La monumental historia de la cruel guerra de Vietnam

En guerra. Helicópteros de combate en Vietnam en el año 1967 durante la operación Pershing, dedicada a la búsqueda y destrucción en la llanura de Bong Son y el valle An Lao en el sur del país. Los soldados esperan la nueva oleada de helicópteros (Patrick Christain / Getty)
En guerra. Helicópteros de combate en Vietnam en el año 1967 durante la operación Pershing, dedicada a la búsqueda y destrucción en la llanura de Bong Son y el valle An Lao en el sur del país. Los soldados esperan la nueva oleada de helicópteros (Patrick Christain / Getty)

Autor: Justo Barranco Barcelona

Fuente: La Vanguardia, 25/05/2019

Muchos nos equivocamos en Vietnam pensando que porque los americanos no eran los buenos, los otros tenían que serlo”, recuerda el historiador británico Max Hastings. No lo eran. El autor de libros como Armagedón. La derrota de Alemania , aborda ahora una guerra que vivió de primera mano: la del Vietnam, donde fue joven corresponsal de la BBC.

Allí vio atrocidades por parte de los americanos y dos gobiernos crueles e incompetentes al norte y sur del Vietnam. Una historia que, tras cientos de entrevistas y de escarbar en numerosos documentos, plasma en La guerra de VietnamUna tragedia épica 1945-1975(Crítica).

Equivocación histórica

“Erramos pensando que como los americanos no eran los buenos, los otros tenían que serlo”

Hastings (Londres, 1945)explica en una entrevista telefónica que comenzó a escribir el libro por tres razones: Primero, porque la mayoría de libros sobre la guerra eran de estadounidenses y la trataban como una guerra americana, “y fue una tragedia asiática, con dos millones, quizá tres millones de vietnamitas, muertos. Cuarenta vietnamitas por estadounidense. Quería poder contar la historia de los vietnamitas”. En segundo lugar, añade, “la guerra me causó una impresión tremenda como corresponsal joven y estúpido. Y quería volver a mirarla”. Y tercero, “porque en los sesenta y los setenta todos nos dábamos cuenta de que la guerra era un desastre y EE.UU. no podían ganar, y además luchaban de manera terrible”, y de ahí nació el error de pensar que los norvietnamitas tenían que ser los buenos. “Una de las cosas más importantes que intento establecer en mi libro son las cosas horrorosas que los estadounidenses realizaron, pero también las de los comunistas. Yo quedé anonadado por cómo los americanos lanzaban misiles por el campo indiferentes a quien hubiera debajo, fueran tropas o campesinos. Pero también relato cómo los comunistas para imponer su ideología infligieron un sufrimiento terrible a los vietnamitas. Cuando la guerra acabó en 1975, muchos pensaban en el sur que nada podía ser peor que el régimen de Saigón apoyado por los americanos. Tras vivir el gobierno comunista cambiaron de opinión”.

El joven corresponsal de guerra Max Hastings (derecha) en Vietnam, donde informaba para la BBC y de donde fue evacuado al final de la contienda desde la embajada americana
El joven corresponsal de guerra Max Hastings (derecha) en Vietnam, donde informaba para la BBC y de donde fue evacuado al final de la contienda desde la embajada americana (MAXHASTINGS.COM)

Hastings prosigue: “La mayoría de las guerras, y lo aprendes tras muchos años de escribir sobre ellas, no tienen causas absolutamente buenas o malvadas. En Vietnam, cuando llegué en el año setenta, estaba muy sorprendido de que los americanos no merecieran ganar, pero no creo que la otra parte mereciera ganar tampoco. Sientes una enorme piedad por los millones de personas que tienen que sufrirlas cuando ambas partes cometen actos espantosos”. En ese sentido, recuerda la crueldad de los norvietnamitas. “En casi todas las batallas morían más vietnamitas pero a Le Duan, el fanático que regía Vietnam del Norte, no le importaba. Estaba determinado a la victoria a cualquier coste. Su crueldad era increíble. Hay momentos en los sesenta en los que Ho Chi Minh habría aceptado una paz de compromiso. Entonces pensábamos que él estaba al mando. Pero no, y fue Le Duan el que dijo que ningún acuerdo, sólo aceptarían la victoria total”.

Odio a los extranjeros

“Los norvietnamitas ganaron porque eran vietnamitas y los estadounidenses no”

Además Occidente no se enteraba de nada. “Todo el mundo, incluida la Casa Blanca, estaba convencida hasta el final de la guerra de que esta se luchaba por los norvietnamitas a las órdenes de Mao y Breznev. Ahora sabemos que los rusos estaban muy disgustados con la guerra. Y los chinos no estaban contentos. Recordaban Corea. Los americanos desesperados podrían usar armas nucleares o invadir Vietnam del Norte y tendrían al ejército americano en su frontera. Pero en ese periodo Rusia y China luchaban por el liderazgo del mundo comunista y se vieron obligados a asistir al Norte y su gobierno fue muy inteligente. Pero los rusos estacionados en Vietnam vivieron un tiempo terrible, no se les permitía hablar con civiles o viajar libremente. Nunca confiaron en ellos. Los vietnamitas odiaban a los extranjeros de cualquier tipo”.

De hecho, el historiador asegura que “la principal razón por la que los norvietnamitas ganaron es que eran vietnamitas y los estadounidenses no. Y los estadounidenses, y los británicos, en las guerras desde 1945 nunca han sido buenos identificándose con las culturas locales. La gran lección del Vietnam es que no importa cuántas batallas ganas. No significan nada a menos que tengas algún compromiso social, cultural y político con la sociedad local. No existió en Vietnam, ni Afganistán, ni Siria, ni Irak”.

Si el gobierno del Norte era cruel, el del Sur no era de carmelitas. “Ngo Dinh Diem, el dictador del Sur, era un títere americano. Una figura curiosa. Tenía ciertas cualidades, era un patriota apasionado y también un católico fanático en un país budista. Si pudiera haber gobernado un poco mejor podría haber tenido éxito como en Corea del Sur, donde tras la guerra rigió un terrible dictador títere pero dio lugar a la democracia y hoy es un país exitoso. Pero él promovió a católicos a expensas de los budistas y dio a su familia, gente terrible, una autoridad extraordinaria para la opresión y para explotar el país para hacer dinero. Al final, los americanos se convencieron de que con él el país no podía prosperar y permitieron a sus generales matarle. Una vez fueron cómplices de su asesinato perdieron cualquier posición moral. Tras Diem los americanos apoyaron a una sucesión de generales que los vietnamitas, a los que no les gustaban los extranjeros, veían que no podían despertarse sin preguntar a los americanos”.

Para Occidente también hay mucha estopa. “Si De Gaulle hubiera sido inteligente habría visto que en 1945 no había manera de que los franceses mantuvieran Vietnam como colonia. Pero Francia estaba tan humillada por la derrota de 1940 que no negociaron con los comunistas vietnamitas y comenzaron diez años de guerra hasta perderla”, señala. Hastings cuenta que los americanos pagaron esa guerra. “Los franceses estaban arruinados. En 1951 ya se dieron cuenta de que no podían ganar y fueron los americanos los que se obsesionaron con hacerlo. Les parecía una batalla muy importante en la guerra fría y para 1952 cada proyectil y cada bomba de los franceses lo pagaban los americanos. Había tropas francesas con cascos, jeeps, aeronaves y armas americanos. Cuando las tropas americanas llegaron años más tarde, los campesinos vietnamitas pensaron que eran la misma gente”.

Sobre los estadounidenses, Hastings dice que hay que recordar la circunstancia histórica: “Apoyaban terribles regímenes en América del Sur sólo porque eran anticomunistas. Con Diem en Vietnam pensaron que tenía un régimen corrupto y cruel pero no peor que muchos de los sudamericanos. Por qué debía caer”. Luego, sigue, “en cada momento los líderes americanos tomaban las decisiones no por lo que fuera mejor para los vietnamitas sino sobre todo para los políticos americanos. Johnson en cada momento pensaba cómo afectaría a sus posibilidades de ser reelegido. Nixon y Kissinger, al tomar posesión en 1969, sabían que la guerra estaba perdida. Pero siguieron presidiendo sobre decenas de miles de personas muriendo pensando en qué podía soportar el electorado americano. EE.UU. tenía un orgullo inmenso por haber ganado la Segunda Guerra. Ningún presidente se sintió capaz de decirle a la gente que no podían hacer las cosas como quisieran. Y fue un trauma terrible para los estadounidenses ver los límites de su poder”, concluye.

Torrijos, la forja de un héroe liberal

El fusilamiento de este militar opuesto a Fernando VII fue convertido en icono del liberalismo por el gobierno de Sagasta. El Museo del Prado lo muestra en el contexto político que promovió su realización

Autor: Juan Ignacio Samperio Iturralde

Fuente: La Aventura de la Historia. 13/05/2019

Cuando se cumplen 150 años de la nacionalización de las colecciones del Prado, el museo dedica una exposición, El fusilamiento de Torrijos y sus compañeros1886-88. Una pintura para una nación, al famoso cuadro de GisbertLa obra fue un encargo del Gobierno español presidido por el liberal Sagasta –cuyo retrato por Casado del Alisal también se expone– con destino específico para el museo. El lienzo muestra el fusilamiento de Torrijos y sus compañeros al amanecer de un domingo, el 11 de diciembre de 1831, después de ser traicionado por el general Vicente González Moreno y ser condenado a muerte por Fernando VII, en la playa de San Andrés.

