El club de los cuatro años: los presidentes que perdieron la reelección

Los presidentes estadounidenses John Quincy Adams, Andrew Johnson y Jimmy Carter
 Dominio público

Autor: CARLOS HERNÁNDEZ-ECHEVARRÍA

Fuente: La Vanguardia. Historia y Vida, 9/11/2020

Donald Trump se ha pasado la vida en los clubes más exclusivos: quemó las noches de su juventud en el mítico Studio 54 de Nueva York y luego fundó clubes de golf que exigen casi 400.000 € de cuota inicial a sus nuevos socios. Por supuesto, en 2016 entró a formar parte del exclusivísimo club de los presidentes de EE. UU., al que solo han accedido 44 personas en la historia, pero si se confirma su derrota en las elecciones ingresará en una sociedad aún más selecta. Una en la que habría preferido no tomar parte: la de los presidentes que perdieron la reelección.

Desde que en 1792 George Washington convenció a los estadounidenses de que le dieran cuatro años más en el poder, solamente 10 presidentes han fracasado en las urnas. Una historia que empieza con el sucesor de Washington, John Adams, que fue el primer presidente en vivir en la Casa Blanca y también el primero en abandonarla después de solo cuatro años. Adams vivió lo suficiente como para ver a su hijo John Quincy Adams convertirse a su vez en presidente, pero murió antes de saber que también a él lo iban a echar después de un único mandato. Sus últimas palabras en el lecho de muerte fueron para el hombre que lo había derrotado: “Thomas Jefferson sigue vivo”. No sabía que su rival había muerto unas horas antes.

John Adams, por Gilbert Stuart, c. 1800-1815
John Adams, por Gilbert Stuart, c. 1800-1815 CC 0 / NGA Gift of Mrs. Robert Homans

A Adams padre lo perjudicaron las peleas internas de su partido y a Adams hijo las acusaciones de corrupción, pero al siguiente perdedor le quitaron el cargo por el que luego ha sido el motivo más habitual de despido entre presidentes: la crisis económica. Martin Van Buren ganó cómodamente las elecciones de 1836, pero solo unos meses después de jurar el cargo se desató el Pánico de 1837, que arrasó bancos por todo EE. UU., haciendo que el dinero perdiera su valor y que los precios se dispararan. Poco importó a los votantes que Van Buren acabara de llegar y que la culpa tuviera más que ver con las políticas de su antecesor. En 1840 los votantes lo mandaron a casa, e hicieron lo mismo cuando se presentó de nuevo en 1848.

Primer gabinete de Glover Cleveland, segundo por la dcha. en primera fila
Primer gabinete de Glover Cleveland, segundo por la dcha. en primera fila Dominio público

En los siguientes veinte años ningún presidente fue derrotado en las urnas, pero dos de ellos no pudieron siquiera presentarse a la reelección porque sus partidos se negaron a hacerles de nuevo candidatos: Andrew Johnson y Franklin Pierce. En 1868, fue el presidente Grover Cleveland el que se llevó el disgusto de ser desalojado después de solo cuatro años: fue una derrota amarga, ya que sacó más votos que su rival Benjamin Harrison, pero aun así perdió por el sistema electoral. Sin embargo, cuatro años después, Cleveland se cobró su venganza venciendo a su sucesor. A día de hoy, es el único presidente que ha regresado a la Casa Blanca después de una derrota.

Los perdedores del siglo XX

El primer perdedor del siglo pasado fue William Howard Taft. Según los historiadores, él mismo era el primero que no tenía muchas ganas de ser presidente. Era más feliz siendo juez, pero tanto su esposa como su antecesor, Teddy Roosevelt, tenían otros planes para él. Parece mentira que en solo cuatro años se pudiera deteriorar tanto su relación con su antiguo jefe, porque fue Roosevelt quien le condenó a la derrota cuando el expresidente se presentó contra él en 1913, dividiendo el voto republicano y otorgando una victoria fácil a los demócratas. 

Por suerte para Taft, la pérdida de la Casa Blanca tuvo una consecuencia indirecta muy positiva: ocho años después, el presidente Harding le otorgó su verdadero sueño y le nombró presidente de la Corte Suprema. Es la única persona que ha ocupado los dos cargos, aunque Taft sabía cuál prefería: “Ni me acuerdo de que fui presidente”.

Herbert Hoover y su esposa en campaña en 1932
Herbert Hoover y su esposa en campaña en 1932 Library of Congress

Cuando Herbert Hoover llegó a la presidencia en 1928, no sabía la que se le venía encima. Durante la campaña había dicho que EE. UU. estaba “más cerca del triunfo final sobre la pobreza que nunca antes en la historia de un país”. Fue como si esas declaraciones hubieran tentado al destino: no llevaba ni un año en la Casa Blanca cuando el crac del 29 destrozó la economía estadounidense y envió a millones a la pobreza. Hoover vio multiplicarse por ocho la tasa de paro y la renta de las familias descendió un 40%. A los estadounidenses no les gustó su respuesta, y en las elecciones de 1932 perdió en 42 de los 48 estados.

Ningún presidente volvió a perder la reelección en los siguientes 44 años, pero, cuando llegó el turno de Gerald Ford, no lo tenía sencillo. Los votantes ni siquiera lo habían elegido como vicepresidente de Nixon, pero le tocó sustituir primero a Spiro Agnew tras ser condenado por evasión de impuestos y luego al propio presidente cuando dimitió por el caso Watergate. Aunque Ford hubiera logrado recuperarse de su impopular decisión de indultar a Nixon, llegó a las presidenciales de 1972 con una economía floja y las terribles imágenes de la caída de Saigón a manos de Vietnam del Norte.Lee también

Los votantes se lo hicieron pagar y eligieron a Jimmy Carter, pero no tardaron en volverse también contra él. El empleo había mejorado, pero los precios estaban disparados, particularmente los del petróleo. A las imágenes de largas colas en las gasolineras se sumó el culebrón televisado de los rehenes estadounidenses en Irán: 14 meses de sufrimiento, una operación de rescate fallida y unas negociaciones con el final más humillante posible. Irán los liberó el mismo día en que Carter abandonaba la Casa Blanca, después de haber perdido las elecciones.

George H. W. Bush jura el cargo el 20 de enero de 1989
George H. W. Bush jura el cargo el 20 de enero de 1989 Dominio público

Mientras Trump no se una a este selecto club de presidentes perdedores, el último socio es George Bush padre. Ocho meses antes de las elecciones de 1992, el ejército estadounidense había arrasado a Sadam Husein en la primera guerra del Golfo y el presidente Bush tenía un nivel de aprobación del 89%. Parecía imposible derrotarlo, y muchos demócratas de primer nivel prefirieron no presentarse y esperar cuatro años más. Bill Clinton, un gobernador sureño bastante desconocido, se las apañó para ganar las primarias y a cuatro meses de las presidenciales ya podía ver cómo la popularidad de Bush se había desplomado hasta el 29%.

El presidente estaba pagando el precio de una situación económica negativa y tenía además una guerra abierta dentro de su partido por haber roto su promesa electoral estrella de no subir impuestos. Clinton fue en cabeza en las encuestas durante toda la campaña y, aunque Bush se resistía a creerlo, el día de las elecciones los votantes confirmaron que querían un cambio. A pesar del disgusto, la carta de despedida que dejó a su sucesor en el Despacho Oval de la Casa Blanca es un ejemplo de buen gusto que habría que recordar estos días: “Os deseo lo mejor a ti y a tu familia. Tu éxito ahora es el éxito del país. Tienes todo mi apoyo”.

Septiembre tiene el rostro de Allende

Salvador Allende. 1972

Autor: Gustavo Espinoza M.

Fuente: nuevatribuna.es 07/09/2019

El 4 de septiembre de 1970 Salvador Allende alcanzó la primera mayoría en las elecciones generales celebradas en Chile. El 11 del mismo mes, en 1973, fue derrocado y asesinado mediante un golpe de Estado fascista desencadenado en su país. Pero Allende, no es sólo una figura de Chile. Es de todos. Por eso se dice que septiembre, tiene el rostro de Allende.

Isabel, la hija el Presidente caído en combate aseguró que, muchos años estuvo convencida que su padre fue asesinado por los militares que lo derrocaron.  Dijo, además, que sólo tras la exhumación de sus restos, en 1990, admitió el suicidio como la forma de su muerte.

Después siendo ya Presidenta de la Cámara de Diputados de su país publicó sus declaraciones en «El Mercurio», el vocero más calificado de la derecha chilena, y cómplice en su momento de la tragedia del 73.

Como se recuerda, ese diario –ícono de la prensa tradicional chilena- fue financiado por la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos y su propietario, el señor Agustín Edwards, recibió gruesas sumas de dinero por su campaña contra el gobierno de la Unidad Popular.

Se dice que el tiempo restaña todas las heridas, y eso puede ser verdad. Pero tiene un límite. No debe borrar de la mente de las personas su sentido de realidad, ni su conciencia. Hoy, debiéramos admitir que hay muchas formas de matar a un hombre. Una de ellas, es obligarlo a pegarse un tiro.

Los sucesos que ocurrieron en La Moneda hace 46 años, han sido motivo de prolija investigación, pero aún subsisten diversos interrogantes. Nada, sin embargo, borrará de la conciencia de los pueblos la imagen de un Presidente resuelto y heroico, que enfrentó con las armas en la mano los últimos momentos de una vida -la suya- que inmoló en defensa de su pueblo.

Nada, tampoco, borrará el hecho que el Golpe fue preparado y digitado desde Washington por el presidente Nixon con la participación activa de Henry Kissinger, operado por la Agencia Central de Inteligencia -la CIA- y bautizado con el nombre de “Proyecto FUBELT”

Muy pronto se cumplirá un nuevo aniversario de lo ocurrido. Muchos acontecimientos se recuerdan en una misma fecha. Es, en efecto, el aniversario del golpe fascista; la caída del gobierno de la Unidad Popular; el brutal asesinato de centenares de chilenos abatidos en las calles y en las poblaciones de un país al que Pablo Neruda definiera como “un largo pétalo de mar, y vino, y nieve”;  la detención de miles más, que fueron confinados en centros clandestinos de reclusión, y luego torturados y asesinados.

Para los peruanos, el 11 de septiembre de 1973 fue un día aciago. Una advertencia de lo que preparaba el imperialismo en el concierto latinoamericano contra quienes osaban levantar su voz, y enfrentar su dominio.

El fascismo en Chile no fue ciertamente el primer paso en la lucha del gran capital contra los pueblos. Ya había ocurrido, en marzo de 1964, el golpe de Estado de los militares de la Escuela Superior de Guerra del Brasil, liderado por Castello Branco. Y siete años después, la sangre había corrido por las calles de La Paz, cuando los militares golpistas dieron al traste con el régimen progresista de Juan José Torres.

En junio del mismo 73, otro país hermano, la tradicional sociedad de Uruguay -la Suiza de América- había caído abatida por los sables. Se trataba entonces de un nuevo paso en la estrategia que se afirmaría en el Perú con la caída de Velasco Alvarado, y con el zarpazo fascista de Videla en Argentina.

Las dictaduras del Cono Sur –Plan Cóndor incluido- abrieron un abismo de sangre en las sociedades latinoamericanas de fines del siglo pasado, pero se proyectan aún en nuestro tiempo. Regímenes aviesos, como el de Alberto Fujimori; administraciones perversas, como las de Carlos Andrés Pérez en Venezuela; o Álvaro Uribe, en Colombia; fueron el preámbulo de regímenes repudiables como los de Bolsonaro, Piñera o Iván Duque, hoy.

El 11 de septiembre, entonces, no es sólo un aniversario. Es también un símbolo porque después fueron cambiando las cosas. Ahora, algunos de los asesinos de ayer, viven en la secuencia de sus condenas; pero otros mantienen vigencia, y expectativas de Poder.  En muchos lugares se ha afirmado la conciencia de los pueblos, pero en otros, aún subsiste el temor y la inseguridad. 

