La fascinante vida de Anne Lister, la «primera lesbiana moderna»

Autora: Rebecca Woods

Fuente: BBC Mundo, 11/05/2019

Arrodilladas una al lado de otra bajo los arcos medievales de una pequeña iglesia, dos mujeres inclinan sus cabezas y se ponen a orar. Con velas que parpadean a su alrededor, reciben el sacramento en el altar. Aunque no era un servicio eclesiástico normal, a los ojos de las enamoradas, su «matrimonio» había sido sellado.

Era 1834. Los actos homosexuales eran ilegales y las relaciones sexuales entre mujeres no eran reconocidas. La palabra lesbiana ni siquiera había sido acuñada.

Pero Anne Lister no tenía nada que ver con las convenciones misóginas de la Inglaterra del siglo XIX. Fue empresaria, entró en política y escalaba montañas.

Y adoraba a las mujeres, de las que se enamoraba apasionadamente una y otra vez.

Los detalles explícitos de sus asuntos, registrados en código, conmocionaron a quienes los descifraban. Y cambiaron la forma en la que se vio la historia del lesbianismo para siempre.

El diario

Vestida, incluso en verano, con gruesas ropas y botas negras, el aspecto de muchacho de la joven era motivo de burlas y susurros en las calles de su ciudad natal, Halifax, en Inglaterra.

«¡Eso es un hombre!», se burló una voz, algo a lo que se había acostumbrado.

Anne Lister de joven.
Image captionAnne Lister de joven.

Anne Lister, con un pequeño sombrero, también negro, caminaba, aparentemente imperturbable.

Educada y confiada, en una época en que las mujeres rara vez lo eran, atraía la atención dondequiera que iba.

«La gente generalmente comenta, cuando paso, cuánto me parezco a un hombre», escribió en su diario, un ritual que hacía cada día.

Desde pequeña había sido diferente. Nacida en 1791, Anne era una «marimacho inmanejable» cuya exasperada madre la envió a un internado cuando tenía siete años.

Las maestras temían que influyera en las otras chicas con su comportamiento rebelde y, en su adolescencia, la confinaron a un dormitorio en el ático, donde vivía en una reclusión virtual.

Su diario se convirtió en su confidente. Al sentirse sola en un mundo en el que no encajaba, vertió sus pensamientos más profundos en sus páginas.

Tan obsesiva era su personalidad que no dejaba de lado los detalles: la hora en que se despertaba y cuántas horas dormía, las cartas que recibía y su contenido, el clima del día, qué comía…

Ilustración de Anne Lister en Halifax.
Image captionLas mofas sobre Anne eran comunes en las calles de Halifax.

Todo lo que había aprendido ese día también se registraba: griego, álgebra, francés, matemáticas, geología, astronomía y filosofía.

Anne poseía una inteligencia vorazy, en un momento en que las mujeres estaban excluidas de las universidades, estaba decidida a aprender todo lo que un hombre podía aprender.

Pero había algo más que Anne escribía en las páginas de su diario: le gustaban las mujeres.

La invención del código

Su primera experiencia sexual la tuvo con una compañera, Eliza Raine, que fue enviada a vivir con ella en el ático de la escuela.

Hija ilegítima de un cirujano inglés, Eliza era otra paria. Juntas, las dos jóvenes de 15 años se habían embarcado en una apasionada aventura frente a las narices de sus maestros.

En sus diarios, ambas chicas escribían «felix», que significa feliz en latín, para registrar sus encuentros sexuales.

Pero Anne quería registrar más detalles, así que ideó un código con elementos del griego y el latín, símbolos matemáticos, puntuación y el zodíaco para disimular sus pensamientos más íntimos. Era, creía, completamente indescifrable.

Aunque Anne era una amante apasionada, también tenía un lado calculador y despiadado. Soñaba con ser rica y Eliza iba a heredar una suma sustancial. El dinero le permitiría a Anne disfrutar del estilo de vida de la alta sociedad que ansiaba sin casarse con un hombre.

Así, mientras a Eliza le entusiasmaba el afecto y las atenciones de Anne, las intenciones de Anne estaban más vinculadas a los negocios.

Pero a medida que Anne se sentía más segura de su sexualidad, su «rareza», como lo describía, también decidió que también quería más mujeres. Rechazó a Eliza, lo que le costó una profunda depresión a su examante.

«Apenas sabes el dolor que me has causado», escribió la joven desconsolada.

De hecho, Eliza nunca se recuperó y terminó en un manicomio.

