hacía, en palabras de Bismarck, para «establecer las condiciones del desarrollo del comercio, la civilización y el bienestar moral y material africanos», pero también buscaba una norma internacional para las futuras ocupaciones del territorio africano.

La conferencia se inauguró el 15 de noviembre de 1884 y continuó hasta su cierre el 26 de febrero de 1885. Se convocaron a doce países europeos más el Imperio turco y los Estados Unidos. Aunque algunos no tenían intereses en África, se buscaba un reconocimiento internacional a los resultados de la conferencia, aunque excepcionalmente, los Estados Unidos se reservaron el derecho de rechazar o aceptar las conclusiones de la Conferencia. Ningún estado africano estaba representado.

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Fuente y más info: wikipedia.org

¿Cómo perdió el trono el último emperador de Brasil?

Pedro II, con 49 años, en 1875.  Dominio público

Autor: Javier Martín

Fuente: La Vanguardia. Historia y Vida 02/12/2020

Pedro II es todavía hoy para muchos brasileños un ejemplo político y moral. Cuesta entender cómo pudo dejar ir la corona tan fácilmente

Pedro II reunió cualidades asombrosas: culto, paciente, respetuoso con las leyes, intelectual (le llamaban “O rei filosofo”), pero con dotes para la guerra cuando la veía necesaria para mantener la unidad de Brasil, moderado, casi monógamo, lector extraordinario, modesto… ¿Se podía pedir más a un gobernante?

Para los brasileños, Pedro II ha venido a representar con el tiempo lo más próximo a un ideal político y el envés de su padre, un hombre sexualmente fogoso e irritable al que nunca perdonaron que maltratara a su mujer, la inteligente y culta Leopoldina de Habsburgo. Pedro I lideró la independencia de la nación, liberándola de su estatuto colonial respecto de Portugal. Pero allí no se olvida que perdió la cabeza por una atractiva joven de São Paulo que resultó tan ardiente como él.

Tuvo la inconsciencia de imponer la presencia de la joven de la que estaba enamorado a su esposa, al nombrarla dama de su corte. Leopoldina murió de tristeza y soledad, abandonada, a los 29 años, y ese fue el principio del fin del reinado de Pedro I.

Leopoldina y sus hijos (de izquierda a derecha: Paula Mariana, María de la Gloria, Francisca, Pedro —en los brazos de su madre— y Januaria) poco antes de su muerte (1826).
Leopoldina y sus hijos (de izda. a dcha.: Paula Mariana, María de la Gloria, Francisca, Pedro –en brazos de su madre– y Januaria) poco antes de su muerte, 1826 Dominio público

Al percibir la consternación del pueblo ante lo ocurrido, el monarca quiso combatir su inesperada caída en desgracia alejando a la marquesa y casándose con otra noble europea, Amelia de Beauharnais. Pero ya nada pudo ser como antes. Se vio obligado a abdicar a favor de su hijo Pedro II, quien solo tenía cinco años en 1831, partiendo a Europa. Nunca volverían a verse. Pedro I murió en Lisboa en 1834, a los 35 años. Una vida intensa y corta, como la llama que inspira una hoja de papel.

Un niño solitario

La infancia de Pedro II fue triste, y sobre todo solitaria. Se hizo retraído, y solo en los libros encontraría un refugio a su infelicidad. A los 15 años fue coronado emperador, ante la inestabilidad política que se vivía en Brasil a causa de la larga regencia.

En 1843, dos años después de ser coronado, se casaba, sin conocerla, con Teresa Cristina de Borbón, princesa de las Dos Sicilias. La intención de la camarilla que se valía de su inexperiencia para gobernar era ver si el matrimonio le daba la seguridad necesaria como monarca y lo hacía madurar emocionalmente. Le habían prometido una belleza, y Pedro II se desilusionó tanto al verla que sufrió un leve desvanecimiento: la princesa era baja, cojeaba al andar, carecía de cintura y su rostro tenía un aspecto severo.

El falso retrato de Teresa Cristina que fue enviado a Pedro II para alentar el matrimonio imperial.
El falso retrato de Teresa Cristina que fue enviado a Pedro II para alentar el matrimonio imperial. Dominio público

En un primer momento quiso deshacer el matrimonio, pero la situación pudo reconducirse gracias a la discreción de Teresa Cristina, quien, sin ser una intelectual, encontró temas de conversación que la aproximaron a su marido. Él acabó aceptando a una mujer por la que no se sabe muy bien lo que sintió, pero a la que siempre fue fiel.

Decenios después, en 1889, cuando ella murió, fruto del shock que le supuso ver a la familia abocada al exilio, él anotó en su Diario: “No sé cómo escribo. Murió hace media hora la emperatriz, esa santa […]. Nunca imaginé mi aflicción”.

Reinado en auge

A mediados de siglo, el emperador, lejos ya de la adolescencia y con una familia en la que apoyarse, se siente cada vez más seguro de sí mismo, y con ello crece su popularidad. La economía consigue estabilizarse gracias a la consolidación del café en los mercados internacionalesel fin del tráfico de esclavos y la liberación de grandes capitales, listos para invertir en el nuevo mercado industrial que potencia de forma entusiasta el emperador, liberal y demócrata. Además, de acuerdo con su talante intelectual, se preocupó de otorgarle una base cultural con la que pudiera identificarse.

La coronación de Pedro II, con quince años, el 18 de julio de 1841.
La coronación de Pedro II, con quince años, el 18 de julio de 1841. Dominio público

Brasil carece de la rica variedad de culturas indígenas propia de los países hispanos, pues la colonización portuguesa fue menos cuidadosa, mucho más abrasiva. Pedro II comprendió que era preciso no solo afianzar la monarquía creada por su padre, sino proporcionarle una memoria, una tradición cultural propia, a fin de mantener la unidad política. Eso le ganó la imagen de “sabio emperador” que todavía conserva.

Potenció una literatura nacional que incluyera una rehabilitación ética y poética de lo indio (nativismo). Aprendió el tupí (el idioma indígena más hablado en Brasil) y propició la elaboración de diccionarios y gramáticas de ambas lenguas. Si lo africano evocaba la esclavitud y su presencia era incómoda en las artes, lo selvático aparecía como noble y auténtico, libre de reproches morales y, por ello, capaz de soportar la construcción de un pasado mítico. Lo mismo hizo con la pintura y la música: en ambos casos mostró el camino para valorizar lo pintoresco, la presencia del trópico.

De modo que el Romanticismo brasileño, más tardío que el europeo, fue un proyecto oficial, con un objetivo político. Pero lo cierto es que aquel mecenazgo imperial tuvo efectos deslumbrantes a corto plazo y atrajo a artistas y científicos europeos que darían a conocer Brasil al mundo.

Pedro II (c. 1858). En la década de 1850, los libros empezaron a aparecer de manera prominente en sus retratos.
Pedro II hacia 1858. En la década de 1850, los libros empezaron a aparecer de manera recurrente en sus retratos. Dominio público

“La ciencia soy yo”, recuerda la historiadora Lilia Schwarcz que dijo en una de las reuniones del Instituto Histórico y Geográfico Brasileiro, que él mismo había fundado. Y el mismo espíritu latió en la construcción de Petrópolis (“ciudad de Pedro”): unas tierras compradas por su padre en la parte más alta de Río de Janeiro fueron aprovechadas por el emperador para edificar un palacio de verano, inspirándose en Versalles. Y es que el modelo de Pedro II era Luis XIV, con su capacidad de dotar a su reinado de una enorme brillantez cultural y artística.

Asimismo, el emperador facilitó a los campesinos alemanes la posibilidad de que se instalaran cerca de Petrópolis, para conferir a los alrededores un patrón de civilización. Y muchos alemanes viajaron hasta allí, fundando con el tiempo ciudades como Novo Hamburgo, Santa Caterina, Joinville o Gramado.

De la guerra y el amor

Pero a su actividad a favor de la cultura y el progreso debemos contraponer su creciente desinterés por la política nacional. El punto de inflexión de su reinado lo marca la guerra con Paraguay, cuando este país invade el Mato Grosso en 1864 de la mano de Francisco Solano López, quien sale al paso de la alianza que Brasil había establecido con Argentina en contra de su enemigo natural, Paraguay, por la eterna discusión de los límites de cada uno y por otros intereses añadidos de la importante colonia de británicos en la región.

Mato Grosso era territorio paraguayo sobre el papel, pero estaba ocupado por brasileños cuando el mariscal Solano López decidió recuperarlo. Fue una guerra costosísima para ambas partes: en el caso de Brasil, en vidas humanas y pérdidas económicas, pues el conflicto duró algo más de cinco años, mientras que Paraguay quedó tan diezmado en personas y bienes que para algunos historiadores fue el comienzo de su bancarrota nacional.

La muerte del mariscal Solano puso fin al conflicto, y, aunque la victoria fue para Brasil, se dice que la preocupación ocasionó el envejecimiento precoz del emperador: su larga barba blanca y el aspecto cansado y pesaroso proceden de esa época y de una guerra que se le hizo inacabable. Pero solo tenía 45 años…

Pedro II con uniforme de almirante a los 44 años, los años de guerra le envejecieron de forma prematura.
Pedro II con uniforme de almirante a los 44 años, los años de guerra le envejecieron de forma prematura. Dominio público

Pedro II aprovechó la triste noticia de la muerte de su hija Leopoldina en Viena a causa del tifus para emprender su primer viaje a Europa, dejando como regente a su hija primogénita, Isabel. El emperador escribe en su Diario todo lo que ve, pero echa de menos a una mujer que con el tiempo se ha convertido en su confidente y amiga, la condesa de Barral, aya de sus hijas desde 1854.

No hay duda de que fue el gran amor del monarca. “Nunca conocí una inteligencia como la suya”, escribiría él al morir la condesa. No está claro que llegaran a tener relaciones carnales, pero la correspondencia entre ambos da fe de una relación singularmente íntima y confidencial que despertó los celos de Teresa Cristina.

Camino al exilio

Al primer viaje, que duró diez meses, le seguirían dos más. El segundo, a Estados Unidos, duró un año y medio, y el tercero, en 1887, a Italia, otros quince meses. El contacto con otras culturas le iba alejando de la dureza de la política practicada en Brasil, pero también su figura iba disolviéndose entre las nuevas generaciones. El emperador se había convertido en motivo de muchas caricaturas en los periódicos: no se comprendía su modestia, el hecho de que viajara con un séquito reducido y sin visitas oficiales, que vistiera como un burgués corriente, con un sencillo frac.

Pedro II (sentado, a la derecha) visitando la necrópolis de Giza a finales de 1871.
Pedro II (sentado, a la derecha) visitando la necrópolis de Giza a finales de 1871. Dominio público

Hay que decir que él no confiaba en el reinado de su hija Isabel. Creía que solo un hombre podía ser capaz de llevar las difíciles riendas de la Corona brasileña, y sus hijos habían muerto tempranamente. De modo que se le planteó una duda que acabó por engullirle: ¿por qué seguir, si tampoco tendría continuación la dinastía de los Braganza? Y, sin embargo, fue Isabel quien, en sus períodos de regencia, aprobó la llamada “ley del vientre libre”, por la cual los nacidos de mujeres esclavas podían permanecer con la madre, y quien, más adelante, en 1888, sancionó la ley que abolía definitivamente la esclavitud.Lee también

Pedro II no luchó por la herencia de su hija. Llevaba casi cincuenta años al frente del imperio de Brasil, y la intriga de quienes más perjudicados se sentían por la pérdida del trabajo esclavo condujo a la declaración de la república el 15 de noviembre de 1889. Era una declaración que apenas contaba con apoyos. Pedro podía haberse impuesto, pero no lo hizo.

A los pocos días, la familia imperial partía para Europa. En el poco tiempo de vida que le quedaba comprendería claramente su error. Demasiado tarde. En el exilio soñará con que sus antiguos súbditos le reclamen. Nunca sucedió. Pedro moría en París el 5 de diciembre de 1891.

La conmovedora historia de Henry Dunant, el rico fundador de la Cruz Roja, que acabó viviendo de la caridad

Henry Dunant, en una imagen tomada alrededor de 1893, probablemente en Ginebra. Getty

Autora: Elena Benavente

Fuente: El Mundo 3/11/2020

Dunant se dedicaba a los negocios en Argelia, pero un problema le hizo recurrir al emperador Napoleón III y tuvo que ser testigo de una batalla en Lombardía. Allí su vocación se transformó de forma drástica.