Lo que algunos no perdonan a Salvador Allende es su conducta resuelta, su firmeza, su alianza con los comunistas, su capacidad de sacrificio, que llega mucho más allá de lo que esperan quienes hablan de su recuerdo y traicionan su memoria.

Allende no podría ser traicionado por los pueblos, del mismo modo como tampoco será olvidado por quien tenga la conciencia clara y el corazón ardiente. Los pueblos, veneran su rostro.

Cuando Chile votó a Allende

Salvador Allende durante una concentración de la Unidad Popular.
 © Archivo de la familia Puccio Huidobro.

Autora: María Amorós.

Fuente: lavanguardia.com 04/09/2020

En enero de 1970, después de varios meses de incertidumbre, Salvador Allende fue designado candidato de la Unidad Popular (una coalición de seis partidos encabezada por comunistas y socialistas) para la elección del 4 de septiembre de aquel año.

Desde entonces recorrió sin descanso la geografía nacional, en la que fue la más breve de sus cuatro campañas presidenciales. Rompieron la parsimonia del verano austral las brigadas muralistas Ramona Parra (de las Juventudes Comunistas) y Elmo Catalán (de la Juventud Socialista), que pintaron su nombre de manera colorista e imaginativa en las paredes de todo el país.

Los acordes de la Nueva Canción Chilena, con Víctor Jara, Ángel e Isabel Parra, Inti-Illimani, Quilapayún…, llenaron de música la infinidad de actividades que la izquierda organizó a lo largo de aquellos siete meses.

Imagen de la campaña presidencial del Salvador Allende en 1964.
Imagen de la campaña presidencial del Salvador Allende en 1964. © Archivo de la familia Puccio Huidobro.

La periodista Virginia Vidal le acompañó en una jornada en la que Allende, con guayabera y sombrero de paja, recorrió una de las zonas más humildes del área metropolitana de Santiago: “Fuimos a una localidad muy pobre, Barrancas; era un día de semana después del almuerzo, hacía mucho calor, el terreno era muy árido, pura tierra. No se asomaba un alma. Allende iba con un megáfono, tocando puerta por puerta, era muy entusiasta”.

En una de las casas pidió un vaso de agua a la mujer que le abrió, y ella, sin excesivo entusiasmo, regresó con una jarra “bien pobre”, de la que el candidato se sirvió. Después empezó a preguntarle por sus hijos y a explicarle su trabajo como parlamentario durante un cuarto de siglo, su especial preocupación por la aprobación de medidas que favorecieran a los hijos de los trabajadores. “La mujer empezó a interesarse cuando le habló con propiedad de las diferentes leyes que había impulsado por la salud, por la alimentación… Paso a paso, casa a casa, se nos pasó toda la tarde en eso”.

En aquella campaña los trabajadores desplegaron una intensa movilización con multitud de huelgas en varios sectores

Se acercó el momento de la concentración en una plaza desolada, y los habitantes de Barrancas empezaron a reunirse. “Allende habló con un gran entusiasmo y sin decaer en ningún momento. A pesar de las sucesivas derrotas, teníamos esperanza”.

Apoyo popular

Una de las novedades de aquella campaña fue la creación de casi quince mil comités de la Unidad Popular en todos los rincones del país, organismos unitarios que dinamizaron el trabajo electoral, social y político y que, pese a las exhortaciones posteriores a fortalecerlos, desaparecieron tras el triunfo del 4 de septiembre. También los trabajadores desplegaron una intensa movilización, con los paros en las industrias Sumar y Fensa, la “marcha del hambre” de los mineros de Ovalle, las huelgas de los estibadores y de los obreros del salitre…

Letrero de su consulta médica en Valparaíso en los años treinta.
Letrero de la consulta médica de Allende en Valparaíso en los años treinta. © Familia Allende Bussi.

El 12 de mayo, las tres mayores confederaciones sindicales rurales, Ranquil, Triunfo Campesino y Libertad, y las federaciones de cooperativas beneficiadas por la Reforma Agraria realizaron la primera huelga general en el campo, y el 8 de julio, la Central Única de Trabajadores (presidida por el comunista Luis Figueroa) organizó un masivo paro nacional para demandar subidas salariales y la disolución del Grupo Móvil de Carabineros, responsable de las matanzas en la mina El Salvador en 1966 y en Puerto Montt en 1969.

También el decano de la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile, Alfredo Jadresic, le expresó públicamente su apoyo en una gira por el norte. Sus recuerdos se sitúan en Antofagasta, en “una concentración masiva y entusiasta” convocada por la Unidad Popular. “A mi turno, tomé la palabra y sereno hablé de la poesía, del arte, del mundo desconocido de la cultura para tantos chilenos que no logran otro placer que llevar el pan a sus hogares, de la inmensa injusticia que va mucho más allá de la carencia de los bienes materiales, de la inequidad en todos los ámbitos, de la educación y sus proyecciones en el desarrollo personal y de la sociedad. Me escuchaban con un silencio impresionante. Mientras hablaba, sentía que los rostros de esos obreros revelaban entender que existía algo de lo cual nunca nadie les había hablado, que parecía maravilloso y a lo cual también tenían derecho. Eso también era parte del proyecto de la Unidad Popular”.

Los adversarios de Allende eran el democratacristiano Radomiro Tomic y el derechista Jorge Alessandri (presidente entre 1958 y 1964), a quien casi todas las encuestas otorgaban la victoria, con alrededor del 40% de los votos, mientras que Allende y Tomic fluctuaban entre el 25% y el 30%.

A pesar de tales augurios, la derecha no dudó en reeditar la “campaña del terror” de 1964. Carteles con un tanque soviético ante el palacio de La Moneda volvieron a inundar las paredes, se reprodujeron en miles de octavillas, aparecieron como publicidad en los diarios: “En Checoslovaquia tampoco pensaban que esto sucedería…”, advertían. También recurrieron al terreno de las creencias religiosas, con mensajes como: “Virgen del Carmen, Reina y Patrona de Chile, líbranos del comunismo ateo”.

El 1 de septiembre, Allende cerró su campaña con un gigantesco mitin ante cerca de un millón de personas (en un país que entonces contaba con diez millones de habitantes), que, organizadas en siete columnas, hacia las siete y media de la tarde inundaron las principales arterias de la capital chilena. “Era un espectáculo impresionante. La mayor parte no alcanzaba a ver, por supuesto, la plataforma, pero un sistema de altoparlantes transmitía las palabras del líder. Sus últimos comentarios fueron bastante moderados […]. Sobre la Alameda se habían levantado varios estrados más pequeños en los que se presentaban diversos números de entretenimiento, sobre todo danzas y cantos folklóricos, salpicados de vez en cuando por un sketch satírico”, escribió el profesor norteamericano Michael J. Francis, testigo de aquellos días.

Durante un acto con trabajadores.
Allende durante un acto con trabajadores. © Archivo de la Fundación Salvador Allende.

Un día para la historia

El viernes 4 de septiembre de 1970, algo más de tres millones y medio de ciudadanos mayores de 21 años y alfabetizados estaban llamados a las urnas. Curiosamente, Allende no pudo votar, ya que estaba empadronado en Punta Arenas (por cuya provincia fue senador electo en marzo de 1969), y por precaución descartó el viaje hasta el extremo austral. 

Después de desayunar su acostumbrado “café chico” –sin azúcar– y una manzana, a las once se dirigió a una comisaría de Carabineros para cumplir el mandato legal de justificar su abstención. De allí, se dirigió al Liceo 7 de Niñas para acompañar a su esposa, Hortensia Bussi, y a sus tres hijas (Carmen Paz, Beatriz e Isabel) en la votación. Numerosas personas le saludaron, incluidas dos monjas, quienes le estrecharon las manos y le brindaron unas palabras calurosas: “Estamos con usted”. Y, antes de salir del centro educativo, una profesora, Silvia Morales, le estampó un beso en la mejilla: “¡Venceremos, compañero Allende!”.

Los primeros resultados favorecían a Alessandri y desataron la euforia en la derecha

Era una jornada casi primaveral en Santiago, soleada, apacible, en la que la tensión ante la incertidumbre del resultado invitó a la mayor parte de la población a votar temprano y recluirse en sus casas para seguir el escrutinio por radio o televisión. En su hogar, Allende almorzó su combinación preferida: carne, arroz y ensalada. A media tarde, junto con su esposa y algunos amigos, como José Tohá y Victoria Morales, permanecía pendiente del inicio del recuento. “Lentamente nos iba llegando la información del escrutinio en las distintas ciudades. Hacia las seis o siete sentimos una ansiedad muy grande, las llamadas eran incesantes”, recuerda Victoria Morales.

Los primeros resultados favorecían a Alessandri y desataron la euforia en la derecha, que por unos minutos llegó a creerse de nuevo vencedora. A las diez y media de la noche, era evidente que la victoria se decidiría por un estrecho margen entre Allende y Alessandri, puesto que, según los datos que acababa de proporcionar el Ministerio del Interior, el candidato de la Unidad Popular sumaba 871.000 votos, Alessandri 842.000 y Tomic 661.000.

Y mientras los partidarios de la UP empezaron a reunirse en la plaza Vicuña Mackenna y los de Alessandri en la plaza de Armas, el jefe de la guarnición del Ejército en Santiago, el general Camilo Valenzuela, prohibió cualquier manifestación hasta dos horas después del fin del escrutinio. Como en cada jornada electoral, las Fuerzas Armadas habían realizado un amplio despliegue de efectivos y asumido el control del país.

Pablo Neruda participó en sus cuatro campañas presidenciales.
Pablo Neruda participó en sus cuatro campañas presidenciales. © Archivo de la Fundación Salvador Allende.

Finalmente, pasada ya la medianoche, el general Valenzuela reunió a la prensa y leyó un comunicado: “El Jefe de Plaza autorizó una concentración al comando del señor senador Dr. Salvador Allende desde la Biblioteca Nacional hasta Plaza Italia…”. Era la confirmación pública de la victoria de la Unidad Popular; el silencio en el aristocrático Barrio Alto y la majestuosa avenida Providencia lo corroboraba.

Cuando faltaban quince minutos para las dos de la madrugada, el ministro del Interior, Patricio Rojas, comunicó el resultado a los tres candidatos. De los 3.539.747 ciudadanos inscritos en los registros electorales, 1.070.334 (el 36,2%) apoyaron a Allende, 1.031.159 (el 34,9%) a Alessandri y 821.801 (el 27,8%) a Tomic. Apenas 26.000 votos (el 1,1%) fueron nulos o depositados en blanco, mientras que la abstención fue del 16,3% (577.004 personas).

Salvador Allende, que venció en diez de las veinticinco provincias, consolidó su victoria con los amplios márgenes logrados en las localidades populares del Gran Santiago (San Miguel, Barrancas, Cerrillos…) y en las provincias con mayor concentración proletaria (Tarapacá, Antofagasta, Concepción y Arauco), mientras que en la de Santiago se impuso Alessandri. La votación allendista era tan sólida que solo en Cautín fue inferior al 29%, si bien, una vez más, su flanco débil fue la población femenina: solo logró el 30,5% de los votos de las chilenas, mientras que entre los hombres alcanzó el 41,6%.

Con sus hijas en el Estadio Nacional alrededor de 1950.
Allende con sus hijas en el Estadio Nacional alrededor de 1950. © Archivo de la Fundación Salvador Allende.

La alegría de Víctor Jara

Desde la medianoche, las emisoras de radio afines a la izquierda llamaban a sus partidarios a concentrarse en la Alameda, frente al viejo caserón de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile. Hasta allí llegaron Víctor Jara y su esposa, Joan, y saludaron a los dirigentes de los distintos partidos de la izquierda, a otros artistas, diputados, senadores y miembros de la Central Única de Trabajadores. 