Diario.
Anne Lister ideó un código con elementos del griego y el latín, símbolos matemáticos, puntuación y el zodíaco.

Anne, aunque arrepentida, tenía una nueva obsesión: Mariana Belcombe, la encantadora hija de un médico local. Ella sería el amor de la vida de Anne, manteniéndola en sus manos durante casi 20 años, rompiendo su corazón una y otra vez.

Múltiples aventuras

A primera vista, Anne era una joven respetable e inteligente que pasaba gran parte de su tiempo estudiando.

Lejos de sus libros, disfrutaba de los paseos y las tardes de té con sus amigas adineradas. Ellas eran la tapadera ideal para Anne, que las usaba para explorar su apetito sexual.

La «rareza» de Anne la intrigaba: rastreaba libros sobre anatomía para comprender de dónde venían sus sentimientos, en vano. Pero cuando asumió su sexualidad, no sintió aversión por sí misma. Creía que sus sentimientos eran completamente naturales, su derecho divino.

Anne2
Cuando asumió su sexualidad, no sintió aversión por sí misma.

Las mujeres, aunque normalmente estaban confundidas sobre sus sentimientos por Anne, quedaban cautivadas por ella. Anne era promiscua, se movía eficientemente de una amante a otra, sin que ninguna llegara a su corazón.

La «dulce apariencia» de Mariana Belcombe, sin embargo, era diferente.

Su gran amor

Con Mariana, Anne se enamoró vertiginosamente. La joven de 21 años era parte de la gentil sociedad de York.

Durante años, viajaban decenas de kilómetros a caballo y en carruaje entre York y Halifax para verse. Cuando estaban separadas, se escribían cada pocos días. Las jóvenes amantes incluso intercambiaron anillos como símbolo de su compromiso.

Por supuesto, todo esto tuvo lugar a escondidas.

Las amistades románticas entre mujeres solteras no eran inusuales. Los padres, temerosos de un embarazo, animaban a las mujeres jóvenes a establecer relaciones cercanas entre sí antes de casarse.

Sin embargo, a Anne no le interesaban en absoluto las expectativas de la sociedad. Quería todo lo que un hombre podía tener, y eso incluía una esposa. A pesar del escándalo que crearía, comenzó a albergar esperanzas de que ella y Mariana se establecieran juntas en una casa.

Ilustración de Anne y Mariana.
Image captionAnne y Mariana mantuvieron una relación durante años.

Pero en 1815, Mariana hizo un anuncio dramático: había aceptado casarse con un viudo adinerado. Anne asistió a la boda, angustiada, en una iglesia de York. Pero había aún algo peor por llegar.

Era costumbre que las amigas acompañaran a los novios en su luna de miel, y fue Anne, junto con una de las hermanas de Mariana, quienes soportaron la experiencia.

A su regreso, reanudó sus aventuras con mujeres de Yorkshire, entre ellas la hermana mayor de Mariana. Pero le confió a su diario el dolor causado por Mariana.

Un año después, Anne y Mariana se encontraron nuevamente en la casa de sus padres en York. Mariana estaba en cama con dolor de muelas y metió a Anne en su habitación.

Reiniciaron su aventura, que durante años continuó mediante reuniones clandestinas y decenas de cartas.

Anne estaba con otras mujeres, mientras Mariana se refugiaba en su mansión de Cheshire.

Diario de 1827.
Anne plasmó en sus diarios sus múltiples aventuras amorosas.

«Hicimos el amor», escribió Anne después de una noche con Mariana. «Ella me pidió que fuera fiel, que me considerara casada».

«Ahora comenzaré a pensar y actuar (como) si fuera mi esposa».

Pero las esperanzas de Anne se vieron frustradas de nuevo.

Los viajes: su otra pasión

Mientras huía de Yorkshire y de la sombra de Mariana, en 1824 Anne decide irse a París, donde tenía la intención de aprender el idioma, sumergirse en la cultura y, con suerte, conocer a una mujer rica y sofisticada.

Se sentía como en casa en la capital francesa. El ambiente relajado la animó a ser más abierta con su sexualidad, y no perdió el tiempo.

Si bien Maria Barlow, una viuda de Guernsey, no era exactamente la señorita titulada que había imaginado, se enamoró de su nueva amiga a pesar de todo.

Los diarios codificados de Anne describían sus relaciones sexuales con más detalle que antes.

«Me temblaban las rodillas y los muslos, mi respiración», se lee en uno de los pasajes.

Las mujeres disfrutaron de un ardiente romance antes de que Anne se cansara del estado de ánimo de María. Dejó a su amante y regresó a Yorkshire sin mirar atrás.

