En la guerra no había razas, ¿o sí?

Autor: Jonathan Solano. Traducción: Pablo Duarte

Fuente: letraslibres.com 26/06/2020

La Guerra de Corea fue el primer conflicto armado en el que Estados Unidos participó con fuerzas armadas no segregadas, por lo menos en el papel. David Casias Silva, abuelo del autor, de origen chicano, fue uno de los soldados que combatió dentro de una de esas incipientes compañías mixtas.

La historia del sur de Texas es interesante. Está arraigada en generaciones de racismo y segregación. Mi abuelo, David Casias Silva, era un hombre simple, como la mayoría de los chicanos en el sur de Texas; creció siendo aparcero en un barrio segregado y apenas terminó la primaria. Nacido en 1930, pasó sus primeros años en Natalia, Texas, trabajando la tierra que era propiedad de un gabacho. Aunque él era nieto de campesinos de larga tradición que migraron desde México en 1892, “los gabachos eran dueños de toda la tierra, de los negocios y de las oportunidades; ellos eran los que estaban al mando”, solía decirme.

Cuando yo cumplí trece años le diagnosticaron cáncer pancreático, y mis padres pensaron que lo mejor sería que se mudara con nosotros para cuidarlo. Mi padre me dijo que pasara tiempo con él para alegrarlo y para que me diera algunos consejos en el proceso. Siempre supe que era veterano de guerra, pero mi abuelo no hablaba mucho de eso. De cuando en cuando platicábamos, y poco a poco se fue abriendo y me fue contando sus experiencias. Entre las cosas que trajo consigo en la mudanza había cajas llenas de fotos y recuerdos de la guerra.

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David Casias Silva al centro de la foto, con su compañía no segregada del ejército estadounidense en Corea del Sur, en 1952. Foto: cortesía del autor.

Este mes de junio de 2020 marca el 70 aniversario del comienzo de la que muchos estadounidenses llaman “La guerra olvidada”, es decir la Guerra de Corea. Más de 33,000 estadounidenses murieron en ese conflicto, que técnicamente no ha concluido. Sentó las bases para la Guerra Fría, fue la primera guerra en la que la recién formada Organización de Naciones Unidas estuvo involucrada, y –esto es un parteaguas– también la primera en la que participó Estados Unidos luego de que en el ejército terminara la segregación racial (por lo menos en papel). Mi abuelo fue uno de los soldados que combatió dentro de una de esas incipientes compañías no segregadas.

En nuestras charlas, mi abuelo me fue contando sus experiencias en la guerra. Tenía 20 años de edad cuando fue reclutado y cumplió su entrenamiento básico en Camp Roberts, California, en 1951. Después lo enviaron a un país del que nunca había escuchado nada antes, a pelear por razones que “no entendía del todo”. Pasó tres años en Corea.

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Izq. a der.: David Casias Silva en Corea con soldados; en Corea del Sur en 1952; en un sitio no identificado; en Corea del Sur en 1952; en Camp Roberts en 1951; en Corea con una persona no identificada. Fotos: cortesía del autor.

Esperaba que me contara historias de sangre y violencia, pero me contó algo completamente distinto: historias de hermandad y amor. Aunque creció en una Texas segregada, su compañía no lo estaba, y convivió con blancos, latinos y negros. Todos se cuidaban entre ellos porque era la única manera de volver a casa vivos. “Hacía mucho frío, hijo. Nos acomodábamos muy juntos y nos abrazábamos para mantenernos calientes. Fue la primera vez que estuve tan cerca de un gabacho”. Era un soldado raso, de modo que hacía las tareas que nadie quería. A él le tocaba hacer barridos buscando minas antipersonales, arrastrarse por la tierra para conectar las líneas de teléfono con los cables atados a la espalda, y en ocasiones cavar túneles.

Me decía que “el ejército no es para los chicanos, pero Estados Unidos sí”. En la guerra, la raza se borraba, y entre más pobres eran los soldados, menos segregada era la compañía. Peleó al lado de blancos, negros y latinos pobres en nombre de un país al que amaba, pero lo hizo sin preocuparse por sí mismo: “estábamos en una trituradora de carne”, me dijo alguna vez. El retrato que me pintó de la guerra contrastaba con su vida en Texas, donde los latinos eran vistos como ciudadanos de segunda por sus contrapartes blancos: eran una clase social aparte. ¿No se daba cuenta de eso? Recuerdo esas conversaciones y otras que he tenido con su hija –mi madre– sobre él, y nunca dijo nada habló de discriminación racial, aunque sabía “cómo tenía que actuar frente a los blancos”, como dijo mi madre.

Creció en una época en la que la segregación era un hecho de la vida cotidiana, y aceptar este trato de ciudadano de segunda garantizaba su sobrevivencia; significaba que tenía un trabajo y que podía poner comida en la mesa. Era moreno, como yo, pero si lo hubieran conocido habrían percibido que, a pesar de que el español era su lengua materna, hablaba inglés sin acento. La experiencia de los latinos en Estados Unidos antes del movimiento de derechos civiles en la década de los sesenta fue una de asimilación, de modular su identidad de persona de tez morena para adecuarse a la identidad blanca. No obstante que peleó junto a estadounidenses de todos los colores, cuando volvió de la guerra, en junio de 1953, retomó su vida segregada, con amigos y familiares que eran casi exclusivamente mexicoamericanos: un mundo aparte.