Gisbert se había asociado con los liberales y, en 1860, había pintado Padilla, Bravo y Maldonado en el patíbulo, que es un claro antecedente, y que en la exposición se ha situado frente al fusilamiento. Torrijos era un héroe nacional vinculado a la independencia española y a la lucha por la libertad. Era culto, amigo de intelectuales como Espronceda y el duque de Rivas, que le retrató en su exilio londinense en un cuadro que también se expone. En Cambridge fascinó a poetas como Shelley y Robert Boyd, que sería fusilado con él.

José María de Torrijos, 1826, por el duque de Rivas, Madrid, Museo de Historia.

Su memoria fue rehabilitada durante la regencia de María Cristina. También se hicieron grabados, alguno de los cuales están en la exposición, e incluso se levantó un obelisco en su memoria en la malagueña plaza de la Merced.

Antonio Gisbert fue director del Museo del Prado entre 1868 y 1873, y en 1885 propuso la realización del cuadro al ministro de Fomento, aprovechando que, en 1881, el Congreso había adquirido la carta que Torrijos le dirigió a su esposa antes de morir. El atrevimiento de Gisbert fue grande, pues el antecedente a superar era Los fusilamientos de la Moncloa, de Goya.

El trabajo de Gisbert es una alegoría de la dignidad ante la muerte. Para ello, flexibilizó la veracidad de los hechos, ya que Torrijos y sus compañeros fueron los primeros fusilados, y en el cuadro aparecen por el suelo varios cadáveres. También sabemos que fueron abatidos de rodillas y que no se dejó a Torrijos dar la orden de disparar, aunque Gisbert deja clara su condición de militar por las botas que calza.

La escena transcurre en una atmósfera de serena nobleza. La mano suelta en primer plano recuerda a Géricault y el sombrero de copa está sacado de un cuadro de Gerôme. Con sus rostros serenos, los que van a morir se llenan de dignidad. Sabemos que murieron dando vivas a la libertad, atados, vendados y de rodillas. Este cuadro es el equivalente a un resumen de nuestra historia durante el siglo XIX.

UXO, legado de la Guerra Secreta de Estados Unidos

Museo UXO en Luangprabang (LAOS) | Créditos: Dave Meler

Autor: Dave Meler

Fuente: queaprendemoshoy.com, 14/11/2018

Entre 1964 y 1973 las fuerzas aéreas de los Estados Unidos arrojaron sobre el territorio de Laos dos millones de toneladas de explosivos, repartidos en 580000 misiones de bombardeo. Lo que equivale a una bomba cada 8 minutos las 24 horas del día durante 9 años consecutivos.

Los bombardeos formaron parte de la Guerra Secreta de los Estados Unidos en Laos para apoyar a las fuerzas del Gobierno Real, en la guerra civil contra de los comunistas de Lao Pathet. E interferir así en el Camino de Ho Chi Minh que atravesaba territorio de Laos suministrando armas, municiones y suministros a las fuerzas de Vietnam del Norte.  Para ello la CIA dejó caer dos millones de toneladas de artillería sobre territorio laosiano. En lo que se ha llamado “las operaciones paramilitares más grandes jamás emprendidas por la CIA”. La guerra de poder desatada por la CIA era desconocida para muchos en ese momento. Y estuvo vinculada en todo momento a la guerra de Vietnam. A medida que EEUU perdía la guerra contra los norvietnamitas, el régimen  real de Laos fue perdiendo terreno en Laos. Y cuando se firmó el alto el fuego en 1973 la CIA terminó con los bombardeos y el partido comunista ganó el control del país hasta el día de hoy. La guerra secreta fue financiada y ejecutada, en parte, a través de la compañía aérea (de propiedad de la agencia de inteligencia) Air America.   

Los bombardeos destruyeron aldeas y provocaron el desplazamiento de cientos de miles de civiles durante los nueve años que duró la guerra. Cuando los estadounidenses se retiraron de Laos en 1973, cientos de miles de refugiados huyeron del país, y muchos de ellos a los Estados Unidos.

PERO LOS EFECTOS DEL BOMBARDEO NO ACABARÍA CON EL ARMISTICIO.

Hasta un tercio de las bombas de racimo  lanzadas no llegaron a explotar (unos 80 millones), dejando el territorio de Laos sembrado de artefactos explosivos sin detonar (UXO). Los UXO activos se encuentran dispersos en los campos de arroz, pueblos, terrenos escolares, carreteras y otras áreas pobladas en Laos, lo que dificulta el desarrollo y la reducción de la pobreza. A fecha de hoy tan sólo se ha desactivado un 1% de los artefactos explosivos en Laos.

Sabías que… cada bomba de racimo contiene entre 600 y 700 submuniciones explosivas dentro de la carcasa. En la actualidad más de 20,000 personas han muerto o resultado heridas por UXO en Laos desde que se terminase el bombardeo..

LAS HERIDAS DE GUERRA SON VISIBLES EN EL PAÍS CUARENTA Y CINCO AÑOS DESPUÉS:

  • Más de 260 millones de bombas de racimo fueron lanzadas en Laos durante la Guerra de Vietnam (210 millones de bombas más de las que fueron lanzadas en Irak en 1991, 1998 y 2006 combinados); De las cuáles 80 millones no llegaron a detonar.
  • Menos del 1% de estas municiones han sido destruidas.
  • Más de la mitad de todas las muertes de municiones en racimo confirmadas en el mundo han ocurrido en Laos.
  • Cerca del 60% de los accidentes resultan en muerte, y el 40% de las víctimas son niños.
  • Entre 1993 y 2016, los EE. UU. Contribuyeron con un promedio de 4.9 millones de dólares por año para el proyecto de desactivación de UXO en Laos; una cantidad ínfima si lo comparamos con los 13.3 millones de dólares* por día que gastaron los estadounidenses durante nueve años bombardeando Laos.

Sólo escribir estos datos hace que a uno se le pongan los pelos de punta. Pero lo peor de todo es ver, sobre el terreno, las consecuencias que hoy en día sigue sufriendo la población de uno de los países más pobres del mundo debido a ello.

La doble revolución de las mujeres republicanas

Inauguración del Hogar de las Muchachas, lugar de reunión de las jóvenes antifascistas en Madrid en 1937. VIDAL EFE

Autora: Laura delle Femmine.

Fuente: El País, 16/05/2019

Hubo un día en que los bailes eran canteras de sindicalistas y la historia obligaba a crecer más deprisa. Entonces la revolución estaba en la boca de todos y Josefina Carpena-Amada (Barcelona, 1919 – Marsella, 2005), mejor conocida como Pepita Carpena, tenía claro que se entregaría a ella. Obrera en una fábrica textil desde los 12 años, se inició a la política de la mano de la CNT y se unió al movimiento Mujeres Libres en la época más turbulenta de la España contemporánea. Vivió el golpe de Estado, la barbarie del mayo de 1937, la Guerra Civil, la dictadura y el exilio. Siempre luchó. Lo hizo al lado de otras muchas mujeres casi invisibles para los anales, pero que lograron estrepitosos avances en igualdad peleando tanto dentro como fuera de casa. “Para ellas fue normal ir al frente, disparar balas, crear un grupo de más de 20.000 mujeres, luchar contra sus padres, la homofobia y el machismo”, resume Isabella Lorusso, que ha publicado en España el libro Mujeres en Lucha (Altamarea), 11 entrevistas realizadas a lo largo de 15 años a activistas españolas, mujeres feministas que vivieron la Guerra Civil y sus duras consecuencias en sus propias carnes.

Lorusso (Apulia, Italia, 52 años) recorrió kilómetros para dar con mujeres como Pepita Carpena, Teresa Rebull o Blanca Navarro y escribir el libro que le hubiera gustado encontrar cuando llegó a Barcelona en los años noventa. Entonces era una estudiante universitaria involucrada en el movimiento feminista y se apasionó por el POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista) y los movimientos izquierdistas de ese período. Rascó en la historia para encontrar a las mujeres republicanas que habían luchado con uñas y dientes durante el conflicto y de las que se perdió la memoria. Mujeres anarquistas, milicianas, marxistas o comunistas, de distintas ideologías pero con el mismo denominador común: hacer escuchar su voz. «No encontré el libro, encontré a la gente real», resume Lorusso en Madrid, donde ha presentado su obra.

Porque si la historia olvida a los perdedores, aún peor es la suerte de aquellos que son apartados dentro del mismo bando derrotado. Carpena admite en su entrevista con la autora, en 1997, que existían actitudes machistas dentro del movimiento, pese a que la Segunda República representó una de las máximas expresiones de igualdad de género de la época —reconoció el voto femenino y despenalizó el aborto, entre otras cosas—. Confiesa que lo más duro fue enfrentarse a sus propios compañeros, que tampoco entendían del todo —y llegaron a confundirlo con el libertinaje— el papel del grupo Mujeres Libres, nacido en el seno del anarcosindicalismo para lograr la liberación de las mujeres y la igualdad, y que llegó a tener más afiliados que el Partido Comunista en su momento más álgido.