La estadía de ocho meses de Anne en París, sin embargo, había encendido en ella la pasión por los viajes y continuaría explorando más de una decena de países durante los siguientes 15 años.

Los viajes de Anne satisfacían una ambición que había tenido desde la infancia: ver con sus ojos los lugares sobre los que había leído.

Ni la muerte de su amado tío James, que la llevó a heredar su casa de Shibden, pudo retenerla.

Shibden: su hogar

Anne siempre había sentido que la alta sociedad era su hogar natural, un mundo sofisticado hecho para alguien de su ingenio, sabiduría y estatus social.

A pesar de que los Lister eran de clase alta, su familia directa era relativamente pobre. Pero la herencia de Shibden le dio los medios para mantener un estilo de vida más lujoso.

Shibden en 1880.
Vista de Shibden en 1880.

Una vieja amiga de su época en la escena social de York la presentó a un grupo de mujeres aristocráticas. Pronto empezaron a llegar invitaciones a eventos elegantes.

Viajó a París con la seductora Vere Hobart, hermana del conde de Buckinghamshire. Anne estaba fascinada por su joven y elegante amiga, pero también lo estaban muchos hombres.

Cuando Vere propuso a sus amigas hacer un viaje prolongado a la ciudad costera de Hastings, en el sur de Inglaterra, Anne aceptó.

Durante los siguientes cinco meses disfrutaron de la escena social de este lugar de vacaciones y Anne, tal vez engañándose a sí misma, comenzó a creer que podría haber encontrado a la mujer que cumpliría sus sueños románticos.

Vere tenía la apariencia, la cuna y la riqueza que Anne había deseado durante años. Pero la sociedad y sus expectativas una vez más prevalecieron: Vere aceptó casarse con un oficial del ejército. Con el corazón roto y avergonzada, Anne lloró durante días.

Su dinero también se estaba acabando.

«Mis planes de alta sociedad fracasan», escribió en su diario. «He tenido mi capricho, lo he intentado, y me ha costado bastante».

Decidió volver a Halifax y a Shibden y, por primera vez en años, quedarse allí.

Ilustración de Anne Lister.
Anne descubrió en París su pasión por viajar.

«Aquí estoy a los 41 años, con un corazón por buscar. ¿Cuál será el final?»

Empresaria

Shibden Hall había pertenecido a la familia Lister durante más de 200 años. Una casa señorial medieval escondida detrás de una colina, con su fachada en blanco y negro que escondía una red de habitaciones oscuras en su interior.

Anne canalizó su ira mediante su rechazo a vivir en el hogar de su familia. Pensaba que Shibden estaba en mal estado: después de pasar gran parte de la década anterior en una sucesión de elegantes complejos, ahora codiciaba una casa más grande y jardines cuidados.

También revolucionó las finanzas de la finca. El reciente auge industrial de Halifax había producido una enorme demanda de carbón. Anne vio la oportunidad y rápidamente expandió las minas de Shibden.

Vista de Halifax.
El auge industrial de Halifax produjo una enorme demanda de carbón y Anne Lister lo aprovechó.

Su determinación de ser práctica la diferenciaba de otras mujeres con bienes. Se enfrentó a los hombres que dirigían la industria del carbón local, quienes pronto se dieron cuenta de que poseía un cerebro empresarial astuto.

Entonces, Anne empezó a sentirse más a gusto en Shibden.

«He sido más feliz aquí que en cualquier otro lugar», escribió. Su diario también empezó a llenarse de detalles del negocio de la propiedad.

Y, en medio de referencias de horticultura y paisajismo, también comenzó a aparecer un nuevo nombre.

Un nuevo amor

Ann Walker era una tímida y amable heredera de 29 años de una finca vecina más grande. Las dos mujeres se conocían desde hacía años, cuando Anne tenía 20 años y Ann era una adolescente.

Quince años después, la recatada señorita Walker causó una impresión mucho mayor en su vecina.

Una semana después de volver a encontrarse, Anne se las imaginaba a las dos juntas. Al igual que con sus anteriores amantes potenciales, la fortuna de la joven heredera era parte de la atracción.

Anne esperaba que sus riquezas combinadas le permitieran completar sus ambiciones para Shibden, dejando lo suficiente para seguir viajando.

El enamoramiento de Anne con su nueva amiga se aceleró.

Smagen actual de Shibden.
Anne quería vivir con Ann Walker en Shibden.