Durante los últimos siete meses, diversas organizaciones solidarias y fundaciones sin fines de lucro han jugado un rol elemental en la lucha contra el COVID. Entre ellas, la Cruz Roja, que ha puesto en marcha diversos proyectos con el fin de contribuir a la contención de la pandemia, además cuidar de los más vulnerables. «Queríamos atender a 1,3 millones de personas en tres meses y recaudar 11 millones de euros y, en dos meses, llegamos a 1,6 millones de personas y a 20 millones de euros recaudados», comentó, hace un par de días, Javier Senent, el presidente de la Cruz Roja Española.

¿Y cual será el destino de esos 20 millones de euros? La respuesta es el rescate de diversos colectivos y personas, en situación de riesgo o precariedad. Por ejemplo, trabajadores en condiciones de pobreza, emigrantes, refugiados, desempleados y, sobre todo, enfermos. Un sueño que su fundador, el banquero suizo Henry Dunant -fallecido el 30 de octubre de 1910- comenzó a imaginar en 1859 después de ser testigo de una cruda batalla en Italia.

Dunant nació en 1828, en Ginebra, dentro de una familia dedicada a los negocios y con una fuerte vocación social. De acuerdo con el Museo Virtual del Protestantismo, los Dunant tenían una formación calvinista y la ayuda al prójimo era algo que tenían interiorizado. Es por eso que, cuando Henry creció, se hizo voluntario de YMCA (La asociación cristiana de jóvenes) e incluso entregaba gran parte de su dinero a la aquella organización.

El empresario estudió en el Collège de Genève. Pero a la edad de 21 años, dejó la universidad para aprender economía en el banco Lullin et Sautter. Fue precisamente esa empresa la que le pidió que visitara Argelia y e intentara urbanizar un terreno para instalar a una comunidad de colonos suizos. Y lo consiguió… Dunant logró hacer un verdadero negocio en territorio argelino y su situación económica se elevó de manera considerable. Por otro lado, el suizo también visitó Túnez y, motivado por describir su geografía, escribió un libro llamado Notice sur la Régence de Tuni.

De esa forma, Dunant -que era un genio de las finanzas y conocía ampliamente el norte de África- se convirtió en el presidente de Compañía Financiera e Industrial de Mons-Gémila Mills, a la que se le concedió una gran extensión de tierra para explotar en Argelia. No obstante, el empresario tuvo problemas para hacerse con los derechos de agua y decidió elevar su petición directamente al emperador Napoleón III, de Francia. «Napoleón estaba en Lombardía, dirigiendo los ejércitos franceses que, junto con los italianos, se esforzaban por expulsar a los austriacos de Italia. Por lo que Dunant debió dirigirse hasta al cuartel general de Napoleón, cerca de la ciudad de Solferino», relata la biografía de Dunant, en la web de los Premios Nobel.

Dunant llegó a Solferino el 24 de junio de 1859 y vio, con sus propios ojos, las secuelas de una de las batallas más sangrientas del siglo: 23.000 heridos, moribundos y muertos. El millonario quedó conmocionado ante tanta pena, miseria y dolor, así que decidió intentar ayudar a los heridos en un pequeño pueblo. De hecho, convenció a la población civil de que era necesario organizarse y atender a los necesitados, sin importar de que bandos fueran. A raíz de ello, Dunant escribió un libro llamado Una memoria de Solferino, en el que plasmó sus sensaciones y realizó una curiosa petición: que todas las naciones del mundo formasen sociedades de socorro para brindar apoyo a los heridos de guerra.

En el texto, Dunant presentó un detallado plan para hacer realidad estas comisiones: debían crearse organizaciones patrocinadas por juntas directivas -compuestas por prominentes figuras- para, posteriormente, captar la atención de los ciudadanos y encontrar voluntarios que se ocuparan de curar a los heridos. Por supuesto, su idea fue muy bien recibida y el 9 de febrero de 1863, la Sociedad Ginebrina para el Bienestar Público optó por formar un comité para evaluar el proyecto. Ocho días después, se llevó a cabo la primera reunión de lo que hoy es considerada la Cruz Roja.

Un par de meses más tarde, el comité creado en Ginebra invitó a 14 estados para discutir el cuidado de los soldados heridos y desde entonces, la idea de Dunant tomó relevancia internacional. Pese a ello, el magnate no estaba interesado en hacerse más famoso o más rico. Es más, durante sus últimos años se desligó de su propia fundación y comenzó a vivir de la caridad y la hospitalidad de sus amigos, en Heiden, un pueblo en Suiza. En 1895, un periodista lo encontró y logró que toda Europa se enterara de su situación y honrara su trabajo. Así, en 1901, Dunant recibió el primer premio Nobel de la Paz, por su papel fundamental en la creación de Cruz Roja, y falleció nueve años después, tras sufrir numerosos problemas mentales.

Buchanan, el peor presidente de Estados Unidos

James Buchanan, en el centro, de pie, rodeado por su gabinete, aproximadamente en 1860 
 Getty Images

Autor: Joaquín Luna

Fuente: La Vanguardia 25/10/2020

El único presidente soltero de la historia fue el rey del estropicio: fracturó su partido, trató de adquirir Cuba en vano y legó a Lincoln la guerra civil

Visión, rumbo, determinación. El abogado James Buchanan llegó a la Casa Blanca, pero careció de estas y otras virtudes pese a su experiencia diplomática y legislativa, por lo que su presidencia (1856-1860) está considerada la peor de la historia de Estados Unidos, según la mayoría de índices presidenciales. Lo suyo era el estropicio.

“Buchanan era perezoso, temeroso, pusilánime y estaba confundido”, señala el profesor Paul Johnson en su libro Estados Unidos. La historia (Ediciones B). Más allá de su preparación y experiencia en los asuntos públicos, cuesta dar con elogios sobre James Buchanan, dada la magnitud de los desastres que originó, “su inflexible visión de la Constitución” y una terquedad que algunos biógrafos atribuyen a su soltería.

Aún hoy, James Buchanan es el único de los 45 presidentes de EE.UU. que nunca se casó, como tampoco dejó rumores sobre su sexualidad en una ciudad propicia al cotilleo sobre la Casa Blanca como Washington DC. Una de sus biógrafas, Jean H. Baker, apunta que Buchanan era asexual y recoge la teoría de que buena parte de su torpeza política guarda relación con el tópico de que un soltero ignora los mecanismos de los compromisos cotidianos.

El estado civil de los presidentes, no obstante, no figura en ninguna de las casillas en las que historiadores, académicos y especialistas en la Casa Blanca puntúan a cada presidente, las que permiten elaborar los llamados “índices de los presidentes”: una forma científica y con ambición de objetividad para situar a cada presidente en su lugar bajo el sol. El sol y la historia de Estados Unidos.

Buchanan es el único soltero entre los 45 presidentes de EE.UU.

Buchanan es el último de la fila en la mayoría de estos índices, y cuando no lo es –caso de la lista de la cadena pública C-Span–nunca está fuera de los tres peores. El escalafón de esta cadena, por ejemplo, desbancó en 2017 a Buchanan para ceder el farolillo rojo a… Donald Trump. Un panel de historiadores evaluaron conforme a diez cualidades que se asignan a un inquilino de la Casa Blanca. He aquí algunos baremos: “autoridad moral”, “liderazgo en tiempos de crisis”, “visión y agenda”…

Desde que, en 1948, Arthur M. Schlesinger Sr. elaboró desde su atalaya en Harvard una lista con base en las puntuaciones de los más distinguidos historiadores, han sido numerosos los medios de comunicación y centros docentes que han elaborado sus propias listas. Ya forman parte de la tradición política de Estados Unidos y son una de sus particularidades (ningún país europeo las ha reproducido a similar escala).

Revuelta de transporte de esclavos con destino a Cuba, en 1839
Revuelta de transporte de esclavos con destino a Cuba, en 1839 Getty Images

Hijo de un irlandés que hizo fortuna, Buchanan parecía preparado para el cargo. Había servido en el Capitolio, como representante de Pensilvania tanto en el Senado como en la Cámara baja, fue embajador ante la corte de los zares, secretario de Estado (1845-49) en una época de gran dinamismo y embajador en Londres, desde donde trató de comprar la isla de Cuba a España por las buenas o por las malas. Y lo hizo no sólo por fidelidad a la doctrina del presidente Monroe –“América para los americanos”, dijo un 2 de diciembre de 1823–, sino también para contentar a los estados del Sur, partidarios de apropiarse del Caribe a fin de disponer de más esclavos y a mejores precios.

La cristalización del apetito de Buchanan por Cuba se hizo patente en el manifiesto de Ostende (1854), en el que los principales embajadores de EE.UU. en Europa reunidos en la ciudad belga daban por legítima una intervención militar caso de que el Gobierno español no a se aviniese a pactar la venta. La declaración tuvo un recorrido muy corto porque pretendía ser secreta y terminó conociéndose en las capitales europeas, reacias al expansionismo territorial (tanto Gran Bretaña como Francia tenían colonias en el continente americano).

Comprar la isla fue una obsesión a fin de contentar a los estados esclavistas

¿Por qué ese apetito estadounidense a lo largo del siglo XIX y especialmente en los años en torno a la presidencia de Buchanan? Cuba formaba parte de la “política doméstica”. La cercana isla se presentaba como una atractiva cantera de esclavos (en 1850, la población constaba de 651.000 ciudadanos libres y 322.514 esclavos). Para los estados sureños, más desarrollados y ricos a principios del siglo XIX que los del norte de EE.UU., se trataba sencillamente de garantizar en el futuro la mano de obra para el algodón y el tabaco. Washington y Madrid nunca llegarían a un acuerdo, y el mero hecho de negociar con el palo y la zanahoria despertó el orgullo patrio en España, resumido en la altisonante respuesta del general Prim: “Vender Cuba sería una deshonra. A España se la vence pero no se la deshonra”.Lee también

James Buchanan era un político demócrata del Norte que trató de conciliar el esclavismo de los estados del Sur –y apaciguarles para ganar sus votos de cara a la elección presidencial– con el pujante desarrollo industrial del Norte, plasmado en el liderazgo mundial de Nueva York y su región en los años cincuenta del siglo XIX, coincidiendo con la presidencia de Buchanan.

Left to Right: Photograph of Allan Pinkerton (1819-1884) President Abraham Lincoln (1809-1865) and John Alexander McClernand (1812-1900) during the Battle of Antietam. Dated 19th Century. (Photo by: Universal History Archive/ Universal Images Group via Getty Images)
Lincoln, en el centro, en la batalla de Antietam  Universal Images Group via Getty

Nuestro hombre see presentó a la elección con la promesa de que sería el presidente capaz de preservar la Unión y compaginar las reivindicaciones del Sur –cuyo modelo era antagónico al proteccionismo que reclamaba el Norte– con las del resto del país. “La Guerra Civil, impensable una década atrás, se convirtió en inevitable al acabar la presidencia de Buchanan”, ha escrito la profesora Jane H. Baker. Había prometido ocupar la presidencia un único mandato y cumplió pero su mayor fiasco fue acelerar irreversiblemente el camino a la guerra civil.

Todos los historiadores acusan a James Buchanan de una grave inacción durante los meses de transición entre la elección de Lincoln, el primer presidente republicano, en noviembre de 1860 y el relevo efectivo el 4 de marzo de 1861. Seis semanas después de que Lincoln asumiese la presidencia, la guerra de Secesión estallaba como colofón al secesionismo del Sur en cuanto se conoció la victoria electoral de Lincoln. “Un fuerte despliegue de determinación presidencial hubiese podido detener el crecimiento del sentimiento secesionista. Buchanan hizo lo contrario: se rindió”, señaló a la BBC David C. Eisenbach, experto en historia presidencial de EE.UU. de la Universidad de Columbia.

Llegó a la Casa Blanca prometiendo reconciliación y dejó a EE.UU. en llamas

James Buchanan se pasó el resto de sus días –falleció ocho años después de abandonar la Casa Blanca– tratando de defender su gestión, a la vista de que sus contemporáneos le señalaban como uno de los grandes responsables del desastre de la guerra civil. “Los tiempos críticos elevan a menudo a los mejores presidentes y a la inversa. James Buchanan fue uno de los que desaprovechó la oportunidad”, estima Baker. Su sucesor, Abraham Lincoln, no. Todo o contrario: figura siempre entre los cinco mejores presidentes de la historia.