«Ponían a los hombres ante una contradicción cotidiana, porque ellos mismos hablaban de cómo cambiar el mundo y luego volvían a casa y el mundo que hubieran podido cambiar no lo cambiaban», analiza la autora. Fue así que el choque entre guerra y revolución asumió otra dimensión, más oculta, que trascendía la lucha de clase y de la cual las mujeres fueron protagonistas involuntarias. “Como los estalinistas pensaban que antes había que ganar la guerra y después hacer la revolución, muchos hombres creían que si ganaban la revolución las mujeres automáticamente se liberarían, pero no era así. Fue también una revolución en casa”, continúa. “Había una discriminación dentro del mismo grupo y había que hacer la revolución al mismo tiempo”.

Esta discriminación acabó sin embargo por ser interiorizada por muchas de las mujeres militantes e hizo que Lorusso se enfrentara a un doble obstáculo: a las dificultades técnicas se sumó el hecho de que ellas mismas se restaban importancia. Teresa Carbó (Begur, 1908 – Le Soler, 2010), la última persona en ver con vida al dirigente del POUM Andreu Nin, es ejemplo de ello. Inicialmente rechazó la entrevista alegando que no tenía nada que contar. Lorusso la encontró en 2010, poco antes de que falleciera, en una residencia de mayores en Francia. Tenía 102 años, la mayoría de ellos pasados en el exilio.

Pepita Carpena.
Pepita Carpena.

Ni Carbó ni Carpena se definían feministas. Suceso Portales (Zahínos, 1904 – Sevilla, 1999), quien fue vicesecretaria de Mujeres Libres, explicaba que entonces eran las mujeres de clase media, sufragistas, quienes se apropiaron del término, y que en el movimiento anarcosindicalista preferían definirse femeninas. «A nosotras nos interesaban las mujeres que luchaban dentro y fuera de las paredes domésticas», dijo a la autora durante la entrevista. “Los compañeros no nos dieron elección y nosotras decidimos cambiar nuestras vidas antes de cambiar el mundo”. Para Lorusso, solo se trata de un tecnicismo: “Yo me defino feminista y considero que ellas eran mucho más feministas que yo”.

Ellas, mujeres ocultas en historias ocultas, lucharon con la escopeta al hombro, se organizaron, exigieron más derechos, estuvieron en la cárcel, ayudaron a sus compañeros y los vieron morir, abandonaron sus tierras y cruzaron la frontera cargando a sus hijos. “La libertad es para todos o no es”, señalaba a la autora Concha Pérez (Barcelona, 1915 – 2014), una de las pocas mujeres que combatieron en el frente durante la Guerra Civil.

De las mujeres que aparecen en el libro solo queda viva una, María Teresa Carbonell (Barcelona, 1926), antigua militante del POUM y presidenta de la Fundació Andreu Nin de Barcelona. Pero permanecen su legado y su lucha. Lorusso admite que no solo encontró barreras para reconstruir la memoria histórica de las entrevistadas, tampoco fue fácil hacer llegar su obra al gran público. “Hay que valorizarlas”, reflexiona. “Yo solo las entrevisté y escribí el libro que hubiera querido encontrar, un libro sobre el coraje del que nadie ha hablado».

La fascinante vida de Anne Lister, la «primera lesbiana moderna»

Autora: Rebecca Woods

Fuente: BBC Mundo, 11/05/2019

Arrodilladas una al lado de otra bajo los arcos medievales de una pequeña iglesia, dos mujeres inclinan sus cabezas y se ponen a orar. Con velas que parpadean a su alrededor, reciben el sacramento en el altar. Aunque no era un servicio eclesiástico normal, a los ojos de las enamoradas, su «matrimonio» había sido sellado.

Era 1834. Los actos homosexuales eran ilegales y las relaciones sexuales entre mujeres no eran reconocidas. La palabra lesbiana ni siquiera había sido acuñada.

Pero Anne Lister no tenía nada que ver con las convenciones misóginas de la Inglaterra del siglo XIX. Fue empresaria, entró en política y escalaba montañas.

Y adoraba a las mujeres, de las que se enamoraba apasionadamente una y otra vez.

Los detalles explícitos de sus asuntos, registrados en código, conmocionaron a quienes los descifraban. Y cambiaron la forma en la que se vio la historia del lesbianismo para siempre.

El diario

Vestida, incluso en verano, con gruesas ropas y botas negras, el aspecto de muchacho de la joven era motivo de burlas y susurros en las calles de su ciudad natal, Halifax, en Inglaterra.

«¡Eso es un hombre!», se burló una voz, algo a lo que se había acostumbrado.

Anne Lister de joven.
Image captionAnne Lister de joven.

Anne Lister, con un pequeño sombrero, también negro, caminaba, aparentemente imperturbable.

Educada y confiada, en una época en que las mujeres rara vez lo eran, atraía la atención dondequiera que iba.

«La gente generalmente comenta, cuando paso, cuánto me parezco a un hombre», escribió en su diario, un ritual que hacía cada día.

Desde pequeña había sido diferente. Nacida en 1791, Anne era una «marimacho inmanejable» cuya exasperada madre la envió a un internado cuando tenía siete años.

Las maestras temían que influyera en las otras chicas con su comportamiento rebelde y, en su adolescencia, la confinaron a un dormitorio en el ático, donde vivía en una reclusión virtual.

Su diario se convirtió en su confidente. Al sentirse sola en un mundo en el que no encajaba, vertió sus pensamientos más profundos en sus páginas.

Tan obsesiva era su personalidad que no dejaba de lado los detalles: la hora en que se despertaba y cuántas horas dormía, las cartas que recibía y su contenido, el clima del día, qué comía…

Ilustración de Anne Lister en Halifax.
Image captionLas mofas sobre Anne eran comunes en las calles de Halifax.

Todo lo que había aprendido ese día también se registraba: griego, álgebra, francés, matemáticas, geología, astronomía y filosofía.

Anne poseía una inteligencia vorazy, en un momento en que las mujeres estaban excluidas de las universidades, estaba decidida a aprender todo lo que un hombre podía aprender.

Pero había algo más que Anne escribía en las páginas de su diario: le gustaban las mujeres.

La invención del código

Su primera experiencia sexual la tuvo con una compañera, Eliza Raine, que fue enviada a vivir con ella en el ático de la escuela.

Hija ilegítima de un cirujano inglés, Eliza era otra paria. Juntas, las dos jóvenes de 15 años se habían embarcado en una apasionada aventura frente a las narices de sus maestros.

En sus diarios, ambas chicas escribían «felix», que significa feliz en latín, para registrar sus encuentros sexuales.

Pero Anne quería registrar más detalles, así que ideó un código con elementos del griego y el latín, símbolos matemáticos, puntuación y el zodíaco para disimular sus pensamientos más íntimos. Era, creía, completamente indescifrable.

Aunque Anne era una amante apasionada, también tenía un lado calculador y despiadado. Soñaba con ser rica y Eliza iba a heredar una suma sustancial. El dinero le permitiría a Anne disfrutar del estilo de vida de la alta sociedad que ansiaba sin casarse con un hombre.

Así, mientras a Eliza le entusiasmaba el afecto y las atenciones de Anne, las intenciones de Anne estaban más vinculadas a los negocios.

Pero a medida que Anne se sentía más segura de su sexualidad, su «rareza», como lo describía, también decidió que también quería más mujeres. Rechazó a Eliza, lo que le costó una profunda depresión a su examante.

«Apenas sabes el dolor que me has causado», escribió la joven desconsolada.

De hecho, Eliza nunca se recuperó y terminó en un manicomio.

Diario.
Anne Lister ideó un código con elementos del griego y el latín, símbolos matemáticos, puntuación y el zodíaco.

Anne, aunque arrepentida, tenía una nueva obsesión: Mariana Belcombe, la encantadora hija de un médico local. Ella sería el amor de la vida de Anne, manteniéndola en sus manos durante casi 20 años, rompiendo su corazón una y otra vez.

Múltiples aventuras

A primera vista, Anne era una joven respetable e inteligente que pasaba gran parte de su tiempo estudiando.

Lejos de sus libros, disfrutaba de los paseos y las tardes de té con sus amigas adineradas. Ellas eran la tapadera ideal para Anne, que las usaba para explorar su apetito sexual.

La «rareza» de Anne la intrigaba: rastreaba libros sobre anatomía para comprender de dónde venían sus sentimientos, en vano. Pero cuando asumió su sexualidad, no sintió aversión por sí misma. Creía que sus sentimientos eran completamente naturales, su derecho divino.

Anne2
Cuando asumió su sexualidad, no sintió aversión por sí misma.

Las mujeres, aunque normalmente estaban confundidas sobre sus sentimientos por Anne, quedaban cautivadas por ella. Anne era promiscua, se movía eficientemente de una amante a otra, sin que ninguna llegara a su corazón.