Todos conocían a Víctor por su trayectoria artística y su compromiso político, puesto que había participado en numerosos actos de la campaña y era miembro del Comité Central de las Juventudes Comunistas. 

Joan Jara recogió aquellos momentos en su libro (Víctor. Un canto inconcluso), una de las descripciones más bellas de aquel Chile: “Veo a los dirigentes comunistas Lucho Corvalán y Volodia Teitelboim y luego me doy cuenta de la presencia de Salvador Allende. Pienso cuántas veces y durante cuántos años han esperado los resultados de las elecciones, durante cuántos años han luchado con la esperanza de una victoria popular. Muchos de los asistentes son viejos trabajadores, con toda una vida de lucha a sus espaldas”.

En 2008, en una votación popular organizada por Televisión Nacional de Chile, fue elegido el ciudadano más importante de la historia del país.
En 2008, en una votación popular organizada por Televisión Nacional de Chile, Allende fue elegido el ciudadano más importante de la historia del país. © Luis Poirot – Archivo de la Fundación Salvador Allende.

Cuando tuvieron la confirmación definitiva del triunfo, estalló la emoción. “Dentro todo es alegría, abrazos, lágrimas”, escribió Joan Jara. “A mí me lleva el gentío. Todos se abrazan entre sí. La gente se empuja para llegar junto a Allende y felicitarle. Me toca el turno. Lo estrecho en lo que considero un desahogado estrujón de oso, pero él me dice: ‘¡Abrázame más fuerte, compañera! ¡Este no es momento para timideces!’”.

La noticia recorría ya el planeta: por primera vez, un candidato marxista, al frente de una amplia coalición y con un programa que planteaba la construcción del socialismo, alcanzaba el gobierno de un país en unas elecciones democráticas. “Fue un día de gloria”, sentencia –evocando La Marsellesa– el ingeniero Jacques Chonchol, a quien Allende designó ministro de Agricultura.

Las claves del triunfo

El sociólogo Manuel Castells (actual ministro español de Universidades), quien trabajó en Chile en aquellos años y escribió La lucha de clases en Chile (Siglo XXI, Buenos Aires, 1974), explicó la victoria de la Unidad Popular por la división de las fuerzas no marxistas y por la creación de un frente político que agrupaba al movimiento popular y parte de la pequeña burguesía bajo la hegemonía de la clase obrera, al tiempo que destacó que la campaña de la izquierda se había apoyado en la movilización de las masas en torno a propuestas programáticas precisas, no sobre la figura carismática del candidato, como en el caso de la derecha.

Por su parte, el abogado Joan Garcés, uno de los principales asesores de Allende, citó tres características del sistema político y de la sociedad chilena que permitían entender esa victoria. En primer lugar, destacó la unidad de la mayor parte del movimiento obrero en torno a los partidos Comunista y Socialista.

En segundo lugar, subrayó que, en aquel momento, los trabajadores y los sectores populares no estaban enfrentados a la pequeña burguesía y la clase media; al contrario, un sector amplio de estas capas se alineaba junto al proletariado, y eran la aristocracia terrateniente y los principales grupos económicos los que se encontraban diferenciados social y políticamente de los sectores medios.

Por último, constató que las Fuerzas Armadas habían permanecido al margen de la lucha por el poder.

El 3 de noviembre de 1970, en el inicio de su mandato presidencial, Salvador Allende y Hortensia Bussi saludan desde La Moneda.
El 3 de noviembre de 1970, en el inicio de su mandato presidencial, Salvador Allende y Hortensia Bussi saludan desde La Moneda. © Luis Poirot – Archivo de la Fundación Salvador Allende.

Hacia la una y media de la madrugada del 5 de septiembre, Allende salió al balcón del vetusto edificio de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile. Se aprestaba a pronunciar el discurso que había aguardado desde 1952, e iba a hacerlo en la sede de una de las organizaciones en las que se forjaron sus convicciones políticas, a finales de los años veinte y principios de los treinta.

Con un modesto micrófono que alcanzó a recoger la alegría del pueblo de Santiago, habló ya no como “el compañero Allende”, sino como “el compañero Presidente”: “La victoria alcanzada por ustedes tiene una honda significación nacional. Desde aquí declaro, solemnemente, que respetaré los derechos de todos los chilenos. Pero también declaro, y quiero que lo sepan definitivamente, que al llegar a La Moneda, y siendo el pueblo Gobierno, cumpliremos el compromiso histórico que hemos contraído de convertir en realidad el programa de la Unidad Popular”.

Con su gabinete de ministros en agosto de 1973.
Allende con su gabinete de ministros en agosto de 1973. © Archivo de la Fundación Salvador Allende.

Aquel programa contemplaba la nacionalización de las grandes minas de cobre (propiedad de multinacionales estadounidenses), así como de los principales monopolios industriales y de la banca; la profundización de la Reforma Agraria hasta erradicar los latifundios; la participación de los trabajadores en la dirección de la economía; una política internacional soberana en el mundo de la Guerra Fría; una política social con medidas tan emblemáticas y revolucionarias como el reparto diario de medio litro de leche a cada niño…

Y con afecto y respeto convocó la difícil tarea que empezaría a partir del día siguiente: “Les pido que se vayan a sus casas con la alegría sana de la limpia victoria alcanzada. Esta noche, cuando acaricien a sus hijos, cuando busquen el descanso, piensen en el mañana duro que tendremos por delante, cuando tengamos que poner más pasión, más cariño, para hacer cada vez más grande a Chile y cada vez más justa la vida en nuestra patria. Gracias, gracias, compañeras. Gracias, gracias, compañeros. Ya lo dije un día. Lo mejor que tengo me lo dio mi partido, la unidad de los trabajadores y la Unidad Popular. A la lealtad de ustedes, responderé con la lealtad de un gobernante del pueblo; con la lealtad del compañero Presidente”.

En la guerra no había razas, ¿o sí?

Autor: Jonathan Solano. Traducción: Pablo Duarte

Fuente: letraslibres.com 26/06/2020

La Guerra de Corea fue el primer conflicto armado en el que Estados Unidos participó con fuerzas armadas no segregadas, por lo menos en el papel. David Casias Silva, abuelo del autor, de origen chicano, fue uno de los soldados que combatió dentro de una de esas incipientes compañías mixtas.

La historia del sur de Texas es interesante. Está arraigada en generaciones de racismo y segregación. Mi abuelo, David Casias Silva, era un hombre simple, como la mayoría de los chicanos en el sur de Texas; creció siendo aparcero en un barrio segregado y apenas terminó la primaria. Nacido en 1930, pasó sus primeros años en Natalia, Texas, trabajando la tierra que era propiedad de un gabacho. Aunque él era nieto de campesinos de larga tradición que migraron desde México en 1892, “los gabachos eran dueños de toda la tierra, de los negocios y de las oportunidades; ellos eran los que estaban al mando”, solía decirme.

Cuando yo cumplí trece años le diagnosticaron cáncer pancreático, y mis padres pensaron que lo mejor sería que se mudara con nosotros para cuidarlo. Mi padre me dijo que pasara tiempo con él para alegrarlo y para que me diera algunos consejos en el proceso. Siempre supe que era veterano de guerra, pero mi abuelo no hablaba mucho de eso. De cuando en cuando platicábamos, y poco a poco se fue abriendo y me fue contando sus experiencias. Entre las cosas que trajo consigo en la mudanza había cajas llenas de fotos y recuerdos de la guerra.

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David Casias Silva al centro de la foto, con su compañía no segregada del ejército estadounidense en Corea del Sur, en 1952. Foto: cortesía del autor.

Este mes de junio de 2020 marca el 70 aniversario del comienzo de la que muchos estadounidenses llaman “La guerra olvidada”, es decir la Guerra de Corea. Más de 33,000 estadounidenses murieron en ese conflicto, que técnicamente no ha concluido. Sentó las bases para la Guerra Fría, fue la primera guerra en la que la recién formada Organización de Naciones Unidas estuvo involucrada, y –esto es un parteaguas– también la primera en la que participó Estados Unidos luego de que en el ejército terminara la segregación racial (por lo menos en papel). Mi abuelo fue uno de los soldados que combatió dentro de una de esas incipientes compañías no segregadas.

En nuestras charlas, mi abuelo me fue contando sus experiencias en la guerra. Tenía 20 años de edad cuando fue reclutado y cumplió su entrenamiento básico en Camp Roberts, California, en 1951. Después lo enviaron a un país del que nunca había escuchado nada antes, a pelear por razones que “no entendía del todo”. Pasó tres años en Corea.

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Izq. a der.: David Casias Silva en Corea con soldados; en Corea del Sur en 1952; en un sitio no identificado; en Corea del Sur en 1952; en Camp Roberts en 1951; en Corea con una persona no identificada. Fotos: cortesía del autor.

Esperaba que me contara historias de sangre y violencia, pero me contó algo completamente distinto: historias de hermandad y amor. Aunque creció en una Texas segregada, su compañía no lo estaba, y convivió con blancos, latinos y negros. Todos se cuidaban entre ellos porque era la única manera de volver a casa vivos. “Hacía mucho frío, hijo. Nos acomodábamos muy juntos y nos abrazábamos para mantenernos calientes. Fue la primera vez que estuve tan cerca de un gabacho”. Era un soldado raso, de modo que hacía las tareas que nadie quería. A él le tocaba hacer barridos buscando minas antipersonales, arrastrarse por la tierra para conectar las líneas de teléfono con los cables atados a la espalda, y en ocasiones cavar túneles.

Me decía que “el ejército no es para los chicanos, pero Estados Unidos sí”. En la guerra, la raza se borraba, y entre más pobres eran los soldados, menos segregada era la compañía. Peleó al lado de blancos, negros y latinos pobres en nombre de un país al que amaba, pero lo hizo sin preocuparse por sí mismo: “estábamos en una trituradora de carne”, me dijo alguna vez. El retrato que me pintó de la guerra contrastaba con su vida en Texas, donde los latinos eran vistos como ciudadanos de segunda por sus contrapartes blancos: eran una clase social aparte. ¿No se daba cuenta de eso? Recuerdo esas conversaciones y otras que he tenido con su hija –mi madre– sobre él, y nunca dijo nada habló de discriminación racial, aunque sabía “cómo tenía que actuar frente a los blancos”, como dijo mi madre.

Creció en una época en la que la segregación era un hecho de la vida cotidiana, y aceptar este trato de ciudadano de segunda garantizaba su sobrevivencia; significaba que tenía un trabajo y que podía poner comida en la mesa. Era moreno, como yo, pero si lo hubieran conocido habrían percibido que, a pesar de que el español era su lengua materna, hablaba inglés sin acento. La experiencia de los latinos en Estados Unidos antes del movimiento de derechos civiles en la década de los sesenta fue una de asimilación, de modular su identidad de persona de tez morena para adecuarse a la identidad blanca. No obstante que peleó junto a estadounidenses de todos los colores, cuando volvió de la guerra, en junio de 1953, retomó su vida segregada, con amigos y familiares que eran casi exclusivamente mexicoamericanos: un mundo aparte.