Comenzaron a pasar tiempo en una casita aislada en los terrenos de Shibden que Anne había construido para su propia privacidad. A las pocas semanas de encontrarse, su relación se volvió íntima. Ann respondió con entusiasmo a los avances sexuales de Anne.

«Realmente me sentí bastante enamorada de ella en la cabaña», escribió Anne en su diario. «Quizás después de todo, ella me hará realmente más feliz que cualquiera de mis amores antiguas».

A lo largo de sus relaciones, Anne había estado en colisión con la sociedad en la que habitaba. Buscaba una mujer con quien vivir abiertamente cuando tales arreglos no tenían precedentes.

Mariana y Vere habían decidido casarse con hombres, pero estas decisiones tenían más que ver tanto con satisfacer las expectativas de la sociedad como con un rechazo a Anne. Pero mientras muchas mujeres se inclinaban ante lo inevitable, Anne se negaba constantemente a conformarse.

Después de solo dos meses, dejó claras sus intenciones a su joven amante. Quería que vivieran juntas en Shibden, como una pareja casada, y que compartieran su riqueza y sus propiedades.

Pero Ann, confundida por su cercanía con otra mujer y todavía afligida por la muerte de su prometido y sus padres, pidió seis meses para tomar una decisión.

Cuando llegó el día, le envió una carta a Anne. «Me resulta imposible decidirme», decía.

Irritada y dudando de que su relación tuviera futuro, Anne se fue a París y luego a Copenhague.

Retrato de Anne Lister en un cuadro.
Anne le propuso a Ann Walker que vivieran juntas, como una pareja casada.

Cuando regresó a Halifax varios meses después, Ann la estaba esperando. Había rechazado una oferta de matrimonio. Era el mensaje más claro.

A los 42 años y después de tanto tiempo buscando una compañera, Anne finalmente estaba a punto de obtener lo que quería. Ambas mujeres cambiaron sus testamentos, convirtiendo a la otra en inquilina vitalicia de sus bienes.

Anne también decidió contarle a su familia sobre sus planes. Se lo contó a una tía anciana, a su padre y a su hermana, quienes no se sorprendieron en absoluto: todos habían sido testigos de su cercanía con las mujeres a lo largo de su vida y Anne sintió que apoyaban su elección.

Anne anotó en su diario que se habían intercambiado anillos «como muestra de nuestra unión».

Un «matrimonio»

La «boda» de Anne Lister con Ann Walker tuvo lugar en la iglesia Holy Trinity en York el domingo de Pascua de 1834.

El evento fue puramente simbólico: asistir a la iglesia con otra mujer y tomar la comunión era suficiente ceremonia para Anne. Ella se tomaba en serio los valores de una unión tradicional. Sus días promiscuos habían terminado.

Interior de la iglesia Holy Trinity en York.
Anne Lister se «casó» con Ann Walker en la iglesia Holy Trinity en York en 1834.

Mariana, que había continuado siendo parte de la vida de Anne en todos sus viajes al extranjero y sus planes de la alta sociedad, admitió la derrota.

Las «recién casadas» se embarcaron en una luna de miel: tres meses de viaje por Francia y Suiza. A su regreso, Anne instaló a su «esposa» en Shibden. Carros cargados de muebles retumbaban por el camino entre sus casas.

El escándalo pronto fue la comidilla de Yorkshire. Anne Lister, que había recibido las burlas por parecer un hombre durante tantos años, ahora estaba actuando como tal.

Un anuncio burlón apareció en el diario Leeds Mercury anunciando el matrimonio del «Capitán Tom Lister de Shibden Hall con la señorita Ann Walker». También llegaron cartas anónimas dirigidas al «Capitán Lister» felicitando a la pareja «por su feliz unión».

«Probablemente tenían la intención de molestar, pero, si es así, fracasaron», escribió Anne en su diario.

La convivencia no fue fácil. Las mujeres tenían personalidades completamente diferentes: Anne gobernaba su patrimonio y se involucró en la política local, mientras que su nueva esposa a menudo se sentía descuidada, y sufría episodios regulares de tristeza.

Uno de los cuartos de Shibden
Aunque fueron la comidilla de Yyorkshire, Anne Lister y Ann Walker se instalaron en Shibden.

Un viaje final

Ambas se embarcaron en otros viajes que las llevaron a recorrer Francia hasta los Pirineos -Anne practicaba alpinismo-, Rusia y el Cáucaso.

Fue en esta región del este de Europa, en 1840, a los 49 años, donde Anne murió. Se cree que una picadura de insecto condujo a la fiebre que la mató.