La «dulce apariencia» de Mariana Belcombe, sin embargo, era diferente.

Su gran amor

Con Mariana, Anne se enamoró vertiginosamente. La joven de 21 años era parte de la gentil sociedad de York.

Durante años, viajaban decenas de kilómetros a caballo y en carruaje entre York y Halifax para verse. Cuando estaban separadas, se escribían cada pocos días. Las jóvenes amantes incluso intercambiaron anillos como símbolo de su compromiso.

Por supuesto, todo esto tuvo lugar a escondidas.

Las amistades románticas entre mujeres solteras no eran inusuales. Los padres, temerosos de un embarazo, animaban a las mujeres jóvenes a establecer relaciones cercanas entre sí antes de casarse.

Sin embargo, a Anne no le interesaban en absoluto las expectativas de la sociedad. Quería todo lo que un hombre podía tener, y eso incluía una esposa. A pesar del escándalo que crearía, comenzó a albergar esperanzas de que ella y Mariana se establecieran juntas en una casa.

Ilustración de Anne y Mariana.
Image captionAnne y Mariana mantuvieron una relación durante años.

Pero en 1815, Mariana hizo un anuncio dramático: había aceptado casarse con un viudo adinerado. Anne asistió a la boda, angustiada, en una iglesia de York. Pero había aún algo peor por llegar.

Era costumbre que las amigas acompañaran a los novios en su luna de miel, y fue Anne, junto con una de las hermanas de Mariana, quienes soportaron la experiencia.

A su regreso, reanudó sus aventuras con mujeres de Yorkshire, entre ellas la hermana mayor de Mariana. Pero le confió a su diario el dolor causado por Mariana.

Un año después, Anne y Mariana se encontraron nuevamente en la casa de sus padres en York. Mariana estaba en cama con dolor de muelas y metió a Anne en su habitación.

Reiniciaron su aventura, que durante años continuó mediante reuniones clandestinas y decenas de cartas.

Anne estaba con otras mujeres, mientras Mariana se refugiaba en su mansión de Cheshire.

Diario de 1827.
Anne plasmó en sus diarios sus múltiples aventuras amorosas.

«Hicimos el amor», escribió Anne después de una noche con Mariana. «Ella me pidió que fuera fiel, que me considerara casada».

«Ahora comenzaré a pensar y actuar (como) si fuera mi esposa».

Pero las esperanzas de Anne se vieron frustradas de nuevo.

Los viajes: su otra pasión

Mientras huía de Yorkshire y de la sombra de Mariana, en 1824 Anne decide irse a París, donde tenía la intención de aprender el idioma, sumergirse en la cultura y, con suerte, conocer a una mujer rica y sofisticada.

Se sentía como en casa en la capital francesa. El ambiente relajado la animó a ser más abierta con su sexualidad, y no perdió el tiempo.

Si bien Maria Barlow, una viuda de Guernsey, no era exactamente la señorita titulada que había imaginado, se enamoró de su nueva amiga a pesar de todo.

Los diarios codificados de Anne describían sus relaciones sexuales con más detalle que antes.

«Me temblaban las rodillas y los muslos, mi respiración», se lee en uno de los pasajes.

Las mujeres disfrutaron de un ardiente romance antes de que Anne se cansara del estado de ánimo de María. Dejó a su amante y regresó a Yorkshire sin mirar atrás.

La estadía de ocho meses de Anne en París, sin embargo, había encendido en ella la pasión por los viajes y continuaría explorando más de una decena de países durante los siguientes 15 años.

Los viajes de Anne satisfacían una ambición que había tenido desde la infancia: ver con sus ojos los lugares sobre los que había leído.

Ni la muerte de su amado tío James, que la llevó a heredar su casa de Shibden, pudo retenerla.

Shibden: su hogar

Anne siempre había sentido que la alta sociedad era su hogar natural, un mundo sofisticado hecho para alguien de su ingenio, sabiduría y estatus social.

A pesar de que los Lister eran de clase alta, su familia directa era relativamente pobre. Pero la herencia de Shibden le dio los medios para mantener un estilo de vida más lujoso.

Shibden en 1880.
Vista de Shibden en 1880.

Una vieja amiga de su época en la escena social de York la presentó a un grupo de mujeres aristocráticas. Pronto empezaron a llegar invitaciones a eventos elegantes.

Viajó a París con la seductora Vere Hobart, hermana del conde de Buckinghamshire. Anne estaba fascinada por su joven y elegante amiga, pero también lo estaban muchos hombres.

Cuando Vere propuso a sus amigas hacer un viaje prolongado a la ciudad costera de Hastings, en el sur de Inglaterra, Anne aceptó.

Durante los siguientes cinco meses disfrutaron de la escena social de este lugar de vacaciones y Anne, tal vez engañándose a sí misma, comenzó a creer que podría haber encontrado a la mujer que cumpliría sus sueños románticos.

Vere tenía la apariencia, la cuna y la riqueza que Anne había deseado durante años. Pero la sociedad y sus expectativas una vez más prevalecieron: Vere aceptó casarse con un oficial del ejército. Con el corazón roto y avergonzada, Anne lloró durante días.

Su dinero también se estaba acabando.

«Mis planes de alta sociedad fracasan», escribió en su diario. «He tenido mi capricho, lo he intentado, y me ha costado bastante».

Decidió volver a Halifax y a Shibden y, por primera vez en años, quedarse allí.

Ilustración de Anne Lister.
Anne descubrió en París su pasión por viajar.

«Aquí estoy a los 41 años, con un corazón por buscar. ¿Cuál será el final?»

Empresaria

Shibden Hall había pertenecido a la familia Lister durante más de 200 años. Una casa señorial medieval escondida detrás de una colina, con su fachada en blanco y negro que escondía una red de habitaciones oscuras en su interior.

Anne canalizó su ira mediante su rechazo a vivir en el hogar de su familia. Pensaba que Shibden estaba en mal estado: después de pasar gran parte de la década anterior en una sucesión de elegantes complejos, ahora codiciaba una casa más grande y jardines cuidados.

También revolucionó las finanzas de la finca. El reciente auge industrial de Halifax había producido una enorme demanda de carbón. Anne vio la oportunidad y rápidamente expandió las minas de Shibden.

Vista de Halifax.
El auge industrial de Halifax produjo una enorme demanda de carbón y Anne Lister lo aprovechó.

Su determinación de ser práctica la diferenciaba de otras mujeres con bienes. Se enfrentó a los hombres que dirigían la industria del carbón local, quienes pronto se dieron cuenta de que poseía un cerebro empresarial astuto.

Entonces, Anne empezó a sentirse más a gusto en Shibden.

«He sido más feliz aquí que en cualquier otro lugar», escribió. Su diario también empezó a llenarse de detalles del negocio de la propiedad.

Y, en medio de referencias de horticultura y paisajismo, también comenzó a aparecer un nuevo nombre.

Un nuevo amor

Ann Walker era una tímida y amable heredera de 29 años de una finca vecina más grande. Las dos mujeres se conocían desde hacía años, cuando Anne tenía 20 años y Ann era una adolescente.

Quince años después, la recatada señorita Walker causó una impresión mucho mayor en su vecina.

Una semana después de volver a encontrarse, Anne se las imaginaba a las dos juntas. Al igual que con sus anteriores amantes potenciales, la fortuna de la joven heredera era parte de la atracción.

Anne esperaba que sus riquezas combinadas le permitieran completar sus ambiciones para Shibden, dejando lo suficiente para seguir viajando.

El enamoramiento de Anne con su nueva amiga se aceleró.

Smagen actual de Shibden.
Anne quería vivir con Ann Walker en Shibden.

Comenzaron a pasar tiempo en una casita aislada en los terrenos de Shibden que Anne había construido para su propia privacidad. A las pocas semanas de encontrarse, su relación se volvió íntima. Ann respondió con entusiasmo a los avances sexuales de Anne.

«Realmente me sentí bastante enamorada de ella en la cabaña», escribió Anne en su diario. «Quizás después de todo, ella me hará realmente más feliz que cualquiera de mis amores antiguas».

A lo largo de sus relaciones, Anne había estado en colisión con la sociedad en la que habitaba. Buscaba una mujer con quien vivir abiertamente cuando tales arreglos no tenían precedentes.

Mariana y Vere habían decidido casarse con hombres, pero estas decisiones tenían más que ver tanto con satisfacer las expectativas de la sociedad como con un rechazo a Anne. Pero mientras muchas mujeres se inclinaban ante lo inevitable, Anne se negaba constantemente a conformarse.

Después de solo dos meses, dejó claras sus intenciones a su joven amante. Quería que vivieran juntas en Shibden, como una pareja casada, y que compartieran su riqueza y sus propiedades.

Pero Ann, confundida por su cercanía con otra mujer y todavía afligida por la muerte de su prometido y sus padres, pidió seis meses para tomar una decisión.

Cuando llegó el día, le envió una carta a Anne. «Me resulta imposible decidirme», decía.

Irritada y dudando de que su relación tuviera futuro, Anne se fue a París y luego a Copenhague.

Retrato de Anne Lister en un cuadro.
Anne le propuso a Ann Walker que vivieran juntas, como una pareja casada.