Mi abuelo dejó huella en mi conciencia chicana, tanto que conservo sus recuerdos de la guerra y he investigado sobre veteranos latinos de la Guerra de Corea. Mientras realizaba mis investigaciones, un tema recurrente fue lo “blanqueada” y escasa que era la información sobre latinos en la Guerra de Corea. ¿Nos olvidamos de estos héroes, así como hemos olvidado este conflicto? Dentro del gobierno estadounidense y antes del movimiento de derechos civiles en los sesenta, las personas mexicoamericanas eran clasificadas como “blancas”, y fue hasta 1970 que la oficina del censo comenzó a preguntar por el origen étnico de las personas a fin de distinguir por origen hispano o latino. En 1974, el departamento de Defensa de Estados Unidos por fin comenzó a realizar segmentaciones demográficas similares en sus reportes anuales de personal. Las estimaciones del número de veteranos latinos de la Guerra de Corea son solo eso, estimaciones. De los 148,000 latinos que se estima participaron en la Guerra de Corea, solo a 15 se les otorgó la medalla de honor, en una guerra en la que se entregaron 145 en total; únicamente dos fueron para personas de raza negra. Para mí, las historias de mi abuelo, y las estadísticas, plantean la pregunta sobre la cantidad de latinos y negros que merecen ser reconocidos por su sacrificio. ¿Los mexicoamericanos deben poner sus vidas en juego para luego solo recibir migajas? Quizá la guerra no borre la raza, pero tiene el efecto incendiario de revelar las fallas de la humanidad.

A pesar de sus costos humanos, la guerra ha permitido dar pasos a favor de la causa de la equidad racial para los latinos en Estados Unidos. Después de la Segunda Guerra Mundial, en 1948, se fundó el American GI Forum (AGIF) en Corpus Christi, Texas, para atender las preocupaciones de muchos veteranos mexicoamericanos en temas de prestaciones médicas y educativas no otorgadas debido a la segregación. Para las personas de tez morena que buscan la equidad educativa, el AGIF fue en esencia el equivalente al fallo Brown vs. el Consejo de Educación antes de que este ocurriera.

Mi abuelo, después de sus años en el ejército y con la ayuda del AGIF, tuvo acceso a la G.I. Bill, lo que le permitió conseguir su título de preparatoria, y obtener préstamos hipotecarios sin intereses. Fue el primero de su familia en tener una propiedad en Estados Unidos. Al conseguir su casa, pudo financiar –porque los bancos en esa época “no le prestaban a los mexicanos”– las casas que sus doce hermanos y hermana aún poseen. El G.I. Bill, junto con su experiencia de guerra, le abrió la puerta al empleo estable; consiguió trabajo como mecánico aeronáutico en la base militar Kelly en San Antonio, Texas, hasta que se jubiló en 1983. Recibió una pensión y tuvo acceso a servicios de salud hasta su muerte, un día antes de que yo cumpliera catorce años.

Amo y admiro a mi abuelo, y su aceptación de la segregación y discriminación racial fue un hecho aleccionador para mí. No obstante la fraternidad que había entre sus diversos camaradas, estaba consciente de que sus superiores en la guerra, e incluso en su trabajo como mecánico, eran blancos. Claro que vivió experiencias de discriminación racial abiertas, ¿por qué no se rebeló? Aceptaba que en el campo de siembra o en el de batalla, los gabachos eran los que estaban a cargo. La no segregación tenía sus límites. ¿Ir a la guerra era la única alternativa para que un hombre de tez morena peleara por la igualdad y por mejores condiciones patrimoniales en la década de los cincuenta en Estados Unidos? Tal vez sí, aunque durante un momento breve y turbulento de su vida, mi abuelo logró vivir una equidad efímera, en las trincheras, al lado de sus compañeros de armas.

Los audios de Nixon

Autores: ÁLVARO DE CÓZAR|GONZALO CABEZA

Fuente: elpais.com 2020-06-08

A principios de los setenta, la Administración del presidente estadounidense Richard Nixon estaba preocupada por el futuro de España. Les inquietaba la mala salud del general Franco y pensaban que su muerte podría traer inestabilidad a un país que necesitaban para mantener sus bases militares y sus empresas. El Mediterráneo se había convertido en una zona disputada con los comunistas y los americanos tenían en España un firme aliado.

La preocupación de Nixon le hizo disponer de toda la maquinaria diplomática para estrechar los lazos con los protagonistas del tardofranquismo e incluso organizar misiones secretas para obtener información.

Los avatares de esa relación entre Estados Unidos y España quedaron registrados en el sistema de grabación que el presidente hizo instalar en el Despacho Oval de la Casa Blanca y en el audiodiario de un miembro de su staff. Esos audios se encuentran en la Biblioteca Presidencial de Nixon y han sido transcritos y traducidos íntegros por primera vez para la elaboración de XRey, un podcast sobre la vida del rey Juan Carlos que se emite en Spotify.

EL PAÍS los publica ahora íntegramente:

Arriba, Francisco Franco y Richard Nixon en Madrid, durante la visita del presidente de EE UU a España en 1970. Debajo, a la derecha, Nixon y su esposa en la Casa Blanca, junto a los entonces príncipes de España Juan Carlos y Sofía durante la visita de estos a Washington a primeros de 1971. Debajo, el secretario de Estado Henry Kissinger y el presidente del Gobierno de España Luis Carrero Blanco en Madrid en diciembre de 1973. Y a la izquierda, esquema de las bases militares estadounidenses en España recogido en las actas del Congreso de EE UU en 1970.EFE / US NATIONAL ARCHIVES

Enlace a los audios

Misisipi sigue ardiendo: historias de violencia racista

Autor: Salvador Giné

Fuente: La Vanguardia 05/06/2020

La muerte de George Floyd como resultado de la violencia policial es la última en una lista abrumadoramente larga y demasiado presente en la actualidad estadounidense. La tradicional impunidad de los que atentan contra sus conciudadanos por motivos racistas retrotrae a episodios tristemente célebres, como el caso MIBURN, un triple asesinato cuyo instigador tardó cuarenta años en ser juzgado.

En 1964, la población negra de Estados Unidos era de 20 millones de personas, el 11% del total. El 60% se encuentra en el sur, en los antiguos estados esclavistas , y casi la mitad subsiste por debajo del umbral de pobreza. La segregación racial, teóricamente abolida, está bien presente. En el estado de Misisipi, solo 57 niños de color asisten a colegios de blancos, y el acceso a la universidad les está socialmente vetado.

Pero es en el plano electivo donde se perpetúa de forma más patente el dominio de los blancos. Impedir que los negros voten y accedan a cargos de autoridad es la mejor manera de obstaculizar la efectiva igualdad social. La oligarquía blanca de Misisipi emplea brechas legales que, mediante métodos “civilizados”, traba el acceso al voto a los escasos osados que quieren ejercer su derecho.

Muchos locales, como este cine de Misisipi, tenían una entrada secundaria para los negros.
Muchos locales, como este cine de Misisipi, tenían una entrada secundaria para los negros. (Library of Congress / Wikipedia)

Para revertir esta situación, a principios del año siguiente, algunas asociaciones, como la NAACP (Asociación Nacional para el Avance de la Gente de Color) y después el COFO (Consejo de Organizaciones Federadas) y el CORE (Congreso para la Igualdad Racial), inician campañas de preparación y concienciación para que la población negra asuma como propio el derecho al voto.

La movilización

Estas asociaciones, además de asesorar sobre los derechos individuales y de voto a los residentes negros, organizan clases de alfabetización con profesores voluntarios. Los cursos se imparten en las iglesias, que se convierten en las llamadas Freedom Schools, “Escuelas de Libertad”.

Todo ello confluye con un resurgimiento del Ku Klux Klan , que fija su objetivo en eliminar de raíz cualquier intento de formación de los negros. Con la connivencia de las autoridades locales y del estado sureño, los actos de amenaza del KKK son extremadamente violentos, desde palizas hasta el asesinato.

A principios de 1964, el COFO prepara el Mississippi Freedom Summer, el “Verano de la Libertad de Misisipi”. Pide a las asociaciones homónimas de los estados del norte que envíen a unos ciento cincuenta abogados y a cerca de un millar de estudiantes voluntarios para extender las Escuelas de Libertad a un mayor número de iglesias.

Esta iniciativa se verá frenada por la violencia de los White Knights (“Caballeros Blancos”), un grupo del KKK. El COFO reduce la cifra de voluntarios y se ciñe, por seguridad, a las ciudades más grandes.

Un fatídico viaje

El clan de los White Knights vive su momento álgido precisamente en 1964, cuando alcanza en torno a siete mil miembros. Formado por blancos extremistas de clase media-baja, el clan se dedica a apalear a asistentes a los cursos y quema numerosas iglesias.

A los pocos días de llegar a Meridian, Schwerner recibe las primeras amenazas del KKK

Ante la pasividad de la policía del estado, el Departamento de Justicia obliga a intervenir al FBI, la agencia federal de investigación. La presencia del FBI no detiene los ataques a los templos, pero servirá para investigar el asesinato de tres voluntarios, un suceso que conmociona a todo el país.

Respondiendo a la petición de voluntarios, en enero de 1964 llegan a Misisipi el sociólogo Michael Schwerner, un neoyorquino blanco de 24 años, y su esposa. Schwerner, contratado por el CORE para organizar cursos, se establece en Meridian. A los pocos días recibe las primeras amenazas del KKK.

La ciudad de Meridian, en Misisipi, donde tendría lugar el juicio por la desaparición de Chaney, Goodman y Schwerner.
La ciudad de Meridian, en Misisipi, donde tendría lugar el juicio por la desaparición de Chaney, Goodman y Schwerner. (Michael Barera / CC BY-SA 4.0)

Entre los voluntarios destinados a Meridian figura el también neoyorquino Andy Goodman, un estudiante blanco de Ciencias Políticas de 20 años. Junto a ellos trabaja el local James Chaney, un negro de 21 que, siempre a la luz del día, les acompaña en sus desplazamientos fuera de la ciudad.

A finales de mayo, los tres se desplazan a una iglesia en Longdale para iniciar los cursos. Tres semanas más tarde, los asistentes son apaleados y, por la noche, el edificio es quemado por el KKK. Los White Knights también buscan a Schwerner, pero no se encuentra allí.

Es un montaje: liberar a los tres jóvenes para tenderles después una emboscada homicida

El 21 de junio, Schwerner, Chaney y Goodman visitan los restos de la iglesia. Después deciden volver a Meridian, pero su vehículo es visto por Cecil Price, ayudante del sheriff del condado de Neshoba y simpatizante del KKK, que les sigue. Chaney, al volante, ha sido instruido para no detener el coche en lugares apartados ni por indicación de policías blancos. Acelera, pero al final no tiene más remedio que parar.

Es detenido por infringir el límite de velocidad, y Schwerner y Goodman, por “sospechosos”. Los tres son encerrados en la comisaría de la pequeña localidad de Philadelphia. Por la noche son puestos en libertad y enfilan los 60 km hasta Meridian. Es un montaje del KKK: liberarles para tenderles una emboscada homicida en una carretera solitaria.

El día siguiente, la dirección del CORE comunica la desaparición del trío al FBI, que encuentra el vehículo, vacío y calcinado, entre unos cañizales. Las amenazas de muerte contra Schwerner hacen presagiar un complot criminal del KKK. El FBI bautiza la investigación como MIBURNMississippi Burning, expresión que Alan Parker utilizó para dar título a su película sobre el tema, aquí llamada Arde Mississippi.

El caso MIBURN

Los enviados del FBI interrogan a unos quinientos testigos, incluidos el ayudante del sheriff Cecil Price y el propio sheriff, Lawrence Rainey, así como Edgar Ray Killen, líder local del KKK. Decenas de periodistas y equipos de televisión llegan a la zona. El presidente Lyndon B. Johnson pide al FBI el máximo esfuerzo en la investigación.

Pero esta no avanza. El miedo paraliza a los testigos blancos. En ese entorno rural todos se conocen. Aun así, alguien informa a la agencia. Los cuerpos están enterrados cerca de una presa. El FBI encuentra una parcela en la que aparecen, a cuatro metros de la superficie, los tres cadáveres. Schwerner y Goodman tienen una bala incrustada en el tórax; Chaney, tres.