Ann quedó varada a miles de kilómetros de su casa. Le tomó ocho largos e insoportables meses llevar el cuerpo de Anne a Halifax, viajando por el norte de Europa con el ataúd a su lado.

Como se decretó en el testamento de su pareja, Ann heredó el patrimonio de Shibden.

Sin embargo, esto no duró mucho.

Sus familiares, creyendo que ella tenía problemas de salud mental, consiguieron que un médico, un abogado y la policía entraran en la casa.

Ann fue encontrada encogida detrás de una puerta cerrada, rodeada de papeles y con un par de pistolas cargadas.

La llevaron al mismo asilo de York que todavía albergaba a Eliza Raine, la primera aventura de Anne.

Decodificando los diarios

La conservación de los diarios de Anne Lister se debe en parte a Ann, quien se aseguró de que los volúmenes finales regresaran sanos y salvos del Cáucaso. Pero tuvieron que pasar casi 150 años antes de que se revelaran sus contenidos.

Uno de los diarios de Anne Lister.
Los diarios tardaron decenas de años en poder ser decodificados.

Todo comenzó alrededor de 1890, cuando leyendo a la luz de las velas en una de las muchas habitaciones oscuras de Shibden, John Lister contemplaba las filas de garabatos ininteligibles que se extendían sobre el libro encuadernado en cuero que tenía ante él.

El extraño código de los diarios de su antepasada Anne Lister lo había disuadido durante años. Esa noche estaba resuelto a romperlo.

Había requerido la ayuda de un amigo, el profesor Arthur Burrell. Después de tomar prestados algunos de los diarios, confiaba en que había resuelto dos letras codificadas: h y e.

Unas horas más tarde, ambos se enteraron de lo que Anne Lister había estado escondiendo al mundo: sus detallados y abundantes relatos sobre el sexo con sus amigas.

«Casi ninguna se le había escapado», recordó Arthur.

Él le imploró a su amigo que quemara los diarios para evitar provocar un escándalo al orgulloso linaje Lister. Pero aunque estaba consternado por el contenido, que humillaría a su familia si se publicara, John no pudo destruirlo.

Así que escondió los 26 volúmenes en estantes ocultos en Shibden, donde permanecieron hasta su muerte en 1933.

John Lister y Arthur Burrell
John Lister y Arthur Burrell fueron los primeros que decodificaron los diarios de Anne Lister.

En los años siguientes -la casa pasó a propiedad pública-, los diarios de Anne fueron descubiertos y regalados a la Biblioteca de Halifax. El renuente Arthur Burrell decidió que estaba obligado a dar detalles del código al consejo.

Después, un pequeño número de investigadores estudió las cartas y diarios de Anne. Sin embargo, un comité del consejo exigió ver su trabajo primero paraeliminar cualquier «material inadecuado».

Los académicos accedieron al encubrimiento, dejando el secreto oculto.

Décadas después, en 1982, Helena Whitbread, una profesora de 52 años que acababa de completar sus estudios de Historia, buscaba el tema para un libro y le intrigó la historia de Anne.

Se encontró con el material en la biblioteca, incapaz de descifrar los diminutos e insondables símbolos, hasta que una empleada le dio una fotocopia del código de Arthur.

Esta vez, nadie pidió analizar lo que Helena podría descubrir. Se llevó a casa el diario de Anne de 1817 para comenzar a desentrañar el misterio.

¿La primera «lesbiana moderna»?

La comprensión moderna de la historia del lesbianismo, y las siguientes cuatro décadas de la vida de Helena, estaría determinada por lo que descubrió.

El trabajo fue laborioso. En 34 años, Anne había escrito cinco millones de palabras en 26 volúmenes, con otros 14 diarios de viaje. Alrededor de una sexta parte del material estaba escrito en clave.

Helena Whitbread.
El trabajo de Helena fue crucial para entender la vida de Anne Lister y la historia del lesbianismo.
El trabajo de Helena fue crucial para entender la vida de Anne Lister y la historia del lesbianismo.

Helena se dio cuenta de que «beso» era en realidad un código para el sexo, mientras que una Q con un bucle denotaba una experiencia sexual.

Después de pasar cinco años estudiando minuciosamente los diarios escritos entre 1817 y 1824, Helena publicó un libro en el que detallaba la intensa relación con Mariana y la red de amantes de Anne en todo Yorkshire.

Cuando I Know My Own Heart (Conozco Mi Propio Corazón) se publicó en 1988, causó sensación.