Cuando regresó a Halifax varios meses después, Ann la estaba esperando. Había rechazado una oferta de matrimonio. Era el mensaje más claro.

A los 42 años y después de tanto tiempo buscando una compañera, Anne finalmente estaba a punto de obtener lo que quería. Ambas mujeres cambiaron sus testamentos, convirtiendo a la otra en inquilina vitalicia de sus bienes.

Anne también decidió contarle a su familia sobre sus planes. Se lo contó a una tía anciana, a su padre y a su hermana, quienes no se sorprendieron en absoluto: todos habían sido testigos de su cercanía con las mujeres a lo largo de su vida y Anne sintió que apoyaban su elección.

Anne anotó en su diario que se habían intercambiado anillos «como muestra de nuestra unión».

Un «matrimonio»

La «boda» de Anne Lister con Ann Walker tuvo lugar en la iglesia Holy Trinity en York el domingo de Pascua de 1834.

El evento fue puramente simbólico: asistir a la iglesia con otra mujer y tomar la comunión era suficiente ceremonia para Anne. Ella se tomaba en serio los valores de una unión tradicional. Sus días promiscuos habían terminado.

Interior de la iglesia Holy Trinity en York.
Anne Lister se «casó» con Ann Walker en la iglesia Holy Trinity en York en 1834.

Mariana, que había continuado siendo parte de la vida de Anne en todos sus viajes al extranjero y sus planes de la alta sociedad, admitió la derrota.

Las «recién casadas» se embarcaron en una luna de miel: tres meses de viaje por Francia y Suiza. A su regreso, Anne instaló a su «esposa» en Shibden. Carros cargados de muebles retumbaban por el camino entre sus casas.

El escándalo pronto fue la comidilla de Yorkshire. Anne Lister, que había recibido las burlas por parecer un hombre durante tantos años, ahora estaba actuando como tal.

Un anuncio burlón apareció en el diario Leeds Mercury anunciando el matrimonio del «Capitán Tom Lister de Shibden Hall con la señorita Ann Walker». También llegaron cartas anónimas dirigidas al «Capitán Lister» felicitando a la pareja «por su feliz unión».

«Probablemente tenían la intención de molestar, pero, si es así, fracasaron», escribió Anne en su diario.

La convivencia no fue fácil. Las mujeres tenían personalidades completamente diferentes: Anne gobernaba su patrimonio y se involucró en la política local, mientras que su nueva esposa a menudo se sentía descuidada, y sufría episodios regulares de tristeza.

Uno de los cuartos de Shibden
Aunque fueron la comidilla de Yyorkshire, Anne Lister y Ann Walker se instalaron en Shibden.

Un viaje final

Ambas se embarcaron en otros viajes que las llevaron a recorrer Francia hasta los Pirineos -Anne practicaba alpinismo-, Rusia y el Cáucaso.

Fue en esta región del este de Europa, en 1840, a los 49 años, donde Anne murió. Se cree que una picadura de insecto condujo a la fiebre que la mató.

Ann quedó varada a miles de kilómetros de su casa. Le tomó ocho largos e insoportables meses llevar el cuerpo de Anne a Halifax, viajando por el norte de Europa con el ataúd a su lado.

Como se decretó en el testamento de su pareja, Ann heredó el patrimonio de Shibden.

Sin embargo, esto no duró mucho.

Sus familiares, creyendo que ella tenía problemas de salud mental, consiguieron que un médico, un abogado y la policía entraran en la casa.

Ann fue encontrada encogida detrás de una puerta cerrada, rodeada de papeles y con un par de pistolas cargadas.

La llevaron al mismo asilo de York que todavía albergaba a Eliza Raine, la primera aventura de Anne.

Decodificando los diarios

La conservación de los diarios de Anne Lister se debe en parte a Ann, quien se aseguró de que los volúmenes finales regresaran sanos y salvos del Cáucaso. Pero tuvieron que pasar casi 150 años antes de que se revelaran sus contenidos.

Uno de los diarios de Anne Lister.
Los diarios tardaron decenas de años en poder ser decodificados.

Todo comenzó alrededor de 1890, cuando leyendo a la luz de las velas en una de las muchas habitaciones oscuras de Shibden, John Lister contemplaba las filas de garabatos ininteligibles que se extendían sobre el libro encuadernado en cuero que tenía ante él.

El extraño código de los diarios de su antepasada Anne Lister lo había disuadido durante años. Esa noche estaba resuelto a romperlo.

Había requerido la ayuda de un amigo, el profesor Arthur Burrell. Después de tomar prestados algunos de los diarios, confiaba en que había resuelto dos letras codificadas: h y e.

Unas horas más tarde, ambos se enteraron de lo que Anne Lister había estado escondiendo al mundo: sus detallados y abundantes relatos sobre el sexo con sus amigas.

«Casi ninguna se le había escapado», recordó Arthur.

Él le imploró a su amigo que quemara los diarios para evitar provocar un escándalo al orgulloso linaje Lister. Pero aunque estaba consternado por el contenido, que humillaría a su familia si se publicara, John no pudo destruirlo.

Así que escondió los 26 volúmenes en estantes ocultos en Shibden, donde permanecieron hasta su muerte en 1933.

John Lister y Arthur Burrell
John Lister y Arthur Burrell fueron los primeros que decodificaron los diarios de Anne Lister.

En los años siguientes -la casa pasó a propiedad pública-, los diarios de Anne fueron descubiertos y regalados a la Biblioteca de Halifax. El renuente Arthur Burrell decidió que estaba obligado a dar detalles del código al consejo.

Después, un pequeño número de investigadores estudió las cartas y diarios de Anne. Sin embargo, un comité del consejo exigió ver su trabajo primero paraeliminar cualquier «material inadecuado».

Los académicos accedieron al encubrimiento, dejando el secreto oculto.

Décadas después, en 1982, Helena Whitbread, una profesora de 52 años que acababa de completar sus estudios de Historia, buscaba el tema para un libro y le intrigó la historia de Anne.

Se encontró con el material en la biblioteca, incapaz de descifrar los diminutos e insondables símbolos, hasta que una empleada le dio una fotocopia del código de Arthur.

Esta vez, nadie pidió analizar lo que Helena podría descubrir. Se llevó a casa el diario de Anne de 1817 para comenzar a desentrañar el misterio.

¿La primera «lesbiana moderna»?

La comprensión moderna de la historia del lesbianismo, y las siguientes cuatro décadas de la vida de Helena, estaría determinada por lo que descubrió.

El trabajo fue laborioso. En 34 años, Anne había escrito cinco millones de palabras en 26 volúmenes, con otros 14 diarios de viaje. Alrededor de una sexta parte del material estaba escrito en clave.

Helena Whitbread.
El trabajo de Helena fue crucial para entender la vida de Anne Lister y la historia del lesbianismo.
El trabajo de Helena fue crucial para entender la vida de Anne Lister y la historia del lesbianismo.

Helena se dio cuenta de que «beso» era en realidad un código para el sexo, mientras que una Q con un bucle denotaba una experiencia sexual.

Después de pasar cinco años estudiando minuciosamente los diarios escritos entre 1817 y 1824, Helena publicó un libro en el que detallaba la intensa relación con Mariana y la red de amantes de Anne en todo Yorkshire.

Cuando I Know My Own Heart (Conozco Mi Propio Corazón) se publicó en 1988, causó sensación.

Hasta entonces, no había evidencia de sexo entre mujeres en el registro histórico. Los diarios de Anne detallaban un estilo de vida que muchos pensaban que no existía en el pasado.

Su promiscuidad demostró no solo que las mujeres la encontraban atractiva, sino que el deseo sexual lésbico era mucho más común de lo que se pensaba. Los diarios de Anne y sus detalles sexuales explícitos fueron tan impactantes que algunos incluso creyeron que eran mentira.

«Anne nos deja este registro voluminoso con el que es bastante difícil trabajar, pero nos dice mucho sobre la vida lesbiana en el siglo XIX», dice la profesora Caroline Gonda, de la Universidad de Cambridge.

«Nos habla de relaciones que no encajan con la idea de la amistad romántica de la década de 1800».

Pero lo que también es crucial en la historia de Anne es que no estaba sola. «La gente dice que ella era una excepción, pero ella no es la única lesbiana en el pueblo», dice Gonda.

Placa a Anne Lister.
En Halifax y York recuerdan a Anne Lister como la «primera lesbiana moderna».

Hoy en día, una placa colocada en su memoria en la iglesia de Holy Trinity en York, escena de su matrimonio con Ann Walker, describe a Anne como la «primera lesbiana moderna».

Mientras se debate esta definición, la importancia de Anne para la historia del lesbianismo no está en disputa.

Una lluvia de caramelos sobre el Berlín bloqueado.

Berlineses observan el aterrizaje de un avión en el aeropuerto de Tempelhof, en 1948. Bundesarchiv
Berlineses observan el aterrizaje de un avión en el aeropuerto de Tempelhof, en 1948. Bundesarchiv

Autora: Carmen Valero.