Cartel del FBI denunciando la desaparición en 1964 de Andrew Goodman, James Chaney y Michael Schwerner.
Cartel del FBI denunciando la desaparición en 1964 de Andrew Goodman, James Chaney y Michael Schwerner. (Dominio público)

Cuatro meses después, el FBI detiene por asesinato a 21 sospechosos, entre ellos, al sheriff, su ayudante y varios líderes del KKK, como Killen o Sam H. Bowers, fundador de los White Knights. La detención salta a todas las portadas. El propio Martin Luther King alaba que los crímenes no queden impunes. Las expectativas se torcerán pronto.

Un juicio interminable

El estado de Misisipi no muestra interés en juzgar a los asesinos. El código penal federal no contempla el homicidio, así que el FBI acusa ante un juez federal territorial a los arrestados de conspiración por vulnerar los derechos individuales (con penas inferiores a las de homicidio), pero pocos días después la vista preliminar desestima los cargos. La resolución: “falta de pruebas”.

En 1965, el Departamento de Justicia presenta las acusaciones ante Harold Cox, juez federal de Jackson. Este decide mantener la acusación solamente contra el sheriff Rainey y su ayudante Price, y rechaza las acusaciones para el resto de encausados. El Departamento de Justicia recurre la decisión ante el Tribunal Supremo, que en 1966 anula la decisión y ordena a Cox reabrir el proceso. En este tiempo han “caído” de la lista tres miembros del KKK acusados de encubrimiento.

El sheriff Lawrence Rainey (dcha.) y su ayudante, Cecil Price, escuchan su acusación antes de ser liberados bajo fianza.
El sheriff Lawrence Rainey (dcha.) y su ayudante, Cecil Price, escuchan su acusación antes de ser liberados bajo fianza. (Bettmann / Bettmann Archive)

El juicio empieza en octubre de 1967 en Meridian ante un jurado popular. Este, cinco hombres y siete mujeres, todos blancos, aduce que no pueden llegar a ninguna conclusión. Cox les ordena que lo hagan. Al día siguiente declaran culpable a Price y a otros seis acusados. El juez les impone penas de prisión de entre tres y diez años. Es la primera condena en Misisipi de unos blancos (y miembros del KKK) por delitos contra negros.

Entre los absueltos se cuentan el sheriff Rainey y Killen, que además de líder del KKK en el condado es pastor baptista. El jurado alega que no puede culpar de asesinato al “reverendo” Killen. Según el FBI, este, de carácter furioso e impredecible, es el verdadero organizador del crimen.

Consecuencias políticas

Aprovechando la consternación por los asesinatos, Johnson acelera la aprobación de una ley impulsada por su antecesor, JFK. En julio de 1964, el presidente ratifica la Civil Rights Act (ley de derechos civiles), que prohíbe la segregación racial en los espacios públicos, y al año siguiente, el Congreso aprueba la Voting Rights Act (ley de derechos electorales), que suspende los exámenes escritos. Esta última ley se abre paso después del “Domingo Sangriento” , dura represión policial de una marcha popular de profundo impacto social.

El puente Edmund Pettus de Selma se convirtió en un símbolo de la lucha por los derechos civiles de los negros.
El puente Edmund Pettus de Selma se convirtió en un símbolo de la lucha por los derechos civiles de los negros. (Civil Rights Trail)

El asesinato de Chaney, Schwerner y Goodman sirve para instaurar nuevas leyes de igualdad social, pero en el terreno judicial todo sigue exactamente igual. Cumplida la condena, los acusados (que nunca serán juzgados por asesinato) vuelven a sus casas. Solo el paso de los años y el cambio de mentalidad social llevarán a reabrir en los años noventa varios casos que habían quedado impunes.

El proceso por el caso MIBURN no llegará hasta 2005. Un hecho trascendental cerrará muchas heridas: la acusación formal de Edgar Ray Killen por el triple asesinato. El juicio empieza el 15 de junio. El día 21, 41 años exactos después de los hechos, el jurado declara al reverendo culpable de tres homicidios.

Killen, de 80 años, escucha la sentencia del juez: 20 años de cárcel por cada homicidio

Sentado en una silla de ruedas, Killen, de 80 años, escucha la sentencia del juez: 20 años de cárcel por cada homicidio. Apelará, pero la sentencia será ratificada por un tribunal superior. Pese a su edad, el iracundo pastor conserva intacto su genio desafiante. A su entrada en prisión, un facultativo negro le examina para valorar su estado de salud. “Sr. Killen, ¿tiene usted pensamientos suicidas?”. “Antes te mataría a ti”, responde.

El reconocimiento público de las víctimas no llegará hasta 2014. El 24 de noviembre, en un acto en la Casa Blanca, el presidente Barack Obama entrega a los parientes de James Chaney, Andrew Goodman y Michael Schwerner la Medalla Presidencial de la Libertad.

Feminismo liberal y radical: la década de 1960 en EE. UU.

Autora:  Cristina Herrero Ferrer

Fuente: archivoshistoria.com 06/03/2020

La década de 1960 supuso la explosión, en Estados Unidos, de los feminismos. Las olas de feminismo liberal y radical nacen en un momento de boom económico que trajo consigo una etapa de nuevos cambios sociales. La sexualidad y la moralidad tuvieron un papel fundamental. Junto con la lucha por los Derechos Civiles (Ollhof, 2011), el movimiento en pro de la libre expresión (Ashbolt, 2013) o la incipiente cultura juvenil debido al baby boom de posguerra, surgió la segunda ola del feminismo (Horowitz, 1998). Esta incluyó tanto autoras y organizaciones que entroncaron con la tradición del feminismo liberal heredada desde el sufragismo de finales del XIX y principios del XX como un nuevo feminismo, el radical. El movimiento feminista despegó en estos momentos a partir del cuestionamiento de los roles sexuales tradicionales (Miles, 2006: 13).

Sin embargo, la cuestión femenina no comenzaba a tratarse ahora, sino que se trataba de una cuestión de largo alcance. Para comprender esta ola de feminismo se debe retroceder un poco en el tiempo. La Ilustración fue el periodo en el que se considera que nace el feminismo, con autores como Kant, John Stuart Mill o Condorcet que ya hablan de la exclusión «natural» de la mujer.

Pero su eclosión definitiva no es hasta la aparición de Mary Wollstonecraft, autora de Vindicación de los derechos de la mujer (1792), que busca una igualdad moral entre sexos. La obra rompe con los escritos realizados hasta ese momento  por mujeres. También se habla de la exclusión femenina en la educación. Para Wollstonecraft, las mujeres son las que educan a sus hijos, por lo que es necesario que reciban una educación acorde a esta responsabilidad. Con este antecedente, comienzan a surgir las conocidas como «olas» del feminismo.

La primera ola del feminismo cobró protagonismo en Estados Unidos e Inglaterra desde finales del siglo XIX y hasta mediados del XX. En un principio, su principal objetivo era la obtención de la igualdad frente al varón en términos de propiedad o de matrimonio, entre otros. Los derechos políticos y, especialmente, el sufragio femenino, fueron las reivindicaciones clave de esta lucha. La Convención de Séneca Falls de 1848 en Nueva York fue el momento culmen de esta primera ola. Tuvo trescientos participantes y espectadores y fue firmada por unas cien mujeres. A partir de este momento, el movimiento feminista comienza a extenderse, de forma que, a principios del siglo XX las mujeres comenzaron a obtener paulatinamente el derecho al voto.

Sin embargo, esto solo supuso un comienzo para el movimiento y así lo plasmó Simon de Beauvoir en El segundo sexo (1948). En este ensayó, Beauvoir reflexionó acerca de lo que significa ser mujer. Para la autora, la mujer es un producto cultural construido por la sociedad: ser madre, esposa, hija, hermana… En esta obra, Simone de Beauvoir sostivo una tesis que ha generado y genera debates extensos en la actualidad: No se nace mujer, se llega a serlo. Con ello, Beauvoir le daba un papel preponderante a lo social en la construcción de la feminidad y la masculinidad. Según esta autora, la sociedad ha separado al ser humano entre hombres y mujeres, excluyendo a estas últimas y encasillándolas en un papel determinado.

Es por ello que, cuando surgió la segunda ola del feminismo, ésta ya no se centraba en la búsqueda de la superación de los obstáculos legales como sí había hecho el feminismo liberal. Esta vez se incorporaba el punto de vista sexual, familiar, laboral. El derecho al aborto y al acceso a métodos anticonceptivos por ejemplo, pasó al centro del debate (Nash, 2007). No obstante, los primeros años sesenta son importantes como período de transición entre una era más conservadora, cauta, complaciente, y otra más desenfrenada (Rorabaugh, 2002).

Esta nueva revolución femenina comenzó con la introducción de la píldora anticonceptiva, aprobada por la Food And Drug Administration en 1961. Fue introduciéndose lentamente y permitiendo así a las mujeres elegir su pareja sexual, decidir su maternidad o planificar sus embarazos frente a la vida laboral. Hacia 1965, el 20% de las mujeres utilizaba la píldora u otros métodos anticonceptivos. A finales de los sesenta se redujo por primera vez de modo drástico el índice de natalidad (Rorabaugh, 2002: 183). Sin embargo, la ambición de la mayoría de los estadounidenses era casarse, comprarse una bonita casa con jardín en una zona tranquila y formar una familia (Soley, 2015).

Los avances tecnológicos también tuvieron mucho que ver en estas cuestiones. A medida que los electrodomésticos surgían o mejoraban, las tareas domésticas se hacían menos arduas para las amas de casa. Eso «permitió» una inclusión mayor de las mujeres en el mercado laboral. Muchas de ellas a tiempo parcial y con salarios escasos, pero las mujeres de clase media comenzaban a incorporarse al trabajo.

Las mujeres trabajaban con una finalidad concreta, como la de comprar una casa o pagar los estudios universitarios de los hijos. Hacia 1960 trabajaba (fuera de casa) el 37% de las mujeres solteras y el 30% de las mujeres casadas. Si bien las actitudes masculinas frente al trabajo femenino cambiaron, el modelo ideal de familia se mantenía. La familia ideal estadounidense guía siendo aquella en que solo trabajaba el varón. En 1960 pocas mujeres, incluso entre la minoría trabajadora, cuestionaban este estereotipo (Rorabaugh, 2002: 117).

La situación de la mujer: antes del feminismo liberal y radical

En los primeros años sesenta, las carreras profesionales femeninas no eran aún lo habitual. El matrimonio seguía sucediendo a una edad muy temprana y conllevaba, además, unos índices de natalidad muy altos. Las mujeres contraían matrimonio con una media de 20 años. Sus maridos, con 22 años de media. En esta época, además, el número de hijos por familia había pasado de 2 a 3 (Rorabaugh, 2002: 184-185).

A pesar de ser un momento de cambios acelerados en lo social (en el ámbito religioso, en el étnico, en cuestiones de clase social) la sociedad parecía anclada aún a viejas fórmulas. La libertad sexual iba abriéndose camino, creciendo incluso la libertad para hablar de sexo. Sin embargo, el matrimonio aún parecía una institución estable y relevante a nivel general en 1960. Pocas parejas se planteaban la posibilidad de convivir sin un vínculo matrimonial. Incluso los propietarios desalojaban por sistema a las parejas no casadas. En este sentido, prevalecía una doble moral (Rorabaugh, 2002: 184-185).

El sexo prematrimonial en la mujer estaba considerado como una inmoralidad. En casos más extremos, incluso como prostitución Las mujeres jóvenes solteras tenían terror al embarazo. No obstante, a falta de métodos anticonceptivos, este sólo se podía interrumpir por medio del aborto. Era, por otra parte, una opción ilegal, cara y peligrosa. Además, el tema era tabú y no se podía tratar en público (Rorabaugh, 2002: 184-185).

La palabra “embarazada” se consideraba tan subida de tono que los conservadores la evitaban. (Rorabaugh, 2002: 184-185)

El concepto de la monoparentalidad no existía, o más bien no se planteaba como una opción con normalidad. En el caso de las mujeres viudas o divorciadas, se consentía que constituyeran familias  monoparentales. Sin embargo, nadie osaba a imaginar que una mujer soltera y/o joven decidiera voluntariamente tener un hijo que naciera fuera de un matrimonio y educarlo sola (Rorabaugh, 2002: 184-185).