Mi abuelo dejó huella en mi conciencia chicana, tanto que conservo sus recuerdos de la guerra y he investigado sobre veteranos latinos de la Guerra de Corea. Mientras realizaba mis investigaciones, un tema recurrente fue lo “blanqueada” y escasa que era la información sobre latinos en la Guerra de Corea. ¿Nos olvidamos de estos héroes, así como hemos olvidado este conflicto? Dentro del gobierno estadounidense y antes del movimiento de derechos civiles en los sesenta, las personas mexicoamericanas eran clasificadas como “blancas”, y fue hasta 1970 que la oficina del censo comenzó a preguntar por el origen étnico de las personas a fin de distinguir por origen hispano o latino. En 1974, el departamento de Defensa de Estados Unidos por fin comenzó a realizar segmentaciones demográficas similares en sus reportes anuales de personal. Las estimaciones del número de veteranos latinos de la Guerra de Corea son solo eso, estimaciones. De los 148,000 latinos que se estima participaron en la Guerra de Corea, solo a 15 se les otorgó la medalla de honor, en una guerra en la que se entregaron 145 en total; únicamente dos fueron para personas de raza negra. Para mí, las historias de mi abuelo, y las estadísticas, plantean la pregunta sobre la cantidad de latinos y negros que merecen ser reconocidos por su sacrificio. ¿Los mexicoamericanos deben poner sus vidas en juego para luego solo recibir migajas? Quizá la guerra no borre la raza, pero tiene el efecto incendiario de revelar las fallas de la humanidad.

A pesar de sus costos humanos, la guerra ha permitido dar pasos a favor de la causa de la equidad racial para los latinos en Estados Unidos. Después de la Segunda Guerra Mundial, en 1948, se fundó el American GI Forum (AGIF) en Corpus Christi, Texas, para atender las preocupaciones de muchos veteranos mexicoamericanos en temas de prestaciones médicas y educativas no otorgadas debido a la segregación. Para las personas de tez morena que buscan la equidad educativa, el AGIF fue en esencia el equivalente al fallo Brown vs. el Consejo de Educación antes de que este ocurriera.

Mi abuelo, después de sus años en el ejército y con la ayuda del AGIF, tuvo acceso a la G.I. Bill, lo que le permitió conseguir su título de preparatoria, y obtener préstamos hipotecarios sin intereses. Fue el primero de su familia en tener una propiedad en Estados Unidos. Al conseguir su casa, pudo financiar –porque los bancos en esa época “no le prestaban a los mexicanos”– las casas que sus doce hermanos y hermana aún poseen. El G.I. Bill, junto con su experiencia de guerra, le abrió la puerta al empleo estable; consiguió trabajo como mecánico aeronáutico en la base militar Kelly en San Antonio, Texas, hasta que se jubiló en 1983. Recibió una pensión y tuvo acceso a servicios de salud hasta su muerte, un día antes de que yo cumpliera catorce años.

Amo y admiro a mi abuelo, y su aceptación de la segregación y discriminación racial fue un hecho aleccionador para mí. No obstante la fraternidad que había entre sus diversos camaradas, estaba consciente de que sus superiores en la guerra, e incluso en su trabajo como mecánico, eran blancos. Claro que vivió experiencias de discriminación racial abiertas, ¿por qué no se rebeló? Aceptaba que en el campo de siembra o en el de batalla, los gabachos eran los que estaban a cargo. La no segregación tenía sus límites. ¿Ir a la guerra era la única alternativa para que un hombre de tez morena peleara por la igualdad y por mejores condiciones patrimoniales en la década de los cincuenta en Estados Unidos? Tal vez sí, aunque durante un momento breve y turbulento de su vida, mi abuelo logró vivir una equidad efímera, en las trincheras, al lado de sus compañeros de armas.

Misisipi sigue ardiendo: historias de violencia racista

Autor: Salvador Giné

Fuente: La Vanguardia 05/06/2020

La muerte de George Floyd como resultado de la violencia policial es la última en una lista abrumadoramente larga y demasiado presente en la actualidad estadounidense. La tradicional impunidad de los que atentan contra sus conciudadanos por motivos racistas retrotrae a episodios tristemente célebres, como el caso MIBURN, un triple asesinato cuyo instigador tardó cuarenta años en ser juzgado.

En 1964, la población negra de Estados Unidos era de 20 millones de personas, el 11% del total. El 60% se encuentra en el sur, en los antiguos estados esclavistas , y casi la mitad subsiste por debajo del umbral de pobreza. La segregación racial, teóricamente abolida, está bien presente. En el estado de Misisipi, solo 57 niños de color asisten a colegios de blancos, y el acceso a la universidad les está socialmente vetado.

Pero es en el plano electivo donde se perpetúa de forma más patente el dominio de los blancos. Impedir que los negros voten y accedan a cargos de autoridad es la mejor manera de obstaculizar la efectiva igualdad social. La oligarquía blanca de Misisipi emplea brechas legales que, mediante métodos “civilizados”, traba el acceso al voto a los escasos osados que quieren ejercer su derecho.

Muchos locales, como este cine de Misisipi, tenían una entrada secundaria para los negros.
Muchos locales, como este cine de Misisipi, tenían una entrada secundaria para los negros. (Library of Congress / Wikipedia)

Para revertir esta situación, a principios del año siguiente, algunas asociaciones, como la NAACP (Asociación Nacional para el Avance de la Gente de Color) y después el COFO (Consejo de Organizaciones Federadas) y el CORE (Congreso para la Igualdad Racial), inician campañas de preparación y concienciación para que la población negra asuma como propio el derecho al voto.

La movilización

Estas asociaciones, además de asesorar sobre los derechos individuales y de voto a los residentes negros, organizan clases de alfabetización con profesores voluntarios. Los cursos se imparten en las iglesias, que se convierten en las llamadas Freedom Schools, “Escuelas de Libertad”.

Todo ello confluye con un resurgimiento del Ku Klux Klan , que fija su objetivo en eliminar de raíz cualquier intento de formación de los negros. Con la connivencia de las autoridades locales y del estado sureño, los actos de amenaza del KKK son extremadamente violentos, desde palizas hasta el asesinato.

A principios de 1964, el COFO prepara el Mississippi Freedom Summer, el “Verano de la Libertad de Misisipi”. Pide a las asociaciones homónimas de los estados del norte que envíen a unos ciento cincuenta abogados y a cerca de un millar de estudiantes voluntarios para extender las Escuelas de Libertad a un mayor número de iglesias.

Esta iniciativa se verá frenada por la violencia de los White Knights (“Caballeros Blancos”), un grupo del KKK. El COFO reduce la cifra de voluntarios y se ciñe, por seguridad, a las ciudades más grandes.