Nicolás II y su desastrosa guerra contra Japón

Soldados japoneses cerca de Chemulpo, en Corea, entre agosto y septiembre de 1904.
 Dominio público

Autora: EMPAR REVERT

Fuente: lavanguardia.com 05/09/2020

Nicolás II estaba exultante. Tras un decenio como soberano, su pueblo al fin le demostraba la entrega que tanto había anhelado. Toda Rusia reaccionaba como una sola voz contra el ataque japonés a la base imperial en Port Arthur. Bien, no toda. Algunas figuras de la corte, pocas, presintieron los peligros que una guerra encerraba para una Rusia tan grande como frágil. El ministro Sergei Witte era la principal de ellas.

A principios del siglo XX Rusia era un gigante con pies de barro que suplía la decadencia de sus estructuras con un incesante crecimiento territorial. El zar ostentaba aún el poder absoluto, y en el caso de Nicolás II eso era un problema. Los asuntos de Estado no eran lo suyo. El conde Witte, tan estimado por su padre, el zar Alejandro III, era un ministro capaz, pero no podía evitar menospreciar a Nicolás, que a su vez encontraba molesto al político.Lee también

El imperio de los Romanov no había abordado con firmeza el camino de la modernización. Siguiendo su inercia, la Rusia zarista buscaba su propia justificación a ojos del pueblo a través de guerras victoriosas. Impedida su expansión hacia el oeste y el sur europeos, sus miras desde mediados del siglo XIX se fijaban en Oriente.

La permanencia de estructuras semifeudales también había sido una característica esencial de la sociedad japonesa. La presión de Estados Unidos y Europa para obtener concesiones comerciales llevó a su organización tradicional a una crisis irreversible. Sin embargo, el Japón que emergió de esa crisis estaba decidido a tratar con el hombre blanco de igual a igual.

Tras un serio proceso de revisión, el Imperio nipón retuvo los que consideraba sus máximos valores –patriotismo, lealtad, diligencia– y los combinó con los modelos políticos y la tecnología occidentales. Bajo el reinado de Mutsuhito (el emperador Meiji), el poder pasó a manos de oligarcas plenamente involucrados en esta misión. La sociedad japonesa conoció un rápido proceso de modernización, y a finales del siglo XIX Japón ya estaba en posición de desempeñar un papel de primer orden en Asia oriental.

Retrato de Nicolás II coronado.
Retrato de Nicolás II coronado. Dominio público

El rival imprevisto

La resolución nipona se puso de manifiesto muy pronto, en la guerra chino-japonesa de 1894-95, derivada del choque de intereses entre ambos países sobre Corea. El coreano era un estado ligado a China por vínculos tributarios y juzgado por el gobierno de Tokio como el trampolín natural para su expansión en el continente. 

La rápida victoria nipona sobre China sorprendió y alarmó a las potencias occidentales, en particular a Rusia, que no esperaba competencia en la región. A expensas de Pekín, San Petersburgo se había anexionado decenios antes la isla de Sajalín y una amplia zona al norte del río Amur. Ahora acariciaba la idea de extender su influencia por Manchuria y la estratégica península de Liaotung. En ella, Port Arthur garantizaría a la marina imperial una salida al mar libre de hielos durante todo el año, algo que el puerto de Vladivostok, mucho más al norte, no podía ofrecer.

El tratado que ponía fin a la guerra entre China y Japón arrancaba al Imperio chino la península de Liaotung. Adiós al puerto libre de hielos. Y ya no era solo eso. Como intuía Witte, si Japón se instalaba en Liaotung, no se detendría allí. San Petersburgo recabó el apoyo de sus aliados europeos, Francia y Alemania, para obligar a los japoneses a renunciar a sus demandas sobre la península china. El Imperio nipón tuvo que ceder a las presiones y contentarse básicamente con Taiwán.

Caricatura que ironiza sobre el reparto de China que se hacía entre las grandes potencias.
Caricatura que ironiza sobre el reparto de China entre las grandes potencias. Dominio público

El pueblo japonés lo consideró un trato humillante, y su resentimiento se convirtió en indignación dos años después, cuando el imperio del zar dejó al descubierto sus intenciones. Rusia impuso al gobierno chino un acuerdo por el que obtenía la concesión de Liaotung –con Port Arthur– durante 25 años prorrogables. Japón vio claro que necesitaba aliados y que el enfrentamiento con Rusia era bastante probable.

Promesas incumplidas

Las relaciones diplomáticas ruso-japonesas empeoraron en 1900 a raíz de la guerra de los Bóxers, en que el estallido de una revuelta xenófoba en China desencadenó la intervención de un contingente europeo. A él se unió Japón para impedir que Rusia tomara ventaja de la situación, pero los nipones no pudieron evitarlo. 

Japón ofreció reconocer la hegemonía rusa en Manchuria si el Imperio zarista hacía lo propio con la japonesa sobre Corea

El foco más activo del movimiento xenófobo se encontraba en Manchuria, precisamente donde las fuerzas rusas eran mayores. El Imperio zarista lo aprovechó para ocupar toda la región, a lo que Gran Bretaña y Japón respondieron con una enérgica protesta. Cediendo a las presiones, los rusos decidieron firmar un acuerdo con el gobierno chino que preveía la evacuación de las tropas de Manchuria en varias fases.

La primera fase de evacuación de las tropas rusas de Manchuria se llevó a cabo puntualmente, pero cuando llegó el momento de poner en marcha la segunda fase, en 1903, Nicolás II decidió no solo no cumplirla, sino obtener de China nuevas concesiones en la región. Tokio intentó solucionar la crisis por la vía diplomática. Ofreció a Rusia el reparto de zonas de influencia: Japón reconocía la hegemonía rusa en Manchuria si el Imperio zarista hacía lo propio con la japonesa sobre Corea.

En San Petersburgo, la propuesta contó con el favor de algunos de los miembros de la corte, como Sergei Witte, en ese momento apartado del poder por el zar y que, consciente de las flaquezas del Imperio, siempre había abogado por una expansión por medios distintos de los militares.

Retrato de Sergéi Witte.
Sergei Witte. Dominio público

Nicolás II no accedió a la oferta ni propuso alternativas. Creía que Japón no iría a la guerra. A principios de enero de 1904, Tokio optó por romper las relaciones. Días después, la marina nipona atacaba por sorpresa a las fuerzas rusas destacadas en Port Arthur.

Estalla la lucha

Pese a todo, Nicolás II no se alarmó. Sobre el mapa, Japón era un país mínimo que no hacía tanto que se defendía con katanas. El zar se dejó arrullar por el fervor popular en una empresa que parecía hacer olvidar las incipientes muestras de descontento social. 

Pero las ventajas del Imperio ruso eran solo aparentes. Los efectivos rusos en Manchuria eran inferiores. Los refuerzos podían llegar únicamente por el ferrocarril transiberiano, que no estaba listo para el transporte de grandes cantidades de hombres y suministros. Para asistir a la flota de Port Arthur apenas podría contarse con la de Vladivostok, impedida por los hielos, ni con la del mar Negro, que por convención internacional tenía prohibido atravesar el estrecho del Bósforo, mientras que la del Báltico tendría que rodear África antes de llegar a la zona de conflicto. A pesar de todo esto, en San Petersburgo, como en casi toda Europa, primaba la convicción de que Rusia saldría vencedora.Lee también

Frente al ataque de la flota japonesa dirigida por el almirante Togo, el vicealmirante ruso Makarov, al mando en Port Arthur, apostó por una estrategia ofensiva que arrebatara a los nipones el dominio del mar Amarillo. Sus objetivos se truncaron cuando, al regresar al puerto tras una incursión, su nave topó con una mina. Murieron Makarov y casi toda la tripulación. Los japoneses tuvieron desde ese momento el control absoluto del mar.

Ante el revés, el zar puso al contralmirante Rozhestvenski a la cabeza de la flota del Báltico, que tendría que prepararse para emprender una travesía de varios meses hasta Port Arthur. Rozhestvenski, un mando competente y severo, accedió con una petición. Era consciente de que Port Arthur caería antes de su llegada, y solicitó el refuerzo de la flota –un montón de chatarra– con la compra a Argentina y Chile de siete cruceros de fabricación reciente. Su solicitud se aceptó, pero no se llegaría a cumplir.

Zinovi Petrovich Rozhestvenski, a quien el zar puso al frente de la flota del Báltico.
Zinovi Petrovich Rozhestvenski, a quien el zar puso al frente de la flota del Báltico. Dominio público

Mientras tanto, un ejército japonés pasaba de Corea a Manchuria, y poco después un segundo contingente desembarcaba en la península de Liaotung. Port Arthur estaba rodeado. En cuestión de semanas, las fuerzas niponas entraban en el vecino puerto de Dairen, evacuado por los rusos.

Los intentos del general Kuropatkin, comandante de las tropas rusas en Manchuria, de romper el cerco de Port Arthur no tuvieron éxito y, tras una contraofensiva japonesa, los rusos se vieron, además, obligados a retirarse al norte, hacia Mukden.

De Port Arthur a Tsushima

En enero de 1905, tras un asedio de cinco meses, Port Arthur se rendía. Las naves de Rozhestvenski, que habían partido de Rusia a finales del año anterior, se hallaban aún en Madagascar. El desastre causó una honda impresión en el Imperio y atizó a la oposición interna, que pedía reformas sociales y libertades políticas. 

Retirada de las tropas rusas tras la batalla de Mukden, en 1905.
Retirada de las tropas rusas tras la batalla de Mukden, en 1905. Dominio público

Pocas semanas después de la caída de Port Arthur, una multitud reunida ante el palacio de Invierno en demanda de mejoras era dispersada a tiros por la guardia del zar. El episodio, que pasó a la historia como el Domingo Sangriento, se cobró más de cien muertos y dos mil heridos.

Sin embargo, la pérdida de Port Arthur no había decidido la guerra. El grueso del ejército ruso seguía intacto. Las tropas del zar y las del Sol Naciente se enfrentaron en la batalla de Mukden y, esta vez sí, los japoneses infligieron graves daños al ejército ruso, que no tuvo más remedio que replegarse al norte de esa ciudad. Manchuria se había convertido de pronto en un sueño fuera de su alcance.

Quedaba Rozhestvenski, la última esperanza del zar. Al contralmirante, en cambio, no le quedaba ninguna. Con los medios de que disponía, estaba convencido de que navegaba hacia el desastre. Desoídas sus opiniones al respecto, se resignaba a perder la vida en combate, aunque dispuesto a convertirse en un enemigo difícil de batir.

Togo y su tripulación antes de entrar en combate.
Togo y su tripulación antes de entrar en combate. Dominio público

Mediado mayo, dejaba atrás las costas de Indochina. Sus órdenes eran unirse con la flota de Vladivostok, ahora libre de hielos. Se decidió por la ruta menos mala, aun sabiendo que era la más directa hacia la armada japonesa: a través del golfo de Corea. A finales de mes, Togo y Rozhestvenski se enfrentaron en el estrecho de Tsushima. Fue un duelo a la altura de sus aptitudes, pero el contralmirante volvía a estar en lo cierto. La flota del Báltico no estaba en condiciones. Fue casi completamente destruida y su comandante capturado.

La rápida firma de la paz

La derrota en Tsushima y los aires de rebelión interna convencieron al zar de la necesidad de negociar la paz, para lo que rehabilitó al conde Witte. Japón, pese al triunfo, tenía la misma prisa, porque el esfuerzo bélico había dejado exhausto al país. Ambos contendientes aceptaron la oferta de mediación del presidente estadounidense Theodore Roosevelt, y en agosto se inauguró la Conferencia de Portsmouth. 

Japón logró el control de la península de Liaotung y de la parte meridional de Sajalín, el protectorado sobre Corea y la evacuación del ejército ruso de Manchuria. Menos de lo que esperaba. Aun así, el prestigio japonés creció como la espuma en el resto de Asia, que no previó el dominio, tanto o más feroz que el occidental, que la nueva potencia impondría sobre buena parte del continente en los años siguientes.

Para la Rusia autocrática representó un paso más hacia la tumba. El estallido de la Revolución de 1905, aplastada a finales de año, fue el preludio de la que doce años después derrocaría a Nicolás II.