Imagen de Mad Men que ilustra el ideal de familia norteamericana criticado por el feminismo liberal y radical
Ideal de familia norteamericana plasmado en la serie Mad Men

El auge de los suburbios empeoró esta situación. Estas formas de población, tan arquetípicas en el modelo familiar estadounidense, alejaban a las mujeres de sus familias, amigos o instituciones. La distancia entre los suburbios y las zonas urbanas recluía a las mujeres en nuevas zonas residenciales. Era el lugar donde la clase media protestante, católica y judía buscaba el ascenso social.

Se plasmó el nuevo ideal de familia norteamericana en todas partes. Se trata de esa imagen arquetípica que series como Los Simpsons parodian. Una familia idílica, que vivía en zonas residenciales, con una clara estructura de familia nuclear en la que el padre o cabeza de familia trabajaba. Mientras la mujer, perfecta ama de casa, se ocupaba de la casa y de los niños. El feminismo liberal en Estados Unidos fue, en parte, una reacción a la extensión de este modelo de familia ideal y hegemónico que, aún hoy, copa los medios de comunicación.

Censura de Hollywood

Portada del Código Hays

La sociedad estadounidense, como puede observarse, seguía siendo bastante tradicional. Esa moral se extendió de facto hasta la industria del cine. La existencia del Código Hays, implantado entre 1934 y 1967, censuraba todo lo que se podía o no se podía ver en las producciones estadounidenses. Regularizó la sexualidad de forma que “el carácter sagrado de la institución del matrimonio y del hogar será mantenido”.

La infidelidad era también duramente censurada. “El adulterio y todo comportamiento sexual ilícito[…], no deben ser objeto de una demostración demasiado precisa, ni ser justificados o presentados bajo un aspecto atractivo”

Las demostraciones de afecto o de erotismo tampoco eran permitidas, evidentemente, puesto que el Codigo Hays marcaba que “no sé mostrarán besos ni abrazos de una lascividad excesiva, de poses o gestos sugestivos”. Por otra parte, afirmaba también que “las perversiones sexuales y toda alusión a éstas está prohibido”. La protección sobre los esquemas tradicionales de la sociedad, entre los que se incluía el matrimonio y la familia nuclear era extrema. No obstante, la producción cinematográfica era una forma de reproducción de las mismas esencial en ese contexto. El código marcaba, de hecho, que “no debe presentar la institución del matrimonio como antipática”. Incluso, en las noticias de la NBC, el uso de las palabras “violación” o “aborto” estaba prohibido.

La mayoría de esta censura afectaba específicamente al papel de la mujer y en su actuación ante las cámaras. Sin embargo, la existencia de unas restricciones tan estrechas  provocó que comenzaran a aparecer dobles sentidos, recursos y referencias para engañar al proceso de censura.

Primeros cambios

Estas cuestiones alimentaron un caldo de cultivo perfecto para la emergencia de un feminismo liberal y, posteriomente, uno radical. Quedaban lejos de conformarse con las reivindicaciones con las que habían comenzado a manifestarse las sufragistas y el feminismo liberal en general. La sexualidad, las libertades reproductivas o las cuestiones laborales saltaron al centro del debate. La píldora anticonceptiva supuso uno de los cambios fundamentales en esta revolución sexual y feminista, pero no el único de ellos.

La incorporación de la mujer al mundo laboral había tenido sus comienzos durante la Segunda Guerra Mundial. Comenzaron ocupando cargos anteriormente desempeñados por hombres, que en esos momentos se encontraban en el frente. Y, como se mencionaba, en estos momentos comenzaba a normalizarse, si bien con unas restricciones muy concretas. Con el auge económico de posguerra, además, habían llegado también los electrodomésticos. Estos, como se ha explicado antes, facilitaron las labores del hogar, por lo que a la mujer le quedaba más tiempo libre. Este tiempo libre permitía poder encontrar un trabajo a tiempo parcial y, además, con bajos salarios.

Ante esta extensión del trabajo femenino, con la llegada de John F. Kennedy a la presidencia de Estados Unidos se creó la Comisión Presidencial sobre el Estatus de la Mujer el 14 de diciembre de 1961. El 11 de octubre de 1963 se publicó un informe que reveló la existencia de desigualdad de género en el ámbito laboral. Proponía una serie de medidas para un mayor acceso a la educación, ayudas para el cuidado de los hijos o la baja por maternidad (Hunt, 2015).

También se impulsaron leyes como la Ley de Igualdad Salarial de 1963, y el Título VII de la Ley de Derechos Civiles de 1964. Este prohíbe la discriminación de los trabajadores en base a su color, etnia, sexo, origen nacional o religión. También es relevante el fallo de la Corte Suprema Griswold v. Connecticut de 1965. En él, el estado de Connecticut prohibía el uso de anticonceptivos. Este fallo se acabó declarando inconstitucional. A su vez, se nombró a mujeres en altos cargos de su administración, como fue el caso de Esther Peterson. Muchas ciudades eligieron a mujeres como alcaldesas en los setenta (Jones, 1995: 536). Estas cuestiones supusieron un avance considerable. Sin embargo, quedaban aún lejos de todas las reivindicaciones del feminismo liberal.

Nace el feminismo liberal

La aparición de un movimiento femenino organizado llegó con la publicación de The Feminine Mystique (1963) por Betty Friedan. En él, hace referencia al “problema que no tiene nombre”. Betty Friedan criticó el carácter romántico que se le otorgaba a lo doméstico y a la idea de que la mujer solo podía sentirse realizada siendo madre y ama de casa. En 1966, y con ayuda de Friedan, se fundó la mayor organización feminista estadounidense, la Organización Nacional de Mujeres (National Organization for WomenNOW).

Esta organización tenía como fines principales la igualdad económica y de derechos y el derecho al aborto. A ello se le sumaban cuestiones como la lucha contra el racismo y la violencia de género, entre otros. Estos grupos y la existencia de algunas teóricas del feminismo liberal como la propia Friedan suponen los antecedentes más claros e influyentes sobre lo que después conformaría la segunda ola de feminismo, la del feminismo radical. La organización sirvió de inspiración para la creación de grupos de liberación de la mujer en otras partes del país.

“Para las mujeres, en las columnas, los libros y los artículos de expertos que les decían a las mujeres que su papel consistía en realizarse como esposas y madres. Una y otra vez las mujeres oían, a través de las voces de la tradición y de la sofisticación freudiana, que no podían aspirar a un destino más elevado que la gloria de su propia feminidad” (Friedan, 2009: 51).

Según Friedan, la salida de las mujeres del hogar produjo un agravamiento en su situación de desigualdad (Amorós coord., 1994: 132). Ahora la mujer tenía doble trabajo, el laboral y el del hogar. Y, en el primero de ellos, se acentuaban las desigualdades con respecto a los trabajadores masculinos. Para Betty Friedan era necesario redefinir el concepto de familia y las estructuras sociales (Amorós coord., 1994: 133-134).

Gloria Steinem trabajando como Conejita Playboy

La voz de Betty Friedan o de las teóricas del feminismo no fue la única en resaltar estas cuestiones. Puede mencionarse también el caso de Gloria Steinem, una periodista que se infiltró en la Mansión Playboy como Conejita Playboy. Pretendía documentarse para la realización de un artículo. Con ello dio a conocer las condiciones en las que se encontraban estas mujeres y las demandas sexuales que recibían, comúnmente al borde de la ley. Gracias a este artículo, se convirtió en una de las principales voces feministas del momento, junto con Betty Friedan o Jo Freeman.

Del feminismo liberal al feminismo radical: organización y radicalización

Pese a que NOW fue la primera organización feminista nacida en EEUU, surgieron muchas otras usando ésta como inspiración. Sin embargo, muchas mujeres abandonaron NOW por ser demasiado radical. Mientras, otras lo hicieron por considerarla demasiado conservadora (Ryan, 1992: 44). El aborto fue quizá el tema fundamental de estas escisiones. Las mujeres que estaban en contra del derecho al aborto formaron Women’s Equility Action League (WEAL).

Pero los derechos reproductivos no fueron la única cuestión que dividió al feminismo en estos momentos. El feminismo radical había mantenido unas premisas comunes, no sin discrepancias. Sin embargo, el movimiento se fragmentaba de forma más fuerte en estos momentos. La presencia del colectivo LGTB (concretamente, del lesbianismo) fue otro factor crucial que dividió a las feministas. No obstante, esta fue también una época de eclosión de la lucha del colectivo LGTB. A lo largo de 1968 y 1969, comenzaron a formarse pequeños grupos de liberación de mujeres en las principales ciudades del país (Ryan, 1992: 47). Paralelamente, en 1969, estallaba la mecha que prendió la lucha por los derechos de las personas homosexuales, bisexuales y trans, los disturbios de Stonewall

NOW, una de las organizaciones protagonistas de las olas de feminismo liberal y radical
National Organization for Women, NOW

Con Jo Freeman y Shulamith Firestone, autora de La dialéctica del sexo (1970) como pioneras, nace el movimiento de liberación de las mujeres (Women’s Liberation Movement, WLB). La rama WLM del feminismo radical, basada en la filosofía contemporánea, estaba compuesta por mujeres. Tenía, no obstante, trasfondos racial y culturalmente diversos. Estas plantearon que, para que las mujeres dejasen de ser ciudadanas de segunda clase en sus respectivas sociedades, era necesaria su libertad económica, psicológica y social (Bullock, Trombley y Lawrie, 1999: 314). La segunda ola de feminismo comenzaba a dejar paso, desde el feminismo liberal, al feminismo radical.

Kate Millet fue la escritora de otra de las grandes obras de esta segunda ola feminista, Sexual Politics (1969). Es un libro que une crítica literaria, antropología, economía, historia, psicología y sociología en una combinación propia de la Escuela de Frankfurt la cual inspiraba los movimientos contestatarios de la época (Amorós coord., 1994: 142). En un primer momento, Millet había militado en NOW, pero más adelante se unió al grupo de feministas radicales fundado por Pam Allen en 1967, el New York Radical Women. Paralelamente, surgieron otros grupos radicales por todo el país, como el New York Radical Feminists, entre otros. Estos tienen su apogeo ya en la década de los setenta, también en Estados Unidos.

El feminismo radical, en sus diversas ramificaciones y grupos, se originó en los movimientos contestatarios norteamericanos de los sesenta. En un contexto de eclosión de lo contracultural, la ola de feminismo radical fue resultado de la insatisfactoria respuesta que se había dado a las reivindicaciones feministas del feminismo liberal anterior. Para este feminismo radical, su lucha no se trata simplemente de ganar el espacio público. No es solamente una cuestión de igualdad en el trabajo, en la educación o en los derechos civiles y políticos.

El feminismo radical va a lo que considera la raíz del problema, como su propio nombre indica, por lo que pretende transformar también el espacio privado. Para este feminismo, el patriarcado es el sistema de dominación básico en la sociedad. Sobre él, se asientan los demás: la raza, la clase. Consideran, por lo tanto, que no puede haber una verdadera revolución si no se destruye (Amorós -coord-, 1994: 142-145). Con estas premisas, el feminismo radical va a ir ganando espacios, terrenos y capacidad de reivindicación.

Una oveja coronada Miss America 1969

Oveja coronada Miss América 1969

El 7 de septiembre de 1968, el movimiento feminista se presentó al mundo. Lo hizo interrumpir la retransmisión en directo para todo el país de la elección de Miss América 1969, celebrado en Atlantic City, Nueva Jersey (Miles, 2004: 45). Esta reivindicación fue orquestada por Robin Morgan, de la New York Radical Women y en ella participaron cientos de feministas de diferentes organizaciones y grupos defensores de los derechos civiles.Para las protestantes, los estándares de belleza y el certamen oprimían, degradaban y explotaban a la mujer.