Un fatídico viaje

El clan de los White Knights vive su momento álgido precisamente en 1964, cuando alcanza en torno a siete mil miembros. Formado por blancos extremistas de clase media-baja, el clan se dedica a apalear a asistentes a los cursos y quema numerosas iglesias.

A los pocos días de llegar a Meridian, Schwerner recibe las primeras amenazas del KKK

Ante la pasividad de la policía del estado, el Departamento de Justicia obliga a intervenir al FBI, la agencia federal de investigación. La presencia del FBI no detiene los ataques a los templos, pero servirá para investigar el asesinato de tres voluntarios, un suceso que conmociona a todo el país.

Respondiendo a la petición de voluntarios, en enero de 1964 llegan a Misisipi el sociólogo Michael Schwerner, un neoyorquino blanco de 24 años, y su esposa. Schwerner, contratado por el CORE para organizar cursos, se establece en Meridian. A los pocos días recibe las primeras amenazas del KKK.

La ciudad de Meridian, en Misisipi, donde tendría lugar el juicio por la desaparición de Chaney, Goodman y Schwerner.
La ciudad de Meridian, en Misisipi, donde tendría lugar el juicio por la desaparición de Chaney, Goodman y Schwerner. (Michael Barera / CC BY-SA 4.0)

Entre los voluntarios destinados a Meridian figura el también neoyorquino Andy Goodman, un estudiante blanco de Ciencias Políticas de 20 años. Junto a ellos trabaja el local James Chaney, un negro de 21 que, siempre a la luz del día, les acompaña en sus desplazamientos fuera de la ciudad.

A finales de mayo, los tres se desplazan a una iglesia en Longdale para iniciar los cursos. Tres semanas más tarde, los asistentes son apaleados y, por la noche, el edificio es quemado por el KKK. Los White Knights también buscan a Schwerner, pero no se encuentra allí.

Es un montaje: liberar a los tres jóvenes para tenderles después una emboscada homicida

El 21 de junio, Schwerner, Chaney y Goodman visitan los restos de la iglesia. Después deciden volver a Meridian, pero su vehículo es visto por Cecil Price, ayudante del sheriff del condado de Neshoba y simpatizante del KKK, que les sigue. Chaney, al volante, ha sido instruido para no detener el coche en lugares apartados ni por indicación de policías blancos. Acelera, pero al final no tiene más remedio que parar.

Es detenido por infringir el límite de velocidad, y Schwerner y Goodman, por “sospechosos”. Los tres son encerrados en la comisaría de la pequeña localidad de Philadelphia. Por la noche son puestos en libertad y enfilan los 60 km hasta Meridian. Es un montaje del KKK: liberarles para tenderles una emboscada homicida en una carretera solitaria.

El día siguiente, la dirección del CORE comunica la desaparición del trío al FBI, que encuentra el vehículo, vacío y calcinado, entre unos cañizales. Las amenazas de muerte contra Schwerner hacen presagiar un complot criminal del KKK. El FBI bautiza la investigación como MIBURNMississippi Burning, expresión que Alan Parker utilizó para dar título a su película sobre el tema, aquí llamada Arde Mississippi.

El caso MIBURN

Los enviados del FBI interrogan a unos quinientos testigos, incluidos el ayudante del sheriff Cecil Price y el propio sheriff, Lawrence Rainey, así como Edgar Ray Killen, líder local del KKK. Decenas de periodistas y equipos de televisión llegan a la zona. El presidente Lyndon B. Johnson pide al FBI el máximo esfuerzo en la investigación.

Pero esta no avanza. El miedo paraliza a los testigos blancos. En ese entorno rural todos se conocen. Aun así, alguien informa a la agencia. Los cuerpos están enterrados cerca de una presa. El FBI encuentra una parcela en la que aparecen, a cuatro metros de la superficie, los tres cadáveres. Schwerner y Goodman tienen una bala incrustada en el tórax; Chaney, tres.

Cartel del FBI denunciando la desaparición en 1964 de Andrew Goodman, James Chaney y Michael Schwerner.
Cartel del FBI denunciando la desaparición en 1964 de Andrew Goodman, James Chaney y Michael Schwerner. (Dominio público)

Cuatro meses después, el FBI detiene por asesinato a 21 sospechosos, entre ellos, al sheriff, su ayudante y varios líderes del KKK, como Killen o Sam H. Bowers, fundador de los White Knights. La detención salta a todas las portadas. El propio Martin Luther King alaba que los crímenes no queden impunes. Las expectativas se torcerán pronto.

Un juicio interminable

El estado de Misisipi no muestra interés en juzgar a los asesinos. El código penal federal no contempla el homicidio, así que el FBI acusa ante un juez federal territorial a los arrestados de conspiración por vulnerar los derechos individuales (con penas inferiores a las de homicidio), pero pocos días después la vista preliminar desestima los cargos. La resolución: “falta de pruebas”.

En 1965, el Departamento de Justicia presenta las acusaciones ante Harold Cox, juez federal de Jackson. Este decide mantener la acusación solamente contra el sheriff Rainey y su ayudante Price, y rechaza las acusaciones para el resto de encausados. El Departamento de Justicia recurre la decisión ante el Tribunal Supremo, que en 1966 anula la decisión y ordena a Cox reabrir el proceso. En este tiempo han “caído” de la lista tres miembros del KKK acusados de encubrimiento.

El sheriff Lawrence Rainey (dcha.) y su ayudante, Cecil Price, escuchan su acusación antes de ser liberados bajo fianza.
El sheriff Lawrence Rainey (dcha.) y su ayudante, Cecil Price, escuchan su acusación antes de ser liberados bajo fianza. (Bettmann / Bettmann Archive)

El juicio empieza en octubre de 1967 en Meridian ante un jurado popular. Este, cinco hombres y siete mujeres, todos blancos, aduce que no pueden llegar a ninguna conclusión. Cox les ordena que lo hagan. Al día siguiente declaran culpable a Price y a otros seis acusados. El juez les impone penas de prisión de entre tres y diez años. Es la primera condena en Misisipi de unos blancos (y miembros del KKK) por delitos contra negros.