Hasta entonces, no había evidencia de sexo entre mujeres en el registro histórico. Los diarios de Anne detallaban un estilo de vida que muchos pensaban que no existía en el pasado.

Su promiscuidad demostró no solo que las mujeres la encontraban atractiva, sino que el deseo sexual lésbico era mucho más común de lo que se pensaba. Los diarios de Anne y sus detalles sexuales explícitos fueron tan impactantes que algunos incluso creyeron que eran mentira.

«Anne nos deja este registro voluminoso con el que es bastante difícil trabajar, pero nos dice mucho sobre la vida lesbiana en el siglo XIX», dice la profesora Caroline Gonda, de la Universidad de Cambridge.

«Nos habla de relaciones que no encajan con la idea de la amistad romántica de la década de 1800».

Pero lo que también es crucial en la historia de Anne es que no estaba sola. «La gente dice que ella era una excepción, pero ella no es la única lesbiana en el pueblo», dice Gonda.

Placa a Anne Lister.
En Halifax y York recuerdan a Anne Lister como la «primera lesbiana moderna».

Hoy en día, una placa colocada en su memoria en la iglesia de Holy Trinity en York, escena de su matrimonio con Ann Walker, describe a Anne como la «primera lesbiana moderna».

Mientras se debate esta definición, la importancia de Anne para la historia del lesbianismo no está en disputa.

Jenny von Westphalen, la aristócrata que renunció a su riqueza por casarse con Karl Marx e impulsó sus ideales revolucionarios.

Fuente: BBC Mundo, 6 de mayo 2018.

Es sabido que Karl Marx -quien nació hace 200 años- fue uno de los pensadores más influyentes del siglo XX, ya que su obra inspiró a líderes comunistas como Lenin, Stalin y Mao.

Pero lo que es menos conocido es que quizás nada de eso hubiera ocurrido si Marx no hubiese conocido a Johanna Bertha Julie von Westphalen, su esposa durante 38 años.

Jenny -como la llamaban todos- podía hacer algo que nadie más podía: ¡entender la letra de su marido!

Y es que la caligrafía de Marx era famosamente mala, tanto así que resultaba indescifrable para muchos editores.

Por eso, Jenny siempre era la primera en leer todos sus artículos y tenía la crucial tarea de transcribirlos y enviarlos a las editoriales.

Pero reducir su importancia histórica e influencia a su papel como «traductora» de Marx sería una injusticia.

Von Westphalen era una pensadora política y escritora que participaba activamente en discusiones con políticos y filósofos, a la par de su marido.

Fue la primer miembro de la Liga comunista, la organización revolucionaria fundada por su esposo y Federico Engels en 1847, que se convertiría en el Partido Comunista.

Manifiesto del Partido ComunistaDerechos de autor de la imagen WIKIMEDIA COMMONS
Image caption La Liga comunista publicó en 1848 el famoso Manifiesto del Partido Comunista.

Muchos historiadores resaltan los sacrificios personales que debió hacer Jenny para acompañar y potenciar a su marido.

Y es que en realidad ella pudo haber tenido una vida de lujo y riqueza y en vez se dedicó a luchar por las clases obreras.

Pero su sacrificio más grande fue la pérdida de cuatro de sus sietes hijos, que fallecieron en su infancia como consecuencia indirecta de la pobreza que padeció la familia Marx por seguir sus ideales políticos.

Sangre aristocrática

Von Westphalen nació en el seno de una prominente familia de la aristocracia alemana (entonces Prusia).

Heredó de su padre el título de baronesa y su familia, tanto paterna como materna, estaba repleta de duques y nobles europeos.

Además era considerada una belleza y según sus biógrafos era codiciada por varios hombres de mucha fortuna.

Retrato de Johanna Bertha Julie von Westphalen en la década de 1830Derechos de autor de la imagenWIKIMEDIA COMMONS
Image captionJenny era una heredera que pudo haberse casado con un aristócrata rico. En vez, siguió su corazón y ayudó a cambiar la historia.

Pero ella los ignoró y se casó con Marx, vecino de la infancia, que provenía de una familia de clase media y era cuatro años más chico que ella.

Los unía una enorme pasión por la lectura, afición que compartían desde la adolescencia.

Él -que estudiaba para ser abogado, como su padre- le dedicó una colección de poesías y todos los relatos coinciden en que la pareja se amaba profundamente.

Pero ese amor tuvo su costo: debido a su activismo político Marx fue expulsado de varios países, incluyendo Prusia, y la familia terminó viviendo en el Reino Unido,exiliada, perseguida y en situación de pobreza.