Fuente: El Mundo, 12/05/2019

Los países aliados en II Guerra Mundial dieron por finalizado el suministro aéreo a Berlín Occidental. El dictador soviético Josef Stalin había perdido la primera gran batalla de la Guerra Fría.

Todo comenzó en 1948. Berlín había quedado aislado respecto a otras zonas de la República Federal y Stalin estaba dispuesto ampliar su influencia a los sectores en manos de franceses, estadounidense y británicos. Preocupado por la estrepitosa derrota sufrida por el partido comunista en las elecciones de octubre de 1946, Stalin trazó una estrategia que consistió en cerrar el suministro de provisiones para que todos los berlineses se vieran obligados a solicitar tarjetas de racionamiento en los distritos controlados por Moscú.

Calefacción y comida a cambio de adhesión a la causa. El 30 de marzo de 1948, el vicegobernador soviético anunció el corte ferroviario. El 5 de abril, un caza soviético embistió a un avión de pasajeros británicos durante su aterrizaje. Quince personas perdieron la vida. Los vuelos de carga cesaron. El 20 de junio, las potencias aliadas decidieron llevar a cabo una reformar monetaria para estabilizar la economía en la República Federal. Era más de lo que Stalin estaba dispuesto a tolerar. Ofreció relajar los controles a cambio de parar esa reforma. Los aliados rechazaron el chantaje y el dictador convirtió Berlín en lo que ya era, una isla en el océano soviético con dos millones de rehenes sin comestibles para sobrevivir mucho tiempo y sin carbón o madera para calentarse.

La ‘Operación Vittles’ comenzó el 26 de junio de 1948. La descabellada pero decisiva idea de abastecer a la ciudad por aire que planteó el oficial británico Rex. N. Waite se hacía realidad.

El gobernador militar estadounidense Lucius D. Clay consideró inviable la propuesta de Waite, pero la situación era extrema y el alcalde de Berlín Occidental, Ernst Reuter, apremiaba. Clay consultó con el general Willian H. Turner, el ‘padre’ del puente aéreo a los aliados chinos en su lucha contra Japón a través del Himalaya. El abastecimiento a Berlín era aún más difícil, pero Turner aseguró podía transportar lo que fuera a cualquier lugar del mundo.

Los aliados pusieron sus aviones al servicio de Turner, que estableció tres bases de carga y despegue. Unos 300 aparatos en uso permanente. Cada 90 segundos aterrizaba uno en el aeropuerto de Tempelhof, en Berlín Occidental. Esa secuencia obligaba a los pilotos a realizar una sola maniobra de aterrizaje. Si fallaban, regresaban a la base con la carga.

Un piloto estadounidense se convirtió pronto en héroe. Fue Gail Halvorsen, más conocido como ‘Uncle Wackelflüge’. El piloto movía las alas de su avión, un C-54, al iniciar el descenso en pista, para alertar a los niños de su cargamento. Halvorsen colgaba chocolates y chucherías en pequeños paracaídas que él mismo construyó, idea que los otros pilotos secundaron. Así, toneladas de chocolate y caramelos caían del cielo sobre las montañas de escombros que era Berlín. El entusiasmo por los pilotos del puente aéreo crecía, a medida que aumentaba el rechazo a los soviéticos. Ante aquella humillación, Stalin decidió unilateralmente levantar el bloqueo el 12 de mayo de 1949.

El ‘Luftbrüke’ a Berlín ha pasado a la Historia como una de las mayores y más arriesgadas operaciones humanitarias de todos los tiempos. En 322 días se realizaron 280.000 vuelos que transportaron más de dos millones de toneladas de productos de primera necesidad.

Eso arrojaba una media de 9.000 toneladas de provisiones diarias, incluido madera y carbón para las calefacciones. Miles de idas y venidas que sumaron 175 millones de kilómetros o el equivalente a 4.367 veces la vuelta al mundo.

Unos 87 pilotos -39 británicos, 31 estadounidenses y ocho alemanes- murieron prestando servicio en el puente aéreo humanitario a Berlín que, por precaución, se mantuvo hasta el mes de agosto. En total participaron 57.000 personas y entre ellos pilotos de Canadá, Australia, Nueva Zelanda y Sudáfrica. La operación costó miles de millones, monto que los alemanes occidentales asumieron, aunque en una mínima parte, a través de un impuesto para «las víctimas en situación de urgencia en Berlín», el ‘Notopfer Berlín’.

El aeropuerto de Tempelhof, construido en 1923 y remodelado posteriormente por los nazis, se cerro en 2008. Hoy, cuando se cumplen 70 años del final del ‘Luftbrücke’, ha vuelto a abrir las puertas para una fiesta con presencia ‘Rosinenbomber’ de los tipos DC3, C47, DC4 y JU 52. Hasta 40 históricos «aviones bombarderos de golosinas» sobrevolando, por última vez, el cielo de un Berlín unificado.

 

Hjalmar Branting en la socialdemocracia sueca.

Autor: Eduardo Montagut.

Fuente: Nueva Tribuna, 5/05/2019

Hjalmar Branting (1860-1925), es uno de los personajes fundamentales de la Historia de la Socialdemocracia sueca, y del socialismo democrático europeo.

Branting nació en Estocolmo. Estudió Matemáticas y Astronomía en la Universidad de Upsala no sin grandes sacrificios, dados sus orígenes familiares, y estuvo agregado al Observatorio de Estocolmo. Hacia el año 1884 comenzó a colaborar en la revista socialista Tiden, y después pasaría a ser nombrado redactor-jefe del Social-Demokraten, órgano oficial del Partido Socialdemócrata Sueco, desempeñando dicha responsabilidad hasta 1917. Isidro Escandell Úbeda, en un artículo que dedicó en 1928 a su figura, destacaba la amplia cultura de nuestro protagonista, un representante evidente de la cultura septentrional europea, junto con Strindberg, Hamsum, Selma Lagerloef e Ibsen.

Branting estaría en la creación del Partido a fines de los años ochenta del siglo XIX, una formación fundada por August Palm, y que adoptaría el modelo alemán. Escandell afirma que a fines del siglo XIX Suecia había vivido una especie de transformación política al consolidarse dos fuerzas políticas: el conservadurismo y el socialismo. Branting se uniría al último, destacando, tanto en la prensa, la tribuna popular como en el escaño, por la defensa de sus ideas y el enfrentamiento con los conservadores. Efectivamente, el político entraría en el parlamento sueco, siendo diputado durante veinticinco años. Tiene el honor de haber sido el primer diputado socialista sueco.

Formó parte como ministro de Hacienda del Gobierno de coalición liberal-socialista de 1917. En el año 1920 llegaría, por vez primera, a presidir un gobierno. Luego volvería entre 1921 y 1923, y en 1924, después de unos grandes resultados en las urnas, pero murió, siendo sustituido por Richard Sandler. El entierro fue una verdadera manifestación popular, con los sindicatos movilizados y con el rey Gustavo V.

También fue presidente de la Conferencia de la Segunda Internacional, celebrada en Berna en 1919. Representaría a Suecia en la Conferencia de Paz, y en la Sociedad de Naciones. Como elogiaría Escandell, Branting fue un convencido pacifista, que le llevaría a la concesión del Premio Nobel de la Paz en 1921, compartido con el noruego Christian LousLange.

También sería elegido en la Conferencia Internacional del Trabajo de Ginebra, unos meses antes de morir, presidente por unanimidad.

Hemos consultado la reseña necrológica que El Socialista publicó el 25 de febrero de 1925, y el artículo de Isidro Escandell, publicado, en primer lugar, en La Voz Valenciana, y que recogió El Socialista el 11 de agosto de 1928. Sobre la socialdemocracia sueca publicamos un trabajo en Nueva Tribuna el 2 de mayo de 2014 con el título, “La socialdemocracia sueca y la construcción del estado del bienestar”.

¿Qué es el Fascismo?

<p>Benito Mussolini durante una inspección a las tropas, en Etiopía.</p>
Benito Mussolini durante una inspección a las tropas, en Etiopía.

Autor: ROBERT OWEN PAXTON

Fuente: CTXT, 1/05/2019

Límites

No podemos comprender bien el fascismo sin trazar fronteras claras que lo diferencien de formas superficialmente similares. Es una tarea difícil porque el fascismo fue ampliamente imitado, sobre todo durante la década de 1930, cuando Alemania e Italia parecían tener más éxito que las democracias. Aparecieron así préstamos del fascismo tan lejos de sus raíces europeas como en Bolivia y en China.1

La frontera más simple es la que separa el fascismo de la tiranía clásica. El socialista moderado exiliado Gaetano Salvemini, que abandonó su cátedra de Historia en Florencia y se fue a Londres y luego a Harvard porque no podía soportar tener que enseñar sin decir lo que pensaba, indicó la diferencia esencial cuando se preguntó por qué «los italianos sintieron la necesidad de librarse de sus instituciones libres» precisamente en el momento en que deberían enorgullecerse de ellas y en que «deberían dar un paso adelante hacia una democracia más avanzada».2 Para Salvemini el fascismo significó dejar a un lado la democracia y el procedimiento debido en la vida pública en favor de la aclamación de la calle. Es un fenómeno de las democracias fallidas y lo novedoso de él fue que, en vez de simplemente imponer silencio a los ciudadanos como había hecho la tiranía clásica desde los tiempos más remotos, halló una técnica para canalizar sus pasiones en la construcción de una unidad nacional obligatoria en torno a proyectos de limpieza interna y de expansión externa. No deberíamos utilizar el término fascismo para dictaduras predemocráticas. Por muy crueles que sean, carecen del entusiasmo de masas manipulado y de la energía demoníaca del fascismo, así como de la misión que este se plantea de «prescindir de las instituciones libres» en pro de la fuerza, la pureza y la unidad de la nación.