Entre los absueltos se cuentan el sheriff Rainey y Killen, que además de líder del KKK en el condado es pastor baptista. El jurado alega que no puede culpar de asesinato al “reverendo” Killen. Según el FBI, este, de carácter furioso e impredecible, es el verdadero organizador del crimen.

Consecuencias políticas

Aprovechando la consternación por los asesinatos, Johnson acelera la aprobación de una ley impulsada por su antecesor, JFK. En julio de 1964, el presidente ratifica la Civil Rights Act (ley de derechos civiles), que prohíbe la segregación racial en los espacios públicos, y al año siguiente, el Congreso aprueba la Voting Rights Act (ley de derechos electorales), que suspende los exámenes escritos. Esta última ley se abre paso después del “Domingo Sangriento” , dura represión policial de una marcha popular de profundo impacto social.

El puente Edmund Pettus de Selma se convirtió en un símbolo de la lucha por los derechos civiles de los negros.
El puente Edmund Pettus de Selma se convirtió en un símbolo de la lucha por los derechos civiles de los negros. (Civil Rights Trail)

El asesinato de Chaney, Schwerner y Goodman sirve para instaurar nuevas leyes de igualdad social, pero en el terreno judicial todo sigue exactamente igual. Cumplida la condena, los acusados (que nunca serán juzgados por asesinato) vuelven a sus casas. Solo el paso de los años y el cambio de mentalidad social llevarán a reabrir en los años noventa varios casos que habían quedado impunes.

El proceso por el caso MIBURN no llegará hasta 2005. Un hecho trascendental cerrará muchas heridas: la acusación formal de Edgar Ray Killen por el triple asesinato. El juicio empieza el 15 de junio. El día 21, 41 años exactos después de los hechos, el jurado declara al reverendo culpable de tres homicidios.

Killen, de 80 años, escucha la sentencia del juez: 20 años de cárcel por cada homicidio

Sentado en una silla de ruedas, Killen, de 80 años, escucha la sentencia del juez: 20 años de cárcel por cada homicidio. Apelará, pero la sentencia será ratificada por un tribunal superior. Pese a su edad, el iracundo pastor conserva intacto su genio desafiante. A su entrada en prisión, un facultativo negro le examina para valorar su estado de salud. “Sr. Killen, ¿tiene usted pensamientos suicidas?”. “Antes te mataría a ti”, responde.

El reconocimiento público de las víctimas no llegará hasta 2014. El 24 de noviembre, en un acto en la Casa Blanca, el presidente Barack Obama entrega a los parientes de James Chaney, Andrew Goodman y Michael Schwerner la Medalla Presidencial de la Libertad.

Una microhistoria del fascismo: la defensa del fascista Telesio Interlandi

 Leonardo Sciascia

Autor: Javier Gimeno.

Fuente: Nueva Tribuna 25/01/2020

“El fascismo constituye una enfermedad moral, un morbo contemporáneo esparcido por todos los lugares del mundo”.Benedetto Croce

El 25 de abril de 1945 y tras años de lucha contra el fascismo, la movilización popular logró acabar con la llamada República Social italiana de Benito Mussolini y éste fue ejecutado públicamente en una plaza de Roma. El periodista Telesio Interlandi [1], brazo derecho del Duce, dirigió por encargo suyo las principales publicaciones del fascio italiano, como el periódico Il Tevereo las revistas Quadrivio y La difesa della razza. Esta última era la más influyente, especialmente querida por el dictador, por ser el órgano propagandístico en Italia del nacionalsocialismo como arma ideológica para fundar el racismo italiano, cuyo principal teórico y mentor no era otro que el propio Telesio Interlandi.

Una vez derrotado el régimen faccioso, cientos de partisanos se lanzaron a las calles a perseguir y fusilar sin juicio a cuantos fascistas se toparan. Telesio Interlandi tuvo la inmensa fortuna de salvar su vida gracias a su detención junto con su hijo Cesare. Fortuna que vio colmada con la aparición del abogado socialista Enzo Paroli, cuya calidad ética y humana le llevó no sólo a ejercer su defensa en el juicio correspondiente sino también a arriesgar su vida y la de su familia escondiendo en su casa a Interlandi y a su hijo para librarles de la ira partisana.

Antes de decidir su defensa, el abogado quería conocer de su propia voz el pensamiento de Interlandi y para ello fue a visitarle a la cárcel. Enzo Paroli rechazaba el viejo maniqueísmo que de forma simplista divide a los hombres en dos bloques monolíticos y cerrados: el de los buenos y el de los malos, de modo tal que quienes pertenecen a uno jamás pueden recibir influencias del otro ni mucho menos abandonar el que le corresponde para pasarse al contrario. Paroli entendía que ambos bandos son perfectamente permeables y por consiguiente no resulta extraño que existan hombres a caballo entre uno y otro como algo consustancial a la naturaleza humana donde existe el bien y el mal en diferentes grados. Como hombre, el abogado se consideraba ejemplo de ello.

Tal vez por eso el abogado decidió asumir la defensa de aquel individuo, acaso porque la vida nos demanda a todos, justamente, la necesidad de vivir y de afirmar la propia vida en sí misma. También a los seres dominados por la vileza y la ignominia como el que tenía delante

“La historia humana es el pensamiento de Dios sobre la tierra de los hombres”, sostenía Interlandi, para quien Roma es una “fórmula divina a la que se tiende universalmente sin tener conciencia de ello”. Esta idea era nueva y antigua a la vez porque era la idea de la Nación y de la Patria con mayúsculas. Para el fascismo genuino, la Nación y la Patria se sustentaban en Roma como “fórmula divina a la que universalmente se tiende, el nuevo esplendor que busca aflorar entre las miles de miserias del mundo actual para dar a la criatura humana una patria menos ingrata”. Ello bajo la incuestionable idea de Dios como encarnación de la única Verdad reveladora de la identidad del espíritu que sustenta a la Raza Superior, la cual se sustancia en una “certeza absoluta, rotunda… la única capaz de dar sentido a las cosas, a la vida de un pueblo… liberadora de aquello que anhela perturbar la perfección de la ley que la rige, la absoluta perfección interna de cada idea verdadera y el orden que irremediablemente se desprende de ella”.