No ayudó que Karl -experto en teoría económica- manejaba pésimamente el dinero de la familia, lo que los obligó a depender de la ayuda de Engels.

Incluso cuando Jenny heredó dinero de su familia, Marx lo invirtió en comprar una gran casa en el acomodado norte de Londres que según varias fuentes estaba por encima de su capacidad económica.

Pérdida trágica

El aspecto más trágico de esta vida que llevaban fue la pérdida de los tres hijos varones de la pareja y de una niña.

Todos fallecieron al poco tiempo de vida, algo que ha sido asociado a la pobreza y el hacinamiento que padecía la familia.

Retrato de Engeles, Marx y sus tres hijas (circa 1860)Derechos de autor de la imagenWIKIMEDIA COMMONS
Image captionEngels (izquierda) y Marx con sus tres hijas que sobrevivieron. Todas fueron nombradas en honor a su madre: Jenny Caroline (1844-1883), Jenny Julia Eleanor (1855-1898) y Jenny Laura (1845-1911). Las tres continuaron con la obra de su padre.

No obstante, y a pesar de haber dado a luz siete veces y de criar a tres hijas, Jenny nunca dejó de ayudar a su marido.

En su libro «Amor y Capital: Karl y Jenny Marx y el nacimiento de una revolución», de 2011, la autora Mary Gabriel cuenta cómo Jenny, embarazada, viajaba para juntar dinero para financiar el trabajo de Marx.

Y es que incluso eso debió hacer por él: las autoridades prusianas le quitaron a Marx la ciudadanía y los británicos se rehusaban a otorgarle el documento, por considerarlo una figura peligrosa. Así que Marx era, en esencia, un hombre sin nacionalidad.

Tampoco tenía la fama: cuando su obra más famosa, «El capital», fue publicada en 1867, pasó sin pena ni gloria.

Fue mucho tiempo después que Marx sería reconocido como uno de los grandes intelectuales de la historia.

Para entonces él ya había fallecido. Y también Jenny, que murió en 1881, dos años antes que su esposo. Se la llevó un cáncer de hígado a los 67 años.

Tumba de Marx en el cementerio de Highgate, en LondresDerechos de autor de la imagenGETTY IMAGES
Image captionLa famosa tumba de Marx en el cementerio de Highgate, en Londres. El nombre de Jenny está escrito en la lápida, opacado por el tributo a su marido.

Hoy ambos siguen enterrados, lado a lado, en el cementerio de Highgate, en el norte de Londres.

En la lápida que comparten hay una enorme escultura de la cabeza de Marx y el nombre de él está escrito en grandes letras doradas.

Miles de personas peregrinan hasta allí para ver la tumba. Pero seguramente solo unos pocos sepan que la mujer que yace junto al famoso Marx merece su propio tributo.

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Los juegos en la Corte de Francia.

Fuente:Revista de Historia, 29/06/2015.

La relación del juego con la Corte francesa se remonta varios siglos atrás. Diversos tipos de juegos y pasatiempos, especialmente los de naipes, han tenido una influencia relativamente destacada en la política y la cultura francesas.

Los juegos en la Corte de Francia

Aunque a día de hoy es imposible determinar cuál es el origen de los naipes, los investigadores apuestan por su procedencia de Oriente. No cabe duda que esta afirmación no es muy exacta por la amplitud de dicha localización aunque los más audaces sitúan sus principios en China. De cualquier modo esto solo pretende reforzar la realidad de que las cartas no son originales de Europa como en una época se pretendió demostrar. Su llegada Occidente tampoco está clara aunque la mayoría de teorías apuntan a que pudieron llegar a través de las Cruzadas. Una vez en Europa las cartas se extendieron a todos los rincones del mundo.

 Los naipes fueron evolucionando en diferentes juegos y el protagonismo que tuvieron en lugares como Francia en algunas épocas fue más que curioso, llegando a convertirse con premura en el pasatiempo principal entre la nobleza e incluso en las estancias más exclusivas de la Corte.

Un ejemplo de ello fue el piquet, conocido anteriormente como el cent, un juego que se originó en Francia en el siglo XV y que fue considerado como el mejor juego de cartas para dos personas. Se trata de una modalidad compleja para la que se utiliza la baraja francesa reducida de 32 naipes y según se dice era una de las pasiones del rey Carlos VII.

Los juegos en la Corte de Francia. "El juego del piquet", del pintor Jean Loius Ernest Messonier, 1861.