¿Y qué fue de los dos contendientes de Tsushima? En el juicio por la derrota, celebrado en 1906, Rozhestvenski se autoinculpó, pero la sentencia le declaró inocente, tras lo cual decidió retirarse. Murió en 1909, a los 60 años. En cuanto a Togo, convertido en héroe, fue nombrado jefe del Estado Mayor Naval y miembro del Consejo Supremo de Guerra. Recibió el título de conde y se le encargó la educación del príncipe heredero Hirohito. Murió en 1934, a los 86 años.

Esclavos, barro y burdeles: así nació Washington City

El Capitolio en construcción en 1860. Wikimedia Commons / National Archives and Records Administration

Autora: Montserrat Huguet

Fuente: theconversation.com 23/07/2020

La ciudad que hoy conocemos como Washington D.C. poco tiene que ver con el Washington City del siglo XIX. Unos pocos hitos urbanísticos y arquitectónicos se mantienen desde entonces: el Mall, la Casa Blanca o Capitol Hill, en un plano en uve entre las riberas del Potomac. Desde luego, no es una ciudad embarrada y recorrida por cuerdas de esclavos.

Proyecto inconcluso

La ciudad de Washington surgió de la concurrencia entre el proyecto urbanístico del arquitecto L´Enfant (1790) y el pragmatismo cotidiano para solventar los problemas de construcción. Los planos originales aportaban ideas: amplias avenidas como expresión de la democracia, accesibilidad sin restricción de clase a los edificios de la soberanía popular, y monumentos que expresaban el triunfo de la república virtuosa.

Plan de L’Enfant para Washington, revisado por Andrew Ellicott. Wikimedia Commons / Library of Congress

Pero no se habían considerado los imponderables: que el terreno se inundaba con las mareas o que, a la hora de avanzar en las obras, tendían a primar los intereses espurios de políticos y comerciantes. La ciudad de las imponentes avenidas, en el recién creado Distrito de Columbia, se levantaba para albergar la administración federal y ofrecer al mundo la imagen de la República, pero a finales del siglo XIX seguía inconclusa. Las arcas municipales siempre estaban vacías y las obras se frustraban por razones impredecibles.

A pesar de ello en el día a día el tejido de la urbe iba tomando cuerpo. La sociedad capitalina reclamaba soluciones eficaces en materia de alojamientos, de transportes e de infraestructuras. Y el primer alcalde, Robert Brent con los arquitectos Latrobe o Hoban, autores de las arquitecturas relevantes de la ciudad, impulsaban un proyecto complejo, al que además cada Presidente quería aportar matices. En los archivos urbanos y crónicas se constata la excepcional actividad de las autoridades ante el reto de una urbe erigida ex nihilo.

Newspaper Row, Washington, D.C. Grabado de Harper’s New Monthly Magazine (enero de 1874). Wikimedia Commons / National Archives and Records Administration

Barro y trifulcas

A la altura del segundo tercio del siglo XIX la imagen de Washington City era chocante, a juicio de los viajeros: las vías excesivas sin acabar, los edificios públicos inconclusos, los hospedajes pobretones e inadecuados a la dignidad de políticos y viajeros. Los ciudadanos estaban mal instalados pese a que había solares vacíos junto a zonas abigarradas y los saneamientos urbanos eran deficientes todavía bajo el mandato de Lincoln.

Con el deshielo y el calor, la capital de los Estados Unidos se convertía en un barrizal insalubre. Los diplomáticos detestaban ser destinados a Washington City incluso si la municipalidad les regalaba suelo para abrir legaciones. En las principales calles, reyertas y trifulcas daban fe de la enorme tensión social.

Una ciudad de hombres… aburridos

La sociedad de Washington fue en origen masculina. Las mujeres se resistían a acompañar a sus maridos hasta la capital. Debido a las pobres comunicaciones y la dureza del viaje en invierno, al principio, durante la temporada legislativa, los congresistas –también los militares– residían en la ciudad sin sus familias. Asistían a sus obligaciones en Capitol Hill y veían cómo hacer fortuna personal.

Pero se aburrían. De modo que frecuentaban las casas de esparcimiento. La prostitución fue una industria muy beneficiosa, alcanzando altas cotas en los años cincuenta. Los burdeles movían dinero, directa e indirectamente, en los negocios asociados: hoteles, juego, comercios de ropa y complementos, lavanderías, artículos de lujo, tabaco, fotos pornográficas… Hooker´s Division en Murder´s Bay fue una zona con notable actividad prostibularia.

Ciudad provinciana en muchos aspectos, Washington no era timorata. El estilo en los hábitos cotidianos entre hombres y mujeres resultaba indecoroso a ojos de los visitantes europeos como la escritora inglesa Frances Trollope.

El geógrafo Von Humboldt o el héroe Lafayette encontraron en cambio muy interesante la sociedad washingtoniana.

Subasta de esclavos. Ilustración de Narrative of the Life and Adventures of Henry Bibb, An American Slave, Written by Himself, 1815. Documenting the American South (DocSouth) – University of North Carolina at Chapel Hill

Códigos de negros

Los afrodescendientes actuales reivindican que la ciudad de Washington fue construida por sus ancestros esclavos, lo que es cierto, aunque parcialmente. A lo largo de los primeros años, para abrir avenidas, cavar canales y elevar edificios se contó además con población negra libre y, sobre todo, con miles de europeos, la mayoría de procedencia irlandesa, tan menesterosos que necesitaban la asistencia municipal para subsistir.

Slave state, free state, ilustración de Narrative of the Life and Adventures of Henry Bibb, An American Slave, Written by Himself, 1815. Documenting the American South (DocSouth) – University of North Carolina at Chapel Hill

En torno a 1800, la esclavitud era un negocio que daba buenos réditos en una ciudad en la que flojeaban las empresas. George Washington y Thomas Jefferson, primer y tercer presidentes, poseían plantaciones prósperas gracias al trabajo esclavo. John Adams, que gobernó entre ambos, fue la excepción. Abolicionista convencido, no aceptaba la presencia de esclavos en la Casa presidencial.

Pese al constante debate en torno a la esclavitud, en la capital muchos de los representantes estatales tenían a su servicio esclavos doméstico y no veían objeciones a una “industria” lucrativa que tenía en Washington City el principal mercado de esclavos con destino a las plantaciones del sur.

Negros libres y esclavos se mezclaban en tareas artesanas, comerciales y domésticas. En la práctica era difícil distinguir la condición legal de un hombre negro. Los libres, que estaban obligados a portar una cédula que acreditaba su condición, no gozaban de facto de toda su libertad. Como la de los esclavos, su vida se regía por los llamados Códigos de Negros, compendios pormenorizados sobre la interacción social de las personas negras, entre sí y con los blancos.

El abolicionismo acabaría ganando el favor público en Washington City, en parte gracias al debate fomentado por la Negro Press, como The Liberator, de William Lloyd Garrison.

En los años cincuenta del siglo XIX, en el distrito de Columbia, la economía se transformaba y los esclavos ya no representaban un recurso tan beneficioso.

Estilo digno

La gente de esta ciudad, en la avanzadilla de lo que luego sería el Sur, resultaba encantadora. Como sociedad que se esfuerza por mostrar lo mejor de sí, las crónicas muestran un Washington City que abunda en eventos sociales y soirées.

Retrato de Margaret Bayard Smith por Charles Bird King. Wikimedia Commons / Smithsonian Institute

Desde la Presidencia, Jefferson, para distinguirse del elitismo y la rigidez de las cortes europeas, perfiló un estilo relajado, aunque digno, que proporcionó a la ciudad fama de hospitalaria. A su mesa, la figura de Margaret Bayard Smith, cronista local y autora de un texto clave para la historia social de la ciudad en sus inicios: The First Forty Years of Washington Society, publicada en 1906.

Bayard fue representativa de las mujeres que lideraron la articulación social de la capital, con figuras como las esposas de los presidentes, a quienes no se llamaba aún primeras damas. Para los estadounidenses, Abigail Adams o Dolley Madison, la “Reina Dolly”, no necesitan presentación.

Afán por la educación y la prensa

Algunos aspectos del tejido de la ciudad desde sus orígenes se han mantenido dando continuidad al proyecto. Desde su fundación, los periódicos fueron clave para la ciudad de Washington y en general la cultura republicana. Imprescindible el Intelligencer, empresa privada pero herramienta gubernamental, ejemplo de la partisan press (prensa partidista).

También fue especialmente relevante el capítulo de las instituciones educativas colleges y escuelas superiores de enfermería y medicina.

El afán por educar a la gente, y no solo las élites, fue constante en los procesos de configuración de la sociedad de Washington City. A comienzos del siglo XIX, y pese a lo efímero de muchas iniciativas religiosas y laicas, a falta aún de una mentalidad colectiva propicia, se abrían en Washington locales populares de préstamo de libros y escuelas. También para las niñas, y para los escolares negros, libres o esclavos.

Tras varias décadas de elogiables, pero frustrantes desarrollos urbanísticos –dependían de los fondos del Congreso– la ciudad de Washington había adquirido fama de lugar que conviene visitar, aunque no para instalarse. Las ventajas derivadas de la capitalidad federal quedan mermadas por una cotidianidad desesperante. Hasta bien entrado el siglo XX la capital de los Estados Unidos carecería del atractivo de ciudades históricas cercanas, como Boston y Filadelfia, o el dinamismo de Nueva York.

Leopoldo II, el rey belga que cometió en África «los abusos más atroces» del colonialismo europeo

La estatua de Amberes había sido quemada y atacada con pintura antes de ser retirada.

Fuente: BBC 10/06/2020

Una estatua del rey Leopoldo II que durante 150 años estuvo en el centro de Amberes fue retirada en las últimas horas de la ciudad belga.

Y es que desde hace años grupos activistas piden que se deje de honrar la figura del monarca, que se considera cometió como propietario del Congo algunas de las peores atrocidades de colonialismo europeo.

Leopoldo II sigue dividiendo a los belgas, a los que durante décadas se les enseñó que fue el responsable de llevar la civilización a esa parte África.

Una muestra de lo controvertido que es este personaje, es que en las últimas horas un portavoz de la alcaldía de Amberes aseguró que la retirada de la estatua no tiene nada que ver con las recientes protestas que se han dado en todo el mundo en contra del racismo, y dijo que la figura será llevada a un museo para ser restaurada y que no se descarta que vuelva a ser instalada en el espacio público.

«El mayor y más horrible legado de todos»

Leopoldo II
Image captionLeopoldo II se declaraba «propietario» del Congo.

«De los europeos que luchaban para hacerse con el control de África a finales del siglo XIX, se puede decir que el rey belga Leopoldo II dejó el mayor y más horrible legado de todos«, escribió en 2004 Mark Dummet, excorresponsal de la BBC en Kinshasa, en una nota sobre el monarca.

«Mientras las grandes potencias competían por conseguir territorios en otros lugares, el rey de uno de los países más pequeños de Europa esculpió su propia colonia privada de 100 kilómetros cuadrados en la selva tropical centroafricana», agregó Dummet.

Leopoldo II extendió sus dominios hasta controlar un territorio equivalente a 60 veces el tamaño de Bélgica.

Pero no sería tanto el tamaño de esas posesiones sino lo que allí ocurriría y las condiciones en las que sucedió lo que marcaría su legado.

Colonia privada

Leopoldo II, quien reinó en Bélgica entre 1865 y 1909, buscó convertir su pequeño país en una potencia imperial para lo cual lideró los esfuerzos para desarrollar la cuenca del río Congo.

Poco antes de morir, Leopoldo II entregó a Bélgica la administración de los territorios en el Congo.
Image captionPoco antes de morir, Leopoldo II entregó a Bélgica la administración de los territorios en el Congo.

Argumentando su deseo de llevar a los nativos africanos los beneficios del cristianismo, de la civilización occidental y del comercio, el monarca convenció a las potencias euroasiáticas de permitirle tomar el control de esa extensa región a través de una organización que llamó Asociación Internacional Africana y que en 1885 transformó en el Estado Libre del Congo.

Esta institución privada no estaba vinculada con el estado belga sino que dependía directamente del monarca, quien se presentaba como su «propietario». Era la única colonia privada del mundo.

Pero detrás del discurso filantrópico de Leopoldo II había un gran interés en hacerse con las grandes riquezas del territorio.