Para el fascista el mundo gravitaba con una indiferencia enorme y soberana que había combatido toda su vida, “la indiferencia de los débiles y necios, la perezosa y simulada mansedumbre de los temerosos y de los eternos indecisos”. Indiferencia y mansedumbre contra las que él mismo desde las páginas de sus publicaciones se había rebelado con firmeza removiendo la conciencia de los inertes y persuadiendo a los comedidos, de todos los incrédulos de la grandeza de la Patria, de la nueva Italia, del proyecto antiguo y siempre nuevo del Duce.

Interlandi estaba convencido de que los judíos se han comportado desde sus orígenes como una sola nación siempre agazapada e infiltrada en otras naciones, en especial, la germánica y la italiana, apoderándose de sus instituciones, de sus organizaciones sociales, de sus gobiernos, con afán de enriquecerse y controlar la economía para su uso exclusivo. Comportamiento que de siempre ha venido aparejado,a juicio del fascista, de un soberano desprecio a la hospitalidad de aquellas naciones que les han acogido.

“Había que acabar con eso de una vez por todas, ponerlos en posición de no hacer daño a la nación que delante de todos tenían el valor de llamar patria pero a la que estaban chupando la sangre como vampiros”, le explicaba Interlandi al abogado.Tras escucharle, éste se convenció de que en su intelecto y en su alma ese hombre portaba el mal en su sentido más profundo. Persuadido de que el pueblo judío era el pueblo más despreciable de la tierra y de que la raza a la que pertenecían era inferior –algo que nunca dejó de predicar durante años en las publicaciones fascistas que había dirigido-, el intelectual faccioso expresaba la firme convicción de su exterminio.

Sorprendió al abogado la existencia en ese hombre de una inteligencia constituida coherentemente, con lucidez, en un instrumento de abyección. Y comprendió que la posesión de un intelecto brillante no bastaba para inclinarse al mal y a la perversión. Se requería poseer, además, una suerte de lo que él llamaba “suplemento del alma”, un sentimiento recóndito en lo más profundo del alma humana que quien lo posee deja traslucir la verdad y el bien. Y también la piedad que inspira la compasión hacia un hombre a punto de ser condenado, y acaso, de morir. Y era justamente ese suplemento del alma lo que el Duce, Interlandi y todos los teóricos del fascismo en todas sus variantes se han empeñado –y continúan a día de hoy- en erradicar. Obviamente, aquéllos jamás han experimentado la debilidad que subyace en la compasión ante un hombre indefenso. Paroli, en cambio, se compadecía de su propio miedo y del pensamiento de quien tenía en frente y de lo que había provocado: la sed de venganza, la violencia agazapada en las miradas, en el lenguaje, en cualquier rincón; el “exilio de la razón”.

Se preguntaba Paroli si su alma dispondría de ese suplemento, no hallando respuesta. Sin embargo, decidió acometer la defensa de aquel individuo, quizá porque la vida nos demanda a todos, justamente, la necesidad de vivir y de afirmar la propia vida en sí misma. También a los seres dominados por la vileza y la ignominia como el que tenía delante, cuyos argumentos en defensa del exterminio de una raza inferior, y en consecuencia, de todas las otras razas igualmente inferiores, podrían convencer a cualquiera cuya alma no estuviera en posesión del suplemento antes aludido.

Paroli era consciente de que su defendido no había cometido en puridad ningún delito. Y sin embargo, fue el autor intelectual de las premisas ideológicas de las cámaras de gas que los nazis implantaron. No tuvo que deportar a nadie a los campos de exterminio –sin cuyas teorías tampoco habrían existido– pero había difundido pensamientos asesinos sin haber matado a ninguna persona con sus propias manos aunque sí con el arma más poderosa que tenemos: el pensamiento. Con sus ideas, Interlandi había provocado uno de los mayores, si no el mayor horror de la humanidad en su historia:“Usted ha contribuido, le decía Paroli, a que se consumase posiblemente el peor de los crímenes: ¡que haya razas y no hombres!… Desde ese punto de vista usted es indefendible… Sin embargo, su presencia aquí… representa para mí la prueba máxima de mi existencia, de mi honor como hombre… Salvarle a usted es salvarme a mí mismo”.

Tal vez por eso el abogado decidió asumir la defensa de aquel individuo, acaso porque la vida nos demanda a todos, justamente, la necesidad de vivir y de afirmar la propia vida en sí misma. También a los seres dominados por la vileza y la ignominia como el que tenía delante.

Enzo Paroli tuvo que sopesar todos los riesgos que enfrentaba al asumir la defensa. El primero, obviamente, era el que corría él y su familia de ser agredidos o asesinados por grupos de partisanos en cuanto se extendiera la voz de que iba a ser el abogado defensor de un fascista, y no de uno cualquiera. Como ocurría no pocas veces en situaciones semejantes, cuando caía un régimen desaparecían por arte de magia sus partidarios, y de la noche a la mañana todo el mundo se convertía en fiel seguidor del nuevo sistema. “Los peores enemigos son siempre los semejantes, los que forman en la misma fila”, pensaba Paroli. Es lo que estaba sucediendo en Italia nada más desaparecer el régimen de Mussolini.

Como ha recordado el filósofo Enzo Traverso, el antifascismo se convirtió en una suerte de religión civil en su afán de practicar la violencia revolucionaria contra cualquier sospechoso de fascista. Esa práctica ignominiosa que Passolini describió en una colección de sus ensayos recién publicada en Italia como el fascismo de los antifascistas[ii]. Ideas nobles como las que poseen argumentos sólidos que refutan los fundamentos de una ideología execrable pueden llegar a convertirse en su justificación por quienes las malinterpretan o tergiversan. Ejemplos los hallamos en las quemas de iglesias o persecuciones y asesinatos sin juicio de curas y monjas o de individuos adeptos –o tan sólo sospechosos sin pruebas de adepción- a los sublevados de la II República española.