Llamaron al desfile “el degradante símbolo de Mujer Imbécil con Tetas”. Simbólicamente, colocaron un cubo de basura al que nombraron Cubo de Basura de la Libertad (Freedom Trash Can). Arrojaron toda clase de productos considerados femeninos. Productos de higiene, pestañas postizas, fregonas, sujetadores, menaje de cocina, la revista Playboy o la Cosmopolitan, entre otros. Éstos eran objetos considerados como “instrumentos de tortura femenina” (Duffett, 1968: 4).

De esta forma y al grito de «¡No más Miss América!» (No more Miss America!) afirmaban que el concurso era comparable a una feria de ganado. Además, desde el inicio del concurso en 1921, solo habían sido aceptadas concursantes caucásicas como finalistas. Reclamaban el hecho de que nunca hubiera sido coronada una Miss América negra. Por último, decidieron coronar a una oveja como Miss América. A raíz de esta protesta surgió el mito de la quema de sujetadores, que eran símbolo de opresión femenino. La protesta fue cubierta por todos los medios de comunicación del país y fue un éxito para el movimiento.

Feminismo radical como «contracultura»

Cuando se habla de contracultura, se agrupa como tal a aquellos grupos sociales que van en contra de la sociedad establecida, del establishment. Este término fue acuñado por el autor estadounidense Theodore Roszak en su libro El nacimiento de una contracultura (1968). La contracultura de la década de 1960 en Estados Unidos se caracterizó por ser la cuna de diversos movimientos sociales. Estos irrumpieron en la sociedad norteamericana durante esta década. En esta amalgama de movimientos sociales que se opusieron a la cultura establecida pueden mencionarse el movimiento por los derechos civiles, el movimiento a favor de la libre expresión, la lucha por los derechos del colectivo LGTB la revolución sexual y el feminismo, entre otros.

Todos estos movimientos sociales se desarrollaron en un ambiente en el que dominaba la estética psicodélica. También la eclosión de nuevas fórmulas artísticas en todos los ámbitos, como la literatura, cuyo cariz contracultural puede rastrearse incluso en los poetas de la generación Beat de la década de los 50 o la música, lo cual se manifestó en la explosión de festivales como el de Altamont o Woodstock.

Angela Davis, una de las protagonistas de las olas de feminismo liberal y radical.
Angela Davis hablando ante una multitud

En su momento se consideró al movimiento feminista, incluso en sus orígenes como feminismo liberal, como un movimiento contracultural de los sesenta. Iba en contra de lo establecido por la sociedad tradicional estadounidense en lo relacionado con el rol de la mujer. Así mismo, los partidarios de los diversos movimientos sociales antes mencionados también podían vincularse a la lucha feminista o viceversa. Este es el caso de Angela Davis. Davis fue y es una de las grandes figuras de este contexto y del feminismo en general. No obstante, se trata de una mujer afroamericana, homosexual, comunista y miembro de los Black Panthers o Panteras Negras. Por todo ello, fue calificada por el FBI como una de los “criminales más buscados” del país.

En definitiva, durante los sesenta cualquier movimiento que fuera contra los valores tradicionales del país se leía como un movimiento «contra corriente» o «contra la cultura». El feminismo, en su paso desde el feminismo liberal al radical acabó siendo incorporado, junto con otros movimientos de carácter neo-izquierdista, a la lista de contraculturas.

Bibliografía

Libros

AMORÓS, Celia, coordinación: Historia de la teoría feminista, Madrid, Instituto de Investigaciones Feministas, 1994.

ASHBOLT, Anthony: A Cultural History of the Radical Sixties in the San Francisco Bay Area, Nueva York, Routledge, 2013.

BELTRÁN PEDREIRA, Elena; MAQUIEIRA D’ANGELO, Virginia; ÁLVAREZ, Silvina y SÁNCHEZ MUÑOZ, Cristina: Feminismos. Debates teóricos contemporáneos, Madrid, Alianza Editorial, 2001.

BRYSON, Valerie: Feminist Political Theory. An Introduction, Nueva York, Palgrave MacMillan, 1992.

BULLOCK, Alan; TROMBLEY, Stephen y LAWRIE, Alf: The New Fontana Dictionary of Modern Thought, Estados Unidos, HarperCollins, 1999.

BUTLER, Judith: Gender Trouble. Feminism and the Subversion of Identity, Nueva York, Routledge, 1999.

BUTLET, Judith, SCOTT, Joan W., editoras: Feminists theorize the political, Nueva York, Routledge, 1992.

FIRESTONE, Shulamith: La dialéctica del sexo. En defensa de la revolución feminista, Barcelona, Kairós, 1976.

FRIEDAN, Betty: La mística de la feminidad, Madrid, Cátedra, 2009.

HOROWITZ, Daniel: Betty Friedan and the Making of The Feminine Mystique. The American Left, The Cold War, and Modern Feminism, Estados Unidos, University of Massachusetts Press, 1998.

HUNT, Michael H.: The World Transformed: 1945 to the Present, Oxford, Oxford University Press, 2015.

JONES, Maldwyn A.: Historia de Estados Unidos 1607 – 1992, Madrid, Cátedra, 1995.

MILES, Barry: Hippie, Barcelona, Global Rhythm, 2004.

MILLET, Kate: Sexual Politics, Nueva York, Columbia University Press, 2016.

NASH, Mary: Mujeres en el mundo: Historia, retos y movimientos, Madrid, Alianza Editorial, 2007.

OLLHOF, Jim: The Civil Rights Movement, Minnesota, ABDO Publishing, 2011.

RORABAUGH, William J.: Kennedy y el sueño de los sesenta, Barcelona, Paidós, 2002.

RYAN, Barbara: Feminism and the women’s movement. Dinamics of change in social movement, ideology and activism, Nueva York, Routledge, 1992.

Artículos

DUFFETT, Judith: “WLM vs. Miss America”, Voice of the Women’s Liberation Movement, octubre de 1968, p. 4.

Cibergrafía

Food And Drug Administration: “For Women”. Disponible en: https://web.archive.org/web/20100819222628/http://www.fda.gov/ForConsumers/ByAudience/ForWomen/ucm118543.htm [Consultado el 19/11/2019].

Videografía

She’s Beautiful When She’s Angry (2014). Documental dirigido por Mary Dore. Disponible en HBO.

El muro que separó dos mundos, al detalle

Autores: JAVIER AGUIRRE y otros.

Fuente: elmundo.es 5/11/2019

Tras la derrota de la Alemania nazi en la Segunda Guerra Mundial, las potencias aliadas ocupan militarmente el país y lo dividen en cuatro zonas. El Este pasa a ser controlado por la Unión Soviética y el Oeste por Estados Unidos, Reino Unido y Francia. La capital alemana a su vez también se divide en cuatro sectores. [Si no puede ver el gráfico pulse aquí.]

Esta segmentación da lugar a que en 1949 los territorios ocupados por los Aliados formen la República Federal Alemana (RFA) y la Unión Soviética, la República Democrática Alemana (RDA). Así la antigua nación y su capital quedan divididas en dos bloques: el occidental y el oriental.

Durante los años cincuenta, la ciudad de Berlín refleja el contexto de la Guerra Fría y la tensión se plasma en la ciudad con miles de ciudadanos huyendo del lado oriental al occidental.

Para paliar estas tensiones, de manera inesperada, en la madrugada del 12 al 13 de agosto las autoridades de la República Democrática Alemana cierran, en apenas tres horas, todos los pasos fronterizos de la ciudad. Soldados armados de Berlín Oriental colocan las primeras piedras del muro y extienden alambres de espino. Acción inicial tras la que se empieza a construir el primer muro de ladrillo y hormigón.

Se pretende aislar el territorio a toda costa. Se tapian los edificios adyacentes, se colocan minas antitanque y se excavan zanjas que rodean la línea divisoria del muro de Berlín. Una ciudad cuyos monumentos emblemáticos son separados. La Puerta de Brandenburgo, por ejemplo, queda en el lado oriental y el Reichstag en el occidental. Los puestos fronterizos se concentran en interior de Berlín e incluso la Estación Frierichstrasse se considera un puesto aduanero. [Si no puede ver el gráfico pulse aquí.]

La construcción de la barrera arquitectónica no basta sin embargo para impedir las fugas y la frontera es reforzada con miles de guardias militares. Medidas extremas que desarrollan el ingenio de numerosos ciudadanos a la hora de escapar del cerco de Berlín Oriental.

Más de 5.000 personas logran huir durante los 28 años que se mantiene en pie el muro y casi la mitad, unas 2.300, lo consiguen en 1962.

Una hazaña en la que se juegan la vida de tal modo que muchos mueren en su propósito. La mayoría por disparos cuando intentan cruzar o ahogados en el río Spree a través del cual discurre la frontera. Afortunadamente el 9 de noviembre de 1989 este muro fue derribado y es un recuerdo de un mundo pasado.

El asesinato del presidente Kennedy.

 

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Fotografía de Kennedy minutos antes de su asesinato

Fuente: historiaeweb.com, 22/11/2017

Un 22 de noviembre en Dallas

John Fitzgerald Kennedy es uno de los presidentes más mundialmente conocidos de la Historia de Estados Unidos. Su carisma, su juventud para ser presidente, sus relaciones sentimentales, y sobre todo, su magnicidio. han ayudado a acrecentar la leyenda urbana en torno a su persona. En las elecciones presidenciales de 1960, J.F. Kennedy había ganado por un escaso margen y contra todo pronóstico al candidato republicano, Richard Nixon. El que Kennedy estuviera en la ciudad de Dallas aquel 22 de noviembre de 1963 se debió a que formaba parte de su campaña para la reelección en las futuras elecciones de 1964. Los sondeos en los estados del Sur no le eran nada favorables, sobre todo en Texas, por lo que a finales de verano de 1963 el presidente decidió hacer un viaje allí para recaudar votos y aumentar su popularidad.

Kennedy inició una larga gira por 12 estados donde quería consolidar su candidatura. La campaña comenzó en Florida y de allí pasó a Texas. Kennedy se llevó con él a su vicepresidente, Lyndon B. Johnson, y a su esposa, Jacqueline Kennedy, con un mismo objetivo: aprovechar la buena fama e influencia que estos tenían en la sociedad en general, y en Texas en particular, ya que Johnson era tejano. En Texas, la gira comenzó el 21 de noviembre en las ciudades de Houston y San Antonio, con el objetivo de pasar a Fort Worth y Dallas al día siguiente.

El asesinato de J.F.K.

El presidente y su esposa recorrían el centro de Dallas en un coche descapotable con John F. Connnally, gobernador de Texas, y su esposa. Entre una multitud que los aclamaba a ambos lados, se oyeron tres disparos de un rifle, y dos de las balas dieron a Kennedy en la espalda y la cabeza, resultando herido también el gobernador. Los espectadores se dispersaron en busca de refugio, mientras el coche presidencial iniciaba una rápida carrera hacia el hospital Parkland Memorial, al mismo tiempo que Jackie Kennedy trataba de sostenerle la cabeza en su falda con gran angustia y horror. A pesar de todos los esfuerzos por salvarle la vida, la muerte de Kennedy era inevitable. Moría en el hospital a las 13:00 horas, sin haber recobrado nunca la consciencia.

Antes de las tres de la tarde, el vicepresidente Johnson prestó juramento como presidente de Estados Unidos en el avión presidencial en el vuelo de regreso a Washington D.C. Jackie Kennedy también estuvo en ese vuelo, aun con la ropa totalmente manchada con la sangre de su esposo fallecido. Hubo un luto nacional sin precedentes en la Historia estadounidense, y el presidente fue enterrado en el cementerio nacional de Arlington, el 25 de noviembre de 1963. Muy poco después del magnicidio, se arrestó a Lee Harvey Oswald, un ex soldado de la Infantería de Marina, como principal sospechoso de la muerte de Kennedy. Oswald trabajaba en una biblioteca situada en la calle de la agresión, y salió unos pocos minutos después del asesinato, declarándose inocente al ser detenido.