Primero, del marfil, que era inmensamente apreciado en la época previa a la creación del plástico por ser un material que podía ser utilizado para crear infinidad de piezas, desde estatuillas hasta teclas de piano pasando por piezas de joyería y dientes falsos.

De allí surgió la mayor parte de la riqueza obtenida por el monarca durante los primeros años del Estado Libre del Congo. Los abusos y las extremas condiciones a las que eran sometidos los nativos africanos allí para obtener este preciado material fueron retratados por el escritor británico de origen polaco Joseph Conrad en su novela «El corazón en las tinieblas».

Manos mutiladas

Gradualmente, el interés por el marfil fue desplazado por la fiebre del caucho, cuando en la década de 1890 su uso se disparó para producir ruedas de bicicletas y de autos, para recubrir cables así como para fabricar cintas de transporte para automatizar el trabajo en las fábricas.

Ilustración de un hombre negro atrapado por una serpiente con la cabeza del rey belga
Image captionA inicios del siglo XX crecieron las críticas hacia lo que ocurría en el Estado Libre del Congo.

El negocio del caucho tenía sus complejidades, pues la materia prima se extrae de un árbol que tarda muchos años en crecer, por lo cual quienes controlaran territorios con abundancia de estos árboles tenían una fortuna entre sus manos. Y el Estado Libre del Congo tenía muchos de ellos.

También abundan los relatos sobre la crudeza con la que se explotaba este material en los territorios controlados por Leopoldo II.

«Él convirtió su ‘Estado Libre del Congo’ en un campo de trabajo masivo, hizo una fortuna para sí mismo con la recolección del caucho y contribuyó en gran medida a la muerte de quizá unos 10 millones de inocentes«, señaló Dummet.

La cifra de las posibles víctimas es controvertida.

En 1998, el historiador estadounidense Adam Hochschild publicó un libro en el que Leopoldo II quedaba señalado como el responsable de una suerte de holocausto africano, que superaría en cantidad de víctimas al número de judíos muertos a manos de la Alemania nazi.

En Bélgica, algunos expertos rechazaron las conclusiones del polémico texto. «Ocurrieron cosas terribles, pero Hochschild está exagerando. Es absurdo decir que murieron tantos millones«, le dijo entonces Jean Stengers, un historiador especializado en la época de Leopoldo II, al diario británico The Guardian.

Stengers reconoció que la población del Congo mermó de forma dramática durante los 30 años siguientes a la toma de control de ese territorio por parte de Leopoldo II, pero advirtió que era imposible saber cuántas víctimas hubo pues nadie sabía cuántas personas habitaban allí en ese momento.

En los jardines del Palacio Real de Laeken, Leopoldo II ordenó construir este invernadero para celebrar la adquisición del Congo.
Image captionEn los jardines del Palacio Real de Laeken, Leopoldo II ordenó construir este invernadero para celebrar la adquisición del Congo.

En lo que sí hay coincidencia entre los estudiosos fue en los métodos brutales utilizados por los representantes de Leopoldo II para obligar a la población nativa a explotar el caucho.

El Estado Libre del Congo estaba controlado por un ejército privado de unos 19.000 hombres conocido como Fuerza Pública.

Miembros de esta organización aterrorizaban a las poblaciones nativas para obligarlas a trabajar.

El método era el siguiente: entraban en una aldea por la fuerza, tomaban a las mujeres y a las niñas como rehenes y ordenaban a los hombres adentrarse en la selva para recolectar una cuota determinada de caucho.

Mientras los hombres cumplían con la tarea impuesta para salvar a sus esposas e hijas, estas morían de hambre o eran sometidas a abusos sexuales.

Además, quienes no fueran capaces de completar la cuota que les había sido impuesta estaban amenazados con la amputación de una de sus manos o de las de alguno de sus hijos.

Este castigo también era una práctica habitual por otros motivos. Los miembros de la Fuerza Pública tenían que demostrar que no «malgastaban» las balas de las que disponían, pues estas debían ahorrarse para ser usadas en caso de un motín.

Leopoldo II, rey de Bélgica
Image captionAunque rigió sobre el destino de millones de personas en Congo, Leopoldo II nunca visitó ese territorio.

Entonces, por cada bala gastada se les exigía que presentaran la mano cortada a uno de los rebeldes muertos. Como resultado, cuando los soldados regresaban de una expedición para sofocar una revuelta traían consigo cestas repletas de manos cortadas.

Pero esta medida de «ahorro» también se prestaba a otros adicionales abusos. Así, cuando un soldado erraba el tiro o cuando simplemente usaba sus balas para jugar al tiro al blanco, en ocasiones le cortaba la mano a un nativo para poder justificarse ante su oficial a cargo.

La biógrafa británica de Leopoldo II, Barbara Emerson, asegura que el monarca se sintió consternado cuando escuchó sobre los terribles abusos que ocurrían en sus dominios africanos -los cuales, por cierto, nunca conoció personalmente. «Estos horrores deben terminar o me retiraré del Congo. No seré salpicado de sangre y lodo», le habría escrito a su secretario de Estado.

Sin embargo, también se refiere a que comentó: «Cortar las manos. Es algo idiota. Yo les cortaría todo lo demás, pero no las manos. Eso es lo único que necesito en el Congo».

Un legado polémico

Durante la primera década del siglo XX se fueron acumulando las críticas en contra de los abusos que se cometían en el Estado Libre del Congo.

«Robo legalizado y ejecutado con el uso de la violencia», afirmó Dummet que era la forma como se describía en aquella época lo que ocurría en África bajo Leopoldo II.

Algunos historiadores señalan que esas críticas eran, en parte, impulsadas por otras potencias coloniales europeas que buscaban desviar la atención de sus propios abusos.

En todo caso, la presión ejercida sobre el monarca derivó en la decisión de este de transferir en 1908 su «propiedad» en África a Bélgica, con lo cual el Estado Libre del Congo se convirtió en el Congo Belga.

Leopoldo II murió poco después, pero dentro de los proyectos que había dejado en marcha estaba la construcción del Museo Real de África, en las afueras de Bruselas, que se convirtió en el primer museo de Congo en el mundo.

El Museo de África, a las afueras de Bruselas, es parte del controvertido legado de Leopoldo II.
Image captionEl Museo de África, a las afueras de Bruselas, es parte del controvertido legado de Leopoldo II.

Pensado, en parte, como un instrumento de propaganda sobre el proyecto colonial, esta institución fue reabierta en 2018 luego de pasar cinco años cerrada en labores de adaptación de su colección a los nuevos tiempos.

Guido Gryseels, director general del museo, explicó en una entrevista concedida al diario The New York Times que parte del trabajo que hicieron tiene que ver con los esfuerzos para cambiar la visión positiva del colonialismo que ofrecía la institución.

«Generaciones enteras de belgas vinieron acá y recibieron el mensaje de que el colonialismo era algo bueno, de que trajimos civilización, bienestar y cultura al Congo», señaló.

Para combatir esa narrativa, el museo reorganizó la colección y colocó información que destaca los problemas causados por el colonialismo.

Pero ¿y qué hay del legado de Leopoldo II?

Derechos humanos

Mark Dummet, excorresponsal de la BBC en Kinshasa, señaló que el país nunca se había recuperado realmente de aquella experiencia colonial.

«Los soldados del Congo nunca se alejaron del rol que les atribuyó Leopoldo como una fuerza para ejercer la coerción, atormentar y violar a la población civil desarmada», apuntó en su texto de 2004.

Sin embargo, aquellos abusos al parecer sí tuvieron una consecuencia positiva aunque no buscada.

Según Dummet, la campaña para revelar lo que había ocurrido en el Estado Libre del Congo, liderada por el diplomático Roger Casement, se convirtió en el primer movimiento masivo moderno en defensa de los derechos humanos.

«La aparición de sucesores como Amnistía Internacional, Human Rights Watch o la organización con sede en Kinshasa Voix de San Voix (‘La voz de los que no tiene voz’) significa que en la actual República Democrática de Congo los abusos no pueden ocultarse por mucho tiempo», apuntó Dummet.

La peste del año 1855

Autor: EDMUNDO FAYANAS ESCUER

Fuente: nuevatribuna.es 22/04/2020

La peste volvió a aparecer en el año 1855, esta vez en la provincia de Yunnan en China. Era el quinto año del mandato del emperador Xianfeng que pertenecía a la dinastía Qing. Se fue extendiendo a través de las rutas del opio y del estaño hasta llegar, en el año 1894, a Cantón y Hong Kong. Provocó la muerte de doce millones de personas.

La extensión de la peste continuó por la India en el año 1896, y a través de las rutas comerciales marítimas en el año 1900, ya había afectado a poblaciones de los cinco continentes.

La peste bubónica fue endémica debido a la plaga de roedores terrestres infectados en Asia Central. Fue siempre una causa conocida de la muerte entre las poblaciones humanas migrantes y establecidas en esta región durante siglos. La afluencia de personas nuevas, debido a los conflictos políticos y el comercio mundial, provocó la distribución de esta enfermedad en todo el mundo.

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Como ya hemos visto en anteriores artículos, el nombre hace referencia a esta pandemia como el tercer gran estallido de peste bubónica que afectó a la sociedad europea. La primera fue la Plaga de Justiniano, que asoló el Imperio Bizantino y sus alrededores entre los años 541 y el 542. La segunda fue la Peste Negra, que mató al menos un tercio de la población europea en una serie de ondas de infección en expansión desde los años de 1346 a 1353.

La iglesia y las religiones ha jugado un papel que ha favorecido el desarrollo de mitos que no ha servido para parar las pandemias, no solo en este caso como es el caso del obispo de Pamplona, sino por ejemplo con la prohibición del uso del condón en la pandemia del SIDA

Los patrones de esta peste indican que las olas de esta pandemia de finales del siglo XIX y principios del siglo XX pueden haber sido de dos fuentes diferentes. La primera era principalmente bubónica y se transportaba en todo el mundo a través del comercio marítimo, mediante el transporte de personas infectadas, ratas y cargas que transportaban pulgas.

La segunda cepa, más virulenta, tenía un carácter principalmente neumático con un fuerte contagio persona a persona. Esta cepa se limitó en gran parte a Asia, en particular a las regiones de Manchuria y Mongolia

Fue una plaga sin precedentes, pues por primera vez en la historia de la Humanidad, estuvo activa durante más de un siglo, del año 1855 a 1959. La peste bubónica se extendió por los cinco continentes y llegó a ser conocida como la tercera pandemia de la peste. Según la Organización Mundial de la Salud, la pandemia se consideró activa hasta 1960, cuando los fallecimientos a nivel bajas mundial bajaron hasta 200 al año.

Afectó en distintos periodos de tiempo a grandes ciudades como Hong Kong en el año 1894, Bombay en 1896, Sidney en el año 1900, Ciudad del Cabo en 1910, Los Ángeles en 1924. América latina también padeció esta pandemia.

Dejó unos doce millones de muertos, muchos de los cuales fueron en la India. Esta pandemia hizo, que se crearan medidas extraordinarias para su contención por primera vez en la historia. La cuarentena, las evacuaciones forzosas y la quema de los vecindarios afectados, como sucedió en el barrio chino de Honolulu en Hawai, fueron aplicadas en el año 1900.

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¿Cuál fue el foco del contagio?

Al oeste de Yunnan hay un depósito natural o nidus para la peste y hoy en día sigue siendo un riesgo para la salud. La tercera pandemia de la peste se originó en esta zona tras una rápida afluencia de chinos han para explotar la demanda de minerales, principalmente cobre, en la última mitad del siglo XIX.

El aumento del transporte en toda la región puso en contacto a las personas con las pulgas infectadas por la peste, y fue el factor principal entre la rata de pecho amarillo y los humanos. La gente volvió a llevar las pulgas y las ratas a zonas urbanas en crecimiento, donde a veces los pequeños brotes llegaban a proporciones epidémicas. La peste se extendió aún más después de que las disputas surgidas entre los mineros musulmanes y los chinos Han.

Estalló una revuelta violenta conocida como la rebelión Panthay principios de los años 1850, que provocó movimientos de tropas y migraciones de refugiados. El estallido de la peste ayudó a reclutar personas en la Rebelión Taiping. En la última mitad del siglo XIX, la plaga comenzó a aparecer en las provincias de Guangxi y Guangdong.