Pero si hubo un momento de la historia francesa donde el juego cobró un papel protagonista en Versalles fue durante el reinado de Luis XIV. Si bien el monarca conocido como Le Roi Soleil (El Rey Sol) que había heredado el trono con tan solo 5 años a la muerte de Luis XIII nunca fue un gran aficionado a este tipo de ocio, el cardenal Mazarino que gobernó Francia bajo la regencia de Ana de Austria debido a la corta edad del rey, siempre había sido un amante del juego y transmitió su pasión a la madre del joven soberano.

Los juegos en la Corte de Francia. Cardenal Mazarino. Grabado de Robert Nanteuil

Posteriormente Luis XIV se desposaría con la infanta española María Teresa de Austria que nunca se integró plenamente a las obligaciones de la Corte, en parte propiciado por su poco dominio del idioma francés, pero que sí se convirtió en la anfitriona del juego en palacio, dejando a su muerte una deuda de 100.000 coronas que el monarca tuvo que pagar, situación que a la postre se repetiría también con su hijo y su nieto.

Poco después y tras varios escarceos amorosos, Luis XIV vivió un idilio de 10 años con la marquesa de Montespan con la que tuvo 4 hijos bastardos y por la que también tendría que realizar pagos de grandes fortunas, ya que era otra mala jugadora que habitualmente se veía envuelta en deudas de diferentes enfrentamientos.

Fue durante esa época que el juego se fue imponiendo en todas las embajadas y locales de París. Tal fue la popularidad que tuvo esta actividad en la Corte durante el reinado de Luis XIV que incluso en la actualidad existe un juego de cartas llamado Versailles con todos los personajes de estas tramas.

La Francia más poderosa nunca se desligó de su pasión por el juego y años más tarde otra figura histórica como Napoleón se mostraba como un enamorado del ajedrez, algo que en cierto modo era lógico tratándose de uno de los más grandes estrategas en las contiendas, sin embargo parece ser que su habilidad en el tablero no era tanta como en el campo de batalla.

Era tal la pasión del militar francés por este juego que en una ocasión incluso viajó a Viena a enfrentarse con un famoso autómata de la época conocido como “El Turco” que había sido creado por un científico eslovaco llamado Wolfwang Von Kempelen. La fama que precedía a esta máquina (incluso Edgar Allan Poe escribió sobre el automata en “El jugador de ajedrez de Maelzel”) había llegado a oídos de Napoleón que no pudo resistirse a la tentación de medirse con ella perdiendo en sus tres enfrentamientos, algo que también les ocurrió a otras figuras como Federico II de Prusia, Catalina II y el duque ruso Pavel. Aunque su inventor afirmaba que funcionaba con campos magnéticos, la mayoría de conocedores dicen que se trataba de un buen jugador de la época de nombre Johann Allgaier, que se mantenía escondido dentro de la máquina mientras iba realizando los movimientos de la partida. Sea como fuere aquello estuvo a punto de costarle muy caro al emperador francés, ya que sus enemigos le habían preparado una trampa para su captura que finalmente no tuvo éxito.

Los juegos en la Corte de Francia. Grabado de Napoleón frente al autómata “El Turco”

Como no, tiempo después Napoleón se convertiría en un jugador habitual del 21 (blackjack) durante sus meses de encierro en la Isla de Elba que precedieron al final definitivo de su imperio en la batalla de Waterloo. Otro juego que gozaba de gran popularidad en la Francia de la época y que hoy sigue siendo una de las estrellas de los modernos casinos.

Historia del vestido, el siglo XIX.

Fuente: Revista de Historia.

Durante las dos primeras décadas del siglo XIX hay una continuidad del estilo Imperio que había empezado en el siglo anterior. El traje femenino llegaba hasta el tobillo y tenía un amplio escote, lo que puso de moda enormes chales para cubrirse.

Historia del vestido, el siglo XIX

Las conquistas napoleónicas también influían en el vestir; tras la expedición de Napoleón en Egipto la moda se tiñó de cierta orientalidad y se puso de actualidad el turbante.

Historia del vestido, el siglo XIX

La Guerra de la Independencia volvió a despertar interés hacia lo español. Los hombres adoptaron nuevamente la capa española, y la mantilla, la peineta y el abanico reclamaban la atención de las mujeres.

Historia del vestido, el siglo XIX

Por su parte, el vestuario masculino acusó una gran influencia inglesa. Aparece el fenómeno del dandy, el hombre que destaca por su elegancia sin llamar la atención. Se ponen de moda los fracs, chalecos y corbatas. A partir de ahora será la mujer la que se convierta en la gran protagonista de la moda.

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