En determinadas ocasiones, pensaba el abogado, la vida nos enfrenta a nuestras propias contradicciones, nos llama a ser nosotros mismos o a repudiarnos para siempre. Recordaba El entierro del conde de Orgaz que contempló en Toledo, la “gran serenidad y equilibrio de gesto” de la muerte expresada en su rostro ya cadavérico y en todos los caballeros que acompañaban su cuerpo. Y en ese momento pensaba que “es la muerte la que confiere dignidad a la vida: por qué se muere, por quién se muere”.

Dios, Nación, Patria, Raza Superior, Fórmula Divina, Idea Verdadera, Nuevo Esplendor, Verdad Reveladora, Certeza Absoluta, Absoluta Perfección, Orden, indiferencia de los débiles y necios, mansedumbre de los temerosos, de los pusilánimes y eternos indecisos. Mimbres que conforman las señas de identidad del fascismo, ideas fuerza argumentales de la raza superior frente a la raza inferior: la judía. Como bien sabemos, el fascismo se reproduce adaptando su lenguaje a la coyuntura de cada época y de cada lugar. Sustituyamos Nación o Patria por España, Francia, Alemania, Italia…; cambiemos Raza Superior o Absoluta Perfección por Españoles, Franceses, Alemanes, Italianos… también con mayúscula; en lugar de raza inferior estemos atentos para oír hablar de inmigrantes y pobres;si antes hablaban de desorden hoy hablan de dictadura progre; los que entonces eran débiles, necios, pusilánimes o eternos indecisos hoy son homosexuales, lesbianas, transexuales,ideología de género;frente al adoctrinamiento ideológico de populistas, comunistas y bolivarianos escucharemos a Dios, su Verdad Reveladora, la Fórmula Divina, el Pin Parental.

[i]Texto inspirado en la novela corta del escritor y juez italiano Vincenzo Vitale publicada en España con el título «En esta noche del tiempo» por El Perro Malo/Laertes, 2019. La idea inicial era de Leonardo Sciascia pero su enfermedad le impidió escribirla y poco antes de su muerte se la encargó a su íntimo amigo Vincenzo Vitale. Es de agradecer la labor que desempeñan pequeñas editoriales difundiendo obras de autores desconocidos en nuestro país, como la que hace El Perro Malo/Laertes de la mano de su editor Paco Carvajal. La introducción, traducción y entrevista que realiza Manuel Carreras al autor son también dignas de reconocimiento.

[ii] Colección de ensayos publicados en Italia en 2018 por la editorial Garzanti Classici. No existe edición española.

Rosa Parks, lucha contra la discriminación.

Fuente:  La Aventura de la Historia.

Autor: Redaccion Historia.  

Tras terminar su jornada laboral, el 1 de diciembre de 1955, Rosa Parks, una costurera negra de 42 años, subió a un autobús en Montgomery, Alabama, para regresar a su casa. Pagó 10 centavos y se sentó en la quinta fila, la primera de la sección de color, detrás de la zona de los blancos. Junto a un hombre y a la altura de otras dos mujeres, al otro lado del pasillo. Cuando el autobús ya estaba lleno, entró un pasajero blanco. Entonces, el conductor ordenó que las cuatro personas negras de la quinta fila se levantaran para que el nuevo pasajero se pudiera sentar. Las dos mujeres y el hombre, obedecieron. Rosa Parks, no. Decidió luchar contra la discriminación. “Voy a llamar para que la arresten”, dijo el conductor.

“Puede hacerlo”, respondió ella.

La rebeldía de Rosa Parks dio inicio a toda la lucha por los derechos civiles que desembocaría en la eliminación de la discriminación racial institucionalizada en EE UU. La decisión de la costurera fue espontánea, un acto reflejo. Vivía la discriminación de la población negra desde que nació. Había sido testigo, a diario, de casos de humillación racial. “Recuerdo irme a la cama cuando niña y sentir que pasaba a caballo el Ku Klux Klan por la noche y escuchar unlinchamiento y tener miedo de que la casa empezara a arder en llamas”. Esas experiencias hicieron nacer en ella el deseo de enfrentarse a aquella injusticia. Ya desde su adolescencia había librado pequeñas batallas personales. Prefería subir las escaleras de un edificio antes que entrar en un ascensor para “sólo negros”. O pasaba sed por no beber en la fuente que solamente utilizaban las “personas de color”.

A los 20 años se casó con Raymond Parks, del que tomó el apellido y con el que se fue a vivir a Montgomery. Tras lograr el título de enseñanza media, trabajó como costurera y ama de casa. Entonces se hizo miembro de la NAACP (Nacional Association for the Advancedment of Colored People), la asociación más relevante en defensa de los derechos de los afroamericanos contra la discriminación, fundada con la colaboración del escritor W. E. B. Du Bois.

En 1943, Rosa Parks fue elegida secretaria de esta agrupación en Montgomery. Desde este puesto, se esforzó en luchar contra el sistema de ciudadanía de segunda clase y la discriminación impuestos a los afroamericanos y que persistía desde el último tercio del siglo XIX.

 Es largo el camino 

Tras la Guerra Civil entre el Norte y el Sur, el gobierno federal de Estados Unidos trató de extender la igualdad a toda la población afroamericana. En 1865 se aprobó la 13ª Enmienda a la Constitución, que prohibía la esclavitud, seguida de la 14ª Enmienda, de 1868, que otorgaba la ciudadanía estadounidense de forma automática a cualquier persona nacida dentro de las fronteras del país o que hubiera pasado por un proceso de naturalización, y que ofrecía idéntica protección de las leyes para todos los ciudadanos. En 1870, se promulgó la 15ª Enmienda, que garantizaba el derecho al voto a todos los ciudadanos, independientemente de su raza.