En la isla de Hainan y, más tarde, en el delta del río Pearl, incluyendo Cantón y Hong Kong. Mientras que William McNeil y otros pensaban que la plaga era llevada desde el interior a las regiones costeras por las tropas, que regresaban de las batallas contra los rebeldes musulmanes, Benedict sugiere que fue el lucrativo comercio de opio, que comenzó después del año 1840, el que favoreció la expansión de la peste en China.

En la ciudad de Cantón, a partir de marzo del año 1894, la enfermedad mató 60.000 personas en pocas semanas. El tráfico marítimo diario con la ciudad cercana de Hong Kong extendió rápidamente la plaga. Al cabo de dos meses, después de 100.000 muertos, las tasas de mortalidad se redujeron por debajo de las tasas epidémicas, aunque la enfermedad continuó siendo endémica en Hong Kong hasta el año 1929.

A finales del siglo XIX, los científicos ya tenían un mayor conocimiento de la plaga. En el año 1894, en Hong Kong consiguieron aislar al bacilo que causaba la pandemia. Los expertos identificaron ya en el año 1905, el papel que jugaban las ratas y las pulgas en la transmisión de la enfermedad.

Durante los cincuenta años siguientes se extendió por todo el mundo y causó unos doce millones de muertes. La epidemia se dio por controlada en el año 1960. Sin embargo, durante su extensión se establecieron focos zoonóticos estables en mamíferos de países en los que nunca antes había existido, como Estados Unidos, países de América del Sur (Perú, Bolivia, Brasil, Ecuador) y muy particularmente en Madagascar. Por ello, se puede afirmar que la tercera pandemia aún está presente en los focos estables de estos países.

Aunque en el siglo XVII dio inicio la revolución científica, planteándose una visión alternativa de las causas y los mecanismos de transmisión de las epidemias en general y de la peste en concreto, no es hasta el siglo XIX, cuando Louis Pasteur propone la “teoría germinal de las enfermedades infecciosas”. Esta teoría establece que las enfermedades infecciosas no proceden de la generación espontánea o del desequilibrio de los humores, sino que tienen sus causas en gérmenes con capacidad de transmisión entre las personas.

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Robert Koch demuestra esta teoría a raíz de sus investigaciones en tuberculosis y establece sus postulados, que proponen unos criterios experimentales para demostrar que un agente es responsable de una determinada enfermedad.

Alexander Yersin identifica la bacteria Yersinia pestis en el año 1894, como causa de la peste y Paul-Louis Simond descubre que la rata es el huésped primario y la pulga de la rata “Xenopsylla cheopys” actúa como vinculo de la transmisión entre la rata y el hombre.

Con el conocimiento de su etiología y su epidemiologia, la epidemia vehiculizada a través de las ratas fue controlada con relativa facilidad. La infección se extendió a las poblaciones de pequeños mamíferos de América, Asia y África, estableciéndose nuevas especies contaminantes, que se convirtieron en endémicas en estos nuevos territorios.

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¿QUÉ PASO EN HONG KONG EN EL AÑO 1894?

La peste de Hong Kong del año 1894 fue el inicio del estallido de la tercera pandemia en el mundo. En mayo de 1894, el primer caso se produjo en Hong Kong. El paciente era un secretario hospitalario nacional y lo descubrió el doctor Yu Xun, que era el decano del Hospital Nacional, que acababa de volver de Guangzhou

Cuando se construyeron los edificios de estilo chino en la zona de la montaña Taiping, que era la zona más densamente poblada de Hong Kong, hizo que se convirtiera en la zona más afectada de la epidemia. 

Hubo varias razones para el rápido estallido y la rápida propagación de la plaga. Primero, en los primeros tiempos de Kailuan, Sheung Wan era un asentamiento chino. El diseño de las casas allí no incluía canales de drenaje, lavabos ni agua corriente.

La gran concentración de edificios y la falta de baldosas eran también puntos débiles en el diseño de viviendas en ese momento. En segundo lugar, durante el Festival de Ching Ming del año 1894, muchos chinos residentes en Hong Kong volvieron al campo para barrer las sepulturas, que coincidieron con el estallido de la epidemia en Guangzhou y fue causa de la introducción de las bacterias en Hong Kong. Además, en los primeros cuatro meses de 1894, las precipitaciones disminuyeron y se secó el suelo, acelerando la propagación de la plaga.

Las medidas tomadas abarcaban tres aspectos:

– Establecer hospitales de peste y desplegar personal sanitario para tratar de aislar a los pacientes con peste.

– Realizar operaciones de búsqueda casera, descubrir y transferir pacientes con peste y limpiar y desinfectar casas y zonas infectadas.

– Establecer cementerios designados y asignar una persona responsable del transporte y el entierro.

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Controlar la epidemia se convirtió naturalmente en la máxima prioridad del gobernador de Hong Kong. De mayo a octubre del años 1894, la peste en Hong Kong mató a más de 2.000 personas y un tercio de la población huyó de Hong Kong.

Entre los años 1910 y 1911, la pandemia se extendió por todo el noreste de China, ocasionado la muerte de más de 60.000 personas. La tasa de mortandad entre los infectados era del cien por cien.

La llegada de la peste a Hong Kong en el año 1894, generó graves enfrentamientos entre las autoridades coloniales británicas y las elites chinas sobre qué medidas tomar para hacer frente a la nueva pandemia y como tratar a las víctimas.

La pandemia surgió en la zona oeste del territorio y las autoridades coloniales británicas crearon brigadas de inspectores que recorrían todas las calles donde se ordenaba el confinamiento.

El gran problema y lo que levanta gran polémica fue donde hospitalizar a los enfermos de la pandemia. Las tropas británicas obligaban a abrir las ventanas, mientras que los médicos chinos consideraban que las corrientes de aire creadas que provocaban aires letales. Otra de las órdenes implantadas fue vaciar las casas de los utensilios y demás enseres domésticos para quemarlos en la calle.

Se establecieron grupos de empleados para pintar las casas con una solución de cal que actuaba de forma desinfectante. Estas medidas fueron elogiadas por el gobierno británico por haber puesto freno a la pandemia. Sin embargo, la pandemia volvió de forma recurrente durante décadas, como ya hemos visto, estableciendo un patrón estacional.

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¿QUÉ PASÓ EN LA INDIA?

La plaga se trasladó desde Hong Kong a la India británica, provocando la muerte de unos diez millones en la India en su primera oleada. Posteriormente, en los treinta años siguientes mató a otros doce millones y medio. Casi todos los casos eran de la pestebubónica, con un porcentaje muy reducido cambiando por la peste neumónica.

La enfermedad se inició en las ciudades portuarias, empezando por Bombay, para posteriormente, trasladarse a otros puertos como Pune, Kolkata y Karachi.

Hacia el año 1899, el brote se extendió a comunidades más pequeñas y zonas rurales en muchas regiones de la India. En general, el impacto de las epidemias de peste fue más grande en la India occidental y septentrional, que eran las provincias designadas entonces como Bombay, Punjab y las provincias Unidas, mientras que la India oriental y sur no estuvieron tan afectadas.

Las medidas del gobierno colonial para controlar la enfermedad incluyeron cuarentena, campos de aislamiento, restricciones de viaje y la exclusión de las prácticas médicas tradicionales de la India. Las restricciones a las poblaciones de las ciudades costeras fueron establecidas por comités especiales de la peste con poderes totales y aplicadas por el ejército británico. Los indios encontraron estas medidas culturalmente intrusivas y, en general, represivas y tiránicas.

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Las estrategias gubernamentales de control de plagas experimentaron cambios importantes entre los años 1898-1899. Entonces, era evidente que el uso de la fuerza para hacer cumplir las regulaciones de peste se estaba mostrando contraproducente y, ahora que la plaga se había extendido a las zonas rurales, sería imposible la aplicación en zonas geográficas más grandes. 

Las autoridades de salud británicas en la India comenzaron a obligar la vacunación generalizada contra la peste, que fue realizada por el doctor Waldemar Haffkine contra la peste. Las autoridades británicas también autorizaron la inclusión de los médicos indígenas dentro de su sistema de medicina en los programas de prevención de la plaga.

Las acciones represivas del gobierno para controlar la peste llevaron a los nacionalistas de Pune a criticar públicamente al gobierno colonial. El veintidós de junio del año 1897, los hermanos Chapekar asesinaron a Walter Charles Rand, un oficial de servicios civiles hindú, que actuaba como presidente del Comité de la Peste Especial de Pune y su ayudante militar, el teniente Ayerst.

La acción de los Chapekars fue considerada como un acto de terrorismo. El gobierno colonial acusó a la prensa nacionalista culpable de incitación. La activista independentista Bal Gangadhar Tilak fue acusado de sedición por sus escritos, así como también el editor del diario Kesari, siendo condenado a dieciocho meses de prisión rigurosa.

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Pira funeraria en la ciudad hindú de Sonapur

La reacción pública ante las medidas sanitarias promulgadas por el Estado indio británico reveló en última instancia las limitaciones políticas de la intervención médica en el país. Estas experiencias fueron formativas en el desarrollo de los servicios modernos de salud pública de la India.

Uno de los aspectos que llamaba mucho la atención en la metrópoli eran las tradiciones fúnebres de los hindúes y de los musulmanes, debido al exotismo que significan para los europeos.

LA PESTE EN MÉXICO

El puerto de Mazatlán vivía a finales del Siglo XIX una insólita prosperidad comercial, lo que le situaba ante los ojos del exterior como una de las ciudades más progresistas del Occidente de México. El origen del brote en el continente americano fue atribuido al barrio chino de San Francisco en el Estado de California.

Sin embargo debemos saber, que la población mexicana vivía sumida entre el lodo y la inmundicia, las aguas negras carecían de la canalización adecuada, por lo que en todas las áreas de la ciudad se podían ver lagunas de agua estancada y surgían fuertes olores fétidos.

Las autoridades municipales y los notables de la comunidad, solo discutieron como terminar con estas aguas negras y remediar esta insalubre situación. Sin embargo, nunca se tomaron decisiones, que permitieran mejorar las detestables condiciones higiénicas de la ciudad.

Esta falta de unión de criterios entre el gobierno y la sociedad dominante, colocaron a la población en una circunstancia prácticamente de fragilidad, y se pudiera en cualquier momento desarrollar cualquier enfermedad infecciosa. Ya anteriormente la ciudad había sufrido el cólera morbus en el año 1849 y la fiebre amarilla en el año 1883.

Como vemos, la negligencia era total y absoluta, nadie parecía darse cuenta de los riesgos a los que estaban expuestos y aunque se tenía conocimiento de la existencia de un terrible mal infeccioso, que durante siglos había azotado a la humanidad, se le creía extinguido de las costas americanas.

La epidemia de la peste negra, de la variedad Bubónica se manifiesta en el puerto de Mazatlán el trece de octubre del año 1902. Se piensa que el virus lo trajeron unos marineros que venían a bordo del vapor Curacao, procedentes de San Francisco.

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Se dice que el virus en sus inicios no se evidencia con suficiente claridad, quizás esto se debió a la falta de conocimientos sobre el mal o al hecho de las autoridades de negarse a aceptar, que la ciudad pudiera estar asociada con un problema infeccioso, sin aceptar que la realidad era otra.

Los primeros brotes del mal se dieron en una vecindad de malolientes pocilgas de madera, conocidos como “Cuarteria de Lamadrid”, a corta distancia de los cobertizos de la aduana marítima y el muelle principal de embarque.

A los siete días de presentarse el primer brote de la enfermedad tuvieron lugar las primeras muertes de una espeluznante cadena, que no tendría fin hasta la completa erradicación de la epidemia.

La epidemia empezó poco a poco a infectar a los ocupantes de las casas cercanas y esto alarmó a la población, quienes pidieron la intervención de las autoridades, las que en voz del delegado del Consejo Superior de Salubridad, les informó que después de una concienzuda investigación se había evaluado, que solo se trataba de una forma grave de Paludismo, causado por tantos pozos de agua infectada y al muladar existente en esos caseríos.

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Ante la inacción de las autoridades, la peste se propagaba con una espantosa rapidez y fuera de todo control. Al final se tomaron medidas como la puesta en cuarentena del puerto, el aislamiento de las personas infectadas, que eran evacuadas de sus casas en camillas especiales.

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Posteriormente, se criticó la falta de higiene de esos barrios de la ciudad, especialmente los vertederos de basura y los malos sistemas de desagüe. Algunas de las viviendas de los infectados fueron quemadas y se instituyó la fumigación de calles y cloacas.