El fascismo se confunde fácilmente con la dictadura militar, porque los dirigentes fascistas militarizaron sus sociedades y situaron las guerras de conquista en el centro mismo de sus objetivos. Armas3 y uniformes fueron para ellos un fetiche. En la década de 1930 las milicias fascistas estaban todas uniformadas —también lo estaban, en realidad, las milicias socialistas en aquella era de la camisa de color—,4 y los fascistas siempre han querido convertir la sociedad en una fraternidad armada. Hitler, recién instalado como canciller de Alemania, cometió el error de vestir una trinchera civil y sombrero cuando fue a Venecia el 14 de junio de 1934 para su primer encuentro con el más maduro Mussolini, «resplandeciente de uniforme y daga».5 A partir de entonces el Führer apareció de uniforme en los actos públicos, unas veces con chaqueta marrón, más tarde a menudo con una guerrera militar sin adornos. Pero mientras todos los fascismos son siempre militaristas, las dictaduras militares no son siempre fascistas. La mayoría de los dictadores militares han actuado simplemente como tiranos, sin atreverse a desencadenar el entusiasmo popular del fascismo. Las dictaduras militares son mucho más comunes que los fascismos, porque no tienen ninguna conexión necesaria con una democracia fallida y han existido desde que ha habido militares.

La frontera que separa al fascismo del autoritarismo es más sutil, pero es una de las más esenciales para la comprensión.6 He utilizado ya el término, o el similar de dictadura tradicional, al analizar España, Portugal, Austria y la Francia de Vichy. La frontera entre fascismo y autoritarismo fue especialmente difícil de trazar en la década de 1930, cuando regímenes que eran, en realidad, autoritarios adoptaron parte de la decoración de los fascismos triunfantes del periodo. Aunque los regímenes autoritarios pisotean a menudo las libertades ciudadanas y son capaces de una brutalidad criminal, no comparten el ansia del fascismo de reducir a la nada la esfera privada. Aceptan espacios mal definidos pero reales de ámbito privado para «órganos de intermediación» tradicionales como notables locales, cárteles económicos y asociaciones, cuerpos de oficiales, familias e Iglesias.

Estos órganos, en vez de un partido único oficial, son los principales instrumentos de control social en los regímenes autoritarios. Los autoritarios prefieren dejar a la población desmovilizada y pasiva, mientras que los fascistas tienden a hacer participar al público y a movilizarle.7 Los autoritarios tienen un gobierno fuerte, pero limitado. Vacilan a la hora de intervenir en la economía, algo que los fascistas hacen de muy buena gana, o de embarcarse en programas de seguridad social. En vez de proclamar un nuevo camino, se aferran al statu quo.8

El general Francisco Franco, por ejemplo, que dirigió al Ejército español en la rebelión contra la República en julio de 1936 y que se convirtió en 1939 en el dictador de España, tomó prestados claramente algunos aspectos del régimen de su aliado Mussolini. Se hizo llamar Caudillo y convirtió a la Falange fascista en el único partido. Durante la Segunda Guerra Mundial y después de ella, los aliados trataron a Franco como a un socio del Eje. Fortaleció esa impresión el carácter sanguinario de la represión franquista, en la que pudieron haber muerto hasta 200.000 personas entre 1939 y 1945, y por los esfuerzos del régimen para impedir el contacto cultural y económico con el mundo exterior.9

En abril de 1945, funcionarios españoles asistieron a una misa por la muerte de Hitler. Sin embargo, un mes más tarde el Caudillo explicó a sus seguidores que «era necesario bajar un poco las velas [de Falange]».10 A partir de entonces la España de Franco,11 siempre más católica que fascista, basó su autoridad en pilares tradicionales como la Iglesia, los grandes terratenientes y el Ejército, encargándoles básicamente del control social en vez de la cada vez más débil Falange o el Estado. El Estado franquista intervino poco en la economía y apenas se esforzó en regular la vida diaria de la gente siempre que se mostrase pasiva.

El Estado Novo de Portugal12 difirió aún más profundamente del fascismo que la España de Franco. Salazar fue, sin duda, el dictador de Portugal, pero prefirió un público pasivo y un Estado limitado en el que el poder social se mantuvo en manos de la Iglesia, el Ejército y los grandes terratenientes. En julio de 1934, el doctor Salazar prohibió el movimiento fascista portugués, el Nacionalsindicalismo, acusándolo de «exaltación de la juventud, el culto a la fuerza a través de la llamada acción directa, el principio de la superioridad del poder político del Estado en la vida social, la tendencia a organizar a las masas tras un dirigente político»… No es una mala descripción del fascismo.13

La Francia de Vichy, el régimen que sustituyó a la república parlamentaria tras la derrota de 1940,14 es indudable que no fue fascista en un principio, ya que ni tuvo un partido único ni instituciones paralelas. Un sistema de gobierno en el que el funcionariado selecto tradicional del país regía el Estado, con papeles reforzados para los militares, la Iglesia, los especialistas técnicos y las élites sociales y económicas establecidas, cae claramente dentro de la categoría de autoritario. Después de que la invasión alemana de la Unión Soviética en junio de 1941 llevase al Partido Comunista Francés a la resistencia abierta y obligase a las fuerzas de ocupación alemanas a actuar con mucha mayor dureza en apoyo de la guerra total, Vichy y su política de colaboración con la Alemania nazi se enfrentaron a una oposición creciente. En la lucha contra la Resistencia aparecieron organizaciones paralelas: la Milice, o policía complementaria, «secciones especiales» de los tribunales de justicia para juicios expeditivos de disidentes, la Policía de Asuntos Judíos. Pero, aunque, como vimos en el capítulo 4, se les diesen a unos cuantos fascistas de París puestos importantes en Vichy en los últimos días del régimen, actuaron como individuos más que como jefes de un partido único oficial.

¿Qué es fascismo?

Ha llegado el momento de proporcionar al fascismo una definición breve y práctica, aunque sepamos que no nos mostrará todos sus contenidos, lo mismo que una foto no puede mostrarnos del todo a una persona.

Se puede definir el fascismo como una forma de conducta política caracterizada por una preocupación obsesiva por la decadencia de la comunidad, su humillación o victimización y por cultos compensatorios de unidad, energía y pureza, en la que un partido con una base de masas de militantes nacionalistas comprometidos, trabajando en una colaboración incómoda pero eficaz con élites tradicionales, abandona las libertades democráticas y persigue con violencia redentora y sin limitaciones éticas o legales objetivos de limpieza interna y expansión exterior.

Ciertamente, la actuación política exige elegir entre opciones, y las opciones que se eligen —como mis críticos se apresuran a señalar— nos hacen volver a las ideas subyacentes. Hitler y Mussolini, que despreciaban el «materialismo» del socialismo y del liberalismo, insistían en la importancia básica de las ideas para sus movimientos. Muchos antifascistas, que se niegan a otorgarles esa dignidad, no piensan lo mismo. «La ideología del nacionalsocialismo está cambiando constantemente», comentaba Franz Neumann. «Tiene ciertas creencias mágicas —adoración de la jefatura, supremacía de la raza superior—, pero no está expuesto en una serie de pronunciamientos categóricos y dogmáticos».15 Sobre ese punto, este libro se aproxima a la posición de Neumann, y ya examiné con cierta extensión en el capítulo 1 la relación peculiar del fascismo con su ideología, simultáneamente proclamada como algo básico y, sin embargo, enmendada o violada cuando conviene.16 No obstante, los fascistas sabían lo que querían. No se pueden desterrar las ideas del estudio del fascismo, pero puede uno situarlas adecuadamente entre todos los factores que influyen en este complejo fenómeno. Podemos abrirnos paso entre los extremos: el fascismo no consistió ni en la simple aplicación de su programa ni en un oportunismo descontrolado.