Durante esa posguerra, conocida como Período de Reconstrucción (1865-1877), tropas del Norte ocuparon el Sur y obligaron a que estas enmiendas se cumplieran. Los negros empezaron a ascender en la escala social, alcanzando, incluso, cargos políticos.

El Compromiso de 1877 entre Norte y Sur llevó a la presidencia de EE UU a Rutherford Hayes, quien estableció que las tropas del Norte debían de ser retiradas del Sur. El esfuerzo de Hayes por borrar los agravios de la guerra de Secesión y por establecer una paz sobre el respeto al derecho y costumbres sureñas, reconstruyó el país, pero permitió, también, la persistencia del racismo y la discriminación tradicionales. Así pudieron abrirse paso las llamadas leyes Jim Crow(estereotipo popular del negro rural tosco e ignorante), que dieron lugar a la doctrina de “separados pero iguales”, base de la nueva organización social en el Sur, refrendada por la Corte Suprema de EE UU con el caso Plessy v. Ferguson (1896).

Homer Plessy, negro en una octava parte, desafió una ley del Estado de Louisiana, de 1890, que obligaba a la separación de negros y blancos en los trenes, sentándose en un lugar designado para blancos. Plessy fue arrestado y condenado, pese a sus 7/8 partes blancas y la sentencia legitimó el proceso de discriminación racial iniciado unos años atrás. Su esfuerzo por mantener separadas legalmente a las poblaciones blanca y negra convirtió el Sur en una sociedad estructurada en castas.

 Negros y perros  

A los afroamericanos no se les permitía compartir un taxi con blancos o utilizar la misma entrada para acceder a un edificio público. Tenían servicios separados, iban a diferentes escuelas, eran enterrados en cementerios distintos. Se les excluían de bibliotecas públicas y restaurantes. En muchos parques colgaban letreros de “Prohibido el paso a negros y a perros”. Las normas de etiqueta segregacionistas eran igualmente estrictas.

Los negros debían apartarse para dejar pasar a los blancos, y a los hombres se les prohibía mirar a los ojos a una mujer blanca. Mientras que los blancos debían recibir el tratamiento de Mr., Miss o Mrs., ellos tuteaban a los negros, utilizando directamente sus nombres propios: Tom, Jane, cuando no genéricos, como boygirl o, incluso despectivos, como nigger.

Esa discriminación incluía, también, una separación socioeconómica que confinaba a la gente de color a empleos precarios, no cualificados. El derecho constitucional al voto se negó también a los afroamericanos empleando algunas argucias como la “cláusula del abuelo” (que permitía votar sólo a quienes ya lo hubieran hecho antes de la guerra civil), impuestos electorales (exigidos a los negros), primarias blancas (sólo los demócratas podían votar, sólo los blancos pueden ser demócratas) o tests de lectura, escritura y preguntas capciosas sobre conocimientos, por ejemplo: “nombra todos los vicepresidentes y jueces del Tribunal Supremo de la historia de Estados Unidos”.

Para mantener ese estado de discriminación, los gobiernos del sur no tuvieron escrúpulos en recurrir a la violencia física y a castigar brutalmente cualquier incumplimiento de las normas impuestas. Durante las últimas décadas del siglo XIX y primeras del XX, miles de negros fueron impunemente linchados por grupos de blancos, en ocasiones con la colaboración de las fuerzas de seguridad. Hubo casos en que estos linchamientos fueron masivos como los de Elaine County, Arkansas, en 1917. o los de Tulsa, Oklahoma, en 1921. En el primer caso, las cifras oficiales, blancas, fueron de 25 víctimas, pero algunos historiadores las elevan hasta 800; en el segundo caso no existen cifras oficiales, pero se piensa que pudieron alcanzar los tres centenares. Los afroamericanos no tenían posibilidad de defenderse ya que se les excluía de cualquier cargo (jurados, jueces, policías o funcionarios de prisiones) en un sistema judicial compuesto íntegramente por blancos.

 Pequeños avances  

Esta situación de disparatada discriminación racial continuaba sin grandes modificaciones hace cincuenta años, cuando Rosa Parks se negó a ceder su asiento. Tras la II Guerra Mundial, se habían logrado algunos avances durante la administración de Truman. La Guerra de Corea forzó el fin de las unidades segregadas en el Ejército.

La política de ganar batallas judiciales, puesta en práctica por la NAACP, se había visto recompensada con algunos éxitos. El mayor de ellos fue el caso Brown v. Board of Education of Topeka (1954), en el que el Tribunal Supremo promulgó la ilegalización de la segregación en las escuelas públicas. La política de “separados pero iguales”, en vigor desde el caso Plessy (1896), era oficialmente rechazada en un caso que sentaba jurisprudencia y reconocía, como los líderes de la NAACP habían venido argumentando enérgicamente, que la igualdad prevista en la Constitución no se garantizaba con esta fórmula, ya que las instalaciones (escuelas, servicios, etc.) de los afroamericanos eran radicalmente más pobres que la de los blancos.

El autobús en que fue detenida Rosa Parks.
El autobús en que fue detenida Rosa Parks.

Esta dinámica de éxitos parciales y tímidos pasos hacia delante, cambió de forma radical el día que Rosa Parks se negó a ceder su asiento en el autobús de Cleveland Avenue.

Cuando llegó el policía, llamado por el conductor, Rosa Parks le espetó:

–¿Por qué nos intimidáis?

–No lo sé –replicó el policía–, pero la ley es la ley y usted queda detenida.

La llevaron a comisaría, le tomaron las huellas, fotos y la encarcelaron. Los líderes afroamericanos se reunieron para discutir el asunto, bajo el liderazgo de un joven de 26 años, pastor baptista de la Iglesia de Dexter Avenue, Martin Luther King. Decidieron convocar un boicot contra la empresa de autobuses de Montgomery. Hicieron un llamamiento a la población de color para que no usara el transporte público y lograron una respuesta masiva. La gente empezó a usar bicicletas, a ir a pie, a organizarse en automóviles o a coger los taxis negros que cobraban una tarifa de 10 centavos, la misma que un viaje en autobús.