Para evitar la propagación a otras partes del país se cerró la ciudad. Se calcula que murieron unas 600 personas.

LA INVESTIGACIÓN DE ESTA PANDEMIA

Los investigadores que trabajan en Asia durante la Tercera Pandemia identificaron las causas y el bacilo de peste. En el año1894, en Hong Kong, el bacteriólogo francés suizo Alexandre Yersin consigue aislar la bacteria responsable, la que se denominara Yersinia pestis, en honor de este doctor y determinó el modo común de transmisión. 

La enfermedad es causada por una bacteria que normalmente se transmite por la picadura de las pulgas en un huésped infectado, a menudo una rata negra

Sus descubrimientos condujeron a tiempo a métodos de tratamiento modernos, incluyendo los insecticidas, el uso de antibióticos y, eventualmente, las vacunas contra la peste. El investigador francés Paul Louis Simond demostró en el año 1898, el papel de las pulgas como agente contaminante.

La enfermedad es causada por una bacteria que normalmente se transmite por la picadura de las pulgas en un huésped infectado, a menudo una rata negra. Las bacterias son transferidas de la sangre de las ratas infectadas a la pulga de las ratas.

f5Waldemar Haffkine

El bacilo se multiplica en el estómago de la pulga, bloqueándolo. Cuando la pulga siguiente muerde un mamífero, la sangre consumida se regurgita junto con el bacilo al torrente sanguíneo del animal mordido. Cualquier brote grave de peste en humanos está precedido de un brote en la población de roedores. Durante el brote, las pulgas infectadas, que han perdido sus huéspedes de roedores normales buscan otras fuentes de sangre.

El gobierno colonial británico en la India presionó el investigador médico Waldemar Haffkine, para que desarrollara una vacuna contra la peste. Después de tres meses de trabajo persistente con un personal limitado, estaba preparado un formulario para pruebas humanas. El diez de enero del año 1897, Haffkine la probó en el mismo. 

Tras los resultados de la prueba inicial, los voluntarios de la prisión de Byculla fueron utilizados en una prueba de control. Todos los presos inoculados sobrevivieron a las epidemias, mientras que siete presos del grupo que no estuvieron en la prueba murieron. Al final del siglo, el número de inoculados sólo en India llegaba a los cuatro millones. Haffkine fue nombrado director del laboratorio de la peste, llamado Instituto Haffkine en su honor y se encuentra en la ciudad Hindú de Bombay.

¿Qué paso en Navarra con la pandemia de 1855?

La epidemia de cólera del año 1855, fue la más importante por sus repercusiones de las tres que asolaron Navarra en el siglo XIX. A mediados del siglo XIX, Navarra tenía empadronadas 297.422 personas. Los navarros, en el siglo XIX, vivían una situación de retraso industrial, como sucede en casi toda España y, unas condiciones de vida y trabajo muy duras.

Si a esto añadimos, que la propiedad de la tierra estaba desigualmente repartida entre unas pocas personas, que las condiciones higiénico sanitarias de la población eran cuanto menos insalubres, con una provincia azotada cíclicamente por epidemias y las tres guerras carlistas. A ello hay que unir, los comportamientos marginales que eran moneda de uso común.

La epidemia estuvo presente en la Península Ibérica a través de diversos brotes descritos por el contemporáneo González Samano en el año1858, a los que denominó como épocas. La segunda abarca desde el año 1853 hasta el año 1856, siendo la más negativa de todos estos años el de 1855.

La enfermedad se inició en Navarra en el mes de febrero pero no será hasta la llegada de los meses del verano cuando se manifieste con toda su fuerza. De este modo, será la provincia española, que más pueblos vea afectados, 716 en total. La epidemia se extendió en el mes de junio como una mancha de aceite desde el sur de la provincia, afectando a toda la Ribera.

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Los efectos perduran a lo largo de todo el mes de julio y comienzan a difuminarse en agosto. En la Navarra Media, los estragos de la epidemia comienzan en el mes de julio y no será hasta finales de agosto o comienzos de septiembre cuando ésta pase a la Montaña.

Habrá poblaciones afectadas hasta noviembre, por lo que Navarra padeció la enfermedad durante seis largos meses. Según González Samano, fallecieron un total de 13 .715 personas, cifra muy elevada, probablemente cuestionable, pero que muestra el alto índice de mortalidad que debió producir este cólera. Si seguimos los estudios de Jordi Nadal calcula que Navarra perdió el 4% de sus habitantes.

La lucha contra la enfermedad aunó a las autoridades en una causa común. Los sacerdotes hacen de médicos en muchas ocasiones y los fondos monetarios procedentes de recaudaciones municipales y eclesiásticas, las distribuyen indistintamente alcaldes, concejales y eclesiásticos.

Al mismo tiempo y muy oportunamente, como se producía en algunos lugares de Europa, la reina Isabel II realiza una donación caritativa de 16. 000 reales de vellón para toda Navarra. En aquellos años, había un gobierno progresistas de la Unión Liberal dirigido por el general Leopoldo O’Donnell. No debemos olvidar que Navarra era una provincia profundamente conservadora y mayoritariamente carlista.

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Simultáneamente, se publican otras órdenes relativas a la ubicación de cementerios, funerales de cuerpo presente, organización de la beneficencia, etc, pero no deja de ser notable, como algunos vieron en esto, una incursión más del gobierno liberal en el dominio eclesiástico.

Cuando la epidemia todavía no ha hecho más empezaren Navarra pero es más que posible predecir que su paso por la provincia va a ser devastador, el obispo de la diócesis PamplonaSevero Andriani ya tiene escrita una carta pastoral, en la que expone cuales son las causas de esta pandemia y cuales las consecuencias si no se remedian los males con iniciativas cristianas.

La causa descansa para el obispo en la infidelidad del hombre hacia Dios, que es el padre misericordioso de todos los hombres, es un dios que perdona los pecados a través de la penitencia y que a cambio de pequeños sacrificios ofrece una vida eterna. Sin embargo, la España del bienio progresista y también en Navarra, vive una época descristianizadora y liberal.

Los gobiernos de la época achacan las causas de la epidemia al contagio provocado por el descuido de las normas elementales de higiene desarrolladas, a la mala alimentación que crea organismos biológicamente endebles y a las conductas absolutistas-represivas de los cordones sanitarios, que lejos de aislar a las poblaciones sanas de la enfermedad, las subsumían en la angustia y el acongojamiento.

Según el obispo Severo Andriani“el liberalismo se desprendía una nueva sensibilidad que rechazaba esa manera tradicional de entender la muerte. En efecto, el miedo tradicional a la muerte era el miedo al castigo en el más allá, mientras que el miedo al cólera cuyos efectos mortíferos formaban parte de la experiencia cotidiana de los españoles del siglo- era el miedo al castigo en esta vida por medio de la muerte corporal”.

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“Muchos habrá entre vosotros, mis amados Diocesanos, que pretenderán explicaros este fenómeno por las causas físicas y naturales haciendo abstracción de la providencia, como si Dios fuera un Ser relegado a los cielos, que ni sabe ni cuida de las causas humanas… Todo el mundo menos el pecado, reconoce a Dios por primera causa, todo marcha bajo la acción reguladora de su Providencia. La legislación liberal y la violación de los preceptos religiosos tornan al Dios bienhechor en el Dios de las siete plagas egipciacas del Antiguo Testamento.

El hombre, ateo ahora, ha transgredido la ley y nunca ha sido tan general y pública entre nosotros la profanación de los días consagrados al Señor; nunca tan grande el abandono de los Padres en la educación de sus hijos y el de los Amos en el cuidado de sus criados y domésticos; nunca tanto el escándalo y relajación de las costumbres públicas y privadas.

Pero hay algo peor aún, el enfrentamiento directo contra Dios. Hoy se escarnecen sus dogmas no sólo en el interior de las conciencias, no sólo en el hogar doméstico, sino en públicas reuniones, y aun en escritos que se buscan y leen con avidez y se propagan entre la incauta juventud con espíritu de proselitismo. Debido a estos motivos, Dios se ha enojado y ha enviado desde el Ganges hasta el más recóndito rincón de España la segunda gran plaga de cólera del siglo”.

Como vemos, en muchas pandemias, la iglesia y las religiones ha jugado un papel que ha favorecido el desarrollo de mitos que no ha servido para parar las pandemias, no solo en este caso como es el caso del obispo de Pamplona, sino por ejemplo con la prohibición del uso del condón en la pandemia del SIDA.


BIBLIOGRAFIA

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Orent, Wendy. “Plague: The Mysterious Past and Terrifying Future of the World ‘s Most Dangerous Disease”. 2004. New York. Free Press.

Las contradicciones de Garibaldi

Autora: ÀNGELS VILLAR

Fuente: La Vanguardia 30/04/2020

Durante gran parte del siglo XIX, Europa estuvo inmersa en un clima beligerante y revolucionario en el que diversas corrientes nacionalistas ansiaban acabar con el absolutismo, restaurado en el Congreso de Viena en 1815 tras la caída de Napoleón. Las grandes potencias europeas –Austria, Prusia, Rusia y Gran Bretaña– habían dividido el Viejo Continente a partir del principio de legitimidad monárquica, sin tener en cuenta las aspiraciones de las distintas nacionalidades.

Italia, prácticamente unificada bajo el dominio napoleónico, quedó nuevamente segmentada en distintos reinos y ducados, muchos de ellos bajo el yugo de potencias extranjeras. En ese entorno de convulsión creció Giuseppe Garibaldi. Seducido por los aires de nacionalismo y liberalismo de la época, llegó a convertirse en un referente para sus correligionarios. Y no solo entre los europeos.

Su leyenda como revolucionario se empezó a forjar en Sudamérica, donde participó en numerosas insurrecciones durante los doce años que permaneció al otro lado del Atlántico. Con el tiempo, sería conocido como el héroe “de dos Mundos”. Sin embargo, su fama se propulsó en el marco del proceso de unificación de Italia.

Para Garibaldi, Roma era el símbolo de Italia, y a esta la concebía unida bajo la fórmula de la federación. Se definía como republicano, porque consideraba la república el gobierno de los justos, y como anticlerical, porque en el clero veía el origen de todo despotismo. Aseguraba ser un amante de la paz, pero no por ello dudó en defender que “la guerra es la vida del hombre”.

Tras su primer fracaso revolucionario, Garibaldi llegó a Brasil para seguir con su lucha a favor de los oprimidos

Son varios los expertos que definen su papel en la unificación italiana como contradictorio. Si por un lado defendía el republicanismo, por otro aceptó la monarquía de los Saboya aun partiendo de premisas liberales. En todo caso, las circunstancias que rodean estas contradicciones explican en gran medida el camino que Garibaldi tomó.

De marino a exiliado

Nació en 1807 en la ciudad de Niza, entonces perteneciente al reino de Piamonte. Pasó diez años de su vida a bordo de buques mercantes siguiendo los pasos de su padre, un marino de origen genovés, y con el tiempo llegó a obtener la licencia de capitán. Se labraba un futuro como marinero, pero sus ansias de aventura truncaron esta carrera.

Tras sentirse seducido por el pensamiento socialista del francés Henri Saint-Simon, entró en contacto en uno de sus viajes con la sociedad secreta Joven Italia, fundada por Giuseppe Mazzini. El republicano Mazzini era acérrimo defensor de la unidad italiana a través de un levantamiento popular. Garibaldi abandonó el mar y se lanzó a la lucha por la libertad y la unión de Italia.

Casa en la que nació Garibaldi en Niza. (Dominio público)

La primera aventura revolucionaria en la que participó estuvo a punto de costarle la vida. Formó parte de la insurrección de Génova, que acabó en fracaso, y el joven Garibaldi fue condenado a muerte. Consiguió refugiarse en Marsella y, en 1835, huyó rumbo a Río de Janeiro. Con 28 años iniciaba su primer exilio.

La aventura americana

Ese revés no amedrentó a un Garibaldi que llegó a Brasil dispuesto a continuar con su lucha a favor de los oprimidos. En Sudamérica libró muchas batallas, la primera de ellas junto a los farrapos, campesinos que combatían la corrupción de la administración poscolonial. También fue allí donde conoció a la mujer a la que llamaría “la madre de mis hijos”.