Yo creo que como mejor se deducen las ideas que subyacen a las acciones fascistas es partiendo de esas acciones, pues algunas de ellas no llegan a expresarse y se hallan implícitas en el lenguaje público fascista. Muchas pertenecen más al reino de los sentimientos viscerales que al de las proposiciones razonadas. En el capítulo 2 las llamé «pasiones movilizadoras»:

  •  un sentimiento de crisis abrumadora contra la que nada valen las soluciones tradicionales;
  •  la primacía del grupo, respecto al cual uno tiene deberes superiores a cualquier derecho, sea individual o universal, y la subordinación del individuo a él;
  •  la creencia de que el grupo de uno es una víctima, un sentimiento que justifica cualquier acción, sin límites legales y morales, contra sus enemigos, tanto internos como externos;
  •  el miedo a la decadencia del grupo por los efectos corrosivos del liberalismo individualista, la lucha de clases y las influencias extranjeras;
  •  la necesidad de una integración más estrecha de una comunidad más pura, por el consentimiento si es posible o por la violencia excluyente en caso necesario;
  •  la necesidad de autoridad a través de jefes naturales —siempre varones—, que culmina en un caudillo nacional que es el único capaz de encarnar el destino histórico del grupo;
  •  la superioridad de los instintos del caudillo respecto a la razón abstracta y universal;
  •  la belleza de la violencia y la eficacia de la voluntad, cuando están consagradas al éxito del grupo;
  •  el derecho del pueblo elegido a dominar a otros sin limitaciones de ningún género de ley divina ni humana, derecho que se decide por el exclusivo criterio de la superioridad del grupo dentro de una lucha darwiniana.

El fascismo, de acuerdo con esta definición, así como la conducta correspondiente a estos sentimientos, aún es visible hoy. Existe fascismo al nivel de la Etapa Uno dentro de todos los países democráticos, sin excluir a Estados Unidos. «Prescindir de instituciones libres», especialmente de las libertades de grupos impopulares, resulta periódicamente atractivo a los ciudadanos de las democracias occidentales, incluidos algunos estadounidenses. Sabemos, por haber seguido su rastro, que el fascismo no precisa de una «marcha» espectacular sobre alguna capital para arraigar; basta con decisiones aparentemente anodinas de tolerar un tratamiento ilegal de «enemigos» de la nación. Algo muy próximo al fascismo clásico ha llegado a la Etapa Dos en unas cuantas sociedades profundamente atribuladas. No es inevitable, sin embargo, que siga progresando. Los posteriores avances fascistas hacia el poder dependen en parte de la gravedad de una crisis, pero también en muy alto grado de elecciones humanas, especialmente las de aquellos que detentan poder económico, social y político. Determinar las respuestas adecuadas a los avances fascistas no es fácil, porque no es probable que su ciclo se repita a ciegas. Pero estamos en una posición mucho mejor para reaccionar sabiamente si entendemos cómo triunfó el fascismo en el pasado.

—————————————–

1. Para Bolivia, véase capítulo 7, nota 69 (en página 331). Para China, véase Payne, History, pp. 337-338; Marcia H. Chang, The Chinese Blue Shirt Society: Fascism and De- velopmental Nationalism, Berkeley y Los Ángeles, University of California Press, 1985, y Fred Wakeman, Jr., «A Revisionist View of the Nanjing Decade: Confucian Fascism», China Quarterly 150, junio de 1997, pp. 395-430. Wakeman no considera a los Camisas Azules auténticamente fascistas. Le agradezco sus consejos sobre este punto.

2. Las lecciones de Harvard de Gaetano Salvemini, publicadas en Opera de Gae- tano Salvemini, vol. VI, Scritti sul fascismo, vol. 1, p. 343.

3. Para las armas como un «objeto de amor» de los militantes fascistas, véase Emilio Gentile, Storia del partito, p. 498. «Mientras tenga una pluma en la mano y un revólver en el bolsillo», dijo Mussolini después de romper con los socialistas en 1914, «no temo a nadie». A principios de la década de 1920, tenía siempre un revólver y un par de granadas en su escritorio. En la década de 1930 el revólver había emigrado a un cajón del escritorio de su grandioso despacho del Palazzo Venezia (Pierre Milza, Mussolini, París, Fayard, 1999, pp. 183, 232, 252, 442). Hitler prefirió las fustas (Kers- haw, Hitler, vol. 1, p. 188), pero el 23 de abril de 1942 les dijo a sus comensales que «llevar armas contribuye al orgullo y el porte de un hombre» (Hitler’s Table Talk, trad. de Norman Cameron y R. H. Stevens, Londres, Weidenfeld y Nicolson, 1953, p. 435).

4. Las camisas de color proceden de la izquierda, probablemente de los «Mil» de Garibaldi, los voluntarios de camisa roja que conquistaron Sicilia y Nápoles para una Italia liberal unida en 1860. También procede de Garibaldi el título de Duce.

5. Alan Bullock, Hitler: A Study in Tyranny, ed. rev., Londres, Harper & Row, 1962, p. 297.

6. Juan J. Linz ha hecho el análisis clásico del autoritarismo como una forma diferenciada de gobierno: «An Authoritarian Regime: Spain», en Erik Allardt y Stein Rokkan (eds.), Mass Politics: Studies in Political Sociology, Nueva York, Free Press, 1970, pp. 251-283; «From Falange to Movimiento-Organización: The Spanish Single Party y the Franco Regime, 19 36-1968», en Samuel P. Huntington y Clement Moore (eds.), Authoritarian Politics in Modern Societies: The Dynamics of Established One- Party Systems, Nueva York, Basic Books, 1970, y «Totalitarian and Authoritarian Regimes», en Fred I. Greenstein y Nelson W. Polsby, Handbook of Political Science, Reading, MA, Addison-Wesley, 1975, vol. III, esp. pp. 264-350.

7. La frontera autoritaria-fascista es imprecisa aquí, pues en la práctica ninguno de los dos logra su deseo. Los autoritarios, lo mismo que los fascistas, enfrentados con públicos exaltados, pueden intentar crear una «solidaridad mecánica» durkhei- miana. Véase Paul Brooker, The Faces of Fraternalism: Nazi Germany, Fascist Italy, and Imperial Japan, Oxford, Clarendon, 1991. Hasta los fascistas pueden no lograr más que un asentimiento «superficial» y «frágil». Victoria de Grazia, The Culture of Consent:’ Mass Organization of Leisure in Fascist Italy, Cambridge, Cambridge Uni- versity Press, 1981, p. 20, y cap. 8, «The Limits of Consent». El estudio más meticu- loso sobre la opinión pública alemana bajo el nazismo, «Bavaria program», de Mar- tin Broszat, llegaba a la conclusión de que estaba descontenta pero atomizada, fragmentada y pasiva. Véase Ian Kershaw, Popular Opinion and Dissent in the Third Reich, Oxford, Clarendon, 1983, pp. 110, 277, 286, 389.

8. Véase la interesante comparación de Javier Tusell Gómez, «Franchismo et fascismo», en Angelo del Boca et al., Il regime fascista, pp. 57-92.

9. Michael Richards, A Time of Silence: Civil War and the Culture of Repression in Franco’s Spain, 1936-1945, Cambridge, Cambridge University Press, 1998, muestra cómo la autarquía económica y cultural se correspondía con la represión interna. El número estimado de muertos que aparece en Paul Preston, Franco, Nueva York, Basic Books, 1994, p. 30, hace la acusación de fascismo de otro modo, destacando las estrechas relaciones de Franco con el Eje al menos hasta 1942.

10. El estudio indispensable sobre la Falange es Stanley G. Payne, Fascism in Spain, 1923-1977, Madison, University of Wisconsin Press, 1999 (cita, en p. 401).

11. Véase capítulo 6, pp. 254-255.

12. Véase capítulo 6, pp. 256-257.

13. Citado en Stanley Payne, History, p. 315. Gregory J. Kasza, «Fascism from Abo- ve? Japan’s Kakushin Right in Comparative Perspective», en Stein Ugelvik Larsen, Fascism Outside Europe, Boulder, CO, Social Science Monographs, 2001, pp. 223-232, trabajando a partir del ejemplo japonés, propone una categoría diferenciada de re- gímenes unipartidistas que reprimen movimientos fascistas adoptando al mismo tiempo algunos instrumentos fascistas, como movimientos juveniles y economía corporativista, situándose así entre el conservadurismo tradicional y el fascismo. Sus ejemplos son Japón, Portugal, Polonia en 1979, Estonia y Lituania. Podría aña- dirse el Brasil de Vargas.

14. Véase pp. 193-194.

15. Franz Neumann, Behemoth: The Structure and Practice of National Socialism, 1933-1944, 2ª ed., Nueva York, Oxford University Press, 1944, p. 39. El escepticismo respecto a la ideología fascista no es algo que esté limitado a la izquierda. Considé- rese, por ejemplo, la famosa denuncia del antiguo presidente nazi del Senado de Danzig, Hermann Rauschning, Revolution of Nihilism, Nueva York, Alliance/ Longman’s Green, 1939. Véanse también los comentarios de Hannah Arendt citados en capítulo 2, p. 74.

16 Véase capítulo 1, pp. 37-44.

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Robert Owen Paxton (1932) es un politólogo e historiador estadounidense que ha dedicado toda su vida al estudio de la Europa de la Segunda Guerra Mundial, la Francia de Vichy y el fascismo, y en esta obra, Anatomía del fascismo, explora qué es el fascismo y cómo ha llegado a tener un impacto tan duradero y continuado en nuestra historia. Paxton ha sido profesor en la Universidad de California, Berkeley y en la Universidad Estatal de Nueva York en Stony Brook antes de unirse a la Universidad de Columbia en 1969. Trabajó allí durante el resto de su carrera, y se retiró en 1997. Sigue siendo profesor emerito. Es colabordor habitual del The New York Review of Books.