A pesar de las presiones recibidas (la casa de King fue incendiada), el boicot se prolongaba todavía en diciembre del año siguiente, arruinando a la empresa de autobuses, cuyos clientes eran en un 75 por 100 negros. Finalmente, 381 días después del plante de Rosa Parks, en diciembre de 1956,el Tribunal Supremo decidió que la discriminación en los autobuses violaba la Constitución. Fue la primera victoria en la lucha por los derechos civiles.

La cobertura mediática que recibió la campaña a escala nacional fue tan intensa y esperanzadora que Martin Luther King fundó la Southern Christian Leadership Conference (SCLC), una organización que aspiraba a seguir luchando para superar las desigualdades en las que la comunidad negra vivía. La labor de este grupo se basaba en dos principios: la desobediencia civil (concepto básico del pensamiento político estadounidense, teorizado en 1849 por Henry D. Thoreau) y la resistencia pacíficainspirado en la lucha de Gandhi, figura admirada por el pastor baptista. Los líderes agrupados en la SCLC siguieron convocando protestas por los estados del Sur. En 1960, unos jóvenes crearon el Comité de coordinación estudiantil de la no violencia (SNCC) con el que llevaron a cabo acciones como los famosos “Viajes por la libertad” (freedom rides), en los que se trasladaban al Sur con objeto de realizar actos no violentos que perseguían terminar con la segregación en el transporte público interestatal.

 Respuesta violenta  

Todas estas actuaciones eran, generalmente, respondidas con violencia. Sin embargo, la publicidad mediática que recibían ejercía una gran presión sobre el Gobierno central para que éste tomara medidas y suscitaba la simpatía hacia el movimiento en el Norte de EE UU. La brutalidad con que las autoridades reprimieron una campaña del SCLC en 1963, en Birmingham, en la que llegaron a soltar perros o barrieron a los estudiantes de secundaria con potentes mangueras, o el asesinato de tres trabajadores por los derechos civiles en Mississippi, el verano de 1964, a manos del Ku Klux Klan, actos como la Marcha sobre Washington (1963), en la que unos 250.000 manifestantes se reunieron delante de la estatua de Abraham Lincoln para escuchar el famoso discurso de Martin Luther King, I have a Dream, llevaron a la administración liderada por Lyndon B. Johnson a promulgar, en 1964, el Acta de Derechos Civiles (Civil Rights Act), que ilegalizaba la discriminación en instituciones públicas, en el gobierno o en puestos de trabajo.

En 1965, se aprobó la Ley de los Derechos de Voto (Voting Rights Act), que prohibía cualquier tipo de test o argucia legal que impidiese el registro para el voto a los miembros de la población negra. Estas dos leyes significaron, desde el punto de vista legal, el ocaso del sistema creado por las Normas Jim Crow.

Martin Luther King fue asesinado tres años más tarde, en 1968, sospechándose, incluso, que se trató de un complot gestado por el FBI. Eran momentos en el que su doctrina de integración pacífica comenzaba a suscitar muchas dudas entre la comunidad negra. Las doctrinas violentas, nacionalistas y separatistas respecto a los blancos, sostenidas por líderes como Malcolm X o Stokeley Carmichael, iban calando cada vez más entre los jóvenes. En 1966, se fundó el movimiento de las Panteras Negras y cuando fue asesinado Martin Luter King, lo que se había puesto de moda era el Black Power.

A pesar de las campañas que trataron de desprestigiarle, exponiendo infidelidades matrimoniales o acusándolo de haber plagiado alguna de sus obras, como su propia tesis doctoral, Martin Luther King, ganador del Premio Nobel en 1964, fue el líder indiscutible de la lucha por los derechos civiles en los años sesenta y muchas encuestas le consideran una de las diez personas más relevantes de la historia de los Estados Unidos.

Rosa Parks con Martin Luther King.
Rosa Parks con Martin Luther King.

Tampoco ha sido olvidada Rosa Parks. Aunque en España sea prácticamente una desconocida, en Estados Unidos es una leyenda. En una encuesta de 1973, historiadores e intelectuales la designaron como la tercera mujer norteamericana más influyente del siglo XX. Recientemente, Rosa Parks ha sido incluida por la revista Time, entre las cien personas más influyentes del siglo XX.

 Precedentes fallidos 

Es verdad que la llamada “madre del movimiento por los derechos civiles” no fue la primera en negarse a levantarse de un asiento en un transporte público. Hubo casos anteriores. El propio jugador de béisbol Jackie Robinson, primer afroamericano en jugar en la liga profesional, se negó a trasladarse a la parte trasera de un autobús en 1944, cuando era oficial del Ejército en Texas.

A consecuencia de ello, tuvo que enfrentarse a un consejo de guerra que terminó absolviéndolo. Claudette Colvin, de 15 años de edad, y Mary Louise Smith, fueron detenidas por el mismo motivo tan sólo meses antes de la acción de Rosa. Sin embargo, ninguna de las dos presentaba el perfil suficientemente recio y decidido, imprescindible para llegar hasta el final en un proceso cuya sentencia sería histórica. Rosa Parks, sí.Gozaba del respeto de la comunidad afroamericana, estaba casada, trabajaba, era una activista de la NAACP y desde su niñez se había negado a plegarse a la discriminación sureña.

Ganadora de la Medalla de Honor del Congreso, en 1999, máximo galardón concedido por el gobierno de EE UU, Rosa Parks, falleció el 25 de octubre en Detroit. Hasta el último momento, trabajó en el Instituto Rosa y Raymond Parks para el Autodesarrollo, institución que había fundado en 1987, tras la muerte de su esposo. En él se ofrece ayuda y motivación a jóvenes afroamericanos.

Juan Antonio Sánchez Giménez

*Artículo publicado en La Aventura de la Historia, número 86.