La primera de sus tres esposas, Ana Maria de Jesus Ribeiro da Silva, conocida como Anita, se convirtió con solo 19 años en la compañera de aventuras de un Garibaldi de 32 que empezaba a ser muy conocido por su coraje en la guerra. El primer encuentro de la pareja está rodeado de un halo de romanticismo. Contraer matrimonio no había figurado hasta entonces entre los planes de Garibaldi, que se hallaba inmerso en una revolución tras otra. Pero la muerte de parte de sus amigos le hizo cambiar de opinión. El destino se encargó del resto.

Él mismo explica en sus memorias cómo conoció a Anita. Se encontraba una tarde en la cubierta del Itaparica, barco amarrado en la ciudad de Laguna, inmerso en sus propios pensamientos, cuando a través de unos prismáticos divisó a una mujer a los lejos. A su regreso a tierra intentó sin éxito ubicar la casa de la joven. Gracias a un lugareño que había conocido a su llegada a Laguna la encontró. Al saludarla simplemente le dijo: “Usted debe ser mía”.

Un año antes de morir, Anita vio cumplido uno de los sueños de su amado: luchar por Italia

Anita se convirtió en la madre de sus cuatro primeros hijos (Menotti, Ricciotti, Teresita y Rosita, que fallecería a los dos años y medio) y estuvo a su lado, combatiendo como un soldado más, hasta su muerte en 1849. Permanecieron juntos diez años y no se perdieron una sola batalla en Brasil y Uruguay.

Anita había abandonado su tierra y a su familia –incluso al hombre con el que estaba casada– para seguir los pasos de Garibaldi, más por el amor que sentía hacia él que por sus convicciones revolucionarias. Fue valiente en la guerra y celosa en su relación sentimental. En alguna ocasión se había presentado ante su marido portando dos pistolas: una para matarle a él y otra para la que sospechaba era su rival.

De Italia al nuevo destierro

Un año antes de morir, Anita vio cumplido uno de los sueños de su amado: luchar por Italia. Garibaldi y sus seguidores zarparon hacia Europa alentados por las noticias de una nueva revolución por la unidad de la península italiana. El líder de los “camisas rojas” (atuendo distintivo de los seguidores de Garibaldi) desembarcó en Génova con 41 años convertido en un personaje mítico. Pronto llegaría el desengaño.

Anita Garibaldi fue la combativa primera esposa del revolucionario italiano. (Dominio público)
Anita Garibaldi fue la combativa primera esposa del revolucionario italiano.

Combatió en Lombardía contra los austríacos, pero su intento de hacerles retroceder no prosperó, y se vio obligado a refugiarse en Suiza y posteriormente en Piamonte. No obstante, durante un breve lapso estuvo en su querida Roma, convertida en república, donde llegó a ocupar un escaño como diputado en la Asamblea Constituyente. Fue posible gracias a la huida del atemorizado papa Pío IX, que dejó la ciudad libre del gobierno eclesiástico, aunque por poco tiempo.

La oposición francesa a la nueva situación y los enfrentamientos con las tropas napolitanas consiguieron un año después expulsar de Roma a Garibaldi y los suyos. Anita falleció en el curso de la escapada a causa de unas fiebres. De nuevo era condenado al exilio. Partió hacia Estados Unidos. Pero en esta ocasión se iniciaba una de las etapas más amargas de su vida.

Viudo y lejos de sus hijos (Menotti estaba en una escuela militar en Niza, Ricciotti en un colegio de Inglaterra y Teresita vivía con unos amigos), Garibaldi se sentía destrozado. Medio mundo se empeñaba en tratarlo como un gran héroe, y no como el hombre en que se había convertido tras el fracaso de 1848.

Despertó tal admiración que en Gran Bretaña, las camisas rojas se habían convertido en una prenda de moda

Todo parecía estar en su contra, incluso en el terreno amoroso, donde sus relaciones no pasaban de meras aventuras. Tras la muerte de Anita desfilaron por su vida varias mujeres, pero ninguna llegó a suscitarle los sentimientos que ella le despertó, pese a que años después contraería matrimonio en otras dos ocasiones.

Promesa de inactividad

En Estados Unidos le acogió su amigo Antonio Meucci, originario de Florencia, para el que trabajó un tiempo en su fábrica de velas. Luego reemprendió su vida como capitán. Durante tres años, hasta 1854, surcó los mares de Australia, América del Sur y China. Pero todo fue inútil. Cansado y nostálgico, solicitó al gobierno de Piamonte autorización para regresar. Camilo Benso Cavour, presidente del reino piamontés y defensor de su monarca, Víctor Manuel II, se la concedió, pero con una condición: que se mantuviese alejado de la política.

El temor que sentía Cavour hacia Garibaldi estaba totalmente justificado. A mediados del siglo XIX el revolucionario era un hombre de una gran influencia. Sus heroicidades le habían convertido en un personaje idolatrado. En el punto más álgido de su fama un impreso satírico, que circuló entre sus seguidores, lo mostraba de pie sobre un altar, entre rifles y cañones, con una inscripción que rezaba así: “Hijos de Italia, si queréis secar las antiguas lágrimas de Roma y Venecia, no importa que el clérigo no diga misa: estas son las velas y este es el santo”.

Garibaldi retratado en un grabado. (Dominio público)

Y las anécdotas no son pocas. Despertó tal admiración que, años más tarde, en 1864, cuando visitó Gran Bretaña, las camisas rojas se habían convertido en una prenda de moda entre la vestimenta femenina. Había una polca con su nombre, además de un vals, unas galletas y un perfume. Pero esta veneración, tan extrema como superficial, nunca cambió la personalidad del revolucionario.

Vuelta a las andadas

Tras el período de destierro debía empezar una nueva vida alejado del ajetreo político y la guerra. Dispuesto a ello, utilizó los pocos ahorros de los que disponía y la herencia de un hermano para comprar parte de la isla sarda de Caprera (un decenio después unos amigos ingleses le regalaron el resto). Con su habitual tenacidad, Garibaldi se empeñó en construir su propia casa en la isla, a pesar de su más bien escasa destreza como albañil.

Intentando cumplir la condición impuesta por el gobierno piamontés, el héroe de grandes batallas se dedicó a la pesca, a cuidar animales y a cultivar hortalizas, mientras vivía algún que otro escarceo amoroso. Él mismo definía esta etapa como un período sin importancia. Tanta tranquilidad no iba a durar demasiado. Su residencia en Caprera se convirtió en punto de encuentro de políticos, exiliados y aventureros con planes descabellados para reanudar la lucha por la unificación de Italia.

Volvía a estar en el campo de batalla, siendo consciente de que los políticos se servían de su fama

Por ello, Garibaldi no tardó en volver a las andadas, pero esta vez en un bando distinto. Entró en contacto con el llamado Grupo de Génova, formado sobre todo por antiguos garibaldinos que habían abandonado el republicanismo y se habían adherido al programa de la Sociedad Nacional. Esta era una asociación que concebía la unidad italiana bajo un sistema monárquico, y no republicano como Mazzini.

Al parecer, el alegato de uno de los fundadores de la organización convenció al viejo revolucionario. Giorgio Pallavicino Trivulzio dijo: “Lo que necesitamos son armas, no la cháchara de Mazzini. El Piamonte tiene soldados y cañones, por tanto soy piamontés. Hoy el Piamonte es monárquico por tradición y por inteligencia y está en guardia, por tanto no soy republicano”.

Garibaldi, durante años exponente del republicanismo, se convirtió al principio monárquico. Argumentaba que siempre defendería la república, pero que, presentándose en ese momento la oportunidad de unir Italia combinando las fuerzas monárquicas y las nacionalistas, él estaba dispuesto a aceptar este reto. Mantuvo varias reuniones con Cavour, que le nombró general de división. Volvía a estar en el campo de batalla, siendo consciente de que los políticos se servían de su fama y luchando bajo el mando del rey Víctor Manuel.

Giuseppe Garibaldi en los Alpes junto a otros revolucionarios. (Picasa / Dominio público)

Sin embargo, nada fue como antaño. El trato que Garibaldi y los suyos recibieron por parte de las autoridades no era ni el deseado ni el que merecían: les prohibieron usar sus camisas rojas, los uniformes les llegaban con cuentagotas e incompletos, no disponían de unidades de caballería, ni de artillería ni tropas de apoyo. Tan solo voluntarios. Pero no por ello cejaron en su empeño.

Desengaño y lucha

Estando involucrado en la guerra, Garibaldi contrajo por segunda vez matrimonio, aunque su duración fue escasamente de cinco minutos. Durante una campaña militar en 1859 conoció a la condesa Giuseppina Raimondi. Una vez más el soldado mantenía una relación con una joven de 18 años. No obstante, la aristócrata tenía un amplio bagaje en intrigas amorosas, y cuando se casó con Garibaldi estaba embarazada de un antiguo amante.

El revolucionario recibió una nota anónima el día del enlace en la que se le comunicaba la fatal noticia. Nada más abandonar la iglesia el matrimonio se dio por roto, aunque, cuando años más tarde quisieron obtener el divorcio, sufrieron la gran humillación de ver aireada en la prensa la verdad de su relación.

Bajo la consigna de “Roma o la muerte” luchó durante años contra el poder pontificio sin grandes avances

Para olvidar esta breve pero ultrajante historia, Garibaldi se dedicó a la guerra por completo. El reino de Italia se proclamaría dos años después. Al fin veía su gran sueño convertido en realidad, aunque fuese en un régimen monárquico.

Pero el eterno defensor de la libertad no se mostró satisfecho: Roma seguía siendo ciudad papal. Bajo la consigna de “Roma o la muerte” luchó durante años contra el poder pontificio sin grandes avances, siendo herido en una ocasión y detenido en otras. Nunca consiguió entrar en la Ciudad Eterna.

El reposo del guerrero

Incansable y tenaz, tras casi un decenio de batallas y desacuerdos con el gobierno italiano, decidió prestar sus servicios durante un año a la República Francesa, donde fue diputado en la Asamblea de Burdeos. Poco antes había caído el imperio de Napoleón III a raíz de la guerra franco-prusiana, en la que Garibaldi participó, aunque rebelándose ante el mando francés.

Regresó a Caprera para ver crecer a sus tres nuevos hijos, Clelia, Rosa y Manlio, fruto de la relación que había iniciado un lustro atrás con Francesca Armosino, para volver a la política tres años más tarde, ocupando un escaño en el Parlamento romano. Poco después se retiraba definitivamente a Caprera, donde Francesca le cuidaría en unos años de vejez que aprovechó para escribir sus memorias.

Garibaldi, con limitados recursos económicos, quiso pasar el tiempo que le restaba en el ámbito de la paz doméstica, cómodo con sus costumbres. Baños de agua fría, que consideraba buenos para la salud, y una misma dieta: aceitunas, tomate, aceite de oliva, albahaca, anchoas y vino. La poca carne que consumía la cocinaba al estilo sudamericano.

Pero estos pequeños placeres no aplacaban los pesares que surgieron. Vio cómo Francesca se deshizo de todos aquellos amigos que le disgustaban, sufrió que sus hijos y nietos abandonaran el hogar para iniciar su vida en solitario y soportó que las conversaciones diarias en la hacienda versaran sobre todo en torno al dinero.

Fotografía de Giuseppe Garibaldi del año 1866. (Dominio público)

Su situación económica era pésima, a pesar del negocio que dirigía Francesca, que en 1880 se convirtió en su tercera esposa al formalizarse la relación. Garibaldi se negaba continuamente a aceptar la pensión que el gobierno italiano le ofreció después de que en los periódicos saliera publicada la noticia sobre el estado de cuentas de la familia.

Finalmente, presionado por los suyos, se humilló y aceptó la anualidad ofrecida por el Estado, pero él no disfrutó del dinero. Las cincuenta mil liras se desvanecieron, repartidas entre sus hijos. La mayor parte se la llevó Menotti, que se encontraba en bancarrota. El resto se distribuyó entre Teresita, Francesca, Clelia, Manlio y Ricciotti, que vivía en Londres muy por encima de sus posibilidades.

Ante la situación, el antiguo revolucionario solo halló refugio en la literatura. En los últimos años de su vida escribió, además de sus memorias, Clelia, Los voluntarios Cantoni Los Mil, todas ellas novelas históricas que no cosecharon demasiado éxito. La muerte le llegó la tarde del 2 de junio de 1882, a la edad de 75 años.