Lee Harvey Oswald al día siguiente de la muerte de Kennedy
Lee Harvey Oswald al día siguiente del magnicidio

Teorías conspiratorias sobre la muerte de Kennedy

A pesar de que el arma que fue identificada como el arma homicida pertenecía a Lee Harvey Oswald, hay varios factores que han hecho desarrollar a lo largo del paso del tiempo una serie de teorías de la conspiración. En primer lugar, el propio Oswald fue asesinado por Jack Ruby, propietario de una discoteca, al día siguiente del magnicidio. Ruby alegó que lo hacía para vengar al presidente, pero lo cierto es que también imposibilitó que se llevara a cabo un proceso judicial justo y una investigación policial completa.

En segundo lugar, por la ausencia de transparencia institucional que ha rodeado este acontecimiento desde hace décadas. Johnson, como nuevo presidente, designó rápidamente una comisión de investigación, presidida por el juez Warren, jefe del Tribunal Supremo, para aclarar lo sucedido. La comisión trabajó durante 10 meses y sus conclusiones fueron claras en el Informe Warren: el presidente Kennedy había sido asesinado por un solo asesino, Lee Harvey Oswald, que había actuado porque estaba loco, y no por razones políticas.

Este informe contiene contradicciones y no responde a todas las preguntas. Varios testigos afirmaron tener la certeza de haber escuchado disparos desde el otro lado de la calle, y tanto la personalidad de Ruby como su misteriosa muerte en la cárcel en 1967, levantaron y sigue levantando la sospecha de una conspiración política, cambiante a lo largo de las décadas entre la Cuba de Fidel Castro, la CIA, la mafia o la URSS.

Bibliografía

HOBSBAWN, E.J. (1995):  Historia del Siglo XX: 1914-1991. Ed. Crítica. Barcelona.

FURTADO, P. (2009): 1001 días que cambiaron el mundo. Ed. Grijalbo, Barcelona.

V.V.A.A. (2013): 365 días que cambiaron el mundo. Ed. Planeta, Barcelona.

Matanza de Tlatelolco: qué pasó el 2 de octubre de 1968, cuando un brutal golpe contra estudiantes cambió a México para siempre.

Soldados en el Zócalo de Ciudad de México, la plaza central del país. PORTAL 68. ARCHIVO HISTÓRICO. UNAM

Autor: 

La historia que derivó en una masacre empezó con una pelea de estudiantes en el centro de Ciudad de México.

El grupo antimotines de la policía capitalina, conocido como Cuerpo de Granaderos, intervino para calmar la riña. Pero lo hizo de manera brutal.

Golpeó a decenas de estudiantes y testigos de la pelea. Persiguió a los jóvenes hasta las escuelas donde buscaron refugio y también allí agredió a alumnos y profesores que impartían clase.


Era el 23 de julio de 1968. En esa época la policía mexicana tenía fama de cometer abusos, pero la agresión a los estudiantes fue excesiva.

Cuatro días después, estudiantes de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y del Instituto Politécnico Nacional (IPN) organizaron una marcha contra la violencia policial.

Pero la caminata, a la que se sumaron miembros del Partido Comunista Mexicano, fue reprimida por los granaderos.

A partir de ese momento empezó un movimiento estudiantil que en pocas semanas creció rápidamente. La UNAM, el IPN y otras universidades del país se declararon en huelga.

Las autoridades reportaron autobuses quemados y el estallido de artefactos explosivos. Decenas de jóvenes fueron detenidos y en el Zócalo, la plaza central del país, se desplegaron tanquetas y decenas de militares.

Cientos de estudiantes fueron detenidos tras la masacre de Tlatelolco en 1968.
Derechos de autor de la imagen COLECCIÓN JUSTINA LORI Image caption. Cientos de estudiantes fueron detenidos tras la masacre de Tlatelolco en 1968.

El Ejército ocupó las instalaciones de la UNAM y el IPN, pero no logró contener el movimiento agrupado en el Consejo Nacional de Huelga (CNH).

El rector de la Universidad Nacional, Javier Barros Sierra, renunció en protesta por la invasión a la autonomía universitaria.

El movimiento sólo fue contenido hasta la tarde del 2 de octubre. Ese día se había convocado una nueva marcha de protesta que partiría de la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco.

Cientos de soldados rodearon el sitio. Cuando los estudiantes anunciaban que se cancelaba la caminata para evitar violencia, inició una balacera contra la multitud.

Cincuenta años después, aún no está claro dónde empezaron los disparos. Tampoco se sabe realmente cuántas personas murieron o fueron heridas.

Pero el ataque se convirtió en un parteaguas en la historia del país. Desde el 2 de octubre de 1968 México fue otro, social y políticamente distinto al del día anterior.

La década anterior

Plaza de las tres culturas
Derechos de autor de la imagen. GETTY IMAGES Image caption. La masacre tuvo lugar en la Plaza de las Tres Culturas de la Ciudad de México

Esta es la historia que se recuerda cada año durante el aniversario de la masacre.

Pero se habla poco del entorno social y político que había en el país por esos años, que motivó el acelerado crecimiento del movimiento estudiantil de 1968.

Un momento que explica también la fuerte reacción del gobierno del entonces presidente Gustavo Díaz Ordaz.

Desde los años 50 y en la siguiente década, en el país se registró una serie de movimiento de médicos, ferrocarrileros, electricistas, campesinos y estudiantes.

En todos los casos, las protestas fueron disueltas por policías y militares.

Los sobrevivientes de la masacre recuerdan al movimiento estudiantil como "alegre, creativo".
Derechos de autor de la imagen. PORTAL 68. ARCHIVO HISTÓRICO. UNAM Image caption. Los sobrevivientes de la masacre recuerdan al movimiento estudiantil como «alegre, creativo».

Las movilizaciones estudiantiles de 1968 fueron consecuencia de ese largo proceso, explica Gilberto Guevara Niebla, uno de los fundadores del CNH.

“El movimiento de 68 no se comprendería si no se considera que en esa época existía un régimen autoritario y represivo”, le dice a BBC Mundo.

“Sobre todo en los años 60 hubo una sucesión de intervenciones militares en las universidades, que fue creando un ambiente de descontento y de malestar entre la juventud”.

Ese 1956, por ejemplo, los estudiantes del IPN protagonizaron una huelga que terminó con la ocupación militar de sus instalaciones. La vigilancia de los soldados permaneció durante un año.

Otro caso fue la huelga de 1963 en la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, también disuelta por el Ejército.

Tlateloco
Derechos de autor de la imagen. COLECCIÓN JUSTINA LORI Image caption. El rector de la UNAM en 1968, Javier Barrios Sierra.

Dos años más tarde, hubo una serie de paros y marchas de médicos y enfermeras en demanda de mejor salario. A las protestas se sumaron también estudiantes de la carrera de medicina.

Esos acontecimientos estaban muy presentes en el ánimo de los estudiantes en 1968, recuerda Rolando Cordera quien fue consejero por la Escuela de Economía ante el CNH.

Tlateloco
Derechos de autor de la imagen. PORTAL 68. ARCHIVO HISTÓRICO. UNAM. Image caption. La UNAM, el IPN y otras universidades del país se declararon en huelga.

“En algunos que se convirtieron en dirigentes de la movilización existía algún tipo de memoria”, le dice a BBC Mundo.

“Antes de nosotros hubo otros mexicanos que habían reclamado más o menos lo mismo: cumplimiento de la ley, respeto a los derechos y la Constitución”.

“Vivíamos un mar de estímulos”

Pero el enojo por las intervenciones militares y la decisión de las autoridades para disolver las protestas son una parte de la historia tras el movimiento de 1968.

Ese año en Europa ocurrió una serie de protestas estudiantiles, sobre todo en Francia. Un elemento que influyó en México, pero su impacto fue menor a lo que sucedía en Estados Unidos, recuerda Guevara Niebla.

En ese país había una intensa oleada de protestas contra la guerra en Vietnam, la lucha por los derechos civiles de algunas minorías así como un creciente proceso de liberalización sexual y feminismo.

“Coincidieron muchos factores”, recuerda el fundador del CNH. “A través de la televisión sabíamos lo que ocurría en Estados Unidos y con los jóvenes de Francia”.

Manifestación de estudiantes en julio de 1968.
Derechos de autor de la imagen. PORTAL 68. ARCHIVO HISTÓRICO. UNAM. Image caption «Los estudiantes del 68 en México se unieron a un reclamo internacional frente al orden existente en aquel tiempo», dijo Rolando Cordera.

“Los estudiantes de México vivíamos en un mar de estímulos que jugaron un papel decisivo para explicar la revuelta estudiantil”.

Rolando Cordera recuerda. “Los estudiantes del 68 en México se unieron a un reclamo internacional frente al orden existente en aquel tiempo”.

“En el caso nuestro era un orden muy autoritario, que no respetaba las movilizaciones de reclamo social”.

Con tal escenario el movimiento estudiantil creció en poco tiempo. A las primeras manifestaciones, en julio de ese año, acudieron cientos de jóvenes.

Al paso de los meses aumentó el número de asistentes. En la llamada Marcha del Silencio, el 13 de septiembre, participaron más de 150.000 personas.

Tlatelolco
Derechos de autor de la imagen. GETTY IMAGES Image captionLa matanza fue un parteaguas en la historia de México.

No todos eran estudiantes. El movimiento logró el respaldo de sindicatos, grupos de vecinos y hasta amas de casa. Las protestas se extendieron por varias ciudades del país.

Las demandas del CNH también cambiaron. Al inicio era la disolución del cuerpo de granaderos, eliminar de las leyes el delito de disolución social y castigo a los responsables de agredir estudiantes.

Luego el pliego petitorio incluyó la liberación de todos los presos políticos, y un diálogo público y abierto del Consejo Nacional con el gobierno federal.

Juegos Olímpicos

Más allá de la creciente inconformidad, ¿por qué ocurrió la masacre en Tlatelolco?

Hubo varios elementos, coinciden algunos historiadores. Ese 1968 México era sede de los Juegos de la XIX Olimpiada, programada para empezar el 12 de octubre de ese año.

Semanas antes del evento llegaron periodistas enviados por medios internacionales. Además sería la primera vez que los Juegos Olímpicos se transmitirían por satélite a todo el mundo.

Portal 68. Archivo Histórico. UNAM
Derechos de autor de la imagenPORTAL 68. ARCHIVO HISTÓRICO. UNAM Image caption. Las protestas estudiantiles comenzaron a intensificarse conforme se aproximaban los Juegos Olímpicos y esa no era la imagen que el gobierno de México quería proyectar.

Para ese momento, las protestas estudiantiles eran más intensas. Muchos periodistas empezaron a cubrir las movilizaciones.

No era la imagen de país que pretendía enviar el gobierno de Díaz Ordaz. Además, el presidente estaba convencido que los estudiantes formaban parte de una especie de conjura comunista en contra de los juegos.

La decisión fue enviar un mensaje contundente para terminar con la rebeldía de varios años, señala Guevara Niebla.

“Después de 1968, Díaz Ordaz declaró que al enfrentar el conflicto se habían agotado los recursos políticos y se tuvo que acudir a la fuerza”, recuerda.

“Lo que se quería era destruir de un solo golpe el movimiento estudiantil para dar paso a las Olimpiadas. La represión tuvo lugar diez días antes de que empezaran, estaban obligados a sofocar las protestas, pero lo hicieron de una manera brutal”.

Soldados en la UNAM.
Derechos de autor de la imagen. PORTAL 68. ARCHIVO HISTÓRICO. UNAM. Image caption. La represión fue brutal.